Capítulo 44:
ROTO
Supongo que la vida consiste en un recorrido con constantes cambios, y
si somos felices o no depende de cómo nos adaptemos a los giros que hay en el
camino. Claro que a veces el giro es una curva cerrada que te saca de la
carretera, y entonces todo lo que puedes hacer es tratar de volver de nuevo a
la calzada.
Algo así era lo que me estaba pasando a mí. Tenía que volver a la
carretera, a mi vida, e intentar
adaptarme de nuevo a ella aunque ya no pudiera hacer las mismas cosas. Aunque
ya no pudiera andar, ni correr, ni nadar…
Ni siquiera había ido al colegio todavía. Aún era pronto, según decían, y además tenía
rehabilitación todas las mañanas. En mi interior creía firmemente que aquello
era una completa pérdida de tiempo, y que si algún día volvía a clase sería en
silla de ruedas, pero aunque papá estaba un poco más permisivo conmigo
–ventajas de casi palmarla, supongo- saltarme la rehabilitación era algo que no
iba a permitirme.
La rehabilitación me daba miedo. Esa era la verdad. Me daba miedo
descubrir que no podría andar nunca más. Mientras sólo fueran suposiciones
mías, no era tan malo. Pero si mis piernas se negaban a responder iba a
sentirme un completo inútil.
El primer día de rehabilitación no fue tan malo porque básicamente me
lo salté. De alguna forma, no sé cómo, logré convencer a papá para que esperase
fuera y me dejara solo con el doctor. Le dije al terapeuta que mi padre me
ponía nervioso y como yo era prácticamente un adulto le pidió a Aidan que
saliera. Y cuando me quedé a solas con el médico fingí un tirón en el brazo que
me impedía hacer los ejercicios. Sin embargo, no logré engañar a Aidan y el
segundo día no hubo forma de lograr que no entrara conmigo a la sala con las
máquinas de ejercicio.
-
Pero
papá, yo…
-
Tú nada,
Ted. Te conozco demasiado bien y sé cuando estás mintiendo, y sé que todo eso
del tirón fue solo una buena actuación. Y si lo intentas de nuevo me verás
enfadado, ¿eh? Esto es muy importante para tu curación y tú ya estás grandecito
para escenas y caprichos.
Glup. A pesar de que me habló con susurros para que nadie nos oyera en
la sala de espera, el mensaje me llegó alto y claro. Suspiré, papá suspiró
después de mí, y pasó el brazo por mis hombros para darme un beso.
-
Ánimo,
campeón. Será como un entrenamiento ¿mm? Como esa vez que te llevé al gimnasio.
-
Salvo que
aquella vez no estaba roto…
-
No digas
eso de ti mismo. – me gruñó y, por alguna razón, sentí por primera vez que era
toda una suerte el que estuviera sentado en una silla de ruedas. – No estás roto, Ted.
-
No,
tienes razón. Sólo soy un inú…
-
Basta.
Basta, basta, basta – me regañó papá, pero para ser un regaño sonó muy dulce, y
acompañó cada palabra con un beso o una caricia. Intenté no fijarme en las
demás personas que esperaban para ser llamados porque me hubiera muerto de
vergüenza, pero lo cierto es que aquellos días estaba un poco más dispuesto a
dejar que me mimara en público, porque una parte de mí necesitaba sus mimos a
todas horas. – Lo único en lo que tienes permitido pensar es en recuperarte,
¿me oyes? Verás como en pocos días te veo corriendo otra vez.
Siempre me había asombrado la fe que papá tenía en todo, pero
principalmente en nosotros, en sus hijos. Tal vez por eso conseguía todo lo que
se proponía: porque nunca dejaba de creer que era posible.
Como la espera se alargaba, y no quería dejarme llevar por pensamientos
pesimistas otra vez, saqué el móvil para jugar al Candy Crush y distraerme un
rato, pero vi que tenía un SMS de Agustina. Era muy corto, pero me sacó una
sonrisa. Ella se estaba portando muy bien conmigo. Me había visitado muchas
veces en el hospital y me escribía todos los días, además de llamarme por
teléfono. Tan sólo esperaba que no se cansara de mí y de mis problemas.
Llegó mi turno y cuando oí mi nombre miré a papá a ver si tenía alguna
oportunidad de hacerle cambiar de idea, pero vi que no y me resigné. Dejé que
empujara mi silla hasta la entrada de la sala pero luego, en un acto reflejo,
me aferré a la puerta con la mano para no seguir avanzando.
-
¡Oh, por
el amor de Dios, Ted! ¿Quieres dejar de hacer el indio? Suéltate.
-
Espera
papá, espera…. Tal vez la rehabilitación no sea necesaria….mm…mmm….creo
que….que….
-
Que estás
actuando como un crío, eso creo. – me dijo, y giró la silla para mirarme frente
a frente. Se agachó para estar a mi altura – Ted, jamás te llevaría a ningún
sitio que fuera malo para ti. Sé que tienes miedo, que no sabes si podrás
hacerlo, pero yo te garantizo que sí podrás.
Tendrás que esforzarte como te esfuerzas en todo, pero no vas a estar en
esa silla para siempre.
Le miré con algo de miedo, porque era lo que sentía en ese momento.
Tenía un montón de “¿Y si…?” en la cabeza. ¿Y si nunca volvía a caminar? ¿Y si
volvía a caminar pero no quedaba como antes? ¿Y si tenía que estar con una silla
de ruedas o con muletas o con algo así toda mi vida?
-
Todo
saldrá bien, hijo.
Con esas cuatro palabras, papá dio el tema por zanjado e hizo un gesto
de disculpa hacia el médico que nos estaba esperando. El doctor miró mi
informe, me hizo algunas preguntas de comprobación, y luego me miró con una
sonrisa.
-
Bueno,
Ted, ¿cómo te encuentras hoy?
-
Bien,
supongo…
-
¿Listo
para trabajar? Vamos a hacer que esas piernas se muevan ¿eh?
Asentí lentamente, sin prestarle mucha atención, con los ojos fijos en una pasarela. Papá y el doctor siguieron la dirección de mi mirada.
-
No te
preocupes por eso, lo probaremos después. Primero vamos a esta camilla, ¿está
bien? Haremos unos pequeños ejercicios. Ven, túmbate.
Acerqué la silla a la camilla en cuestión, pero en vez de esperar a que
papá me ayudara intenté levantarme yo
solo para tumbarme. La noche anterior había conseguido hacerlo para ir a la
cama. Sin embargo esa vez me fallaron los brazos, me escurrí, y terminé
cayéndome al suelo.
-
¡Ted!
Ted, ¿estás bien? – preguntó Aidan, mientras él y el médico intentaban
levantarme.
Sentí muchas ganas de echarme a llorar, pero no porque me hubiera hecho
daño sino porque era incapaz de hacer algo tan sencillo como pasar de una silla
a una cama. Tuve el impulso de patear la silla justo como había hecho Michael
hacía un par de días, pero entonces recordé que mis piernas no respondían y la
patada no salió nunca de mi cerebro. En su lugar, utilicé las manos y empujé a
Aidan lejos de mí.
- ¡Déjame, puedo levantarme solo!
Papá se quedó helado por unos segundos, luego me ignoró y terminó de
levantarme, dejándome sobre la camilla. Me quedé quieto esperando el broncazo
de mi vida, pero papá no dijo nada. Pensé que tal vez era por la presencia de
un extraño, pero tampoco me dijo un tenebroso “hablamos luego”.
-
Lo…lo
siento – tartamudeé – Perdón por reaccionar así.
-
Está
bien, cariño, no pasa nada.
El doctor –o tal vez fuera un enfermero, lo cierto es que no lo
pregunté – se puso al otro lado de la camilla y me agarró una pierna.
-
Muy bien,
Ted, vamos a mover estos músculos. Vamos
a hacer la bicicleta – dijo, y empezó a mover mis piernas. Fue raro porque yo no hacía ninguna fuerza, y solo notaba el movimiento en mi
cuerpo.
Estuvo haciendo eso con algunas variantes durante un rato, y luego dejó
mis piernas estiradas sobre la camilla y me pidió que intentase levantarlas
unos centímetros.
-
No puedo,
eso es justo por lo que estoy aquí -
gruñí.
-
No lo
sabrás si no lo intentas. – replicó el médico, con una sonrisa optimista que
provocaba ganas de darle un puñetazo o algo así.
Me concentré en mi pierna y traté de levantarla, pero no lo conseguí.
Lo seguí intentando varias veces, y a la quinta el pie se movió un poco.
-
¡Muy
bien, Ted! – dijeron papá y el médico a la vez. Sonreían como si acabasen de
ganar la lotería o algo así.
-
Eso ha
sido maravilloso, hijo - añadió papá,
casi diría que emocionado.
-
¡No, no
lo ha sido! ¡Apenas se ha movido y yo nunca podré caminar otra vez! - grité. Me enfurecía que vieran eso como un
gran logro cuando había sido patético. Me sentía como un niño al que aplaudían
por haber sido capaz de escribir su nombre bien.
-
No
grites, hijo, no hay por …
-
¡GRITO SI
ME DA LA GANA! – le corté.
Papá me agarró del brazo, furioso, pero enseguida me soltó, respiró
hondo y se hizo a un lado.
-
Quizá sea
mejor que espere fuera… - sugirió el doctor.
Aidan me miró por unos segundos tratando de averiguar que era lo que yo
quería.
-
No voy a
dejarle solo – dijo al final. – Ya lo intentamos ayer y no funcionó.
-
¿Ahora no
te fías de mí? – le gruñí.
-
No es
eso. Pero sé que me necesitas. Aunque sea para tener algo a lo que gritar.
Me sentí mal de inmediato, porque sabía que le estaba tratando fatal,
pero tenía tanta rabia…
Intenté contenerme y seguí con los ejercicios. No conseguí volver a
mover nada de cintura para abajo, y después de media hora de fracaso tras
fracaso, el doctor me llevó a la pasarela que había llamado mi atención al
principio.
-
No puedo
hacer esto – repliqué, cuando me explicó que pretendía que caminara a lo largo
de la plataforma haciendo fuerza con los
brazos y apoyándome en las piernas.
-
¿Por qué
no, Ted? Eres nadador, tienes mucha fuerza en los brazos – me animó papá.
-
Esta
clase de ejercicios es lo que hará que recobres la fuerza en las piernas,
chico. – señaló el doctor.
-
¡No
puedo! - insistí.
-
Tonterías.
Esas dos palabras están prohibidas aquí. – dijo el médico, y prácticamente me
arrastró hasta las barras. Era un hombre fuerte y yo no estaba en mi mejor
momento, así que entre él y papá me sacaron de la silla.
Los dos me sostuvieron mientras colocaban mis manos en las barras
laterales de la pasarela.
-
Haz
fuerza, hijo – pidió papá, avisando de que me iban a soltar.
Tensé los brazos. Podía sostener mi peso durante unos segundos, lo
hacía muchas veces en los entrenamientos o cuando Mike, Fred, y yo nos
aburríamos en el patio y nos colgábamos de las porterías. Pero no podía estar
así eternamente y tarde o temprano tendría que dejar que mi cuerpo se apoyara
en mis pies. Lo hice, y mis rodillas
temblaron, incapaces de sostenerme. El doctor me agarró antes de caerme, y no
pareció nada sorprendido por aquél fracaso.
-
Vamos de
nuevo – me animó.
-
¡NO, NO
VAMOS DE NUEVO! – chillé, frustrado, harto de ser tratado como un niño y de que
me obligaran a fallar una y otra vez. -
¡YA NO VOY A HACER ESTO MÁS!
Una vez estuve en mi silla, empujé al médico lejos de mí. El hombre dio
un par de pasos hacia atrás, atónito por mi reacción y con algo de confusión en
los ojos.
Nunca había visto a Aidan tan enfadado como entonces. No conmigo, al
menos.
-
AIDAN´S POV –
Holly había accedido a salir conmigo otro día, en lo que sin lugar a
dudas era una segunda cita. ¿Significaba eso que teníamos una relación? Era
demasiado pronto para llamarlo así. Creo que técnicamente habíamos quedado para
hablar sobre si era posible que tuviéramos una relación, ya que las
circunstancias no habían cambiado: ella seguía teniendo once hijos, y yo doce.
Habíamos quedado el viernes por la noche, y la semana recién empezaba,
así que corría el riesgo de morir devorado por la impaciencia.
Estuve hablando con ella por teléfono antes de la rehabilitación de
Ted, y me dio muchos consejos, y bastante útiles. Sobretodo me recomendó tener
paciencia, y me preparó para conocer una versión antipática de mi hijo, que no
iba a gustarme. Y no pudo tener más razón.
El primer día Ted se las arregló para saltarse los ejercicios,
fingiendo un dolor en el hombro. Le di ese día de margen, pensando que tal vez
aún no se sentía preparado. Pero al día siguiente no tenía una mejor
disposición y mostró una actitud bastante mejorable. Aguanté que me empujara a
mí y que me gritara, recordando algo que Holly había dicho:
-
Sin que
lo sepáis ninguno de los dos, vas a estar a prueba. – me dijo.
-
¿Eh?
-
Él te
necesita mucho ahora, por eso no puedes permitir que te saque de quicio. No
dejes que se aleje de ti. Sé firme pero comprensivo. Déjale claro que tiene que
hacer la rehabilitación quiera o no
quiera, pero que tú estarás con él y entiendes que es difícil para él.
Me pareció una recomendación excelente, y por eso le aguanté algunas
cosas. Era parte de “entender que es difícil para él”. Lo que no iba a permitir
es que empujara a su médico. Yo le había educado mejor que eso. Le habían
enseñado una serie de valores que estaba tirando por la borda, como el respeto
y el agradecimiento.
-
Discúlpate
ahora mismo – le exigí.
Ted me miró con esos ojos que
ponía cuando se sentía culpable y se miró las manos.
-
Perdón.
-
Discúlpate
en condiciones, no como si fueras tu hermano pequeño. – repliqué. Fui un poco
duro con él porque necesitaba que entendiera que había cruzado la raya de mi
paciencia y mi tolerancia para con su situación.
-
Lo… lo
siento mucho, doctor…Yo…no pretendía…es decir…
-
Está
bien, chico. Tal vez era demasiado
pronto para la pasarela. Probaremos otra
cosa, en la sala de al lado…
El doctor nos guió a otra habitación y nos dejó solos allí por
unos instantes, mientras se encargaba de algunos detalles. La tensión
entre Ted y yo podía cortarse con un cuchillo.
-
Papá…- empezó
él.
-
Ni creas
que te has librado de esta. Estás castigado sin móvil hasta el fin de semana.
-
¿Qué?
¡Eso son cuatro días!
-
Sí, eso
mismo.
Ted me miró con horror. El móvil era la vía principal de contacto con
su novia y con el mundo, ya que además no teníamos un ordenador para cada uno,
así que el móvil era el único objeto que no tenía que compartir con el que
podía tener conversaciones privadas con su chica y sus amigos. No iba al
colegio ni salía de casa nada más que para ir a rehabilitación, así que dejarle
sin el teléfono fue duro de mi parte, y me di cuenta enseguida. Su día a día
era muy aburrido tras sus lesiones y con el móvil le quité una de sus vías de
entretenimiento. Suspiré, dispuesto a
hablar de ello y tal vez a cambiarle el castigo puesto que al fin y al cabo se
había disculpado.
- Todos podemos tener momentos en los que nos dejamos llevar por la
ira, campeón, pero…
No me dejó terminar. Sacó el móvil de una bolsita que llevaba colgando
de la silla y me lo tiró.
-
¡TOMA EL
ESTÚPIDO MÓVIL! ¡YA QUÉ MÁS ME DA!
-
¡Ted! - logré atrapar el móvil antes de que
cayera al suelo, lo cual fue una suerte
porque de otra forma seguro que se habría roto contra el suelo. Ese teléfono
costaba más de cien dólares y aquello fue un berrinche más propio de Kurt que
de él.
Guardé el móvil en mi bolsillo, para que estuviera seguro, y apoyé los
brazos a ambos lados de la silla de Ted.
-
En
cualquier otro momento estarías cobrando. – le advertí – No puedes…
- ¡No me hables tan de cerca! – protestó, y me apartó de un empujón.
Era la segunda vez en una hora que mi propio hijo me empujaba.
-
Se acabó,
ven aq…. – me interrumpí. Le había agarrado y levantado de la silla, y una vez
así me bloqueé. La expresión de Ted era de miedo. No por mi enfado, sino porque
no se sostenía en pie. Si yo le soltaba él se caía y ambos pudimos sentirlo.
Toda mi furia se extinguió de golpe, y le abracé. Le sostuve contra mí notando
todo su peso.
Pude sentir como se calmaba poco a poco, como si aquél abrazo fuese
alguna especie de tranquilizante para caballos, o para adolescentes furiosos.
-
¿Me ibas
a pegar? – preguntó, con vocecita triste.
Fue una buena pregunta. ¿Iba a hacerlo? Creo que ese había sido mi
impulso, pero pegarle en su estado habría sido un gran error. Estaba lastimado,
no podía moverse pero sí sentir dolor y de alguna forma se hubiera sentido como
que abusaba de él. Pero tampoco podía dejar que
actuara sin medir las consecuencias, con agresiones y reacciones de
niño.
-
No,
porque tienes que estar sentado en esa silla y si te doy lo que te mereces no
podrías sentarte hasta mañana – le dije, en tono de regaño, y con eso conseguí
que me mirase con sus labios formando una perfecta “o” - ¿Qué fue todo
esto? ¿Empujar a un doctor, empujar a tu
padre, hablarme así, tirar el móvil?
Como a cámara lenta, los ojos de Ted se inundaron, y antes de darme
cuenta le tenía en mis brazos llorando. Me dio mucha ternura verle así, porque
además sentí que él necesitaba expulsar esas lágrimas. Desde que le vi en el
hospital no le había visto llorar ni una sola vez, ni siquiera cuando le dieron
aquella horrible silla a la que él se sentía confinado. Necesitaba desahogar su
miedo, su rabia, su angustia y su pena por lo que le había pasado.
-
Lo… snif…
lo siento… snif… es que…. snif…odio esto… no quiero estar aquí… snif… no quiero
ilusionarme para luego descubrir que nunca podré caminar… snif
-
Deja de
decir eso, cariño. Podrás caminar. Sé que lo harás. Pero tienes que tener un
poco más de fe en ti mismo, y en los doctores.
-
Snif…snif….
no te enfades conmigo.
-
Ya sabes
que no puedo enfadarme contigo. Y te aprovechas de eso – le dije, acariciando
su pelo áspero.
Estuvimos así por un buen rato, hasta que noté que había dejado de
llorar.
-
¿De
verdad tengo que quedarme a hacer rehabilitación? - preguntó, con voz melosa, como tratando de
convencerme.
Bajé la mano que frotaba su espalda y deje caer dos palmadas no muy
fuertes.
PLAS PLAS
-
Ay….
- De veras. Y eso fue para que
recuerdes como comportarte. Y lo del móvil sigue en pie, pero todavía puedo prolongarlo
por una semana.
-
¡No, no!
¡Haré todo, haré lo que diga el médico!
-
Eso
quería oír. – besé su frente y respiré
hondo, contento de haber logrado conectar con él.
El doctor volvió en ese momento, con una especie de cintas que quería
usar en las piernas de Ted. Le eché a mi hijo una mirada de advertencia, pero
no dio problemas. Siguió las instrucciones del médico que consistían
básicamente en quedarse quieto mientras esas cintas elevaban sus piernas y
luego las bajaban.
Estuvimos un total de dos horas allí y finalmente el doctor se despidió
de nosotros hasta el día siguiente. Ted
estaba muy cansado y no era para menos. Aquello había sido un gran esfuerzo
para él. Le llevé al coche pensando en que, como sus hermanos aún no volvían
del colegio, podíamos parar a tomar algo camino a casa. Pareció gustarle la
idea, así que paramos en un Dunkin’ Donuts y se pidió un batido y un donut
enorme. Me alegré de que estuviera recuperando el apetito, ya que el día
anterior me había costado que comiera.
Estaba buscando algo “neutral” de lo que hablar, que no le trajera
pensamientos negativos ni le hiciera ponerse triste, cuando me di cuenta de que
estaba intentando alcanzar mi chaqueta desde su asiento, tratando de que yo no
le viera. Entendí que quería coger su móvil sin que yo me enterara, y algo en
esa idea y en sus gestos me hizo sonreír. Ted estaba sacando su lado más
infantil.
Le atrapé la mano y disfruté de su expresión sorprendida.
-
Uy, ¿qué
es esto que me he encontrado? – le pregunté, y el pobre se quedó en blanco, sin
saber qué decir. Le hice cosquillas en la palma y se la solté – No trates de
coger el móvil, Ted – dije, ya más serio – Es tu único castigo y sabes que
saliste ganando.
Puso un mohín y pareció resignarse. Normalmente el móvil no era tan
importante para él como para Alejandro o las niñas, pero igual eso cambiaba
ahora que tenía novia.
-
¿Vas a
invitar a Agustina a casa? – quise saber, en parte para distraerle.
-
Ya lo
hice, pero dice que no quiere molestar, que con todo esto habrá mucho lío en
casa.
-
Tonterías,
dile que venga. La novia de mi hijo nunca molesta – le pinché. Le dio algo de vergüenza y por eso sonrió un
poquito. – Puedes llamarla desde el fijo y decirle que venga. ¿Lo ves? No tener
móvil no es tan malo. Aún tienes el ordenador y el otro teléfono.
Ted asintió y partió un pedacito de su donut. Me lo dio para que lo
probara como hacía cuando era más
pequeño. A los cinco años yo tenía que comer un pedacito de todo lo que él
tuviera en el plato o sino no se lo comía. Era una manía que le dio que me
resultó de lo más tierna, y que lo hiciera entonces, con diecisiete años, me
trajo un montón de recuerdos. Sólo cuando Ted se sentía vulnerable se permitía
actuar como un niño y me recordaba que aún era mi bebé.
Regresamos a casa y dejé el móvil de Ted en mi cuarto, en un cajón que
solía usar para las cosas requisadas. Cuando uno tiene tantos hijos como yo y
demasiadas cosas en la cabeza no puede fiarse de su memoria, así que en un
papel apunté el día en que se lo tenía que devolver y lo guardé junto con el móvil. Luego bajé por
si Ted necesitaba mi ayuda o si quería subir a su cuarto, pero le encontré
viendo la tele. Aprovechando que estaba entretenido, me puse a hacer la comida.
Cocinar era a veces una acción mecánica que me permitía pensar en otras
cosas y por eso dejé de concentrarme en la sopa y casi sin darme cuenta empecé
a pensar en Holly. ¿Había hecho bien en pedirle una cita? ¿No era un error?
¿Serviría para algo más que para hacernos daño a los dos? Era imposible que
llegáramos a tener una relación estable… Pero ¿y si no lo era? ¿Y si
encontrábamos la forma de hacer compatibles nuestras dos gigantescas familias?
Sería un escándalo… Seguro saldríamos en las noticias…Es decir, veintitrés
hijos… Además ahora salía mucho por la tele porque de pronto a los periodistas
yo les interesaba… Pero a mí solo me interesaba una de ellos… Me daba igual si
el mundo se caía si empezábamos a salir: sólo me importaba las consecuencias
que eso pudiera tener para mi familia…
La cabeza me daba vueltas. Estaba hecho un lío. ¿Cómo podía saber cuál
era la decisión correcta? Recordé que Ted ya sabía cuántos hijos tenía Holly.
Él era el único con el que podía hablar de aquello, porque conocía el
inconveniente principal. Y a pesar de saberlo me había hecho prometer que le
daría a aquello una oportunidad…
Fui al salón, para hablar con él, pero ya no estaba mirando la
televisión. Había acercado su silla a la mesita en donde yo había dejado mi
móvil, y lo había cogido. Se quedó congelado en cuanto me vio.
Si bien no era extraño ver a algunos de mis hijos con mi teléfono, eso
solía ser más bien cosa de los pequeños, que querían entretenerse con los
juegos del teléfono, o de Barie y Madie, que buscaban cotillear mi música y
todo lo que pudieran curiosear en el proceso. Generalmente no me importaba que
mis hijos lo cogieran, pero aquello fue diferente, porque Ted no me había
pedido permiso, estaba castigado sin móvil, y lo había cogido a mis espaldas.
-
¿Por qué
tienes que ser tan cabezota? – le increpé – Tus hermanos aun no han llegado,
tienes el ordenador para ti y el teléfono fijo para hablar con quien quieras.
Además Agustina también está en clases aún, así que ¿para qué necesitabas el
móvil? Ya te lo digo yo: para nada. Pero basta que yo te diga algo para que
pases completamente.
Ted miró al suelo como siempre que yo le regañaba.
-
Sólo
quería…mmm…ver el WhatsApp.
-
Pero si
ni siquiera tienes la tarjeta de tu móvil. Ahí sólo te salen mis
conversaciones.
-
Ya… no me
di cuenta…
-
¿Tampoco
te diste cuenta de que me estabas desobedeciendo? ¿Y cogiendo algo que no es
tuyo?
Se quedó en silencio y dejó el móvil de nuevo en la mesita. Después
puso su mejor cara de niño arrepentido.
-
¿Sabes
qué? Eso no te va a servir. Esa cara. Tú sabes que me cuesta mucho ponerme
serio contigo. Me cuesta siempre, y más ahora, y tú lo sabes perfectamente y lo
utilizas para hacer lo que te viene en gana.
Se acabaron los regaños y los avisos. Te dije que nada de móvil hasta el
fin de semana y tú decidiste saltarte ese castigo, así que ahora serán tres
días más.
-
¿Qué?
Pero solo…¡no fueron ni cinco minutos!
-
No está
abierto a discusión, Theodore.
-
¡NO ME
LLAMES ASÍ! ¡PONER ESA VOZ SERIAY DECIR MI NOMBRE COMPLETO NO TE DA LA RAZÓN!
¡Y… NO TIENES DERECHO A QUITARME EL MÓVIL! ¡NO ES TUYO!
Hubiera podido decirle aquello de “yo lo he pagado, así que sí es mío”,
pero lo cierto es que solía evitar decir cosas como aquellas, porque no quería
hacerles sentir como que todas sus cosas eran prestadas. Eso de “mi casa”, “mi
dinero”, “mis cosas” me parecía un concepto horrible que solo servía para convertir a los hijos en
invitados, para que sintieran que nada era suyo.
-
No me
grites si no quieres meterte en más problemas.
-
¡NO ES
JUSTO, PAPÁ, NO HICE NADA TAN MALO!
-
Ese es
justo el problema, Ted, que estás empezando a pensar que no hacerme caso no es
“tan malo”. Y te he dicho que no me grites, segundo aviso. No habrá un tercero.
-
¡VETE A
LA….mmm….VETE A HACER LA COMIDA Y DÉJAME TRANQUILO!
Abrí mucho los ojos. No me había mandado a la mierda pero había estado
a punto, y la intención era la misma. Dudé unos segundos sobre lo que debía
hacer, pero no me estaba dejando muchas opciones. Le saqué de la silla con
cuidado, reparando en que él se había quedado impactado también, por sus
propias palabras.
-
No, papá…
espera… no.
-
He
esperado demasiado, Ted. No voy a permitir que me hables así ni que me chilles.
– le dije, y tras pensar un momento en lo que estaba haciendo, le tumbé encima
de mí. Tuve mucho cuidado al moverle porque le percibía como algo frágil que
podía romperse en cualquier momento.
-
Perdóname…
por favor…
Había bastado ponerle en esa posición para que se calmara y pensara un
poco en lo que había hecho. Le acaricié la espalda.
-
Perdonado,
campeón.
-
Pero aún
me vas a castigar ¿verdad? Ya sé que sí. Siento haberte hablado así. Y haber
cogido el móvil. Sé que no debí hacerlo.
Nunca llegaré a saber si Ted se ponía en ese plan reflexivo y
arrepentido por pura sinceridad o con la idea de ablandarme, pero me daba la
sensación de que se trataba más bien de lo primero.
-
Pues si
lo sabes, no lo hagas de nuevo, Ted. – respondí.
Interiormente maldije que no hubiese sido capaz de controlarse antes.
Así yo no tendría que ser el malo.
Tenía claro que no era capaz de pegarle después de todo lo que le había
pasado y aún le estaba pasando. Tal vez no hacía bien en tratarle de forma
diferente, era lo mismo que hacía con Dylan, pero sencillamente no podía. Por
eso decidí darle palmaditas muy flojas, que fueran sólo una llamada suave de
atención.
Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas
Su atención la llamé seguro, porque Ted no se esperaba aquello. Le oí
soltar el aire que había estado conteniendo y se giró un poco para mirarme con
sorpresa. Hice lo imposible por no dejarme taladrar por sus tristes y asombrados
ojos marrones.
Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas
Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas
-
Esto es
absurdo papá… Para, jo… - protestó, incómodo.
Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas
Plas plas plas plas plas plas plas plas plas plas
-
Es muy
raro –se quejó, y su voz sonó algo rasgada. Segundos después, empezó a llorar,
y yo sabía que tenía poco que ver con los toquecitos que le había dado.
Al igual que Michael había necesitado desahogarse golpeando aquél saco,
Ted necesitaba un tipo de desahogo diferente. Le levanté, y por segunda vez en
el día dejé que llorara abrazado a mí. Aspiré el aroma de su champú y le besé
en la frente en cuanto estuve seguro de que me iba a permitir hacerlo. Tardó
poco en calmarse, pero no deshizo el abrazo.
- ¿Así va a ser a partir de ahora? ¿Cómo estoy roto vas a darme flojito
para que no me duela? – me preguntó, en tono mimoso.
PLAS
-
¡Au! ¡Ese
sí dolió!
- No estás roto. No quiero escucharte eso nunca más. – regañé.
- Bueno…. Qué carácter – protestó.
-
Y esto me
lo llevo para evitarte tentaciones – dije, cogiendo mi teléfono. Justo en ese
momento me llegó un mensaje nuevo, así que desbloqueé la pantalla para leerlo.
Era un whatsapp de Holly. Era extraño porque sólo me salía un mensaje
nuevo pero ella me había escrito varios que yo no había leído. Sumé dos más dos
y entendí lo que había pasado.
-
¿Estabas
leyendo mi conversación con Holly? ¿Para eso cogiste mi móvil? – le pregunté a
Ted.
Como si de pronto tuviese cinco años, Ted se llevó las manos al
pantalón, como protegiéndose de futuras represalias, mientras asentía. Ese
gesto me derritió por completo.
-
Y yo que
pensé que el tierno era Kurt…. Ven aquí, campeón – le estrujé en un abrazo- Me
saliste cotilla ¿eh? ¿Te parece bonito leer mis mensajes?
-
Es que
quería ver si me habías hecho caso y quería asegurarme de que no metieras la
pata.
-
¡Oye!
¿Ahora eres un experto en mujeres, o qué? Mocoso metiche y controlador. – le
acusé, y le piqué el costado en cosquillas vengativas.
Ted me miró sorprendido y se rió muy fuerte, mientras se revolvía todo
lo que podía. Cuando dejé su costado en paz, vi que parecía feliz.
-
Me alegro
de que ya no me trates como una cosa delicada – me susurró.
- MICHAEL´S POV -
La pelea con Olivia me parecía más absurda cada vez que la revivía.
Pensé que todo aquello era culpa mía en primer lugar, por romper una de mis
reglas: nunca salgas con una blanca. En realidad nunca había salido con nadie,
sino que más bien había tenido relaciones esporádicas. No puedes hacer mucho
más cuando te pasas el tiempo entrando y saliendo de los reformatorios. Pero en
cualquier caso, siempre me había impuesto la norma de mantenerme lejos de las
chicas blancas. Sentía que veníamos de mundos diferentes, las niñas ricachonas
y yo, que sólo era un delincuente. Tenía la sensación de que podían ser muy
manipuladoras y que era mejor estar lejos de ellas. Además pensaba que, si por
casualidad topaba con una buena, yo le jodería la vida. Por una razón o por
otra era mejor que me limitara a chicas de mi mundo. Gente que entendiera quién
soy, y de dónde vengo.
Desde que vivía con Aidan había empezado a percibir el mundo de otra
forma, casi sin darme cuenta. Había empezado a pensar que existía la injusticia
e incluso me había hecho ilusiones al respecto de que podía ser feliz. No hay
sentimiento más peligroso que la esperanza, porque si te la quitan, no te queda
nada. Lo que pasó con Olivia me recordó que yo no pertenecía al mismo mundo que
“mis hermanos”. Que yo no podía tener una relación normal con una chica y que
incluso no me planteaba que tal cosa fuera posible, al contrario de Ted, que
deseaba su “felices para siempre”. Aquello me trajo de vuelta a la tierra, y
aquella mañana en la comisaría terminó con los últimos vestigios de la ilusión
que había ido creciendo en mí. La ilusión, que ya casi era una certeza, de que
Aidan podía ser mi padre.
Greyson me esperaba sentado en la mesa que normalmente ocupaba yo. Eso
era muy extraño y ya hizo que me pusiera en guardia. Me acerqué, y le vi muy serio. Lo primero que pensé es que
venía a molestarme de alguna forma, tal vez mandándome hacer algo desagradable
o algo así, pero en esas ocasiones solía precederle una sonrisa burlona. No.
Aquella vez era algo tan malo que hasta él estaba serio.
-
Tenemos
que hablar, Michael.
Michael. No “chico”, ni “muchacho” ni algún descalificativo. Pocas
veces me llamaba por mi nombre, como si quisiera despojarme de mi identidad.
-
Tú dirás.
-
No aquí.
En un lugar más privado. Ven a la cafetería. A estas horas no hay nadie. Te
invito a un café.
Vale. Eso sí que era preocupante. Greyson jamás me invitaba a nada. Le
seguí, impaciente por saber qué quería decirme, aunque con la sensación de que
en realidad no quería saberlo.
Greyson había tenido razón: en ese momento no había nadie en la
cafetería. Entré con él y observé cómo pedía los cafés, todavía sin creérmelo
del todo. Nos sentamos en una mesa y una vez allí me miró fijamente. Intenté aguantar su mirada penetrante, pero
la impaciencia me carcomía.
-
¿De qué
querías hablar? – pregunté finalmente.
-
De tu
padre.
-
¿De
Aidan? – pregunté, por confirmar, aunque estaba bastante seguro que no se
refería a él. Si hubiera querido darme nuevas instrucciones con respecto a su
plan simplemente me habría llevado a su despacho.
-
No. Tu
verdadero padre.
Sentí un hormigueo en el estómago. ¿Habría contactado con él? ¿Me
habría mandado una carta? Estaba a miles de kilómetros, en una cárcel de máxima
seguridad, donde yo no podía visitarle. Había pasado tanto tiempo desde la
última vez que le había visto… Tal vez Greyson fue a verle por algún motivo.
-
¿Te ha
dicho algo? – le interrogué, pero él negó con la cabeza. Reparé en que, quizá
por primera vez en mi vida, Greyson me miraba con compasión.
-
Han
reabierto su caso. Ha habido un nuevo juicio: tenían nuevas pruebas. – me dijo, hablando muy despacio,
asegurándose de que le entendía – Esta en el pabellón de la muerte, Michael.
N.A.: Sé que he tardado mucho, y
que el capítulo es corto para lo que suelo ser yo. Es así de corto para así actualizar
de una vez u.u
Felicidades atrasadas a Mousse y
a todas las demás :3
Fabuloso Dream
ResponderBorrarMe ha encantado y me tuviste todo el capitulo en un sube y baja constante
Espero que pronto lo continues aprovechando un poco tus vacaciones jeje
O sea abusando de la confianza y tu buena volu tad para hacernos muy felices
Es que adoro a Michel y ahora con Ted asi, pues ya entenderas como se siento
Marambra
Te quedó genial el capi!!!
ResponderBorrarQue bueno que actualizaste!!!
De verdad que espero que Ted se recupere pronto!!
Ufff y lo dejaste muy emocionante.. Otro golpe duro para Michael!!!
Dream tienes que continuar pronto y para asegurarme te estaré molestando :p