sábado, 24 de agosto de 2013

CAPÍTULO 3: COLORES DE SINCERIDAD



CAPÍTULO 3: colores de sinceridad
A veces estar en el Consejo de Ancianos era una lucha constante. Irónicamente, se suponía que todos allí éramos más o menos pacifistas. Uno no llega a luz blanca llevando una vida de violencia y odio. Era una especie de recompensa para las buenas personas. Así que todos los Ancianos teníamos que tener unos principios básicos en común. De hecho, el que podía ser "menos normal" en ese sentido era yo, que había participado en una guerra, aunque como médico. Por eso me frustraba mucho presenciar o participar en peleas como la de aquél día, a causa de lo sucedido en el circo con mi hijo. Sí, había desvelado magia delante de los mortales. Sí, eso no podía hacerse. Esos dos puntos habían quedado claros, pero los limpiadores ya lo habían solucionado…
Cuando digo que aquellos minutos se me hicieron horas no estoy exagerando. Yo veía aquello como una pérdida de tiempo, que sólo servía para impedirme estar más rato con mi familia. Era evidente que no íbamos a llegar a ninguna conclusión. A no ser que decidieran tomar medidas contra mí, cosa que no iban a hacer, ¿qué sentido tenía seguir hablando del tema? Ninguno, de verdad. Pero, al fin y al cabo, éramos Hermanos. Teníamos un vínculo muy fuerte, así que las aguas se fueron calmando. Entendieron que yo no iba a dar mi brazo a torcer, y de alguna forma respetaban mis prioridades, porque además la seguridad de mi familia, una poderosa fuerza del bien, beneficiaba a esa cosa tan ambigua que nosotros defendíamos: el Bien Mayor.
Por fin pude volver a mi casa. En el tiempo en el que había estado fuera, Piper había puesto el pijama a mis dos hijos, y les había sentado en la mesa. Cuando orbité, estaba terminando de hacer la cena. Había cortado en trocitos pequeños una tortilla francesa para Chris. Si conseguíamos que cenara eso iba a ser ya toda una hazaña. Teóricamente, con dos o tres años los niños ya comen el mismo tipo de alimento que toman los adultos, pero en la práctica el estómago de mi niño decía que no a cualquier cosa sólida que le pusiéramos delante. Había que tener una paciencia infinita para que comiera, así que nos facilitábamos la vida con cosas suaves y sencillas de comer, como una tortilla. Piper, Wyatt, y yo, íbamos a cenar acelgas. Si la memoria no me fallaba, Wyatt nunca las había probado. Justo cuando yo llegué, mi mujer le estaba poniendo el plato delante, y mi hijo miró la verdura como quien mira algo de aspecto realmente desagradable. No sé si estaba esperando que a fuerza de observarlo el plato de evaporara. Lo probó con desconfianza, y tardó dos segundos en escupirlo. La experiencia me decía que acababa de dar comienzo una batalla. ¿No había pensado yo antes en pacifistas y guerrilleros? Pues mi niño iba para lo segundo, porque si se trataba de salirse con la suya, usaba todas sus armas. Intercambié una mirada con Piper, y la sonreí. Con ese gesto pretendía darnos valor a ambos para levantar nuestras barricadas.
- ¿Todo bien? – preguntó ella, a modo de saludo. Como digo, el que yo orbitara ya no le extrañaba a nadie por ahí. - ¿Qué querían los Ancianos?
- Nada importante. ¿Cómo va todo por aquí? ¿Tienen sueño mis dos campeones?
- ¡No! – exclamaron Chris y Wyatt, al unísono. Yo sonreí.
- Estupendo, porque si os portáis bien luego vamos a ver una peli.
- ¡Peli! – repitió Chris, y levantó ambas manos, como para escenificar su ardiente conformidad. Piper y yo le dedicamos una sonrisa.
- Pero eso será si te comes todo, campeón.
Chris agarró el tenedor sin mucho estilo, y apuñaló un pedazo de tortilla antes de llevárselo a la boca. Yo tomé nota de que algún día tendría que enseñarle a usar bien los cubiertos… pero de momento era todo un logro que estuviera comiendo sin que su madre o yo le forzáramos y se lo diéramos, así que lo dejé estar.
En vista de que Chris estaba cenando, me centré en Wyatt. Por lo general a él era mejor dejarle tranquilo. Wyatt comía bien, a veces algo despacio, pero siempre se lo terminaba todo, si no le presionabas. Observé cómo pinchaba la verdura y se la llevaba a la boca por segunda vez para luego volverá a escupir.
- Wyatt, no hagas guarrerías. – le dije, y le limpié un poco la boca con una servilleta, porque se había manchado.
- No me gusta – protestó, con su más perfecta cara de disgusto.
- No todo lo que comemos nos gusta, cariño, pero es verdura y hay que tomársela.
En ese punto había dos opciones. La primera, que Wyatt se rindiera y se comiera las acelgas. La segunda y más frecuente, que empezara uno de sus magistrales berrinches. Es más, yo no recordaba que nunca se hubiera producido la primera opción…hasta aquella noche. Wyatt cogió el tenedor, y muy despacito se llevó un poco a la boca y se lo tragó. Bebió agua. Repitió la operación. Volvió a beber. Piper y yo nos miramos con asombro. Pasé la mano por la nuca de mi hijo, con cariño, y le di un beso en la cabeza.
- Muy bien, bebé.
Ese comportamiento obediente no era habitual en él. Siendo sinceros, yo ya iba asumiendo que Wyatt no iba a ser de esos niños dóciles que te hacen caso a la primera. De hecho, era muy probable que esos niños sólo existieran en las películas, o en las familias donde los padres no estuvieran muy atentos a la educación de sus hijos, y por eso les parecía que nunca hacían nada malo. En mayor o menor medida, todos los niños se equivocaban alguna vez, porque nadie nace sabiendo. La cosa era que Wyatt era de los de necesitar una dosis mayor de paciencia, porque además lo suyo se complicaba con el factor de la magia. Por eso era extraño verle tan buenecito y - me di cuenta en ese instante - tampoco era normal que estuviera tan callado. Aunque no era algo "malo", sí era raro y me preocupó un poco. Lo relacioné con el hecho de que le hubiera castigado aquella tarde. Fruncí el ceño.
- Wyatt ¿recuerdas que te expliqué lo que significa la palabra "perdón"? – le pregunté, y él asintió.
- Se dice cuando haces algo mal. – me respondió, explicándolo a su manera.
- Cuando haces algo mal y sientes haberlo hecho – añadí yo, suavemente. – Y quieres que te perdonen. ¿Y qué pasa cuando te perdonan?
Wyatt me miró, y se encogió de hombros.
- No sé.
- Que no importa lo que haya pasado. Que todo está bien. Que nadie está enfadado. Yo te he perdonado, cariño, así que no tienes que estar triste.
Poco a poco, Wyatt sonrió. Se puso de pie en la silla para llegar a darme un abrazo, y yo se lo devolví. Luego le atrapé en mis brazos, le ladeé un poco y le llené de besos, haciendo que mi bebé se riera.
- Papá, no se juega en la mesa. Y tienes el plato lleno. – me riñó Piper, en broma. A veces hacíamos eso delante de los niños, para que ellos supieran que lo que estaba mal para ellos estaba mal para todos. Para que entendieran que las normas no eran un capricho, sino algo establecido. En esos casos, no éramos Piper y Leo, sino "mamá" y "papá". No obstante, Piper me sonrió, feliz por la forma en la que había arreglado las cosas con Wyatt.
- Tienes razón. – respondí, y senté a Wyatt en mis piernas, acercando su plato al mío para que cenáramos los dos. Mi hijo parecía feliz de estar ahí, usándome de asiento.
Acabamos de cenar en menos tiempo que otras veces. Sin duda, la palabra "peli" era un gran aliciente para mis pequeños. Cuando los platos estuvieron vacíos se volvieron hacia mí, para comprobar que no me había olvidado. Yo sonreí y elegí con ellos la película, pero Piper me miró mal.
- Mañana tienen colegio – me reprochó, cuando salieron corriendo al sofá y no podían oírnos.
- Es una corta, y se dormirán a los diez minutos – respondí – Déjame malcriarles un poco.
Piper rodó los ojos y se fue al sofá también. Wyatt se tumbó, y apoyó la cabeza en las piernas de su madre. Yo puse la película y luego cogí a Chris en brazos y me le coloqué encima. Cinco minutos después, pero de reloj, el más pequeño de mis bebés se había dormido. Wyatt tardó un poco más, pero se durmió también en seguida. Les llevamos a su cama sin que se despertaran. Yo quería quedarme despierto un poco más, y hablar con Piper, y disfrutar de un poco de tiempo para nosotros, pero ella estaba agotada y quiso irse a la cama. Yo hice lo propio y el sueño me venció antes de lo que creía.
Me desperté bruscamente, con la sensación de haber escuchado un grito. Por instinto, miré el espía bebés (el interfono que comunicaba la habitación de Chris con la nuestra). Eso se usaba en niños más pequeños, pero para nosotros era una medida de seguridad muy útil, por si se daba el caso de que sufría el ataque de alguna criatura mágica. Temí que eso fuera lo que había pasado, pero el aparatito me devolvió únicamente el sonido de la respiración profunda de mi bebé, indicando que estaba a salvo y seguía durmiendo. Vi que Piper también se había despertado, así que descarté que hubiera sido cosa de mi imaginación. Susurré un "ya voy yo" y por descarte fui a la habitación de Wyatt, para comprobar si estaba dormido.
Mi niño no lo estaba. Le encontré abrazado a su osito, bañado por la débil luz de su mesita de noche, sin la cual se negaba a dormir. Me miró como si fuera su salvador y se puso de rodillas en la cama, estirando los bracitos para que le cogiera.
- Papi – me llamó, al borde del llanto. Salvé la distancia que nos separaba y le tomé en brazos.
- ¿Qué ocurre, bebé? ¿Has tenido un mal sueño?
Wyatt asintió.
- Soñé con el elefante – me dijo, y apretó el abrazo.
- No pasa nada, cariño. Ha sido sólo un sueño.- tranquilicé, y le di un beso. Sabía lo que mi hijo estaba esperando, así que lancé mi invitación - ¿Quieres dormir con mamá y papá?
Volvió a asentir. Yo sonreí un poco y le llevé a nuestra cama. Wyatt gateó para ponerse al lado de Piper, y yo me puse al lado de él. Mi mujer le sonrió y le acarició el pelo. Y Wyatt volvió a dormirse antes incluso de que me diera tiempo a echar la sábana sobre él.
No fui consciente de dormirme por segunda vez, pero tuve que hacerlo en algún momento porque me desperté con el horrible sonido del despertador. Piper también se despertó, y en medio de los dos se movió la bolita que era nuestro hijo, intentando apurar el sueño un poquito más. Yo le hice cosquillas, y así Wyatt abrió los ojos.
- Buenos días – saludé, y me devolvió un bostezo. Yo sonreí, y Piper le dio un beso. – Hay que levantarse, cielo. Hay que ir al cole.
Wyatt volvió a bostezar y lentamente salió de la cama.
- Ve a vestirte, bebé – le encargó Piper, y mi niño caminó hacia su cuarto aun con los ojitos medio cerrados, pero de pronto se giró, vino corriendo, y le dio un beso a Piper. Luego se volvió a ir.
- Un día de estos yo me le como - dijo mi mujer, llena de amor por ese gesto tan tierno. Yo me mostré de acuerdo, pero eso sería sólo si no me le comía yo antes.
Fui a despertar a Chris mientras Piper preparaba el desayuno. Mi bebé tenía muy mal despertar los días que había cole y nos levantábamos antes. Se enfadó conmigo cuando le saqué de su cama-cuna.
- "Toto", papá – me dijo –Eres malo.
- Hay que levantarse, campeón, y no está bien que le llames eso a papá – regañé. Una de las últimas incorporaciones al cada vez más grande vocabulario de mi bebé era "toto" y era una costumbre que, ilusamente, Piper y yo queríamos quitarle. Tal vez se le hubiera pegado de Wyatt, que decía 'tonto' con frecuencia y no era plan de que lo fuera soltando por ahí, para luego pasar a insultos más fuertes.
- "Toto" – repitió. Yo fruncí el ceño y le di una palmadita sobre el pañal, que aún no le había quitado, así que sé que no le hice nada de daño. Aun así mi bebé puso un puchero y me miró como si fuera el ser más malvado del planeta.
- Eso no se dice.
Mi niño se enfurruñó, pero no repitió esa palabra. Yo saqué su ropita, y luego le quité el pañal de noche. No se lo había manchado. Le sonreí y comencé a vestirle. Como todo estaba muy silencioso, lo convertí en un juego. Cogí los pantalones, e hice como que pretendía metérselos por la cabeza.
- Veamos…¿esto va aquí?
- ¡No!
- ¿No? ¿Seguro? Mmm ¿Y aquí? – pregunté, e indiqué sus piernecitas y sus pies.
- ¡Síii!
Luego le puse la camiseta y los zapatos, y ya estaba listo. O casi. Mi niño consideró que faltaba un accesorio imprescindible: el chupete. Lo orbitó, y yo se lo quité con delicadeza.
- Nada de chupete, campeón.
- ¡"Quero tete"! – protestó.
- El "tete" es para bebés pequeños. Y tú ya eres un niño grande ¿a que sí?
- ¡No!
Una vez más, mi niño demostró que era endiabladamente listo al negar ser grande: lo que fuera por que le diera el chupete. De todas formas, yo coincidía con él: era mi bebé y aún era pequeño. Demasiado pequeño para tenerle lejos de mí toda la mañana. Hacía sólo tres meses que Chris iba al colegio. Era uno de los más pequeños de su clase, porque cumplía los años en Noviembre. A Wyatt le habíamos llevado a alguna guardería, pero a Chris no y pasar las mañanas en un lugar que no fuera su casa fue toda una novedad para él… y para mí. Le di un beso.
- El chupete se queda en casa. Después de comer puedes tenerlo un ratito – le dije, y me lo guardé. Chris miró mi bolsillo con tentaciones de volver a orbitarlo. Pensé en decirle algo como "si lo orbitas, no hay chupete", pero me di cuenta de que mi niño podía ser aún muy pequeño para entender eso. Según su razonamiento, si yo se lo quitaba él lo orbitaba y así lo recuperaba. Estaba acostumbrado a orbitar las cosas que no estaban a su alcance. No entendería que yo pudiera enfadarme por eso, o al menos no lo vería justo. Así que usé otra estrategia. - ¿Le dejas tu "tete" a papá? Hasta que vuelvas. – le dije, como si yo también necesitara el chupete. Chris pareció pensárselo, y luego asintió. Yo sonreí, y le di un beso en la cabeza.
- Gracias, campeón. Y ahora vamos a desayunar.
Una de las ventajas de poder orbitar es que nos afectaba menos ese fenómeno del tiempo que consistía en acortarse cuando tienes niños y vas con prisa. Podíamos desayunar con relativa tranquilidad y luego yo, en dos segundos, me aparecía con ellos en un callejón sin transeúntes, cerca del colegio. Así lo hacía siempre y así lo hice también ese día, sintiendo un "algo" cuando me volví sin ellos. Chris ya no montaba escenas cuando le dejaba sólo, pero me seguía mirando con sus ojitos azules como diciendo "vas a volver ¿verdad?". Y yo siempre me quedaba a dos segundos de volver a por él y mandar las leyes de escolarización del menor a la porra.
Si algo bueno tenía aquello, es que Piper y yo teníamos entonces un tiempo a solas, mientras los niños estaban en clase. En esto pensaba cuando regresé a casa, pero el universo no podía concederme ni siquiera ese pequeño capricho, porque cuando volví Paige y Phoebe estaban allí.
- Hola, Leo – saludaron alegremente.
- Hola – respondí, contento de verlas, pero lamentando que no hubieran llegado un poco más tarde. Me fijé en que Paige sostenía un papel que mi esposa y Phoebe miraban con mucha atención. - ¿Qué hacéis? – pregunté, pensando que podía ser un conjuro.
- La lista de bodas – respondió Paige, y mi mandíbula se desencajó. Recordé lo que Phoebe me había dicho el día anterior, sobre que Paige tenía una "cita importante". Henry y ella debían de haber estado organizando cosas para… su casamiento.
- ¿Cuándo pensabais decírmelo? - me quejé, consciente de pronto de que debía ser el único sin saberlo.
- Yo me enteré ayer – se defendió Phoebe. Sacudí la cabeza, y sonreí
- Felicidades. – le dije a Paige. Una parte de mí se alegraba mucho por ella. La otra, se preocupaba porque las Embrujadas llevaban cada vez una vida más independiente. Si cada una tenía su propia familia empezarían a pasar menos tiempo juntas, y eso podía dar ventaja a los demonios y otras criaturas interesadas en atacarlas. Pero sabía que, fuera su luz blanca o no, no tenía ningún derecho a impedirles seguir su camino.
Me pasé el resto de la mañana inmerso en conversaciones sobre ceremonias, celebraciones, y otros asuntos de interés escaso para mí. Pero era importante para mi esposa y mis cuñadas, así que di los mejores consejos de los que fui capaz. Mis cuñadas se fueron poco antes de comer, y al fin tuve mi momento a solas con Piper. Y lo aprovechamos bastante bien.
Los Ancianos me llamaron cerca de la hora de recoger a mis hijos y yo subí a encargarme de los "asuntos celestiales" que requerían mi atención. Después pasé por la escuela de magia, y tal vez no debería haberlo hecho, porque me demoré más de lo que pretendía a hacer de mediador en las disputas de dos de los profesores. A veces los brujos experimentados eran peores que los muchachos que iban allí a aprender. Al menos estos últimos parecían entender que podían estar equivocados, y que no lo sabían todo. Los adultos no siempre tenían esa sensatez, aunque fuera típico acusar a los jóvenes de eso mismo.
Regresé a mi casa soñando con lo que sería tener un trabajo normal, y un sueldo. Por suerte teníamos el P3, y eso nos daba dinero suficiente para no pasar apuros. Supuestamente los luces blancas no manejan dinero. Supuestamente, porque yo tenía una familia y de aire no íbamos a vivir.
Cuando llegué serían las seis de la tarde, más o menos. Mis niños llevaban un rato en casa, y en ese momento estaban merendando. Alguno de los dos debía haberse portado muy bien, o Piper estaba de buen humor, porque tenían delante un tremendo plato de galletas, que me dio envidia hasta a mí. Me senté con ellos, después de dar un abrazo a cada uno.
- ¿Me dais una? – les pregunté, en parte porque me apetecía probarlas, y en parte para ver si mis hijos estaban dispuestos a compartir, y fomentar esa cualidad en ellos. Wyatt asintió, y me ofreció una, pero Chris me miró mal:
- No, porque no me has dado mi "tete".
Había que ver cómo, para lo que quería, mi bebé tenía muy buena memoria. Y luego dicen que los niños pequeños no tienen del todo desarrollada la memoria a largo plazo. Esa era la prueba de que recordaban perfectamente lo que querían recordar, y olvidaban lo que les convenía olvidar, como las normas o prohibiciones.
Me saqué el chupete, que sin darme cuenta había llevado todo el día en el bolsillo, y se lo di. Chris sonrió ampliamente, y se lo llevó a la boca. Luego empujó el platito de galletas hacia mí y yo me reí. No pensaba coger más que una, pero eran galletas caseras hechas por Piper y no me pude resistir a coger alguna más. Cuando acabaron de merendar, huyeron despavoridos a llenar la casa de risas, juegos y grititos entusiasmados. Yo me quedé en la cocina con Piper, contándola algunas cosas de la escuela, y escuchando otras de su día. En un determinado momento salió a comprar algo, y yo fui a ver qué hacían mis hijos, porque no me gustaba que estuvieran mucho tiempo sin supervisión, debido a su edad. Habían sacado las pinturas, y Chris rayaba un papel con muchos colores. Sin duda, esos garabatos tenían algún significado para mi bebé, pero para mí eran manchas y rayones sin mucho sentido.
- ¿Dónde está Wyatt? – le pregunté.
- Pintando. Se ha llevado el rojo.
Fui a buscarle, pensando que estaría en otra habitación, pero fue él quien me encontró a mí. Agarraba a su peluche y miraba al suelo en una expresión que yo había aprendido a identificar como de culpabilidad.
- Bobby quiere decirte algo – me dijo.
- ¿Ah sí?
- Ha hecho algo malo – susurró, y le noté en conflicto. Parecía estar planteándose la posibilidad de quedarse callado en vez de continuar. Yo intenté animarle poniendo grandes dosis de curiosidad en mi tono de voz.
- ¿Qué ha hecho?
- Ha pintado la pared –respondió, y se apartó un poco. Cuando se quitó pude ver unos manchurrones de cera roja sobre la pintura blanca de la pared. Me quedé mirando a mi niño, que debía de haber encontrado algo realmente fascinante en el suelo porque no levantaba la mirada.
- Pues Bobby ha sido muy travieso, y se ha ganado un tiempo en la esquina – le dije, e hice ademan de coger el peluche, como si de verdad pensara ponerle mirando a la pared.
- ¡No! – protestó Wyatt, y lo abrazó con fuerza.
- Tienes razón: lo que ha hecho está muy mal, Bobby sabe perfectamente que en las paredes no se puede pintar. Se merece algo más que un tiempo en la esquina. Se merece un azote. – continué yo, como si le creyera y culpara al osito de aquella travesura.
- ¡No, papi! – protestó mi niño con más intensidad, y pude ver que tenía ganas de llorar. – Bobby no ha sido, he sido yo.
Me dio mucha ternura la inocencia de mi bebé, que realmente se pensaba que me había engañado, y que yo nunca había sospechado que hubiera sido él. Me pareció muy valiente por reconocerlo, y me conmovía su mirada culpable.
- Gracias por decirme la verdad, bebé – dije, y le di un beso.
En ese momento regresó Piper, dejó una bolsa en la cocina, y entró al salón. Lo primero que vio fue la mancha en la pared.
- ¡Wyatt! – exclamó, riñéndole. - ¡Eso no se hace! ¡Mira cómo has puesto la pared!
Se acercó a él, y le dio un azote.
Dejé escapar mi frustración con un suspiro. Yo no le habría castigado. Me había dicho la verdad, y para mí pintar las paredes se metía en el saco de las "travesuras suaves", que podían pasarse por alto si no eran muy frecuentes. Al fin y al cabo, era un niño. Pero Piper debió de tomarlo como algo más serio y mi niño puso un puchero, sin llegar a llorar.
- Las paredes no se pintan – dijo Piper, en un falso tono de enfado, que empleaba expresamente para regañarle. Wyatt la creyó enfadada de verdad, y por eso corrió hacia mí, pidiendo que le abrazara. Yo le alcé en brazos.
- Ven Wyatt, vamos a limpiarlo. – le dije. Wyatt asintió, levantó su mano, y la pared quedó impecable. Yo parpadeé, con sorpresa. Mi niño no había utilizado un conjuro: lo había hecho sólo con la mente. Piper se sorprendió también. Nunca dejaríamos de asombrarnos de lo poderoso que era mi pequeño.
Wyatt, ajeno a nuestro estupor, apoyó su cabecita en mi hombro. Yo miré a Piper reclamándole que fuera más dulce, y ella pareció entender y estar de acuerdo, porque se acercó y le dio un beso.
- ¿Te has enfadado? – preguntó Wyatt con esos ojos derretidores que solía reservar para mí, sabiéndome el más blando de los dos.
- No, cielito. Pero no quiero que vuelvas a pintar ahí.
Wyatt asintió y orbitó un trozo de papel. Era un dibujo, que debía de haber hecho aquella tarde. Para mí eran más rayajos, azules, naranjas, y verdes, pero de alguna forma Piper, con esa intuición que tienen las madres, supo ver más allá y se reconoció en el dibujo.
- Gracias, mi amor – dijo, y le dio otro beso – Es muy bonito. Lo voy a colgar en la nevera.
Wyatt sonrió ampliamente, y yo no pude evitar preguntarme si Piper colgaría los mismos rayajos si los hubiera hecho yo. Probablemente no, porque no sería un dibujo de su pequeño. Sonreí al comprobar que no era el único "bobo perdido" enamorado de cada tontería que hacían mis niños.


4 comentarios:

  1. Me encanta Leo con sus inseguridades adoro a los chicos... ya me puedo imaginar las inagotables travesuras de ese par...
    y como esta historia nos muestra como se convirtieron en hombres de bien :D

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Me alego que te gusten los peques :3
      Leo es un amor, y se comerá a Wyatt sólo si yo no me le como antes xD

      Borrar
  2. Weeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!!(inserta cara de niña feliz)...Dreamgirl!!!...bienvenida!!!...no sabes el gusto que me da leerte por estos rumbos!!

    Creo que a Leo deberían llamarlo a trabajar en la Liga de la Justicia, porque con tantas responsabilidades encima y de paso ser padre,y de los buenos!!... no pues si el hombre es casi un superheroe!!!

    Gracias por escribir, estas dotada de talento y creatividad, así que...¿Qué esperas?...a escribir mucho mas que los grandes relatos no se redactan solos!!

    Cuidate,

    "Cassy"

    ResponderBorrar
  3. hola Bonita, bien venida...

    muchisimas gracias por compartir tus historias en esta pagina también, adoro a Cris en todas susv ersiones

    un abrazo, no te pierdas

    Marambra

    ResponderBorrar