lunes, 11 de mayo de 2020

VI. Regalos de Permanencia

VI. Regalos de Permanencia

La semana después de la visita inesperada de Diana fue la calma antes de la tormenta. No queriendo pensar en lo que el futuro traería, empecé a trabajar en mi lista de cosas por hacer.
Ese viernes mientras los niños estaban en la escuela, me dedique a hacer las compras que necesitaría; quería mi cama de vuelta. A mi lista ya larga se le añadió cosas que jamás había pensado. Si tenían una cama para cada uno también necesitaban sabanas y colchas…y almohadas. Pensando en ropa de cama recordé el pobre estado de la ropa de ellos.
Compre al menos unas tres mudadas para cada uno adivinando sus tallas, además de un par de zapatos deportivos y otros más formales por cualquier cosa. En la última tienda traté de elegir lo más rápido que pude, pero antes de pagar hubo algo que llamo mi atención.
Talvez Logan estuviera muy grande para eso, y posiblemente Lautaro también…pero Daniel no. En uno de los tantos mostradores de aquella tienda tenían varios peluches de todo tipo y tamaño. Desde pequeños perritos y gatitos hasta algunos con forma de carros y flores. Pero fueron tres específicos que llamaron mi atención.
Un tanto separados del resto, como aislados del mundo, había tres ositos. El más grande de ellos tenía un listón rojo a cuadros, con un suave color café mostaza, del otro lado uno que se miraba un tanto gruñón con un listón azul, su material un poco más claro y de tamaño medio. El más pequeño de todos era de color claro, casi beige, con un pequeño moño café.
Teddy Hugging Stock Photos And Images - 123RF
Mientras los observaba no podía sino pensar en los tres niños. Si bien lo más probable era que después de esa semana regresaran con su madre, solo podía esperar que los niños tuvieran algo a que aferrarse…que supieran que no importando el que, tendrían a alguien para ellos.
Minutos después me encamine a mi camioneta con los tres peluches entre las cosas que había comprado para ellos. Una vez en casa empecé a preparar la que por ahora sería su habitación.
Por algún motivo quería que todo estuviera lo mejor posible. No había dedicado tanto empeño a algo desde el cumpleaños 28 de Mary, pero allí me encontraba. Acomodando los muebles, arreglando la cama de cada niño. Guardando sus nuevas ropas mientras asignaba un espacio para cada uno…y botando algunos de los harapos que tenían como ropa también.
Incluso instale una repisa para poner unos cuantos libros que había comprado para ellos…más que todo uno de cuentos y unos cuantos para pintar. Había notado que los tres disfrutaban pintar.
Al acabar de acomodar todo solo me quedaba la bolsa con los tres peluches. Me debatí si dejarlos todos sobre la pequeña mesita que había comprado que dividía la cama de la litera, o si mejor los colocaba sobre la repisa a un lado de los libros. Los acomodaba una y otra vez, pero…algo simplemente no ajustaba.
Finalmente, observe las tres camas. Había elegido cobertores iguales, pero de diferentes colores. Azul para Logan, verde para Lautaro, y rojo para Daniel. Creí que lo mejor sería que Logan y Lautaro usaran la litera, por ser mayores, y había comprado una cama con barrotes para Daniel. Agarre el peluche más grande para Logan y lo puse en la litera superior, el mediano lo tome para Lautaro y lo deje en la misma posición que el otro. Justo cuando deje al más pequeño sobre la cama que ahora era de Daniel escuche la puerta principal abrirse y dar paso a risas y gritos.
Sonreí, tomé las bolsas plásticas llenas de basura y, cerrando la puerta de la habitación salí al encuentro de los niños. Por alguna razón me encontraba nervioso de la reacción de los niños. Mientras ellos merendaban entre broma y broma y uno que otro juego inocente-aunque algo asqueroso, normal entre varones- no podía dejar de pensar como decírselos.
Una vez terminaron de comer y antes de que pudieran salir corriendo finalmente les dije, “Tengo algo que mostrarles.” Pensé había sonado tranquilo y conciliador, pero por lo visto había fallado épicamente ya que los tres se vieron entre sí.
“Yo no fui!” Defendió Daniel, solo para que sus hermanos le vieran algo molesto. No sabía si lo decía por alguna razón válida, pero decidí omitir todo eso y simplemente les indiqué que me siguieran.
No creí jamás haberme encontrado tan nervioso ante algo tan…ridículo, tal vez. Una vez parado frente a la puerta de la recamara, con los tres niños detrás mío pensé como decírselos. Había estado ocupado en todos los detalles, pero no había pensado en como presentarles la idea. De una forma sentía que prácticamente les aseguraba con esto que no volverían con su madre…cosa que no era así.
Fue la mano calentita y pequeña de Daniel, agarrando un puñado de mi camisa que me saco de mis pensamientos. Bajé mi mirada y no pude sino sonreír al verlo allí, con su cabeza ladeada y su pulgar en la boca.
Abrí la puerta y simplemente me pare a un lado para dejarles espacio a entrar. Sus reacciones, aunque similares, fueron diferentes. “Un osito!” Como si supiera que era de él, Daniel corrió hacia la que ahora era su cama y, subiéndose a ella tomo su peluche y lo examino cuidadosamente. Lautaro, con ojos grandes de asombro, camino por la habitación. Vio la estantería y, tomando uno de los libros para colorear de autos, sonrió ampliamente.
Fue Logan quien me preocupo aún más. Observaba todo con ojos grandes, pero al fondo había temor y desconfianza. No entraba a la habitación, pero se encontraba desde el quicio de la puerta sin moverse.
“¿Esta ropa es nuestra?” Pregunto Lautaro, quien había dejado el libro sobre una de las mesas y ahora abría las gavetas y closets del lugar.
“Si.” Le dije simplemente. “Esta es su habitación de ahora en adelante.”
“Señor Bellucini…” Logan se miraba contrariado, como si dentro de él se desatara la más grandes de las batallas. Sus ojos antes secos empezaban a inundarse de lágrimas, sus puños cerrados mientras su respiración empezaba a agitarse. “Gracias…pero…no podemos aceptarlo.”
Le mire fijamente, por alguna razón esperaba esta reacción de él, pero no esperaba que doliera tanto. “No veo porque no.” Le dije, encogiéndome de hombros y cruzando los brazos.
“Mamá vendrá pronto y…tendremos que regresar con ella.” Sus lágrimas empezaban a caer, mientras escondía su rostro de mí.
“Bueno…tendrán un lugar nuevo para estar si no quieren estar en casa.” Le dije simplemente, “Así cuando ella no este, o no puedan quedarse en casa, pueden quedarse aquí.”
Mis palabras parecieron reconfortarlo un poco, asintió, pero no hacia intento por entrar. “vamos, campeón,” Le dije, poniendo mi mano sobre su hombro, “No me digas que no tienes curiosidad por ver la habitación tú también.”
Sonrojado, me vio de reojo y me dio una sonrisa apenada.
“Yo también tengo un oso?” Pregunto Lautaro con ilusión, corriendo hacia donde yo estaba, mientras Daniel hablaba sin parar con su nuevo amiguito.
“Claro que sí.” Le dije con una sonrisa, “Mira en tu cama.” Le apunte con mi dedo, haciendo que corriera hacia ella.
“GUAAAU!!” Exclamo el niño, abrazando su oso y luego viendo a Daniel con picardía. “Lo mejor es que si te haces pipi otra vez no me vas a mojar!”
Daniel le vio con un poco de enojo, sacándole su lengua antes de contestar. “¡Ya no me hago pipi en la cama! ¡Ya estoy grande!”
“Si te haces pipi!” Respondió Lautaro, sacándole la lengua, pero luego se concentró en meterse en su cama y estudiar cada rincón de ella, esmerado por el ‘techo’ de esta.
“Tú también tienes uno.” Le dije suavemente a Logan, observando como estudiaba el lugar.
“Que?” pregunto, viéndome algo sorprendido.
Mi respuesta fue tomarlo por debajo de sus axilas para dejarlo en la cama superior de la litera. El niño parpadeo, viendo hacia abajo a mí y a sus hermanos para luego tomar el oso que había dejado allí. “Sé que tal vez ya estés muy grande para ellos,” me defendí, mi cara ruborizándose un poco, “Pero…bueno…si no lo quieres se lo puedes dejar a tus hermanos.”
Logan inconscientemente atrajo el oso hacia el protectoramente, “Eh…mejor no.” Me dijo como respuesta, “Este…si se lo doy a Daniel, Lautaro se puede molestar.”
Asentí, sabiendo que eso era solo una excusa para conservarlo. Sin embargo, saber que el niño quisiera un regalo, aunque infantil me hacía feliz. Había comprado cada uno de esos objetos pensando en cada uno de ellos y sus gustos…aunque todavía tenía que conocerlos mejor.
Esa noche arrope a cada uno de los niños individualmente, viendo cómo se acurrucaban felices en sus camas. Daniel y Lautaro tenían a sus osos en sus brazos, mientras que Logan lo había escondido en algún lugar. Me entristecí un poco al saber aquello, pero recordé que fuese como fuese, el niño después de todo tenía ya trece años. Dejaba de ser niño para ser un adolescente.
Lo mejor de todo, es que pude, después de tantos días, volver a dormir a mi cama.
Los siguientes tres días pasaron en un parpadear. Me di cuenta que, por mucho que intentara, mantener la habitación de tres niños en un estado decente era imposible. Aun mas, las peleas por cosas sin importancia parecían aumentar entre más cómodos los niños se encontraban.
Descubrí que Daniel no solo era un parlanchín, pero típico de los hermanos menores, era un cotilla. Quería saber todo lo que pasaba a su alrededor, aunque no le entendiera, metiéndose aun entre los cuadernos escolares de sus hermanos. Esto, en sí, traía un problema con Lautaro.
Normalmente el niño era tranquilo, pero descubrí que no le gustaba tocasen sus cosas. No sabía si siempre había sido así, o era el hecho de que por primera vez en su corta vida tenía algo suyo que no debía compartir.
Al día siguiente de que les di la habitación, me encontraba terminando de quitar rastros de maleza del patio trasero. En cualquier día empezaba a nevar y no me encontraba tranquilo teniendo una piscina vacía y al descubierto con tres niños curiosos y traviesos.
Estaba en el patio cuando escuche los gritos y llantos. Tiré todo lo que tenía en mi mano y corrí lo más rápido que pude, pensando lo peor. Para mi asombro, Logan estaba tranquilamente viendo la televisión sin inmutarse al llanto de uno de sus hermanos.
Subí las escaleras de dos en dos y me encontré con ambos niños menores llorando en el pasillo. Daniel se sobaba la cabeza mientras Lautaro abrazaba su peluche como si fuera un lingote de oro, también en llanto.
Al verme llegar, con el corazón en la mano debo añadir, ambos niños corrieron a mi apuntándose mutuamente mientras trataban de acusarse. Poco a poco empezaban a gritar, tratando de que escuchara a uno antes que el otro.
“Bueno, bueno, ¡ya!” Trate de calmar, aunque fue en vano. Por lo poco que podía entender, Lautaro había empujado a Daniel -quien se había golpeado con algo que terminaba en a o en d, ¿o era una b?  - ya que este último había tomado sin permiso el oso de Lautaro y lo había ensuciado de algo que realmente no quería saber que era por su aspecto.
A ese incidente se le sumaron otros más similares a ellos. Tal vez era el hecho de que en todo el tiempo que los niños habían estado conmigo estaban ocupados haciendo algo, o tal vez no me había percatado jamás de las peleítas de ellos. Pase de vecino a cuidador a réferi.
“yo estaba aquí primero!” Los gritos de Logan casi me hacen caer de la escalera donde estaba.
“Pero eso no me gusta!” Por lo visto Lautaro era el otro que estaba involucrado.
“NOO! ¡Yo quiero ver otra cosa!” Y Daniel también estaba involucrado.
Suspirando, bajé de donde estaba y me dirigí nuevamente a hacerle de réferi.
Una vez llegué me encontré a Lautaro y Logan forcejeando por el control del televisor mientras Daniel trataba de integrarse a la pelea.
Media hora más tarde, Daniel peleaba por Logan debido al baño…aparentemente el más pequeño no podía usar uno de los otros dos baños disponibles.
Lautaro y Logan peleaban por quien tenía el turno de lavar y secar los platos. Daniel y Lautaro peleaban por quien se había sentado en ese especifico punto primero. Daniel y Logan peleaban por que el mayor no quería jugar con el menor.
En fin, peleaban constantemente y me volvían locos, haciéndome preguntar porque simplemente no les dejaba quedarse en su casa y cuidarlos de lejos mientras su madre regresaba.
Pero ni dos minutos después de que ese pensamiento cruzara mi cabeza, hacían algo que me recordaba por qué.
Lautaro y Logan buscaban la forma de ayudarme en lo que fuera, con Daniel tratando de no quedarse fuera de la ayuda. Logan le leía a Daniel, su suave vos inundando la habitación y llegando hasta donde yo estaba.
Daniel pintaba tranquilamente y me presentaba con lo que el admiraba como una de sus obras maestras, Lautaro me contaba de sus clases con una gran sonrisa, presentándome el 10 que había sacado en matemáticas después de que le había ayudado. Los tres jugaban en la sala después de la cena, llenando la habitación con sus risas. Daniel, abrazado de su osito y chupando su pulgar, me buscaba en la noche, abrazándose a mi lado mientras se dejaba vencer por el sueño.
Los momentos fueron incontables en esa semana. Pareciera que los niños llevaran toda su vida viviendo conmigo. A pesar de las peleas y pequeñas discusiones sin sentido, los tres de alguna forma me hacían sentir que todo volvía a tener sentido.
 El fin de semana llego y, queriendo sacarles de la casa, nos dirigimos al parque del pueblo. Aquel parque no tenía nada de pequeño, con 51 hectáreas, un pequeño rio cruzaba el parque aquel que estaba lleno no solo de flora, pero de cenadores, caminos para recorrer, patos, gansos, cisnes y un sinfín de actividades para agotar a tres niños.
Para mi sorpresa los niños nunca habían ido así que sin pensarlo dos veces los monte a mi camioneta y fuimos a pasar el domingo por la tarde aquel lugar. Diana debía regresar dos días después, y por alguna razón, no podía dejar de pensar en ello. Había algo que me inquietaba y preocupaba, como un presagio a algo malo por venir.
Trate de dejar mis pensamientos aparte y simplemente disfrutar de la tarde con ellos, que animadamente corrían de un lado a otro, con Daniel señalando cada pato o ardilla que miraba y corriendo para tratar de atraparlo.
Lautaro y Logan no se quedaban atrás, corrían para un lado y otro, usando toda su energía contenida. A pesar de no tener una pelota o un frisby o algún otro juego, ellos estaban completamente contentos, con Lautaro tratando de enseñarle tanto a Daniel como a Logan como pararse de manos.
“Hola, extraño.” Me había captivado tanto verlos jugar que al escuchar una nueva voz a mi izquierda no pude hacer más que brincar del susto.
“Paula!” Salude, ruborizándome y tratando de secar la gaseosa que había desparramado. “Hola…disculpa, me sorprendiste.”
Ella solo sonrió, viendo a los niños y luego apuntando al asiento a mi lado. “Se puede?”
“Sí, claro, disculpa…eh, adelante, toma asiento.” Me sonrió y, luego de acomodarse, vimos a los niños en un silencio cómodo hasta que Daniel la vio. “SEÑORITA HONEY!!”
Los tres niños corrieron a saludarla, con Daniel contándole como podía pararse de manos mientras los otros dos trataban de callar al más pequeño para hablar ellos mismos animadamente.
Me sorprendió ver la confianza que le tenían a la mujer. Sabía que la conocían, había sido evidente desde el primer día que visitamos su restaurante, sin embargo, parecían haberse conocido de toda una vida. No teniendo más que decirle, los niños corrieron a mostrarle lo que habían aprendido hasta entonces y lo que podían hacer. Caían constantemente, pero esto solo los hacia reír a carcajadas, con los otros dos tirándose unos encima de los otros.
“Tengo una duda.” Interrumpí el silencio sin quitar mi vista de los niños.
“Tu dirás.” Me dijo ella, aplaudiendo a Lautaro que sostenía todo su cuerpo en su mano derecha.
“Te apellidas Honey o Andoni.” Paula me vio y rio fuertemente, negando y haciendo que su castaño cabello se aflojara de su coleta. “Andoni, Paula Andoni. De vez en cuando trabajo como voluntaria en la guardería estatal del pueblo y, aunque no tenga ningún parecido físico con ella…ni de carácter…los niños empezaron a compararme con la Señorita Honey de Matilda.”
No sé qué tipo de mirada obtuvo de mí, pero dejo de observar a los niños al sentir mi mirada. “Que? Si sabes de que película te hablo, ¿no? Matilda…la niña de la mente poderosa? La del ‘comete el pastel, Bruce’… ¿esa Matilda?”
“Recuerdo la película, gracias,” Respondí con una sonrisa divertida, “Pero al menos que tengas una Tía Tronchatoro, no veo el parecido.”
“Gracias! Lo mismo digo, pero, bueno, algunos niños como Daniel reúsan llamarme diferente.”
“Hmmm…tal vez los ojos.” Dije, observándola nuevamente.
“¿Perdón?”
“Los ojos… ¿no eran obscuros como los tuyos?”
“Yo…” Paula se vio sorprendida por un momento, y no pude sino pensar que, de alguna forma, se miraba hermosa. “No se…creo nunca me fije en el color de sus ojos.” Me dijo, encogiéndose de hombros, “O te gustaba, o eras un niño raro.”
Por alguna razón, su comentario me hizo reír. Ambos reíamos cuando los niños empezaron a llamar nuestro nombre. Habían logrado que Logan se parara de manos, aunque no duro mucho y cayó al suelo. Al ver esto, Daniel se tiro a su espalda y Lautaro reía. Riendo, Logan se levantó haciendo la perfecta imitación de un caballo para Daniel quien se aferraba a su cuello entre carcajadas, Lautaro riendo a su lado y tratando de botar a ambos hermanos nuevamente.
“Cuídalos, ¿sí?” El suave susurro de Paula me asombró. “Esos niños…son especiales.”
“Lo sé.”
No volvimos a cruzar palabra, y dos horas más tarde me dirigía a casa con tres adormitados niños.
Al llegar cargue a Daniel a su cama mientras trataba de guiar a Lautaro. Una vez deje a los dos más pequeños en sus camas baje para encontrar a Logan parado junto a la ventana viendo su casa.
“Pasa algo?”
“Cuando vuelve Diana?” Quise mostrarme placido al hecho de que llamara a su madre por su nombre, y decidí ser franco con él.
“Pasado mañana.” El niño asintió, y simplemente puso sus manos dentro de las bolsas de su pantalón, viéndose mayor de lo que era. “Logan…hay algo que he querido preguntarte por algún tiempo.”
Sorprendido, el niño me vio con curiosidad brillando en su vista. “Sé que las cosas en casa no son…ideales…” Empecé, tratando de ordenar mis ideas. Vi como una leve barrera se levantaba a mis palabras, y rogué que mis dudas fueran contestadas, “…el Señor Gullier-“
“Nunca me hizo nada tan malo.” Me corto, viéndose apenado de pronto.
“¿Podrías contarme más de eso?”
Logan bufo, rascándose la cabeza y alejándose de la ventana para acurrucarse en el sofá, piernas pegadas al pecho y mentón sobre sus rodillas. Le observe en total silencio, viendo cómo se debatía y minutos después se encogió de hombros. “Tú también nos has pegado.” Sus palabras, aunque verdaderas, dolieron de alguna forma.
“Perdóname por lo que paso en el garaje. Nunca debí haberte castigado por algo así.” Me sincere con él, “Mi pasado…hay cosas de las que no me gusta hablar.”
“¿Eres bombero?”
“Lo fui…hasta hace más de un año lo era…hubo un accidente y…mi pierna quedo lastimada. Puedo caminar bien y hacer algunas cosas como antes pero-“
“Hay días que cojeas…y te cuesta agacharte o hacer otras cosas.” Me dijo simplemente.
“No puedo ser bombero así. En una emergencia podría no solo perder mi vida, pero la de otros.”
Logan no dijo nada, observándome desde su posición, aunque dejo de abrazar sus piernas tan fuertemente y se sentó un poco más derecho. “Crees que algún día podría ser bombero?”
La ilusión que vi en su mirada me hizo querer abrazarlo fuertemente, pero me contuve y simplemente le sonreí. “Creo que serias el mejor de todos.”
El niño me sonrió ampliamente, “¿Me ayudarías?”
“Claro que sí.” Nos quedamos en silencio, hasta que después, ladeando su cabeza, me observo detenidamente. “Le pegaste a Daniel…y a Lautaro.”
En realidad, no había sido tan brusco como con Logan mismo. “Logan, sé que tal vez no entiendas esto, pero debes saber que no creo que el castigo físico sea algo malo en sí mismo.”
Al ver su ceño fruncido y la confusión de sus ojos aclare, “Ese día Lautaro no solo intento hacerte daño, pero empezaba a hacer un berrinche y por eso le di la nalgada. Si, tal vez no debí hacerlo de esa forma y frente a todos, pero creo tu hermano sabía muy bien que su comportamiento no era el mejor.” Logan asintió, parecía estar recordando ese día. “Y antes de que me preguntes, sabes bien que Daniel lo tenía más que merecido. Tal vez debería de dejarle las reglas claras, pero hay comportamientos que simplemente no se los dejare pasar.”
“Como el Señor Gullier.” Me dijo asintiendo. “¿Alguna vez usaras tu cinturón?”
“¡¿Te pego con el cinturón?!” Esperaba que mi voz no sonara tan asqueada como me sentía con la idea. La única vez que mi padre me había castigado con un cinturón tenía 17 años y había robado el auto familiar y me había desaparecido por casi dos días.
“Bueno…se me cayeron las herramientas que me dijo tenía que mover. Eran muy pesadas y se quebraron algunas de ellas. Pero dolió menos que la vara.”
No quería saber más, simplemente le observaba como si me estuviera contando como una serpiente se había comido a su mejor amigo. “Escúchame bien, Logan,” Le dije, tomando su mentón y viéndole a sus ojos, “Jamás te castigaría ni a ti ni a tus hermanos con una vara. Y si alguna vez tendría que usar un cinturón…tendrían que hacer algo realmente…peligroso.”
“¿Cómo qué?” Pregunto, realmente curioso.
Al momento no supe que decir, pero, recordando mi propia experiencia, dije lo primero que sabía en ese momento jamás harían. “Escapar. Y no me refiero a ir a un lugar sin permiso, pero…escapar de casa y no volver en días.”
Logan me vio con la mayor seriedad que un niño de su edad podía mostrar. Me miraba directo a sus ojos, y supe que buscaba saber que tanta verdad había en mis palabras. Minutos después asintió, regalándome una sonrisa. “Irse por voluntad propia de aquí sería algo estúpido.” Me dijo sinceramente, sin saber la ironía que esas palabras marcarían un año más tarde, “Nunca habíamos estado en un lugar tan bueno como este.”
Sonreí a sus palabras, despeinando su cabello con mi mano de forma cariñosa. Sus palabras me llenaban de paz y tranquilidad, una parte mía querían creer que los tres hermanos estaban en casa…para siempre.
Todo vino a un rudo despertar ese martes. Por alguna razón ingenuamente creí que Diana no regresaría, pero para mi sorpresa tocaron a la puerta media hora antes de que los niños regresaran de clases.
Abrí la puerta con la mayor tranquilidad, pero al hacerlo sentí como me empezaba a faltar el aire. Frente a mí no solo estaba Diana, usando uno de sus habituales vestidos ceñidos y cortos a pesar de que la noche anterior había nevado un poco. Pero no fue ella quien me sorprendió mas, si no la presencia de nada más y nada menos que el Señor Gullier.
Antes de poder siquiera preguntar que se les ofrecía, aunque obvio, el hombre hablo con una sonrisa triunfante. “Venimos por los niños.”

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