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CAPÍTULO
1: CIAO
Héctor Martin había tenido la buena o la mala
fortuna de ser un hombre al que la vida le iba dando las cosas hechas. De niño
nunca echó nada en falta, salvo quizá compartir un poco más de tiempo con su
padre, obsesionado con el trabajo. Gracias a esta obsesión, Héctor había
crecido en una familia adinerada que con el tiempo sólo subió escalones en la
pirámide de la riqueza.
Cuando tenía veintiún años sus padres se
convirtieron en números que engrosaban una lista de víctimas del terrorismo.
Aquél 11 de Marzo* su vida cambió para siempre, y en realidad no sufrió ningún
cambio. Fue él el que evolucionó, más bien, y así el niño se hizo hombre al
verse sólo ante el mundo. Sin duda fue de inestimable ayuda contar con la
friolera de los quince millones de euros que sus padres le dejaron como
herencia.
Con la garantía de no tener la necesidad de
trabajar en toda su vida, Héctor corría el peligro de seguir la suerte de otros
muchos grandes herederos: convertirse en un vago bueno para nada, despilfarrador
profesional del dinero tan fácilmente adquirido. Gracias a Dios tal cosa no
sucedió y Héctor supo invertir parte del dinero para que produjera más dinero.
Con la otra parte, se compró la casa de sus sueños y dedicó, eso sí, gran parte
de su tiempo al ocio y a obras de caridad motivadas más por querer tener una
buena imagen pública que por verdadera generosidad.
De la misma forma que el dinero le cayó del
cielo, sin que apenas lo notara porque siempre había disfrutado de él a través
de sus padres, nueve años después los hilos que tejían su vida volvieron a
moverse sin que él hiciera nada para provocarlo. Con treinta años se convirtió
en padre, y como él era un hombre poco convencional, lo fue también su
paternidad. No fue un bebé lo que llamó a su puerta – en realidad, nadie llamó
a su puerta, ya que todo ocurrió por cartas y por teléfono – sino dos pequeños
adolescentes de doce y catorce años.
- ¿Héctor Martín? – pregunto aquella voz
desganada, como de funcionario. De persona que se ganaba el pan a través del
teléfono y se asqueaba por ello.
- Está hablando con él.
- Le llamo en nombre de la embajada italiana.
Así, con esas palabras haciendo de pésima
anestesia, le explicaron que habían encontrado a sus hijos mendigando en los
alrededor del Coliseo.
- ¿Qué Coliseo? – tuvo que preguntar. Hubiera
sido más lógico preguntar "¿qué hijos?" pero en las situaciones en
las que el cerebro se ve anulado, lo que manda es el corazón.
- El de Roma, señor. El único que hay, según
tengo entendido.
Resuelta esa duda, Héctor quiso saber a razón
de qué se le adjudicaban dos hijos, italianos para más inri, cuando él lo más
cerca que había estado de un niño había sido en alguna campaña social. Aquél
hombre le puso al tanto. Había una mujer en su pasado, Clara de la Fuente, que
por lo visto era la madre de aquellos chicos. A duras penas había podido
mantenerlos, y vivían de las limosnas que conseguían aquí y allá, como unos
pobres más de esos que llenan las calles. Clara había fallecido hacía dos
meses, y los niños lograron despistar al agente social que se encargaba de su
caso. Habían estado desaparecidos hasta hacía dos días y habían sido hallados
en unas condiciones no del todo óptimas.
- La señorita de la Fuente dejó sus datos en
su testamento, señor Martín, y le informo que si usted no se hace cargo de los
niños, pasaran a disposición del Estado italiano.
***
La urbanización en la que vivía Héctor tuvo
tema de conversación durante varias semanas. Ya se sabe que estas cosas se
exageran, y por eso no es extraño que se oyeran algunas cosas que no eran del
todo fieles a la verdad:
- Como lo oyes. Dos chicos, muertos de
hambre, y él que se ahoga en dinero. Qué perro es el mundo, Dios mío.
- Si ya sabía yo que…. Si es que…. ¡Ya os lo
dije yo, un hombre de su edad, soltero, lo es porque se dedica a ligotear por
ahí, para luego ir dejando embarazada a la gente!
- Dicen que es la chica esa con la que estuvo
saliendo. Se iban a casar ¿sabéis? Pero la madre no quiso. La verdad es que
ella parecía un poco lagartona.
- Pues yo he oído que él no sabía que era el
padre. Y que no dudó ni un segundo en hacerse cargo de ellos en cuanto se
enteró.
Cuanta más seguridad mostraban los
rumorólogos profesionales, más se alejaban de la sencilla verdad, pero quizá la
versión más acertada sea ésta última.
No es cierto que Héctor no dudara ni un
segundo sobre si hacerse cargo de los dos niños. En realidad, jamás había
estado menos seguro de algo en toda su vida. Le llevó días enteros de reflexión
y total aislamiento el decidirse a contactar con la embajada italiana. Y, si lo
hizo, fue sólo porque era consciente de que él era rico, y estaba en su mano
ayudar a dos niños que no lo eran. Un niño y una niña, en concreto. Clitzia y
Tizziano.
Lo que sí es cierto, es que él no tenía ni
idea de que tenía dos hijos, y eso hacía que todas las acusaciones que
proferían contra él fueran injustas. De hecho, de lo que Héctor estaba seguro
es de que NO eran sus hijos. Lo sabía a ciencia cierta, y no sólo porque las
fechas no cuadraran. Cuando él conoció a Clara tenía veinte años, por lo que
Tizziano no podría tener catorce. Pero, aparte de eso, tenía una certeza
probada, indiscutible e inmutable que le hacía inocente de todos los cargos:
Héctor era impotente.
¿Por qué accedió entonces a ocuparse de los niños?
¿Por qué aceptó una responsabilidad que no era suya? Porque, a todos los
efectos, Héctor Martín era una buena persona.
Y, aunque esto sólo lo sabía su corazón y no
su cerebro, porque estaba muy solo.
***
Clitzia y Tizziano habían mamado el español
desde bien pequeños, y por supuesto hablaban el italiano. Estos dos idiomas
eran prácticamente las únicas cosas que sabían. No sabían, por ejemplo, a quién
había que acudir para que su madre estuviera viva de nuevo. Desconocían por qué
la gente les miraba mal cuando pedían dinero. Y, desde luego, no salieron de su
asombro cuando les dijeron que iban a ir a España.
Cuando aquél policía les llevo ante el agente
social, Clitzia y Tizziano se dieron por perdidos. Les separarían y llevarían a
cada uno a un orfanato. Ese era el destino del que habían huido con tanto
ahínco, pero sus esfuerzos no habían servido para nada.
Pasaron los días, sin embargo, y aunque
estaban momentáneamente en un centro, nadie lo hacía definitivo. Nadie venía a
decirles que se quedarían allí para siempre, sino que se afanaban en repetir
"siamo in contatto con tuo padre". [Estamos en contacto con vuestro
padre].
¿Pero qué padre?
Ellos no tenían de eso. Sólo tenían a su
madre, y ahora ya no estaba más.
Llovía el día que le conocieron. Les
presentaron a un hombre español, joven, atractivo y muy bien vestido, que por
alguna razón se esforzaba por mantener una sonrisa, a pesar de que parecía muy
asustado.
- Clitzia, Tizziano, dire ciao al signor
Martin.
***
El italiano de Héctor era pésimo, pero los
dos idiomas se parecían lo bastante como para que, una vez en Italia, no
tuviera grandes dificultades para hacerse entender. Le llevó un tiempo
averiguar los trámites legales necesarios, pero una vez se puso en contacto con
el agente responsable de los niños, él lo hizo casi todo. Héctor tuvo que
limitarse a responder preguntas, firmar papeles y pensar en lo que estaba
haciendo.
Realmente no supo lo que estaba haciendo
hasta que les tuvo delante. La niña tenía que ser a la fuerza la persona de
doce años más pequeña de la historia. El niño parecía aún menor, y eso que le
habían asegurado que él era el de catorce. Estaban alarmantemente delgados y
daba pena verles, y eso que en aquél lugar les habrían proporcionado ropa
decente. Héctor estaba seguro de que no vestían así cuando les encontraron en
la calle.
Una frase en italiano le hizo aparcar estos
pensamientos. "Clitzia, Tizziano, saludad al señor Martin".
- Ciao. – dijo la niña, con un hilo tímido de
voz.
- Di hola, tonta, que éste es español, como
mamá.
- Hola.
Hola o ciao, daba igual, fue la palabra más
especial que Héctor había oído en mucho tiempo.
***
N.A.: 11 de marzo. Como la mayoría no es ni de Madrid ni de España, aclaro que me estoy refiriendo a los atentados del 11 de Marzo de 2004, también conocido como 11-M. Si alguien tiene curiosidad, hay mil noticias de eso en la red, así que podéis wikipediar al respecto.
Soy de Honduras, pero si recuerdo este atentado. Si no estoy mal, fue el atentado en una estacion de tren.
ResponderBorrarMe encanta tu historia!!