viernes, 22 de mayo de 2020

CAPÍTULO 100: Llamadas importantes




CAPÍTULO 100: Llamadas importantes

Como era lógico y esperable, todos sentíamos una curiosidad inmensa hacia la recién descubierta afición de Alejandro por el baile. Sin duda, quien más interés tenía era Barie. A ella le gustaba mucho bailar y en su cabeza tenía que estar imaginando un montón de coreografías que podían hacer juntos, pero yo dudaba que Alejandro quisiera. Al menos, por el momento. Si lo había mantenido en secreto, no estaría preparado para hacernos una demostración.
En cualquier caso, papá fue uno por uno al cuarto de todos para advertirnos que no podíamos burlarnos o presionarle sobre ese tema, al igual que sobre el accidente de Harry. Así que todo el mundo estaba haciendo deberes como en un día normal. Yo me había ido al salón para tener más espacio y Hannah y Kurt, al verme tan concentrado, habían cogido un libro de cuentos y lo leían imitando cada uno de mis movimientos. Si yo pasaba de hoja, ellos pasaban de hoja, si yo suspiraba ellos suspiraban. Se me escapó más de una sonrisa y lo cierto es que de alguna manera me daban ánimos para continuar. Quería aprenderme el tema de Geografía de memoria. Agus vendría al día siguiente a repasar conmigo y le quería demostrar que no era un inútil sin cerebro.
Me sobresaltó el flash de una foto y vi a Aidan observándonos apoyado en la pared y con el móvil delator en la mano. Sí, mis hermanitos eran una monada. Aunque seguramente papá pensase que yo también lo era.
-         ¿Estáis estudiando? – preguntó, al saberse descubierto. - ¿Qué tal se está portando Ted, hace todos sus deberes?
Le lancé una mirada envenenada.
-         Shi – respondieron los dos enanos a la vez.

-         ¿Sí? ¿Creéis que se ha ganado un batido de fresa para merendar?

-         ¡Sí!

-         Papi, yo también quiero – pidió Kurt, haciendo pucherito.
A Aidan se le daba realmente bien preparar batidos caseros, totalmente naturales, además, por lo que podíamos catalogarlos como “golosina sana”. A los peques les encantaba y a mí también.
-         Qué suerte entonces que hice muuucho – sonrió papá. – Id a avisar a vuestros hermanos, anda.
Hannah y Kurt salieron corriendo para expandir la noticia, pero Kurt se detuvo al llegar a las escaleras.
-         Ya va Hannah, yo toy cansado, papi – dijo, acercándose a él en plan mimoso.
Aidan y yo intercambiamos una mirada. El enano era un huracán insaciable, un correcaminos que no podía estarse quieto. No parecía encontrarse mal, pero los dos nos preguntamos en silencio si su cansancio no estaría relacionado con su problema de corazón. Quizás solo había tenido un día largo en el cole, pero era inevitable que nos preocupáramos. Tratar con normalidad al peque se hacía muy difícil cuando recordábamos su inminente operación.
-         ¿Está cansado mi bebé? – preguntó papá, cogiéndole en brazos, que es lo que Kurt le estaba pidiendo al estirar los brazos. - ¿Quieres dormir una siesta después de merendar? Una cortita, que sino por la noche no te da sueño.

-         No, siesta ño – protestó. – Tengo que jugar a los policías.

-         No creo que “tengas” que jugar a nada – dijo papá, sonriendo ante una respuesta que ya era más propia de mi hermanito. – Puedes dejarlo para después, peque.
- Ño, hoy me toca a mí ser el poli y a Hannah el ladrón – explicó. Debía ser una situación que el enano había estado esperando, sonaba muy emocionado.  - Papi, ¿podemos usar tu móvil?
- ¿Para qué?
- Es lo que va a robar el ladrón.
Aidan soltó una risita y le dio un beso en la frente.
- Después de merendar os lo doy, cariño. Pero cuidádmelo bien, ¿eh?
Kurt asintió y los demás empezaron a bajar a por su batido.
A pesar de que papá me había enseñado muchas de sus recetas en los últimos años, nunca conseguía que los batidos me salieran tan ricos como a él. Había aprendido en uno de sus trabajos en un bar.
Tras la merienda, los enanos se fueron a jugar y yo seguí estudiando, esta vez sin imitadores. Al cabo del rato, sin embargo, Kurt se me acercó con el móvil de papá. Mi hermanito estaba serio y tuve miedo de que lo hubieran roto mientras jugaban, pero cuando me lo enseñó estaba intacto.
-         Ted, ¿quién es este señor? – me preguntó.
En la pantalla, la foto de Dean me sonreía como diciendo “Hala, a ver cómo se lo explicas ahora”.
-         KURT’s POV -
Mentir está mal, es feo y hace daño, porque si alguien dice una mentira, ¿cómo puedes saber cuándo te dice la verdad? Era mejor ser sincero y además a papá le gustaba mucho que lo fuera. Pero Ted me había enseñado que había ocasiones en las que mentir no es engañar, sino fingir un poquito como los actores para conseguir algo bueno. Por ejemplo, cuando le quieres dar una sorpresa a alguien y le tienes que despistar para que no lo descubra.
Eso quería hacer yo, darle una sorpresa a papá y también a Holly. A veces los adultos son muy lentos y necesitan una ayudita. Como en la película de los 101 Dálmatas, en la que Pongo es el que tiene que buscarle novia a Roger y gracias a él conoce a Anna y son felices. Papá ya conocía a Holly, pero Barie decía que al paso al que iban le pediría matrimonio cuando yo tuviera treinta años y definitivamente no quería esperar a ser viejito para tener una mamá.
Papá no tenía un perro y menos uno tan listo como Pongo. Y Leo el gatito era demasiado pequeño para resolver la vida amorosa de nadie. Así que Hannah y yo llegamos a la conclusión de que la cosa dependía de nosotros. Si necesitábamos ayuda, recurriríamos a Barie, pero todos los grandes planes que funcionan son secretos, eso todo el mundo lo sabe.
Lo primero que necesitábamos era contactar con Holly. Ideamos una forma de que papá nos dejara su móvil por un rato. Le dije que era para jugar a policías y ladrones y me lo prestó después de la merienda. Me fui con Hannah al piso de arriba y apreté el botón para encenderlo. Papá no lo tenía bloqueado como mis hermanos y por alguna razón eso me hizo sentir peor.
-         Hannah… ¿y si mejor le pedimos el número? – pregunté.

-         Nos preguntará para qué lo queremos.

-         Es que tengo sueño. Mejor mañana, ¿sí?

-         ¡No! Kurt, ya hemos esperado mucho – protestó.

-         Pero el que le mentí fui yo – murmuré. – Y me siento mal.
Hannah lo pensó un momento y luego me dio un abrazo, pero eso no me hizo sentir mejor.
-         Es para algo bueno – me dijo.

-         Ya sé….
En la película, Pongo también tiene que decir una mentirita para conseguir juntar a Roger y Anna. Cambia las agujas del reloj para que en vez de las cuatro sean las cinco. Pero nadie se enfada con él, porque sus intenciones son buenas…
Respiré hondo y busqué a Holly en la agenda de papá. Él y mis hermanos mayores me habían enseñado a hacerlo por si algún día ocurría una emergencia. Encontré su nombre y deslicé con el dedo para llamarla.
Escuchamos tres “pi” y luego descolgó.
-         Hola, amor. Estoy cambiando pañales ahora mismo. ¿Te llamo en cinco minutos o es urgente?
Hannah y yo nos miramos y soltamos una risita, nerviosos. Le había llamado “amor”
-         ¿Hola? ¿Quién es? – preguntó, extrañada. Mi hermana y yo contuvimos el aire y nos quedamos en silencio. - ¿Kurt?

-         ¿Cómo sabes que soy yo? – me asombré.

-         Por esa risita traviesa que se te escapó - dijo Holly. – Y estás con alguien más. ¿Hannah?

-         Olla – saludó, tímida. Ella no había hablado mucho con Holly todavía.

-         ¿Sabe vuestro papá que me habéis llamado?
Dudé un segundo. Esa parte no la habíamos pensado bien.
- ¡Shi! – mintió Hannah. - ¡Es que… quiere pedirte que te cases con él!
Holly no respondió por un buen rato y Hannah se mordió el labio, ansiosa.
-         Vaya, no me digas. Qué sorpresa. ¿Os lo ha dicho él? – preguntó Holly.

-         Eh… sí – continué yo, dudoso.

-         ¿Seguro?
Ya era feo mentirle a papá, pero ¿a Holly también? No iba a querer ser mi mamá nunca si pensaba que era un mentiroso.
-         Ño… ¡Pero seguro que quiere! Mi papá te quiere mucho – aseguré. Eso no era mentira.

-         Y yo a él también, azucaritos. Muchísimo.

-         Entonces, ¿os vais a casar? – preguntó Hannah, ilusionada.

-         Tal vez algún día, corazón. No lo sé.

-         Pero…

“Pero yo quiero que seas mi mamá” pensé, aunque no me atreví a decirlo. “Antes de los 30”.

-         Papá sonríe más cuando está contigo – dijo Hannah. – Y tú pareces buena y Kurt te quiere.

-         Oww. Yo también os quiero a vosotros, peques. El viernes nos vamos a ver en la competición de Blaine y os voy a dar un abrazo grande grande – prometió. – Pero ahora tenéis que devolverle el móvil a papá.

-         Buh.

-         Anda, cariño.

-         Ta bien. Iosh, Holly – le dije.

-         Adiós, tesoro.

-         Hasta el viernes – se despidió Hannah.

Terminamos la llamada y Hannah me sonrió.

-         Ella sí quiere casarse con papá – declaró, convencida.

-         ¿Y crees que él también? – pregunté.

-         Eso no importa, Barie dice que los chicos no saben lo que quieren y que muchas veces las mujeres tienen que decidir por ellos.

-         ¡Yo sí sé lo que quiero! – me quejé. – Ahora mismo quiero dormir y luego tomar otro batido.

-         Pero tú no eres un chico, tú eres mi hermano – me aclaró.

Ante eso no supe qué responder y miré el móvil de papá, preparado para ir a devolvérselo. Sin embargo, debí apretar uno de los muchos iconos del menú, porque se abrieron las fotos. Sonreí: estábamos Hannah y yo con Ted en la mesa. Era una foto de hacía solo un ratito. Se la enseñé a mi melliza y ella deslizó el dedo para cotillear las imágenes que papá tenía guardadas. Había muchas del acuario…. Y de pronto, nos encontramos con una de un señor al que no conocíamos.

-         Será un amigo de papá – supuso Hannah.

Pero los amigos de papá eran personas de la iglesia, el señor Morrinson, Matt el ilustrador y ya. Y el señor de la foto no era ninguno de ellos.
Me moría de curiosidad, algo me decía que ese hombre era importante. Bajé las escaleras para buscar a papá, pero a quien encontré fue a Ted. Hannah se quedó en el último escalón, mirándonos.
-         Ted, ¿quién es este señor? – le pregunté.
Agarró el móvil y la mano le temblaba un poquito.
-         No deberías cotillear las cosas de papá, enano – me regañó. – Te prestó el móvil para que jugaras, no para que mires sus fotos.
Sin darme cuenta estiré el labio y puse un puchero. Lo que Ted no sabía es que papá me dejó el teléfono para jugar y yo había llamado a Holly.
-         Hey…. No, peque, perdona. No hiciste nada malo, es que no sabía cómo responder a tu pregunta – me dijo y me levantó para sentarme encima de él. – Ese señor es… mmmm… Creo que eso te lo tiene que contar papá.

-         Bueno – accedí.
Hannah se nos acercó en ese momento.
-         Uy, qué carita me traes tú también - exclamó Ted al verla. - ¿Qué os pasa, bebés? El que está aburrido estudiando soy yo, vosotros tendríais que estar por ahí haciendo trastadas.

-         No hace falta que les des ideas – intervino papá, saliendo de la cocina en ese momento, secándose las manos con un trapo y sonriendo.



-         AIDAN’s POV -
El batido de fresa fue un éxito rotundo. A veces, el mejor camino para alegrar a un niño es a través de la comida y creo que con eso logré animar a Harry. Le prometí que cuando acabase sus deberes jugaríamos con la videoconsola y eso remató la jugada. Después de fregar los vasos, iba a subir a verle, pero me topé con Hannah y Kurt hablando con Ted. Llegué justo para escuchar a Ted extrañado porque no estuvieran haciendo travesuras. No sé si mi hijo se daba cuenta, pero cada vez iba adquiriendo hábitos más paternales con ellos. Me derretía y moría de orgullo cada vez que le veía así con los peques.
- ¡Papi! – saludó Kurt. He ahí otra cosa que me ponía blandito: la forma en la que el enano me llamaba cuando yo entraba en una habitación, para luego acercarse a mí como si lleváramos años sin vernos. Esos gestos expresaban un amor puro y sincero sin ningún tipo de contención por presión social.
- Hola, bebés.
Hannah no tardó nada en venir también. Me fijé en que Kurt llevaba mi móvil en la mano.
-         ¿Ya habéis jugado? – pregunté. - ¿Quién ganó?
Solo entones me di cuenta de que los peques estaban tristes.
-         Papi… hicimos algo malo – murmuró Kurt.

-         ¿Uh? ¿Qué hicisteis, campeón?
Ningún ser humano con medio corazón podría resistirse a mis bebés cuando venían sintiéndose culpables a confesarme una trastada. Había muy poquitas cosas que pudiera decir a continuación que realmente fueran capaces de enfadarme, pero a lo mejor me tocaba fingir.
-         Mmm… No usamos tu móvil para jugar.

-          ¿No? ¿Y para qué lo usasteis? – me extrañé.

Antes de que tuviera tiempo de responderme, el teléfono empezó a vibrar en mi mano con una llamada entrante. Era Holly. Levanté un dedo para indicarles a Hannah y Kurt que esperaran y descolgué.
-         ¿Sí?

-         Hola – me saludó. – Veo que ya te lo han devuelto.

Miré a mis dos mocositos. ¿Habían llamado a Holls?
-         Sí… Siento que te hayan molestado.

-         Ninguna molestia. Son adorables – me aseguró.

-         Lo sé y lo saben, juegan bastante bien esa carta – respondí, entre divertido y avergonzado. ¿Para qué habían llamado a mi novia?

-         Me han pedido matrimonio – me soltó.

Solté una tos, como si me hubiera atragantado, aunque nada obstruía mi garganta salvo la enorme impresión que me provocaron esas palabras.
-         ¿Que hicieron qué cosa?

-         En tu nombre – continuó, con una risita.

-         Ay, madre mía…

-         Ha sido muy divertido. Ni se te ocurra enfadarte con ellos, ¿eh? Fue muy tierno. Aunque te advierto que, si algún día quisieras hacerlo, no aceptaré si es por teléfono ni de boca de los niños.

Me quedé sin habla por unos segundos. Sabía el tipo de respuesta que quería por su tono humorístico y juguetón, pero “entre broma y broma la verdad se asoma”.
-         Ah, ¿y por qué debería ser yo? ¿Por tradición? ¿No estamos en el siglo XXI? Igual deberías pedírmelo tú – contrataqué.

-          Ni hablar, yo ya me humillé bastante presentándome en la puerta de tu casa para entrevistarte y ver si conseguía que te fijaras en mí, ¿o es que no te acuerdas?

Sonreí al recordar aquellos primeros encuentros. ¿Por qué sentía que hacía toda una vida de eso, cuando en verdad había pasado muy poco tiempo?

Seguí hablando con ella un rato más y Kurt y Hannah empezaron a inquietarse, aburridos de esperar, y a juguetear con la mano que tenía libre, chocándola o moviéndola como si fuese de plástico. Finalmente me despedí de Holly y quedamos en hablar por la noche.

Cuando colgué, me sobresalté al ver una foto de Dean en la pantalla. ¿Qué hacía mi galería abierta? ¿La habrían visto los enanos? Si les preguntaba al respecto me estaba delatando yo solo…

-         Papi, lo sentimos – dijo Kurt, interrumpiendo mis pensamientos. – No quería decir una mentira, solo era para darte una sorpresa.

-         ¿Y cuál es exactamente la sorpresa? – pregunté. - ¿Prepararme una boda a escondidas? ¿Pensabais llamar al cura después? – bromeé y me agaché para hacerles cosquillas.

-         ¡Ay! Jajaja ¡Papi! – protestó Kurt.

Hannah se escabulló y se subió a mi espalda, donde debía sentirse a salvo.

-         Bichitos entrometidos. ¿Sabéis la vergüenza que me habéis hecho pasar?

-         Perdón – musitó Kurt. - ¿Tas enfadado?

-         No, mi vida. Sé que no queríais hacer nada malo. Pero no está bien que llaméis a nadie en mi nombre – declaré, en un breve instante de seriedad. – Yo le diré a Holly lo que le tenga que decir.

- Eno, papi. Pero díselo antes de que me haga viejito – pidió Kurt. – Si esperas mucho más me voy a morir.

-         ¿Qué?  Ni siquiera lo pienses – me espanté.

-         Pá, es una forma de hablar – intervino Ted, que se había mantenido al margen. Se puso a mi lado y me tocó el hombro, como diciendo “no te asustes, el enano está bien, no significa nada, no es un mal augurio ni nada de eso”. – Es que se muere de impaciencia, ¿verdad?

-         Ahá.
Me esforcé por respirar hondo para calmarme. Me angustiaba que Kurt pudiera tener miedo de su operación y me aterrorizaba la posibilidad de que algo saliera mal. Pero no podía vivir en un pánico constante, no le haría ningún bien a mi niño así.
-         Papá… ¿quién es el señor de la foto? – me preguntó de golpe.

-         ¿Lo viste? – segundo microinfarto de la tarde. Mi bebé asintió y me quedé momentáneamente en blanco.

-         ¿Quién es? – insistió, ya que no le respondía.

-         Igual ha llegado el momento de decírselo – me sugirió Ted. – Ya sabes… a todos.
Una parte de mí sabía que tenía razón. No podía seguir retrasándolo. Los problemas y los imprevistos no dejaban de salirme de debajo de las piedras y no debía posponerlo eternamente. No había hablado con ningún psicólogo acerca del mejor método para contárselo, pero sí con Holly, quien me hizo ver que mis hijos en realidad ya tenían bastante experiencia con ese tipo de noticias.
Suspiré y asentí.
-         Peques, sentaros en el sofá, ¿vale? Voy a llamar a vuestros hermanos y os cuento quién es ese señor.
Hannah y Kurt se sentaron, obedientes y yo subí a buscar a los demás. Fui cuarto por cuarto convocando una reunión en el salón.
-         Quiero dejar constancia de que soy inocente hasta que se demuestre lo contrario y que, si ya se ha demostrado lo contrario, tengo derecho un abogado y elijo a Ted – anunció Zach, bajando las escaleras.

-         Tus derechos legales han quedado suspendidos por la dictadura paternal que rige esta casa – repliqué, intentando aguantarme la risa. - Te irá mejor si confiesas voluntariamente.

-         Está bien. Se me cayó la foto del mueble del salón cuando estaba buscando mi móvil. No se rompió del todo, pero sí se rajó el cristal. Pensaba decir que había sido el gato… Espera… ¿confesar voluntariamente? ¿Entonces no lo sabías?

-         No me fijé en la foto, aún no vi ninguna raja. No gano para marcos, se rompen todos últimamente – me quejé. – No estás en líos por eso, Zach, fue un accidente. Aunque sí debería regañarte por embustero.

-         Intento de embustero, papá – me corrigió.

Le di una palmadita floja.

PLAS

-         Aich.

-         Ve al sofá, antes de que tú solito te delates de más cosas – le dije.

Esperé a que todos se sentaran, lo cual llevó un tiempo considerable porque siempre es difícil que doce niños y adolescentes se pongan donde tú quieres y te presten atención. Cuando finalmente me observaron más o menos en silencio, cogí aire y lo expulsé lentamente, tomando fuerzas para iniciar aquella conversación.

-         ¿Recordáis cuando fue el juicio de Michael que os dije que Andrew me había confesado que en realidad era mi tío? Y que gracias a eso os iba a poder adoptar. Tranquilos, eso sigue en pie – me apresuré a añadir, al ver algunas expresiones de horror. – Solo estoy esperando a que se resuelva todo lo de Greyson. Es mejor de cara a Servicios Sociales y además conviene legalizar mi situación antes que la vuestra. Demostrar cuál es nuestro vínculo sanguíneo real – expliqué, de cara a los más mayores.
Michael hundió los hombros, entendiendo a qué me refería con lo de “resolver lo de Greyson”. Andrew y su abogado, el señor Wayne, opinaban que había que limpiar el nombre de Michael por completo antes de iniciar cualquier proceso de adopción. El hecho de vivir con alguien con antecedentes legales podía suponer un problema para las personas que tenían que darme el visto bueno. No era culpa de Mike, él era otra víctima en aquel terrible asunto. Le sonreí, en un intento de indicarle que todo iba a salir bien.
-         A veces se me olvida – susurró Alejandro. – Que no somos hermanos, quiero decir.

-         Hey. Siempre seré tu hermano – afirmé. – Al igual que siempre he sido tu padre.

-         Sí, pero también mi primo. Vas a crear un complejo de múltiple personalidad.

-         Bueno, es lo que hace falta para cuidar de doce monstruitos. Personalidad múltiple, mil ojos y algún que otro milagro – respondí y le hice un guiño. No habíamos hablado mucho sobre eso. Ninguno de nosotros se sentía cómodo ahondando en aquella nueva realidad, así que habíamos llegado al acuerdo tácito de quedarnos con la parte positiva de que les podía adoptar. - El caso es que Andrew me dijo algo más – continué, antes de que la conversación se desviara. – Me contó muchas cosas sobre su vida y me habló de dos personas… Se llaman Dean y Sebastian y tienen treinta y treinta y dos años. Y son… sus hijos.


-         ¿Sus hijos? ¿De Andrew? – inquirió Barie, la primera en entender. - ¿Tenemos más hermanos?

-         Eso parece. Yo tampoco lo sabía – insistí. – Me enteré hace nada…
Hubo un extraño silencio. Nunca se callaban ante ese tipo de revelaciones, siempre tenían mil preguntas y se atropellaban los unos a los otros, hablando a la vez y volviéndome loco. Pero aquel día pude contar hasta diez sin que nadie abriera los labios.
-         ¿Has hablado con ellos? – preguntó Zach, al final.

-         Todavía no – reconocí.

-         ¿Por qué no? – protestaron él y Barie a la vez.

-         Porque… no sabía bien qué decirles. Ellos no saben que existimos.

-         Es muy sencillo, papi. Le pasas una foto con nuestros nombres debajo y así se los aprenden antes – me sugirió Hannah. Ted sonrió por la ternura de su hermana, pero yo me dediqué a observarles para intentar adivinar cómo se estaba sintiendo cada uno.

-         Así que… ese señor… ¿es mi hermano? – preguntó Kurt.

-         ¿Qué señor? – dijo Cole.

Saqué mi móvil y les enseñé la foto de Dean y otra de Sebastian. Se fueron pasando el teléfono y soltando diversas exclamaciones, pero sin duda la que más llamó mi atención fue la de Barie.

-         Wow.

-         Vaya.

-         No se parecen…

-         Son muy mayores – opinó Dylan.

-         Son viejitos – apoyó Kurt. Le tendría que explicar a mi bebé que la gente por encima de treinta no éramos ancianos decrépitos.

-         Son asquerosamente guapos, como Andrew. Todo lo que tiene de mal padre, lo tiene de buenos genes – opinó Madie.

-         Pues se los podría meter por donde no le llega el sol en lugar de ir esparciéndolos por el mundo – gruñó Bárbara.


Todos la miramos, asombrados por la inusual rabia en su voz.
-          ¿Qué? – nos increpó. – Vosotros también lo estáis pensando. Agh, le odio tanto ahora mismo. Y yo que pensé que podía cambiar…

-         Para ser justos, esto pasó hace muchos años – susurré, sin poderme creer que le estuviera defendiendo.

-         ¡Nos lo ocultó! – exclamó Barie. - ¡Nos ha robado dos hermanos!

-         Sí, cariño – respondí, totalmente identificado con su impotencia. – Sé cómo te sientes…

-         Yo quiero conocerlos – manifestó Zach.

-         ¿Vivirán con notros también? – preguntó Kurt.

-         Son mayores, peque. Tienen sus propias familias… Y a lo mejor… Existe la posibilidad de que no quieran conocernos – les tuve que advertir. Por eso no se lo quería contar, entre otras cosas. – Será una noticia muy impactante para ellos.

-         Pues si no les llamas nunca lo sabrás – replicó Alejandro. - ¿Tienes el número?

Se inclinó hacia delante, como dispuesto a llamarles en ese momento.
-         Lo tengo, pero hay que ser cuidadosos con esto, Jandro. No me quiero precipitar… - empecé, pero me interrumpí, al ver que Madie se llevaba las manos a la cara para limpiarse unas lágrimas silenciosas. – No llores, cariño….

-         Snif…. No es nada, papi. Es que… me pone triste que esas personas sean mis hermanos y tú no. Sé que es absurdo, no cambia nada. Eres y siempre fuiste mi padre…. Pero es como haber vivido una mentira. Y… snif… si las cosas hubieran sido de otra manera…. Tal vez habríamos crecido con ellos y no contigo.

Me acerqué y le di un abrazo fuerte.

-         Si las cosas hubieran sido de otra manera habríamos vivido todos juntos, pero nada más, ¿eh? Tú eres mi princesa en esta vida, en la otra y en cualquier mundo paralelo que exista – afirmé y enredé las manos en su espesa melena. – No estés triste, cielo. Es algo bonito, en realidad. Más hermanos…

-         Sí, pero no son bebés… snif…. No me gusta cuando vienen crecidos, luego salen como Mike – bromeó.

-         ¡Oye! – protestó el aludido y le hizo cosquillas. – Un respeto a tu hermano mayor

Me gustaba tanto escucharle referirse a sí mismo de esa manera… Me daba esperanzas. Si él se había integrado tan bien, tal vez Dean y Sebastian podían hacerlo, aunque nuestras vidas fueran tan diferentes.

En realidad, iba a comprobarlo antes de lo que pensaba: mientras yo hablaba con Madie, Alejandro había acaparado mi móvil y fijaba la vista en la pantalla, marcando en el inalámbrico con la otra mano. Ted fue el primero en verlo.

-         Eh, ¿qué haces?

-         Alejandro, dame eso – le pedí.

-         Toma, ya tengo lo que quería – respondió con descaro, y me lanzó el móvil. Le taladré con la mirada porque podía haberse escacharrado si no llego a tener reflejos.

-         ¡Las cosas no se tiran! – le regañé. - ¿Qué es lo que tienes?

Era obvio, pero mi mente era incapaz de procesarlo, en un estado de negación que me saldría caro, porque me hizo reaccionar lento.
-          ¿Guardaste ahí las fichas que te pasó Andrew? – me dijo Ted. Asentí brevemente.

-         Alejandro, suelta el inalámbrico – le exigí.

-         ¡Y un cuerno!

Echó a correr y yo tras él, de forma que empecé a perseguirle por todo el salón. La diferencia es que yo me fijaba por donde iba y él no, así que acabó por chocarse con Alice, tirando a la pequeña al suelo.

-         ¡Bwaaaaa!

-         ¡ALEJANDRO!

-         No se ha hecho nada – repuso y pulsó el botón de marcar.

-         ¡Cuelga ahora mismo! – le advertí, mientras cogía a Alice en brazos intentando que se calmara.

-         ¿O si no qué? No voy a esperar a que te decidas. Además, no es solo tu decisión, también son mis hermanos – me espetó.

Puso el altavoz y contuve la respiración mientras escuchaba los pitidos. Avancé hacia él y forcejeé con el brazo que tenía libre para arrebatarle el teléfono, pero entonces la persona al otro lado de la línea descolgó:
-         ¿Dígame? – dijo, una voz masculina.
Nos quedamos en el más absoluto de los silencios.
-         ¿Hola? – insistió.
¿Era Dean o Sebastian? No sabía a cuál de los dos habría llamado mi hijo. Aquella voz no me decía nada más que se trataba de una persona joven.
De la impresión, aunque no estoy seguro de que entendiera del todo lo que estaba pasando, Alice había dejado de llorar, aunque aún respiraba raro. Miró al teléfono que Alejandro sostenía frente a todos y luego a mí, como diciendo “¿por qué no contestas, papi?”
-         ¡Olla! – saludó ella.

-         Oli, ¿eres tú? ¿Desde qué número llamas, hijo? ¿Ocurre algo? ¿Has sabido marcar tú solo? – preguntó la voz, con evidente preocupación y nerviosismo. - ¿Oliver?

Hijo. Dean no tenía hijos, pero Sebastian sí.

-         ¿Se… Sebastian? – susurré, con la garganta seca.
             
             
             
            N.A.: GRACIAS POR LEERME DURANTE 100 CAPÍTULOS 💖

Me parecía un número importante, pero aún queda mucha historia por delante :D 
            Siento si no quedó "a la altura de las circunstancias" para un número tan "redondo". Iban a pasar más cosas, pero estaba tardando mucho en escribirlo y quería publicarlo hoy. Espero que el calor me dé una tregua y el próximo sea más largo, porque se me derriten las ideas, los dedos y todo.


3 comentarios:

  1. aich que ganas de leer el próximo capítulo :D Felicidades por tu capítulo Nº100 te quedó increíble como siempre, espero con ansias saber que pasa con Aidan, no tardes en actualizar por favor :D

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  2. Felicidades por tu capítulo 100 que sigas teniendo mucha inspiración hasta los 3,000 jejejje

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  3. Woaw!!! Impresionante!!! Estoy con el corazon en la boca!! Me encanta tu historia y te felicito por el capi 100 siempre visito esta pagina y la tuya es de mis favoritas, como siempre un excelente trabajo
    Anita

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