jueves, 7 de mayo de 2020

CAPÍTULO 98: Secretos vergonzosos




CAPÍTULO 98: Secretos vergonzosos

El lunes me desperté a las cinco de la mañana. Mejor dicho, me despertaron. Estaba profundamente dormido, así que tardé un rato en enfocar a Harry, que me zarandeaba con evidente nerviosismo.
-         Ya… ya… ¿qué pasa, enano? – pregunté, frotándome los ojos. En cuanto vi la hora solté un bufido. – Harry, es super pronto.
Mi hermano se mordió el labio y me echó una mirada entre culpable y avergonzada.
-         ¿Qué ocurre?
Fue incapaz de responderme durante varios segundos y yo los empleé para intentar despejarme. ¿Habría tenido un mal sueño? ¿Por qué había acudido a mí y no a papá? Aunque Harry era más de callarse y no acudir a ninguno de los dos.
-         Es que… - empezó, pero después se quedó callado.

-         Puedes contarme lo que sea – le animé. Sin embargo, solo recibí silencio. - ¿Estás en líos? – probé, pero él negó con la cabeza. – Entonces, ¿qué es? ¿Te encuentras mal?
Volvió a negar, pero esta vez no parecía tan seguro.
-         Vamos, suéltalo ya. ¿Has tenido una erección? Porque creo que papá ya habló contigo sobre eso.

-         ¡Ted! – protestó, empujándome un poco. – Idiota, no te burles de mí.

-         Perdona, enano – me disculpé. Sí que estaba sensible el bicho molesto. – Pero fuiste tú quien me despertó, así que supongo que querías decirme algo y no tenerme aquí jugando a las adivinanzas.

-         Mmm. Olvídalo – murmuró y se dio la vuelta para marcharse.

Le agarré del brazo y me levanté rápidamente, chochándome contra la litera de arriba.
-         ¡Auch!

-         ¡Ted! ¿Estás bien? ¿Te diste en la cabeza? ¿Llamo a papá?

-         Estoy bien – le tranquilicé. – Solo fue un golpecito. No me voy a romper.

El papel de sobreprotector de hermanos era mío, pero por lo visto, a raíz de lo que me había pasado, todos estaban pendientes de que nada me rozara la cabeza.
-         Anda, Harry. Cuéntame qué pasa. No me voy a reír – le aseguré.
Susurró algo en voz tan baja que solo pude comprender una palabra: “cama”.
-         ¿Qué?

-         He mojado la cama – admitió al final, con una expresión que reflejaba lo mucho que quería desaparecer en aquel momento.

Fui a su cuarto, como si necesitase comprobar lo que me decía. Zach dormía plácidamente y un olor característico, aunque no muy fuerte, me confirmó la confesión de Harry.
-         Yo… snif… me desperté… y…

-         Tranquilo, enano. No pasa nada.

Harry estaba muerto de vergüenza, pero aquella no era la primera vez. Le ocurría unas dos veces al año, aunque hacía ya meses desde la última. Creo que había pensado que ya lo había superado y por eso se le hacía aún más difícil.
-         ¿Me ayudas… snif… a lavarlo? No sé poner la lavadora.
Así que por eso me había llamado.
-         No podemos poner una lavadora a las cinco de la mañana, Harry. Pero no te preocupes, deja las sábanas en el cesto…

-         ¡No!  Snif… no quiero que nadie se entere.

-         Papá no te va a decir nada – le prometí.

-         ¡No! ¡Te lo he dicho a ti para que me ayudes, no para que te chives!

-         Pero si no es chivarse… no hiciste nada malo… Le pasa a mucha gente, Harry…

-         Snif… Con trece años no.

Me acaricié la nariz. Ser el hermano mayor implicaba sacrificar la dignidad de vez en cuando.
-         A mí me pasó con quince – le dije.

-         ¿Con quince? – se extrañó.

-         Cuando Alice vino a vivir con nosotros. Supongo que el cambio me puso nervioso y además no dormía bien porque la enana se despertaba mucho, y solía venir a mi cuarto en vez de al de papá porque por entonces le tenía algo de miedo. 

-         ¿Miedo de papá?

-         Miedo de despertarle por la noche. No me imagino a Andrew siendo de los que te confortan y se quedan contigo hasta que te duermes – le expliqué y Harry me dio la razón con una mueca.  – El caso es que mojé mi cama una vez. Y no me había pasado nunca, así que me sentí fatal. Pero no pasa nada. Solo hay que tener cuidado de no beber mucho antes de dormir.
Harry se encogió sobre sí mismo y asintió, mientras sacaba sus sábanas de la cama.
-         Tengo la vejiga de un niño de cinco años – gruñó.

-         ¿Por qué dices eso?

-         Porque es la verdad. Apenas aguanto una clase sin tener que ir al baño. ¡Y me hago pis en la cama! – bufó, molesto consigo mismo.

-         Hey, te ha pasado muy poquitas veces.

-         ¡Y me pasó también despierto! – me recordó. Tal vez por eso había acudido a mí: porque yo le había dado ropa limpia cuando se peleó con Madie, papá le regañó y él tuvo un... escape.

-         Enano, es más normal de lo que crees. Y no es culpa tuya.

Suspiró, haciendo un burruño con la ropa.
-         No le digas a Zach, ¿vale?

-         No se lo diré a nadie. Ven aquí, microbio – le pedí y tiré de él para darle un abrazo.

-         Quita, Ted, que tengo que dejar esto – se quejó. - ¿No te da asco?

“Un poco, pero he cambiado los pañales de tres hermanos y las sábanas de Kurt más de una noche” pensé para mí, pero omití decirlo en voz alta. Me pregunté por qué los niños se hacían pis en la cama con más frecuencia que las niñas.
-         ¿De verdad te hiciste pis con quince años? – inquirió.

-         Sip – le mentí.

“A veces hay que dejar la dignidad de lado” me repetí.

-         ¿Y Jandro? – tanteó.

-         Los secretos de un hermano no se comparten con otro hermano sin permiso – repliqué. – Soy una tumba contigo y soy una tumba con todos los demás.

Harry finalmente accedió a dejar la ropa en el cesto y yo le di un pijama nuevo y le dije que se fuera a mi cama a dormir un rato más. Ventilé su cuarto, sorprendido de que Zach no se hubiera despertado, y me fui a hacer el desayuno, sabiendo que se lo tenía que contar a papá, para que no abordase el tema con el enano y le hiciera sentir avergonzado.

-         AIDAN’S POV –

El olor de las tostadas hizo que Kurt me arrastrara hasta la cocina. Se había levantado con hambre el peque.

Y Ted debía de haberse levantado muy temprano, porque el almuerzo de todos ya estaba repartido en bolsitas y el desayuno estaba prácticamente hecho.

-         Campeón, haberme esperado...

Me sentí culpable, como siempre que Ted terminaba haciendo algo que era mi trabajo. Dependía demasiado de él, aunque normalmente por lo menos lo hacíamos juntos.

-         Me desperté muy pronto y pensé que podía ir adelantando. ¿Y tú, peque? ¿También estás madrugador? – le dijo a Kurt. – Esto ya casi está. ¿Por qué no vas al baño a quitarte esas legañas mientras termino? – sugirió.

Fue una forma poco sutil de echarle, pero Kurt asintió y se marchó al baño frotándose los ojos. Miré a Ted con curiosidad, preguntándome por qué había querido quedarse a solas conmigo.

-         Harry se hizo pis en la cama – me contó, sin rodeos.

-         Vaya – respondí, sorprendido. Pobre enano. Conociéndole, se sentiría muy avergonzado. - ¿Dónde está?

-         En mi cuarto, durmiendo. Pero no le digas nada aún… Él no quería que lo supieras.

-         Oh – intenté no tomármelo como algo personal.

-         ¿Crees que debería… ir al médico?

-         No es algo de todos los días, le ocurre muy de vez en cuando. Me lo plantearé, pero no sé si le haría sentir peor… A mí también me pasaba a su edad.

-         ¿Qué?

-         Que también me pasaba. Especialmente cuando empecé a… beber alcohol.

-         Pero Harry no bebe – replicó.

-         Ya sé que no, y más le vale, pero últimamente ha habido muchos cambios en su vida. A veces esa clase accidentes tienen que ver con el estrés. Odiaría pensar que se siente como yo cuando tenía trece años… - murmuré. Las pesadillas fueron frecuentes tras la segunda visita al rancho de mis abuelos y muchas mañanas mis sábanas aparecían empapadas en algo más que en sudor. Toda mi vida había tenido como objetivo principal que mis hijos jamás experimentasen el miedo que yo sentí cuando mi abuelo me golpeó.

-         Harry está bien. Ya le había pasado antes de este año de locos – me dijo Ted y me di cuenta de que tenía razón. No era algo que hubiera empezado a suceder recientemente. Le observaría y, si iba a más, consideraría la opción de ver a un especialista. Por el momento mi niño solo necesitaba que no le hiciéramos sentir como un bicho raro por su pequeño problema.

Kurt regresó del baño y se sentó a la mesa. Le dejé con Ted y fui a despertar a los demás, pero me crucé con Harry, que estaba recogiendo las sábanas sucias del baño. ¿Qué pensaba hacer con ellas? ¿Esconderlas?
Cuando me vio, se quedó clavado en el pasillo y se mordió el labio.
-         Buenos días, campeón.

-         B-buenos días.

-         ¿A dónde vas con eso? Déjalo en el baño, lo lavaré luego – le dije, como si se tratara de una camiseta con alguna mancha de comida.

-         Son mis… mm…

-         Sé lo que es, canijo – me acerqué a él, le cogí la ropa y la volví a dejar en el cesto. – Y no pasa nada. No tienes que esconderlo como si fuera contrabando.

A su pesar, sonrió un poquito, pero enseguida se puso triste de nuevo.

-         Hey, no. Fuera esa cara larga – le pedí y le di un abrazo.

-         No soy un bebé – gimoteó, escondiendo la cara en mi camiseta.

-         No, ya sé que no. Siempre serás mi enano, pero aparte de eso se que ya eres todo un hombrecito, ¿mmm?

-         Los hombrecitos no se hacen pis – repuso, con un suspiro.

-         Eso no es cierto, todo el mundo hace pis, sino se muere – respondí, lo que me valió un pisotón flojo como protesta. – Vale, vale. Sé lo que quieres decir, pero tampoco es cierto. Les pasa a muchos chicos, se llama enuresis nocturna y cada vez te ocurre con menos frecuencia, lo cual es buena señal. E igual tiene algo que ver con que alguien se tomara seis vasos de Coca-cola por la tarde de ayer, ¿no?

-         No, nada que ver – refunfuñó, con voz mimosa.

Sonreí y le di un beso en la cabeza.
-         ¿Por qué no viniste a buscarme a mí? ¿Es que abrazo peor que Ted? Me voy a poner celoso, ¿eh? – bromeé, pero quería saberlo y me pareció una buena manera de plantear la cuestión.

-         Me daba vergüenza – musitó. – Además, Kurt dormía contigo y no le quería despertar.

-         Siempre hay sitio en mi cama para uno más – le dije y le acaricié el pelo.

-         ¿Y si te casas con Holly? – susurró.

¿Por qué todo el mundo hablaba de boda últimamente? ¿Es que nadie comprendía la necesidad de ir despacio?
-         ¿Qué pasaría entonces? – pregunté, sin entender qué relación tenía con lo que estábamos hablando.

-         ¿Habrá sitio también? – cuestionó.

Como yo siempre había sido un hombre soltero, nunca había compartido mi cama con nadie que no fueran ellos. La idea que Harry planteaba se me hacía extraña e incómoda.

-         Claro que sí. Y ahora vamos a desayunar, hoy tengo un día muy largo.
Seguí con la rutina habitual de preparar a todos para el colegio. Alice estaba con mucho sueño, así que la bajé en brazos y ella prácticamente siguió durmiendo encima de mi hombro.
Cuando todo el mundo estuvo listo, fuimos a los coches, pero ese día le pedí a Ted que me dejara el suyo: tenía que ir a ver al padre de su amigo Mike, y el gran monovolumen era mucho más difícil de aparcar en el centro de la ciudad.
La cita con aquel hombre tendría lugar en su consultorio. Iría yo solo, sin Kurt, porque se trataba de una consulta para resolver dudas más que de una revisión médica. No teníamos mucho trato, hacía años que no hablábamos, realmente, pero cuando le vi comprobé que se conservaba exactamente igual a como le recordaba: con el pelo rubio apenas entrecano, alto y con bastante parecido a su hijo Mike.
-         Gracias por su tiempo, sé que está muy ocupado.

-         ¿Desde cuándo nos hablamos de usted? – replicó. – Mi hijo te llama “tío”. Y soy yo quien te da las gracias, por ir a por él a aquella fiesta. Todavía no me puedo creer que pretendiera conducir borracho… Últimamente parece que no tenga cerebro.

-         Creo que solo quiere llamar tu atención – respondí. – Es un buen chico, pero se siente solo.

Ahí estaba yo, dando consejos que nadie me había pedido sobre paternidad. Pero Mike me había contado algunas cosas sobre su familia y aquella era la ocasión ideal para hacer algo al respecto.
-         Es un adolescente. Se pasa el día en la calle con sus amigos, no sé qué más quiere…

-         Estar en casa con su padre – repliqué. “De verdad, hombre, ¿estás ciego?” pensé. – Además, dudo que esté con sus amigos. Mike solo se lleva con Fred y Ted. Ted no sale mucho y por lo que sé, Fred tampoco.


-         ¿Fred? – preguntó. - ¿Que es, un amigo de los chicos? Nunca me ha hablado de él.

Me contuve para no soltar un improperio. ¿Qué clase de relación tenía con su hijo si no conocía a sus amigos más cercanos? Y ya no hablo de interesarse por sus cosas, sino porque mis hijos no salían si yo no sabía con quién habían quedado.

Fred llevaba dos años formando parte del grupo de Mike y Ted. Hasta ese punto llegaba la desconexión de aquel hombre con su hijo. Me preocupó lo de que se pasara todo el día en la calle. ¿Con quién? Porque con mi chico no era.

-         Sí, es un amigo… Escucha, Ryan… Mike está en una edad difícil. Ya no es un niño, pero aún no es adulto - le dije, intentando hacerme entender.

¡Que seas su padre, joder!” le hubiera gritado, pero claro, había que mantener unas formas.

-         Está a punto de irse a la universidad, tiene que crecer y dejarse de tonterías – bufó.

Rechiné los dientes. No había ido allí para discutir con él, pero ese hombre estaba por perder a su hijo y no quería verlo.

-         No son tonterías. Uno no deja de necesitar a su familia por hacerse mayor. Sé que trabajas mucho y tu mujer también, pero Mike os necesita. Él mismo me lo dijo.

Ryan pareció sorprendido por esas palabras y carraspeó, incómodo. Yo había entregado el mensaje. Ojalá hiciera algo útil con él…

-         Viniste a hablarme sobre… Kurt – dijo, para cambiar de tema, mirando unos papeles donde debía tener apuntadas algunas cosas. - ¿Ya sabes quién le va a operar?

Le compartí todo lo que sabía y trató de tranquilizarme diciendo que Kurt iba a poder llevar una vida normal si todo iba bien. Le sonaba el nombre de la cirujana, pero se asombró de que hubiéramos podido conseguir que nos atendiera. Por lo visto estaba muy solicitada y operaba a los hijos de políticos y grandes empresarios de todo el mundo.

-         Pero es que no lo entiendo. Yo le veo bien, le veo sano… - me desahogué.

-         Míralo así, Aidan. Imagina que estás realizando un circuito de veinte vueltas, pero resulta que alguien puso un tronco en medio de la pista y tú no eres un corredor de obstáculos. En la primera vuelta, seguramente podrás saltar el tronco. Y en la segunda, y en la tercera. Pero cada vez estarás más y más cansado y llegará un momento, tal vez en la décima vuelta, en la que no podrás saltarlo – me explicó. - Si yo te miro en las primeras vueltas, diré: ah, pero este hombre es un corredor fantástico, todo funciona bien. Pero si miro desde más arriba y veo el tronco en la pista puedo ver que en el futuro será un problema, ¿lo entiendes?

Asentí y suspiré. No había forma de escapar de aquello. Ya debería de estar acostumbrado a que me sucedieran cosas que no podía controlar.

Después de algunos minutos, me despedí de él y regresé a casa, donde me estaba esperando Michael. Pasé el resto de la mañana alternando entre ayudarle a estudiar algunas cosas y hacer labores domésticas, hasta que fue la hora de recoger a los chicos del colegio.

-         ¿Vienes, campeón?

-         ¡Sí! ¡Sí, por Dios, sí! – exclamó Michael. – Lo que sea menos leer un solo problema más de física.

Sonreí. Michael era claramente de letras, cada día lo confirmaba más.
-         Te estás esforzando mucho, hijo. No sabes lo orgulloso que estoy de ti.
Él se congeló y poco a poco fue esbozando una sonrisa.
-         ¿Y puede el orgullo transformarse en algo más? – preguntó, con una mirada pícara.

-         ¿Ah?

-         La semana que viene estrenan una peli que quiero ver.

-         ¿Quieres ir al cine? – comprendí.

-         Pero sin los enanos – aclaró, rápidamente. – Es esa de terror… Por una vez quiero ver algo que no sea de críos.

-         Claro, campeón – respondí, mientras cogía mis llaves.

-         ¿De verdad?

-         Por supuesto que sí. Puedes salir siempre que quieras, hijo, sin necesidad de que sea un plan en familia – le dije. La verdad es que, desde el juicio, pero ya incluso desde antes Michael no hacía muchos planes propios de gente de su edad, quizá porque no tenía un buen grupo de amigos. - ¿Con quién irías?

-         Yo solo.

-         ¿Al cine solo? – me extrañé. - ¿Por qué no vas con Ted?

-         Porque no le gustan las pelis de miedo. No pasa nada, en verdad me apetece aislarme un poco. Aquí siempre hay demasiada gente…


-         ¿Seguro? ¿La peli es para mayores de dieciocho? Porque si no es muy violenta puedes ir con Jandro… Sé que a él le encantará la idea, nunca le dejo.

-         No, en serio. Sería genial una tarde para mí.

-         Bueno, como quieras. Claro que puedes ir, canijo. Pero ahora vamos a por tus hermanos. Odio hacerles esperar.

-         Mamá gallina preocupada por sus polluelos – se burló.

Le perseguí sin hacer un verdadero esfuerzo por alcanzarle y él corrió hasta el coche. Rodé los ojos y cerré la puerta.

Cuando llegamos al colegio ya habían salido casi todos. Solo faltaba Alejandro, que vino enseguida con rostro algo serio.

-         ¿Todo bien? – le pregunté. Él se encogió de hombros.

-         Los adolescentes son animales sociales y elocuentes, dichosos de compartir su día con su progenitor – dijo Cole, con una voz ligeramente impostada.

-         ¿Eh?

-         Estoy practicando. Tenemos que narrar un documental para sociales – me explicó. – El profe nos va a pasar el vídeo mudo y le tenemos que poner voz. Tengo que llevar un pendrive a clase a lo largo de la semana.

-         Oye, pero eso está muy chulo – protestó Ted. – A mí no me mandaban esas cosas, solo resúmenes aburridos. No es justo.

-         Puedes hacer el mío si quieres – probó Cole.

-         Buen intento, enano, pero no cuela. Además, tú lo harás mejor de lo que podría hacerlo yo, seguro.

Sonreí.

-         Creo que tengo un pen libre, campeón. Sino mañana te lo compro – le dije, colocándole un poco el pelo, porque lo llevaba muy despeinado. Tal vez fuera hora de hacer una visita a la peluquería, lo tenía demasiado largo y a él siempre le había gustado corto. – Todos a los coches, venga. Ted, coge el tuyo si quieres, gracias por cambiármelo hoy.

Fueron subiendo, pero yo retuve a Alejandro antes de que desapareciera en la fila de atrás.

-         ¿Pasa algo? Estás muy serio…

-         Mi profesor quiere verte mañana – respondió, en tono impersonal.

-         Oh. ¿Para qué?

“No pienses mal. No pienses mal. Si estuviese en problemas te habrían llamado a casa”.
-         Ni idea. Solo me dio esta nota – dijo y me entregó un papel en el que su tutor pedía una cita conmigo al día siguiente o que por favor le dijera otra fecha de no poder ser.
No era muy revelador.
-         ¿Buenas o malas noticias? – planteé.

-         Que no lo sé.

-         ¿Cómo van a ser buenas? – se rió Harry. – Que es Alejandro.

Le eché una mirada envenenada, porque además pude notar que a Jandro le molestó aquella pulla.

-         Al menos yo no me hago pis en la cama – le gruñó.
Antes de poder empezar a preguntarme siquiera cómo lo sabía, Harry ya se había abalanzado sobre él. Les separé como pude, pero entonces Harry se estiró y le dio un capón a Ted, que estaba en el asiento del conductor esperando para arrancar.
-         ¡Au! ¡Harry!

-         ¡Se lo has contado! - le acusó.

-         ¡Yo no le he contado nada! Aichs – protestó Ted, frotándose la cabeza.

-         Suficiente. Pídele perdón a…

-         ¡NO LE VOY A PEDIR NADA! ¡ES GILIPOLLAS! – gritó Harry. De forma infantil pateó el asiento.

Si había algo que cabreaba a Ted era que maltrataran su amado y preciado coche. Me estaba oliendo una pelea monumental a tres bandas y no estaba por la labor.

-         ¡Dije que basta! – exclamé.

-         ¡No puedes patear el asiento, Harry, que no tienes cinco años! – le reprochó Ted.

Harry se echó hacia delante para volver a golpearle, en lo que parecía una rabieta digna de mis hijos más pequeños.

-         Que le dejes, animal – intervino Alejandro. – Él no me dijo nada, pero estaba despierto cuando viniste a nuestro cuarto.

Harry volcó su furia hacia él de nuevo y yo estaba haciendo lo posible por sujetarle, pero se revolvía con ganas. Sin embargo, Alejandro aún estaba fuera, así que para alcanzarle tuvo que acercarse a mí y ahí sí le agarré.

-         No puedes pelearte así con tus hermanos – le zarandeé un poquito, resistiéndome a darle una palmada.

-         ¡Se burló de mí!

-         Y no estuvo bien, pero tú te burlaste primero. Y Ted directamente no hizo nada más que ser bueno contigo hoy. Le debes una gran disculpa.

-         Esta de aquí – replicó, agarrándose la entrepierna.

Harry era como un mini Michael o un mini Alejandro. No podía permitir que con trece años me hablase así.

-         Si no quieres hacer una escena en la puerta del colegio te sugiero que te calmes y te metas en mi coche – le advertí. – Y por el camino vas y piensas si esa es forma de hablarle a tu padre y de tratar a tus hermanos.

-         ¡Me voy andando! – gritó.

-         No me chilles.

Se encogió, sintiéndose acorralado y puso una cara que estaba entre el enojo y la tristeza. Suspiré.
-         Sé que hirieron tus sentimientos, pero tú heriste los de… - empecé, pero me interrumpí al ver que daba una nueva patada al asiento.

-         ¡Bueno se acabó! – dijo Ted y se bajó, cerrando la puerta bruscamente. – No voy a dejar que me pegues y patees mis cosas.

-         Calma, Ted… - le pedí.

-         Agh.

-         ¡Todo es tu culpa por contárselo! – insistió Harry.

-         ¡Ya te ha dicho que yo no fui, que él estaba despierto!

-         ¡Pues no le creo!

-         ¡Me da igual si no le crees, estás siendo un estúpido! – respondió Ted.

-         ¡Y tú eres gilipollas!

-         Y tú…

-         ¡MI PROFESOR QUIERE QUE AUDICIONE PARA UN MUSICAL! – reveló Alejandro, haciéndose oír por encima de la discusión de sus hermanos. – Por eso quiere verte mañana.

Nos quedamos en silencio y yo parpadeé un par de veces, intentando procesar lo que acababa de escuchar.

-         ¿Un musical?

-         Dice que bailo bien – murmuró, avergonzado. – No sé, es una tontería.

-         Espera, espera, ¿tú bailas? – se asombró Barie.

Alejandro asintió, tímidamente. Bárbara le miró como si se tratara de un alien y yo también. No conocía esa faceta de mi hijo. ¿Cómo podía no saberlo? Tenía interiorizados los gustos de todos mis niños, incluso sus colores favoritos… Y de pronto… ¿Jandro iba a participar en un musical?
-         Es una idiotez. Con todo lo que está pasando, ahora no es el momento para…

-         Eh, eh. Alto. ¿Tú quieres? – le pregunté. Él se encogió de hombros, pero eso, en el lenguaje del animal adolescente, como diría Cole, solía significar que sí.  – Si tú quieres, eso es lo único que importa. ¿Qué musical?

-         Mañana te enterarás, ¿bueno? – susurró, mirando al suelo. – No quiero hablar más del tema.  Vámonos a casa.

Tenía cientos de preguntas, pero lo cierto es que su confesión había servido para interrumpir la pelea en ciernes, así que decidí aprovechar la oportunidad. Harry se bajó del coche de Ted por propia voluntad y se subió en el mío y así, por fin, volvimos a casa.


2 comentarios:

  1. Haber si eso se lo aplica a barbara, si no quieres que te digan no le digas .lo mismo que le a dicho a Harry .ya es hora que ponga a esa niña en su lugar

    Sigue pronto me gusta

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  2. tiene mucho que jandro no hace de las suyaas

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