Gabi no se había separado del peluche desde que Rubén
se lo había dado. Había caído rendido en las garras del sueño y se había
dormido abrazado al suave tigre que, ciertamente, agradecería un buen lavado.
El arcón había evitado que estuviera realmente sucio, pero a Marcos le preocupó
que pudiera tener ácaros, así que intentó sacárselo para poder meterlo en la
lavadora. Lo tenía muy bien agarrado, pero tras unos minutos de insistencia
logró hacerse con él.
-
Más te vale que esté listo para mañana – le dijo Rubén. – No quiero
ni pensar el berrinche que podría armar si no lo encuentra.
-
Le daré un lavado rápido y lo meteré en la secadora –
respondió Marcos. – Pero Gabi no hace berrinches.
-
Mírate: ni dos días de paternidad y ya eres toda una mamá gallina
defendiendo a sus polluelos.
Rubén había esperado mucho tiempo para devolverle
alguna de las pullas que Marcos le había soltado cuando nacieron sus hijos y
pensaba cobrárselas todas juntas.
El niño se había dormido sin cenar y, aunque les
preocupaba sus carencias vitamínicas, decidieron no despertarle. Rubén se
ofreció a llevarle a la cama, sabiendo que tenía más fuerza que su hermano,
pero Marcos lo rechazó y cogió con cuidado al pequeño, tratando de que no se
despertara. Gabriel tenía el sueño profundo y no abrió los ojos en todo el
trayecto. Soltó un largo suspiro cuando le depositó sobre la almohada y se giró
hasta ponerse de lado. Marcos no pudo resistir la tentación de colocarle el
pelo, que había quedado sobre su cara. Contempló aquel rostro angelical y le
arropó lo mejor que pudo.
-
Siento haberle dado tu cuarto – susurró. – No sabía dónde
ponerle.
-
No te preocupes.
-
Puedes dormir en el de mamá y papá. O en el mío: lo más
probable es que duerma con él. Ayer lo hice por accidente y creo que fue buena
idea que no despertara solo. Aún le extraña todo esto.
-
Lo dicho: mi sobrino va a ser un mimado – le chinchó, como
cuando eran más pequeños.
-
Creo que eso le corresponderá a otro – suspiró Marcos. – No quiero
que se vaya…
-
No pienses en eso ahora. Aún queda tiempo – le dijo Rubén. Sé
guardó para sí mismo lo que estaba pensando y es que sabía que su hermano haría
todo lo posible para que el niño se quedara con él.
Hablaron un poco más mientras el
peluche se lavaba. Después se desearon buenas noches y se fueron a dormir.
Marcos se puso el pijama y se subió a la cama intentando no provocar demasiados
movimientos en el colchón para no despertar al pequeño. Su vida había dado un
vuelco y todo le parecía una locura, pero al estar así, tumbado junto al niño,
se sintió lleno de paz.
Gabi fue el primero en despertar al
día siguiente. Sus ojos claros observaron la habitación en la que se
encontraba, recordándola del día anterior. Observó también al hombre que dormía
a su lado y, si Marcos hubiera estado despierto, habría muerto de ternura al
ver cómo el pequeño recorría su rostro con la punta de los dedos, como si
quisiera memorizar cada rasgo. El roce tuvo que hacerle cosquillas porque, aún
inconsciente, sus labios se estiraron en una sonrisa.
De pronto Gabi se fijó en un pequeño
insecto que revoloteaba por la habitación, con un molesto zumbido. Dio una palmada
en el aire intentando atraparlo, pero el mosquito era más rápido. Gabi se
levantó de la cama y persiguió al bicho por toda la casa. Lo perdió en un par
de ocasiones, pero lo volvió a encontrar en el salón.
Rubén estaba durmiendo en el sofá. Se
había puesto como excusa que quería ver la tele, pero en realidad lo que pasaba
era que no estaba acostumbrado a dormir solo. Desde hacía años compartía la
cama con su mujer y de vez en cuando con dos niños extracariñosos que le habían
hecho dependiente de sentir un cuerpo a su lado a la hora de dormir. Tampoco
ayudaba que aquella fuera la casa de sus difuntos padres. Marcos debió de
pasarlo muy mal quedándose allí solo después de su muerte. Todo en aquel lugar
recordaba a ellos.
Gabi siguió al mosquito con pasos
sigilosos. Es difícil decir por qué la presencia de tan insignificante criatura
le molestaba tanto. Tal vez porque recordaba las picaduras que había sufrido en
alguna ocasión. O quizás porque, en medio de aquel lugar lleno de cosas
desconocidas, el mosquito era un elemento que reconocía y con el que sabía qué
hacer. Los animales ahuyentan a los insectos para que no les piquen a ellos ni
a sus crías, y Gabi pensaba hacer lo mismo.
El mosquito se fue a posar sobre la
frente de Rubén, y Gabriel no dudó un segundo en dar un fuerte manotazo, que
resonó en toda la estancia.
-
¡Au! – exclamó Rubén. - ¿Pero qué…?
Se sentó bruscamente y buscó la causa
de aquel inesperado dolor.
-
¡Tú! – dijo, al reparar en Gabriel. – Ven aquí, mocoso del
diablo…
Se levantó mientras se frotaba la
frente y se acercó al niño. Le agarró del brazo y se preguntó por qué le habría
pegado. ¿Tal vez estaba enfadado con él? ¿Había esperado a que estuviera
dormido e indefenso para golpearle?
Gabi comenzó a gruñir, asustado por
un agarre del que no podía soltarse, ya que Rubén era bastante fuerte. Enseñó
los dientes y le arañó el brazo, consiguiendo así que su brazo quedara libre.
-
¡Me has hecho sangre! – siseó Rubén.
El niño salió corriendo en busca de
Marcos y se tiró sobre la cama en una clara aunque muda petición de protección.
-
¡MARCOS, CONTROLA A TU SALVAJE!
Con tanto alboroto, Marcos ya se había despertado,
pero todavía no entendía demasiado bien lo que sucedía. Sus brazos rodearon a
Gabi instintivamente y no le podía culpar por su expresión atemorizada ya que
cuando su hermano entró en la habitación parecía capaz de comerse a alguien.
-
¡Me ha arañado! ¡Y me despertó con un golpe!
Gabi también pareció acusar a Rubén
con sus ojitos titilantes e indefensos. Marcos soltó una carcajada.
-
¿Qué cuernos es tan gracioso?
-
Parecéis dos críos peleando, eso es lo gracioso – respondió.
-
Grrr. A ver si te hubiera hecho tanta gracia si es a ti al
que le despiertan así.
-
Deja de gruñir, le estás asustando – le reprochó. – No pasa
nada, Gabi. El oso gigante no te hará daño.
-
No le digas eso, a ver si se va a penar que soy un oso de
verdad.
-
No andaría muy desencaminado – rio Marcos. – Tienes los
modales de uno.
-
Qué graciosos os habéis levantado esta mañana – bufó Rubén. Ya
más tranquilo y recuperado del susto, reparó en algo: - ¿Te has dado cuenta de
que ha venido directamente a ti para que le ayudes? Me recordó a Pedro hace un
par de años, cuando escuchaba un ruido fuerte y se asustaba y venía a por mí.
-
Tanto hablar de tus hijos y aún no los veo. ¿Cuándo llegan?
-
Imagino que sobre la hora de la comida…
-
¡Rayos! ¡No pensé en eso! – se horrorizó Marcos. - ¿Qué les
voy a dar de comer?
-
Tranquilo, hombre. Son tu cuñada y tus sobrinos, no los reyes.
Ya sabes cómo ganártelos: macarrones con queso.
Marcos sonrió. Sí, Jaime y Pedro eran
felices con eso.
-
Primero preocúpate porque este monstruito desayune. Sí, hablo
de ti. Aún no me olvido de lo que hiciste – dijo Rubén, pese a saber que el
niño no comprendía sus palabras.
-
No seas rencoroso – replicó Marcos. – Ya aprendí mi lección
ayer: nada de leche. Gabi aceptó todo menos eso.
-
Me importa un pimiento lo que Gabi “acepte”. ¿Has visto su
tamaño? Necesita el calcio.
-
Vale, vale.
Marcos sirvió el desayuno mientras
Gabriel se quedaba en la cama. Rubén fue a llevarle su peluche recién extraído
de la secadora para que el niño no tuviera miedo a acercarse a él. Por un lado
se arrepentía de haberle gritado y por otro consideraba que tendría que haberle
dado también un par de azotes, por golpearle y arañarle.
Cuando el desayuno estuvo listo,
Gabriel mostró cierto interés por la comida. Seguramente tenía hambre por
haberse acostado sin cenar.
-
Ah, ah. Primero a lavarse las manos – dijo Rubén.
Marcos se sintió culpable, porque no
se había ocupado antes de que el niño hiciera eso. Tenía que empezar a estar
pendiente de su higiene, aunque el pequeño rehuyera la mayoría de los objetos
del cuarto de baño.
Gabi intentó alcanzar una fruta, pero
Marcos se lo impidió.
-
Ven, monito – le pidió, y le guio de la mano hasta el baño.
El niño le siguió dócilmente.
Una vez en el aseo, Marcos abrió el
grifo y Gabi reaccionó con su recelo habitual.
-
No te asustes, no te hará nada, solo es agua.
Le mostró lo que quería que hiciera,
extendiendo sus propias manos bajo el chorro. Gabriel le miró, pero no hizo ni
el amago de imitarle, así que Marcos le cogió las manos y se las colocó bajo el
grifo. El niño obviamente conocía el tacto del agua, así que no se sobresaltó y
las dejó ahí.
Marcos tomó un poco de jabón, hizo
espuma, y frotó las manos de Gabi como haría con las de un chico más pequeño.
- Muy bien, Gabi – le felicitó, por
no poner trabas. Le hizo una caricia en el brazo, como refuerzo positivo por
esa actitud tranquila.
Le aclaró las manos y se las secó con
una toalla, pero cuando le tuvo frente a él entendió por qué había estado tan
quietecito: notó una gran mancha húmeda en el pantalón de su pijama. Gabi se
había hecho pis encima de nuevo. El sonido del agua al correr debía haber sido
demasiado para él.
-
Ni siquiera sabía que tuvieras ganas – suspiró Marcos. –
Perdona, pequeño. Tendría que haber pensado que tenías que ir, después de toda
la noche.
Le desnudó lentamente y puso la ropa
en el cesto.
-
¡Rubén! ¡Tráeme ropa para Gabi! ¡Está en el primer cajón! –
le pidió, sin separarse del niño. – A la ducha contigo, monito.
Abrió la mampara y el niño miró la
zona con desconfianza, pero ya lo había probado el día anterior y parecía
recordarlo, porque se metió. Marcos probó que la temperatura del agua fuera
correcta y después enfocó la alcachofa hacia él.
-
De todas formas te tenías que duchar. Pero necesitamos
inventar una señal para cuando quieras ir al baño.
Rubén llamó a la puerta antes de
entrar.
-
¿La de ese cajón es toda la ropa que tiene? – preguntó,
mientras dejaba encima de la tapa del inodoro un pantalón, un calzoncillo y una
camiseta. - ¿Le vas a duchar?
-
Se ha hecho pis – explicó. – Y sí, de momento no tiene más
ropa. La trabajadora social le compró algo y yo también, cuando estaba en el
hospital, pero cuando le conocí estaba prácticamente desnudo. Ya te dije que
casi se muere de frío.
-
Pobre microbio. Os dejo intimidad.
Marcos asintió y se concentró en el
pequeño. Observó cómo su espeso y enmarañado cabello rubio se aplanaba por
efecto del agua. Igual que el primer día, le enjabonó con la esponja y se la
dio para intentar enseñarle a hacerlo. Después le aclaró y le envolvió en una
toalla.
La parte complicada vino cuando
intentó vestirle. Gabi se resistió cuando trató de ponerle los calzoncillos y,
cuando Marcos insistió, le mordió la mano.
Marcos frunció el ceño y tiró
suavemente del pelo del niño.
-
No – le dijo, firmemente.
Eso bastó para se estuviera quieto,
pero no dejó que le metiera el pie por el agujero correcto. Marcos probó con
otra táctica y se le llevó en brazos, envuelto en la toalla, a la habitación.
Allí parecía sentirse más cómodo. Colocó al niño sobre la cama y volvió a
intentar ponerle la ropa, pero esa vez se llevó una patada.
Tras dudarlo un poco, pero recordando
la conclusión a la que había llegado el día anterior, levantó al niño con una
sola mano y le dio una palmada sobre su trasero desnudo.
PLAS
-
No – repitió.
Gabi se tapó enseguida y le miró con
ojos desconcertados que cada vez iban brillando más, hasta que una solitaria
lágrima se escurrió por su mejilla, estrujando el corazón de Marcos en el
proceso.
-
No se dan patadas – le dijo, tocando su pie, deseando que
entendiera.
No aguantó más y le dio un abrazo, resistiendo
las ganas de frotar el lugar donde su mano había impactado. Rubén en alguna
ocasión lo hacía con sus hijos, cuando les consolaba después de un castigo,
pero Marcos no estaba seguro de que fuera recomendable en el caso de Gabi, pues
el niño no entendería por qué primero le pegaba para después acariciarle.
Gabriel apretó el abrazo y se colgó
de su cuello, enredando los pies en su cadera. Marcos tuvo que hacer algo de
esfuerzo para sostenerle. No pesaba mucho para su edad, pero era
considerablemente más pesado que sus sobrinos.
-
Ya pasó, pequeño. Tranquilo.
Le hizo mimos en la espalda y cogió la toalla para
cubrirle un poco aunque fuera, sintiéndose extraño por sostenerle así sin nada
de ropa. Se agachó para recoger también el peluche, y se lo dio.
-
¿Qué pasó? ¿No le vistes? - preguntó Rubén, yendo a su
encuentro al ver que tardaban.
-
Eso intento, pero se ha puesto un poco difícil. Le di una
palmada – le confío. – Y ahora no me suelta.
-
¿Te ayudo?
-
Por favor.
Rubén se acercó, pero en ese momento
llamaron al timbre.
-
Rebeca y los niños ya están aquí. ¿A qué hora se han
levantado? El AVE tarda dos horas y media.
-
No aguantan ni un día sin ti – sonrió Marcos. – Ve a abrirles.
Yo me quedo con él.
-
¿Seguro?
-
Sí, no te preocupes.
Rubén fue a recibir a su familia y
Marcos separó a Gabriel apenas unos centímetros, para mirarle a la cara. Le dio
un beso en la cabeza. Sin soltarle, cogió los calzoncillos y se dispuso a
ponérselos así, sin bajarle de sus brazos. Era un poco difícil maniobrar en esa
postura, pero Gabi no puso objeciones en esa ocasión.
Feliz por ese pequeño triunfo, le
sentó sobre la cama para ponerle la camiseta, pero Gabriel se escabulló y salió
del cuarto, topándose directamente con su primo Jaime.
“Por lo menos está en ropa
interior”
pensó Marcos.
Gabi retrocedió rápidamente y se pegó
a la cintura de Marcos, como si quisiera preguntarle qué era esa especie
invasora que estaba de pronto en su territorio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario