miércoles, 13 de mayo de 2015

Escorpión... Tenemos nueva escritora :D


Escorpión

Cuando supe que era padre sentí que ya era muy tarde. Mi ex-esposa, Marisol, se fue de casa y nunca supe de ella.
Éramos apenas unos críos, unos niños o sipotes. Apenas y tenía los 19 años cuando decidimos que estábamos locamente enamorados, y en un impulso de borrachera llegamos al ayuntamiento y unimos nuestras vidas. Seis meses después, Marisol desapareció de mi vida.
Todos en Prado Verde supieron del desastre de Matías Cerrano- el chico que tuvo que volver a casa con la cola entre las patas. Vamos, al vivir en un pueblo de apenas 200 habitantes, es un milagro que no se enterara hasta de la paliza que me dio mi padre por desobedecerlo. Aun viviendo en una hacienda los chismes en este pueblo son el pan diario.
Pasaron 15 años, nunca más me quise volver a casar y me dedique a levantar la hacienda de mis padres. Me partí el lomo todos los días, y muchas veces, a la hora de la cena, no podía ni moverme del cansancio. Pero cuanto disfrutaba ver el amanecer montado en mi viejo amigo, Fuego y con Colmillo, mi perro, a mi lado.
Todos los días parecían ser igual, no importaba que fuera domingo o miércoles, todas las mañanas recibo los primeros rayos del sol en mi caballo. Y mi madre nunca cambio.
“¡Quiero conocer a mis nietos! ¡Al paso que vas, voy a estar comida por gusanos para cuando nazcan y tu serás un viejo cascarrabias!” Esas eran sus frases favoritas. “Vamos…es una chica muy linda.” Era eso, o “Es una chica muy inteligente…” Y los adjetivos cambiaban por educada, buena gente, gentil, hermosa, graciosa, y tantas otras.
Algunas veces, por complacerla, solía decir si e iba a sus citas. Todas eran un desastre, y me gane así el título de escorpión en el pueblo.
“Matías es un chico muy apuesto…pero pareciera tener el carácter de un escorpión.”
Y la verdad era esa. Prefería la compañía de los vaqueros y los animales que el de una mujer, que no hacía nada más que arrancarte el corazón.
Y así transcurrieron los 15 años más cortos y más largos de mi vida, y todo cambio aquel viernes por la tarde.
Mamá había planificado toda una pequeña reunión social  para las mujeres de su edad y sus hijas-todas convenientemente entre los 22 y 34 años, todas solteras, y todas dispuestas a ser la siguiente Señora Cerrano.
La verdad, la “Casa Grande” como la llamaban los empleados parecía en ese momento, “El Zoo”. Papá prácticamente me rogo a que me quedara cerca a petición de mi madre. Decidí complacer a los viejos, aunque sé que papá se encerró en su despacho y no asomo su curiosa nariz ni por las rejillas de las ventanas.
“Mati…” Todas me llamaban así, mi viejo apodo de la secundaria, y solo algunas me conocieron a esa edad. Vamos, que algunas las había visto con los mocos chorreados de niñas y ahora fingían ser todas unas distinguidas señoritas.
Era la hora del almuerzo, a lo único que papá y yo prácticamente fuimos forzados a sentarnos a la mesa. Papá al menos tenía a mamá, y todas lo respetaban, pero y ¿yo? Yo tenía que lidiar con todas esas locas. Fue en ese momento que llego Joaquina, una de las sirvientas de más confianza, con cara de urgencia.
“Joven, disculpe, pero…le buscan.” Dijo, viendo a mis padres con nerviosismo.
“¿Quién es, Joaquina?” Pregunto mi  madre, igual de curiosa que mi padre.
Y con toda la prudencia del mundo que Joaquina nunca conoció, y enfrente de la mayoría de chismosas del pueblo, soltó aquella bomba que creí jamás conocería. “Un chamaquito, jefa, a’i todo flacuchito y mugrosito, jefa. Pue’ dice que es hijo aquí del joven Matías, jefa.”
El silencio sepulcral no se hizo esperar, y nosotros, mis padres y yo, no hicimos esperar mucho al muchacho aquel. En efecto, si su apariencia, a pesar de ocupar con urgencia un baño, una mudada limpia, y una buena comida, no era prueba, no sé qué lo seria.
En aquella sala me esperaba un hijo, con mis mismos ojos azules, mi mismo cabello obscuro y ondulado, mis mismas facciones, y mi mismo carácter.
Aquel niño estaba por cumplir sus 14 años. Producto de mi ahora fallecida ex-esposa. Nunca supe porque Marisol se había marchado, y nunca lo sabré. Solo sé que se fueron a una ciudad de Nuevo Mexico, donde crio a mi hijo sola…o debo decir, malcrió.
La única razón por la cual me buscó fue porque quería emanciparse. Por supuesto, al tener 14 años, esa opción no era, en realidad, una opción.
Eduardo Matías Cerrano no sabía nada de su padre, y yo, Matías Cerrano, no sabía nada de mi hijo. Los primeros días fueron todos pacíficos. Hablamos con nuestro abogado, su custodia paso a mis manos y el, muy a su pesar, se mudó a la Casa Grande.
La verdad, no sé qué habría hecho sin mis padres. Ellos me guiaron en todo. No tenía ni idea en cómo tratar a un sipote de catorce años. Siendo sinceros, no tenía idea de cómo tratar a un crio de cualquier edad.
“No tengo cuatro años!” Esa era la frase favorita de Eduardo, la descubrimos rápidamente. Y tres semanas después de su venida, sinceramente, me estaba agotando.
“¡No me importa!” Le dije aquella noche, parado en aquel pasillo. “Es tarde ya, en esta casa, por si no lo has notado, nos levantamos muy temprano, por lo tanto, es hora de que vayas a dormir.”
Su mirada me fulmino, eran ya las nueve de la noche, y se lo tomo muy mal cuando le recalque que era hora de dormir. “Pues yo no. Vete tú a dormir, yo puedo quedarme haciendo lo que quiera.”
Sentí la sangre surgir por todas mis venas y hervir. De niño siempre había dicho que jamás castigaría a mis hijos igual que mis padres lo hacían conmigo. A mis 34 años, con un hijo de 14, rompí aquella promesa hecha entre lágrimas y nalgas adoloridas.
Rápidamente tome el flacucho brazo aquel y a rastras lo metí dentro de su habitación. “¡SUELTAME! ¡IDIOTA! ¡SUELTAME GRAN ESTUPIDO!”
Solo eso basto para que mi mano cayera en aquellos glúteos. PLAS
Era la primera vez que le daba una nalgada a alguien, y creo que fue con demasiada fuerza. Sentí una pequeña picazón en mi mano, y Eduardo palideció de golpe. Un quejido ahogado salió de sus labios, y me miro con grandes ojos.
“Basta, Eduardo Matías.” Mi vos fue irreconocible hasta a mis oídos, era como escuchar a mi padre veinte años atrás. “Te dije a la cama, y es a la cama. No me importa la edad que tengas. Mañana iras conmigo a hacer la ronda matutina, así que decide ahora, si lo harás con unas nalgas blancas o unas nalgas rojas.”
Su cara enrojeció y me fulmino con la mirada. “Me voy a la cama.” Musito entre dientes. Asentí, y lo lleve a su cuarto. Por primera vez me deje llevar, y actué mas como su padre y menos como su guardián.
Lo arrope como debí hacerlo desde el día en que nació. Recogí algunas cosas que estaban fuera de lugar, y antes de salir, le desee las buenas noches y le di un beso en la frente, no importándome que se lo limpiara inmediatamente. Pude ver la confusión en su mirada, ¿pero que le podía decir?
Salí de su habitación a la mía. No sé cuánto tiempo paso, pero no podía conciliar el sueño. Por un momento observe mi mano con la que había dado aquella única nalgada. Por el trabajo, mi mano era lejos de ser suave. Tenía varios callos, era tosca y dura, y para nada pequeña. Mis dedos eran largos, y diestros al momento de trabajar con los caballos o las reses.
No sé cómo sucedió, pero me encontré en la habitación de mi hijo. Nunca lo había observado dormir, y aquello fue como un bálsamo. Ningún amanecer se le comparaba. Era evidente que aun dormido tenía muchas energías.
Dormía sobre su estómago, su cabecita encima de aquella almohada, y una mano cerca de su boca. Sus piernas ampliamente abiertas, y aquella colcha celeste con la que lo había arropado reposaba suavemente sobre su cama, y otra parte sobre el suelo. Una de sus almohadas yacía sobre aquel frio piso de madera.
Me senté suavemente a su lado, y me di cuenta que a diferencia de mí, su sueño no era ligero. Observe su rostro relajado, sus mejías que aun conservaban aquel toque de niño, su pequeña naricita, y sus labios entreabiertos que empezaban a deshilar un pequeño hilo de saliva sobre la almohada.
Observe aquella mano tan cerca de su boca y me pregunte si alguna vez había tenido la maña de chuparse el dedo gordo, me deje llevar y la tome. Comparada con la mía, su mano era aún muy pequeña. Sus dedos serian algún día tan largos como los míos, pero aún eran pequeños. Su palma era pequeña, también, y era suave, muy suave.
Por alguna razón note que necesitaba cortarse las uñas, y también me di cuenta que necesitaba un corte de cabello. ¿Se habría preocupado Marisol por esas cosas alguna vez? No lo supe, pero note que Eduardo no se preocupaba mucho por su aspecto físico. No sabía si era por su edad o simplemente por su crianza, pero en ese momento decidí que eso tendría que cambiar.
Llevado por el impulso, bese su manito y sentí un gran dolor. Me habían robado a mi bebe, me habían robado la oportunidad de tenerlo junto a mi todos esos años. De atender a su llanto y a sus rizas, de ver sus primeros pasitos, sus primeras palabras.
Un pequeño quejido me saco de mis pensamientos, Eduardo se quejó en sueños y se movió suavemente. “Shhh, duerme, bebe.” Susurre por instinto, pose mi mano sobre su espalda y le hice una caricia. Eduardo se relajó inmediatamente, y puso su mano sobre mi muslo, tomando un puñado de mi buzo en su inconsciente estado.
Observe el resto de su cuerpo mientras le acariciaba la espalda, sus piernas eran largas, supe que iba a ser alto, y sus pies ahora eran un tanto largos. Subí mi mirada hasta llegar a sus nalguitas. Aquellas que habían recibido un único azote de la misma mano que ahora acariciaba su espalda.
¿Había alguna razón por la cual dormía sobre su estómago? ¿Le había dejado algún hematoma? Mi mano no dolía, pero bien sabía yo que ellas eran duras y pesadas. Gradualmente, me estire hasta alcanzar el elástico de su pantalón y tire un poco de él. Su muslo derecho tenía la leve silueta de la palma de mi mano, y su muslo izquierdo denotaba la silueta de mis dedos. Por la luz que entraba del pasillo, pude ver que estaba en un color rosa suave, para el día siguiente no habría seña alguna. Deje el elástico de su pantalón de vuelta en su lugar, sobando un poco el área que había agredido horas antes.
Dando otro beso en la cabeza de mi niño, me levante con sumo cuidado y arregle su cama, recogí aquella almohada que yacía en el suelo, lo arrope nuevamente para mantener el frio de la noche lejos de él, y me volví hacia la entrada, pero Eduardo tomo la tela de mi pijama y la sujeto antes de poder dar dos pasos más. “Nuuu….paapii…” Aquel quejido fue lo más hermoso que mis oídos habían escuchado. Nada se comparaba que por primera vez mi hijo se dirigiera a mí con aquella expresión tan paternal e infantilmente dulce.
Regrese a su lado, pero en vez de sentarme me acosté a su lado. “Quieres a papá a tu lado, bebe?” Pregunte, viendo como sus ojos se entre habrían, nublados de sueño, y apenas reconociendo lo que sucedía. El asintió suavemente y se tumbó sobre mi pecho, escondiendo su rostro en él. Lo abrase hacia mí, y me arrope con su colcha. Cerré los ojos y disfrute del calor de mi niño, de su aroma y de su suave respirar mientras estaba en los brazos de Morfeo.
No supe a qué hora me dormí, pero cuando abrí los ojos supe reconocer que el amanecer estaba a una hora. Escuche los silbidos de algunos vaqueros, que llamaban así a sus caballos, alguien había apagado la luz del pasillo, y el canto de algunos pajarillos madrugadores que se preparaban para un nuevo día.
“Hey, campeón.” Llame dulcemente al tesoro entre mis brazos. Desde que Eduardo se acomodó en la noche, no se había movido. Y si, parte de mi brazo, el cual usaba de almohada, se había dormido, y una de sus rodillas se había clavado a mi lado, y una de sus piernas reposaba sobre mis piernas. En pocas palabras, mi hijo me uso de colchón y de almohada, pero nunca había dormido tan cómodamente, aun cuando este sipote pesaba. “Eduardo, hijo, despierta.”
Le sobe su espalda por debajo de su camiseta, haciéndole algunas cosquillas a los costados. Ya que eso no sirvió de mucho, le di unas cuantas suaves palmaditas sobre su pijama, mientras que mi otra mano le sobo su negra cabellera y bese suavemente su cabecita. Se movió y se quejó un poco, hasta que abrió los ojos de golpe y se separó bruscamente de mi lado.
“¡¿Qué haces aquí?!” Su vos estaba un poco aguda, y sus ojos abiertos en sorpresa.
“Es hora de levantarse.” Respondí simplemente, levantándome de su cama y abriendo las cortinas de su ventana. Todavía estaba obscuro, pero pronto amanecería. “Vamos, hay que desayunar, y luego tienes que montar a Kimara.”
Su debilidad era esa yegua negra, y lo supe al momento en que sus ojos brillaron de emoción. El día pasó sin mayor incidente, aunque aquella ternura de niño al dormir desaparecía a la luz del día. Eduardo era arisco y hasta un poco grosero con todos, incluyéndome.
El único momento en que podía ver a ese muchacho dulce era cuando estaba con Kimara, pero ese día fue una excepción. Desde que se la entregue y le dije sus responsabilidades hacia ella, Eduardo había cumplido. La cepillaba todos los días, le daba su alimento, limpiaba su establo, le hablaba con cariño, y hasta jugaba con ella. Pero ese día, al volver de cabalgar, le dije que la cepillara y que se limpiara, pronto seria la hora del almuerzo y su abuela nos estaría esperando para comer.
No había terminado con Fuego cuando vi pasar a Eduardo. “Hey, terminaste con Kimara?” Por lo general, le tomaba más tiempo que a mí.
“No…que uno de los hombres lo haga.” Me dijo, con tono de finalidad. Pare de cepillar a Fuego y le di mi atención completa a Eduardo.
“Hijo, esa es tu responsabilidad, cada quien cuida de su caballo aquí. Kimara es tuya, así que cepíllala y ponle agua limpia.” Le dije con calma, volviendo a cepillar a Fuego.
“¿Porque tengo que hacerte caso?” Me dijo airado, “No es mía, es tuya, y si tanto te molesta, ¡hazlo tú!”
Nuevamente, volví mi atención a Eduardo, cruzándome de brazos. Pude ver que se debatía entre hacerme caso o pasar de mí, así que decidí apelar a su razonamiento. “Vas a ir a cepillar a Kimara, TU, ahora obedece sin rechistar.”
No fue un pedido, fue una orden, pero Eduardo obedeció y volvió al área asignada de Kimara. No le escuche hablar con ella como por lo general hacía, pero no le di importancia. Ya había terminado de cepillar a Fuego cuando escuche el quejido de Kimara y los gritos de Eduardo. De golpe deje lo que hacía y fui a ver que sucedía. Para mi sorpresa, estaba Eduardo gritándole a Kimara, tirando el agua casi encima de ella, y dándole patadas al cubo del agua.
“¡EDUARDO MATÍAS!” Grite, más en sorpresa que en enojo.
“¡ES UNA ESTUPIDA!” Me grito, enojado con aquel animal. “¡MIRA! ¡YA LA TENIA LIMPIA Y ENSUNCIO EL AGUA!” Fue allí que note que no le había cepillado, el establo estaba sucio, y era más que obvio que no había estado cumpliendo con sus responsabilidades.
Me acerque a Eduardo y tome su brazo, sacándolo del recinto aquel y cerrando la puerta. Todos los capataces estaban almorzando o descansando por la hora, y sabía que no habría nadie que nos interrumpiera, y si lo hacían, no sería raro para ellos. Esto sucedía en todas las haciendas del lugar donde había niños.
Me senté en uno de los tantos banquillos del lugar, y aun gritando y empezando a dar patadas, tire de Eduardo hasta que estuvo sobre mis rodillas. El pataleo y grito, y hasta me dio unos cuantos golpes con su puño cerrado, pero después de un tiempo callo.
“Kimara es tu responsabilidad. De nadie más. La única excusa para no cuidar de ella es que estés enfermo, y este no es el caso.” Le dije, conteniendo mi propio enojo. “No puedes gritar de esa forma a ninguno de los animales aquí, aunque sea un perro, una yegua, un gallo, o una res. Y mucho menos a una persona.” Le dije, calmadamente.
“No lo vuelvo a hacer…suéltame.”
“No, no lo vas a volver a hacer, y no, no te voy a soltar, Eduardo.” Le dije tranquilamente. “Tampoco se le dan patadas a las cosas, ni maltratas las cosas. ¿Has entendido?”
Un terso, “Si.” Fue mi respuesta.
“Bien, ahora, a partir de hoy, si vuelves a tener ese comportamiento te encontraras en esta misma situación, Eduardo. Se acabó, no voy a dejarte pasar ese comportamiento.”
Con eso, deje caer mi mano sobre sus jeans. Sé que le tomó por sorpresa, y esta vez medí mi fuerza.
Plass Plass Plass
Plass Plass Plass
Cayeron sobre sus nalgas, y unos cuantos quejidos  y gruñidos fue mi respuesta, pero no hizo más.
Plass Plass Plass Plass Plass Plass Plass Plass Plass
Plass Plass Plass Plass Plass Plass Plass Plass Plass
Le levante y lo vi a sus ojos. Empezaban a humedecerse pero no lloraba aun, su cara estaba un poco roja, pero no sabía si por vergüenza o por enojo. No se movió de lugar, y no dijo nada, estaba quieto como una roca.
“Quítate los pantalones, Eduardo.”
Ante esto, su cara se volvió más roja, y sus ojos me vieron en enojo. “No.” Dijo, pero aun así no se movió, y una sola lagrima rodo por su mejilla.
“Tienes dos opciones, Eduardo, lo haces tú o lo hago yo.”
Por unos cuantos segundos, la mirada desafiante de Eduardo me reto, pero ante mi rígida disposición, Eduardo puso sus manos sobre el cierre de su pantalón y lucho con él. Se lo desabrocho, y sujeto su pantalón, pero pronto lo dejo suelto. “Quítalos, y dóblalos.” Le ordene, aunque un tono dulce se mesclo en la orden. Sabia, por experiencia propia, cuan odiosa era esa orden en particular. Eduardo lucho por hacerlo, y me encontré ayudándolo un poco, para que pudiera apoyarse en mí al momento de quitárselos completamente. Los puse sobre un banquillo que estaba junto a mí y jale de él, dejándolo nuevamente sobre mis rodillas.
El área de los muslos que su slip de caricaturas no cubría estaba un poco rosa, y todo él estaba tenso. Le sobe la espalda con los mismos mimos que le había hecho justo la noche anterior hasta que se relajó un poco. “No me gusta tener que hacer esto, Eduardo, pero, campeón, si tengo que hacerlo lo hare. Tienes que aprender a tratar bien a todos aquellos a tu alrededor.” Le dije, poniendo mi mano sobre sus nalgas.
Con eso último, retome el castigo. Un coro de ‘AY!’ ‘AU!’ y ‘Noo’ me acompañaron al dejar caer alrededor de 20 nalgadas más, y hasta que pare. Sabía que Eduardo ya lloraba, pero en ningún momento mostro haberse arrepentido. Tenía que ser un poco más duro con él, pero no quería usar mi cinturón. Quería terminar con algo que le hiciera recordar esto y querer evitar una repetición lo más posible.
Allí fue cuando lo vi. El cepillo descartado de Kimara. No era como el cepillo regular para caballos. Parecía más un cepillo grande para humanos, con agarradera y todo. Lo tome en mis manos, viendo la tersa y lisa madera y sintiendo el peso. Sabía que dolería, pero también que era necesario. Puse el cepillo a un lado, y con la otra mano le baje los slips.
“¡NO! ¡DEJA! ¡NOOO!”
Ignore sus plegarias, aunque me doliera en el corazón tener que hacer aquello. Sus nalgas estaban un poco más rojitas. Dado a que no dejaba de patalear, el slip callo hasta sus tobillos, así que decidí quitárselo del todo antes de que saliera volando por el aire.
Una vez que estaba listo, tome aquel cepillo y lo deje reposar sobre sus posaderas. “No vuelves a tratar a nadie de esa forma, me escuchas Eduardo Matías?”
“¡Sí! Ya…Deja!” reclamo, moviéndose de lado a lado para tratar de librarse de lo que sabía le venía.
Sin mediar una palabra más, levante mi brazo y deje caer aquel cepillo.
PLACK
Fue un ruido que, a decir verdad, hasta a mí me asusto, pero más aún el alarido de mi hijo. “AAAAAAUUUUUU!!!!!!”
Levante aquel instrumento, y me fije en el ovalo que se formaba. Había tratado de no ser tan duro, pero al parecer, aquel aparato no necesitaba mucho esfuerzo.
Mentalmente, decidí en darle trece más, uno por cada año de vida.
Levante el instrumento aquel, y lo deje caer nuevamente con menos fuerza. PLACK.
“Ayayayayayaya….noooo….perdón! ¡Perdón!”
PLACK
“Buuuuaaaaaaaaa…..aaaaaaauuuu!!!! Nooooo”
El llanto de mi bebe me partió no solo el corazón, pero el alma. Sin embargo, sabía que tenía que continuar.
PLACK PLACK
Otro grito, y Eduardo dejo de luchar, se dejó caer, al final aceptando aquel castigo.
PLACK PLACK PLACK
“AUUUUU!!! ¡No, papi! ¡Perdón, perdón, papiiii!”
Y esas palabras hicieron que no pudiera más. Apenas y llevaba ocho, así que decidí que eso era más que suficiente. Me forcé a continuar, dándole los últimos dos.
Levante un poco mi pierna, para dejar caer en los ya enrojecidos pegues donde comienzan las piernas y terminan las nalgas.
PLACK
Fue un poco más fuerte, y el sollozo de mi bebe incremento.
PLACK
Fue el último, y deje caer aquel endemoniado cepillo. Mi bebe lloraba a mares, balbuceando su pedido de perdón, pude entender unos cuantos ‘papi…perdón...duele’ entre todo lo que salía de sus labios.
Lo deje acostado sobre mis piernas por un tiempo, y luego, cuando ya su llanto calmaba un poco, lo levante, sujetándolo de sus axilas. Su carita estaba toda llena de lágrimas, mocos, y creo que saliva también, pero no me importo. Lo senté con sumo cuidado sobre mis piernas y le sobe su espalda, mientras el me abrazaba de mi cuello, y lloraba sobre mi pecho.
Con una mano sobe sus cabellos y cuello, y con la otra, sobe su espalda y a veces sus ardientes nalguitas. Parecía no importarle su falta de vestimenta.
De reojo vi a uno de los capataces entrar, y al notar el cuadro aquel, salió disimuladamente sin decir nada. No me importo en ese momento, solo quería consolar y mimar a mi niño.
“Shhhh….shhh…ya, ya paso, bebe.” Le repetía a su odio, besando cada parte su carita que podía alcanzar, desde sus orejitas, su cabello, sus ojitos, y sus cachetitos no importándome lo salado de sus lágrimas y sudor. “Ya, mi amor, ya, shhh, calma…” susurraba, arrullándolo en mis brazos y pecho como debí hacer desde el primer día de vida de lo que imaginaba habría sido una pequeña y perfecta bolita rosa.
“Papii…” se quejó nuevamente, restregando uno de sus ojos con su puño cerrado, sorbiendo mocos, y removiéndose en mi pierna. “…perdón…no lo vuelvo a hacer.”
“Ya lo sé, corazón, ya lo sé, chiquito.” Susurre, mi voz suave como no lo era desde hace ya mucho tiempo, mientras le limpiaba la carita con uno de mis pañuelos. “Sé que no he estado allí, Eddy, pero si te prometo que a partir de hoy estaré todos los días. Perdóname tu por no haber estado allí.”
La verdad, no se me había ocurrido jamás decirle eso a mi hijo, pero en ese momento entendí que parte de la raíz del mal comportamiento de él era eso. La falta de su padre. La falta que yo le hice, aun cuando ambos habíamos sido engañados.
Eduardo asintió, rodeo sus flacuchos brazos alrededor de mi cuello, y reposo su rostro sobre mi hombro, uno de sus dedos jugando con el cabello cerca de mi cuello. “¿Te gusta estar aquí?” Pregunte por primera vez. Para mi sorpresa, Eduardo asintió, pegándose más, de ser posible, a mí.
Mi corazón rebosaba de amor a ese chiquitito con las nalgas peladas aun. Sabía que pronto mamá enviaría a alguien a buscarnos, al menos que aquel capataz hubiera dicho algo en las cocinas donde todos ellos se alimentaban. No me importaba, en ese momento todo podría venir a su fin menos el amor que sentía al tener a mi hijo en brazos. Al tener a mi bebe donde siempre debió estar, donde tendría que estar hasta que estuviera listo para volar fuera del nido.
El sonido de los caballos, de algunos grillos, y algunas aves acompañaron el silencio nuestro, interrumpido de vez en cuanto por las esnifadas de Eduardo.
En aquella tardía mañana, por primera vez en quince años pronuncie aquellas palabras que había prometido nunca más pronunciar, y nunca antes fueron dirigidas con tanta verdad. “Te amo.” El susurro fue suave, como una pequeña brisa dirigida solo al oído de aquel tesoro que había entrado a mi vida. “Te amo, hijito.”
Y como un suave parloteo de los árboles para llenar el conjunto de la brisa, Eduardo, poso un simple beso sobre mi mejilla y susurro las palabras que creí jamás escucharía dirigidas hacia mí. “Yo también te amo, papi.”

Y con esa simple, pero poderosa frase, el escorpión aquel en que Matías Cerrano se había convertido desapareció para dejar atrás a un nuevo hombre, listo para enfrentar la vida fuera de los llanos que proveía aquella hacienda. 

6 comentarios:

  1. ohhh aparecida!!! yo te habia leido en fanfiction!!! me encanta que hayas llegado al blog, que bueno, espero la continuacion lo mas pronto posible :D

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  2. Bienvenida,me fascino tu historia espero la continues pronto.

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  3. Me facino, quiero más de este escorpión y su lindo chiquillo plissssasa y bienvenid@!!!!.....

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  4. BIENVENIDA!!!! MUY BELLA HISTORIA!!! HABRÁN MÁS CAPÍTULOS?! ESPERO QUE SÍ!!! ;D

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  5. Muy linda historia, muy intensa......me gusto mucho.......bienvenida

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  6. Me encanto la historia... sobretodo el carácter de este escorpión ;) espero sigas mandando mas bellas historias como estas.

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