CAPÍTULO 27: HÉROE ENTRE LAS SOMBRAS
En mi cuarto no cabía nadie más, en serio. En
mi cama (la de abajo en la litera recién adquirida) estábamos Dylan, Cole y yo.
En la de Michael, justo encima de nosotros, estaban Madie y Barie. En frente,
en la cama de Alejandro, estaban Zach y el propio Alejandro, y arriba, en la
litera de Cole, estaban Kurt, Hannah y Alice. Harry estaba en uno de los baños,
y Michael estaba con papá en el otro.
Nueve personas en una habitación tan pequeña
incumplían alguna norma de sanidad, seguro. Generalmente ese era el momento del
día en el que cada uno estaba en su cuarto con el móvil, mientras esperábamos
nuestro turno para la ducha. La presencia de todos en mi habitación era una
anomalía en nuestra rutina, y esa anomalía se debía sin ninguna duda a Dylan.
Nadie parecía querer perderle de vista, y yo el que menos.
Nunca más iba a separarme de Dylan. Nunca, nunca, nunca más. No iba a
dejarle sólo ni un segundo, y me iba a ocupar de que jamás volviera a ocurrirle
nada malo. ¿Quién iba a decirme que un puñetero macarrón crudo podría haberse
convertido en el arma homicida culpable
de acabar con mi hermanito? Dylan no solía llevarse cosas a la boca. Le
gustaban las piezas pequeñas. Le gustaban los legos, las canicas, y los
tornillos o cualquier otra cosa que pudiera usar para armar y desarmar objetos.
Y le dejábamos hacerlo precisamente porque
era capaz de entender que no podía tragárselos. Autista o no, Dylan
tenía ya ocho años. No sé lo que le llevó a coger los macarrones del dibujo
de los enanos, pero sabía que no
serviría de nada preguntárselo.
Dylan era más listo de lo que la gente se
pensaba. Creo que incluso alguno de mis hermanos le infravaloraba, no por
maldad, sino por exceso de sobreprotección. Hubo una época en la que a Barie le dio por recoger
los juguetes que Dy dejaba tirados por ahí. Él era perfectamente capaz de
hacerlo sólo, y si lo hacías en su lugar acabaría por acostumbrarse. Había
muchas cosas que él podía hacer. Podía vestirse sólo, aunque a veces no le diera
la gana (y esto era una prueba más de que su autismo era relativamente leve,
porque generalmente no pueden). Podía manejar aparatos tecnológicos mejor que
yo, que era el más friki de la casa.
Podía leer libros complicados de matemáticas y entenderlos. Aunque el autismo
no era una enfermedad curable, y él nunca tendría facilidad para las relaciones
sociales, el psiquiatra decía que cuando fuera mayor seguramente sería capaz de
llevar una vida normal.
Precisamente por ser tan listo a veces se
aprovechaba de lo que le pasaba. Él no sabía que tenía autismo, pero sí debía
de notar que en ocasiones se le trataba de forma especial. Estoy seguro de que
a veces no respondía porque no quería responder. Que entendía la pregunta, que
te prestaba atención, que no estaba distraído. Simplemente le venía mejor no
responderte. Eso pasó todas las veces que Zach le preguntó por qué había comido
los macarrones. Dylan se quedaba en silencio, como si estuviera ausente, y era
difícil saber si en verdad lo estaba o si sencillamente estaba pasando de Zach.
Eso fue lo que me hizo replantearme lo que había pasado.
Macarrones crudos con restos de pegamento.
Hasta Alice sabía que eso no se comía. Dylan me había acompañado a la cocina
tan tranquilo, y de pronto se llevó uno de esos a la boca. Tuvo que ser difícil
para su pequeña garganta tragarse eso, tuvo que costarle. Su instinto tuvo que
decirle “ey, escúpelo”. Pero no lo hizo… Tal vez mi hermano no fuera tan
inteligente. Me deprimí mucho por pensar así, pero no podía pensar de otra
manera. Dylan era incapaz de desarrollar su sentido común. Era duro darse
cuenta de eso.
Mi hermanito parecía consciente de que había corrido peligro, porque
estaba inusualmente receptivo al contacto físico, pero no estaba excesivamente
asustado o preocupado. Le miraba ahí tumbado, observando los dibujos de mis
sábanas, y me preguntaba en qué estaría pensando. Lo más frustrante de vivir
con alguien como Dylan es que te sientes culpable si te enfadas con él, y
tampoco hubiera sido justo, así que me comí mi rabia y la transformé en
agradecimiento por el hecho de que él estuviera bien. No le estaba agradecido
solamente a Dios, sino también a Michael. Sobre todo a Michael. Si mi hermano
era un peligro para sí mismo, iba a necesitar muchos ángeles de la guardia…
… Aunque fueran ángeles palabroteros y mal
hablados que insultaban a mi padre y hacían llorar a mi hermana. Me habían
contado lo que había pasado, y me costaba creer que Michael hubiera dicho todo
eso. En los días que llevaba con nosotros había sido bastante correcto. Me
había ayudado varias veces a hacer cosas de la casa, aunque sí es cierto que
rehuía estar a solas con los enanos, como si le asustara un poco el contacto
con los niños. A Hannah era imposible rehuirla, sin embargo, y yo había llegado
a pensar que le gustaba ser el objeto de la admiración de mi hermanita.
Con el que objetivamente tenía buena relación
era con Aidan. No había firmado aún los papeles de la adopción, sin embargo, y
por eso yo me preguntaba si Michael le veía como un padre o como un hermano. Le
había oído darle consejos, y papá no le mandaba acostarse… papá no le mandaba
nada, en realidad. Trataba a Michael como un adulto, supongo que porque lo era,
y la única vez que le había regañado había sido con lo de Cole. Tal vez la relación
que estaban desarrollando no era de padre-hijo, sino de hermanos. Eso
explicaría por qué papá estaba en el baño poniéndole la insulina en vez de en
su cuarto castigándole.
No es que quisiera que le castigara. Bueno,
una parte de mí sí. La parte que decía “con mi familia, no”. Pero Michael, al
fin y al cabo, también era mi familia. Podía perdonarle por hacer llorar a
Hannah. Yo lo había hecho alguna vez también. Todos somos humanos. Sin embargo,
no me era tan fácil pasar por alto todo lo que le había dicho a papá, según
Alejandro y lo que yo mismo había escuchado. Tampoco podía dejar de pensar en
lo que había pasado meses atrás, cuando yo le hablé mal a Aidan aunque no
llegué ni a la quinta parte de lo que había hecho Michael.
Unos siete meses atrás, yo aún tenía
dieciséis años. Había quedado con Mike y Fred y habíamos ido al cine, pero la
película acabó veinte minutos después de lo que ponía en la página web. Cuando
salí del cine estaba de mal humor. Papá iba a enfadarse conmigo por llegar tarde
y no era mi culpa. Retrasé el momento de volver a casa todo lo que pude porque
había tenido una buena parte y algo me decía que cuando llegara a casa se iba a
acabar. No fue muy sensato retrasar la vuelta…. Tendría que haber vuelto lo más
deprisa posible, y haberle explicado a papá lo que había pasado. Seguramente ni
se hubiera enfadado. Pero en ese momento no lo vi así, y convertí los veinte
minutos en cuarenta y cinco. A la novena llamada perdida sentí que si no
respondía al teléfono papá me mataría, y que si lo hacía empezaría a gritarme,
así que al final reuní valor para volver a casa.
Aidan estaba enfadado, claro. Una vez abrió
la puerta y vio que yo me encontraba bien me dijo que subiera a mi cuarto, que
teníamos que hablar. Pero yo sabía lo que significaba ese “hablar”. Era del
tipo de conversación en la que uno está tumbado, y sólo “habla” la otra
persona, de una manera demasiado elocuente. Me sentí un estúpido por haberme
ganado un castigo de una manera tan tonta, y me llené de rabia. En realidad estaba
furioso conmigo mismo, pero lo pagué con papá. Como no tenia mucha práctica en
dar respuestas estilo Alejandro, hablé con algo de torpeza, pero la intención
era la misma:
-
No quiero subir a mi cuarto. Quiero ver el
campeonato de natación que echan hoy por la tele – le dije. Papá me miró con
algo de sorpresa.
-
Pues no vas a verlo. Da igual si quieres o no. Te
dije a las once y has vuelto casi una hora después. Estaba muy asustado porque
no respondías a mis llamadas. Temí que te hubiera pasado algo. Voy a asegurarme
de que nunca más me asustes así. – respondió, con cierta sequedad, pero con la
voz algo tomada. En ese instante fui consciente de lo mucho que le había
preocupado, y me sentí fatal. Dolía demasiado pensar que había hecho que mi
padre se asustara, así que decidí echarle la culpa a él. No sé qué se apoderó
de mí para torcer las cosas al punto de pensar que él era un exagerado. Que yo
ya no era pequeño y podía volver cuando se me antojara.
-
He dicho que no voy a subir a mi cuarto. Buena
suerte para subirme por las escaleras. – le reté. El asombro de papá demostraba
lo poco acostumbrado que estaba a que yo le llevara la contraria. Me agarró del
brazo, con firmeza.
-
No te preocupes por eso, que también puedo zurrarte
en el salón, delante de todos tus hermanos. – me soltó, y pocas veces he estado
tan avergonzado. Primero porque dejó de lado los eufemismos para decir a las
claras que me iba a pegar, y segundo porque sólo de imaginar que me castigaba
frente a mis hermanos me moría.
-
Tú inténtalo, soplapollas. – espeté. El tiempo se
detuvo durante unos segundos. En ese tiempo recuperé la sensatez, y fui
consciente de lo que había dicho. Papá también lo asimiló, y juro que nunca le
he visto tan enfadado conmigo. Me apretó el brazo y noté que tiraba de mí, y
pensé que iba a cumplir su amenaza, y a llevarme al salón para castigarme
frente a todos.
-
No, papá, no, lo siento… Lo siento…
-
¿Ya has recordado que soy tu padre? A mí no puedes hablarme así. – me dijo, y ya
estábamos en el salón. Intenté soltarme, nervioso. Entonces me dio tres azotes,
allí mismo, justo delante de Cole. Me quise morir. – Sube a mi cuarto ahora
mismo.
Volé escaleras arriba, por supuesto. Quería
llorar de rabia, de humillación, de…de… de lo tonto que había sido. Papá tardó
un poco en subir, y yo ya estaba histérico. Había dicho “su” cuarto, y no el
mío. Nunca me había castigado ahí. Yo asociaba ese lugar con mimos, juegos, y
risas. Creo que eso fue lo más duro de todo. No ya el castigo en sí mismo, sino
el que lo hiciera allí. Cuando entró yo estaba haciendo grandes esfuerzos por
no llorar.
- ¿Qué fue eso? – exigió saber - ¿Crees que
puedes venir a la hora que te de la gana y luego hablarme así?
No respondí porque no podía hacerlo. Y
entonces papá pronunció las peores palabras. Las que más duelen:
-
¿Te parece que eso es un buen ejemplo para tus
hermanos?
Yo tenía una regla. Nunca lloraba antes de un
castigo, y si podía evitarlo tampoco lo hacía durante ni después. Para empezar,
tenía dieciséis años. No dolía tanto como para llorar como un bebé. No quería
que papá me tuviera por un llorica. Pero además mi filosofía era que si la
cagaba al menos tenía que ser capaz de aguantar las consecuencias.
Ese día rompí la regla. Las lágrimas
empezaron a caerme desde aquél momento, y papá pareció darse cuenta porque dejó
de regañarme. Se sentó en su cama, y me miró bastante serio.
-
Quítate los pantalones.
Reprimí un sollozo y lo hice, despacio. Hacía
mucho que no me pegaba sin pantalones. Como dos años o cosa así. Sabía que
estaba metido en una buena y que era mejor no decir nada. Me sentía tan
horriblemente mal… Me acerqué a él y entonces me dio un abrazo. Ahí fue cuando
empecé a sollozar. Me acarició la espalda.
- Déjame adivinar. ¿Lo sientes? – preguntó,
casi sonriendo. Yo asentí, porque no podía hablar. – Sé que lo sientes, Ted,
pero no puedes hablarme así. No puedes insultarme. No puedes ignorar mis
llamadas. Y no puedes llegar después de la hora que hemos acordado.
Volví a asentir y le agarré fuerte mientras
intentaba dejar de llorar.
-
¿Me vas a castigar? – le pregunté, intentando no
pensar en lo infantil que sonaba al preguntarlo.
-
Me temo que sí, Ted. Sé que lo sientes mucho, pero
también sabías a qué hora tenías que estar y cómo tenías que hablarme. Te
olvidaste de eso y yo voy a intentar que no vuelva a pasar.
Cerré los ojos con fuerza, respiré hondo y
traté de calmarme. Papá deshizo el abrazo despacito y me tumbó encima de sus
piernas con suavidad y lentitud, como esforzándose por no hacer movimientos
bruscos. Volvió a acariciarme la espalda antes de empezar.
-
¿Cómo me llamaste, Ted? – me preguntó.
Eso era nuevo. No había preguntas cuando
estaba en sus rodillas. Me mordí el labio, incapaz de repetirlo.
-
Theodore. ¿Cómo me llamaste?
-
Soplapollas – susurré.
-
No vuelvas a insultarme – me advirtió.
-
No, señor – balbuceé. Ya tenía ganas de llorar de
nuevo.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
Aquello dolió un poco…tal vez un poco
bastante, porque no eran las palmaditas que normalmente me daba sobre el
pantalón. Pero aguanté sin quejarme.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS
Traté de pensar en otra cosa porque estaba al
borde del llanto y algo me decía que si empezaba a llorar no iba a parar
fácilmente. Pero pensar en otra cosa no
fue buena idea, porque comencé a sentirme realmente mal. Había insultado a
papá… Me vino a la mente un recuerdo de cuando yo era muy pequeño… tenía que
tener tres años y papá trabajaba limpiando coches. Unos idiotas le insultaron y
se burlaron de él, y papá les ignoraba. Uno de ellos dijo algo así como “no
tienes sangre…. Tu hijo te va a perder el respeto, imbécil. Mírate…. Un trabajo
de mierda y ni siquiera te defiendes cuando te insultan. Un día él también te
insultará”.
Luego me enteré de que papá conocía a esos
chicos. Debían ser excompañeros del colegio, o algo así. Se burlaban de él
porque tenía tres trabajos y ninguno de ellos era “digno” al juicio de esos
tipejos. No sé por qué me vino eso a la mente, pero en ese momento quise gritar
“no es cierto, papá, no es cierto”. Pero sí lo era. Yo le había insultado.
Ahí fue cuando empecé a llorar de nuevo.
-
Si te doy un horario es para que lo cumplas. Si algo
va a hacer que te retrases, me llamas. – dijo papá, devolviéndome al presente.
PLAS PLAS PLAS Uff PLAS PLAS PLAS Afgs PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS Ay PLAS PLAS Au PLAS PLAS PLAS PLAS Aii PLAS PLAS
Había intentado no quejarme, pero no tenía
autodominio, y aquello empezaba a doler de verdad. Era el castigo más fuerte
que papá me había dado nunca. Nunca me había dado tantos cuando era sin
pantalón. Madre mía…¿cómo era posible que Alejandro fuera tan cafre si papá
luego le castigaba así?
PLAS PLAS Ay… Papi…. PLAS PLAS PLAS Owww
A la mierda todo. No me contuve en absoluto. Lloré con todas mis
fuerzas, sin darme cuenta de que papá ya no me estaba castigando. Noté su mano
en mi espalda pero no podía dejar de
llorar.
-
Vamos Ted, ya pasó. Anda, ven, dame un abrazo –
pidió, pero yo no me levanté. Cada vez lloraba más y creo que papá llegó a
preocuparse. – Cariño, vamos…
Tiró de mí y me incorporó. Me colocó el
pantalón con delicadeza y luego me sujetó la cara. Me dio un beso y me abrazó
fuerte. Me hizo mimitos en cada milímetro de mí que le pillaba cerca.
-
Ya no llores…
Lloré durante más de una hora. No podía
parar. Papá se quedó conmigo y se sintió culpable. Pensó que había sido
demasiado duro conmigo, pero yo no lloraba por el castigo. Había dolido, pero
no era tan horrible. Lloraba porque me sentía terriblemente mal, y porque creía
que papá iba a estar decepcionado de mí. Aidan no paró hasta que me convenció
de lo contrario.
Aunque yo me lo merecí, fue el castigo más
grande que me he llevado e hice y dije mucho menos que Michael. ¿Él lo sentía
si quiera? ¿Estaba arrepentido? ¿Sentía haber hablado a mi padre de esa manera?
-
¡Ted, Ted! – llamó Alice. Creo que me había dicho
algo y no la escuché.
-
Dime, pitufa.
-
¿Qué significa esto? – preguntó, y se sujetó con la
mano izquierda los deditos de la mano derecha, salvo el dedo corazón. – Michael
le enseñó este dedo a papá.
Gruñí.
-
Eso es una cosa muy fea, peque. Debiste ver mal,
porque si Michael hubiera hecho eso de verdad, papá le habría dado pampam.
“O eso hubiera sido lo justo….” pensé, con
algo de resentimiento.
Alice escondió la mano enseguida, temiendo
que alguien pudiera regañarla por enseñar ese dedo. En ese preciso momento
entró Michael, y pareció sorprendido de ver a todo el mundo en nuestro cuarto.
Se había vestido en el baño y venía secándose el pelo. Buscó un sitio donde
sentarse y sólo vio una de las sillas del escritorio, así que se dirigió allí.
Me di cuenta de que los murmullos de mis hermanos cesaron con su llegada, y la
habitación se sumió en el silencio.
-
¿Sigues enfadado conmigo? – preguntó Hannah, con un
puchero, hablando la primera.
Michael
la miró algo desconcertado, como si no supiera a que se refería. Luego
pareció entender o recordar, y suspiró. Ese hubiera sido un momento genial para
disculparse, pero no lo hizo. La tristeza de Hannah aumentó visiblemente,
tomando aquél silencio por una respuesta afirmativa. Sorbió por la nariz como
si estuviera conteniendo un sollozo. No soporté esa carita desolada.
-
Michael, explícala que no estás enfadado con ella.
Tuviste un mal día, te dolía la mano y por eso la hablaste mal. – le dije.
-
No estoy enfadado contigo. Tuve un mal día, me dolía
la mano, y por eso te hablé mal – dijo Michael, reproduciendo mis palabras. El
hecho de que usara la misma frase que yo, le restó sinceridad a su pobre
intento de disculpa. ¿Pretendía hacerse el gracioso? ¿Se estaba burlando acaso?
A Hannah, sin embargo, pareció bastarle. Se
deslizó con habilidad por los barrotes de la litera para bajarse de la cama y
acercarse a Michael con timidez.
-
¿De verdad no estás enfadado? – preguntó, con los
ojos brillantes. Michael pareció conmoverse por esa mirada.
-
No, piltrafilla, qué va. Tú no me hiciste nada.
Hannah sonrió ampliamente y se aventuró más,
hasta sentarse en las piernas de Michael con un poco de ayuda de éste.
-
¿Piltrafilla? – preguntó, extrañada por el
apelativo.
-
Piltrafilla, pegatina, lapa, babosita… ¿cuál te
gusta más? – preguntó Michael.
-
¡Ninguno! ¡Hannah, me llamo Hannah! O en todo caso
princesita. – respondió, muy digna ella.
-
Oh, ya veo. Eres una enana con caché. – dijo Michael
y le hizo cosquillas en el costado con la mano sana. Hannah soltó una risita y
con eso todo pareció quedar arreglado. A mí me hubiera gustado que Michael se
disculpara un poco mejor, pero por algún lado había que empezar.
Alice se acercó a Michael también y llamó su
atención con un toquecito en la pierna.
-
¿Le hiciste esto a papá? – preguntó, enseñando el
dedo corazón.
Michael se puso notablemente incómodo. Fue
evidente que no sabía qué responder. No podía negarlo, puesto que había tenido
testigos, pero tampoco podía responder que sí y quedarse tan pancho, como si no
fuera algo malo.
-
Eh…. Yo…. tal vez. – balbuceó. Sin duda aún no
estaba acostumbrado a las preguntas directas e ingenuas de mi hermanita. Yo
sabía qué venía a continuación. Alice le diría algo así como “¿y papá te hizo
pampam?” y aunque una parte de mí creía que Michael se merecía pasar un poco de
vergüenza decidí ayudarle y cogí en brazos a la enana.
-
Pero está muy muy mal y no va a volver a hacerlo,
¿verdad Michael? – pregunté, y el aludido negó con la cabeza, bastante
avergonzado. ¡Ja! ¡Estar avergonzado era lo mínimo después de las que había
soltado!
Controlar la indiscreción de los pequeños era
sencillo y hasta divertido, pero yo no tenía ninguna influencia sobre
Alejandro:
-
Te sobraste ¿eh? Pero mucho. – le dijo a Michael,
mirándole muy serio.
-
Bueno, ya está, déjalo, Alejandro. Le ha salvado la
vida a Dylan. – traté de defender.
-
¿Y con eso qué? ¿Olvidamos todo lo que dijo? ¿Es que
acaso lo ha olvidado papá? Porque tú sabes tan bien cómo yo que no es justo
-
No habléis de mí como si no estuviera – protestó
Michael.
-
Dejemos el tema, ¿de acuerdo? – quise zanjar – Y
gracias otra vez por salvar a Dy.
-
Sí, gracias por eso y por echar toda tu mierda
encima de mi padre que no te había hecho nada. – espetó Alejandro.
El hecho de que dijera “mi padre” de alguna
forma excluía a Michael y me pareció algo cruel, porque además dudaba que
Alejandro lo hubiera dicho sólo por despiste.
-
¿Desde cuándo tú eres el defensor de las buenas
formas? – intervino Zach, poniendo en voz alta mis pensamientos.
-
¡Yo nunca llego a tanto porque antes papá ya me
hubiera matado mil veces! – protestó él. Y tenía razón.
-
No fue para tanto –replicó Michael.
-
¿Qué no fue…? ¡Hiciste llorar a mi hermana! Eso no
te lo perdono, ¿te enteras?
-
Alejandro, él es tu hermano también – le recordé,
porque era la segunda vez que le excluía con sus palabras. Papá nos había
advertido que tuviéramos cuidado con eso.
-
No, Ted, es el tuyo.
-
¡Alejandro!
-
¿Alejandro qué? ¿Me lo vas a negar? Es TU hermano, y además de eso un
capullo.
-
¡Le salvó la vida a Dylan! ¿Por qué te quedas sólo
con lo malo?
-
¿Y por qué te quedas tú sólo con lo bueno?
Sin darnos cuenta habíamos elevado un poco la
voz. Debimos de llamar la atención de papá.
-
Eh, eh, ¿qué pasa aquí? – preguntó, asomándose a la
habitación. Y entonces todos empezamos a hablar a la vez.
-
¡Michael es malo!
-
Alejandro tiene razón, es un…
-
Pero ayudó a Dylan.
-
¿Por qué te habló así?
-
¿Qué tiene contra Hannah?
-
Alejandro dice que no es nuestro hermano…
-
¡Bueno, vale, no me estoy enterando de nada! – cortó
Aidan. Después de un día como aquél, andaba escaso de paciencia. – Uno de los
baños está libre, así que venga, a ducharse.
-
Papá, ¿por qué es malo que Michael haga así? –
insistió Alice, enseñando de nuevo el maldito dedo corazón. Resoplé.
-
Alice, te dije que no hicieras eso.
-
¡Pero quiero saber por qué!
Papá se agachó junto a ella y la agarró con
cariño.
-
Tú sabes que cuando movemos así la mano significa
hola ¿verdad? – preguntó papá, saludando con la palma. Alice asintió, muy
atenta – Pues cuando enseñamos ese dedo significa una cosa muy fea.
-
¿Peor que tonto?
-
Mucho peor, pitufa.
-
¿Y por qué lo “ha hacido” Michael? – quiso saber la
enana. Papá suspiró, y puso una mirada que venía a decir “eso quisiera saber yo
también” pero no dijo nada.
-
Venga, todo el mundo a su cuarto, a por las chanclas
y las cosas para el baño. – dijo papá, y todos se fueron, salvo Dylan, al que
papá retuvo en un abrazo antes de dejarle salir.
En mi cuarto nos quedamos papá y los cuatro
legítimos inquilinos. Papá iba a irse también, pero Alejandro se lo impidió.
-
¿De verdad no le vas a decir nada?
-
Ya he hablado con él lo que tenía que hablar –
replicó Aidan.
Alejandro bufó, y salió del cuarto
farfullando algo así como “es que tendrías que haber hecho algo más que
hablar”. Papá suspiró y se fue, con aspecto de estar muy cansado. Cole subió a
su litera y se tumbó, mientras esperaba su turno para el baño, y Michael y yo
nos quedamos de pie el uno frente al otro por unos segundos.
-
¿Qué rayos le pasa? – dijo Michael al final,
refiriéndose a Alejandro.
-
Yo estaba a punto de preguntarte lo mismo a ti. En
el fondo creo que Alejandro tiene razón ¿sabes?
Por algún motivo mis palabras parecieron
impactarle y hasta hacerle algo de daño.
-
Es normal que te pongas de su parte. Él lleva siendo
tu hermano más tiempo que yo – murmuró.
-
No digas idioteces que no voy por ahí. Cuando tengas
razón te apoyaré, y cuando no, no. Pero no juegues la carta de “claro, es que a
mí me conoces menos” porque no te pega. – me defendí, y luego suspiré. – No
estoy seguro de que lo entiendas, Michael. Sé que tu vida ha sido diferente a
la nuestra y que no estás…que no estás acostumbrado a tener un padre, porque en
definitiva eso es lo que Aidan es para ti, tanto si quieres como sino. Dudo
mucho que a cualquier padre del mundo se le pueda hablar como tú le hablaste a
él, pero es que además Aidan es quien menos se lo merece. Todos le queremos
mucho, y sé que tú también, aunque te cortas la lengua antes de decírselo. A
veces a Alejandro se le va la pinza cuando se cabrea con él, y a mí también en
alguna ocasión, pero tú le atacaste gratuitamente, sin que él te dijera nada.
Pagaste tu enfado con él y con Hannah, en vez de apoyarte en nosotros y
contarnos cuál es el problema.
-
¿Y con eso qué me quieres decir? – protestó, algo
tocado por mis palabras.
-
Que la familia, y más una tan numerosa como esta, es
para apoyarse y ayudarse en cualquier problema, no para usarla de puching ball
emocional.
-
Lo que tú digas.
-
No, Michael, no es “lo que yo diga”. Es así. No
pretendo hacerte sentir mal con esto, pero Aidan decidió ayudarte cuando no
tenía por qué hacerlo. Has podido comprobar que nosotros once ya le tenemos
bastante ocupadito. Él decidió que vinieras aquí, aun sabiendo que alguien se
podría oponer, que algo podría salir mal, que a ti te costaría adaptarte, que
tendría que pagar mucho dinero (uno que no nos sobra, por cierto) y que tu
llegada daría mucho que hablar en la prensa, pudiendo repercutir en su imagen.
Pero a papá su imagen le importa tres pimientos. Todo le importa tres
pimientos, salvo nosotros. Así que, lo mínimo que un hombre como él puede
esperar, es un poco de respecto, sino de afecto. Él prefiere tu afecto a tu
respeto, pero desde luego un buen primer paso sería si no le mandas a la mierda
cuando sólo pretende ocuparse de que te curen la mano.
Tuve la satisfacción, si es que puede
llamarse así porque en ese momento no me supo a triunfo, de ver como Michael
bajaba la mirada.
-
A él no ha parecido importarle tanto… - murmuró.
-
No deberías abusar de que tenga una paciencia de
oro, un día de mierda y la necesidad de hacer que te sientas bien en todo
momento. Me gusta ser sincero, Michael, y sinceramente te digo que de haber
sido cualquier otro se habría llevado una de las buenas.
-
Lo sé… Él me lo dijo…
-
¿Por qué reaccionaste así? ¿Qué fue lo que pasó? Y
no me digas que nada, porque eso no se ve como “nada” – advertí, señalando su
mano. Michael se quedó en silencio, así que seguí preguntando - ¿Por qué olías
a alcohol?
-
Estuve en un bar. – respondió, y no parecía que
fuera a contar nada más, pero entonces levantó los ojos hasta que se
encontraron con los míos – Hubo una pelea y terminé bañado en cerveza.
-
¿Fue ahí donde te hiciste lo de la mano?
-
No, eso fue en una redada con la policía, ya lo he
dicho…
-
Bueno, ¿y esa redada fue en un bar?
-
No.
-
Y entonces, ¿qué hacías tú en un bar? – insistí.
-
¿Qué pasa, es que no puedo? ¿Tengo que pedirte
permiso a ti o algo así? - replicó. Que
se pusiera a la defensiva me indicó que ocultaba algo.
-
Michael, sólo estaba preguntando…
-
Bueno, pues no preguntes tanto.
-
No me lo digas a mí si no quieres, pero a papá
tendrás que decírselo.
-
¿A Aidan? Le diré lo que yo quiera.
-
No. Le dirás la verdad. Toda.
-
¿O sino qué? – contraatacó, ligeramente amenazante.
Me alejé de él un par de pasos y meneé la cabeza.
-
Aún no lo entiendes, ¿verdad? No se trata de que
vaya a hacerte algo si no lo haces. Se trata de que es lo que debes hacer.
Tienes que hablar con Aidan, contarle lo que pasó, y dejarle claro que lamentas
cómo le hablaste. Tienes que hacerlo porque él te quiere.
-
MICHAEL´S POV. ONCE
HORAS ANTES –
A pesar de que uno de los momentos más
extraños de mi vida fue cuando Aidan me castigó como si fuera un mocoso de
pañales, ese día deseé mil veces cambiar de lugar con Alejandro. Seguramente, y
por lo que Ted me había estado diciendo la noche anterior, Aidan le iba a dar
una gran paliza, pero yo con gusto recibiría diez como esa en lugar de estar
ahí delante, frente a la oficina de policía.
“¿Por qué no arranca el coche?” me pregunté.
Aidan seguía estacionado a poca distancia, como si estuviera dispuesto a
quedarse ahí hasta verme entrar. Aidan era tan raro…
-
¿Te parece normal llamarle papá? – le había
preguntado esa noche a Ted, entre otras muchas cosas. Me contó gran parte de su
vida, aunque seguro que aún me quedaba bastante por descubrir de él y de los
demás.
-
Lo raro sería llamarle de otra manera – respondió
él.
Ojalá yo hubiera podido hacer lo mismo. Ojalá
hubiera podido decirle “papá” a Aidan, tal y como él había insinuado en su
coche… Él quería que firmara los papeles de adopción, y le llamara papá. Pero
no era tan sencillo.
Sabiendo que si me demoraba le haría
sospechar, entré en la comisaría. No sé cuál es el procedimiento habitual para
recibir a una persona que va a conmutar su condena trabajando con la policía.
No lo sé, no lo supe, y nunca lo sabré, porque cuando yo entré no había ningún
policía esperando para recibirme. Sólo estaba Greyson. Lo de señor mejor lo
dejamos para alguien que se merezca tal llamamiento. Y lo de “oficial”, para
alguien que no sea un capullo.
-
Llegas tarde. – me dijo.
-
Cuanto lo siento – respondí, en el tono más
sarcástico que pude poner. Greyson gruñó. Ese era su verdadero nombre, pero yo
le conocía por el de “Pistola”.
-
Tengo trabajo para ti. – anunció y me llevó aparte.
Observé en un vistazo a todos los trabajadores de la oficina.
-
Sólo por curiosidad. ¿Estos panolis de aquí saben la
basura que eres o les tienes a todos engañados como a Thony?
Thony era el único madero legal que había
conocido.
-
Yo no he engañado a nadie, muchacho. Siempre has
sabido con quién estabas tratando.
-
Acordamos que no le pedirías dinero a Aidan.
-
Tenía deudas que saldar.
Me mordí el labio. No era bueno cabrear a
“Pistola”. Tenía ese apodo precisamente porque le acompañaba una fama de
gatillo fácil. Y no sólo el gatillo. Recordé mi conversación con él días atrás,
en el hospital, cuando quise echarme atrás y le dije que se buscara a otra
persona para estafar a Aidan. “Pistola” no podía buscarse a otra persona. Ted
sólo tenía un hermano mayor, y daba la casualidad de que él tenía a ese hermano
mayor agarrado por las pelotas, así que yo era el pringado idóneo. No le gustó
ni un pelo que le hiciera frente y me arreó un puñetazo. Esa fue una de las
primeras mentiras directas que tuve que decirle a Aidan.
-
Te dije que ya no quería seguir en esto… - protesté,
inútilmente.
-
Y yo te demostré que no es algo de lo que te puedas
salir. Te quiero justo donde estás, y mientras te camelas a ese tipo seguirás
haciendo tus trabajos habituales para mí ¿estamos?
Ni siquiera esperó a que asintiera. No podía
darle otra respuesta. Nunca había podido, pero entonces podía mucho menos,
porque aquél cretino me había amenazado con cargarse a Ted si no le complacía.
Maldije el día en el que descubrió que tenía un hermano.
Me tendió una carpeta. La abrí, y vi la foto
de un tío con aspecto de millonario.
- Tu objetivo – me dijo.
-
Sabes que nada de delitos de sangre – le recordé.
-
Cómo lo hagas es tu problema. Lo que yo quiero es
que me traigas el diamante que ese tipo tiene expuesto en su sala de
estar. Esta tarde se celebra una subasta
de esta preciosidad en su casa. Tienes toda la mañana para pensar en un modo de
colarte y traérmelo.
-
¿Estás loco? – espeté - ¿Sabes cuántas cámaras,
guardias, y sistemas de seguridad habrá protegiendo esta cosa?
-
Una gran oportunidad para demostrar tu talento.
-
¡Soy estafador, no mago! ¡Ni siquiera sé desactivar
alarmas!
-
Tienes seis horas para aprender – me dijo, mirando
su reloj.
Supe que tenía que conseguirlo. No sabía cómo
mierdas iba a hacerlo, pero tenía que conseguir ese diamante si no quería que
volvieran a envenenar a Ted.
¿Cuántas apendicitis podía tener una persona?
¿Cuántas veces puedes sobornar a un médico para que mienta a un paciente y a su
familia? ¿Cuántas veces lograría proteger a Ted, y mantenerle alejado de la
verdad?
¿Cuántos tipos de venenos existen? ¿Lo de Ted
de veras había sido una apendicitis, o era como Greyson decía, un aviso para
mí? ¿De verdad había envenenado a un chico inocente de 17 años y sobornado a un
médico sólo para darme una lección, o mi hermano se había enfermado de forma
natural? ¿Sabría la verdad alguna vez?
¿Importaba acaso? Había un arma metafórica (y
tal vez no tan metafórica) apuntando a la cabeza de Ted, y yo no iba a dejar
que apretaran el gatillo.
Me empollé todo el material que “Pistola” me
había proporcionado y averigüé el nombre de la compañía que había instalado la
alarma en casa de la víctima. A partir de ahí investigué un poco hasta
conseguir descifrar cómo desactivar el complejo sistema de seguridad.
Quise escapar, como la última vez, pero
entonces Ted acabó en el hospital. ¿Quién sabe lo que pasaría si lo hacía de
nuevo? Tal vez le matarían… o a Aidan….
“Tendría
que haberle dicho papá. Tal vez lo de hoy salga mal y me encierren de nuevo, y
nunca más vuelva a verle. Tendría que haberle dicho papá. “
Escapar de la cárcel es sencillo, al menos en un sentido intencional.
Todo el mundo QUIERE salir de la cárcel.
Pero, ¿cómo te escapas de la vida de tus sueños? ¿En qué mundo era yo
capaz de armar la maleta y desaparecer de la familia que me había acogido como
uno más? En especial si al hacerlo sentía que les estaba poniendo en peligro.
Colarme en la casa en la que estaba el
diamante fue pan comido. Me hice pasar por un pujador. Años atrás “Pistola” me
había enseñado a mentir, a timar, a estafar…. Y el alumno había superado al
maestro. La gente creía lo que yo quería que creyeran. Falsifiqué una entrada y
nadie puso pegas ni me dio el alto.
Dar con el diamante fue sencillo también,
porque estaba bien visible, expuesto en el centro de un gran salón. Los
camareros sirvieron los cócteles. El dueño de la joya pronunció un discurso. El
reloj dio las seis de la tarde. La función estaba a punto de comenzar.
Me deslicé al lado de una planta y saqué un
mechero. En un movimiento imperceptible, le prendí fuego y me alejé de allí.
-
¡Fuego, fuego! – gritó alguien al poco rato, en
cuanto la llama se extendió y se hizo visible. Aprovechando la confusión, hice
lo mismo con unas cortinas. Allí prendió más rápido, consumiendo la tela con
rapidez.
La estancia se desalojó. Tenía unos cinco
minutos hasta que vinieran los bomberos.
Procedí con rapidez, y me acerqué a la vitrina. Tremendo pedrusco.
Servía para estimular la codicia de cualquiera. Pensé en lo que podría hacer
con esa cosa. Pero por desgracia a mí
sólo me valía para dárselo a Greyson y tenerle contento. Pensé en la ironía del
asunto. Aidan pensaba que estaba colaborando con la policía, reformándome a
manos de un buen hombre, y resulta que estaba cometiendo uno de mis mayores
delitos.
Forzar la vitrina fue bastante complicado, porque tuve que desactivar el sistema de seguridad, pero finalmente lo conseguí. Ya casi lo tenía cuando escuché voces. Me tapé la cara con una bufanda justo cuando el dueño de la joya entraba, llevando consigo a dos guardias.
-
…les digo que esto no es más que la burda
triquiñuela de un…¡alto! ¡A por él! ¡Lo dije, dije que el incendio era una
distracción!
Mierda. Cogí el diamante y salí corriendo,
dando esquinazo a los guardias, pero el tipo trajeado aquél cogió un martillo
de la pared, del siglo no sé cuántos, perteneciente a no sé quién, y lo blandió contra mí. ¿Pretendía
estampármelo en la cabeza? ¡Qué bestia! Forcejeé para salir e intenté quitarle
esa cosa, llevándome un buen martillazo en la mano. De lo que más tarde le
contaría a Aidan, ese sería el único detalle verdadero.
Grité un poco, comprobé que no tenía la mano
rota, y escapé. Me reuní con Greyson, le di el maldito diamante, y como siempre
que cumplía uno de sus encargos, pasó a tratarme como un rey, hasta la próxima,
claro. Me palmeó la espalda con energía y me bañó en champán, porque la cosa
esa estaba valorada en cinco millones de dólares. Me pregunté cuáles son las
deudas de un hombre para necesitar tanto dinero.
Antes de dejarme irme, me habló del encargo
del día siguiente, y recién ahí comprendí que aquellos tres meses iban a ser
delitos tras delitos. No es como si no lo hubiera sabido, pero no era lo mismo
antes de conocer a Aidan, y después. Una parte de mí sabía que él se sentiría
muy decepcionado si descubría que yo seguía siendo un delincuente.
Asqueado, incapaz de volver a casa en esos
momentos, me metí en un bar, dispuesto a emborracharme, pero eso no era bueno
para mi salud, con la diabetes. Me conformé con una cerveza, y mientras me la
tomaba no podía evitar pensar en cómo había acabado así. Tenía doce años cuando
conocí a “Pistola”, y él me metió en aquél mundo, convirtiéndose en mi maestro,
en mi secuestrador, e irónicamente en mi carcelero, porque su tapadera de
policía le permitió meterme en la cárcel cuando me empecé a rebelar. Jamás me
hubiera atrapado. Dijera lo que dijera, fardara lo que fardara entre sus
colegas, yo era demasiado bueno. Jamás me hubiera atrapado de no ser él mismo
el que estaba detrás de mis delitos. Y entonces yo sería libre.
- Eh, chico….chico…. deberías ir a que te
vieran esa mano – me aconsejó el barman.
-
Y usted debería mantener las narices en sus putos
asuntos.
***
N.A.: Este capítulo va para mucha gente…para quienes cumplen años éste mes, en especial a
Lady, y para la gente de Venezuela, héroes
entre las sombras en éste mundo de locos.
Waooooo Dream muchas gracias por la dedicatoria... aun recuperandome de la historia pobre Michael, como se libera de esto...Dios en la que esta metida la familia... con el corazon en la mano
ResponderBorrarHola Dream ... regularmente no comento en muchas de las historias, pero hoy no me pude resistir, sigo tu historia desde que comenzaste y me gusta mucho, pobre Michael, desde ya odio al pistola, ojala le pase algo horriblee, mira que aprovecharse asi de un niño...!!!
ResponderBorrarLove Ly
Muchas Gracias al fin comprendo cosas, y quiero decirte que ya estoy preparando mi defensa porque elimine al pistola COMO LE HACE ESTO A MI MICHAELITO
ResponderBorrarno se vale si es un niño tan bueno que el cuente a Aidan y que el pistola termien en la cárcel y Micheal libre como corresponde
¡Increíble!!
ResponderBorrarMe encantó el como se va dando la historia!!!
Uuuuuuhhhhh,que nerviooooos!!!
Maaaaassss!! por fis!!
Shelly
:O eso explica muchas cosas y actitudes en Michael
ResponderBorrarMm 77' tonto pistola me dan ganas de ahhh... guardare mis planes malvados haha
Si se llega a enterar aidan... ya quiero ver (leer jeje) la que se va armar
Me encanta la historia :D
Pobre Michael ahora se porque se comporta así pero cuanto le va a durar el secretito y que hará Aidan cuando se enteré waa esto se pone muy interesante
ResponderBorrarDe seguro lo va a apoyar y hará que pague ese desgraciado de pistola, para luego llevar sano y salvo a michel a casa y darle la zurra de su vida, espero que ahora si le deje bien claro que es parte de la familia y debe confiar en Aidan su papa, eres genial, felicidades.
ResponderBorrarEstoy impresionada con tu imaginación, Dream!!! Es tan interesante tu historia!! Y tú eres una maravilla de escritora!!!
ResponderBorrarCamila