CAPÍTULO 3: La confesión
Mi madre se había quedado en silencio, como yo cuando
el profesor de Historia decidía hacerme un examen oral sobre la dinastía de los
Austrias. Mi pregunta no había sido tan difícil, en mi opinión. ¿Qué rayos
había querido decir con “ecografías normales” y qué tenía que ver mi padre en
todo eso? Y ya que estábamos, ¿cómo era posible que los ojos me hubieran
cambiado de color? ¿Era permanente?
La única respuesta que obtuve fue a esto último, ya
que, afortunadamente, el intenso e inquietante rojo se fue desvaneciendo,
dejando paso a mi heterocromía habitual.
Mamá se sentó en el sofá, no sé si por la impresión o
porque estaba cansada. Tenía mala cara, estaba pálida y con muchas ojeras. Aún
me sentía culpable por haberla gritado. Desvié la mirada y volví a encontrarme
con mi reflejo.
-
¡Ahora están morados! – exclamé.
En ese punto, tenía que replantearme mis últimas
comidas. ¿Había setas alucinógenas en alguna de ellas? ¿Existía la posibilidad
de que hubiera consumido drogas? Me había pasado media adolescencia rechazando
los porros, no podía ser tan imbécil como para probar otras sustancias. ¿O sí?
¿Lo recordaría de ser así?
-
Dime que es la fiebre – le pedí a mi madre. – Dime que estoy
desvariando.
-
Lo cierto es que empiezo a pensar que no has tenido fiebre –
dijo ella. – Sino que mis peores temores se están confirmando.
-
¿Qué temores? – susurré, sin poder dejar de observar esa
extraña tonalidad alrededor de mis pupilas.
-
Siéntate a mi lado, Rocco…
Obedecí como un autómata.
-
Tú sabes que no me gusta mucho hablar de tu padre.
-
Apenas sé nada de él.
-
Y yo tampoco – me respondió. – Pero hay algo que nunca te he
contado.
Parpadeé.
-
Tienes que entender que yo tenía tu edad y era bastante menos
madura que tú – empezó y sonó como un pobre intento de justificación. – Ocurrió
tal como te conté: le conocí en un concierto y me gustó enseguida. Era muy
guapo y tenía cierto aire de marginado. Yo había bebido y me insinué
descaradamente, pero él, lejos de aprovecharse, comenzó a regañarme como si
fuera una niña por “hacer daño a mi cuerpo de esa manera”.
-
La parte del alcohol te la saltaste las otras veces –
reproché.
-
No quería ser un mal ejemplo. Pero bebí. Bebí y mucho, hasta
el punto de que la amiga con la que había ido casi tuvo que arrastrarme a casa.
Por eso no le di importancia a lo que vi, porque lo achaqué a la borrachera.
-
¿Qué es lo que viste? – tuve que preguntar, con cierto temor,
porque se quedó callada.
-
Lo mismo que he visto ahora. Sus ojos, que eran marrones, cambiaron
de color.
-
¿Se lo dijiste?
Mamá negó con la cabeza.
-
Tenía miedo de que me tomase por loca. Me había encaprichado
de él. De hecho, le di mi teléfono con la esperanza de que me llamara y casi me
muero cuando lo hizo. Nuestras escasas citas se resumen en mi intento de
llevarle a la cama por cualquier medio posible – me confesó. – Ya eres mayor,
así que te lo puedo decir sin evasivas.
-
Tampoco necesito los detalles – repliqué, asqueado al
imaginar a mi madre en una situación así.
-
Él siempre se negaba porque… esta es la otra cosa que nunca
me atreví a decirte… era bastante mayor que yo.
-
¿Cómo de bastante? – inquirí.
-
Treinta y pocos.
-
¿Pero qué…? – me escandalicé. - ¡Era un pederasta!
-
Eso me dijeron mis amigas, Ro. Y puede que tuvieran razón.
Pero en su defensa diré que él nunca hizo ningún movimiento inapropiado. Lo
mantenía en lo estrictamente platónico.
-
Claro, y yo nací por obra y gracia del Espíritu Santo – bufé.
-
Pues casi sí.
Me quedé en silencio por unos
instantes.
-
¿Casi sí? ¿Qué quiere decir “casi sí”?
-
Una noche, cuando estábamos en un parque, yo me lancé. Le
besé apasionadamente y, aunque al principio él intento apartarme delicadamente
como hacía siempre, hubo un punto en el que dejó de resistirse y me correspondió.
Nos dejamos llevar y…
-
Sin detalles – gruñí.
-
Bueno, pasó lo que pasó. Y durante… ya sabes… lo volví a ver:
sus ojos habían cambiado de color y eran amarillos. Estaba oscuro, y yo estaba
concentrada en otra cosa en ese momento, así que pudo ser una impresión mía o
eso es lo que me dije.
-
Después de eso te dejó tirada en el parque, se largó y no
volvió, ni siquiera cuando le dejaste un mensaje diciendo que te quedaste
embarazada – concluí, porque esa parte de la historia la conocía.
Mamá asintió, perdida en sus
recuerdos.
-
Para mí fue una noche mágica, pero para él supongo que todo
fue un gran error. Me apoyé en su pecho y cerré los ojos. No llegué a dormirme,
pero estaba relajada y feliz, disfrutando de la brisa nocturna del verano en
compañía de un hombre al que creía amar. Hasta que él se separó de golpe. Me empezó
a preguntar airadamente y sin dejarme contestar pasó a las disculpas. Dijo que
no recordaba lo que había pasado, que no era dueño de sí mismo y que le
perdonara por lo que me había hecho. Se fue corriendo y, aunque lo intenté, no
pude alcanzarle – suspiró, pero luego levantó la cabeza y sostuvo mi mirada con
determinación. - Lo cierto es, Rocco, que no solo se fue. Desapareció. Se
desvaneció delante de mí.
-
¿Cómo que se desvaneció?
-
Mis amigas me convencieron de que el dolor y las emociones
vividas me habían jugado una mala pasada. Pero yo sé lo que vi, hijo. Muy
dentro de mí, siempre lo he sabido – afirmó, con seguridad.
-
Dijiste que estaba oscuro… - planteé.
-
En el parque, sí. Pero cuando desapareció había una farola.
Intenté asimilar lo que me decía. Mi madre no estaba
loca y tampoco tenía sentido que se inventara algo así. Por otro lado, mis ojos
habían cambiado de color y alguna explicación tenía que haber.
-
¿Alguna vez hice cosas raras? – logré preguntar. – Ya sabes,
de pequeño.
-
No, nunca. Por eso no te dije nada. Tras los primeros meses y
después de pasar una fase de angustia pensando que podías tener ADN mutante o
algo así, quedó claro que era un embarazo normal, y de él nació un niño normal.
-
Hasta hoy – musité.
-
Me dejé convencer de que no había pasado nada aquella noche.
No había una explicación lógica para lo que vi, así que acepté que debía de
haber visto mal. Debía ser mi cerebro añadiendo misterio al hombre enigmático
que se había convertido en mi primer amor. Pero, fuera una fantasía o no, nunca
lo olvidé. Esa fue la última vez que le vi, pero no la última vez que supe de
él - concluyó mamá.
-
El anillo – adiviné y ella asintió.
El tipo la envió un sobre firmado, pero con un mensaje
críptico: “este anillo nos conecta”. Mamá siempre pensó que era una broma
macabra de su parte dejarla tirada de esa manera y luego darle aquella sortija,
con el significado particular que tiene esa clase de joya. Pero no se deshizo
del anillo. Cuando supo que estaba embarazada, lo guardó, pensando que era lo
único que podría entregarme que hubiera pertenecido a mi padre.
-
¿Así que crees que lo que me pasa en los ojos lo heredé de
él?
-
Hay algo más. Mientras estuve con él, cuando toqué directamente
la piel de su pecho…
-
¡Mamá! – gemí. Que no quería saber esas cosas.
-
…noté que estaba muy caliente. Esto no me pareció tan
extraño, mis manos podían estar frías o quizá sea normal que la temperatura
corporal de algunas personas aumente durante el sexo. Pero, por alguna razón,
tu fiebre de estos días me lo ha recordado. He tenido mucho tiempo para pensar
y está claro que no tienes más síntomas. No estás enfermo.
-
Ahora mismo me siento enfermo – respondí. – Pero, aunque todo
esto fuera cierto…
-
Es cierto – me interrumpió.
-
Aunque lo que me está
pasando tenga que ver con él, no hay manera de saberlo. Hace diecisiete años
que no da señales de vida – dije y ella puso una mueca. - ¿Mamá?
-
No sé cómo localizarle – admitió. Pero me escribió una última
vez.
-
¿Qué? – exclamé.
-
Cuando tú tenías doce años, alguien dejó un sobre por debajo
de la puerta. Ponía que me había visto con un niño y que necesitaba saber si
ese niño era suyo. Que lo consideraba muy poco probable pero que, de ser así,
había algunas cosas que yo tenía que saber. Me pedía que, si era el padre, me
reuniera con él en una hora y en un lugar y que llevara el anillo conmigo.
Mi corazón se olvidó de latir, mis pulmones de
respirar y mi cuerpo entero del hecho de que estaba vivo. Siempre había pensado
que mi padre era un sinvergüenza que había ignorado los mensajes de mi madre
cuando le contó que estaba embarazada. Ni siquiera me permitía pensar en que
tales mensajes no le hubieran llegado por alguna catástrofe inevitable (como
por ejemplo, que hubiese muerto poco después de darle aquel anillo a mi madre)
porque eso era idealizar a un hombre que no se lo merecía.
Sin embargo, de pronto descubría que realmente él no
sabía que tenía un hijo y que había vuelto para averiguarlo.
Las pocas cosas que creía saber sobre mi padre eran
mentira. No había sido un adolescente inconsciente, dejando embarazada a su
novia de instituto. No había sido un imbécil abandonador de niños. Y,
aparentemente y según la palabra de mi madre, hacía cosas sobrenaturales.
- ¿Qué quería? - me impacienté, al ver que mamá no
continuaba. - ¿Qué te dijo?
- No lo sé… No fui a verle.
- ¡¿Qué!? – exploté, levantándome del sofá
bruscamente.
- Rocco, cálmate.
- ¡Y una mierda voy a calmarme! ¿Mi padre vino a
comprobar si yo era su hijo y tú no le dejaste?
- ¡Doce años, Rocco! – me recordó. - ¡Tardó doce años
en hacerlo! ¡Desapareció sin dejar rastro, ignoró mis llamadas y mis mensajes,
y vuelve doce años después preguntando si tiene un hijo!
- ¡ERA MI ÚNICA OPORTUNIDAD DE CONOCERLE! – chillé.
Estaba tan enfadado. Quería romper algo y si era algo
de mi madre, mejor. Como su corazón, igual que ella había roto el mío.
-
Él no me pidió conocerte – susurró. – De hecho, en la carta
dejaba claro que si eras su hijo no podría verte, ni hablar contigo.
La sondeé, intentando averiguar si me
estaba diciendo la verdad. Por primera vez en mi vida, no estaba seguro de
poder confiar en ella.
-
No tenías derecho a ocultármelo – declaré, apretando los
dientes.
-
Cariño… Lo sé… Pero solo quería ahorrarte un dolor
innecesario.
Le di la espalda. Me hubiera gustado salir de casa a
dar una vuelta y despejarme, pero mi vida había tenido que venir a tambalearse
justo durante una cuarentena. Caminé hasta mi cuarto y cerré la puerta. Por si
acaso se le ocurría entrar pasado un rato, la bloqueé con mi escritorio.
Madre mía pero que historia tan interesante te has mandado amiga mía, solo dire que la continúes pronto jejeje qué muero por saber más.
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