CAPÍTULO 25: LOS HERMANOS SE
DEFIENDEN
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Esa noche se contó entre las peores de mi vida. Creo que Alejandro
nunca entenderá lo que nos hizo pasar… Sé que a papá no le gusta mucho pensar
en eso, ni recordarlo, pero lo peor fue buscarlo en el bosque. Fueron muchas
horas, y mi padre atravesó todas las emociones posibles que un hombre puede
atravesar, repitiéndose con constancia el miedo y la ira. De vez en cuando le
sorprendía soltando frases desesperadas en voz baja, como si estuviera medio
ido…. Cosas como “no puede pasarle nada. No a él. A él no”.
Algunas de esas frases me dolían un poco, porque confirmaban algo que
yo había pensado en otras ocasiones: papá sentía debilidad por Alejandro al
igual que las madres sienten debilidad por los hijos enfermizos. Era el que más
problemas le daba, y aun así era…el favorito de papá. En ese momento mis
pensamientos estaban bien lejos de los celos. Por mí como si le hacía un altar
a Alejandro: yo sólo quería que volviera, y que estuviera bien.
En un determinado momento papá me hizo entrar en casa y yo me quedé
hablando con Michael. Era una de nuestras primeras conversaciones a solas… y no
fue sobre nosotros, sino sobre Aidan. Michael estaba tan enchochado con papá
que parecía olvidarse de que su medio hermano era yo. Pero en fin, no me
importó responder algunas preguntas sobre Aidan, ni contarle lo que sabía sobre
él y su vida pasada. Pareció interesarse mucho en su relación con Andrew y no
le puedo culpar: era intrigante como poco. A veces parecía que papá le odiaba,
y otras que le echaba de menos. Yo sabía muy poco al respecto. Sabía que Andrew
nos había abandonado, que a papá le había hecho mucho daño (por lo visto, y
según le había dicho a Alejandro, le maltrataba de alguna forma aunque nunca le
golpeó) y que le odiaba por algo que tenía que ver conmigo directamente. Eso
último lo había deducido con los años, pero jamás habíamos hablado de ello.
Inevitablemente, de vez en cuando, los dos mirábamos hacia la puerta
para ver si Alejandro aparecía. Cuando ya cundía la desesperanza, volvió.
Volvió, y estaba bien, aunque entonces pensé que papá iba a matarlo. A lo mejor
le mataba yo también.
Me sentí mal al irme al colegio dejándole allí… Sabía que papá nunca le
haría daño, pero también sabía que aquella vez iba a ser aún peor que cuando
bebió, y no hacía tanto de eso. Una parte de mí se preguntaba si al volver a
casa todo iba a estar bien.
También estaba preocupado por Michael, y lo que sea que fuera hacer
para la policía. No había forma de que soltara prenda acerca del oficial
Greyson, a pesar de que parecía conocerle muy bien. No nos decía qué clase de
hombre era, y se limitaba responder “ya le visteis ¿no?” en un tono que hacía
pensar que no le caía bien. Lo cual era extraño, teniendo en cuenta que ese
hombre le había sacado de la cárcel.
Una vez en clase, sin embargo, tuve otras cosas en que pensar. Mis ojos
buscaron a Agus involuntariamente, y no descansaron hasta encontrarla. Ella
estaba con unas amigas. Me saludó con la mano y me sonrió, y ese gesto tan
sencillo aumentó mi ritmo cardíaco hasta alcanzar cotas peligrosas. Iba a
acercarme para hablar con ella (Ya podía hacerlo ¿no? Ya tenía algo de lo que
hablar, y ella no estaba comprometida, y no quedaría extraño después del día
anterior)…. sin embargo, Mike me interceptó.
- ¿Y bien? – exigió, mientras me arrastraba contra las taquillas, para
encajonarme y que no tuviera escapatoria.
- ¿Y bien qué?
- ¿Qué pasó ayer? ¡Te fuiste con ella! Tío ¿no has visto mis whatsapps?
¡Te mandé como mil!
- Desactivé el wifi. Quería conservar la batería por si llamaba mi
hermano.
- ¿Tu hermano? – preguntó, extrañado. Entonces pasé a resumirle la
brillante idea de Alejandro de drogarse y escaparse de casa. Los ojos de Mike
se abrieron por la sorpresa.
- Caray con Alejandrito.
- Que no te oiga llamarle así…
- Si lo hago precisamente por chincharle. No tengo hermanos pequeños,
así que tomo prestados los tuyos. Pero en fin, en días como hoy me alegro de no
tenerlos. ¿Es que quiere morir? ¿Qué ha hecho Aidan?
- No lo sé…Sólo espero que siga vivo cuando vuelva a casa. - respondí,
mientras abría mi taquilla. Empecé otra frase, pero la dejé a medias al ver lo
que había dentro de mi compartimento. Lo cerré bruscamente.
- ¿Ted? – preguntó Mike, que no lo había visto e intentó abrir la puerta
de nuevo. Al ver que yo no le dejaba, su curiosidad le empujó a intentarlo con
más ganas. Al final lo consiguió. – ¿Pero qué mierdas…? – gritó, y sacó el
objeto de mi taquilla. Con él en la mano, echó a andar con mucha rapidez. Yo le
perseguí.
- ¿Qué haces?
- ¿Tú que crees? Voy a llevárselo al director.
- ¡No! ¡Espera! ¡Mike, espera!
- ¿Esperar qué? – preguntó, con enfado, deteniéndose.
- No lo hagas. Sólo es alguien picado por las tareas extras del de
Historia del Arte. La semana ya acabó y aún no se sabe quién fue el de las
diapositivas, así que ya os dejará en paz y no mandará más deberes….
- Esto empezó antes de los deberes, Ted. Empezó con esos panfletos
tontos, pero ahora es mucho peor. – dijo, agitando en la cara el objeto que
había sacado de mi taquilla.
El objeto en cuestión era un muñeco negro (con un asombroso parecido
conmigo, como si alguien se hubiera esforzado por vestirle como yo), atravesado
por un puñal, manchado con pintura roja. Daba un poco de grima y no sabía si
interpretarlo como una amenaza, como racismo, o como qué. -
- Es una tontería. Es absurdo molestar al director por esto….
- Jolín, Ted, si se tratara de Fred estarías conmigo. Te pasas la vida
diciéndole que hable con algún profesor. No te estás chivando ¿vale? Ni siquiera
sabes quién fue…
- En realidad, tengo una ligera idea…. – susurré.
- ¿Qué?
- Jack me llamó “negro de mierda” ¿recuerdas? Y debe de guardarme
rencor por lo de ayer…
- Pues si ha sido él entonces con mayor motivo. No lo hagas por ti,
sino por Fred. Siempre le está dando por culo y si éste cuchillo es de verdad
puede ser suficiente motivo para expulsarle…
- Por cierto, ¿dónde está Fred? – pregunté. - ¿Llega tarde?
- ¿Fred tarde? Si está aquí antes de que abran el colegio…Estará
enfermo. Ayer cuando le dejé en su casa estaba algo serio. Tal vez le dolía la
cabeza. Pero no me cambies de tema: Ted, esto tienes que decirlo. Es una broma
de mal gusto.
Suspiré. Desgraciadamente, Mike tenía razón. Pero si iba al despacho
del director con el cuento seguramente me preguntaría quién lo hizo, y yo
tendría que decir que sin estar seguro creía que podía ser Jack, y le llamarían
a él, y me ganaría el odio de mucha gente, y vendrían nuestros padres y…. ¡Oh,
mierda! Aidan en ese momento estaría dejando a Michael en la comisaría o ya con
Alejandro.
- ¿Podemos dejarlo para última hora? – pregunté. Mike asintió, pero me
miró con una cara que parecía decir “no creas que se me va a olvidar”.
– Alejandro´s POV –
Nunca iba a dejarme de doler. En esos momentos, estaba seguro de eso.
Oh, no, no me refiero a… cierta parte de mi anatomía. Que por cierto
también dolía, y mucho. Me refiero a la mirada de papá mientras me estaba
castigando, cuando me hizo repetir sus palabras como si yo fuera lerdito o algo
así. Esa mirada iba a dolerme toda la vida, porque no era una mirada de enfado,
no era una mirada de “me has decepcionado, hijo”, ni siquiera era una mirada de
“ya no confío en ti”. Era una mirada de “siento mucho tener que hacer esto”.
Era, simplemente, una muestra más de lo mucho que ese hombre me quería.
Saber que ese hombre no sólo era, sino que había escogido ser mi padre me hacía sentir honrado y en esos
momentos yo no creía merecerlo. No creía merecer que estuviera allí, conmigo,
mimándome para consolarme por la increíble paliza que yo solito me había
ganado.
Pensé en todo esto mientras papá dormía, y en ese tiempo me recompuse
un poco. Sorprendentemente, ya no tenía ganas de llorar. Tampoco estaba
enfadado. Sólo me quedé ahí, mirando a papá. Luego él se despertó y lo primero
que me dijo fue si quería desayunar. Así de simple. Nada de “sigo enfadado”,
“estás castigado” (aunque probablemente lo estuviera) ni “espero que hayas
aprendido la lección”. Sólo “¿quieres desayunar?” y me trajo un pedazo desayuno
en la cama.
No salía de mi asombro, incapaz de entender por qué había tenido tanto
miedo el día anterior. Papá había estado muy enfadado, pero no había sido tan
horrible. Bueno, mi trasero no pensaba lo mismo, pero mi cerebro estaba de
acuerdo conmigo en que habíamos imaginado algo mucho peor. Había pasado una
noche horrible, casi toda ella encaramado a la rama de un árbol, convencido de
que más me valía no bajar de ahí. Luego escuché que papá me llamaba, y supe que
tenía que volver, pero aun así no me atreví por mucho tiempo, sabiendo que
había cruzado varias líneas y que por tanto Aidan podía cruzarlas también. Pero
no lo hizo. No fue rudo, ni desagradable, ni tampoco tan duro como él mismo me
había prometido.
Aun así me dolía…había sido la peor de toda mi vida y eso que tenía un
largo historial. Si no seguía llorando era sólo porque papá estaba conmigo y yo
no quería que se fuera, así que copié a mis hermanos pequeños, que siempre se
ponían mimosos cuando papá les castigaba. Yo no tenía mucha práctica en hacer
eso…más bien solía enfadarme con él…Así que creo que me pasé de infantil. Pero
pareció hacer efecto.
Tras acabarme el colacao, devoré el bizcocho y los cereales, y papá me
pasó el suyo al verme con tanto apetito. Lo miré sin aceptarlo.
- Anda, cógelo. No vaya a ser que empieces a comerte la bandeja. –
bromeó.
Vale, yo estaba sensible y en ese momento me sentí tan nenaza como Ted,
porque pensé que era bonito que papá me ofreciera su desayuno para saciar mi
apetito. Fue como una demostración gráfica de que, en el orden de sus
prioridades, yo estaba antes que él mismo.
Antes muerto que decirle lo que estaba pensando, claro, así que le miré
con indignación fingida.
- No lo quiero.
- ¿Por qué no?
- Porque eres malo. – respondí, en tono de niño pequeño enfadado. Vivir
con Kurt ayudaba mucho a saber ponerlo.
- Ah, ¿aún sigues con eso?
- ¡Sí, porque aún me sigue doliendo! – protesté.
Luego le miré con algo de cautela. Quizá no fuera prudente quejarme
tanto. Él podía seguir enfadado y tenía derecho a ello, y podría hartarse de
que protestara. Pero Aidan sólo sonrió y se sentó a mi lado, medio abrazándome.
- Siento oír eso, pero también espero que sirva para que nunca vuelvas
a hacer algo como lo de ayer.
- Nunca…
- Bien – respondió, sonriendo más, y entonces me metió el bizcocho en
la boca, sin posibilidad de negación por mi parte, y soltó una risa.
Por primera vez en mi vida, entendí un poco mejor a Ted. Entendí su
comportamiento ejemplar y su reacción ante cualquier castigo. Se basaba en un
mecanismo sencillo: “cuando antes admitas que papá tiene razón, antes estarás
de buenas con él disfrutando de sus mimos”. Era más sencillo eso que ponerme a
discutir con él… eso nunca me había dado buen resultado…
“Ya, pues haber cuánto te dura tanta inteligencia” dijo una voz dentro
de mí… una que parecía venir de la parte de mi cuerpo que descansaba adolorida
sobre un cojín.
Bostecé, y ese fue un gran error.
- No has dormido ni tres horas – dijo papá, y se puso de pie. Abrió la
cama de Ted, que es en la que estábamos en ese momento, y me indicó que me
metiera.
- Pero no tengo sueño…
- A otro con el cuento.
- Pero…
- Alejandro, a dormir – sentenció, con firmeza.
- Papá…
- No quiero discutir – dijo, un poco más serio.
- Es que… quiero estar un rato más contigo – murmuré, muerto de
vergüenza. ¿Dónde quedaron mis quince años, joder? Papá me sonrió mucho,
mientras me arropaba.
- ¿Y quién te dijo que me vaya a ir? Hazme un hueco. Yo también me
caigo de sueño ¿sabes?
Escuchar eso me hizo muy feliz, pero tenía que disimular un poco.
- Aquí no cabemos los dos…
- Ya quisieras tú ser tan grande, escuchimizao – bromeó. Se tumbó a mi
lado, y me abrazó. - ¿Ves como cabemos?
No dije nada, y apoyé la cabeza en su brazo. Hacía mucho que no le
tenía así, para mí sólo. Sentí que papá hundía la nariz en mi pelo, dejando sus
rizos a muy buena disposición… Me mordí el labio y estiré la mano hacia su
pelo, pero luego la baje, y suspiré.
- ¿Por qué yo no lo tendré rizado? – reflexioné, en voz alta.
- Es perfecto tal y como es – respondió, y me lo acarició.
Aquello era muy gay, pero estaba a solas con mi padre, por una vez sin
máscaras, ni corazas, ni apariencias y… ¡al que le parezca vergonzoso que no
mire! Después de todo yo no tenía una madre con la que ponerme mimoso. Aidan
era mi madre. Y mi padre. Y mi hermano.
Al poco rato, los dos nos quedamos dormidos. Yo desperté como unos
cuarenta minutos después pero papá siguió durmiendo. Se había pasado la noche
en vela, y corriendo… Corrección: yo le había hecho pasar la noche en vela y corriendo.
Le dejé dormir, sabiendo que lo necesitaba.
Papá dormido parecía más joven. En ese momento estaba bien afeitado, y
perfectamente se le hubiera podido echar “ventipico” en vez de
“trintaypico…casi cuarenta”. Tenía la cabeza ladeada, y los rizos le tapaban un
poco la cara. Su rostro pacífico se volvió intranquilo de pronto. Cerró los
ojos con fuerza, y parecía que tenía un mal sueño.
- Aidan´s POV -
Alejandro puso una carita al decir que quería estar conmigo… ¿mi hijo
había retrocedido cinco años al pasado y yo no lo sabía? En fin, no iba a
quejarme, era genial. Me tumbé con él y disfruté de mi niño puesto que se
permitía ser uno en ese momento. Sin embargo estaba agotado, así que me dormí
otra vez.
Soñé con mis recuerdos, deformándolos un poco. Volví a vivir aquella
segunda visita a casa de mi abuelo, y mi subconsciente insistió en lo bueno que
Andrew había sido conmigo aquella vez. Reviví las muestras de cariño que me
dedicó… reviví los momentos de mi infancia que me hacían creer que Andrew, a su
manera, me quería. Entonces esas imágenes se desvanecieron y me encontré en una
habitación medio vacía, muy mal iluminada. Caminé por ella con recelo,
reconociendo algunos objetos. Era mi antigua casa. La casa de Andrew.
Allí, sentado en un sillón, había un hombre anciano que me miraba
fijamente. Tenía muchas arrugas y parecía algo enfermo. Era papá. En realidad
él no era tan viejo, pero sí lo era en mi sueño. Mi subconsciente parecía tener
como objetivo que me compadeciera de él… del hombre que me había dado la vida…y
lo cierto es que lo consiguió. El Andrew de mi sueño daba lástima por los
motivos por los que el Andrew de verdad no la daba. Papá siempre había sido
atractivo, saludable, fuerte de físico mas no de carácter. El de mi sueño era
un hombre estropeado, envejecido, apagado… y sorprendentemente había algo en
él, como un aura de fortaleza interna que me atraía hacia su persona, como el
hierro atrae a los imanes.
- Te fuiste, Aidan – dijo, con cierta dificultad, y una voz rasgada
como de persona que apenas puede respirar. No se parecía en nada a la voz
verdadera de Andrew, pero hacía mucho tiempo que yo no la escuchaba. Unos dos
años, más o menos, tras lo de Alice.
- Tenía que hacerlo. – respondí. ¿Qué era aquello? ¿Un juicio? De
pronto el sillón de Andrew se transformó en una de esas sillas de juez, y la
silla estaba más alta que yo, como si de nuevo fuera un niño al que Andrew
miraba desde arriba.
- Te fuiste – repitió él, y su voz se proyectó, como con eco. Mi cabeza
estaba llena de buenos argumentos: razones por las cuales me había ido de su
casa. Razones de mucho peso. Pero en ese instante fui incapaz, físicamente, de
decir ninguna, como si algo atorase mi garganta.
- ¡No me lo impediste! ¡Me gritaste y me insultaste para que me fuera!
– me defendí, cuando por fin pude hablar. Intentaba alejarme de allí pero cada
vez estaba más y más cerca, hasta que al final me encontré de lleno con sus
torturados ojos azules, iguales a los de Kurt.
- Lo hice para protegerte de mí.
En ese momento desperté, y me agarré fuertemente a las sábanas. Respiré
con dificultad y me sentí bañado en sudor.
- ¿Papá? – preguntó Alejandro, algo preocupado.
Le abracé con fuerza, y le acaricié el pelo, alegrándome más que nunca
porque no lo tuviera rizado, porque así lo había tenido también mi padre. No
quería pensar en Andrew. No quería que nada me recordara a él, y Alejandro lo
hacía con su presencia, todos los días. La misma sonrisa. La misma nariz. El
mismo gesto arrogante y encantador.
- Sólo… fue un mal sueño – susurró, intentando reconfortarme con algo
de torpeza.
- No. Es más que eso.
Yo era consciente de que mi sueño tenía razón: Andrew me dejó marchar
como una forma de protegerme, sabiendo que yo estaría mejor lejos de él. Sin
embargo, lo que debería haber hecho es impedir que me fuera, reteniéndome,
dispuesto a demostrarme que podía e iba a cambiar. Es lo que yo casi le
supliqué, pero sin el casi. Y él eligió rendirse. Eligió seguir un camino en el
cual yo no podía apoyarle. Le di a elegir… y Andrew no me eligió a mí.
Mis ojos se empañaron por pensar en cosas en las que hacía mucho tiempo
que no pensaba. Mi sueño y ese feo sentimiento de culpabilidad que estaba
experimentando me recordaron que de alguna forma retorcida Andrew me quería y
lo peor de todo es que yo le quería a él. Joder, era mi padre. Pero yo tenía
muchos recuerdos, y por desgracia la mayoría de ellos eran malos…
Cuando ya pensé que las emociones iban a desbordarme, sentí la mano de
Alejandro tocando me mejilla suavemente. Ese gesto me sorprendió, porque no
hacía eso desde que era muy pequeño.
- Sólo fue un sueño – repitió, con firmeza. Le miré a los ojos unos
segundos y luego le sonreí.
- ¿Has dormido bien? – le pregunté.
- Fatal. Roncas mucho. – mintió.
- Me parece que el único que ronca en casa eres tú…
- ¡Y Michael, no me jorobes! ¿Tú le has oído? ¡Tiembla la habitación
entera!
Estallé en carcajadas, sin poderlo evitar.
- Pobres Cole y Ted. Con vosotros dos ahí tendré que comprarles
tapones.
- Mejor nos compras otro cuarto, y al menos dos cuartos de baño más. –
contraatacó.
Me ensombrecí un poco.
- Me… me gustaría poder hacerlo. – respondí, algo avergonzado. Durante
muchos años no pude darles a Alejandro y a Ted todo lo que me hubiera gustado.
En ese momento las cosas nos iban bien, pero no tan bien como para poder
comprar una casa mejor.
Alejandro volvió a poner su mano en mi mejilla. Si seguía haciendo eso
me iba a derretir, e iba a pesar sobre su conciencia.
- ¿Quién quiere una casa más grande? ¿Te imaginas lo que sería
llamarnos a todos entonces? Con pasillos enormes….Necesitarías un megáfono.
Quita. Así estamos mucho mejor.
Le sonreí ampliamente.
- Cuando quieres eres un sol, Alejandro.
- No te acostumbres – me respondió, con su sonrisa desvergonzada. Luego
puso cara de indignación. - ¡No es justo! ¡Se supone que eres tú el que me está
mimando a mí!
- Ven aquí, quejica. – exigí y le apreté contra mí. Él no parecía
cansarse del contacto. Se tumbó a mi lado, usando mis piernas de almohada, y
manejó mi mano de tal forma que la puso sobre su pelo, indicándome donde quería
que le mimara.
Al cabo del rato me levanté únicamente para darle unos pantalones, para
que no se pasara en bóxers todo el día, máxime teniendo en cuenta de que en
seguida tendrían que llamar para traernos la litera, y no era plan de recibir a
nadie en ropa interior. Alejandro acabó de vestirse pero luego me atrapó,
dispuesto a recuperar su posición privilegiada otra vez. Vale. ¿Quién era ese y
que había hecho con mi hijo terco, orgulloso, y “demasiado mayor para tonterías”?
Porque eso es lo que solía responderme cuando estábamos viendo una peli en el
sofá y yo empezaba a mimarle. Me apartaba y me decía que ya no era un crío.
Decidí disfrutar de esos instantes robados antes de que volviera a su rancia
normalidad y su política de no mimos.
- Papá…- dijo, al cabo de un rato.
- Dime.
- Ya no hay más, ¿verdad?
- ¿Más qué, cariño?
- No me hagas decirlo – protestó, y escondió la cabeza.
- Es que no se a lo que…oh – exclamé, entendiendo. Le acaricié la
mejilla. – No cariño, no voy a castigarte más, bastante duro he sido contigo.
- No vuelvas a serlo – pidió, en su mejor tono infantil-manipulador.
- No vuelvas a portarte mal – contraataque, sin dejar de hacerle mimos.
Torció la boca, en un claro gesto de disconformidad y luego gruñó un poco.
- ¿Y si suspendo mañana, cuando me repitan el examen? ¿Me castigarás
entonces?
- No, mi vida. Esta vez te he visto estudiar.
- Pero… podría haberme esforzado más.
- Es muy noble de tu parte decirlo y te exigiré que lo hagas la próxima
vez, pero pase lo que pase mañana, tu estate tranquilo, ¿de acuerdo?
Alejandro asintió. En ese momento llamaron al timbre.
- Será la litera.
- ¿Quién dormirá en ella?
- Michael y Ted ¿no? Y que Cole recupere su cama de siempre.- dije,
pareciéndome lo más lógico.
- A mí me da igual como se distribuyan, pero yo no duermo arriba –
sentenció. Alejandro tenía malas experiencias con las literas de arriba: se
movía mucho, y no sé cómo lo hacía que aunque le pusieras barras protectoras,
él se caía.
Atendimos a los repartidores y Alejandro y yo pasamos casi todo el
resto de la mañana sacando la antigua cama de Ted y montando la litera.
- ¿Qué hacemos con la cama? – me preguntó, con algo de pena. Él odiaba
tirar cosas… si por él fuera no tiraría ni los bolis sin tinta. Se encariñaba
enseguida con los objetos. ¡Y eso que no era su cama, que sino…!
- No tiene sentido guardar una cama, Alejandro, ni tenemos dónde.
- ¡En tu cuarto hay sitio! ¡Y en el de Kurt y Dylan!
- ¿Y para qué quieren ellos otra cama?
- Oye, ¡quién sabe! ¡Aquí llueven los hermanos! – me dijo, y su parte
de razón tenía. – Así cuando venga a dormir algún amigo no hay por qué dormir
en el salón…
- Bueno – accedí, no del todo convencido. Si veía que estorbaba
demasiado en el cuarto de los peques nos desharíamos de ella. Me hacía cierta
gracia, y me gustaba ese afán de Alejandro por no desprenderse de las cosas.
Creo que se acordaba de cuando era pequeño, y tenía que reutilizar todo lo de
Ted porque no había dinero para casi nada.
Una vez terminamos todo, le dije a Alejandro que iba a practicar una
receta de pasteles sin azúcar, de los que Michael podía comer, e iba a intentar
ver si salía algo comestible. Todo lo que implicara “pastel” era como música
celestial a los oídos de Alejandro, (¡por lo visto, aunque tuviera marihuana!
¬¬) así que quiso ayudarme, pero no se estaba quieto y era algo torpón con las
medidas. Si le decía “un vaso de harina”, echaba uno y algo más que se le caía.
Rompió tres huevos, y cuando vi que me iba a quedar sin ingredientes
suficientes, le sugerí que me dejara sólo, pero la idea no le gustó en
absoluto.
- Venga, y así estudias un poquito para el examen.
- ¡No! Esto es más divertido.
- Ya, pero no le puedes responder eso al profesor. Vamos, que bastante
libre has tenido la mañana, no te quejarás.
- ¡Sí me quejo! ¡No me quedé por gusto! – protestó. - ¡Me pegaste!
- Pues si no quieres que lo haga otra vez quiero verte con los codos en
la mesa y la mirada en el libro – dije, en un falso tono firme, pero hablando con
desenfado.
- ¡”Ñó”! – dijo, imitando a Alice, creo, y agarrándose a la encimera
como diciendo “de aquí no me mueves”.
Sonreí y me acerqué a él, que se tapó las costillas sabiamente pensando
que yo le iba a hacer cosquillas. Para hacer eso tuvo que soltar las manos así
que le agarré, y cuando no tenía escapatoria le llené toda la cara de harina.
- ¡Eso es jugar sucio! – se quejó.
- Nunca mejor dicho, porque sucio estás un rato – me reí. En eso estaba
cuando volvieron a llamar al timbre.
- ¡Yo abro! – dijo Alejandro, y salió corriendo.
- ¡Espera! ¡Que tienes la cara blanca! – le recordé, pero no me oyó,
así que fue a abrir así, con harina y todo. Sacudí la cabeza, y le seguí.
En la puerta estaba la periodista del otro día, con una cara de pasmo
que no podía con ella, al encontrarse con un chico joven lleno de harina. Su
expresión era muy graciosa.
- Dicen que la harina es buena para rejuvenecer la piel – comenté.
- ¿En serio? – preguntó ella.
- ¡No! – respondí, y me reí. Esa mujer tenía algo de inocente
credulidad que no concordaba para nada con los treinta y pico años que debía de
tener. - ¿Qué se le ofrece señorita…Pickman? – pregunté, tras recordar su
nombre. Holly Pickman.
- Quería…mmm…me preguntaba….mmmm…. si es buen momento para esa entrevista.
- ¿Por qué no? A cualquier otra hora encontrará esta casa llena de
niños. Ahora sólo tengo a éste salvaje.
- ¡Eh! ¡Un respeto! – protestó Alejandro.
- Anda, ve a lavarte la cara. Pase, Holly. ¿Quiere un café?
- Eh… No, muchas gracias. – respondió, toda ruborizada. Ladeé la cabeza
con curiosidad. Hacía mucho tiempo que eso no me pasaba: esa mujer se sentía
atraída hacia mí. Se le notaba en lo nervioso de sus movimientos, en el rubor,
en la incapacidad para hablar sin balbuceos…Había visto ese efecto en las
mujeres cuando miraban a Andrew, pero no estaba acostumbrado a ser yo quien lo
provocara. Sin embargo luego me fijé en que llevaba anillo de casada. Debían
ser imaginaciones mías, en ese caso.
Nos sentamos en el salón y ella sacó su grabadora y su libro de notas.
Y entonces procedió con la mejor entrevista que me han hecho en mi vida. Así de
simple. Esa mujer era una de esas excepciones raras en el mundo del periodismo
que se leen el libro de la persona a la cual entrevistan. Ella si sabía de lo que
estaba hablando, y aquella conversación fue para mí un placer, porque no me
interrumpía, y me dejó explayarme a gusto.
- ¿Por qué ahora?
Esa fue su primera pregunta, y me dejó descolocado, sin entender nada,
que es lo que ella pretendía. Sonrió algo maquinalmente y luego se explicó. Así
es como quedó la entrevista cuando, días después, salió en el periódico:
- ¿Por qué decide en éste
momento dejar de lado la literatura infantil y juvenil y empezar con novelas
para adultos?
- Bueno, era lo que me faltaba ¿no? Había que intentarlo. En mi cabeza
hay cuentos constantemente. Cada pequeña cosa que pasa con mis hijos es materia
de inspiración para una historia infantil. Y, seamos francos, casi todo el
mundo puede escribir sobre un gusanito que quería ser mariposa: lo difícil es
conseguir que los psicólogos lo cataloguen como literatura recomendada para la
infancia. La literatura juvenil ya es algo más compleja, pero en casa tengo a
los críticos más feroces y exigentes. Escribir sobre magos y dragones está muy
bien, pero uno corre el riesgo de estancarse… No he abandonado esos géneros,
pero me apetecía probar algo nuevo.
-
¿Qué hay de usted en el protagonista del
libro?
- Casi todo.
- Pero la protagonista es una
chica…
- Y se llama Nadia, que es justo la inversión de mi nombre. Sí, sé lo
que me va a decir. Nadia tiene veinte años y está embarazada de su primer hijo.
¿Cómo es posible que se parezca a mí? Es evidente que yo no estuve embarazado
(risas), pero también tuve veinte años, y fui padre primerizo. Experimenté
todos los estados por los que pasa Nadia. Su miedo, su soledad…
- Casi parece que lo describe
como algo horrible.
-
Nada más
lejos. Es lo mejor que puede pasarle a nadie. Al menos, lo mejor que pudo
pasarle a Nadia, y lo mejor que pudo pasarme a mí.
-
Es necesario comentar el título. “Lágrimas de
invierno”. Toda la novela está ambientada en primavera…
-
El
invierno es todo lo que Nadie va a tener que enfrentar en el futuro, a raíz de
lo que le sucede. El final del libro no es demasiado alentador, pero es sólo
una primera parte. Confío en que me sea posible hacer una segunda, y que esas
lágrimas se borren para siempre.
-
Es fascinante que, siendo
usted hombre, escriba con tanto acierto lo que siente la protagonista, que es
mujer…
-
Eso no es
una pregunta, sino una forma de alimentar mi ego (risas). En realidad, si se
para a pensarlo, no es tan extraño. Miles de escritores lo han hecho antes, y
sobretodo, es muy habitual a la inversa.
– La novela aún no ha salido al mercado público, y sólo unos pocos escogidos, como una servidora, cuentan con un ejemplar. Este retraso ¿a qué se debe?
– La novela aún no ha salido al mercado público, y sólo unos pocos escogidos, como una servidora, cuentan con un ejemplar. Este retraso ¿a qué se debe?
-
Me
gustaría decir que es porque estamos mejorando detalles para que quede
perfecto, pero en realidad se debe a simples cuestiones de burocracia, ajenas a
mí en gran parte.
-
Lo bueno se hace esperar.
-
¡Y lo
malo! (risas)
-
Ya se ha ganado el corazón
del público joven. ¿Aspira a triunfar también entre lectores más maduros?
-
No me
gustaría que el libro se concibiera sólo como una novela de adultos, y no sé si
me atrevo a decir que va a triunfar. La crítica por lo general no me ha dejado
demasiado mal, pero eso no tiene por qué ser bueno. Dicen que quien tiene
suerte en el amor no la tiene en el juego…. Pues de esa forma no se puede
triunfar entre el público y también en la crítica.
Me hizo más preguntas que luego, seguramente por
cuestiones de espacio o “órdenes de arriba” no se incluyeron en el
periódico. Cuando acabó, guardó todo
meticulosamente, y me sonrió.
-
Muchas gracias, señor Whitemore.
-
Aidan.
-
Aidan. Debo confesar que… soy una gran admiradora.
-
Y yo le estoy muy agradecido.
-
Siento haberme presentado sin avisar, pero…
-
En realidad, es como mejor podía haberse presentado. Y no
dude en volver si su periódico quiere entrevistarme de nuevo. Definitivamente
es usted mejor periodista que la mayoría de sus compañeros.
La tonalidad de rojo que alcanzó su redondeado rostro
sólo era comparable al color de su blusa.
-
Es usted… muy amable. Gracias de nuevo, y que tenga un buen
día – dijo rápidamente, y se escabulló a toda velocidad, como si la estuvieran
persiguiendo. ¡Caray! Qué tímida.
-
Papá, ¿y esa tipa? – preguntó Alejandro, bajando las
escaleras, ya con la cara limpia y el
móvil en la mano, chateando, creo.
-
Mujer, Alejandro. Era una mujer.
-
Perdone usted. ¿Y esa “noble damisela”? ¿Así mejor?
Rodé los ojos.
-
Ya se ha ido.
-
¿Qué quería?
-
Una entrevista.
-
Pero…¿por qué se la has dado? Nunca dejas que te entrevisten
en casa.
-
A ella sí. – respondí. – Hace bien su trabajo.
Alejandro me miró con suspicacia, y esa mirada me dio
mala espina, pero antes de poder decir nada, llamaron al teléfono. Descolgué, sin la menor idea de quién podía
ser, y resultó que era del colegio. Conforme hablaba con el director me iba
enfadando más y más, hasta que al final colgué con tanta fuerza que casi rompo
el teléfono.
-
Papá…¿qué ha pasado? – preguntó Alejandro, ya que mi enfado
debía de ser evidente.
-
Van a expulsar a Ted por tener armas en el colegio.
-
¿QUÉ?
-
Un cuchillo. – dije,
aún sin poder creérmelo. Esas habían sido las palabras del director “Me veo en
la penosa situación de suspender a Theodore por tiempo indefinido. No se
permite portar armas en el colegio. Alguien podría hasta denunciarle por esto,
señor Whitemore”.
-
Hablan de otro Ted. Tiene que ser un error – dijo Alejandro,
y una parte de mí quería pensar lo mismo.
Aquello era muy serio. Armas. Mi hijo llevando armas.
¿Para qué? ¿Con qué fin? En ese sentido [y en muchos otros] yo era el típico
padre sobreprotector. Cuando Ted era pequeño me pasaba el día diciéndole “motos
no”, “pistolas malas”, “eso caca” y en definitiva lavándole el cerebro para que
repeliera cualquier cosa peligrosa.
-
Será mejor que vaya. Me están esperando. – mascullé. No
sabía si estaba enfadado, asustado, o preocupado. Supongo que las tres cosas
eran válidas cuando te enteras que han pillado a tu hijo con un cuchillo en el
colegio.
“¿Cuchillo o navaja?”
me planteé.
Bueno, y ¿por
qué iba a tener ninguna de las dos? Por un segundo me imaginé a mi hijo
formando parte de una de esas bandas callejeras, y casi me reí. Ted no.
Ted no….¿verdad?
Aunque Alejandro no era precisamente un modelo de
buen comportamiento, nunca le había creído capaz de probar droga, supongo que
porque a todos los padres nos ciega un poquito el amor que sentimos hacia
nuestros hijos. No es que el concepto que tenía de mi hijo hubiera empeorado lo
más mínimo… de hecho, me había demostrado que seguía siendo mi niño mimoso,
tierno y adorable. Pero si es cierto que me hacía estar algo más alerta. Si
Alejandro había hecho eso, ¿qué me garantizaba que el resto de mis hijos no
empezara a hacer locuras?
-
Papá… es Ted…- dijo Alejandro.
-
¿Y con eso qué?
-
Que… no sé lo que habrá pasado… pero no te enfades con él.
Habrá una explicación.
-
Más vale que la haya. – gruñí.
Me puse el abrigo, salí de
casa, y cogí el coche. Cuando llegué al colegio y pasé por la recepción, vi que
mi hijo no era el único que esperaba a la puerta del despacho del director.
Mike estaba con él, y también un chico que me sonaba de vista pero cuyo nombre
no recordaba.
-
Papá… - saludó Ted, haciendo que sonara como un suspiro.
-
Aidan, Ted no ha hecho nada, te lo juro – se apresuró a
decir Mike.
-
Tú cállate, maricón. – dijo el otro chico.
Mike le miró con rabia, pero
yo le sujeté para que no se lanzara a por él provocando una pelea.
-
Siéntate ahí – ordené, y Mike obedeció como si yo en verdad
tuviera alguna autoridad sobre él.
Me pregunté qué pintaba él
allí, en realidad. Supuse que Ted no habría actuado en solitario. Genial,
sencillamente genial.
– Contento me tenéis, vosotros dos. – les dije, mirando alternativamente a mi
hijo y a su amigo, como si fuera hijo mío también. – Tú estás en muchos problemas, y tú… tú no
puedes estar más feliz ahora mismo de que yo no sea responsable de ti –
concluí, mirando a Mike. Él se encogió en su silla y durante unos segundos
retrocedí al pasado, y vi al niño de siete años que venía a mi casa por las
tardes, metiendo a Ted en líos en los que el pobre no solía meterse por propia
voluntad. El mismo niño que me llamaba “tío” de forma cariñosa y que parecía
feliz cada vez que le invitábamos.
-
Siento que te hayan hecho venir, papá – dijo Ted, con otro
suspiro.
-
No es eso lo que tienes que sentir. Dime, ¿es verdad? ¿Has
traído un cuchillo al colegio?
-
En realidad no me acusan de haberlo traído, sino de haberlo
usado para amenazarle a él – dijo Ted, señalando al chico con el que yo estaba
menos familiarizado.
-
Tú nunca harías eso. – dije, sin pensar. Ted no era un
matón. Él no amenazaba a la gente, y menos con armas. Puede que, si le
presionaban mucho, mucho, pudiera llegar a meterse en una pelea, pero con armas
no. Con armas nunca.
Mi hijo sonrío ampliamente,
pero no tuvo tiempo de decir nada porque en ese momento llegó otro hombre que
se acercó al chico al que supuestamente Ted había amenazado. Se abrazaron,
dando a entender que era su padre, y los dos lanzaron al unísono una mirada
envenenada a Ted, mientras el hombre susurraba lo que creo que eran palabras
tranquilizadoras. La verdad, a mí el chico no me parecía asustado. Extraño,
teniendo en cuenta que sostenía haber sido amenazado con un cuchillo….
El director salió enseguida,
cuando le avisaron de que aquél hombre y yo habíamos llegado.
-
Mike, ¿y tus padres?
-
Ya le he dicho que no van a venir, señor. – respondió Mike,
en tono miserable. Le froté el hombro. Ese chico me caía mejor que bien, le
conocía desde hacía bastantes años, y por lo que tenía entendido pasaba mucho
tiempo sólo, con unos padres ausentes.
El director gruñó, y decidió
que fuéramos pasando. Una vez entramos todos y nos sentamos, me fijé en lo que
había sobre la mesa de aquél despacho. Era un cuchillo manchado de algo rojo.
Me asusté pensando que era sangre, pero enseguida me di cuenta de que era
pintura. Miré a Ted inquisitivamente, pero aunque él lucía triste no parecía
sentirse culpable, ni tampoco excesivamente preocupado. No me había abrazado al
verme llegar, no se había lanzado a poner excusas, ni había nada en él que
indicara el menor temor de ser expulsado. O mi hijo se había vuelto idiota, o
era inocente.
-
Señores, lo que ha ocurrido hoy aquí es muy serio. Necesito
que me cuenten lo que ha pasado.
-
¡Ya se lo he dicho! – gruñó el chico que había insultado a
Mike.
-
Pero quiero que lo hagas otra vez, Jack – respondió el
director, con una frialdad que acojonaba bastante.
-
Sí, señor – dijo Ted, como si le hubieran regañado a
él. – Esta mañana al llegar y abrir mi
taquilla, encontré un muñeco con ese cuchillo clavado. El muñeco tenía la piel…
bueno, ya sabe, el plástico que hace de piel… de color negro, y su ropa era una
miniatura de una camiseta que he traído aquí muchos días. Todo indicaba,
entonces, que ese muñeco me representaba a mí. Lo dejé en mi taquilla, para
venir a hablar con usted a última hora, y todo lo que sé es que hace un rato
usted ha venido a buscarme y me ha preguntado al respecto.
-
Jack dice que el cuchillo es tuyo, y que le amenazaste con
él. Hemos revisado tu taquilla, y no había nada.
-
De la misma manera en la que metieron el muñeco ahí pudieron
sacarlo, señor. No son difíciles de forzar. Mi combinación es muy sencilla y si
me da una horquilla seguramente podré abrir la de cualquiera de mis compañeros.
-
Bien, esa es tu versión – dijo el director, y me miró a mí
significativamente, como para asegurarse de que estaba prestando atención a las
palabras de mi hijo. – Jack, cuéntanos la tuya.
-
Ayer por la noche en el baile Ted me dejó claro que me la
tiene jurada, y ésta mañana ha venido con esa cosa, diciéndome que me la
clavaría.
-
Eso no es verdad – respondió Ted, con calma.
-
Es cierto que os vieron discutir en el baile, Theodore. –
repuso el director.
-
Sí, porque él no sabe ser un caballero y yo tuve que ocupar su puesto. Llevé a su novia a casa y
supongo que a él no le sentó muy bien.
Una punzadita de orgullo
empezó a crecer dentro de mí, pero antes de poder expandirse la conversación
continuó, y me concentré en lo que decían.
-
Es tu palabra contra la suya, Theodore, y hay testigos que
dicen que vieron cómo le amenazaste con el arma.
-
No dudo que Jack tiene buenos amigos, señor, y que sabe cómo
convencerlos de que corroboren su versión.
-
Señor, yo vi el muñeco – intervino Mike – Vi el cuchillo ahí
clavado. Ted está diciendo la verdad.
-
¡Él también me amenazó! – dijo el tal Jack. - ¡Dice eso para exculparse!
-
Como usted dice, director, es mi palabra contra la suya. –
respondió Ted. En ese momento pensé que
mi hijo los tenía cuadrados. No estaba ni enfadado, ni asustado, ni alterado.
Tenía una calma admirable. ¿Acaso guardaba algún as bajo la manga?
-
No has actuado como alguien inocente, Theodore. Si
encontraste eso en tu taquilla debiste venir a verme de inmediato. Eso me da
motivos para creer que es Jack quien está diciendo la verdad.
-
Yo no voy a decirle lo que debe creer, director, pero
Agustina podrá decirle lo que pasó de verdad anoche. Considero mucha casualidad
que alguien me llame “negro de mierda” y al día siguiente aparezca eso en mi
taquilla.
Abrí mucho los ojos al
escuchar aquello. Yo no había tenido ocasión de hablar con él sobre la noche
anterior, pero no me gustó un pelo lo que estaba escuchando. A esas alturas yo
estaba seguro de que Ted no había hecho nada malo, porque de ser así su actitud
sería otra.
-
Señor director, no voy a permitir ataques racistas contra mi
hijo – declaré, con agresividad furiosa.
-
Por supuesto, señor Whitemore, el centro tampoco. Jack
¿tienes algo que decir?
-
¡Está mintiendo!
-
Frederick, Agustina y yo fuimos testigos, señor – dijo Mike,
de nuevo. – Ocurrió como dice Ted. Jack peleó con su novia y fue bastante
grosero, así que Ted la defendió. Jack y él discutieron un poco, y Ted acompañó
a Agustina a su casa. Esta mañana encontramos ese muñeco en su taquilla, y …
-
¡Se lo está inventando! – cortó Jack, pero Mike le ignoró.
-
…como yo sabía que Ted era demasiado idiota como para venir
a decírselo, y temiendo que su intención no fuera esperar a última hora sino no
hacerlo nunca, saqué el muñeco por mí mismo. Pero dejé el cuchillo donde estaba
porque me di cuenta de que cortaba de verdad. Aquí está la prueba – dijo Mike,
y sacó un muñeco de su mochila. Ah. Por eso Ted estaba tan tranquilo. Debía de
saber que el muñeco no había desaparecido, sino que Mike lo había cogido.
Efectivamente, él no parecía sorprendido.
El muñeco era a todos los
efectos tal cual Ted lo había descrito.
-
Cuando usted nos
llamó para venir a su despacho antes de poder venir a decirle nada, supuse que Jack habría inventado cualquier
historia. Ha sido divertido ver cómo se
ha condenado él sólo, con sus mentiras.
– prosiguió Mike - La verdad es
que al decir que no existía el muñeco nos ha hecho un favor muy grande, porque
si no, no sé de qué otra manera hubiera podido demostrar que estaba mintiendo.
El muñeco está aquí, tal como lo ve, así que lo que dice Ted es cierto.
Se hizo el silencio. Mike
estaba disfrutando el momento, lo sé. Y yo también. Y creo que hasta el
director, un poco.
-
¿Jack? – preguntó el director, al ver que se había quedado
mudo. El chico miraba a Mike con una furia que me dio algo de miedo. Me
estremecí. Acababa de ganarse un enemigo, y uno con mucho odio dentro…
-
Hijo, ¿es cierto? – interrogó, el que debía ser su padre.
Parecía que el chico iba a
reventar, en serio. Estaba rojo de ira y daba muy mal rollo. Y entonces,
explotó.
-
¡MARICÓN DE MIERDA! ¡ME LAS VAS A PAGAR CAPULLO, ¿ME OYES?!
¡HIJO DE PUTA!
Estas y otras lindezas
fueron saliendo de los labios de aquél muchacho, mientras su padre a duras
penas trataba de contenerlo para que no se lanzara encima de Mike, o de Ted. No
sé bien a por cuál de los dos iba.
-
Jack, mide tus palabras… - empezó el director, pero Jack no
atendía a razones.
-
¡TE DESTROZARÉ! ¡ESPERA A QUEDARTE SOLO! ¡TE HARÉ LO QUE A
ESE MUÑECO, MAMONAZO! ¡TE RAJARÉ!
Entre el padre y el director
sacaron al chico de allí. Se oyeron gritos en la habitación contigua, y luego
silencio, pero todos habíamos escuchado claramente un “Queda expulsado de este
centro a efectos inmediatos. Lléveselo ahora mismo o llamaré a la policía”.
Permanecimos en silencio
mientras escuchábamos esto, y cuando el director entró de nuevo, unos dos
minutos después, estaba sudando, despeinado, y con la corbata descolocada. Se
adecentó un poco y carraspeó.
-
Lamento mucho esta… situación. Y siento el malentendido,
muchachos, señor Whitemore… Especialmente siento haberte culpado, Theodore. Por
lo visto Jack se arrepintió de haber dejado eso en tu taquilla, pensando sin
duda que la broma podía salirle cara, y como tú aún no habías dicho nada fue a
retirarlo, creyendo tal vez que aún no lo habías visto. Pero sólo encontró el
cuchillo, se puso nervioso, y se inventó que tú le atacaste. No tenía motivos
para pensar que estaba mintiendo dado que además hubo chicos que corroboraron
su historia. Señor Whitemore, si usted quiere presentaremos cargos… abrir una
taquilla ajena equivale a una sanción, pero las amenazas, los comentarios xenófobos
y la portación de armas contundentes no sólo implica expulsión inmediata sino
que son motivo de denuncia.
-
Le agradecería que no lo hiciera – intervino Ted. – Jack ya
me odia bastante y en realidad no quiero meter a nadie en problemas con la
policía – añadió, pensando, seguramente, en Michael. No quería hacer que nadie
siguiera el destino de su hermano. Sorprendido, percibí que Ted sentía lástima…
Mi chico era demasiado bueno. Intercedía por el chico que le había insultado,
injuriado y en definitiva puteado. Estoy seguro de que si no delató
inmediatamente la broma pesada del muñeco y el cuchillo fue porque no quería
que Jack se buscara problemas.
¿Qué clase de troglodita
salvaje amenaza a alguien dejando un cuchillo en su taquilla, como diciendo
“esto es lo que te va a pasar”? ¿Qué había podido hacer Ted para inspirar
semejante odio en una persona? Por alguna razón, las malas personas se ceban
con las buenas. Quizá porque saben que no van a devolver el golpe.
El director nos informó por
cortesía sobre las medidas que se iban a tomar contra Jack y los que habían
verificado su testimonio. El suceso quedaría en su expediente, Jack sería
expulsado y los demás chicos sancionados con una semana de suspensión. Yo no
pude evitar pensar lo que Mike, con su atrevimiento natural, expresó en voz
alta:
-
… Y Jack sólo tendrá que buscarse otro colegio donde
probablemente volverá a ser el rey del mambo porque su padre es rico y el es un
crack del rugby. ¿No es increíble lo barato que sale ser un cabronazo?
-
Michael… - llamó la atención el director, pero en realidad
parecía estar de acuerdo. Me miró a mí fijamente antes de preguntar. - ¿Está
seguro de que no quiere reconsiderar el poner una denuncia?
-
La decisión es de Ted – dije, no sin cierto esfuerzo, porque
cuanto más lo pensaba más ganas tenía de darle una paliza al soplagaitas ese
con aires de mafioso.
-
Jack no me amenazó con el cuchillo, y tampoco me agredió.
Simplemente lo dejó en mi taquilla – dijo Ted.
-
Por el mero hecho de demostrar que podía hacerlo, Theodhore.
Fue como decir “este muñeco eres tú, mira lo que voy a hacerte” – dijo el
director.
-
Sólo está celoso.
-
Tío, también está lo de los panfletos… Seguramente él
estuviera detrás de eso también….y sabes que lleva meses dando por culo a Fred.
-
Mike, habla bien, leñe. – regañé, y Ted soltó una risa
porque yo mismo había soltado una mala palabra al decirlo. Ups. - ¿A qué panfletos te refieres?
-
La semana pasada repartieron unas hojas con una foto
retocada de Ted, como insinuando que debido a la operación no podía seguir
siendo el capitán del equipo de natación. Además alguien cambió una diapositiva
de la clase de Arte poniendo una foto vuestra.
-
¿Cómo es que yo no sabía ninguna de esas cosas? – pregunté,
sorprendido, mirando a Ted. Nadie me respondió.
-
Estaba al tanto de lo de las diapositivas pero desconocía lo
de los panfletos – dijo el director. –
Debiste decírmelo, Ted. – protestó el hombre, abandonando el nombre completo y
mostrando una sincera preocupación.
-
Debiste – convine yo, frustrado. Y pensar que estaba
preocupado por el acosador que molestaba a Cole... ¿es que no había aprendido
nada de su hermano pequeño? ¿Él también decidía no contármelo a mí?
-
Ya da igual – respondió Ted. – Si me alegro de que Jack se
vaya es porque Fred no tendrá que aguantarle más.
-
Tampoco sabía lo de Frederick – dijo el director, frunciendo
el ceño.
-
Hay muchas cosas que usted no sabe – repuso Mike, con algo
de burla. Instintivamente le di una colleja. - ¡Au! ¡Sólo he dicho la verdad!
Qué carácter, jopetas.
Me mordí el labio para no
sonreír, y vi como Ted hacía lo mismo. Mike tenía la capacidad de decir en voz
alta lo que Ted, sabiamente, se limitaba a pensar.
El director tosió, creo que
para esconder la risa.
-
Sólo nos queda tratar
un asunto. Michael, técnicamente, tú también forzaste la taquilla de Ted.
-
¡Qué va! Me sé su combinación. El muy imbécil no la cambia
desde hace cinco años. A mí me viene genial para coger su cuaderno y copiarle
los deb….Esto, creo que mejor me voy callando.
-
Sí. Sí, mejor te vas callando - gruñó el director, haciendo como que
recolocaba unos papeles.
-
Mike sabe mi combinación y yo sé la suya – intervino Ted –
Tenemos confianza. Además, creo que tengo que agradecerle que cogiera ese
muñeco, o Jack nos habría dejado sin ninguna prueba.
-
No, si encima hay que aplaudirle… - farfulló el director en
voz baja – Bien, en ese caso… Ya es hora de que volváis a clase.
-
Quisiera que Ted se viniera conmigo – intervine. Quería
hablar con él de lo que había pasado y consideraba que había tenido demasiadas
emociones para un solo día. No debería haberle dejado ir al colegio. Ni
siquiera había dormido, preocupado por Alejandro.
-
¿Qué? ¡Ni hablar! Ya me perdí demasiadas clases por lo de la
apendicitis. Luego querrás que te traiga buenas notas. No, no, yo me quedo. Te
veo a la salida – declaró, con firmeza. Pequeño gran cabezota. Le dejé salirse
con la suya y abandonamos el despacho.
Intenté despedirme de Ted
con un beso en la frente, pero no me dejó porque estaba Mike delante. Si cuando
digo que es cabezota…
Regresé a casa sintiéndome
algo idiota por haber pensado aunque sólo fuera por un segundo que Ted era
culpable. No pude quitarme de la cabeza la inquietante mirada de ese
buscapleitos… Jack tenía aspecto de ser alguien peligroso. Me sentía muy
aliviado al saber que no iba a estar cerca de mi hijo nunca más.
Cuando estaba metiendo la
llave parar abrir la puerta de casa, Alejandro me abrió bruscamente dejándome
con ellas en la mano:
-
Eres un déspota, tirano, mandón, intransigente, intolerante
y…
-
Bueno, bueno, ¡yo también te quiero, oye! – interrumpí, con ganas de sonreír pero sin hacerlo porque,
aunque fuesen insultos cultos, no dejaban de ser insultos. - ¿Qué forma de
recibirme es esa?
-
¿¡Qué le has hecho a Ted!? – exigió saber, y miró por encima
de mí, como si esperase ver su cuerpo desmembrado, o algo así.
-
Le maté y enterré su cadáver. ¿Quieres quedarte con su
cama? - dije, con infinito sarcasmo,
mientras entraba en casa.
-
Oye, vale que siempre esté detrás de mí haciendo méritos
para llevarse un sopapo, pero el único que puede pegarle soy yo ¿¡te enteras!?
– me espetó, mientras comenzaba a seguir cada uno de mis pasos.
-
Eh…no, en realidad no. Como le pegues aunque sólo sea una
colleja haces sus tareas durante un mes.
-
¡No sé cómo tienes la caradura de hacer como que le
defiendes después de lo que le has hecho!
Me giré para mirarle, más
feliz que molesto por las ansias de Alejandro de proteger a su hermano. Solía
ser al revés. A decir verdad, Alejandro no acostumbraba a ser el intercesor de
Ted.
-
Pues eso será porque no le he hecho nada. Ted era inocente.
El cuchillo no era suyo y él no ha hecho nada malo. Y te lo habría explicado
todo si no hubieras dado por supuesto que me lo había cargado antes incluso de
dejarme entrar por la puerta.
-
Ups. Hola, papi. – saludó Alejandro, como si no hubiera
pasado nada, y me dio un abrazo. Me reí
y le apreté suavemente antes de soltarle.
Temía sacar el tema, pero
tenía que hacerlo…
-
Oye, estás muy…cariñoso… y aunque es genial, y no dejes de
serlo, por favor… no me gustaría que fuera por algún absurdo temor de que
todavía esté enfadado. – le dije. Alejandro me miró fijamente, sin perder esa
ternura infantil en la mirada que había tenido en las últimas horas.
-
No es eso… es que… - empezó, pero no terminó. Sujeté su
barbilla con el índice y el pulgar, haciendo que me mirase a los ojos.
-
¿Es que? – animé.
-
Has sido justo conmigo. Estabas enfadado, pero no me has
castigado por eso. No lo has usado para descargarte. Hiciste…hiciste que
sintiera que me querías.
Glup. Eso que apretaba mi
garganta debían ser mis pulmones, o tal vez mi corazón.
-
Es que te quiero, hermanito.
Alejandro abrió mucho los
ojos. Se contaban con los dedos las ocasiones en las que yo les llamaba
hermanos o insinuaba siquiera que lo éramos. Le sonreí, para que no lo viera
como que le negaba como hijo o algo de eso, y le di otro abrazo.
-
Si te hubiera hecho sentir de otra manera no podría
perdonármelo. – susurré.
-
Me… me gusta.
-
¿El qué?
-
Que me llames hermano. Me gusta.
-
A mí me gusta más decirte hijo. Pero no me olvido de que
eres las dos cosas y creo que eso te beneficia mucho, porque me hace ser más
suave contigo.
-
¡Suave una porra! -
refunfuñó, y yo sonreí. Ahí estaba mi hijo de vuelta, gruñón, tal como le
conocía.
El resto del tiempo hasta
que vinieron los demás le hice estudiar un poco, para el examen y cuando fue la
hora de recoger a sus hermanos le pregunté si prefería quedarse en casa.
-
¿Ya te has cansado de estar conmigo, o qué? – preguntó, en
tono de broma.
-
De eso no me cansaré nunca…. Y ya que lo mencionas… En poco
tiempo tendré que pasar mucho tiempo fuera de casa, promocionando el nuevo
libro, así que tendré que contratar una niñera – le dije, y al ver su cara de
“estoy a punto de morderte,” me apresuré a añadir – Para tus hermanos pequeños.
-
A los enanos no les gustará. Ya sabes lo que hicieron con la
última…
-
Tú sigue culpando a tus hermanos. Sigo estando convencido de
que quien la tiñó el pelo fuiste tú. Kurt y Hannah ni siquiera sabían leer las
instrucciones del tinte por aquél entonces.
-
Pudo ser Cole.
-
Y también Ted, pero ambos sabemos que eso no cuela –
contrataqué. Alejandro no dijo nada más, lo que me dio a entender que yo tenía
razón y fue él, pero tampoco parecía sentirse culpable, la verdad. Sus hermanos
no le delataron, porque consideraban que esa mujer era una bruja y se alegraron
de que dimitiera. Me propuse elegir mejor aquella vez. Hacía casi dos años que
no contrataba una niñera y de hecho me preguntaba si no bastaría con Ted y
Michael… pero no quería cargarles ellos con tanta responsabilidad. Dejarles
todas las tardes a cargo de aquél circo podía desgastarles, y los dos tenían
obligaciones. Michael, de hecho, volvería bastante tarde de su trabajo con la
policía.
Alejandro decidió quedarse y
yo abrí la puerta para irme, pero antes de cerrarla me gritó:
-
¡Pues que sepas que fue Zach!
Vale, eso sí me lo creía.
Salí y no pude contener una risa, recordando alguno de los mejores inventos de
los gemelos en contra de las “niñeras malvadas no deseadas”, como ellos las llamaban.
El problema es que todas las niñeras eran horribles para ellos. No había ni una
sola que les gustara porque lo que en
realidad pasaba es que odiaban quedarse a cargo de alguien que no fuera yo. A mí tampoco me gustaba un pelo, y por eso
una cuidadora no era algo habitual en mi casa, pero a veces era necesario…
Cuando llegué al colegio
casi todos habían salido ya. La clase de Alice tardó un poquito más y mi bebé
salió por fin en fila, agarrada a la ropa del compañero de delante tal y como
les enseñaran para no perderse. Me sonrió plenamente y se soltó, olvidándose de
su compañero, de su profesora y de todo, para correr hacia mí.
-
Hola, cosita – saludé, encantado. Su maestra sonrió desde
lejos y me saludó con la mano.
-
¡Papi!
-
¿Qué tal hoy en el cole? ¿Has aprendido mucho?
-
Sí. He aprendido que si tienes el pelo largo Jonny Beckett
te lo corta.
El resto de mis hijos
estallaron en carcajadas, salvo Kurt, que pareció algo avergonzado porque esa
era una travesura que él también había hecho y seguramente lo recordaba.
-
Menos mal que tú tienes coletitas, entonces. Qué malo es ese
Jonny Beckett. – dije, y la di un beso. – Vamos a casa – anuncié, puesto que ya
estamos todos.
-
Papá…¿y Alejandro? – preguntó Barie. Creo que ella fue la
elegida para formular lo que todos estaban pensando. Sonreí al recordar a
Alejandro preguntándome por Ted en ese tono exacto.
-
No sonrías y dínoslo – atajó Harry - ¿Está en casa? ¿Ha
vuelto a irse? Ted nos ha contado lo que pasó ayer.
-
Vuestro hermano hizo ayer muchas tonterías, pero eso ya está
olvidado y no necesita que nadie se lo recuerde, ¿de acuerdo? – dije, mirando
especialmente a los mayores.
-
Entonces, ¿está bien? – preguntó Ted.
-
No. Le he torturado lentamente y echado sus restos a las
llamas. – resoplé, y Hannah jadeó. Empezaron a brillarle los ojos y corrió
hacia Ted, llorando. – Pero bonita, que era broma. ¿Cómo crees…?
-
Brillante, papá. Eres un genio – replicó Ted, cogiéndola en
brazos.
Me pasé los siguientes
minutos intentando convencer a Hannah de que su hermano estaba perfectamente. A
veces me olvidaba de que no debía ser sarcástico con mis hijos pequeños. Aún no
entendían el humor negro.
Mi pequeña no parecía
tenerlas todas consigo, pero creo que finalmente la convencí de que no había
cometido infanticidio. Según ella, no obstante, yo “era muy malo” y Alejandro
“necesitaba muchos mimos”.
Antes de coger el coche,
cruzamos a la tienda de enfrente del colegio porque querían comprar chuches, y
cuando me lo pedían todos a la vez y con esa mirada de dibujo animado no podía
negarme. Salí de allí con un cargamento de golosinas y chocolatinas. Hannah
tiró de mi manga pidiendo uno de los chocolates y yo leí los ingredientes antes
de nada.
-
Lleva avellanas, cariño. No puedes comerlo. Ten, toma una
chuche.
Hannah era alérgica a los
frutos secos. La mayoría de las chocolatinas llevaban, o según las etiquetas
“podían contener trazas de frutos secos”. Es por eso que yo solía comprar
específicamente de aquellas marcas de las que sabía que no contenían, pero en
esa tienda no las había.
-
Pero yo quierooo.
-
En casa tengo chocolate. Cómete una chuche y luego te doy,
¿vale?
-
¡No! ¡No quiero una chuche, yo quiero eso! – protestó,
chillando un poco.
-
Pero no puedes tomarlo, princesa. – repetí, y agarré su mano
para ir al coche. Ella, enfadada, se soltó y salió corriendo pero Ted la agarró
entonces.
-
No se corre, Hannah. Y menos cerca de la carretera – regañó.
Y tal vez por la llamada de atención de su hermano, o tal vez porque no le daba
la chocolatina, empezó a llorar. Ted trató de consolarla. – Shhh. Bueno, no es
para que llores, enana.
-
¡Yo quiero comer lo mismo que Kurt! – lloriqueó.
Lentamente me acerqué a
ellos y la cogí de los brazos de Ted. Aparte de un capricho infantil lo que le
pasaba a mi niña es que se sentía mal
por no poder comer lo mismo que los demás. La di un beso y la acaricié el
pelito.
-
En casa te daré un trozo así de grande ¿vale? – dije,
exagerando con los gestos a un tamaño imposible - Y además está más rico.
Hannah sorbió por la nariz y
me miró con un puchero.
-
Entonces dame del de Michael – replicó.
-
¿Sin azúcar? -
pregunté, extrañado, pensando que debía de saber a rayos. Pero ella parecía muy
convencida de querer comer lo mismo que él, así que accedí. – Está bien. Del de
Michael.
Pareció conformarse con eso
y por fin pudimos irnos al coche. En el camino de vuelta, sin embargo, la vi
meter la mano un par de veces en la bolsa con los chocolates, que Kurt llevaba
detrás. Hacía años había renunciado a eso de “no se come en el coche”. A veces
era lo único que les podía mantener entretenidos y me importaba más tener un
viaje tranquilo que la tapicería.
-
Hannah, no. – advertí, mirándola a través del reflejo del
retrovisor. Tras repetirlo un par de
veces ella se cruzó de brazos, enfurruñada.
Cuando llegué a casa, y
mientras sacaba del maletero la mochila de Alejandro, que era muy grande y no
cabía en otro sitio porque ese día había tenido gimnasia, escuché un jadeo.
Luego un silbido. Y luego vi a Hannah con problemas para respirar. Tuve ganas
de soltar una palabrota, y de hecho no sé si lo hice.
-
Ted, trae el antihistamínico – pedí, en cuanto le vi salir
de su coche. Él voló dentro de casa y mientras tanto yo examiné a Hannah con el
corazón en un puño. Tenía la piel alrededor de los labios muy roja y respiraba
con dificultad, como efecto de la reacción alérgica.
-
Lo cogiste ¿verdad? ¿Comiste la chocolatina? – pregunté, y
ella lloriqueó un poco. Ted vino corriendo con una cajita en la mano. Le di el
medicamento a Hannah y luego la cogí en brazos y me mecí con ella, mientras la
reacción remitía y ella se calmaba. Llevó un rato, pero finalmente la
irritación de la piel disminuyó y sentí que sus pulmones ya no silbaban, aunque
seguía respirando raro porque estaba llorando un poco.
- Lo…snif…lo siento – gimoteó.
-
Tuviste que cogerlo, ¿eh Hannah? Papá te dijo que no, pero
tú lo hiciste igual. – regañé. Ella lloró más fuerte y decidí estarme calladito
o no conseguiría que se calmara ni en un millón de años. Cuando noté que iba
dejando de llorar me fijé en que todos mis hijos nos miraban algo preocupados,
pero aliviados porque ella estaba bien.
Me encontré ante un dilema. Hannah se había llevado
un buen susto y había tenido una reacción alérgica. Lo único que yo quería
hacer en ese momento era consolarla y
hacer que se sintiera mejor. Pero por otro lado me había desobedecido a algo
que yo la había dicho varias veces, y encima en asuntos de salud, los cuales yo
me tomaba muy en serio. Dudé sobre si debía castigarla, pero en realidad sabía
que tenía que hacerlo.
- Hannah, me has asustado mucho ¿sabes? – susurré. La
alergia de mi niña no era mortal. No es como si fuera a darle una anafilaxia,
pero sí podía ponerse bastante mala, y el susto me lo llevé igual.
-
Perdón…
-
No se trata de pedir perdón ahora. Papá te dijo que no lo
cogieras. Te expliqué por qué, y te lo repetí varias veces. Nunca debes
desobedecerme, pero mucho menos cuando se trata de evitar que te pongas malita.
– regañé, mientras entrábamos en casa, con Hannah en brazos todo el rato.
La reacción alérgica hizo que los demás olvidaran un
poco lo de Alejandro, pero aun así al verle Barie corrió a abrazarle.
-
Ted me lo ha contado. – le dijo. - ¿Estás tonto?
-
Pues… un poco tal vez….
-
No has ido al cole – apuntó Alice.
-
Nop.
-
Fuiste malo. – acusó ella. Me pregunté qué la habrían
contado exactamente, porque estaba seguro que no sabía y que de saberlo no
entendería todo lo que había hecho su hermano.
-
…Sí.
-
¿Papá te hizo pampam?
-
Alice, déjale…- intervino Ted.
-
Sí, enana – respondió Alejandro, visiblemente ruborizado.
Entonces Alice se acercó corriendo y tiró de él para que se agachara. Cuando lo
hizo le dio un beso y Barie soltó un “Owwww” que reflejaba lo que todos
estábamos pensando. Alejandro se rascó la nuca, muerto de vergüenza, y luego
carraspeó, como si no hubiera pasado nada. - ¿Y vosotros que contáis? ¿Hannah
ha tenido una alergia? – preguntó. Supongo que vería entrar a Ted o nos oiría
cuando estábamos fuera.
-
Por comer lo que no debía – dije yo, y Hannah escondió la
cabeza en mi pecho.
-
Papi… no me …
-
Ni te molestes en decir que no te castigue – interrumpí yo.
– Te has ganado unos buenos azotes, por desobediente y caprichosa.
Hannah empezó a llorar otra vez y lo cierto es que en
lo que iba de tarde mi princesa no había hecho más que llorar. Lo confieso,
aunque quería a todos mis hijos con la misma intensidad, las niñas eran mi
debilidad. No porque las tuviera más cariño, sino porque eran… mis cositas
delicadas. Cada vez que castigaba a una de ellas me sentía un horrible
torturador.
-
Cariño, tienes que aprender a hacerme caso… - susurré, y me
la llevé escaleras arriba, a su habitación.
Una vez en su cuarto me senté en su cama, y ella se tapó el trasero con
las manos. Yo se las quité con delicadeza. – Escúchame. Sabes que no puedes
comer cosas que tengan frutos secos. Te pones malita. No es porque yo no quiera
que lo tomes, princesa.
-
Snif.
Ese sonido fue su única respuesta, acompañado de unos
ojitos que sin duda iban destinados a hacerme cambiar de opinión… Normalmente
lo habría hecho…En ese momento habría dejado pasar cualquier travesura con tal
de no ver esa carita….Pero se trataba de su salud. Hice de tripas corazón y la
tumbé encima mío. Ese día llevaba un pantaloncito elástico, así que se lo bajé
un poquito, dejando a la vista su rompa interior rosa.
PLAS
Ella nunca lloraba al primero.
PLAS
Se estremeció un poquito….
PLAS
-
Bwwwwwaaaaa
PLAS PLAS PLAS
-
Ay….sniff…buaaa
Coloqué su ropita y la incorporé para sentarla sobre
mis rodillas.
-
Ya… ya…bueno, shhhh. Yo te quiero mucho, bebé, y por eso no
puedo ver cómo te pones malita por culpa de la alergia.
Ella no dijo nada, pero se abrazó a mí para seguir
llorando sin que mis caricias al parecer la confortaran.
-A mí no me gusta hacerte llorar, cariño, pero sabes
que si no me obedeces te castigo. Ya dejamos de estar tristes y nos portamos
bien ¿bueno? – susurré, cariñosamente, y la di un beso. Ella se colgó de mi
cuello y poco a poco fue dejando de llorar.
Al poco sentí algo en mi pelo, como pequeños
tironcitos, y me di cuenta de que me estaba haciendo una trencita, con mechones
muy pequeños. Estaba muy seria y con los ojos llenitos de lágrimas mientras lo
hacía.
-
Ahá. ¿Ahora eres peluquera? – pregunté, y la apreté el
costado para hacerla cosquillas. Ella asintió y siguió a lo suyo, sin decir
nada. La ladeé un poco y empecé a darle besitos por toda la cara. – Ya no estés triste.
-
Yo no quería hacerte enfadar.
-
No me he enfadado, bebé, me he asustado mucho, que es
distinto. Pero si no quieres que me enfade ni que me ponga triste, haz caso de
lo que te digo ¿mm?
Hannah asintió, despacito. Luego se movió para
cambiar de posición y empezó a llorar otra vez.
-
Ey…no, no… princesita ¿qué pasa?
-
Quiero un besito…
-
Y dos, mi amor. – se los di, y la abracé muy fuerte. Y, tan
pronto había empezado a llorar, dejó de hacerlo. La miré desconcertado. ¿Tanta
facilidad tenía para llorar a voluntad? Tal vez debiera contratarla para que me
diera unas clases de actuación.
-
Eres malo. Le diste a Alejandro en el culito y también a mí.
-
Yo no soy malo, princesa. ¿Quién desobedeció aquí, eh?
-
Pero… le pegaste a tu princesita… - gimoteó. Se me cayó la
mandíbula. Pequeña cosa manipuladora.
-
Sí, pero es que mi princesita no se portó bien.
Ella puso un puchero, pero lo quitó cuando la
acaricié la cabeza.
-
Bueno, ya no lo hagas más – dijo, como quien hace una
concesión indulgente. Como si yo hubiera sido el que había hecho algo malo, y
ella me estuviera perdonando.
-
No lo haré, si tú haces caso de lo que te digo.
-
Hum. – respondió,
indicando que no estaba muy conforme. Se
incorporó un poco y retomó su labor con mi pelo, con algo de torpeza porque aún
no sabía hacerlo bien. Se quedó mirando la trencita fijamente, porque algo no
la cruadraba.
-
Se hace con tres mechones, peque. Mira ¿ves? – expliqué,
usando su propio cabello.
Se le iluminó el rostro cuando creyó entender y
deshizo la trenza para empezar de nuevo.
Se la veía realmente concentrada.
- ¡Tá! – dijo cuando terminó. Yo no supe si quería mirarme al espejo o no…
Con ella en brazos, caminé al baño y me miré. La trenza era tan delgadita que
se camuflaba entre mis rizos. Hannah admiró su obra y luego enredó las manos en
mi pelo, como si yo fuera un peluche
viviente. Hacía eso desde bebé y por mí podía hacerlo toda la vida.
-
Mira qué guapo me has dejado – bromeé, y ella se lo tomó
como el mejor de los halagos. Sonrió, apoyó la cabeza en mi hombro, y se llevó
el dedo a la boca. No supe si quería aparentar ser menor de lo que era o si la
salió como algo natural, pero en ese momento era mi bebé, en todos los sentidos
de la palabra. - ¿Tienes sueño?
-
No – dijo, pero bostezó.
-
¿Te quieres echar una siesta? – pregunté. Los niños de la
edad de Alice tenían lo que llamaban “hora de la siesta” en el colegio, pero
los de Hannah y Kurt ya no.
-
No – protestó, pero acabó en otro bostezo.
-
¡Ja! Yo creo que sí. Me parece que todos vamos a dormir esta
tarde. Papá también está muy cansado, y Ted, y Alejandro y Mi…
-
¿Michael? – preguntó, sin dejarme terminar. De pronto se
desperezó y sonrió, haciendo que el nombre sonaba como algo casi celestial.
-
S-sí. Aún no ha vuelto, pero cuando lo haga estará muy
cansado, seguro. – expliqué, recordando que él también se había pasado la noche
en vela.
-
Pues le espero. – dijo, frotándose los ojos, como para
aguantar despierta. No terminaba de
entender la fascinación que tenía por él. Le adoraba incluso antes de
conocerle.
-
Le quieres mucho ¿no? – pregunté, separándola un poquito
para poder acariciarle la cara. Sostenía todo su peso con mi brazo derecho y en
ese momento la sentí muy frágil, como si pudiera romperla si no me andaba con
cuidado. Ella se limitó a asentir. -
¿Por qué?
-
Tiene nombre de príncipe – respondió.
-
¿De príncipe? – pregunté, entre confundido y divertido.
-
Ahá. Si soy una princesa, tendré que tener un príncipe. Ya
sabes, como un novio.
Cof, cof. Por poco se me cae de las manos. ¿Novio?
¿Mi bebé? Pero…pero…
“Son cosas de críos. Ni siquiera sabe bien lo que es un novio. Sonríe y ya,
bobo” dijo mi cerebro. Mi corazón, sin embargo, quería retroceder varios años
al pasado, a la época en la que si algún hombre quería acercarse a mi
princesita tenía que pasar por un examen mío primero.
-
¿Novio?
-
¡Sí! ¡Para que me dé un beso y me despierte cuando estoy
dormida, como la princesa del cuento!
-
Pero eso ya lo hago yo, princesita – respondí, y para
demostrarlo la besé en la frente. Ella
sonrió y apretó el agarre sobre mi cuello.
-
Pero tú no puedes ser mi príncipe.
-
¿Y por qué no? – protesté, fingiendo un puchero.
-
¡Porque tú eres el rey!
Me la comía. Un día de estos, más pronto que tarde,
me la comía enterita.
-
Un príncipe tiene que ser grande – continuó ella.
-
Yo lo soy…
-
… Y fuerte… y guapo…
¡y de color marrón!
-
¿De color marrón? –
inquirí. Ahora sí que estaba perdido.
-
Claro. Como Ted. Él es el príncipe de Alice así que Michael
tiene que ser el mío – explicó, como si tuviera una lógica evidente.
Contuve una risita, mientras me imaginaba a Ted con
corona.
- Tienes razón, princesita. Es imprescindible que sea
marrón.
Si hubiera podido pedir un deseo en ese momento, hubiera
sido que mi niña no creciera nunca. Aunque claro, ese era un deseo egoísta.
Ella tenía que crecer, aprender, vivir su vida… Pero para eso quedaba mucho
mucho tiempo. Aún tenía que estrujarme el corazón por unos cuantos años más.
Como invocado por el hecho de que hubiéramos estado
hablando de él, Ted se asomó a la puerta
del baño, que habíamos dejado abierta.
Debía de haber estado buscándonos. Entonces recordé que tenía mucho que
hablar con él, pero antes de poder decirle nada nos abordó:
-
Enana, ¿estás bien? – preguntó. Avanzó un poco y la examinó
de cerca, pero Hannah ya no tenía ronchas rojas. Todo síntoma de alergia había
desaparecido. Se descolgó de mi cuello
para colgarse del de Ted y puso un puchero mimoso.
-
Papi es maloooo – protestó, más bien de broma, porque me
sonreía mientras se quejaba. Sin embargo Ted no debió de interpretarlo así,
porque se puso rígido y me miró con cierta frialdad. La frialdad en Ted era
signo de que iba a triturar a alguien, y me daba la impresión de que ese alguien
era yo.
-
¿Te ha castigado? – preguntó, y Hannah asintió, con perfecta
cara de víctima.
-
¡Dile que es malo!
Ted no respondió, y eso me dio mala espina. La besó
en la frente, la dejó en el suelo y la dijo que Kurt la estaba esperando para
jugar. Cuando Hannah se fue, mi hijo mayor me lanzó una de esas miradas de
“estás en problemas” que no tendrían que haberme preocupado dado que el padre
allí era yo, pero que siempre lo hacían porque me sentía como juzgado por el
tribunal de la Inquisición.
-
¿En serio? ¿En serio la has castigado? – me reprochó.
- Ted, ya has visto lo que ha pasado. Comió la dichosa chocolatina, por más que la dije que
no antes y después de meternos en el coche. Se lo habré repetido veinte veces
en todo el camino, y aun así tuvo que cogerla, provocándose una reacción. Me he
asustado mucho.
-
¡Más se asustó ella! ¡Se asustó tanto que lloró! ¡Ya había
aprendido la lección, joder! No iba a hacerlo más. Se pone enferma y tú encima
la pegas. Vaya un padre de mierda.
Abrí mucho los ojos. Mmm. ¿Ese era Ted o Alejandro?
Esto… ¿hola? ¿Seguro que era él el que acababa de hablarme mal? ¿Ted? ¿El mismo
chico al que tenía que buscar una buena forma de premiar por todas las cosas
buenas que había hecho? ¿El mismo chico que había aguantado que lo acusaran en
falso y lo amenazaran sin decir ni una mala palabra?
-
¿Disculpa? – susurré, levantando una ceja.
-
Eh…esto…yo…
-
Tú no estás hablando con alguno de tus amigos. Estás
hablando conmigo.
-
Pe…perdón. Es que… - balbuceó, mirando al suelo. Se le veía
muy avergonzado y no pude evitar fijarme en las ojeras que enmarcaban sus ojos.
Cualquier atisbo de enfado que yo pudiera sentir se transformó en comprensión.
-
Es que no has dormido nada esta noche, y deberías estar en
la cama y no aquí rumiando tu irritabilidad. Ale, a dormir.
-
No eres un padre de mierda… - susurró, arrepentido. Le
sonreí, para que viera que no había
resentimientos. – Lo siento…
-
Ya, ya. Vamos, acuéstate un rato que luego tengo muchas
cosas que hablar contigo.
-
¿Sobre qué? – preguntó, con algo de desconfianza.
-
Sobre lo que pasó hoy en el colegio, sobre tu fiesta de
ayer, sobre una radio nueva para tu coche… - enumeré, como con indiferencia,
pero a Ted no se le pasó desapercibida mi última frase. Le brillaron los ojos y
parecía a punto de ponerse a saltar.
-
¿De verdad?
-
Ya veremos. Pero si no te
vas a dormir, desde luego que no.
-
En serio lo siento mucho… - reiteró. Como sabía que no había
otra manera de que entendiera que no estaba enfadado, le abracé.
-
Sólo estabas defendiendo a tu hermana. Y una parte de mí
está de acuerdo contigo. Otra prefiere asegurarse de que no vuelva a hacer nada
peligroso. Ella sabe perfectamente que no puede comer frutos secos y yo se lo
repetí con paciencia y sin castigos, pero no quiso escucharme. Si soy malo por
castigarla, pues que le vamos a hacer…. Pero sería peor si permito que le pase
algo. Entonces sí que sería un padre de
mierda.
Ted apretó el abrazo, y
soltó un ruidito mimoso, parecido a un ronroneo.
-
No debería haberte dicho eso.
-
No, no deberías, pero sé que es porque tienes sueño, porque
tuviste un mal día, porque quieres mucho a tu hermana y porque te consiento
demasiado – añadí, burlándome un poco y él me sonrió. Insólitamente, hasta el
punto de que estuve a punto de pellizcarme para ver si es que seguía durmiendo,
me dio un beso en la mejilla como si fuera uno de mis hijos pequeños. Ted, que
restringía las carantoñas a un mínimo muy básico por una estúpida vergüenza o
sentimiento de adultez. Lo hizo despacito,
además, con una ternura que hasta me hizo sentir incómodo.
-
No pasa nada si quieres consentirme siempre – indicó, con un
brillo especial en la mirada, medio pícaro. – Sobre todo si eso significa que
no habrá más castigos.
-
Ah, ¿y quién te ha dicho que no voy a castigarte? – chinché.
Mi tono dejaba claro que estaba hablando en broma. Él se limitó a sonreírme sin
llegar a deshacer el abrazo, como queriendo prolongarlo durante horas.
-
Gracias por creerme. – me dijo.
-
¿Mmm?
-
En el colegio. Gracias por pensar que yo nunca amenazaría a
nadie con un arma.
-
Después de lo que hizo ayer tu hermano, lo cual me demuestra
que a veces el cerebro se os apaga por unas horas, podría llegar a pensar que
se te pueden cruzar los cables y darte por llevar una navaja a clase, pero sé
que jamás, ni bajo cualquier tipo de sustancia alucinógena, harías daño a
nadie.
-
Gracias – repitió. Se separó de mí, y soltó un bostezo.
-
Más vale que te vayas a la cama. No sé ni cómo aguantas
despierto tras toda una noche en vela.
-
Me tomé un par de cocacolas en el recreo.
-
Pues ahora vas a tomar tu almohada, y te vas a ir a mi cama.
– indiqué, con firmeza.
-
¿A tu cama?
-
Sí. De otra forma tus hermanos no te dejarán dormir.
-
Bueno… - accedió, no muy convencido. Le di un empujoncito
para que lo hiciera de una vez, y él pilló la indirecta. - ¿Me avisarás cuando
vuelva Michael? Quiero saber qué tal le fue.
Le dije que sí y por fin se
fue a dormir. Ya habría tiempo para hablar con él después,
aunque una parte de mí no pudo evitar pensar que siempre le dejaba para
“después”. Sin embargo, esa vez no se trataba de hacerle esperar para ocuparme
de alguno de sus hermanos, sino de la necesidad de que descansara un poco, que
no era bueno que estuviera sin dormir.
Siguiente punto del día:
lograr que los demás se pusieran a hacer deberes. Había días en que me lo
ponían muy fácil, y días, como aquél, en el que tenía que recurrir a las
técnicas budistas para no pegar cuatro gritos. Me entretuve un momento en el
cuarto de Kurt y Dylan, extrañados porque hubiera una cama más en su habitación,
y luego me requirió mi pitufa, Alice,
diciendo que tenía algo “muy importante” que enseñarme. Se trataba, cómo
no, de su colección de unicornios. ¿Cuántos tenía? ¿Diez, doce? Todos tenían
nombre, y ella había organizado un pequeño teatro que yo no podía perderme, a
riesgo de herir sus sentimientos. Así que me senté en el suelo, y la escuché,
fascinado por la fluidez de sus movimientos, para tratarse de alguien de sólo
cuatro años.
-
Y Rosita se fue con Esmeralda para salvar a su amigo. Y el
“malovado” unicornio negro se…
Oye, si ninguno de mis hijos
mayores quería ser escritor, aún tenía esperanzas en mi enana. ¡Cuánta
imaginación! La próxima vez me llevaba mi
libreta, para apuntar ideas. =P
Justo cuando terminó la
representación, que pudo durar sus buenos diez o quince minutos, ella se tiró a
mis brazos y se sentó encima de mí, con una figurita en cada mano. Paseó a los
unicornios de plástico por mis piernas mientras yo recalcaba y exageraba lo
mucho que me había gustado.
En eso estaba cuando de pronto
escuché gritos. Si esto ya me preocupó, la cosa emporó cuando esos gritos se
mezclaron con llanto. Alcanzó cotas máximas cuando no identifiqué aquél llanto
con el de alguno de mis hijos pequeños, que lloraran por una caída habitual a
su corta edad, sino que venía de los mayores. Juraría, y no me equivoqué, que
quien estaba llorando a voz en grito era Madelaine.
Volé a su habitación y lo
que vi allí no lo olvidaré en la vida, por ser una de esas imágenes que se te
quedan para siempre grabadas en la retina. Harry estaba dándole patadas a
Madie, que estaba en el suelo tapándose como podía. Mi hijo estaba rabioso, y
manifestaba una violencia y una ira que hacía que me costara mucho reconocer en
él al niño que yo conocía. Reparó en mi presencia, pero no por ello detuvo su
ataque. Yo estaba tan impactado que al principio no me moví, y no hice nada.
Fue la brusca llegada de Ted y Alejandro, atraídos por los gritos, lo que logró
hacerme reaccionar.
-
Harry´s POV -
Desde que empecé a trabajar para el vecino pocos días
atrás, lo que hacía nada más volver del colegio era ponerme a contar el dinero,
como quien comprueba que su tesoro sigue intacto. Aquellos cincuenta dólares me
parecían mucho más especiales que cualquier otro dinero que hubiera tenido en
mi vida, porque los había ganado yo. Yo sólo, con mi esfuerzo, abonando la
tierra, quitando las malas hierbas, trasplantando aquél pequeño árbol y
haciendo que las flores recobraran su antigua vitalidad. Sentía que me comunicaba con aquellas plantas, y que a
medida que ese jardín mejoraba, mi alma se llenaba de paz interior. Estaba casi
convencido de que yo tenía una conexión física con cualquier tipo de
vegetación, pero en especial con aquél jardín, que estaba cuidando con mis
propias manos.
Siendo sinceros, ya no lo hacía sólo por comprar el
monopatín de Zach, si es que alguna vez lo había hecho por eso. Mi hermano ya
me había perdonado, y aunque yo iba a cumplir mi palabra sabía que no hubiera
pasado nada si decía que no quería trabajar más. Que nadie me diría nada. Ni
Zach, ni papá, ni nadie. Pero yo QUERÍA hacerlo. Podía estar horas observando
aquél jardín, sin cansarme y aburrirme, de la misma forma en la que un pastor
observa su rebaño y un pintor admira su obra.
Para mí era más que una afición. Yo tenía como
hobbies los videojuegos, el fútbol, el baloncesto, la papiroflexia… Pero las
plantas eran mucho más que eso. Las plantas eran… eran mamá. Eran mamá, eran el
señor Morrinson que era muy simpático, y eran la forma de ganar dinero para el
monopatín de mi hermano.
Era curioso, pero aunque yo contaba aquél dinero con
minuciosidad, sabía que no era mío para
gastarlo, y que iba a gastarlo en Zach. Y no me importaba. Debo reconocer que
yo era algo avaricioso, pero aquella vez la importancia de ese dinero radicaba
en el hecho de que lo había conseguido yo, y no en el valor monetario en sí
mismo. ¿Hay algo mejor en el mundo que el hecho de que te paguen por hacer algo
que te gusta? Por un momento me imaginé que alguien quisiera pagarme también
por ver la tele o jugar a al videoconsola. ¡Entonces sí que sería rico!
Aquella tarde en la que Hannah tuvo una reacción
alérgica, todos se dividieron entre preocuparse por ella o por Alejandro, por su aventura de la noche anterior de la
cual yo sólo estaba enterado a medias. Yo no. Yo subí a mi cuarto, a hacer
deberes. Y no, no es que me hubiera vuelto de pronto un empollón (¡ni de
lejos!) o que no me preocuparan mis hermanos. Es que papá sólo me dejaba ir al
jardín del vecino en cuanto comprobaba mis deberes con los de Zach y veía que
todos estaban hechos. Cuando antes acabara, antes sería libre, y yo para mis
hermanos en ese momento sólo era un estorbo, dado que tenían a todos
rodeándoles como moscardones. Seguro que Alejandro me agradecía que al menos yo
le dejara tranquilo.
Ese día tenía muy pocos deberes. Sólo tenía que hacer
una redacción y la acabé enseguida, pero no podía irme hasta que papá me diera
permiso. Suspiré. Papá estaba ocupado con Hannah. Y luego ocupado con los
demás, para que se pusieran a hacer deberes. Y luego ocupado con Kurt y Dylan.
Y ocupado, ocupado, siempre ocupado. Es lo malo de tener tantos hermanos.
El tiempo pasaba lento para mí, aunque en realidad no
debieron ser más de dos minutos, pero entonces recordé que en casa también
teníamos plantas. Y de que allí, si no era yo, nadie se acordaba de cuidarlas.
Bajé a nuestro jardín dispuesto a retocar flores que en realidad estaban
inmaculadas, y a regar plantas que en verdad estaban bien satisfechas de agua.
Reciclando metáforas, aquél era mi lienzo y yo sólo estaba dando suaves
retoques a un cuadro ya terminado.
Desde allí eché un vistazo al jardín vecino, que me
llamaba, casi como si las flores pudieran hablar y me estuvieran pidiendo que
fuera a ocuparme de ellas, que aun quedaba mucho por hacer, que algunas aún
estaban mustias y con hojas secas… Entonces, en un segundo vistazo, me fijé en
algo extraño. Aunque estaba algo lejos para estar seguro, me pareció ver que
una planta que yo había trasplantado el viernes pasado (último día en el que acudí
al jardín), estaba tumbada de mala manera. Yo estaba seguro de haberlo hecho
bien. Mis plantas no se caían. Nunca.
Me mordí el labio y crucé la acera que separaba mi
casa de la del vecino, pensando que no estaba desobedeciendo a papá. Que yo no
estaba yendo a trabajar antes de que viera mis deberes. Sólo iba a hablar con
el vecino y a preguntarle qué había pasado con ese árbol. Tal vez no lo quería
ahí y lo había desplantado él mismo.
Allí no había vallas, ni tapias, y el señor Morrinson
estaba acostumbrado a tener niños en su jardín. Cuando papá le pedía disculpas,
él se reía y decía que le gustaba vernos allí, y que si queríamos entrar a
comer galletas lo hiciéramos con toda libertad: que alegrábamos su casa. Era un
buen hombre.
Por eso fue un shock total para mí ver cómo abría la
puerta antes de que yo llamara, con cara de malas pulgas. Se apoyaba en un
bastón para caminar, y por su expresión le creí capaz de blandirlo contra mí.
-
¡A ti te quería ver, chiquillo camorrista!
¿Camoqué? ¿Qué significaba
lo que me había llamado?
-
Señor Mo…
-
¿Para eso te ofreciste a cuidar mi jardín? Vete de aquí,
desgraciado. No se lo digo a tu padre porque no quiero darle un disgusto. ¡Lo
que debería hacer es darte una paliza! Así aprenderías tú a ser una persona decente.
En serio, ver a ese hombre
enfadado era como ver maullar a un perro. Yo no entendía de qué se me acusaba,
pero intuía que podía tener que ver con
el destrozo de su jardín. Fijándome un poco, me di cuenta de que una de sus
ventanas estaba rota.
-
Señor… sólo venía a preguntarle qué ha pasado en su jardín…
-
¡Lo sabes muy bien, mocoso! – gritó, achicando sus ojos un
poco. El señor Morrinson no veía bien, y estoy seguro de que para él yo sólo
era un borrón. Nunca nos distinguía a Zach y a mí, a pesar de que no éramos
gemelos idénticos, porque él nos diferenciaba por tamaños. Sabía, por ejemplo,
que el bulto más pequeño era Alice.
-
No, no lo sé… - respondí, empezando a desesperarme. ¿Y si no
me dejaba volver? ¿Y si me prohibía pisar su jardín de nuevo?
El anciano pareció
tranquilizarse un poco.
-
Dime la verdad, chico. Yo noto cuando la gente me miente.
¿Fuiste tú el que estuvo aquí el sábado
tirando huevos y piedras? Oí ruidos, y
pensé que eras tú que venía a trabajar en el jardín, aunque quedamos en que
volverías el lunes. Salí a decirte que me dieras un saludo en condiciones, por
lo menos, y entonces me tiraron huevos y me empujaron. Pensé que erais buenos
chicos. Tú y tus hermanos no me parecíais vándalos maleducados.
-
No lo somos, señor, se lo juro. Yo no hice nada de eso. El sábado papá nos
llevó a comprar al centro comercial. Tenemos… tenemos otro hermano ¿sabe usted?
Y necesita muchas cosas. Luego estuvimos jugando al Twistter, y al Pictionary…
Y… y el domingo estuvimos jugando en nuestro jardín, y luego fuimos a misa y….
¡yo no fui, de verdad!
-
Vale, vale. Te creo, chico. Disculpa que te haya acusado.
Tan solo lamento no haber visto al culpable. Estos ojos míos ya no son como
antes.
-
¿Por qué no nos avisó? Señor, mi padre le hubiera ayudado a
limpiar… o hubiera llamado a la policía.
-
Estaba convencido de que habías sido tú, y no quería meterte
en problemas con él, y que ya no te dejara venir. – respondió el anciano, y me
sonrió, ya con su amabilidad acostumbrada.
– Uno no encuentra hoy en días jardineros tan buenos ¿sabes? – me dijo,
y me guiñó un ojo.
Sonreí plenamente ante aquél
halago y me morí de ganas de contárselo a papá. El vecino se disculpó otra vez
por haberme culpado a mí y me ofreció una taza de chocolate y churros. Le dije
que tenía que volver a casa antes de poder empezar con el trabajo en su jardín.
-
El chocolate te estará esperando, entonces – me prometió, y
se despidió.
Yo sonreí, y volví a casa,
aunque no pude evitar preguntarme quién había sido el que había “atacado” al
señor Morrinson. ¿Quién podía querer molestar a alguien tan mayor y tan bueno?
Tenía un doble motivo para odiar al capullo que fuera el culpable: había hecho
daño a dos de las cosas que más me importaban en la vida.
Cuando llegué a casa papá
estaba en el cuarto de Alice y yo huí de allí antes de que me obligaran a mí
también a ver la cursilería esa de los unicornios. Fui a mi cuarto, y Madelaine
estaba allí, buscando un boli rojo.
-
No tengo. Creo que Hannah los va cogiendo todos. Si miras en
su cuarto seguro que hay un montón, aunque ahora mismo está Alice en plena
sesión de “Unicorniolandia”.
Ella sonrió un poco.
-
¿Hoy no vas a trabajar? – me preguntó.
-
En cuanto papá compruebe que hice los deberes… Si es que
viene de una maldita vez… Hoy tengo además mucho que hacer: alguien ha
derribado el árbol que trasplanté el otro día.
-
Puedes hacerlo mañana. ¿Juegas conmigo a la play en cuanto
termine una cosa de Sociales? Zach no quiere, porque sabe que le gano.
-
No puedo dejar de ir, Madie. Me comprometí. Voy todos los
días de lunes a viernes en cuanto acabe los deberes. Ese fue el trato. No puedo
faltar sin un buen motivo, y jugar a la play no es uno.
-
¡Bah! ¡Ahora me dirás que te has vuelto responsable!
-
¡Oye, alguna vez tendría que ser! – me defendí. – Prueba con
Cole. A lo mejor él quiere jugar.
-
No quiere. Anda, Harry, sólo una partida. – insistió.
-
Que no puedo.
-
¡Sólo son unas estúpidas plantas!
-
Ey, que a mí me gusta. Yo no me meto con las cosas que te
gustan a ti.
-
Porque yo no me enamoro de una rosa – respondió, medio en
broma, sacándome la lengua.
-
No: peor que eso. Te enamoras de “Justin Gayber”. –
respondí, de broma también, pero creo que ella no se lo tomó así. Por lo visto,
hacer un juego de palabras gracioso con su estúpido ídolo del pop se salía de
la idea de “broma” para ella. Noté cómo se enfadaba y de alguna forma intuí en
ese momento que aquello iba a acabar mal.
-
¡Retira eso!
-
¿El qué? Jobar, Madie, no es para que te enfades. Pero ¿ves cómo molesta que se metan con las
cosas que te importan?
-
Justin no es gay, ¿te enteras?
-
Si tú lo dices… - respondí, no muy interesado. Ese tipo ni
me iba ni me venía, aunque pinta de maricón tenía, ¡eso no podía negarlo!
-
¡No lo es!
-
¡Que vale! Justin “Gayber” y tú os casaréis y tendréis
muchos hijos, pero tenlos fuera de mi habitación ¿quieres? – insté, indicándola
con un gesto que se largara.
Vi como Madie se ponía
gradualmente roja de pura rabia, y comprendí que si uno valora en algo su
integridad física y quiere vivir hasta los catorce, no debe meterse con Justin
Bieber delante de una belieber.
Se lanzó a por mí y me dio
un empellón, mientras sus ojos chispeaban de furia. Estuve tentado de empujarla
de vuelta, pero en ese momento yo no estaba ni de lejos tan molesto como ella,
así que me tocaba apaciguar.
-
Vamos,
cálmate.
-
No hasta
que lo retires. – me gruñó.
-
Vale, lo
retiro ¿contenta?
-
Ahora
discúlpate.
-
No pienso
disculparme. Es una tontería, no me he metido contigo y no he dicho nada tan
malo. No puedes obligarme a que me guste ese niñato idolatrado – repuse. Que yo
también tenía mi orgullo, y tampoco me iba a dejar pisotear por algo así.
Mi respuesta hizo hervir la sangre de Madie, que perdió los pocos
estribos que le quedaban. Me dio un manotazo bastante fuerte en el brazo,
aunque creo que quería apuntar a mi pecho, y repitió el proceso varias veces.
-
¡Eres un
idiota lelo de mierda! ¡Me alegro de
haber estropeado tu estúpido jardín!
Al escuchar eso mi furia se igualó a la suya e incluso la superó. La
sujeté las manos y la retuve con cierta facilidad, mientras ella intentaba
soltarse.
-
¿Qué has
dicho? – exigí, hablando entre dientes de puro enfado.
-
¡Yo
arranqué tus estúpidas flores, y volveré a hacerlo si no te disculpas!
Si me hubiera parado a pensarlo, hubiera entendido que algo no encajaba
ahí, porque lo que habían arrancado no eran flores, sino un
árbol. Y a decir verdad mi hermana no tenía motivos para haber hecho aquello.
Lo dijo únicamente por molestarme, buscando lo que más podía herirme en ese
momento, pero no había sido ella. Sin embargo yo en ese momento no pensé con lógica y me sentí
dolido porque mi propia hermana hubiera destrozado algo tan importante para mí,
y a lo que tantas horas le había dedicado.
La embestí, y de mi golpe se cayó al suelo. Ella me agarró la pierna para intentar
tirarme y yo me liberé de una patada. Soltó un grito y en ese momento me sentí
bien… me sentí bien por hacerla gritar, porque ella había destrozado el jardín
y a lo mejor ese árbol no tenía arreglo, y se moría. Sentí ganas de destruirla al
igual que ella había destruido mi trabajo, y seguí dándole patadas, hasta que
lloró.
-
¡Ay! ¡Me…
haces daño! Harry, me haces… mucho daño –
chillaba.
-
¡Así
pruebas un poco de tu propia medicina! – grité, y seguí a lo mío. - ¿Quién te
manda meterte con un pobre anciano?
Entonces vino papá, y cualquier persona racional hubiera parado al ver
la expresión de su cara, pero yo en ese momento no era una persona racional.
Nunca había sentido tanta ira y lo cierto es que no pensaba con claridad. No
pensaba en que era mi hermana…Mi mente sólo pensaba que quería destrozarla…
Noté que me agarraban y vi que eran Ted y Alejandro, separándome de
allí. Luché contra ellos, pero eran dos y eran más fuertes. Papá, mientras
tanto, levantaba a Madie y susurraba cosas que yo no entendía bien, e intentaba
ver si yo la había hecho daño. Por desgracia sólo tenía cardenales y
magulladuras. Quise rematar la tarea, pero no había forma de que Ted y
Alejandro me soltaran.
-
¡Harry,
cálmate, joder! – gritó Alejandro. - ¡Que es Maddie! ¿Qué cojones te pasa?
-
¿Quieres
matarla? ¿Es eso? - añadió Ted,
zarandeándome un poco.
Mi mirada se cruzó con la de papá, y eso fue lo que hizo que me quedara
quieto. Muy quieto. En ese momento,
cuando aún apenas empezaba a ser consciente de lo que había hecho, tuve miedo.
Cualquiera hubiera tenido miedo, de haber visto a papá tan…fría y
peligrosamente tranquilo.
-
Aidan´s POV –
Cuando Alejandro y Ted sujetaron a Harry yo me lancé a por Madelaine.
Mi princesa. Mi princesita. Se agarró a mí totalmente aterrada, sin dejar de
llorar, como pidiéndome protección. Era la misma forma en la que Hannah me
agarraba cuando creía ver una sombra bajo su cama, pero aún más vulnerable.
Examiné cada milímetro de su cuerpo, buscando huesos rotos, golpes
graves y cosas así. Sólo cuando me cercioré de que no había lesiones
importantes, reparé en los cardenales. Por lo visto Harry la había golpeado
sobretodo en las piernas y las costillas. Gracias a Dios que no la había dado
en la cara, porque creo que la habría roto algún diente.
-
Papi… -
gimoteó Madie. No hizo falta que dijera nada más, porque la entendí. “Papi, me
duele”.
Besé su frente y la agarré con cuidado, poniéndola de
pie. Ella no quiso soltarse de mí ni yo la hubiera dejado, pero antes de seguir
abrazándola tenía que matar a su hermano y organizar su funeral. Intenté asimilar esto. El hecho de que
aquello fuera obra de un hijo mío. Parecía imposible. Era, simplemente, algo
que no podía asimilar.
Me sentí vacío. ¿Decepcionado? No, peor que eso:
culpable. Algo tenía que haber hecho muy mal para que pasasen cosas como
aquellas. En algo yo había fallado. Si en ese momento Ted hubiera vuelto a
llamarme padre de mierda, hubiera tenido que darle la razón.
Mis ojos se posaron en los de Harry, y él dejó de moverse. Me miró
fijamente y yo a él. Y entonces, sin ningún aviso, sin ningún movimiento
delator, salté a por él como un guepardo, que ataca antes de que su presa lo
vea. Quería golpearle, pero me contuve, porque creo que en ese momento le
habría matado. Le agarré de los hombros y le zarandeé, como para hacerle
reaccionar, pero él se limitó a cerrar los ojos.
-
Mírame.
¡Harry, joder, mírame! – insté, pero ni caso. Estuve a un milisegundo de
cruzarle la cara, pero en el último momento cambié la trayectoria y golpeé la
mesa. Todo lo que había encima de ella tembló, y también temblaron mis hijos. -
¡QUE ME MIRES, COÑO!
Finalmente, lo hizo, aunque fuera lo que fuera lo que
yo esperaba ver en su lugar me encontré con que sus pupilas estaban dilatadas,
su cuerpo tenso, y una palidez enfermiza empezó a asentarse en su rostro. Me di
cuenta de que no estaba respirando, y en algún lugar dentro de mí recordé que
él también era mi hijo. Eso me hizo dominarme un poco, recordándome que no
debía gritar, pero no lo suficiente como para endulzar mis palabras:
-
Cuánto me
has decepcionado. – espeté.
Los ojos de Harry, única parte de su cuerpo que revelaba que no era una
estatua, mostraron lo mucho que mis palabras le hirieron. Intentó decir algo,
pero no le salía la voz, ni las lágrimas, a pesar de que creo que tenía muchas
ganas de llorar. Estaba muerto de miedo.
Noté que alguien me empujaba un poco y vi que era Ted,
que se acercó a Harry y le abrazó. Puse una mueca y me giré para atender a
Madie, pero entonces, como efecto del abrazo de Ted, o tal vez reaccionando con
retardo a mis palabras, Harry empezó a llorar y a respirar con ciertas
dificultades. Vacilé un momento, con todo mi cuerpo pidiéndome que atendiera y
sofocara esos sollozos. Pero en ese momento no me creía capaz de consolarle, y
además había otra personita llorando en aquella habitación. Me llevé a Madie de allí y dejé a Harry con
sus hermanos, para no decir o hacer algo de lo que pudiera arrepentirme.
La llevé a su cuarto y ella no dejaba de llorar. Barie
nos miró preocupada. Sin duda había escuchado gran parte de lo que había
pasado.
-
Barie,
cariño, déjanos un momento.
-
N-no…snif
…qu-que se quede - pidió Madie.
-
Está
bien, lo que tú quieras, cielo. – respondí, y la di un beso. Me daba miedo
tocarla, porque aún no estaba seguro de que no la doliera cualquier contacto.
Ella sin embargo se abrazó a mí con mucha fuerza, así que no parecía gravemente
magullada. – ¿Te duele mucho, cariño?
-
S-sí.
-
¿El qué?
-
T-todo. –
lloró. La di otro beso y me senté en su cama. La senté entonces encima de mí,
como hacía con los más pequeños. Barie se sentó a nuestro lado, y apoyó la
cabeza en el brazo de Madie, sin hacer preguntas, sin decir nada.
-
Ya, mi
amor, ya. Pobre bebé… Papá te tiene, princesa – susurré, hablándola como le
hablaría a Alice, pero pareció hacer efecto. Poco a poco, con mis caricias, y
con mi voz, se fue calmando, hasta que sólo se oían sollozos suaves y
espaciados. Volví a darle un beso y dejé mis labios apoyados en su frente. –
Cariño, ¿estás bien? ¿Duele como para ir al médico?
-
N-no,
papi.
-
¿Segura?
-
Sí.
-
Bueno. Te
daré un poco de pomada ¿sí? – dije, haciendo ademán de levantarme, pero ella no
me dejó. No hizo falta ni que lo verbalizara. Su gesto expresaba claramente un
“no te vayas”, así que me quedé.
-
¿Fue
Harry? – preguntó Bárbara, que no debía estar muy segura. Madie asintió. –
Menudo gilipollas. – soltó. Luego me miró, como dándose cuenta de que yo estaba
delante y la había oído decir eso. Me extrañé un poco porque ella no solía
decir tacos, pero no me enfadé. No después de lo que él había hecho. Además, yo
también había soltado alguna mala palabra hacía un rato. Y Alejandro. Y todas
las palabrotas del mundo eran pocas para descargar mi frustración.
Con gusto y placer yo destrozaría a cualquier persona que hiciera daño
a mi princesa… pero esa “persona” había sido Harry. Mi niño. Mi niño al que
había dejado blanco, temblando, llorando en brazos de su hermano. Suspiré.
-
Papi, ¿me
harías un favor? – dijo Madie.
-
Lo que
sea, princesa. Sólo pídelo. – aseguré, fervientemente. En cualquier momento,
pero en aquél en especial, yo haría cualquier cosa por ella.
-
No seas
malo con Harry – pidió.
La miré con sorpresa. ¿En serio estaba intercediendo por su hermano
después de lo que había hecho? Creo que mi cara demostró lo poco dispuesto que
estaba a cumplir aquello, porque Madie continuó.
-
Por
favor, papi. Yo… yo empecé la pelea. Y
le dije que estropeé su jardín.
-
¿Lo
hiciste?
-
No, pero
estaba enfadada y quería hacerle daño. Fue mi culpa, papá. Él no quería pelear…
-
Nunca
será culpa tuya que alguien te trate como él lo hizo, Madelaine. Grábatelo en
la cabeza, por favor. Da igual lo que tú le hicieras. Nada justifica esto.
Madie no dijo nada y me siguió abrazando.
-
¿Me vas a
castigar? – preguntó al cabo del rato.
-
¿Qué? No,
claro que no, princesa.
-
Pero
papá, yo le empujé, y quería hacerle daño…
-
Madie, lo
único que voy a hacer contigo el resto del día es mimarte y llenarte de besos –
anuncié con solemnidad. Ella sonrió un poco.
-
Me gusta
eso.
Yo sonreí también y la mecí un poco, como cuando era más pequeña. Ella
apoyó su cabeza en mi pecho y se dejó llevar por el infantilismo. Levantó el
antebrazo, donde empezaba a tener lo que sin duda sería un buen cardenal, y lo
acercó a mi cara.
-
Besito –
pidió, y yo tomé el brazo y se lo di. – Ya no me duele – ronroneó. Fui besando,
uno a uno, todos los golpes que tenía visibles, como hacía cuando tenía la edad
de Hannah.
Cuando sentí que todo estaba bien, me separé un poquito.
-
Quédate
con tu hermana, ¿vale cielo? Yo luego vuelvo.
-
Papi, no
seas duro con él. Si me quieres, no lo seas…
Apreté los dientes. Esa frase… Yo también había dicho esa frase una
vez, y me sentí fatal cuando no fui escuchado.
-
Ese es un
golpe bajo, Madie. Claro que te quiero, te quiero más que a mi vida, y a él
también, pero no voy a permitir que…
-
Él nunca
se va a perdonar, así que necesita que tú le perdones – declaró Madie, y creo
que ni ella misma sabía lo proféticas que eran sus palabras.
No dije nada, y me encaminé a la habitación de Harry, donde le había
dejado con Ted y Alejandro. Cuando entré
me encontré a Ted sentado en el suelo, con Harry tirado y sin pintas de querer
o poder levantarse. Sin embargo fue verme y ponerse de pie rápidamente, como activado
por un resorte. Nos miramos a los ojos durante unos segundos, mientras las
lágrimas caían por los suyos.
-
El único
que puede dar patadas a una mujer, es su hijo antes de nacer - susurré, y noté que Harry sufría un
escalofrío. Por alguna razón creo que para él era peor cuando le hablaba sin
gritarle. Se asustaba más. Intenté verlo desde su perspectiva y me di cuenta de
que había sonado un poco como un mafioso.
Ted me miró mal. Quiso decirme algo con la mirada, y yo seguí la
trayectoria de sus ojos hasta el propio Harry. Concretamente, Ted quería que yo
mirara su cintura, y así fue como percibí una marcha de humedad en los
pantalones de Harry. Tardé dos segundos en comprender. ¿Se había hecho pis
encima? Hacía años que no le pasaba. De
niño había sido muy asustadizo, y el sonido de un golpe fuerte parecía capaz de
pararle el corazón. Tal cosa no había sucedido nunca, gracias a Dios, pero sí
se había orinado encima alguna vez. Cuando algo le asustaba mucho, era incapaz
de controlar esa respuesta fisiológica…. Le pasa a mucha gente, cuando el susto
es muy muy grande, aunque cada cuerpo reacciona de una manera. Pero por alguna
razón yo pensaba que sólo les ocurría a los niños pequeños y en cualquier caso
no entendía del todo por qué le había pasado en ese momento. ¿De qué tenía
tanto miedo?
“Pues de ti, imbécil”.
Vale, no había que ser un genio para entender que yo le había asustado.
¿Había sido por los gritos? ¿Por el golpe en la mesa? Aunque no era mi forma de
ser habitual, tampoco era la primera vez que lo hacía y Harry nunca había reaccionado
así. De hecho a veces parecía que mi enfado le traía sin cuidado. Cuando los
petardos, por ejemplo, el que se angustió fue Zach.
Asocié esa reacción anómala al hecho de que Harry era consciente de lo
que había hecho. De alguna manera, aquello delataba que lamentaba lo que había
hecho. Respiré hondo un par de veces.
Por muy enfadado que estuviera con él, no dejaba de ser mi hijo, y verle tan
asustado me ponía enfermo. Di un paso hacia él y entonces Harry se escondió
detrás de Ted, asomando sólo la cabeza de un modo que resaltaba más que nunca
su parecido físico con Kurt. Ted le acarició para tranquilizarle y yo terminé
de recorrer la distancia que nos separaba.
Prácticamente tuve que arrancarle de los brazos de Ted, haciendo
bastante fuerza, porque Harry se aferraba a él como si fuera un tablón de madera en medio de un naufragio. Es
curioso cómo cambiamos de planes en poco tiempo, porque en ese momento mis pensamientos eran bien diferentes a los
de hacía algunos minutos. Cuando logré
separar a Harry de Ted, le abracé. Y cuando él se dio cuenta de que de
momento no iba a hacer nada más, me devolvió el gesto con ansia, sin saber bien
a dónde agarrarse porque con rodear mi espalda no debía de parecerle
suficiente.
-
¿Qué he
hecho, papi? ¿Qué he hecho? – me preguntó desesperado.
Me preguntaba a mí, como si yo tuviera la respuesta. Como si yo pudiera
decir lo que había pasado por su cabeza para ser… para ser un animal con su
hermana. Le acaricié el pelo, reconfortándole físicamente puesto que no sabía bien
qué decirle. Al final encontré algo.
-
Te
dejaste llevar por la ira, pequeño. Hasta cierto punto es algo natural. Pero te
pasaste.
Harry gimoteó. Me agaché un poco y le di un beso.
-
Aún estoy
muy enfadado contigo – le aclaré. – Pero no me sirve de nada ni quiero que
tiembles de miedo. Lo primero que quiero que hagas es ir al baño y cambiarte de
ropa.
El mencionar el hecho de que estaba mojado hizo que llorara más. Me
soltó y se tapó la cara con las manos, mientras sus hombros subían y bajaban
con cada sollozo. Estaba indefenso. Estaba perdido, y atormentado. No sé si
quedaba en él espacio para la vergüenza.
Le hice sacar las manos y le miré a los ojos. A pesar de que yo no le
estaba gritando, a pesar de que le había
abrazado, seguía mirándome con miedo. Suspiré. Quería alejarse de mí y si no lo
hacía era sólo porque yo le sujetaba. Inspirar un sentimiento así en mis hijos
hizo crecer un fuerte autodesprecio en mí.
-
Ted,
¿puedes ir con él? – pedí, entendiendo que Harry no se calmaría mientras no le
dejara sólo. Hubiera querido acompañarle al baño y decirle que todo estaba
bien, pero lo cierto es que no lo estaba, y mentirle no arreglaría nada. Harry
no tenía motivos para temerme, pero sí para pensar que había hecho algo
horrible. Mi presencia sólo le hacía sentir peor, por lo visto.
Ted asintió y me di cuenta de que su intento de recuperar el sueño
había sido frustrado por los gritos de Maddie. En ese momento parecía bien
despierto, sin embargo. Agarró a su hermano con cariño a la vez que con determinación, agarró un pantalón y una muda limpia, y se lo
llevó al baño.
Me dejé caer sobre una silla.
-
Nada de
lo que hagas hará que esté más
arrepentido de lo que ya está – dijo Alejandro. Casi me había olvidado de que
él estaba ahí.
-
¿Y qué
sugieres? ¿Qué haga como si nada? ¿Qué deje pasar el hecho de que le ha dado
una paliza a tu hermana?
-
Sé lo que
estás pensando – dijo Alejandro, sin inmutarse por mis preguntas capciosas –
“De esto a que se convierta en un maltratador hay sólo un paso”. Pero te equivocas.
Sólo ha sido una pelea. Los hermanos se pelean. Es normal. Tienen casi la misma
edad… Nunca han distinguido chicos de chicas. Madie juega al fútbol con ellos y
hace entradas duras como la que más. Si hay que irse a los puños, ella es la
primera. Esta vez ella ha recibido más, pero podía haber sido al revés. Ted una
vez me dio una paliza a mí. Yo se la di
al propio Harry. A veces alguien se
excede en una pelea. Sé que verle así ha sido muy impactante pero… tienes que
olvidarte de que se trata de tu princesa. No estás siendo imparcial en esto.
Nunca, jamás, en mi vida, me has dicho que estés decepcionado de mí, y yo he
hecho cosas muy malas. Con eso, le has hundido en la mierda.
Me arrepentí de haberle dicho eso aquello a Harry y me di cuenta de que
no lo pensaba de verdad. No me esperaba eso de él, pero no me había
decepcionado. Era mi niño. Mis hijos no podían decepcionarme. No cuando se abrazaban a mí, histéricos
por el peso de sus propios errores.
-
Tiene
trece años – remató Alejandro, como si fuera consciente de que iba ganando
terreno en mi cerebro. – A veces te olvidas de eso cuando le castigas. No somos Ted, ni yo. Es Harry. Y aún es…
pequeño.
-
Lo sé,
Alejandro. Y aunque es tierno que os aliéis para dejarme como el malo de la
película, no olvides que antes me corto un brazo que hacerle daño. Por eso me
he ido antes. Para estar seguro de no dejarme llevar por el enfado.
-
Ya, pues…
al irte como te has ido, y decirle lo que le has dicho…se lo hiciste.
- Ted´s POV -
Yo vivía con la constante presión de no decepcionar a papá. Era mi
héroe, mi modelo para todo y para mí no había nada peor en el mundo que el que
él no estuviera orgulloso de mí. Por eso, supe el momento exacto en el que
Harry se rompía en mil pedazos, al escuchar de labios de Aidan que le había
decepcionado. Me salió del alma abrazarle, y así me di cuenta de que estaba
tiritando. El enano estaba muy asustado.
Y no era para menos, joder. ¡Que le había dado de patadas a nuestra
hermana! Si no fuera porque sabía que papá se encargaría de hacerlo, yo mismo
hubiera querido zurrar a Harry. Pero por suerte no era ese el papel que me
tocaba a mí, así que me centré en confortarle un poco, y en lograr que se
repusiera. Fue difícil, porque papá se fue con Madie y Harry no dejó de temblar
como un pollito al que alejan del calor de su madre. Susurraba cosas que yo no parecían del todo
coherentes, pero de vez en cuando distinguía frases como “soy un monstruo”, y
en vano intentaba negárselo, porque él no me escuchaba.
Cuando papá volvió yo estaba intentando que se levantara del suelo,
donde se había tirado como si no tuviera fuerzas para estar de pie. Lo cierto
es que Aidan estaba muy enfadado… Alguna
vez Alejandro y yo habíamos bromeado sobre los “cuatro estados del cabreo de
Aidan”. Casi se correspondían con nuestras edades, porque la magnitud de
nuestras cagadas aumentaba proporcionalmente a nuestros años. Estaba el estado
uno o “falso enfado”, que es que solía usar con los enanos cuando hacían alguna
trastada. En esos casos se enfadaba un poco, pero en realidad casi todo era
actuación, y lo veías claramente por el tono de voz que empleaba. A veces ni siquiera se enfadaba de verdad, y
notabas que hacía esfuerzos por no reírse ante travesuras que eran más bien
graciosas. Luego venía el estado dos… cuando le desobedecías. Dependiendo de en
qué lo desobedecieras se trataba del estado dos o del tres…Y el tres ya era
bastante malo. Así le veías cuando le
mentías, cuando le desobedecías en algo importante, cuando le faltabas al
respeto…Y luego estaba el cuatro. El cuatro solía estar reservado para
Alejandro y a decir verdad acojonaba. Papá pasaba de gritar a susurrar y te hacía sentir pequeñito pequeñito.
Pues bien, creo que aquella vez
había llegado al peligroso y desconocido estado cinco. Diablos, casi me alegré
cuando me pidió que acompañara a Harry. No quería permanecer en esa habitación
ni un segundo más, temiendo que la bomba hiciera explosión enfrente de mí. Aunque debo reconocer que fue amable con el
enano, y hasta cariñoso. Papá hacía eso. Te hacía sentir el peor hijo del
planeta mientras te acariciaba la cabeza. Y ni siquiera era su intención el
hacerte sentir así.
Una vez en el baño, puse en los brazos de Harry unos boxers limpios y
otros pantalones. Él los dejó caer, con los brazos flácidos y sin energías.
Recogí la ropa y se la volví a dar.
- Vamos, enano. Te va a hacer mal, llorar así.
Harry me miró como un animalillo desvalido, y se empotró contra mí para
que le abrazara.
-
Des…
destrozó mi jardín. Lo…snif…lo destrozó.
Y..snif…y…snif…y
Sea lo que fuera lo que iba a decir, se quedó en el “y”, incapaz de
continuar. Dijo algo más que no pudo entender, y luego se limpió en mi
camiseta. Qué… higiénico.
-
Me quiero
moriiiir – gimoteó al final.
Le separé de mí y le miré a los ojos con algo de enfado.
-
No digas
eso ni en broma si no quieres que me sume a la lista de los que van a patearte
el trasero. - le dije, y cómo respuesta
él soltó un hipido.
-
¿Hay….snif…
hay una lista? – preguntó.
-
Oh, sí,
ya lo creo. En primer lugar está papá, pero yo me preocuparía más por Madie.
Eres consciente de que ella cabreada puede ser peor que Alejandro ¿verdad? –
bromeé. Aunque, por otro lado, tal vez no fuera broma. Tal vez Harry hiciera
bien en llevar un escudo los próximos días. Madie arañaba y mordía, y mi brazo
atestigua que sus dientes eran un arma temible.
-
Pues…snif…
pues… pues yo me preocupo más por papá.
Pensando si no estaba cruzando alguna especie de barrera de “afecto
fraternal”, le di un beso, como hacía con los peques o con las chicas.
Normalmente Harry me hubiera asestado un puñetazo, pero en ese momento el
contacto a decir verdad pareció calmarle un poco.
-
Estoy
seguro de que Alejandro va a ser un buen abogado.
-
¿Será…
será peor que con lo del dinero?
-
No lo sé,
Harry – respondí con sinceridad, y algo de pena, recordando que Harry no estaba
teniendo precisamente una buena racha. Algo me decía que mi hermanito iba a
seguir el camino de Alejandro, y era un camino lleno de visitas a las piernas
de papá, y no precisamente para sentarse. – Pero, aunque sea pedirte algo muy
difícil en este momento, tienes que entender que lo que has hecho es malo,
mucho, así que es normal que papá esté enfadado.
-
Lo…snif…
lo entiendo. No va a perdonarme en la vida… - lloriqueó, y volvió a restregarse
contra mí, como para limpiar sus lágrimas.
-
Bromeas
¿no? Estamos hablando de papá. Oye, ha perdonado a Alejandro por beber y
drogarse.
Harry no dijo nada pero al cabo del rato se separó y se limpió la cara,
consiguiendo, más o menos, dejar de llorar. Entonces pareció venirle de pronto
la vergüenza por todo lo que había pasado. Por llorar así, por abrazarse a mí,
porque le diera un beso, por hacerse pis…
- No soy más que un bebé llorón – murmuró, con grandes dosis de odio
hacia sí mismo.
-
¡Ey! Eres
MI bebé llorón. Y prometo que no usaré
nada de esto para chincharte, nunca. No es malo llorar ni arrepentirse, enano…
Porque lo sientes ¿verdad?
-
Más que
cualquier otra cosa en la vida. – respondió, con mucha intensidad, y amenazando
con llorar de nuevo. - Ojalá pudiera volver atrás…
Froté su brazo suavemente.
-
No puedes
volver atrás, pero sí puedes ir hacia delante. No vuelvas a hacer algo
semejante y todo esto habrá servido al menos para que aprendas algo. Ahora ya
sabes la clase de persona que eres: del tipo que se siente horrible si se deja
llevar por su ira. Del tipo que merece la pena. Del tipo que me alegro de tener
como hermano.
Harry me miró fijamente, recordándome más que nunca a cuando era más
pequeño.
-
Gracias,
Ted.
Le sonreí.
-
Anda,
cámbiate. Espero fuera, ¿vale?
Harry asintió, y yo salí y cerré la puerta. Al poco salió, con
pantalones nuevos y limpios, aparentando
estar algo más sereno.
-
Te dejo
en herencia mi caja roja ¿vale? La caja azul la comparto con Zach y se la
dejaré a él.
-
No seas
tonto. Tú vas a vivir más años que yo y papá no va a ser tu verdugo.
-
Para una
parte de mí sí – replicó.
-
Le
escribiré un panegírico a tu trasero. Ahora tira, y no le hagas esperar. – le dije, y se azoró tanto que casi se
atraganta, mirándome como si fuera alguna clase de loco pervertido. Fue una
cara muy graciosa, y me tuve que reír. – No será tan malo. Papá ladra más que
muerde – le animé.
Pese a todo, sé que no le resultó nada fácil volver a su cuarto, pero
tanta precaución fue innecesaria porque papá no estaba allí. Se fue entonces al cuarto de Aidan, pero
también estaba vacío. Harry decidió esperarle allí y me indicó además que
quería estar sólo.
-
Aidan´s POV –
Mientras Harry se iba con Ted, yo cogí
una pomada y volví al cuarto de Madie. Ella pareció extrañarse de verme
allí, pero creo que luego dedujo que todavía no había “conversado” con su
hermano. En un silencio extraño, aunque no incómodo, eché pomada en sus brazos
y en sus piernas y luego dejé el tubo en la mesilla porque deducía que tendría
cardenales en otras partes, y no se sentiría del todo cómoda si la pedía que se
levantara la camiseta. Así que lo dejé ahí para que siguiera ella con
tranquilidad.
Me limpié las manos del mejunje ese y luego la acaricié el pelo de
forma distraída, pensativo. Ella se apoyó contra mí, dejando que la mimara.
Apenas me di cuenta de que Barie ya no
estaba en la habitación. Había algo rondándome la cabeza.
-
Madie…
¿qué fue lo que pasó, exactamente? – pregunté. Alguna explicación tenía que
haber. El niño indefenso que lloraba de puro sentimiento no podía ser el mismo
que había pegado así a su hermana…
-
Ya te lo
he dicho…Hablamos… bromeamos… él se metió con Justin… le empujé… Le exigí que
se disculpara y me enfadé, y le dije que yo había sido quien había destrozado
el jardín del vecino.
-
Pero no
lo destrozaste – apunté, por algo que ella había dicho antes.
-
No, pero
él no lo sabe. Y… y dijo no sé qué de meterme con un anciano…
-
¿Con el
señor Morrinson? – aventuré.
-
Supongo.
-
Así que
Harry piensa que tú estropeaste su trabajo y agrediste al vecino.
-
Sí, eso
creo. Ya te dije que era culpa mía.
Levanté su barbilla y sostuve la
mirada de sus ojos tristes.
-
No puede
ser culpa tuya algo que no hiciste. Si es cierto que empezaste la pelea, no estuvo bien pero él debió terminarla. Esto
no han sido un par de empujones. Lo que él ha hecho es enteramente culpa suya.
-
Pero lo
que he hecho yo es culpa mía.
-
No voy a
regañarte ahora. Por lo que a mí respecta, princesita, voy a mimarte mucho,
mucho, y voy a hacer que tus hermanos también lo hagan, y vas a tener a todos
los chicos de esta casa a tus pies.
-
Pero…
-
Sin
peros. No me discutas, jovencita – bromeé, poniendo tono de película del siglo
pasado. A su pesar, sonrió.
-
¿Sigues
dispuesto a dejarme sin hermano?
-
Bah, tienes
demasiados.
-
Papáaaa.
-
Voy a
tratar de ser justo, cariño. Es lo único que te puedo prometer – respondí,
hablando ya más en serio. La di un beso en la cabeza y luego me fui de una vez
por todas a hablar con Harry.
No estaba en su cuarto, y al principio pensé que tampoco estaba en el
mío. Sin embargo, un segundo vistazo me hizo ver que estaba debajo de mi mesa.
Era increíble que cupiera ahí. Era un hueco bastante pequeño…Wow, sí que era
flexible. Estaba encogido, con las rodillas muy dobladas.
Me miró. Le miré.
-
¿Qué
haces ahí?
No me respondió. Me agaché junto a él y le tomé del brazo.
- Anda, sal. Te vas a hacer daño. Apenas cabes. – insistí, tirando de
él, pero se resistía. No como quien está siendo cabezota, sino como quien tiene
miedo del agua y le están obligando a tirarse a una piscina. Le solté. – Oye,
tú y yo vamos a tener un problema si sigues teniendo miedo de mí ¿eh? Tienes
que contarme que cosa tan horrible he hecho para que te asustes así.
-
No es por
algo que hayas hecho tú, sino por lo que he hecho yo. – respondió al final. No
estaba llorando, pero no estaba seguro de que eso fuera algo bueno. Me daba la
sensación de que en ese momento necesitaba llorar, y mucho. De que no era
recomendable que se reprimiera.
-
Bueno, es
por eso que vamos a tener una pequeña charla, pero no es que sea la primera
vez. – comenté, como restándole importancia. Al ver el poco efecto que tenía,
suspiré. Me senté en el suelo, frente a él. – Está bien, quédate ahí si
quieres. Ahora sólo necesito que me escuches. Mira, Harry, soy consciente de
que por más que quiera hacerlo nunca conseguiré que convivamos todos sin una
sola pelea. Somos mucha gente, pasamos mucho tiempo juntos, y es normal. Pero
una cosa es que le pegues cuatro gritos a tu hermano porque te haya cogido algo
sin permiso, y otra muy diferente que te líes a golpes con tu hermana. Por el
motivo que sea. Nadie se merece ese trato, y sinceramente hijo, una mujer
menos. Tú vales más que eso. Sé que no piensas que esté bien que el fuerte
abuse del débil. Y no, ya sé que Madie
no es precisamente débil, y que sabe defenderse pero… antes no se estaba
defendiendo. No podía. Harry, si tus hermanos no te hubieran detenido, no sé si
tú hubieras sido capaz de hacerlo.
Harry me escuchó sin decir nada, pero sabía que me estaba prestando
atención.
-
Sé que
pensaste que destruyó el jardín, pero no lo hizo, hijo. Y aunque así hubiera
sido, por más importante que sea para ti, es tu hermana, Harry. Yo quemaría
cada maldito libro que haya escrito por impedir que os pasara algo. Me duele
ver que tú haces daño a tu hermana por pensar que dañó las plantas.
Los ojos de Harry se humedecieron.
-
Pero… le…
le agredieron. – musitó, como intentando defender su postura. Su actitud previa
y el tono desalentado con el que le dijo me hicieron pensar que en realidad
sabía que era indefendible.
-
¿Al
vecino? Ella no. Sé que es un buen hombre, y le aprecias, y que no te gusta que
le lastimen, pero reaccionando así te rebajas al nivel de los salvajes que la
tomaron con él.
Costaba mucho no ser duro sin
dejar de decir lo que pensaba. Mis palabras tenían que estar doliéndole un
poco, pero era necesario que me escuchara.
-
Harry, sé
que te sientes mal, y que lamentas lo que has hecho, pero también tengo que
estar seguro de que no lo repites, y de que entiendes que ciertos actos tienen
consecuencias. Quiero que además te
ayude a sentirte mejor, y que tu sentimiento de culpa se quede debajo de ésta
mesa. No hago esto para que sientas tanto miedo que te orines encima. Lamento
si he provocado que te sientas así. Ahora voy a …
Antes de poder terminar, Harry salió de ahí llorando a mares.
-
¡No me he
hecho pis, no me he hecho pis! – chilló, y se tiró sobre mi cama.
Tuve un flashback al verle hacer
eso. Harry tenía seis años y Ted tuvo la brillante idea de contarle una
historia de miedo. Esa noche hubo una
gran tormenta y cuando las contraventanas chocaron contra el cristal pensé que
Harry se moría del susto. Gritó y se meó en los pantalones. Cuando intenté
consolarle y cambiarle la ropa salió corriendo y chillando “no me he hecho pis,
no me he hecho pis” justo como acababa de hacerlo. Ese recuerdo me dio mucha
ternura, y verle tan avergonzado sólo la aumentó. Me senté a su lado y le froté
el cuello.
-
No pasa
nada, campeón. No hay de qué avergonzarse. Fue una reacción de tu cuerpo… lo
que no entiendo es por qué te asustaste así.
-
Snif...snif…
dabas miedo. – gimoteó.
Me quedé pensando en sus palabras con una mezcla de dolor y
culpabilidad. Alejandro también había huido de mí esa misma noche, y la verdad es que yo no terminaba de
entenderlo. No esperaba en todos ellos
la docilidad casi insana de Ted, y que actuaran mansos y tranquilos ante un
castigo, pero tampoco me parecía natural que me tuvieran miedo. Recientemente
ellos estaban siendo más cafres, así que yo estaba siendo más duro, y aunque mi
reacción me parecía una cuestión de pura lógica, decidí que el que tenía que
poner el límite era yo. Hicieran lo que hicieran yo no iba a cruzar ese límite,
pero no bastaba con que yo lo supiera: ellos también tenían que saberlo.
Le levanté con cuidado, y le puse de pie enfrente de mí. No costó
demasiado porque se dejó manejar, como una marioneta.
-
No debes
tener miedo de mí.
-
Es…snif…
¡es fácil decirlo cuando me quieres pegar!
¡Te enfadas porque pegué a Madie y quieres hacer lo mismo!
-
No, mi
amor, no quiero hacer lo mismo. Hay una clara diferencia. Esto – dije, y le di
una palmada suave que le hizo dar un respingo porque no se lo esperaba - no es lo mismo que darle de patadas a tu
hermana. ¿Sabes por qué?
-
¿Por qué
duele menos? – preguntó, y yo sonreí un poco. Acababa de admitir en voz alta
que no dolía tanto, aunque luego se quejara como si fuera la mayor tortura
imaginable.
-
No. Por qué tú
estabas furioso antes, con tu hermana. Tú estabas lleno de ira.
-
¿Y tú no?
– inquirió. Creo que sabía la respuesta, pero aún así quería oírla.
-
No. Yo no
estoy furioso. Ya no. Por eso me fui hace un rato. Me di cuenta de que estaba
demasiado enfadado. Usé la violencia ¿entiendes? Esa es la diferencia. La ira transforma
nuestras acciones en actos violentos.
Por eso a veces nos asustamos por un golpe, cuando otras veces no nos
asustamos por otro más fuerte. La violencia en las acciones de los demás es lo
que hace que tengamos miedo. Tú fuiste violento, yo fui violento, pero ahora no
voy a serlo. Y te pido disculpas por haberte asustado. Lo siento mucho, y también siento haber dicho
que me decepcionaste, porque no es cierto.
Pareció que esas palabras le quitaban un gran peso de encima. Con algo
de timidez, como temiendo ser rechazado, me abrazó. Le apreté con fuerza.
-
¿No es
cierto? – preguntó, con inseguridad.
-
No,
cariño. Nunca me decepcionarás por cometer un error, y menos cuando te sientes
culpable y más que dispuesto a admitirlo. Tienes una cosa muy buena, Harry, y
es tu conciencia. Creo que muchas veces no necesitas que yo te diga que algo
está mal ¿mm? Desde bien pequeño. Tú ya lo sabes.
Harry lo pensó, y luego asintió.
- Pues entonces, a ver si escuchas más esa vocecita interior. Seguro
que así te meterías en menos líos.
-
Lo
intentaré…
Le acaricié la espalda durante un rato y noté que poco a poco se
relajaba. Sus hombros se destensaron y ya no estaba tan rígido ni tan frío. Ya
no tenía miedo.
-
Sé que te
cuesta mucho ser amable conmigo después de lo que le he hecho a Madie. –
susurró, como con pena, y yo le separé
un poquito, lo suficiente como para mirarle.
-
No soy
amable contigo. Se es amable con los desconocidos, por educación. A ti te trato
con el cariño que te tengo, y eso no va a cambiar nunca, porque nunca voy a
quererte menos.
-
¿Y más? –
preguntó, entre mimoso y curioso.
-
Es
imposible quererte más, pero lo intentaré con todas mis fuerzas – respondí, y
le di un beso.
-
¿Incluso
después de lo que he hecho? – insistió.
Levanté su barbilla y le hablé con vehemencia.
-
Que te
esté regañando (aunque, en realidad, hace un rato que no lo estoy haciendo) no
significa que haya cambiado un ápice la relación que tengo contigo. Eres mi
hermano, eres mi hijo, y me importa una mierda lo que hayas hecho: eso siempre
va a ser así.
-
De eso es
de lo que tenía miedo – me confesó, y apoyó la cabeza en mi hombro. Recordé lo
que me había dicho Alejandro, acerca de que Harry “sólo” tenía trece años. En
ese momento fui más consciente que nunca de que lo que tenía en mis brazos aún
era un niño. Le di un beso, pero él no había terminado. - De eso y de que me descuartices, como sé que
harías con cualquiera que hiciera daño a Madelaine.
A pesar de que esa última frase la había dicho medio
en broma, sentí que debía hacer algunas aclaraciones:
-
Lo que
voy a hacer no es una venganza: es un castigo. Tienes razón en eso que dices,
pero tú no eres cualquiera. Y no es Madie a la única a la que defendería con
uñas y dientes.
Le acaricié el pelo, como para dejar claro que él era
una de esas personas aparte de Madie a la que nadie iba a tocar mientras yo
viviese. Luego suspiré, consciente de que no podía prolongarlo más. Me separé
de él y le miré algo más serio que en ese último rato. El pareció darse cuenta
también de que los mimos se habían acabado momentáneamente, y me miró a la
expectativa.
-
No
volverás a trabajar en el jardín del vecino. – anuncié, y la cara de Harry fue
la misma que la que hubiera puesto si le hubiera dicho que alguien había
muerto.
-
Pero…
-
No es
discutible, Harry. Los seres humanos son más importantes que las plantas. La
familia es más importante. Espero que esto haga que no vuelvas a olvidarlo.
Noté que Harry se debatía entre discutir conmigo o aceptarlo. Sé que
normalmente hubiera discutido, pero aquella vez hundió los hombros y respiró
hondo.
-
Sí, papá.
Apretó los puños y se mordió el labio.
-
Llora si
quieres llorar, hijo. Sé que duele. Sé que es muy importante para ti, y de
veras lo siento. No lo hago por hacerte daño.
Harry gimió para desahogarse un poco, pero creo que se propuso no
llorar más, y estaba dispuesto a conseguirlo.
-
Ahora
quiero que te bajes los pantalones, pero antes quiero que me mires a los ojos,
y que no lo hagas hasta que no estés seguro de que no tienes que tenerme miedo.
Durante unos segundos, me sentí sondeado por los ojos de Harry. Él no
parpadeó, así que yo tampoco, y al final le oía suspirar y llevó sus manos a su cadera. Las dejó ahí, y
luego volvió a mirarme con algo que estaba muy cerca de ser un puchero. Sin
decir nada aparté sus manos y las sustituí por las mías. Desabroché el botón y
bajé sus vaqueros. Él se quitó las deportivas y terminó de sacárselos,
apartando la prenda con el pie. Entonces puso una mueca y levantó el pie
derecho, mientras se quejaba.
-
¡Au!
-
¿Qué?
-
Me ha
dado un tirón.
-
Eso es el
karma, por haber pateado a tu hermanita. – le dije. Me salió del alma, y luego
me sentí terriblemente mal. - No debería haber dicho eso, lo siento… Anda, ven
aquí. – le dije, y le senté a mi lado. Alcé su pie, le saqué el calcetín, y le
di un masaje.
-
¡Ay!
-
Ya. Se
pasa enseguida. A veces los músculos se
montan uno encima de otro y es desagradable, pero no dura mucho. – le dije, y
apreté suavemente su planta. - ¿Mejor? – pregunté, y él asintió. - ¿Has visto?
Si es que doy unos masajes que ni siendo quiropráctico. – fanfarroneé, y le
hice sonreír un poco. No pude resistirme y le di un beso en el pie, haciéndole
algo de cosquillas. Harry se rió y pataleó inconscientemente, y cuando le solté
me miró con sus grandes ojos muy abiertos, haciendo que parecieran más grandes
todavía.
-
¿Puedo
decirte algo? – preguntó. Supe que no lo decía en el sentido de “¿prometes no
enfadarte?” o “¿puedo confiar en ti?”, sino en el sentido de “sé que ya
habíamos terminado de hablar, pero aún tengo algo que decir antes de que me
castigues”.
Yo asentí, con más curiosidad que impaciencia. Aunque
en un sentido literal se me echaba el tiempo encima, no tenía ninguna prisa.
Había aprendido con los años que a los sitios se puede llegar tarde, la cena se
puede retrasar, la ropa sucia se puede lavar otro día… pero algunas
conversaciones con mis hijos o se tenían en un momento determinado o ya no
podrían tenerse jamás.
Harry hizo entonces algo que, si no estaba pensando
aposta para manipularme, tuvo el mismo efecto. Como yo estaba sentado en la
cama, y el de pie, se puso en cuchillas hasta quedar a mi altura y apoyó los
brazos en mis piernas, para que nuestras caras quedaran frente a frente. Era un gesto de mucha confianza. Un contacto
que no tendrías con todo el mundo, sino con quienes son importantes para ti.
-
¿Recuerdas el nombre de mi madre? – me
preguntó. De todas las cosas que pensé que iba a decirme en ese momento, nada
más lejos de aquella cuestión. Por un segundo quedé más que descolocado, hasta
que al pensar en el nombre de su madre, entendí el motivo de la pregunta.
-
Su nombre
verdadero, Rose. Su nombre…de trabajo…Daisy. – respondí, algo incómodo. Hacía
algunos años que les había explicado a los gemelos la clase de vida que llevaba
su madre, pero aun así era difícil hablar del tema.
-
Dijiste
que ya no era… puta. – continuó él.
-
No.
Seguramente por su enfermedad. – confirmé. Tener SIDA no era lo mejor para
ganarse la vida con las relaciones sexuales.
Pensar en eso me hizo recordar cómo vinieron Zach y Harry a casa… fueron
uno de los casos que más me costaron, porque no me enteré hasta muy tarde de
que Andrew había dejado embarazada a otra mujer.
-
Contrataste
un detective para buscarla y nunca apareció. Se que probablemente sea porque
está muerta, o porque Zach y yo la importamos lo mismo que cuando nos parió, es
decir, nada. Bueno, sí: los cinco mil dólares que le diste.
-
Yo no…
-
Se los
diste – me cortó.
Decidí no gastar saliva en negárselo… porque era cierto. Nunca sabré
cómo se enteraron, pero yo tuve que dar dinero a las madres de Zach y Harry, de
Barie, y de Dylan, para que no abortaran. Conseguir el dinero para la madre de
los gemelos me obligó a pedir un crédito y por entonces ningún banco confiaba
en mis ingresos para concedérmelo. Por eso digo que traerles a ellos a casa fue
una de las adopciones más difíciles. Entre eso, y que Rose ya había apalabrado
una adopción no demasiado legal con una familia extranjera, mis dos niños
pasaron algunos meses en casas de acogida, mientras se aclaraba su situación.
Dediqué mis energías entonces a rebatirle otra cosa:
-
Lo último
que sabemos es que está viva, Harry. No tienes por qué pensar…
-
Lo sé. Y
es por eso que… algunas noches… antes de dormir… Intentó pensar en ella.
Intento imaginarle una vida, y a veces fantaseo con una vida en la que ella no
se deshiciera de mí como de la basura. – me dijo.
Esa confesión no me resultó del todo extraña, porque
yo hacía lo mismo con mi madre. Era uno de mis pasatiempos favoritos cuando
tenía su edad, y Andrew pasaba de mí, y aún de adulto pensaba a veces en eso.
-
Sus dos
nombres tienen que ver con flores – prosiguió Harry.* - Así que en la vida que
la he inventado, ella es florista, o jardinera, o algo así. Dejó su vida de
prostituta, montó una floristería, encontró a alguien con quien casarse e
incluso puede que me haya dado algún hermanastro.
Durante unos momentos no supe qué decir. “Le he inventado una vida a mi
madre”. ¿Qué respondes a eso?
Por eso el jardín era tan importante para él. Por eso le dolía que lo hubieran destruido, aparte de porque molestaran al señor Morrinson. De alguna manera Harry sentía que las plantas le unían con esa imagen irreal que se había hecho de su madre. Acaricié su mejilla suavemente, y él cerró los ojos, ladeando la cabeza y restregándola suavemente.
Por eso el jardín era tan importante para él. Por eso le dolía que lo hubieran destruido, aparte de porque molestaran al señor Morrinson. De alguna manera Harry sentía que las plantas le unían con esa imagen irreal que se había hecho de su madre. Acaricié su mejilla suavemente, y él cerró los ojos, ladeando la cabeza y restregándola suavemente.
-
Sólo me
apetecía que lo supieras – dijo, y se
encogió de hombros.
Vale. Genial. Muy bonito todo. ¿Y yo tenía que castigarle después de
eso?
“Pequeño manipulador.”
“No lo hizo por manipularte,
Aidan.”
“Ya, pues eso casi es peor. Si
le castigo ahora seré un monstruo
cruel, sin corazón y sin…”
Aún no había terminado mi diálogo interno cuando Harry hizo una ligera
presión en mis piernas y se puso de pie. Me miró con resignación, como
diciéndome “bueno, estoy listo”.
-
Es una
buena vida – le dije – y quién te dice que no sea cierta. Entiendo…entiendo que
ese jardín sea muy importante para ti, por muchos motivos, pero lo que hiciste
sigue sin estar bien.
-
Lo sé –
respondió, mirando al suelo.
Yo miré al suelo también, y luego levanté la vista, algo más decidido
aunque siempre con aquél maldito nudo en el estómago. Le agarré del brazo y
tiré suavemente de él. Él entendió lo que pretendía, así que se dejó hacer y se
tumbó encima de mí.
Aquella vez si le froté la espalda no fue para prepararle a él, sino
para prepararme a mí. ¿Quién me iba a decir que de estar tan enfadado pasaría a
estar enternecido? Noté que Harry se ponía nervioso, así que dejé de estirar el
tiempo y le di mi mano izquierda para que la agarrara, como la última vez. Él,
sin embargo, no lo hizo.
-
Harry´s POV-
Ahí estaba yo, después de haberme ensañado brutalmente con mi hermana
pequeña (con énfasis en el hecho de que fuera chica y menor que yo) y pese a
ello papá estaba siendo agradable conmigo. Tenía muy claro que en cuanto Aidan
me dejara sólo iba a salir corriendo a hacer dos cosas: uno, suplicarle a Madie
que me perdonara, y dos, buscar un árbol grande del que poder colgarme. Claro
que si hiciera realmente la número dos, papá lo impediría de alguna manera y
estaría en problemas también por eso.
Primero se ocupó de que no tuviera miedo, luego del tirón en el pie,
después me escuchó, y aún entonces, cuando por fin iba a castigarme, pretendía
darme la mano como señal de…de no sé muy bien de qué, pero para hacerme sentir
mejor. No le agarré, incrédulo ante una nueva muestra de que yo seguía siendo
importante para papá.
-
No seas
condescendiente conmigo – susurré, entre dientes. – Soy un cabrón.
Sentí entonces un azote bastante fuerte que me hizo replantearme la
posibilidad de resistirme a aquello. Uno
siempre cree que recuerda cómo se siente, pero no era ni parecido lo que
guardaba en mi mente con la realidad. La mano de papá era una especie de arma
invencible.
-
No eres
nada de eso. No te insultes. – me dijo, y volvió a intentar darme la mano.
-
Tendrías
que odiarme, soy un hijo de…
Me silenció con otro azote. ¡Auch!
-
Mira que
aún no estamos empezando… ¿De verdad quieres seguir por ahí? – me aconsejó.
-
A ver si
lo entiendo… ¿me pegas para demostrarme que no me odias y que no soy un
imbécil? – pregunté, con algo de sarcasmo.
-
Con los
años he descubierto que en ésta posición estás más dispuesto a escucharme –
contraatacó. – No te insultes – añadió, como remarcándolo.
-
Alguien
tiene que hacerlo, en vista de que tú no lo haces.
-
Harry,
deja de decir tonterías. Cometiste un error, voy a castigarte, no vas a hacerlo
de nuevo. Es una mecánica muy sencilla que hemos repetido más veces de la que
me gustaría. En ninguna parte del proceso entra el hecho de que yo o cualquier
otra persona te insulte. Ahora respóndeme: ¿por qué voy a castigarte?
-
Por
soplapollas.
Dos azotes, con más fuerza que de costumbre. Me siguió
picando segundos después de que me pegara.
-
Inténtalo
otra vez. ¿Por qué voy a castigarte?
-
Por mamo…
-
Basta,
Harry – me interrumpió. – Puedo cambiar de idea y bajarte también el
calzoncillo.
Normalmente no le hubiera creído capaz de cumplir esa
amenaza, pero el muy pervertido ya lo había hecho una vez, y la verdad es que
no me gustó nada.
-
Por hacerle
daño a Madie - respondí, al final.
-
¿Y por
qué eso está mal? – siguió preguntando. Resoplé. Odiaba cuando papá me hablaba
como si tuviera la edad de Kurt.
-
Porque es
mi hermana.
-
¿Y por
qué más? – insistió. La verdad es que esa pregunta me descolocó un poco. Creo
que él notó mi incomprensión, porque se explicó: - ¿Hubiera estado bien si ella
no fuera tu hermana? ¿Acaso está bien tratar así a los demás?
-
Normalmente
no, pero si tuviera delante a los verdaderos culpables… - mascullé.
-
Harry… -
me advirtió.
-
¿Qué? ¡Es
la verdad! – protesté, aunque quizá ese no fuera ni el momento ni el lugar de
llevarle la contraria. – Algún gilipollas agredió al señor Morrison, ensució su
casa, rompió su ventana y destrozo mi jardín.
-
¿Tú
jardín? – preguntó papa, y aunque no le veía juraría que estaba sonriendo un
poco.
-
Su jardín
– rectifiqué.
-
Aun así,
liarse a patadas no es la solución.
-
Algunas
personas sólo entienden así. – farfullé.
-
Oh,
¿entonces la gente sólo entiende a golpes? Bueno es saberlo. Otra vez no me
molesto en hablar contigo y me limito a pegarte directamente. ¿Te gustaría eso?
Recordé lo bien que me había sentido mientras hablaba
conmigo, haciéndome sentir que yo era importante , y pensé cómo hubiera sido si
directamente me hubiera castigado allí mismo, delante de Madie después de
separarme de ella. Me estremecí.
-
No.
-
Eso
pensaba. No podemos ir por la vida golpeando a todo el que nos haga daño,
Harry. – dijo papá, y yo solté una risotada irónica. – No, no insinúes que eso
es lo que yo hago porque sabes que no es así. Ya te he dicho que hay una
diferencia entre esto y liarse a patadas.
-
Ya, pues
alguien debería hacerle “esto” al culpable.
-
Eso no te
lo discuto. – respondió papá. – Hay que respetar la propiedad ajena y a las
personas mayores. Entonces, ¿por qué va a ser éste castigo?
-
Por
intentar resolver las cosas a golpes.
-
Eso es. –
me dijo, y volvió a ofrecerme su mano. Esa vez, quizá por el desagradable
hormigueo que sentía en el estómago, no la rechacé y se la agarré con fuerza.
“No
voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar”
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
Cerré los ojos con fuerza.
“Que no. Que no voy a llorar. No
llores. No.”
PLAS PLAS PLAS Auuuu PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS Aiii PLAS PLAS
“¡No llores!
“Es que…es muy fuerte….”
“¡Tú le pegaste más fuerte a
Madie!”
“Bueno, pero ella lloró ¿no? Y a
papá no le importa que llore.”
“Ya, y luego te consolará, y te
mimará hasta que ya no llores. ¿Crees que te mereces eso?”
“No.”
“Pues no llores.”
PLAS PLAS Ay PLAS PLAS Au PLAS
PLAS PLAS PLAS Afghs PLAS PLAS
“¡¡Que no llores!!”
“Demasiado tarde.”
Esperé a que papá continuara, pero pasaron los segundos y no sentí más
palmadas. Abrí primero un ojo y luego otro, pero claro, no vi más que el suelo.
Gimoteé un poco. Me dolía, jo.
Sentí una mano grande,
inconfundible, acariciándome la espalda. Pareció evidente que papá había
terminado.
-
¿Ya está?
¿Y para eso tanta cosa? – tuve que decir. ¿Por eso había estado tan asustado?
¿Para eso tanto drama, y tantas palabras, y tanto abrazo?
Entonces escuché una carcajada, y noté que papá tiraba de mis hombros
para levantarme.
-
No tienes
remedio – me dijo, pero me sonó a “no cambies nunca”. Me abrazó, y me limpió
las escasas lágrimas que me habían traicionado.
A mí me daba que el que no tenía remedio era él. Tenía que ser el
hombre más “ablandable” de la historia. Pero, tshé, yo no me quejaba.
-
Aidan´s POV -
Creo que Alejandro y Madie no podían tener quejas ni llamarme “malo”
aquella vez. Había cumplido sus peticiones con creces. Lo hice en parte porque
me di cuenta de que Alejandro había tenido razón: nada de lo que yo hiciera iba
a hacer que Harry estuviera más arrepentido. Lo sentía mucho, al menos la parte
en la que hacía hecho daño a su hermana.
No había entendido, hasta que lo asoció con su madre, la importancia
que cuidar de las plantas tenía para él. Eso me había conmovido mucho. Le
acaricié el pelo un rato, y luego me estiré para alcanzar sus pantalones.
-
Vamos,
póntelos. Tenemos que ir a decirle al señor Morrinson que no irás a trabajar
para él esta semana.
- ¿Esta semana? ¿Entonces no es para siempre? – preguntó, con la misma cara de ilusión que ponía Kurt en la mañana de Navidad.
- ¿Esta semana? ¿Entonces no es para siempre? – preguntó, con la misma cara de ilusión que ponía Kurt en la mañana de Navidad.
-
Yo no
dije que fuera para siempre. – solté, aunque en realidad lo había insinuado y
los dos lo sabíamos. De pronto Harry me placó, tirándome sobre la cama.
-
Gracias,
gracias, gracias, gracias. Es muy importante para mí, y además necesito el
dinero.
Sonreí mientras intentaba quitármele de encima un
poco, pero sólo un poco. Le abracé bien para que no se me escapara.
-
¿Cuánto
te falta para el monopatín de Zach?
-
Unos
veinticinco pavos, pero ahora necesito más.
-
¿Y eso?
-
Tengo que
comprar las entradas de un concierto.
-
¿De un
concierto? – volví a preguntar.
-
De Justin
Bieber – dijo, y con eso entendí.
-
Harry,
Madie es muy pequeña para ir a un concierto.
-
Actúa en
Santa Fe dentro de cuatro meses. Tengo que darme prisa o se agotarán las
entradas, si es que no se han agotado ya. Santa Fe está muy lejos, pero se
puede llegar en coche y…
-
Harry,
Harry. Madie es joven para ir a un concierto.
-
Pero no
iría sola. Iría con Barie y lo tengo todo pensando. Ted puede llevarlas. El
viaje será sólo de un fin de semana y…
Antes de poder interrumpirle, escuché un jadeó y me di
cuenta de que Madie estaba en la puerta. Debía de haber venido preocupada
porque tardáramos tanto. Por su expresión de “acaba de tocarme la lotería”,
deduje que había escuchado. Entró corriendo y se tiró sobre su hermano.
-
¿De
verdad?
-
Madie, lo
siento mucho, de verdad, yo…- empezó él.
-
Calla,
idiota. ¿De verdad vas a comprarme las entradas?
Harry me miró entonces como cachorro apaleado y Madie,
entendiendo que a quien había que convencer era a mí, se sumó a esa mirada.
Resoplé. ¿No podía venirse el cantante ese a California? Noooo, claro que no.
Eso habría sido demasiado sencillo.
Yo debía de ser muy transparente, porque Madie y Harry
sonrieron, dando por sentado que mi silencio era un “sí.”
A ver cómo cojones planeaba yo un viaje a Nuevo
México.
-
Ted´s POV -
Como no me distrajera con algo iba a morir de impaciencia. Lo de dormir
había quedado ya en el pasado, porque apenas me había tumbado cuando los gritos
me hicieron levantarme, y la verdad es que después de eso maldito el sueño que
tenía. Lo que quería era ver si Harry estaba bien, si había arreglado las cosas
con papá… ¡pero esos dos no salían de la habitación!
Alejandro opinaba que estaba tardando tanto porque la técnica de
desollar a alguien vivo requiere mucho tiempo, pero yo realmente no quería
pensar que durante tooooodo ese tiempo le había estado castigando. De ser así,
adiós hermanito.
Ya no aguantaba más tiempo tumbado en mi nueva cama haciendo como que no estaba
preocupado. Ya me había memorizado cada parte de la litera recién comprada, y a
decir verdad pensar que Michael y yo dormiríamos ahí tampoco ayudaba, porque
también estaba intranquilo por mi hermano
mayor.
Hermano mayor. Qué bien sonaba ¿no?
Para que no me saliera una
úlcera siendo tan joven, decidí distraerme, y sabía justo de qué forma hacerlo.
Aproveché que Alejandro salía del cuarto y que cole estaba en el piso de abajo
para sacar el móvil y llamar a Agustina. Lo cogió al primer toque, como si
hubiera estado esperando una llamada.
-
¿Fred? - preguntó, angustiada. Fruncí el ceño.
-
No. Soy
Ted.
-
Ah. Hola.
Perdona, es que no te tengo en la agenda y me salía sólo tu número.
Jolín. ¿Sonaba decepcionada? ¡Auch!
-
¿Esperabas
que te llamara Fred? ¿Mi amigo Fred?
-
No
importa. ¿Qué querías?
-
No,
espera, espera. ¿Qué pasa con Fred? Pensé que apenas os conocíais.
-
Y apenas
nos conocemos. Como hoy no vino a clase le llamé y le dejé un mensaje, y pensé
que me estaba devolviendo la llamada – respondió. Vaya mentira más floja.
Guardé silencio unos segundos. Estaba algo dolido:
pensé que mi llamada le haría más ilusión. Estaba extrañado. Y… estaba celoso.
-
¿Y por
qué tienes su número?
-
¡Qué sé
yo! Va a mi clase de mates.
Tenía la certeza de que me estaba mintiendo, pero
también sabía que yo no era nadie para pedirle explicaciones y que en realidad
no tenía motivos para sentir celos. Rechiné los dientes y me tragué la rabia.
-
Si te
pillo en mal momento… - dije. Evité añadir el “dejo la línea libre por si te
llama Fred”, que se quedó sólo en mis pensamientos.
-
¡No, para
nada! ¿Qué querías?
-
Eh…sólo
hablar, supongo.
Mi mente seguía pensando en Fred. Fred, Fred, Fred.
“Espera
un momento. ¡Fred es gay!”
“¿Gay
o bi?”
“Gay.”
“Nunca
se lo he preguntado. En realidad no sé si es gay, sólo lo supongo.“
“Vamos,
Ted…Todo el mundo lo sabe…”
“Bueno,
y si lo es ¿qué rayos se trae con Agustina?”
-
Estoy
preocupada – la escuché decir, al otro lado del aparato. No sé si había dicho
algo antes, pero esas palabras me sacaron de mis reflexiones.
-
¿Por qué?
-
Porque
hoy no haya venido. – confesó. En ese momento me dio igual lo que Fred fuera
para ella. Como si era su nuevo novio: sólo quería dejar de oír ese tono
angustiado en su voz. Además, Fred era mi amigo.
-
Habrá
cogido un catarro.
-
Tal vez…
- respondió, de una forma que indicaba que en realidad lo dudaba mucho.
-
Agus…¿sabes
algo? – pregunté, empezando a preocuparme yo también. De pronto me asaltaron
las imágenes de ese día, con el imbécil de Jack, el cuchillo, y todo. El
corazón empezó a latirme más deprisa. - ¿Crees que Jack puede haberle hecho
algo?
Tendría que estar rabioso contra mí y no contra Fred,
pero siempre le había acosado sin motivo alguno, así que a lo mejor había decidido pagarla con él, por costumbre.
-
No. Jack
no – respondió enigmáticamente.
Iba a seguir preguntando, pero en ese momento entró
papá, que venía con Harry y Madie justo
detrás de él, sonriendo mucho.
-
Ted,
tengo que hablar contigo un momento…- empezó papá. Levanté la mano para pedir
silencio, atento a la conversación con Agus. Papá frunció el ceño.
-
¿Qué
quieres decir? - le pregunté a Agustina.
-
Ted – insistió
papá. – Necesito saber si podrías…
Nunca se me ha dado bien atender a dos conversaciones
a la vez. En ese momento Agustina estaba diciéndome algo y no la entendía, así
que interrumpí a Aidan.
-
Jobar,
papá, ahora no. Sal de mi cuarto, ¿quieres? – le espeté, de malos modos. Aidan
me miró de una forma que tendría que haberme hecho darme cuenta de que no debía
hablarle así, pero en ese momento yo no me fijé en eso y seguí atento al
teléfono. Me di cuenta, sin embargo, de que papá no se fue.
-
¿Estás
ocupado? – preguntó Agustina.
-
No,
tranquila. Repíteme eso, por favor. No te escuché.
-
Que no
creo que Jack le haya hecho nada. Le expulsaron después de que Fred no viniera.
Tuvo que ser ayer.
-
Teodhore.
Cuelga el teléfono. – dijo papá. Odiaba, ODIABA, que empelara ese tono. Y que
fuera tan recalcitadamente impaciente. ¿Qué coño quería ahora? ¿Que ayudara a
Kurt con la tarea? ¿Que vigilara a Alice? Estaba seguro de que era para pedirme
algo. Casi siempre que Aidan hablaba conmigo era para pedirme algo. Yo no era
Alejandro, después de todo.
-
Aidan,
déjame en paz – le gruñí. - ¿Qué es lo que tuvo que ser ayer, Agustina? –
pregunté, pero antes de poder oír una respuesta papá me quitó el teléfono,
colgó, y echó fuego por los ojos.
-
Es papá
para ti. Y te has quedado sin esto por una semana. Si estás molesto por algo yo
no tengo la culpa. – me dijo, hablando con bastante dureza. Inmediatamente me
sentí mal. Primero, porque me había quitado el móvil. Y segundo, porque entendí
que me había sobrado con el tono y las formas. Iba a pedirle perdón, pero no
tuve ocasión. - Te decía que quería
hablar contigo, pero mejor lo dejamos para otro momento.
-
¡Siempre
lo dejas para otro momento! – chillé, sorprendiéndome un poco por la intensidad
de mis propias palabras. - ¡Cuando no es Alejandro escapándose de casa es
Hannah o algún otro! ¡El caso es que nunca tienes tiempo para hablar conmigo
salvo para pedirme cosas o para castigarme si no las hago! – me desahogué, y
salí corriendo de ahí, contento porque nadie me lo impidiera.
-
Aidan´s POV -
Me quedé helado. Hubiera salido corriendo detrás de Ted, pero las
piernas no quisieron responderme. Sus ojos estaban húmedos cuando me gritó y
fui perfectamente consciente de que tenía razón. Desde el día anterior tenía
que hablar con él de su fiesta, y luego se sumó lo de ese matón del colegio… Lo
pospuse para que durmiera un rato, pero entonces pasó lo de Harry, y Ted no se
durmió, sino que estuvo ahí, ayudándome, como siempre.
Como para darle más la razón todavía, yo había ido a su cuarto para
hablar con él sobre si realmente era posible lo del concierto de Madie. Es
decir, para pedirle algo. Y al final,
había terminado castigándole, sin
teléfono. ¡Y aún tenía que darle las gracias adecuadamente por un montón de
cosas! Joder, pero ¿qué clase de imbécil era yo?
-
Te has
pasado, eh – me acusó Madie. - ¿Y si estaba hablando con su novia? ¿O
consiguiéndose una?
Mierda. La chica. ¡De eso también tenía que hablar con él!
-
¡Podías
haber esperado a que terminara de hablar! – secundó Harry.
-
¡Tampoco
te ha dicho nada tan malo! – siguió Madie.
-
Bueno, ya
vale ¿no? – protesté. – Tenéis razón. No era nada tan urgente como para no
dejar que terminara de hablar. Pero no hay por qué hurgar en la herida, caray.
-
Si tú te
metes con él, tenemos que defenderle. – dijo Harry.
-
Los
hermanos se defienden – apoyó Madie.
Si. Mis hermanos siempre se defendían. ¡Lo malo era
que se ponían todos contra mí! ¿No que yo también era su hermano? ¡Alguien
podría ponerse de mi parte de vez en cuando!
“Sí,
ese normalmente es Ted. Así que ya estás tardando en ir a pedirle disculpas.”
N.A.: Me encantaría que esto tuviera la opción de
poner subíndices como el Word, para las notas a pie de página.
Asterisco número uno: En mi colegio pasó lo de que alguien dejara un muñeco con un
cuchillo clavado. La persona a la que se lo hicieron primero se lo tomó a broma, pero a los pocos
días confesó que estaba asustado. Se quedó ahí, no pasó nada grave, pero quien
lo hiciera [y nadie salvo el afectado supo nunca quién lo hizo] ya logró
imponer la ley del miedo. STOP BUYING.
Asterisco
número dos: Supongo que más de uno se
habrá dado cuenta, pero Rose evidentemente es “rosa”, y Daisy es “margarita”. A
eso se refiere Harry al decir que los dos nombres tienen que ver con flores.
N.A.: No, no
me han abducido, ni raptado, ni nada xD Sé que tardé un poco… es que estuve
fuera de casa unos días, y además estoy de exámenes, y éste capítulo es
megalargo…xD
Le dedico éste
cap a dos personas: a Mery, porque ha estado malita y porque el 2 fue su
cumple, y a NickPeterlover, porque la apacharía y no la soltaría nunca.
NO PUEDO CREERLO PUEDE PUBLICAR LAS HOJAS EN UNA SOLA ENTRADA
ResponderBorrarMe encanto la reacción de Alejandrito los adoro a todos pero él es por lejos mi favorito :D
Dream, somos nosotros quienes te deberíamos de raptar para que no desaparezcas y nos dejes sin actualizaciones, me encanto el capitulo mi favorito también es Alejandro, gracias por este nuevo capitulo :D
ResponderBorrarCM
Waooo amiga... la verdad se te extrañaba horrores...pero si prometes que cada vez que te pierdes unos días... luego nos deleitas con una historia así de larga y tan excelente como este capi. Pues te mando unos extraterrestres para que te secuestren...jajjaja. No se si sera la falta sueño de Ted, pero me gusta rebelde con Aidan, y es que merece serlo de vez en cuando, aunque implique unas palmadas de Aidan. Espero con ansias el próximo y saber de Fred.
ResponderBorrarWow que capítulo super largo tarde más de dos horas leyendo adiós a dormir temprano y por ti que escribessuper genial :-D me encanta Ale de mimoso pero ahora nos dejas con la duda que pasó con fred y el primer día de trabajo de Michael jaja no quiero presionar pero… cuando dices que es el próximo capítulo jaja
ResponderBorrarwooooo, me quede de a cuatro que le paso a fred???
ResponderBorrarMuy buen capi tuvo de todo, me he reido bastante con lo de "justin gaybier" jajaja hay q tener cuidado con su fans eso si ya lo aprendio Harry, que bueno q publicaste hacias falta pero recompensaste con creces ;)
ResponderBorrarBueno, solo tuve tiempo para leer esta historia, ando realmente liada, lo lei con hambre como siempre y siento decir que esta ves AIDAN ME HA DECEPCIONADO TREMENDAMENTE...........
ResponderBorrarel dice que no fomenta las mentiras, y pues que paso con la mocosa? sus mentiras ocasionaron el descalabro de los actos de su hermano; creo que Aidan deberia ser igualitario en los castigos, no digo que con eso se le vaya a dar los mismo que le dio o se merecia Harry por violencia, pero creo que la hermana debe aprender tambien por las malitas que las mentiras pueden no solo herir sino ocasionar catastrofes, ella provoco todo el revuelo, en una pelea hay dos, en una riña hay dos, que vamos HArry no se peleo con su reflejo y ella no insulto ni mintio al suyo
esta vez siento decir que AIDAN SE APLAZO para mi, porque su reaccion no ha sido imparcial ha tirado mas para el lado de la supuesta victima, pero victima hasta cierto punto, ya lo dije una guerra es de dos o mas nunca de uno solo.....
Y espero que no se le ocurra hacerle senitr miserable a Ted por reaccionar; que el deberia pensar en sus actos querer ser el sol y el mandamas no sirve, no ha respetado la intimidad de una charla por telefono que no estaba ciego para no fijarse en el movil pegado al oido no?
Asi que mi querira Dream........... toca que me recompeses por renegar con Aidan, no sabes lo mal que me senti mi bilis se hizo pura piedritas menudas y sera culpa de Aidan que me metan al quirfona por un ataque repentino de vesícula con su total favoritismo
Pero fuera de bromas a manera de comentario sin ofensa a tu trabajo que me encanta, personalmente no me gustan las mujercitas con el papel de victimitas y quieren que el mundo de vueltas alrededor de ellas porque lloran, que cosa mas asquerosa...... y detesto aun mas a las que las hacen frágiles sin enseñarles a hacerse respetar como es debido usando su valia, pero más cuando las hacen manipuladoras y se creen con derecho de atropellar a los varones, soy feminista pero no fanatica, defiendo la igualdad de género por algo es igualdad de genero no ceguera......... para eso directamente deberian llamarlo ginocracia si valdria el termino claro, jajajaj
un besote y ya sabes, AIdan me debe compensar el dolor de cabeza, el colico biliar, la úlcera gástrica por portarse con preferencias, es que yo tengo una politica para que los hermanos no peleen por celos se debe llamar la atencion al que grita y al que hace gritar, ajajja
YYYYYYY ni que decir.... que ni se le ocurra reñir y menos tocar a Ted, faltaria mas que sea un desconsiderado cuando lo tiende de chofer ,de niñero, de profesor, de enfermero, de cocinero, de guardia y que se yo, jajajajajjaja
un besote
Marambra
espero no te molestes por mi comentario, no eres tu, es Aidan :p
Aidan es uno de los mejores padres, por no decir el mejor de ellos, siempre muy justo con todos sus hijos, sabe cuando abrazar cuando castigar, y cuando alejarse para no dañar a sus hijos, como se pude esperar que reaccione a un padre cuando ve a su hija siendo pateada en el suelo, su reacción muy sabia de retirarse cuando ve que no podrá controlar su enojo porque a los hijos se les castiga no se le usa de saco de boxeo, así que si debe tomarse un tiempo para meter la pata a fondo aplaudo su sabiduría… aunque debió morderse al lengua también… porque entre lo que le dijo a Harry y lo que le hizo a Teo debería estar en la esquina de los castigados por una semana .
ResponderBorrarAdmiro a Adian lo adoro como padre hermano y hombre así que Dream si le buscas pareja y pongo de primera en la lista, y lo acepto con sus doce hijos.
En cuanto a lo de igualdad de géneros completamente de acuerdo, las mujeres no son víctimas, ni objetos, sino que iguales en dignidad y derechos, solo recordando que este blog es exclusivamente de spank a CHICOS, si hasta el nombre del blog lo dice, no creo que sea necesario ahondar mas en ese tema latamente discutido y que pese a todas las insistencias no cambiara ya que es el único motivo de la existencia de este blog.
Con recepto a las Madie de manipuladora nada, tiene los ovarios muy bien puestos, ella no se hace la víctima ni se deja victimizar es la primera en reconocer su error y su culpa en los hechos, en vez de quedarse callada y dejar que Harry cargue con la culpa, ella no ha manipulado a nadie si lloraba es porque los golpeo le dolían la patearon en el suelo, y si bien ella provoco a su hermano, y Harry reacciono mal, y se dejo llevar, por la calentura del monito, porque que debía hacer Madie dejarse pegar sin llorar para que nadie se enterara, que otra opción tenia???.
Vaya, he creado polémica (?) jajaja
ResponderBorrarMmm voy a elaborar mi defensa, su señoría!! xD Espero que te no te lo tomes a mal Marambita, igual que yo no me tomé a mal lo tuyo.
Respecto a lo de Madie:
1. Debido a la temática del blog intento reducir todo lo que no encaje al mínimo, con algunas excepciones con las que Lady amablemente hace la vista gorda.
2. Madie precisamente no es la princesita delicada y victimista, esa si quieres es Barie xD Ella es la princesa guerrera, como Xena jajaj
3. ¡¡Que la han dado de patadas!! Normal que llore xD Y normal que Aidan no la castigue... sería como cruel! xD
Pobre Aidan, snif, que me le odian.... con Ted ya se dio cuenta que se equivocó, y con Harry pues... ¡le podría haber dicho cosas peores y se las comió! xD
Lo siento Lady, pero Aidan no está libre, se tiene que casar conmigo...digo.... sí, eso, se tiene que casar conmigo!! jajajajaj
Dream eres cruel como sacas a Aidan del mercado... mi mercado... ajajaja
Borrarmira que es tan perfecto que hasta estoy pensando en la poligamia jajajaj
Hola Dream.......
ResponderBorrarcreo que no han entendido lo que escribí, ni tu ni LAdy yo no dije que Madie sea una manipuladora, dije que no me gustan las féminas de ese tipo en el contexto real de la palabra... y en el mundo real que habitamos, por eso dije fuera de broma
segundo con darle dos palmadas estaba enviado el mensaje, que ya lo hiciste con las otras niñas, por eso me pareció raro, porque hay un punto que no se toma en cuenta... ni tu... ni LAdy, que MAdie confeso su pecado y estaba arrepentida, igual estaba HArry, arrepentido, tremendamente asustado al punto de orinarse, no consideras que bajo esa óptica viéndolo temblar, llorar echo un ovillo en el suelo, mojado en los pantalones que castigarlo NO ha sido cruel?, se llevo tu tiempo calmarlo si, no te lo niego, igual pudo calmar a MAdie y darle un solo palmetazo sobre la ropa nada más, no era necesario que la martirice seria tonto pedir que sea igual el castigo que a HArry..... y si perdono a MAdie porque no tener la misma indulgencia con HArry después de ver el efecto de aquello en su persona?, después de todo Alejandro tenia mucha razón, aprendió antes de que papá le de una lección, Madie no se iba de romper por dos palmadas que le de, total tu misma lo dijiste, es como Xenna no una BArby ..... y eso le quitaría la mortificación también a HArry, porque sabría que papa no tolera las peleas bajo ninguna óptica ni cuando empiezan los niños o las niñas, segundo que tampoco tolera las mentiras y menos cuando estas han dañado tanto las emocione de otra persona.....
Así que para mi, Aidan me ha decepcionado mucho, pero eso es bueno, un padre no puede ni lo sera jamas perfecto, porque ni ellos, ni los niños vienen con un manual de instrucciones de uso, segundo, crea un nuevo misterio en su forma de actuar a futuro, así que sigo pidiendo que me recompense por hacerme renegar tanto.
Así que mi linda DReam ni un pelito a mi Ted que sino me entro en la red y lo arreo a patatas jajajajjajajajjajja soy un poco violenta jajajajjaj sobre todo con las causas injustas que se disculpe como es debido y que hable con Harry y MAdie de lo que paso, y le llamas la atención a ella delante de su hermano, no necesitas castigarla físicamente pues el momento vino y se fue, pero una amonestación verbal no estaría mal para que quede reforzado el mensaje que las mentiras pueden dañar y ocasionar reacciones violentas, tuvo suerte entre la mala suerte... hubo quien la defendió y consoló, su padre, pero si a futuro sigue sin controlar su temperamento y provocar puede provocar al equivocado y ahí no habrá papá como todo en la vida real........ por eso no estoy de acuerdo a que las chicas no sepan de defenderse, lo que mas me carga son las fragilidades que los padres fomentan so pretexto que son niñas GRRRRRRRRRR
Wow Dream
ResponderBorrarAhorita que recuerdo es verdad lo que dicen las demás chicas que le habrá pasado a Fred?
Me encanto el capitulo
Si de por si Alejandro me encantaba ahora mucho mas jeje ame cuando dijo ño! Como Al ice
A mm yo creo que Anidan como todo padre se equivoca y lo importante es que sabe admitir sus errores y pide disculpas como a Harry :3
Apoyo a Lady Aidan es el mejor padre :) y mas considerando que tiene 12 hijos y para todos tiene tiempo
Y pues yo creo que su reacción inicial con Harry fue equivocada pero no podía reaccionar de otra manera con lo que vio, su hija siendo pateada y como Aidan decía que no permitiría que nadie hiciera daño a ninguno de sus hijos pues le cayó como balde de agua fria, lo que me gusto es que hablo con su hijo y logró tranquilizarse y tranquilizarlo
Y con Ted mmm mala combinación el estrés de ambos jeje aunque ya quiero ver que esos 2 hablen y hagan las paces
Creo ya me extendi mucho :S
Me encanta toda esta familia :D
Saludos
Att.Miranda