CAPÍTULO 45: DOLORES
ESCONDIDOS
Estaba en una postura un tanto extraña, apoyado sobre papá con las
piernas retorcidas. Las sentía como si
estuvieran dormidas, y de vez en cuando me daban pinchazos y calambres, pero me
habían dicho que eso era normal. Papá
sostenía gran parte de mi peso, y pensé que tal vez le estaba dando calor, pero
no me pidió que me quitara ni hizo signos de estar incómodo. A decir verdad, su
brazo derecho, con el que me abrazaba hacia él, parecía una señal de que más
bien no quería que me quitase nunca.
No quería pensar en lo que acababa de pasar, pero estábamos en
silencio, muy cerca el uno del otro, e inevitablemente mi mente empezó a
divagar y a recordar lo imbécil que me había puesto. ¿Cómo iba a volver al
médico después de haberme portado como un crío? Y papá… papá tendría que estar
muy enfadado conmigo. Le miré, y sus ojos se cruzaron con los míos. Me sonrió y
me acarició la mejilla, probablemente intrigado por mis pensamientos. No, no
había ni pizca de enfado en su expresión.
Ya ni siquiera sabía cuántos días estaba castigado sin móvil. Lo peor
era que podría haberme ido mucho mejor de no ser tan idiota. Cualquier persona
sensata habría parado a la primera llamada de atención…
Vi que papá volvía a coger su móvil y comenzaba a girarlo en sus manos,
como examinándolo.
-
No le
hice nada, si es lo que estás pensando.
– murmuré. No se me ocurriría romper su teléfono.
-
¿Uh? Ya
sé, hijo. Solo estaba distraído.
-
¿Pensando
en Holly? – le pinché, sonriendo con un poco de malicia.
-
Sí… -
respondió, sin darse cuenta. Luego abrió los ojos y me miró avergonzado - ¡Digo
no!
Sonreí para mis adentros, porque papá parecía tener mi edad. Tenía
reacciones de adolescente enamorado.
Le dejé tranquilo por un rato, divertido por su rostro inexpresivo y
sus ojos ilusionados. Papá era muy elocuente con su mirada.
-
Yo estaba
pensando… en que lo siento – dije, tras unos minutos.
Aidan se concentró en mí y me dedicó una sonrisa.
-
Ya te
disculpaste, Ted. – me recordó.
-
A veces
con una disculpa no basta. Y yo te traté muy mal…
-
Tuviste
un mal día. Una mala semana, más bien. Además, creo que ya te castigué por eso.
¿O es que ya se te olvidó? Tal vez deba hacer algo más ¿no? - me dijo, y al segundo siguiente le tenía
encima de mí, jugando y tratando de darme la vuelta, como si quisiera darme una
palmada.
Me hizo reír, pero sobretodo me alegré de que volviera a hacer esos
juegos conmigo, sin miedo de hacerme daño como en los últimos días. Me había
sentido como un trozo de cristal rajado, que en cualquier momento podría
romperse.
- Eso. Eso es lo que quiero oír. Grabaré ese sonido y lo escucharé a
todas horas – dijo papá, y yo me sorprendí un poquito por la intensidad con que
lo dijo. No sabía que escucharme reír fuera tan importante para él. – Lo echaba
de menos. – susurró, y entonces entendí algo que en realidad ya sabía, pero
tome plena conciencia de ello en ese instante: aunque era a mí a quien habían
operado, él había estado en esa camilla conmigo. Él había sufrido con todo eso tanto o más que
yo, desde el mismo momento en el que me vio herido en la puerta de casa. Él se
sentía exactamente igual que yo, pero se sobreponía, para sonreírme a mí y a
mis hermanos. Yo tenía que ser tan fuerte como papá. Tenía que ser capaz de
seguir con mi vida, sin amargársela a los demás.
Por suerte, ya había dado el primer paso, sin que papá lo supiera. Y es
que cuando cogí su móvil no fue para leer su conversación con Holly, sino para
apuntar su número de teléfono y el de un par de personas más, que estaban
dentro del pequeño círculo de amistades de papá. Quería celebrar su ya pasado
cumpleaños como era debido.
Aproveché cuando se fue a seguir haciendo la comida, y me dispuse a
hacer algunas llamadas. Pero desde el teléfono fijo, para no volver a enfadar a
papá. Saqué de mi bolsillo el papelito donde había apuntado los números, y
decidí que la primera persona a la que llamaría sería a Holly.
Cuando marqué el número estaba un poco nervioso. Me sudaban las manos y
tenía un nudo en la garganta. Pero tenía que hacerlo por papá. Se merecía un
cumpleaños en condiciones.
Holly descolgó su móvil al tercer toque.
-
¿Dígame?
-
Ho….hola…
mmm… Hola, Holly. Soy Ted… el hijo de Aidan.
-
¡Ted!
¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Ha pasado algo malo?
Ella sonó muy extrañada, claro. Por nada del mundo se esperaba una
llamada de mi parte, y seguramente pensó que el único motivo por el que podía
llamarla era si le había ocurrido algo malo a Aidan.
-
No…mmm…todo
está bien… Te llamaba…esto…te llamaba por… ¿te pillo en un mal momento?
-
No, estoy
en el trabajo, en la redacción, pero hoy todo está muy tranquilo.
-
Ah…
Me sentía un estúpido. No se me daba bien hablar con los adultos, me
volvía muy tímido. Además la cosa con Holly era extraña, porque era algo así
como la novia de mi padre, o ni siquiera eso. En verdad éramos prácticamente
desconocidos, y aun así ella había estado en el hospital. Era como si nos
hubiésemos saltado varios pasos lógicos en el proceso de conocernos.
-
¿Necesitas
algo, Ted? – preguntó. Su voz sonaba dulce, y aunque no la veía casi podía
jurar que estaba sonriendo.
-
Es que…
el cumpleaños de Aidan fue… hace unos días…y él… pues, conmigo en el hospital,
y eso… no tuvo una fiesta en condiciones. A decir verdad nunca lo celebra
mucho, pero este año ha sido bastante especial y complicado para nosotros
y…mmm…yo quiero…quiero que lo celebre. Ni siquiera tuvo regalos esta vez. Así
que…así que estoy llamando a… a sus amigos… para hacerle una fiesta
sorpresa…aquí en nuestra casa.
Bueno, al final pude soltarlo. Fue mejor decirlo todo del tirón. Sin
embargo ella no me respondía, y eso me preocupó. Tal vez no había hecho bien en
invitarla, o había malinterpretado las cosas y papá y ella no querían seguir
adelante con aquello.
-
Ya veo… -
dijo al final.
Pensé que me había precipitado demasiado. Puede que hasta se hubiese
molestado por mi llamada… Es decir… es raro que te llame el hijo del hombre con
el que puede o puede que no vayas a iniciar una relación.
-
Si no
puedes… no pasa nada…- me mordí el labio.
-
No…
¿cuándo sería?
-
¿El
jueves? – dije, pero más bien sonó como una pregunta – Por la tarde, a eso de
las seis…
Así mis hermanos habrían vuelto ya del colegio, e incluso habrían
tenido tiempo de hacer los deberes.
- Vaya…
Sólo dijo eso. “Vaya”. ¿Por qué no era más explícita? ¿Es que no quería
venir?
-
Perdona…
No he debido llamarte – empecé a disculparme, buscando la forma de colgar. En el hospital había sentido una especie de
conexión con esa mujer, pero ella no tenía por qué haber sentido lo mismo. A
decir verdad, mi familia no le había traído más que problemas. Tal vez hasta se
hubiese buscado líos en el trabajo por aquél programa hablando a mi favor.
-
¿Qué? No,
no. Sí que debías. Muchas gracias por llamarme, no es eso… Es que a esas horas,
en un día de diario… No me gusta dejar solos a mis hijos, y mi hermano tiene
mucho trabajo esta semana.
-
¡Oh! - exclamé. Claro, tendría que haber pensado
en eso – Bueno… no hay problema… Los puedes traer…. – dije, casi sin pensar.
Luego imaginé lo que sería juntarnos a todos y me arrepentí. Seguro que eso acababa
con todas las posibilidades de salir que tuvieran papá y ella. Es más, tampoco
debía dejar que Holly nos conociera a todos nosotros. Seguro que se asustaba y
no volvía más….
-
No sé si
eso sería lo mejor – susurró. Puede que ella estuviera pensando algo parecido a
lo que estaba pensando yo – Pero tal vez… Tal vez pudiera llevar solo a los
bebés. ¿Eso estaría bien? Sólo podría estar un rato, pero iría a desearle un
feliz cumpleaños.
Ese era un buen término medio. Había percibido cierto entusiasmo en su
voz. Muchas cosas en ella, en su inocencia, en su forma de hablar, de
entusiasmarse, de sonreír, me recordaban a una adolescente.
A decir verdad, parecía llevar una vida muy ajetreada, con trabajo, y
todo, y aun así tenía tiempo para estas cosas, como lo había tenido para ir a
verme al hospital. En ese momento tuve una intuición, como un presentimiento
juntando todo lo que sabía de Holly: llegué a la conclusión de que apenas había
disfrutado de su vida. Se casó joven,
tuvo muchos hijos, perdió a su marido… No quiero decir con esto que nunca
hubiera sido feliz, eso no podía saberlo, pero me pareció que siempre había
vivido para otras personas, y que recién estaba empezando a vivir también para
sí misma. Creo que estaba intentando compatibilizar, de alguna manera, una vida
activa con ser madre de familia. Era incapaz de desentenderse de sus hijos
–porque se notaba que los quería, y mucho- pero al mismo tiempo había llegado
el momento de empezar a hacer cosas fuera de su casa. No podía saberlo con
seguridad, no la había conocido antes, pero creo que estaba haciendo muchos
cambios en su vida. Y que por eso intentaba ser capaz de tener amigos y de
hacer cosas normales. Ser madre, después de todo, no significa renunciar a tu
vida, aunque tengas una familia numerosa.
-
Bebés…
Suena genial. ¿Qué edad tienen? – pregunté con curiosidad. En parte porque yo
tenía un lado cotilla, y me encantaban los niños, y en parte porque ella había
dicho que su marido había muerto hacía un año… Así que tampoco podían ser muy
pequeños….
-
Veintiún
meses. Son trillizos.
¡Trillizos! ¡Trillizos bebés! Puede que fuera el cumpleaños de papá,
pero si Holly se presentaba en casa con ellos, para Bárbara sería como Navidad.
-
AIDAN´S POV –
Oía a Ted hablar
por teléfono, pero no entendía su conversación, ni me esforzaba por entenderla
porque quería darle algo de privacidad. Únicamente me asomé un momento para
comprobar que estuviera hablando con el fijo –que en realidad no era fijo, sino
inalámbrico- y no con algún móvil. Como vi que era así, le dejé tranquilo,
aunque me llamaron la atención sus gestos, y el hecho de que al verme empezara
a hablar en susurros, con cierto secretismo. A saber de qué estaba hablando
para que no me pudiera enterar. O con quién, dado que sus amigos estaban aún en
clase… Moría de curiosidad, pero me obligué a no preguntar nada. Si él quería,
vendría a contármelo. De otra forma se
sentiría asfixiado.
Tampoco tuve mucho más tiempo para pensar en eso, porque llamaron a la
puerta. No estaba esperando a nadie, y lo primero que pensé es que tal vez se
trataba de algún periodista. Luego me sentí un egocéntrico por pensar así, y
fui a abrir.
No era ningún extraño quien estaba en mi puerta: era Michael. Estaba en
casa mucho antes de su hora. Y no tenía para nada un buen aspecto. Enseguida
percibí un fuerte olor a alcohol. Un aroma tan intenso como el que destilaba
Andrew en sus peores noches. Michael había bebido, y había bebido mucho.
En el tiempo que llevaba con él había observado que Michael era
bastante sano. Cuidaba su salud y sus hábitos, y aunque en una ocasión había
llegado bebido a casa, supe que eso no era una costumbre. Que no solía beber,
tal vez porque sabía que con su diabetes no le convenía. De todas formas le
dije que no podía volver a hacerlo y realmente había esperado que nunca le iba
a ver entrando en casa en esas condiciones. En esa ocasión no se trataba de un
par de cervezas, o de algo de licor que le hubiera caído por encima: todo él parecía una destilería.
Cuando dio un paso para atravesar la puerta, me vomitó en los zapatos.
Ni siquiera pude sentir asco, porque estaba demasiado sorprendido e impactado.
-
¡Michael!
-
Sabía que
al final potaba… - dijo, no sin cierta dificultad porque la lengua no parecía
obedecer correctamente a los sonidos que intentaba emitir.
-
¿Pero qué
has hecho? ¿Dónde has estado? ¿Has bebido?
La última pregunta sobró, porque era evidente que sí, pero es que yo no
acababa de asimilarlo.
-
Hacesss
muchass prrreguntasss – respondió, con una sonrisa estúpida, arrastrando las
eses y trabándose con la erre.
Estoy seguro de que durante unos segundos me quedé allí de pie como un
pasmarote, sin saber qué hacer o qué decir. Finalmente reaccioné, cerré la
puerta, le senté en el sofá frente a un asombradísimo Ted, y fui a por algo
para limpiar su vómito. Cuando terminé de limpiar aquello me era imposible
decir si estaba más calmado o si por el contrario comenzaba a ponerme furioso.
-
¿Está
pedo? – preguntó Ted. Michael se miraba las manos como si fueran algo
fascinante. Tuve miedo de que además de alcohol hubiese tomado drogas. Más le
valía que no.
-
Sí, Ted,
está borracho.
-
¡No estoy
borrrrrrrracho! – protestó él – Sssólo he bebido un p-poco.
-
¡No
tenías que haber bebido nada! ¡Y uno no se pone así por “beber un poco”!
Bien que lo sabía yo. El alcohol te afecta más o menos en función de
una serie de factores, entre ellos el tamaño y la costumbre de beber. Michael
era grande y no sé si estaba acostumbrado al alcohol pero tampoco era la
primera vez que bebía. Para ponerse así tenía que haber bebido mucho.
- ¿Es que no sabes el daño que tanto alcohol puede hacerte? - insistí, recordando todas las veces que
Andrew había estado en el hospital, por coma etílico. La vez en la que casi me
ingresan a mí. El temblor de mis manos cada vez que intentaba dejar de beber.
El temor constante (aunque por suerte infundado) de haber causado daños
irreparables en mi hígado. Y eso obviando las jaquecas, las resacas, los
trastornos de sueño, etc.
-
Y ya qué
más da – murmuró.
Sonó derrotado, asqueado. Deprimido. Como si ya nada tuviera ninguna
importancia. Como si no se preocupara más de sí mismo.
Eso me hizo pensar que algo muy gordo le había pasado. Algo que le
había hecho beber como un poseso. Aunque quería saber qué era y tratar de
reconfortarle, estaba demasiado furioso como para dejar mi enfado de lado y
andar con averiguaciones.
-
¿Qué qué
más da? ¿QUÉ MÁS DA? ¿Acaso no te importa tu salud? ¿No te importamos nosotros
que nos preocupamos por ti? Te aseguro que no te van a quedar ganas
de….¿Michael? ¿¡Michael!?
De pronto parecía que no me estaba escuchando, pero no por ignorarme,
sino porque algo no iba bien. Sentí que todo mi cuerpo temblaba. No podía más.
No podía seguir enfrentando ese tipo de situaciones. No podía ver sufrir a otro
hijo.
-
Creo…creo
que tiene una hipoglucemia, papá. Necesita comer – intervino Ted.
Recordé algo que había leído acerca de la diabetes y el alcohol.
- ¿ES QUE ENCIMA HAS BEBIDO CON EL ESTÓMAGO VACÍO? – estallé, porque un
poco más y lo de Michael cuenta como intento de suicidio.
-
¡Ya le
gritarás luego! ¡Ahora ve a por algo con azúcar! – me instó Ted. Hubiera ido el
mismo de no estar en la silla.
Asentí, nervioso, porque Ted tenía razón. No era el momento. Fui a la
cocina, y traje una coca-cola, y varias barritas de chocolate. Luego tuve una
especie de inspiración divina y subí al cuarto de Michael para coger un pequeño
aparatito suyo con el que se medía el azúcar. Bajé y le pinché el dedo con él,
sin que él se inmutara. Estaba consciente, pero muy mareado.
Su nivel de azúcar en sangre estaba muy bajo, así que Ted había tenido
razón en su diagnóstico. Él también debía de haberse informado sobre la
diabetes, ahora que tenía un hermano que la padecía.
-
Ten,
Michael, bebe esto. Come el chocolate – susurré.
Estaba intranquilo, pero después de respirar un par de veces me fui
calmando: lo que tenía no era grave. Una bajada de azúcar era algo normal que
le podía pasar a cualquier persona, incluso sin diabetes. Le observé
mordisquear una barrita y me convencí de que no iba a desmayarse.
-
Espera un
poco, no comas más, a ver si va a sentarte mal – recomendé, recordando que
además tenía el estómago revuelto por lo que había bebido.
Michael asintió, algo más despejado.
-
En un
rato tengo que medirme el azúcar otra vez, a ver si ha subido – dijo, y se
recostó en el sofá. Cerró los ojos, pero su respiración me indicó que no estaba
dormido.
Me senté cerca de él, soltando todo el aire de golpe. Cada vez tenía
más claro que no iba a llegar vivo a los cuarenta. Miré a Ted, que estaba
enfrente de mí, observando atentamente a su hermano.
-
Piensas
rápido, campeón – le felicité - ¿Cómo lo has sabido?
-
A Fred le
pasa a menudo. Le dan bajadas de azúcar, y no se siente mejor hasta que come
algo. Como Michael tiene diabetes, pensé que podía ser eso.
Esperé un cuarto de hora, y después volví a medir el azúcar de Michael.
Ya estaba por encima de 70 y parecía sentirse mejor, así que no había que hacer
nada más. Excepto matarle.
-
¿Tienes
idea del susto que me has dado? – farfullé.
-
¡No es mi
culpa que tenga diabetes! – protestó.
-
No, eso
no. ¡PERO BEBER SIN MEDIDA SABIENDO QUE ADEMÁS TE HARÁ PEOR QUE A OTRAS
PERSONAS SI LO ES!
-
No estoy
de humor ¿vale, Aidan? Ahórratelo. Me duele mogollón la cabeza.
-
¡Oh! ¡El
señor no está de humor! ¿Y crees que yo sí? ¡Me estoy conteniendo, Michael, me
estoy conteniendo! ¡Y no te dolería la cabeza si no hicieras tonterías! Ve a
darte una ducha y me esperas en tu cuarto.
- le ordené. - ¡Ahora! ¡No quiero
oír una sola palabra! - añadí, al ver
que abría la boca. La cerró de golpe y dio un manotazo al sofá antes de ponerse
de pie, con una mirada de puro odio. Aún no me acostumbraba a que me mirara
así, pero no era la primera vez que lo hacía. Solo podía soportarlo porque
sabía que eran reacciones puntuales, y que en verdad no me odiaba.
Le vi marcharse, y le llamé un momento antes de que desapareciera
escaleras arriba.
-
Michael.
¿Ya te sientes bien? ¿No te mareas? – pregunté. No quería que se metiera en la
ducha si había riesgo de que se cayera o se mareara en el baño.
Soltó un bufido que tuve que interpretar como que ya estaba bien, y
subió los escalones que le quedaban de dos en dos. Poco después escuché un
portazo desde uno de los baños.
-
Para otra
vez, podrías ahorrarme las escenas incómodas
- dijo Ted. Había estado presente todo el rato, y no había sido grato
para él presenciar cómo regañaba a su hermano.
-
Lo
siento, canijo. Es que a veces…a veces
de verdad pienso que os gusta verme cabreado.
-
¡Oye! A
mí no me incluyas, que todavía no llegué nunca bebido a casa.
-
¿Todavía? - inquirí – Más te vale que no lo hagas
nunca. ¿Y qué fue esa forma de decirlo? ¿”Llegar a casa bebido”? ¿Es que
bebiste sin que yo me enterara?
-
Jo, papá,
que paranoico… La única vez que bebí fue una cerveza, y te lo dije, ¿recuerdas?
Nunca he tomado nada más. Lo sabes.
-
Bueno. –
acepté, y le acaricié el pelo.
Esperé un rato terminando de ultimar detalles para la comida, hasta que
escuché ruidos arriba que me indicaron que Michael ya había salido del baño. Me
armé de valor, y subí, sin saber con qué me iba a encontrar. ¿Un adolescente
cabreado? ¿Un chico triste? ¿Un niño asustado?
Lo que vi fue a Michael, ya vestido, y sacando el saco de boxeo que le
había regalado hacía nada. Me parecía bien que usara eso para descargarse, pero
me pregunté qué le tenía tan enfadado. ¿Era por mí, o por algo más? ¿Por lo
mismo que le había llevado a beber así?
Como no me había visto, decidí quedarme detrás de la puerta medio
entornada, observando. Se movía con movimientos torpes, como si no estuviera
muy seguro de lo que estaba haciendo. Parte de él debía de pensar que aquello
era una tontería, pero otra parte tenía que estar verdaderamente cabreada,
porque soltó un derechazo sobre el saco y ya no se detuvo. Golpeaba con una
rabia que hasta daba algo de miedo, y poco a poco fui viendo cómo perdía el
control. Empezó a dar patadas además de puñetazos y movió el saco de sitio, a
pesar de que la base pesaba lo suyo. En ese momento decidí entrar.
-
¡Michael,
Michael! ¡Para, para, para! Tranquilo hijo – le dije, y le agarré de los brazos
para que se estuviera quieto. Haciendo un poco de fuerza, porque él no
colaboraba, le abracé - ¿Qué pasó, campeón? ¿Qué tienes?
-
¡Suéltame!
-
No, hijo.
Tienes que calmarte.
-
¡Me diste
eso para liberar mi rabia pero no funciona! – me acusó, señalando el saco.
Evité decirle que era un trozo de plástico y de relleno: que no hacía milagros.
-
¿Qué te
tiene tan enfadado, Michael? Cuéntamelo, campeón. Dime qué pasó hoy.
Casi pensé que iba a decírmelo. Pensé que confiaba en mí, y además
hablar conmigo seguramente ayudaría a su causa, porque así yo sería capaz de
entender por qué bebió y tal vez no me hubiera enfadado tanto. Pero si había un
motivo, se lo calló.
-
¡El que
me enfada eres tú! – me chilló - ¡PRETENDIENDO DAR LECCIONES MORALES CUANDO EL
PRIMER BORRACHO AQUÍ FUISTE TÚ!
Sentí como si me hubieran dado un puñetazo. Eso era algo que siempre
había temido: que mis hijos supieran mi pasado y lo echaran en mi contra. Que
se avergonzaran de mí o pensasen que no era digno de ser su padre, o su hermano,
o lo que fuera.
No sabía cómo se había enterado Michael, pero supuse que alguno de sus
hermanos se lo habría contado. Mi alcoholismo había dejado de ser un secreto, y
seguramente todos empezarían a usarlo en mi contra.
Yo no podía dejar que eso pasara. No podía permitir que usaran mis
errores para justificar los suyos.
-
Eso fue
un golpe bajo, ¿eh? Pero bajo, bajo – susurré. – Tienes razón, yo fui
alcohólico. Por eso estoy más decidido que nadie a evitar que tú lo seas. Estás
castigado sin ningún privilegio. No habrá ordenador para ti, ni teléfono, ni
salidas, ni televisión. Si te aburres puedo darte algo para hacer, aunque creo
que deberías empezar a mirar los libros del colegio de tus hermanos, porque
sigo decidido a que termines los estudios básicos.
-
¿Qué? No
te sobres…
-
No, el
que se ha “sobrado” has sido tú, Michael. Y además no he terminado. Cualquiera
de tus hermanos se llevaría una zurra por tomar alcohol, y tu no vas a ser
menos: no tienes edad legal para beber. Pero es que en tu caso además tiene
agravantes por la diabetes. Escoge si quieres que hablemos en tu cuarto o en el mío. Ahora que
no están tus hermanos no nos interrumpirán en ninguno de los dos sitios.
-
¡No
pienso ir a ningún lado! ¡No vas a darme órdenes! ¡TÚ NO ERES MI PADRE! ¡ENTÉRATE
QUE NO LO ERES, Y JAMÁS LO SERÁS! ¡JAMÁS PODRÁS SERLO PORQUE…! Porque…Ya hay
alguien que…-Michael se interrumpió y vi como empalidecía.
-
Sí, irás
al baño. – repliqué, al darme cuenta de que iba a vomitar. Sus palabras me
habían dolido, pero me esforcé por creer que eran fruto de su enfado, y que en
realidad no lo pensaba. Le acompañé y esperé a ver si devolvía, pero pareció
que todo se quedó en unas náuseas. La ducha le había despejado, pero su sistema
seguía protestando por haber sido invadido por el alcohol. – No sirve de nada
hablar contigo en este estado. Estas irritado y molesto, y no estoy seguro de
que se te haya pasado del todo la borrachera.
-
Estoy
bien – medio gruñó.
-
¿Ah sí?
¿Y por eso te pusiste verde hace un momento? ¿Cuánto bebiste, eh?
-
¡VERDE ME
PONES TÚ! Lo que bebí no es de tu incumbencia.
-
Esa
actitud no va ayudarte nada, Michael. No empeores las cosas y mejor ve a
tumbarte un rato…- le agarré del brazo para llevarle a la cama, pero él se
soltó y me dio un pisotón con considerable fuerza.
-
¡DÉJAME
EN PAZ!
Me hubiera enfadado por esa reacción de no haber reparado en sus ojos
rojos, como si estuviera al borde del llanto. ¿Qué le pasaba? ¿Era por la
bebida?
Le observé bien. En verdad, ya no parecía alterado por el alcohol. No
sé si porque al vomitar antes lo había echado todo, o por la ducha o porque no
había bebido tanto como yo pensé, pero parecía estar bien. Las náuseas que
había sentido… esas lágrimas que no llegaban a salir…pensé que podían deberse a
otro motivo. El mismo motivo por el que tenía ojeras, y los ojos hundidos, como
si le hubiese caído un gran peso encima.
-
Pero…¿qué
es lo que te pasó? Habla conmigo, Michael… Si me lo cuentas podré ayudarte.
-
Tú… no
podrás…snif…hacer nada – gimoteó. Había empezado a llorar, aunque trataba de
ocultármelo.
-
Michael…
Cuéntamelo. A mí puedes contarme lo que sea, campeón. – le susurré. – Siempre
podrás confiar en tu padre…
Esa debió de ser una palabra equivocada. No sé que pasó por su cabeza
cuando dije “padre”, pero Michael se volvió loco. Me empujó, y no como había
hecho Ted más temprano (como un niño enrabietado) sino con verdadera
agresividad. Con una fuerza que casi logra que me caiga al suelo. No tuve
tiempo para asimilarlo, porque al segundo siguiente Michael cerró el puño y lo
dirigió hacia mí como instantes antes había hecho con el saco de boxeo. Tuve
reflejos suficientes para detener su mano, y jadeé por la sorpresa. Sin poderlo
evitar, me vinieron a la memoria las palabras de Harry: “Ya has visto como te
habla. No me extrañaría que un día decida levantarte la mano.”
Ese día había llegado. Yo había negado rotundamente que Michael fuera
capaz de eso, pero por lo visto me había equivocado.
Creo que fue en ese momento cuando realmente me di cuenta de que
Michael no estaba bien. Ya sabía que algo le pasaba, pero en ese instante
entendí que no se trataba de un mal día ni nada parecido: se trataba de algo
realmente gordo.
Michael abrió mucho los ojos en cuanto se dio cuenta de que había
intentado darme un puñetazo.
-
Pa…papá….perdón…yo…
- empezó a retroceder y se pegó contra la pared. – Yo…yo….
Por alguna razón, era incapaz de estar enfadado con él. Me sentía un
poco decepcionado por su reacción violenta, pero al mismo tiempo sabía que no
era él mismo. Verle apoyado en la pared del cuarto, llorando sin control,
activaba mi instinto de protección, y lo único que quería hacer en ese momento
era consolarle. Me acerqué a él despacio, y le toqué el brazo. Le vi encogerse
y cerrar los ojos. Creo que tenía miedo de lo que le fuera a hacer, como esperando
una venganza por su ataque.
Le atraje hacia mí, y le abracé. Y entonces le escuché llorar como
nunca nadie había llorado delante de mí.
-
MICHAEL´S POV-
No podía soportar ese dolor. No se parecía a nada que hubiera sentido
antes, y me parecía increíble seguir en pie a pesar de esa sofocante presión el
pecho.
El corredor de la muerte. Mi padre había sido condenado por otro
asesinato, uno que no habían descubierto al condenarle por primera vez, y
habían cambiado la cadena perpetua por la pena capital. Ni siquiera quise
asimilar el hecho de que eran dos las vidas que mi padre había quitado. Fuera o
no un asesino, fue el primer padre que yo conocí. El único, hasta que conocí a
Aidan y se derrumbaron algunas de mis certezas más arraigadas.
Hacía tiempo me había resignado a no volver a ver a mi padre. Estaba en
otro estado, en una prisión de máxima seguridad porque era propenso a organizar
peleas dentro de la cárcel, y yo era un exconvicto que si es que algún día
podía salir de California, desde luego jamás podría visitar una prisión de
máxima seguridad. Me bastaba con saber que él estaba vivo. Aunque no
respondiera mis cartas, yo sabía que él estaba bien.
Después de tanto tiempo sin verle, prácticamente había olvidado su
rostro. Guardaba una foto de él en mi cartera, pero la tenía escondida, porque
jamás me atrevía a mirarla. Era demasiado doloroso. Sin embargo, después de mi
conversación con Greyson, cuando me dejó a solas, la miré. Y tal vez fue un
error hacerlo, porque desde entonces me invadió una lenta agonía que me mataba
desde el interior.
Cuando salí de la comisaría nadie me detuvo. Seguramente Greyson les
había dicho que me dejaran marchar temprano a casa ese día. Pero yo no fui a
casa. No me creía capaz de poder mirar a Aidan en ese momento. Me sentía un
traidor por llamar “padre” a otra persona que no fuera el hombre que me había
dado sus genes. No podía tener una familia y fingir que todo iba bien, cuando
mi verdadero padre estaba esperando su muerte.
Estuve un rato dando vueltas intentando dejar la mente en blanco, pero
era imposible. Greyson me encontró sentado en un banco, no muy lejos de la
comisaría, en realidad. Se sentó a mi lado sin invitación alguna y me observó.
-
Puede que
la cosa dure años, Michael. La gente suele estarse una media de cuatro años en
el corredor, antes de que se aplique su sentencia.
Le miré fijamente, sin saber qué decir.
-
No sé por
qué eso debería aliviarme. No puedo imaginarme lo que serán para él esos años,
sabiendo que la meta es únicamente la muerte.
-
Esa es la
meta para todos nosotros. Todos vivimos
sabiendo que vamos a morir.
-
Pero no
sabemos cuándo.
-
No, no lo
sabemos –admitió.
Estaba confundido. ¿Pretendía reconfortarme? Aunque no lo estuviera
haciendo muy bien, el mero hecho de que quisiera hacerlo era una sorpresa para
mí. Si hay algo que sabía con certeza era que Greyson no era una buena persona.
-
Sea como
sea, quizá dure años, Michael. – insistió. – Y no podemos arriesgarnos a que
Aidan se entere y decida no adoptarte hasta que todo pase ¿entiendes?
Ah. Así que esa era su verdadera preocupación. Greyson no sabía que
Aidan me había dado los papeles hacía mucho, y que era yo quien no los firmaba,
pero de todas formas lo que dijo me hizo pensar sobre si iba a decírselo a
Aidan. Él no podía hacer nada para ayudarme y ya tenía demasiado encima con lo
de Ted. No podía cargarle con algo como eso.
-
Tú lo que
necesitas es un trago – prosiguió Greyson. No sé si había dicho algo más
mientras yo pensaba, pero en cualquier caso pareció darse cuenta de mi estado
apático.
Un trago no sonó nada mal en ese momento. Silencié las voces interiores
que me decían que beber no era la solución –una de las cuales sonaba demasiado
como Aidan- y le acompañé a un bar.
Por supuesto, la cosa no se quedó en un trago, o en dos. Yo tenía un
DNI falso que me permitía consumir aun siendo menor de veintiún años, pero
además nadie sospecharía de un chico acompañado de un oficial de policía. Si
Greyson no ponía objeciones a que yo bebiera, el camarero tampoco.
Para cuando acabamos veía doble y la cabeza me daba vueltas. Eso no
hubiera sido tan malo si el dolor hubiera desaparecido, pero seguía ahí, como
algo latente aunque bastante más confuso. A ratos no recordaba qué era lo que
me dolía tanto y cuando lo recordaba era mil veces peor.
De alguna forma conseguí llegar a casa y Aidan alucinó al verme llegar
borracho. Pensé que iba a matarme ahí mismo, pero primero se ocupó de que me
encontrara bien, y se asustó cuando me dio una bajada de azúcar. Seguro que
haber bebido con la diabetes me valía puntos extra.
Después de ducharme me sentí mucho mejor por un lado, pero mucho peor
por otro, porque empezaba a conocer a Aidan y sabía que querría una
explicación. Pero yo era incapaz de darle una. Era incapaz de contarle lo que
había pasado, porque solo el pensar en hablar de hecho resultaba demasiado
doloroso.
Era tan injusto. ¿Acaso su muerte iba a salvar la vida de aquellos a
los que había matado? ¿Acaso no había por ahí sueltos sujetos mucho peores que
mi padre? Terroristas, y personas que compraban su libertad con dinero. Pero mi
padre no tenía ni un céntimo, y seguramente solo contara con la ayuda de un
maldito abogado de oficio que no movía un pelo para salvarle.
Estaba tan enfadado. Con la justicia, con el mundo, y en última instancia
con mi padre, porque no era tan ingenuo para pensar que era totalmente inocente
de lo que se le acusaba. Me gustaba creer que sí, pero una parte de mí sabía
que era solo el esfuerzo de un niño por no aceptar que su padre es un asesino.
Además él era blanco, así que ni siquiera podía recurrir a aquello de “le
acusan sin pruebas por el color de su piel”. Pruebas había, y muchas.
Necesitaba golpear algo y solté un manotazo a la pared que me hizo ver
las estrellas. Eso no fue buena idea. Recordé entonces el saco que Aidan me
había dado, y lo saqué, dispuesto a destrozar algo. Iban a arrebatarme a mi
padre cuando apenas había tenido ocasión de conocerle. Habíamos pasado más
tiempo separados que juntos.
Aidan me sujetó cuando ya llevaba un rato golpeando el saco, y trató de
calmarme, pero yo estaba demasiado alterado y le respondí con bastante
agresividad. Le eché en cara su pasado
alcohólico, algo que se supone que yo no sabía, pero que Greyson me había
dicho. De hecho, era una de las cosas con las que contaba. En su plan de hacer
que Aidan perdiera los nervios entraba el hecho de que volviera a beber, para
restarle credibilidad. Quería incapacitarle en todos los sentidos, y lo peor es
que sin que él se esforzara la vida estaba haciendo ese trabajo por él: Aidan
había pasado por demasiadas cosas últimamente y cualquier día perdía la cabeza
tal como Greyson deseaba.
Aidan no pareció asombrado por que supiera de su problema, pero sí muy
dolido de que lo usara contra él. Y en vez de reventarme la cara como hubiera
hecho cualquiera, me habló con cierta calma, aunque básicamente me castigó con
todo lo que se le ocurría. ¡Se pasó tres pueblos, a ver!
A partir de ahí, las cosas se fueron de madre. Sentí que me faltaba el
aire porque me di cuenta de hasta qué punto Aidan había suplido el lugar que
debía ocupar mi padre. Él pensó que iba a devolver y me llevó al baño. Pero en
ese momento yo le necesitaba lejos. Lo último que quería escuchar es que era mi
padre. Y fue justo lo que dijo.
Perdí la cabeza. Se me desconectaron las neuronas, o algo, porque
realmente deseé hacerle daño. Quería que alguien más sintiera una mínima parte
de lo que estaba sintiendo yo, y por eso le agredí de una forma en la que jamás
pensé que fuera a atacar a la persona a la que llamaba padre. Entonces la
culpabilidad se sumó a toda la mierda que ya sentía, y antes de que todo eso
pudiera ahogarme me encontré en los brazos de Aidan una vez más. Me pregunté
cómo había sabido que eso era justo lo que yo necesitaba, cuando no lo sabía ni
yo mismo. Resultó que no le quería lejos, sino cerca, bien cerca, y que no me
soltase nunca.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero de veras sentí como si el
tiempo se hubiera detenido. La casa estaba muy silenciosa, porque solo Aidan,
Ted y yo estábamos allí, y en ese momento no se escuchaba nada más que la
respiración de Aidan y la mía. Me concentré en ese sentido y reparé en el
fuerte olor a perfume. Aidan usaba una colonia muy aromática, demasiado para mi
gusto, pero tampoco era desagradable.
-
No te
obligaré a hablar si no deseas hacerlo – susurró, al cabo del rato. – Pero yo
si tengo algo que decir y quiero que me escuches ¿de acuerdo?
Aunque fue una pregunta, sabía que no podía responder que no. No debía
responder que no. Asentí, aún sin soltarle, porque no quería mirarle a la cara,
pero él me separó despacito, como queriendo evitar precisamente que me
escondiera de su mirada. Sus ojos estaban tranquilos. Aidan se tenía por una
persona con carácter pero a mí me parecía un hombre incapaz de enfadarse.
-
Ni siquiera
puedo imaginarme lo mal que lo estás pasando. Sé que algo muy grave te tiene
tan afectado, y si decides compartirlo conmigo haré todo lo que pueda por
ayudarte. Pero la solución a cualquier problema no es beber, ni gritar, ni
golpear a tu pa… a tu…mmm
Aidan vaciló antes de volver a autollamarse padre. No quería provocar
una reacción como la anterior.
-
Padre –
dije por él. – Eres mi padre. Al menos uno de ellos.
Pensé que eso estaba bien. Que podía tener dos padres. Sobretodo cuando
uno de ellos no había hecho muchos méritos para serlo.
Aidan me sonrió un poco.
-
Está
bien. Pues… por eso mismo, hijo. No puedes hacer algo como eso nunca más.
-
Lo sé…
Aidan me observó durante un rato. Creo que se estaba planteando qué
hacer conmigo y tuve la esperanza de que decidiera dejarlo pasar, pero algo me
dijo que mi lista era demasiado larga como para que simplemente se hiciera el
olvidadizo.
-
Me voy a
odiar mucho por esto… -le oí murmurar. Creo que no pretendía que yo lo
escuchara. Después de eso suspiró, y de pronto le noté más decidido. – Michael,
ve a mi cuarto.
Una parte de mí quería discutir y rebelarse contra esa orden, pero
sabía que no conseguiría nada por ese camino, y también sabía que Aidan estaba
siendo bastante considerado conmigo, siendo amable a pesar de todas las líneas
que había cruzado. Así que me mordí la lengua e hice lo que me pedía.
Siempre esperaba un poco antes de venir detrás de nosotros. Esos
momentos a solas en mi caso eran lo peor, porque solían comerme los nervios y
me volvía impredecible. Ni yo mismo sabía cómo iba a reaccionar cuando entrara
Aidan. Sin embargo, dentro de mí sabía que no podía seguir tomándola con él y
que era momento de hacer lo correcto. Así que cuando le vi entrar saqué mi
cartera y cogí un pequeño documento
plastificado.
-
Es un
carnet falso. Por eso pude comprar las bebidas – le dije, mientras se lo daba.
Era mi forma de mostrarme colaborador. No me imaginé que aquello
pudiera enfadarle tanro.
-
¿Qué? ¿Un
carnet falso? Madre mía…me preguntaba cómo te habían dejado beber
pero…esto…¡Madre mía, Michael! ¡Si te pillan con esto te mandan de nuevo a la
cárcel!
Lo dijo así, crudamente, y en parte tenía razón. Eso suponía una
violación de mi condicional. Pero lo que él no sabía es que un policía había
estado conmigo en todo momento, y que un carnet falso era el tipo de cosas que
ese policía me había enseñado a hacer.
-
No es tan
así… Lo de la cárcel no funciona como tú crees…
-
¿Ah, no?
¿Entonces uno no va allí cuando incumple la ley? – preguntó con sarcasmo.
-
No. Uno
va allí cuando cabrea al policía equivocado. – murmuré. Si Aidan supiera….
Estaba seguro de que Greyson había incumplido más de una ley para conseguir
sacarme y meterme de la cárcel a su antojo, pero jamás le pillarían, porque
destruía los papeles a tiempo o porque tenía los amigos adecuados.
-
Lo de
creer que el mundo está en tu contra puede ser una buena excusa, Michael, pero
hay cosas que son solo culpa tuya. Fue tu decisión beber aun no teniendo la
edad, y fue tu decisión tener este carnet. Tienes que empezar a
responsabilizarte por lo que haces.
Por alguna razón, esas palabras me dolieron mucho. Era como si Aidan
estuviera sugiriendo que vivía en una especie de mundo paralelo, en donde
culpaba a todos por mis desgracias salvo a mí. Y me di cuenta de que en gran
medida era justo así. Había cosas que no eran culpa mía, como ser la marioneta
de un chiflado vengativo, pero yo había tomado bastante malas decisiones
también, y las seguía tomando. A veces era como si me hubiera rendido conmigo
mismo, y como ya estaba embarrado me daba igual embarrarla un poco más.
-
También
fue mi decisión dártelo a ti… - susurré, como pobre defensa. Aidan dulcificó un
poco su mirada.
-
Sí, eso
también lo fue. Y te lo agradezco mucho. Gracias por confiar en mí, y por hacer
lo correcto.
Con una sola mano, como si no fuese un trozo de plástico duro, Aidan
cerró el puño y partió el carnet en dos. Abrí los labios, sorprendido por tanta
fuerza, pero él debió de pensar que mi reacción se debía a que estaba dolido
porque lo hubiese roto.
-
Es lo
mejor, Michael. Así evitamos problemas futuros. Pero ahora… ahora es el momento
de lidiar con los problemas presentes. –
sentenció, y se sentó en su cama sin dejar de mirarme.
Era tan tétrico cuando hacía eso. Casi podía ver un aura negra que se
dibujaba a su alrededor, como de película de terror. Me acerqué a él con algo
de vacilación. Aún no entendía cómo conseguía que yo hiciera eso: tanta
docilidad no era propia de mí, pero Aidan lo había conseguido desde el primer
momento.
-
Te lo
pregunto una vez más, Michael…¿me dirás qué es lo que te ha pasado? ¿Te fue mal
en la comisaría? ¿Alguien dijo… algo malo?
-
Se podría
decir que eso último se acerca bastante, aunque no en el sentido en el que
estás pensando…
Le escuché resoplar. Pocas cosas le frustraban tanto como vernos sufrir
y no saber el motivo.
-
No me lo
vas a decir ¿verdad? ¿Y qué se supone que haga? ¿Castigarte sin saber por qué
hiciste todo esto? Eso no es justo ¿sabes? Ni para ti, ni para mí. Yo decido
los castigos teniéndolo todo en cuenta, pero no puedo tener en cuenta algo que
no sé.
Me mordí el labio. En el momento en el que se lo dijera seguro que se
volvía loco. No sé si loco “loco”, pero desde luego volvería a verle al borde
del llanto, como cuando llamó a la ambulancia para que viniera a por Ted.
Además, era difícil hablar de mi padre con mi otro padre. Cuando lo
dijera en voz alta, todo sería más real.
- Lo único que tienes que saber es que me emborraché, te grité, e
intenté golpearte. Sé que no debí hacerlo y estoy haciendo un esfuerzo enorme
por aguantar lo que sea que decidas, así que no lo alargues más.
Pensé que no iba a poder aguantar su mirada, pero lo hice. Casi pude
ver cómo el cerebro de Aidan trabajaba a toda velocidad dentro de él, hasta que
finalmente me tomó del brazo, y suspiró.
-
Eres una
de las cosas más valiosas que tengo, Michael, y estoy seguro de que sabes
cuáles son las otras once. Lo último que quiero es verte sufrir y es por eso
que voy a hacer esto. Habrá cosas malas en tu vida que yo no podré evitar, pero
hay otras que sí. No dejaré que hagas daño a tu propio cuerpo ni que incumplas
la ley, y haré todo lo que esté en mi mano para evitarlo.
-
Lo de la
mano es literal, ¿no? – comenté, pero la expresión de Aidan me dijo que no era
momento para bromas. – Lo siento…
-
Sé que lo
entiendes, y que eres consciente de que estuvo mal. El siguiente paso es que la
próxima vez decidas no hacerlo. – dijo, y esperó un rato, como para dejar que
las palabras calaran en mí. - Sácate el
pantalón, Michael.
Cómo odiaba esa orden. Como la odiaba. Con movimientos más lentos de lo
normal, hice lo que me pedía. Aidan pareció aliviado de que le hiciera caso.
Tiró un poco de mí hasta tumbarme encima de él, y yo solté un gruñido que no le
pasó inadvertido.
-
No sé de
qué te sorprendes. Ya sabes cómo es – me dijo.
-
No soy un
niño para que me pongas así – protesté, aunque ya sabía que eso con él no me
funcionaba. – Es ridículo.
Aidan soltó una risita. Eso fue raro en un momento así y me giré para
mirarle.
-
¡Oye! ¡No
te rías de mí!
-
No me
río, es sólo que me has hecho acordarme de algo.
-
¿De qué?
-
De Ted,
con trece años. – respondió, y no dijo nada más, pero yo me morí de curiosidad.
No tuve ocasión de preguntarle al respecto, sin embargo. – Sé que ya estás
grande, y no pretendía reírme de ti. Si sientes que es ridículo, entonces
demuestra que esto ya no es necesario. Ojalá sea así y esta sea la última vez –
me dijo, y con eso básicamente me cerró la boca.
Como siempre, tardó unos segundos antes de empezar. Por regla general
al principio no me dolía, pero aquella vez sentí que había empezado fuerte, y
me sorprendí un poco.
PLAS PLAS PLAS PLAS Au… PLAS PLAS PLAS PLAS …Grrr…PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS …ish…PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
-
No te
muevas, Michael.
-
Que no me
mueva dice el muy….¡ay!
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS …Ah… PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS … Mmmmmg… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
En seguida entendí que como Aidan sabía que algo estaba pasando
conmigo, no quería ser muy duro. Por eso me dio mucho menos de lo que me
esperaba, aunque algo más fuerte de lo usual.
Cuando sentí su mano acariciando mi espalda y comprendí que no iba a
seguir, irremediablemente empecé a llorar, a pesar de no haberlo hecho mientras
me castigaba.
-
¿Michael?
Aidan se sorprendió de oírme llorar e intento levantarme, pero no me
dejé. Una vez que empecé a llorar me resultó muy difícil parar y creo que hasta
llegué a asustarle, porque hizo más fuerza para lograr incorporarme y verme la
cara.
-
Michael…
campeón… ey… shhhh… ya pasó…- me abrazó, con una expresión de pura confusión en
el rostro. - ¿Dolió mucho? – preguntó con incredulidad. Él sabía que había sido
suave.
Ni podía ni quería responderle, así que me limité a dejar que me
abrazara, y escuché su voz aunque no siempre entendía lo que decía.
-
Hijo, me
estás preocupando…
-
¿Por
qué…snif… paraste? – pregunté al final. – Además de beber y usar un carnet
falso te golpeé. Y no fuiste nada duro conmigo.
-
Me parece
que alguien ya fue demasiado duro contigo, Michael. Te quiero demasiado como
para ignorar el hecho de que lo estás pasando realmente mal. Además, ya te puse
otro tipo de castigo antes y sé que ya fue suficiente.
Recordé que no iba a poder hacer nada por quién sabe cuánto tiempo, sin
televisión, sin ordenador y sin nada divertido, y gimoteé un poco.
-
Eres
malo…snif… soy malo… snif… pero tú eres peor – protesté.
-
Tú no
eres malo, pequeño. Shh, ya no llores. Anda, cuéntale a papá qué es lo que te
tiene tan triste.
Me sentía muy vulnerable en ese momento y creo que esa había sido justo
la intención de Aidan, y eso era jugar sucio. Hice un ruidito extraño porque
estaba respirando mal de tanto llorar, y me soné a mí mismo como un cachorro
desvalido. Aidan lograba convertirme en un bebé. Un bebé que necesitaba a su
padre. Lloré con más fuerza y escondí la cara en su pecho.
- Duele… duele tanto…
-
¿Qué es
lo que duele, Michael?
-
Todo…
snif… Cada cosa buena que me pasa en la vida… snif… se estropea…. Snif…para eso
preferiría morirme.
-
Eso
jamás, ¿eh? Eso jamás – me dijo, muy serio, y me agarró más posesivamente, como
si quisiera protegerme de algún peligro invisible. – Las cosas malas y las cosas buenas se
alternan continuamente, Michael. Por eso es importante que no estés sólo para
pasar las malas. Confía en nosotros, cariño.
-
Confío…snif…en
ti, papá. Con mi vida. – respondí, y era totalmente cierto. Aquello no era una
cuestión de confianza. Cuando estuviera preparado para compartirlo con alguien,
sería el primero a quien se lo diría.
Aidan estuvo haciéndome cariños un poco más. En esos momentos hacíamos
un pacto tácito por el cual yo me olvidaba de que tenía dieciocho años y me
dejaba mimar y hacer cosquillas como si fuera Kurt. En eso estábamos cuando
empecé a oler a quemado.
-
Creo que
en la pizzería te van a nombrar cliente VIP. – le comenté.
-
¿Ah, sí?
¿Y por qué?
-
Porque
acaba de quemársete la comida, así que hoy toca pizza otra vez ^^
-
Mier…coles.
Bajó corriendo a pagar el fuego y yo solté una risita por sus gestos
apurados. Después, en cuanto me aseguré de que mis ojos no estaban rojos y de
que tenía el pantalón bien puesto, bajé yo también.
Me encontré con Ted en el salón y noté como me evaluaba con la mirada,
para ver si estaba bien. Recordé que ese día había tenido rehabilitación y me
pregunté qué tal le habría ido.
-
Habéis
tardado mucho – dijo, con una pregunta implícita en el tono.
-
Ya sabes
que me ha castigado así que no te hagas el tonto – refunfuñé, y me dejé caer en
el sofá. Él sonrió un poco.
-
No te
duele mucho, por lo que veo – replicó, al ver que me sentaba sin ningún
problema. Le saqué la lengua y le hubiera tirado un cojín, de no ser porque me
daba algo de miedo jugar demasiado agresivamente con él, ahora que estaba en
esa maldita silla de ruedas.
-
Oye… dime
algo… ¿qué pasó cuando tenías trece años? – le pregunté, recordando algo que
Aidan había dicho.
-
¿A qué te
refieres?
-
Antes…
papá ha dicho que… es decir, yo dije algo, y él dijo que le recordé a ti.
-
Si no
eres más específico… Por cierto, cada vez te sale más natural lo de “papá”.
Me ruboricé un poco y carraspeé.
-
Yo
dije…dije que era… bueno, da igual.
-
No, anda,
cuéntame – pidió, picado por la curiosidad.
-
Dije que
era mayor para que…tú sabes… que era ridículo que me pusiera así.
Ted se quedó pensando, como buscando en su memoria, hasta que dio signos
de abochornarse, lo que me indicó que ya sabía a qué se refería Aidan.
-
¿Qué
pasó? – insistí, al ver que se quedaba callado.
- TED´S POV -
Me sorprendía que mi hermano estuviera vivo después de volver a casa
tan ebrio. Era un milagro que papá no le hubiese matado. Una vez más, pensé que
había una diferencia entre Michael y yo, porque si yo hubiera hecho lo mismo
que él, me habría ido mucho peor. Luego recordé que papá había sido bastante
bueno conmigo también, a pesar de cómo le había hablado.
Cuando me preguntó qué pasó a mis trece años, al principio no sabía a
qué se refería, pero con un par de
detalles más algo hizo clik en mi cerebro. Me daba vergüenza contarle eso a
Michael…
En realidad acababa de cumplir los trece años. Papá no dejaba de repetir
lo grande que estaba, lo mayor que me estaba haciendo, lo rápido que había
crecido… Al cumplir años vinieron algunos cambios, como que mi “área de salidas
sin supervisión paterna” había aumentado un poco. Antes sólo podía moverme en
la zona que se extendía desde mi casa al colegio, pero papá me dijo que a
partir de entonces podía ir donde quisiera, siempre que fuera acompañado por
algún amigo. Además, me regaló mi primer móvil. Era un cacharro grueso, con una
pantalla enana que solo podía llamar y enviar mensajes, pero a mí me hizo mucha
ilusión y él se quedaba tranquilo al poder llamarme y saber dónde estaba.
Todos esos cambios trajeron también un poco de rebeldía. Si ya era
“mayor” entonces no tenía por qué irme pronto a la cama, y podía beber tanta cafeína
como quisiera. Y podía ver la televisión cuando yo quisiera, aunque pusiera que
era para mayores de dieciocho, porque “ya no era un niño”. Claro que papá no
era de la misma opinión que yo, y acabó por hartarse de que me negara
sistemáticamente a hacer lo que me pedía.
-
Se acabó,
Theodore, esto ya no te lo paso. Te mandé a la cama hace dos horas. ¡Mañana
tienes colegio! ¿Y qué es eso que estás viendo? ¡Eso no es para niños! – dijo
papá, apagando la tele.
-
¡NO SOY
UN NIÑO!
-
A mi no
me chilles ¿eh? A la cama, vamos.
-
¡AÚN, NO!
Estoy viendo esa película.
-
Theodore,
no me repliques. Y no hables alto, que tus hermanos están durmiendo. Mañana no
hay televisión ¿me oyes? Por desobediente.
-
¿Qué?
¡Pero no es justo! ¡Tu puedes acostarte cuando quieres! –protesté, y le di una
patada a la mesita, con tan mala suerte que la tiré, haciendo que se cayeran
las fotos que había encima.
Papá me echó una mirada de las que te dejan helado.
-
Sí,
porque yo soy tu padre. Y tú eres solo un mocoso. Mi mocoso, que se acaba de ganar
un castigo. Ven aquí, muchachito. – exigió, y tiró de mi brazo para tumbarme
encima de él.
-
¿Qué?
¡No, papá! ¿Qué haces? ¡Ya soy mayor para esto, ya soy mayor! ¡No soy un niño,
esto es ridículo! – grité, y me escapé corriendo antes de que me pillara.
Abrí la puerta del jardín y me escondí en la oscuridad de la noche.
Papá salió a buscarme, gritando mi nombre, pero yo me alejé enfurruñado,
llegando a la calle. De pronto allí estaba todo muy oscuro. Un gato maulló
cerca de un cubo de basura, y a mí casi me da un infarto. Volví a casa
corriendo y me abracé a papá.
-
¡Papi,
papi!
Aidan me abrazó y me reconfortó del susto. No se burló de mí ni dijo
algo así como “Ah, ¿pero no eras mayor? ¿Cómo es que tienes miedo a la
oscuridad?”, pero no hizo falta. Yo solo me di cuenta de cuán rápido había
perdido mi estatus de chico grande.
Se lo conté a Michael muriéndome del bochorno, y él me escuchó todo el
rato sonriendo como un idiota.
-
¿Y al
final te zurró? – me preguntó.
-
¡Michael,
jo!
-
¿Lo hizo
o no?
-
Sí… - admití,
con un suspiro. – Pero al día siguiente habló conmigo y me dijo que ya no iba a
castigarme más así, porque ya estaba mayor para eso.
Michael me miró con la boca abierta.
-
¿Y qué
pasó con esas nobles intenciones? – inquirió.
Dudé un segundo. Hablar de aquello era incómodo, pero después de todo
él era mi hermano.
-
El nuevo
tipo de castigo me hizo llorar tanto que los dos nos arrepentimos enseguida del
cambio.
-
¿Qué te
hizo? ¿Te encerró en un sótano o algo así? – preguntó, con escepticismo.
-
¡No! Me…
La siguiente vez que metí la pata fue por jugar al baloncesto dentro de casa.
De puro milagro no rompí la televisión, y encima casi se cae encima de Hannah,
que por aquél entonces tenía dos años. Papá se enfadó muchísimo y me dijo que
si tantas ganas tenía de saltar y correr que lo hiciera, que me diera veinte
vueltas al jardín a ver si después me quedaban ganas de correr.
-
¿Y eso te
hizo llorar? ¡Nenaza!
-
Hacía
mucho calor, y me agoté enseguida. Papá no tenía pensado que cumpliera todas
las vueltas, pero se distrajo con algo y cuando salió a verme me encontró
llorando y algo mareado. Se sintió muy culpable, me mojó la nuca y el cuello y
me dijo que me tumbara un rato. Me dejó solo en mi cuarto, sin consolarme como
hace cuando…ya sabes… y me sentí peor.
Pensé que prefería que me diera palmadas si luego iba a darme un beso, a
que me castigara de otra forma y luego me dejara solo. Y así se lo dije… Luego
Alejandro me contó que papá había estado preparando un batido de frutas para
mí, que no es que me dejara solo por estar enfadado.
Michael se quedó callado un rato, como pensando. Luego me miró con
seriedad, sin la sonrisa burlona que había estado teniendo.
-
¿Aún
sigues prefiriendo que te castigue “a su manera” a que use otras formas? Estoy
seguro de que no volvería a repetir lo de aquella vez. Eso fue un error, y
conociéndole seguro que se martirizó mucho por eso.
-
Ya lo
sé. Pero… si se te ocurre decírselo te
mato…pero lo cierto es que sí, yo lo prefiero. No solo porque para mí es peor
quedarme sin móvil o sin ordenador, sino porque… Pues no sé, por muchas cosas.
Me… me hace sentir….protegido…no sé, es muy raro. Jamás me ha hecho daño y… no
sé… No me mires así, que no estoy loco. No estoy diciendo que me guste, solo
que no es tan mala opción… Es rápido, se pasa, y enseguida hacemos las paces…
Aún así, Michael me miró como si estuviera loco, y tal vez lo estaba. A
él parece que le di mucho en lo que pensar. Yo pensé también en algo que no me
había planteado nunca: el hecho de que papá había reflexionado sobre sus
métodos varias veces en su vida. Y se los había mantenido, era porque pensaba
que era lo mejor.
oh me encanto el capi y vaya aidan se lo penso muchas veces, me imagino q si ted hubiese aguantado el castigo demas q se acaban esos castigos en la casa y no tendriamos fics!!!
ResponderBorrarPD: actualiza scaretto!!
Me encanto espero la continues pronto por favor.
ResponderBorrarSencillamente, espectacular, tu estilo realista, nada cursi, descarnado incluso, hacen de esta historia algo atrapante, los distintos ángulos, la forma en que desarrollas la trama, los conflictos terribles, el sufrimiento pero también el amor y humanidad de tus personajes, es por mucho de lo mejor que hay publicado. felicitaciones
ResponderBorrarConcuerdo con Andrés! Tu historia es super! Tú eres una super escritora! Felicidades! Es un gustazo leerte!
ResponderBorrarAdoro a Michael!
No pues yo también me uno al club de fans de Michael es mi favorito junto cn Aidan!!!!
ResponderBorrarEatoy con los de ariba ya lo dijeron todo y muy cierto!!!
Gracias por actualizar Dream!!!
Esperemos que puedan hacerle una gran fiesta a Aide, se lo merece de verdad.
ResponderBorrarEsperemos que puedan hacerle una gran fiesta a Aide, se lo merece de verdad.
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