EL MAR AMA A MARTÍN MARTÍNEZ
-Alumno
Martínez. Puede hacer el favor de prestar atención a la clase. Es la tercera
vez que lo hablo, jovencito.
-Eh?!
-Martín se sobresaltó enseguida con el reto. Tenía los ojos perdidos en la
inmensidad del mar que bordeaba la pequeña ciudad en que vivía- Perdón
señorita... –Dijo, cuando reconoció el enojo en la voz de la docente. -Es que
estaba...
-Mirando
el mar...- Continuó ella. Desde hacía 10 semanas era lo único que solía hacer
ese niño en su hora de clase.
-Sí.
Lo siento. Pondré atención.
-Eso
espero, Martín, pero como esto ya se ha repetido en otras oportunidades hoy,
como castigo, vas a quedarte una hora más para ejercitarte.
-No,
señorita. Hoy no, por favor... Hoy no!! Si quiere, castígueme mañana o todos
los días de la semana, póngame los ejercicios que quiera, pero hoy no...
-Lo
siento, Martín. Hoy va a ser.- La maestra Rosa sabía perfectamente lo que
significaba ese día en particular para su joven alumno. Esperaba cada martes
con tantas ansias, pero le dolía mucho que se hiciera ilusiones que parecía
tragarse el mar. Era preciso acabar con eso. Ella a su modo quería protegerlo.
-Pero
es que hoy...
-Sé
qué pasa hoy, hijo. Por eso es que será éste día el castigo así la próxima vez
te esmeras más en prestar atención a la clase y no al mar.
El
pequeño suspiró y asintió levemente. - Sí, señorita.- Contestó tratando de
ignorar las lágrimas que se formaban en sus bellos ojos de mar azul.
La
maestra se sintió mal por esa mirada de tristeza en los ojos de su alumno pero
era importante que el chico pusiera atención también en su clase, Martín estaba
a punto de reprobar toda la materia.
-Bien...
en qué estábamos?...- La docente retomó el curso de la lección y trató de
olvidar las lágrimas que brillaron en las mejillas del niño.
Una
hora más tarde, Martín trataba de poner toda su concentración en el ejercicio
que le había dejado la maestra Rosa, pero él no quería estar allí, quería estar
frente al mar, esperando... Esperando por un milagro que con el paso de los
días parecía hacerse cada vez más improbable.
-snif..
snif... lo.. snif snif... lo siento, papito... snif.. Yo no te odio... snif..
snif.. no te odiooo... buaaa... te... snif... te extrañooo...- Gimoteaba con la
cabecita recostada en el libro. Le hacía tanta falta un abrazo... el abrazo que
se negó a darle a su papá hacía 70 días esa tarde. -Te amo, papiiitoo...
snif... te necesiiito... buaaa... Ven conmigooo...- Sollozaba amargado,
sintiéndose culpable.
Antes
de zarpar, le había dicho a su padre que lo odiaba sólo porque no lo quiso
llevar... Desde pequeño, su papá le había prometido que algún día conquistarían
juntos esas costas, y él había preparado tantas provisiones pensando que al fin
iría con su papito a navegar, pero tuvo que resfriarse un día antes! Y por más
que se dejó poner las dos inyecciones, su papá no lo dejó partir... entonces
Martincito le gritó furioso -con la poca voz que tenía- que lo odiaba y que
esperaba no volver a verlo. Cuando al día siguiente se enteraron de la feroz
tormenta que azotó el mar esa noche y de la desaparición del Martín pescador,
Martín no paró de culparse y poco a poco se iba consumiendo en ese dolor.
-Te
amo, Martín...- El niño levantó la cabeza. Sus ojos estaban rojos y su piel
demacrada. Calló su llanto intentando atender a lo que creyó escuchar. -Te amo,
Martín...- Vino nuevamente el susurro distante, casi inaudible...- Te amo,
hijo... Martín, papá está en camino... sigo aquí, hijo... sigo contigo.
Martín
miró hacia la ventana, por donde siempre solía ver el mar... ese mar que ahora
mismo parecía estar hablándole.
Su
boca se abrió y cerró unas cuantas veces. Parecía que la pena le hacía escuchar
cosas que no eran... pero en su corazón él supo reconocer la voz de su padre.
-Papi?..
-Martín miró más allá del mar. Su corazón latió a mil por segundos. -Papá....
Musitó. Se secó las lágrimas y se levantó del pupitre.
De
lejos, no se podía ver nada. El mar estaba más desierto que nunca, pero Martín
sabía qué debía.
Salió
de la escuela justo antes de que la maestra pudiera tomarlo del brazo. -Martín,
ven aquí...- Pero el niño estaba decidido. Y fue hasta los muelles y tomó el
barco que pertenecía a su abuelo.
Martín
era muy pequeño aún para controlar una embarcación de ese tamaño, pero nadie
podía decirle que no lo intentara porque él no lo escucharía.
-Te
encontraré, papito. Ya voy... -Se repetía como un mantra que le daba fuerzas
para seguir adelante con su misión.
La
maestra había alertado a las autoridades y a la madre del niño. Todos estaban
yendo al muelle, pero llegaron tarde para detener a Martín.
Un
barco con policías y guardacostas y otros dos de civiles se lanzaron a las
aguas detrás del rastro del pequeño fugitivo. Había alerta de tormenta para la
noche. Era de extrema urgencia encontrar al niño.
De
pronto, el cielo se hizo negro y los vientos empezaron a violentar las aguas.
El mar estaba embravecido. Y había tomado por punto el barco de Martín.
-Por
favor... Diosito, ayúdame... Que encuentre a mi papito... por
favor...-Suplicaba con todas sus energías. Estaba navegando solo en aquél
inmenso mar.
Los
rescatistas no habían podido avanzar más debido a la inclemencia del tiempo y a
su madre no le quedó más remedio que hincarse a rezar para que su tesoro
regresara sano y salvo.
-Por
favor, Señor. Sé gentil... llevas mi niño en estas aguas... No te lleves mi
única felicidad.. Dios...- Marta cayó desmayada.
Con
sus doce años, Martín Martínez estaba demostrando una fuerza y una valentía que
los mismos soldados de los ejércitos más respetados del mundo
envidiarían. Pero esa fuerza no tenía más fuente que el amor por su padre.
Debía encontrarlo. Y si para eso, tenía que entregar su vida, él la daría
gustoso, con tal de abrazar por última vez a su papá. Pero con cada metro que
avanzaba sobre las salvajes olas, el barco empezaba a dañarse. Las velas
estaban destrozadas y el agua se filtraba por todos lados. El fin estaba cerca.
-Papáaa....
-Gritó al viento.-Papiiii, perdónameee... Papito, te amoooo... Te amoooo...
Perdón por no encontrarte... Perdóoonameee- Decía con la esperanza que en el
horizonte su padre supiera cuánto lo amaba.
Repentinamente,
un viento lo arrojó del barco y el niño cayó al mar. Las olas lo golpeaban de
un lado y del otro. Martín ya no tenía fueras para luchar. Cerró sus ojos y
esperó a hundirse en el agua... pero sintió una mano que tomó la suya y empezó
a tirar de él.- Te tengo... Te tengo, pequeño príncipe... te encontré, hijo
mío. Te encontré. Estás con papá. Te amo, te amo, te amo, te amo...
Martín
abrió los ojos y el mar ya estaba calmado. La lluvia había desaparecido y en su
lugar brillaba un hermoso sol. Se movió con cuidado y fue cuando se dio cuenta
que estaba en brazos de...
-Papá?!-
Murmuró llenándosele los ojos de lágrimas que no se distinguían por el agua del
mar que se le escurría. -Papiiiii...
-Mi
bebé. Mi bebé.... te extrañé, hijito de mi corazón. -Martín envolvió a su hijo
en sus brazos. Lo había necesitado tanto.
-Papito,
yo tambiénnn... snif snif... Perdóname. Perdóname, por favor... yo..yo no te
odio. Nunca te odié, papito... nunca. -Decía, abrazado al pecho de su padre.
-Shhhh,
ya, mi príncipe.. papá te adora con todas sus fuerzas... Tú me mantuviste a
salvo... Estoy vivo por ti, hijo...
-Papito,
cómo es que... No importa... sólo me importa que estás conmigo, papi de mi
alma. Nunca dejaré que te vayas otra vez.. snifff... me hiciste faltaa...
-Tú
a mí también, mi rey. Y si estoy vivo fue gracias a que mi golosito del alma
puso más provisiones de las pensadas en el barco.
Martín
se separó del pecho de su papá y lo miró sonriente.- Descubriste mi baúl
secreto, papito?
Martín
padre sonrió. -Sí, hijo. Y ese baúl me mantuvo con vida. Lo que yo había
empacado sólo me bastaba para una semana, diez o doce días cuanto mucho, pero
tus galletas, caramelos y malvaviscos me alimentaron los otros 60 días...- Dijo
sonriente. Había sido un alivio encontrar esos dulces. Después de 3 días sin
comer estaba tan débil y pensó que no lo encontrarían a tiempo. Por suerte, su
niño había gastado todos su ahorros en chocolates, galletas y gaseosas y los
había dejado escondidos en el baúl de las herramientas, así que cuando Martín
fue a buscar una llave, se dio con el festín que le salvó la vida... y que tal
vez le provocaría una diabetes... pero a él lo único que lo reconfortaba era
tener a ese renacuajito en sus brazos.
-Te
amo, papá.
-Yo
también, bebé.... Pero... cómo es que me encontraste? Hijo, pudo pasarte
algo... la tormenta fue terrible...
-Papito,
yo te escuché. Por eso vine... quería encontrarte y por eso tomé el barco del
abuelo. Perdón que se haya roto. -Dijo apenado. Al lado del "martín
pescador" yacían los restos de lo que hacía minutos había sido el barco de
su abuelo.
-Hijo.
Tú viniste solo hasta aquí? Con esa tormenta?- Los ojos azules de Martín
chiquito se tiñeron de vergüenza.
-Sí,
papito. Es que...
-Es
que nada! Te pudo haber pasado algo terrible. Pudiste... pudiste...-Martín no
podía terminar la frase, imaginarse a su niño tragado por aquellas aguas iba a
ser la peor pesadilla que lo acompañaría toda su vida.
-Perdón,
papi... es que... Tenía que encontrarte! Por favooor, no te enfades!
-Es
que fue muy peligroso lo que hiciste, Martín. Muy peligroso.- Y sin que tuviera
tiempo de darse cuenta de lo que estaba pasando, Martín se halló, boca abajo,
sobre el regazo de su padre que se había sentado en un barril y le había
desnudado la cola.
plass
plass plass plass plass plass...Nunca más, Martín Martínez. -Regañó el hombre,
dejando caer pesadas palmadas en las indefensas nalgas de su angelito.
-Buaaaaaaa....
Buaaaaa... no, papiiiiii, nooooo!!! Buaaaaa.... Dueleeeee....
plass
plass plass plass plass plass..Nunca más, mi niño... nunca más! Que si te pasa
algo... ahí sí que me muero....- Dijo Martín, levantando a su niño de su regazo
para acunarlo en sus brazos.
-Buaaaaa...
snif snif... lo siento... buuu.. mggg... auuuu.... Papito, lo sient..snif
snif... tooo... buaaa.... Te quiero muchoooo.... papito, no me dejes
nuuuncaa... buaaa
-Jamás,
mi principito. Jamás, jamás! Te adoro hasta los huesos. Mi cielo... fuiste mi
faro en la oscuridad... tú me guiaste hasta aquí.... Te amo, hijo mío.
Ambos
Martín se mantuvieron abrazados hasta que el barco de la guardia costera los
encontró. Ninguno de los policías salía de su asombro. Era imposible que Martín
hubiera sobrevivido a la tormenta de hacía más de dos meses y después tantos
días sin los alimentos suficientes. Lo más sorprendente fue que Martín niño
encontrara a su padre en ese mar tan basto.
Pero
no había nada que entender... Ese par se adoraba y sólo el amor y la testarudez
de ambos... y la bendición de Dios, por sobre todas las cosas... los hizo
reencontrarse.
Marta
no le creía a sus ojos cuando vio llegar a Martín cargando a su hijo contra su
pecho. Su esposo estaba más delgado, barbudo y con el pelo alborotado, pero
seguía siendo el mismo hombre que ella amaba y que al fin volvía a tener en sus
brazos.
-Creo
que el mar los ama... Los mantuvo con vida y los trajo de regreso hasta mí..-
Le dijo a su amado después de besarlo con pasión.
-El
mar ama a Martín... por eso estamos juntos tú y yo, mi amor. Prometo no dejarlos
nunca más. Los amo.... -Recalcó, besando las frentes de los tesoros más grandes
que le había otorgado la vida. Su hijo y su esposa.
FIN
Vaya aventura
ResponderBorrarMuy bonita historia Ariane
Un abrazo
Marambra
Que tremenda historia, sencillamente espectacular Arianne, me encanto
ResponderBorrarQue bonito capi!!!
ResponderBorrarQue bien que los dos hayan regresado sanos y a salvo!!!
Pero el pequeño si que es valiente!!!
muy conmovedor... el amor de un hijo que no pierde la esperanza por la vuelta de papá
ResponderBorrarme gusto mucho
Marambra