CAPÍTULO 2:
¿Quién va a un concierto a oír música?
“ ¡Voy a ir a Rock in Rio! ¡Voy a ir a Rock in Rio!
¡Voy a ir a Rock in Rio! ¡Voy a ir a Rock in Rio! ”
Y así pude tirarme cinco minutos. Si no me diera tanta
vergüenza hacerlo, incluso a solas, me hubiera puesto a bailar. Llevaba MESES
pidiéndole a Aidan que me dejara ir al festival…y me diera dinero para hacerlo.
Creo que en lo segundo estaba el problema, y por eso siempre me respondía “ya
veremos” y “lo tengo que pensar”. A mí con la paga no me alcanzaba, porque no
sé cómo lo hago que el dinero vuela en mis manos. Y al final, cuando ya había
perdido la esperanza hasta de encontrar entrada, ahí las tenía, en mis manos,
preciosas, perfectas…
Cuando se me pasó la euforia, empecé a sentirme
mal. ¿Cuánto habrían costado? Aparté la
vista de las letras llamativas y leí la letra pequeña, donde ponía el precio. Veinticinco dólares. Joder. Dos
entradas de veinticinco dólares. Mi hermano se había gastado cincuenta pavos
para darme una sorpresa, para compensar el que me quedara en casa. Y yo había
sido incapaz de quedarme quietecito donde se suponía que tenía que estar. No me merecía aquello. No me había ganado
esas entradas.
Aidan había dicho que sólo podía irse sabiendo que me
dejaba a mí a cargo. Que sabía que lo haría bien. Pero yo no lo había hecho
bien. Tenía que estar muy decepcionado conmigo. Cada vez me sentí peor, al
pensarlo. Me senté en la cama y al hacerlo mi cerebro procesó que no me dolía,
porque Aidan había sido bueno también en eso, y apenas me había castigado.
Tenéis que entender que la reacción que yo tenía con
mi hermano no era normal. Si Cole estaba obsesionado conmigo, yo estaba
obsesionado con Aidan. Cuando tuve edad para entender que Aidan no era mi padre
biológico, y que nadie le mandaba cargar conmigo pasó a ser mi héroe de la
infancia. Con el tiempo, ese sentimiento de admiración maduró, pero no
desapareció. Cada vez soy más consciente de los sacrificios que ha tenido que
hacer por nosotros, por mí. Dejó de salir por ahí con sus amigos, porque a los
veinte años se vio con un bebé que usaba esos artefactos tan difíciles de
manejar llamados pañales. Dedicaba cada céntimo que entraba en su cuenta
bancaria a mantenerme primero a mí, y luego a todos. Y en algún punto de todo
eso, debió renunciar a tener una vida propia y una novia. Porque si no ya me
dirás tú por qué un escritor joven, gracioso y altruista no ha tenido ni una
sola relación estable. Ni estable ni de las otras, hasta donde yo sé.
Así que para mí era muy importante que él…estuviera
orgulloso de mí. Vale, sé que sueno como un crío patético y desesperado. A
veces creo que me paso el día intentando que él se fije en mí, como si él fuera
una estrella de rock y yo una groupie. Puede que tuviera mi época de “niño
desesperado por un poco de atención”. Con tanto hermano, tuve mis momentos de
celos. Pero eso ya estaba superado. No se trataba de eso ¿vale? Se parece más a
eso que sientes cuando crees que has decepcionado a tus padres. Que no les has
enfadado, que no van a gritarte… si no que ya no confían en ti.
Bajé arrastrando los
pies hasta la cocina, porque sabía que a ésas horas Aidan estaría allí,
haciendo la comida. No le gustaba que hubiera gente en la cocina mientras el
fuego estaba encendido, pero eso iba sobre todo por los pequeños. Él sabía que
no debía tener miedo de que yo metiera
la mano donde no debiera, o de que me quemara con la vitro, por eso no me
dedicó más que una mirada cuando entré, cerciorándose de que era yo.
-
¿Ya has decidido para quién es la otra entrada? – me preguntó
– Si se la vas a dar a Alejandro díselo ya, antes de que colapse el pobre de
impaciencia.
Yo gruñí, con un sonido que podía ser
tanto una afirmación como una negación. Lo cierto es que no lo había pensado,
pero supuse que no pasaba nada por llevar a mi hermano. Tenía un par de amigos
que tal vez quisieran ir, pero iba a ser un problema elegir con quién ir sin
que ninguno se picara. Además, era
Alejandro el que había conseguido que me las comprara. El asunto es que no las
tenía todas conmigo sobre que YO debiera ir también.
Caminé hacia la nevera y saqué una
botella de coca-cola. Luego cogí un vaso, e iba a servirme, pero Aidan me
interrumpió:
-
Bebe agua o un zumo. Tomas demasiadas bebidas con gas.
Volví a guardar la botella en la nevera y saqué una
jarra de agua. Cuando cerré la puerta vi que Aidan me estaba mirando como si
fuera un extraterrestre de cuatro ojos.
-
¿Qué? – pregunté, algo incómodo porque me mirara tan fijamente.
-
¿No me vas a decir que ya no eres un crío y puedes beber lo
que quieras?
Me encogí de hombros.
-
Tienes razón. Tanto refresco no es bueno.
Aidan soltó la cuchara que había usado para remover la
comida, y se giró por completo para quedar frente a mí.
-
Vale. Sólo eres así de buenecito cuando te sientes culpable
por algo. ¿Qué has hecho?
Joder. Ese hombre me conocía como si
me hubiera parido.
-
No he hecho nada…
-
Sí, ya, claro.
-
No he hecho nada NUEVO – maticé, ante su manifiesta incredulidad.
-
¿Qué quieres decir?
-
Yo…- empecé, pero no puede seguir.
-
¿Tú?
-
Haré que confíes de nuevo en mí. Te lo prometo.
-
¿De nuevo? ¿Y quién dice que hayas perdido mi confianza?
Bajé la mirada, y me mordí el labio.
-
Aunque vaya de duro no lo soy ¿sabes? Yo… no soporto saber
que te he decepcionado.
-
Alto, alto, alto. ¿Qué tonterías estás diciendo? Nada de eso
ha pasado.
-
Yo sé que sí. Jamás lo dirás en voz alta, pero seguramente no
volverás a dejarme sólo con los peques. Y no puedo culparte. Pero haré que vuelvas
a fiarte de mí.
-
Me fío de ti, Theodore.
Te equivocaste, te castigué, y tu actitud me demuestra que aprendiste de
tu error. Sé que no pasará de nuevo. Fin de la historia.
-
Pero me diste las entradas y yo…
-
Tú tienes 17 años y te acaban de regalar entradas para lo que
será el concierto de tu vida. ¿Qué haces aquí que no lo estás publicando en
twitter?
Aidan me sonrió y fue contagioso. Lentamente cambié mi
expresión por una sonrisa, y le di un abrazo rápido.
-
Caray, ya van tres en menos de una hora. ¿Vas a coger la
costumbre de abrazarme? Porque es algo a lo que me puedo acostumbrar.
Me ruboricé un poco y le solté. Sí,
ese día estaba muy cariñoso. Pero eso no era malo ¿no? Podía soportar un poco
de vergüenza, al menos hasta que se me olvidara mi metedura de pata y la
alegría de su regalo.
-
Alejandro´s POV -
La semana se pasó volando y el idiota de Ted aún no me
había dicho quién iba a ir con él al concierto. La forma en la que se reía de
mí cada vez que se lo preguntaba me hacía pensar que sólo me estaba haciendo de
rabiar y que ya había pensado en que yo le acompañara, pero también cabía la
posibilidad de que quisiera ir con Mike o con Fred. Al fin y al cabo yo también
preferiría ir con mis amigos que con mi hermano…
Lo que era seguro es que tenía que ir con alguien.
Papá había comprado dos entradas en parte porque ir sólo es más aburrido, y en
parte porque considera que es más seguro ir acompañado. Aunque pensaba que podía haber comprado una
entrada única de mejor ubicación con el dinero de las dos entradas, yo no me quejaba,
porque gracias a eso tenía posibilidades de ir yo también. Papá consideraba que
yo no tenía edad para ir sólo a ningún concierto, pero si iba con “el bueno de
Ted”, entonces no pasaba nada.
Ya estábamos a viernes por la noche, y aún no sabía si
me iba a dar la otra entrada o no. Quedaban sólo unas horas, así que estaba
perdiendo las esperanzas. Ted era un imbécil. Me debía esas puñeteras entradas,
y sabía lo mucho que llevaba esperando para poder ir a un concierto. Eso no era
un hermano, era un tocapollas que se pavoneaba por ahí por ser el favorito de
Aidan…Furioso, golpeé la madera de la litera de arriba. Estaba tumbado sobre la
cama, aburrido, mientras esperaba para cenar.
-
Ey, ¿qué culpa tiene la litera de nada? – preguntó Ted. Él
estaba en la mesa, haciendo deberes. ¿Quién cuernos se pone a hacer deberes el
viernes por la noche? Eso se deja para el domingo. Era odioso hasta para eso.
Empollón de mierda….
-
Tú concéntrate en tus libros, no vayas a bajar tu media de
gilí.
-
Mi media no es tan buena – dijo Ted. Yo rodé los ojos. ¿Se
podía ser más patético? Tenía un puñetero siete de media, y eso le parecía
malo. ¡Yo me daba con un canto en los dientes si lograba aprobarlo todo! – Por
cierto, ¿cómo llevas el examen de mates del martes? – me preguntó.
Papá y su estúpida regla de poner los
exámenes de todos en el calendario. Debía ser para controlarnos mejor, o algo.
La mayoría ignorábamos los exámenes ajenos, pero Ted no. Ted estaba ahí,
tocando las narices, recordándome siempre que tenía tal o cual examen la semana
próxima, y que por qué no me lo miraba. Un día le iba a soltar una bordería, o
una hostia, según se dé, y me iba a quedar muy a gusto. Claro que luego tendría
que vérmelas con papá, y a lo mejor eso no era tan buena idea…
-
El examen es el martes. No se estudia hasta el lunes por la tarde.
– le respondí.
-
Son cuatro temas ¿no? Tal vez metérselos en una tarde sea
demasiado…
-
¿Tengo dos padres de pronto y no me había enterado? – le
bufé, molesto por lo metiche que era, y sobretodo, molesto porque tenía razón.
-
Jolín, que carácter – protestó, y luego vi como sonreía. ¿Es
que encima se estaba burlando de mí? -
Pareces demasiado enfadado para alguien que va a ir a su primer concierto
mañana.
El mal humor se me fue de golpe.
-
¿De verdad?
-
¿Que pareces demasiado enfadado? Te ha faltado ladrarme.
Le ignoré, y me levanté de la cama.
-
¿De verdad voy a ir al concierto?
-
Bueno, yo voy a darte una de las entradas. Ya si no quieres
ir es tú problema…
Le dediqué la mayor de las sonrisas.
En el fondo no era tan imbécil.
En ese momento vi pasar por la puerta
a papá, que acababa de bañar a Alice y ahora la llevaba en brazos, envuelta en
la toalla.
-
Papá, ¡me da la entrada!
-
El único que no lo sabía eras tú – me respondió, sonriente.
Así que yo tenía razón y Ted sólo me estaba haciendo rabiar. ¿Veis como sí que
es imbécil?
Papá fue a vestir a Alice y al poco
volvió con nosotros. Yo me oía el típico discurso de “tened cuidado”, y no me
equivocaba…
-
Os lo vais a pasar muy bien, pero recordad que no debéis
perderos de vista. Ted, que tu hermano no se pierda, y no te pierdas tú
tampoco. Tened siempre visibles las salidas de emergencia, y no os metáis en el
mogollón. Las multitudes son peligrosas. Ted, preferiría que no te llevaras el
coche, e ir a buscaros yo, pero …
-
¿Tienes miedo de que se emborrache? – pregunté, divertido,
pero no debió de ser un comentario muy acertado porque los dos me fulminaron
con la mirada.
-
Nada de alcohol para ninguno. En éste estado no se puede
beber hasta los veintiuno, y en ésta casa hasta los veinticinco.
-
¿Qué? – pregunté indignado.
-
Sólo está de broma,
Alejandro – dijo Ted.
-
No, no lo estoy. Pero eso ahora da igual. Mañana no beberá
ninguno, y en ese sentido estoy tranquilo porque os pedirán el carnet y no os
darán más que coca-cola. De eso tampoco bebáis mucho, que luego no dormís. Ted, aunque te llevarás el coche, porque yo
no puedo ir a por vosotros, llámame en cuanto termine. Y si tienes wifi,
envíame algún whatsapp de vez en cuando. Y…
-
¡Venga! ¿Más cosas? ¡Ya no somos críos! – protesté, porque se
estaba pasando.
-
Sólo iba a decir que os hagáis fotos.
-
Tranquilo, papá – dijo Ted. – Tendremos cuidado, y dejaremos
el móvil sin espacio de tanta foto y te llamaré en cuanto el ruido lo permita.
Papá sonrió y nos dejó solos. Por fin.
-
Se le notaba preocupado -
dijo Ted.
-
¿Eh?
-
Los ojos. La sonrisa no le llegó a los ojos. Está preocupado.
-
Tío, sólo tú te fijas en esas cosas.
-
Piensa que somos muy jóvenes para ir solos, pero aún así nos
deja. Se preocupa demasiado – dijo Ted.
… El día siguiente nos demostró a
todos que papá tal vez no se preocupaba lo suficiente…
Lo mejor de ir al concierto es que
nos perdíamos el estúpido día en familia. Ted decía que a él no le hacía
gracia, que le gustaban los sábados, pero yo me alegraba infinitamente. Por
regla general, los sábados papá no nos dejaba salir. Decía que la nuestra era
una familia muy grande, y que por eso necesitábamos pasar tiempo todos juntos.
Pero aquél día era una excepción, porque un concierto era lo suficientemente
especial para que papá no se pusiera pesado con lo de pasar el día juntos. Ted
y yo comimos antes, y nos fuimos enseguida al recinto del festival, para hacer
cola.
Para quien no lo sepa, Rock in Rio es
un mega concierto donde van muchos artistas y grupos. Dura varios días, pero la
entrada completa es muy cara y nosotros sólo teníamos la de la noche del
sábado. Nos tocaba de pie, y lo de hacer cola era importante para no acabar
atrás del todo, pero era un auténtico coñazo. Me entretuve con el móvil lo
máximo que pude pero hasta eso me negaban:
-
Vas a gastar la batería. – dijo Ted.
Yo no quería discutir, así que guardé
el teléfono y busqué otra cosa que hacer. La cola avanzó y pasamos frente a un
escaparate que era ligeramente reflectante. Vi mi reflejo y la verdad es que
esa ropa me sentaba bien. Me abrí un poco la camisa. Perfecto. Me eché el pelo
para atrás.
-
Presumido – soltó Ted, fingiendo una tos.
-
La envidia que me tienes. – le dije, pero lo cierto es que el
que tenía un poco de envidia era yo. Por más que me mataba haciendo ejercicio
sólo conseguía unos buenos abdominales (más bien, unos abdominales perfectos)
pero mi tamaño no llegaba a ser el de un adulto. Ted era más bajo que Aidan,
pero sólo porque él era un gigante. Ted podía aparentar perfectamente
veintiuno, y eso tenía sus ventajas…
…Porque, ¿quién va a un concierto a
oír música? Papá nos había repetido sus recomendaciones varias veces aquella
mañana y yo me preguntaba si en serio pretendía que no bebiéramos. Sé que
aquello de ser padre le obligaba a decirlo, pero si era un poco realista tenía
que dar por hecho que íbamos a hacerlo…al menos yo. Ted a saber. Este hermano
mío era tan raro…
En seguida comprobé que él si era de
los que iba a oír música y nada más.
-
U2, Police, Guns and Roses, LMFAO, Jessie J…es que no hay uno
sólo que no me guste. De verdad, Alejandro, hoy es el mejor día. A los grupos
de mañana ni siquiera los conozco – decía mientras releía por vez número mil la
entrada con los artistas que participaban. Parecía un niño. Sólo le faltaba dar
saltos. Más le valía no hacerlo, o fingiría que no le conocía. – Creo que es la
primera vez que se celebra en Estados Unidos. De verdad que es un milagro haber
encontrado entrada…
A entrar en el recinto entendimos que
no era un milagro: es que aquello era GIGANTE. Nuestro padre iba a tener razón
en alguna de sus recomendaciones, y era mejor no perder de vista las salidas de
emergencia… ni a mi hermano, que además era el que tenía el coche, y a ver cómo
iba a volver a casa si no.
El ambiente de aquello crecía y
crecía conforme llegaba la gente. Había visto conciertos por la tele, pero no
se parecía ni de cerca a estar en uno. Empezaron a salir los teloneros y a mí
me entró sed.
-
Voy a por bebida – le grité a Ted, pues el escándalo ya
impedía que habláramos con normalidad.
-
¡Tráeme una coca-cola! – me pidió, y me alargó un billete. Lo
cogí, y me abrí paso como pude hasta el puestecito de bebida, señalizado con
luces y propaganda.
Bueno, ahí estaba el gran problema
¿cómo conseguir que me vendieran una bebida alcohólica? Podía aspirar a
aparentar diecisiete o dieciocho años en vez de quince, pero nadie me echaría
jamás veintiuno. A mi hermano, tal vez sí. Rodé los ojos. Él había pedido una
coca-cola, cómo no Y seguro que si le pedía que me comprara una cerveza me
acusaba con mi padre.
La idea me vino a la cabeza
enseguida. Vi a unos chicos que tenían pinta de universitarios, y me acerqué a
ellos. Les ofrecí diez pavos si me compraban una cerveza y accedieron. Fueron
al puesto, enseñaron el carnet, y me dieron la bebida. Volví junto a mi
hermano, que no se había movido del sitio para que le pudiera encontrar.
-
¿Y mi coca-cola? – me preguntó.
Mierda.
-
Se me olvidó.
-
Está bien. ¿Me das de la tuya?
-
No.
-
¿Te has vuelto escrupuloso de pronto? Es un vaso de un litro. Anda, dame un poco.
Intenté apartarlo de su vista, pero
al final fue inevitable que viera que lo que había en el vaso no era coca-cola.
La espuma delataba que era cerveza.
-
¿Has pedido alcohol? – preguntó, con asombro. Ted tenía una habilidad especial para preguntar
lo evidente. – Joder, Alejandro. ¿Es que no oíste a papá?
-
Le escuché perfectamente. ¿Ahora eres un soplón?
-
No, pero si te emborrachas se dará cuenta y….
-
No me voy a emborrachar.
Ted se quedó en silencio. Creo que
estaba intentando no ser aguafiestas. Me pregunté en ese momento si mi hermano
habría bebido alguna vez. Pareció leerme la mente.
-
El año pasado tomé una cerveza. No me cogí un pedo, pero a
papá no le hizo gracia. Como sólo fue una, y se lo dije yo mismo, no me zurró,
pero me dejó sin ordenador y sin salidas por una semana. Pero no me había
advertido previamente, como ha hecho
esta vez…Alejandro, puede que se enfade bastante si se entera…
-
Pues entonces haz que no se entere. – repliqué, y le di un
trago. Vale, aquello sabía mal. Era muy amargo. Bebí sin respirar, intentando
que no me supiera a nada. Es curioso como al principio a casi nadie le gusta el
sabor del alcohol, y aun así seguimos bebiendo. ¿Para ver que se siente? Tal
vez. Al final del todo, ni a mí, ni a mi estómago, ni a mi trasero, nos iba a
gustar lo que se sentía.
Me acabé ese vaso extragrande casi de
un trago. No sentí nada. No se me iba la cabeza. Me noté las mejillas más
calientes, pero eso bien podía ser por el agobio y el calor.
-
Ahora voy si quieres a por esa coca-cola – le dije a Ted,
pero él me miró con suspicacia.
-
¿No irás a coger otra? Ya has hecho la gracia, has probado
una cerveza. Ahora a beber coca-colas el resto de la noche, para quitarte el
aliento a alcohol.
-
Déjame en paz, Ted. Es mi pasta, es mi cuerpo, y…
-
…y eres mi hermano. Y aunque te cueste creerlo no me gusta
ver cómo papá te castiga.
-
¡Bah! – bufé, y me fui, rumbo al puesto de bebidas.
-
¡Al menos come algo para tener el estómago lleno! – me gritó,
y pensé que tal vez eso no fuera mala idea: dicen que con el estómago lleno el
alcohol sube menos, así que me compré unas patatas fritas antes de pagar a otro universitario para que me
comprara otra cerveza.
…Sí que fue una mala idea. Para
empezar, me bebí la segunda cerveza demasiado rápido, y el líquido frío cayendo
en mi estómago casi hace que devuelva las patatas en ese mismo momento. Pero
luego… empecé a notarme algo mareado. Iba a volver junto a Ted, pero caí en que
había vuelto a olvidar su coca-cola, y por alguna razón eso me hizo reír como
un tonto. Volví al puesto de bebidas, y compré la coca-cola, y me fijé en que
una chica pedía una copa de vino. La
“copa” resultó ser un vaso de plástico como el de la cerveza, pero “copa”, quedaba
más fino. Pensé que tal vez el vino supiera mejor que la cerveza, que me había
dejado mal sabor de boca y…. sí, le pedí a otra persona que me lo comprara.
El vino no sólo sabe mejor sino que
tiene más graduación alcohólica. Y para alguien de mi constitución que además
no está acostumbrado a beber, dos vasos de un litro de cerveza y un vaso igual
de grande de vino, es suficiente para ponerse contento de más. Además, creo que
le echaron algo al vino, una pastilla de estas que te hacen alucinar o lo que
sea, porque aquello me sentó reamente mal. Me costó encontrar a Ted, y cuando
lo hice todo me daba vueltas y tenía mucho calor. Pero me sentía… me sentía genial. Quería
gritar, y bailar. De pronto la música, que ni me iba ni m venía empezó a
parecerme muy interesante. Con un movimiento, vacíe la mita de contenido de
vaso de coca-cola de Ted, que llevaba en la mano.
-
Ups – dije, y me reí. Yo no lo percibí en ese momento, pero
mis movimientos, y mi forma de reír, evidenciaba que había bebido más que
suficiente para una noche.
-
Joder, Alejandro. Anda, bébete tú esto, a ver si la cafeína
te despeja. No vas a ir a por más bebida ¿estamos?
Escuchar eso no me gustó nada. Me
encontraba en mi mejor momento. El alcohol me hacía sentir desinhibido, y pensé
que si tomaba un poco más hasta me atrevería a entrarle a alguna chica. Así que
rechacé la coca-cola y se la tiré a Ted por encima. Aproveché para irme. Vi que me seguía, pero
con tanta gente era difícil.
-
¡Alejandro! Mierda,
papá dijo que no nos separáramos. ¡Alejandro!
Me perdió de vista, porque dejé de
escuchar su voz. Hasta en mi estado pude permitirme sentir un momento de
angustia al pensar que no iba a poder encontrarle… Pero despejé mi mente con
otra cerveza, y no tuve que preocuparme de dar con él de nuevo, porque fue Ted
el que me encontró y me cogió por la nuca, de forma muy parecida a como lo
hacía papá.
-
Gracias por estropearme la que tendría que haber sido la
mejor noche de mi vida – me susurró, con rabia, y noté que me arrastraba. Esa
frase casi hace que se me pasara el pedo. Casi.
-
¡Suélllllltame! Eg que
no vesssh quee
-
Veo que estás borracho, imbécil. Nos vamos a casa, pero ya.
Ted me arrastró hacia a salida y
luego hasta el coche. Abrió la puerta, y me metió dentro sin nada de
delicadeza. Yo me reí. Por alguna razón verle tan enfadado era gracioso. Le vi
sacar el móvil, y eso no me pareció tan gracioso.
-
Ted´s POV –
Está la gente masoquista, la gente idiota, y luego
está mi hermano, que es una combinación de los dos tipos. Debía de sentir algún
absurdo placer por enfadar a Aidan, porque si no, no lo entendía. ¿Por qué
había hecho la única cosa que Aidan nos había prohibido aquella noche? Nuestra
hora de volver a casa había sido borrada por un día. El concierto iba a
terminar a las dos de la mañana, y Aidan no había puesto objeciones. Yo iba a
tener que conducir de noche, algo que no me dejaba hacer, pero también me lo
había permitido por un día. Nos había pagado el concierto. Nos había dado para
que nos compráramos algo de beber y de comer. Sólo había dicho una cosa, una
regla pequeñita: nada de alcohol para ninguno. Aidan era abstemio, y no bebía
nada, así que era un tema en el cual era muy firme. No pretendía que no
bebiéramos nunca pero sí que no lo hiciéramos hasta tener la edad legal, o
incluso después, ya que decía que nada de alcohol hasta los 25. Sabía que, pese
a lo que dijera, no iba en serio pero en
cambio no bromeaba en absoluto al decir que cero bebidas hasta los 21. ¿¡Y ALEJANDRO HABÍA TENIDO QUE
EMBORRACHARSE!?
Le metí en el coche desenado matarle yo mismo. Recordé
lo que había pasado la vez que yo bebí. No había sido del todo sincero con
Alejandro. Es cierto que Aidan no me pegó, pero faltó poco. Lo que me salvó fue
que Aidan aún no había tenido conmigo la charla de “el alcohol es malo para tu
salud y bla bla bla”. La tuvimos entonces, y me castigó, y me advirtió que si
se repetía me daría una paliza. Él nunca lo llamaba así. Siempre decía
“consecuencias”, “unos azotes”, “un castigo” o como mucho “una zurra”, pero
aquella vez dijo “una paliza”. Supe que
era uno de los grandes tabúes. De esas cosas que te meten en un lío de los que
nunca olvidas. Y ahora mi hermanito acababa de embarrarla pero bien, porque
Aidan ya había tenido la charla con él, y además nos lo había prohibido
expresamente, y él no había tomado una cerveza, sino la destilería entera, y se
veía a las claras que estaba ebrio.
Di un golpe contra el coche (pobre mi bebé, si no
tenía culpa de nada u.u Menos mal que no lo abollé) y saqué el móvil de mi
pantalón. Tenía a papá en marcación rápida, así que pulsé el botón y me llevé
el teléfono a la oreja.
-
¿Sí?
-
Hola, papá.
-
Ey, Ted. ¿Ya ha terminado? ¿No es un poco pronto? Pensé que
os ibais a quedar hasta el final. ¿No os ha gustado?
-
No es eso papá es que… ha habido un… contratiempo.
-
¿Un contratiempo? Ted, ¿qué ha pasado?
Aidan no sonaba enfadado, sino más
bien preocupado. Tal vez podía tirar por ahí, para intentar salvar a mi
hermano.
-
No nos ha pasado nada, tranquilo. Estamos bien, y eso es
bueno ¿verdad? Todo tiene solución, menos la muerte ¿no es eso lo que dices
siempre?
-
Theodore, deja de usar mis frases en mi contra, y dime qué
diablos ha pasado.
Alejandro me hacía muecas desde
dentro del coche. Creo que se había dado cuenta de con quién estaba hablando,
aunque no sé si podía oír la conversación a través del cristal. A quien seguro
no podía oír es a Aidan, y no sabía lo afortunado que era por eso, porque en
aquél momento sonó como “todo tiene solución menos la muerte, pero es que a lo
mejor os mato yo mismo”.
-
Alejandro quería saber a qué sabía el alcohol y…
-
¿Ha bebido?
-
Un poco. Pero como no ha bebido nunca pues…
-
¿¡ESTÁ BORRACHO!?
-
Ay, papá, que me revientas el tímpano.
-
Ese es el último de tus problemas ahora mismo.
-
Pero si yo no hice nada…
Ya sabía yo que iba a terminar
cayéndome algo de rebote. Oí como Aidan suspiraba.
-
Perdona hijo, tienes razón. ¿Está bien? Haz que se ponga,
anda…
-
Tal vez no sea buena idea ahora mismo. No creo que tenga
mucho control sobre lo que dice…
Le escuché gruñir, como un león a
punto de lanzarse a por su presa.
-
Ahora mismo voy.
-
No papá…Yo puedo llevarle…Ya estamos en el coche.
-
Está bien. Tráele para acá ya mismo.
-
Sí, señor.
Aunque no estaba enfadado conmigo, en
situaciones como esa era mejor llamarle “señor”. Ya iba a colgar, pero él no
había terminado.
-
¿Ted?
-
Dime.
-
¿Por qué me has llamado para decírmelo? ¿Por qué no has
esperado a estar en casa?
-
Vamos a tardar media hora, más o menos, si no hay tráfico.
Pensé que este tiempo te ayudaría a calmarte y así evitaría que me dejes sin
hermano. Si aparezco ahí con él en éste estado, cuando aún no nos esperas, tal
vez hubiéramos acabado todos en el cementerio.
Le escuché respirar con fuerza, como
un principio de risa que no había llegado a nacer.
-
Te prometo que no le mataré – respondió, en ese tono a medias de broma, como el que había empleado
yo.
-
No te enfades con él… por favor.
-
Eso ya no puedo prometerlo.
-
Por favor…
-
Tú tráelo a casa, Ted – me dijo, y colgó.
Guardé el móvil, entré en el coche, y
dejé las manos sobre el volante, mientras pensaba. Yo había enfadado a Aidan
bastantes veces a lo largo de mi vida, y sobre todo de mi adolescencia, pero en
realidad no solía meterme en grandes líos. Lo que solía hacer conmigo era
dejarme sin salir, sin tele ni play, sin ordenador, sin teléfono, sin todo eso
a la vez, en función de la gravedad de lo que hiciera. Más de una vez había terminado sobre sus
rodillas, cada vez menos conforme me iba haciendo mayor, pero sólo una vez me
había llevado a su cuarto. Cuando Aidan nos llevaba a su cuarto, y no era para
mimos o cuidados porque alguien estaba enfermo, era porque el castigo iba a
durar bastante y requería mucha privacidad, porque ibas a llorar, y quejarte y
todos podrían oírte aunque no quisieran. Hacía seis meses yo hice una gran
cagada (lo de pasar de mi hora e insultar a Aidan) y acabé ahí, y sólo sé que
lloré como nunca antes. Por eso la
semana pasada había temido haberla cagado demasiado, pero papá me dio sólo una
versión reducida. Alejandro en cambio había terminado en el cuarto de Aidan
varias veces. Le castigaba casi tan a menudo como a los pequeños, y eso que se
supone que conforme creces el sentido común va haciendo que cometas menos
errores.
-
¿Porrrr qué no avanshamos? – preguntó Alejandro, luchando
contra su lengua adormecida por los efectos del alcohol. Yo resoplé, y puse el
coche en marcha.
-
Te lo mereces – susurré sin saber si me había oído, y si
sería capaz de entenderme aunque me oyera. Se merecía que Aidan se enfadara con
él.
De todas formas, yo sabía que por más enfadado que
estuviera, Aidan no haría nada de lo que alguien tuviera que arrepentirse
después. Seguramente le iba a dar un buen castigo, y lo sentía por él, pero tal
vez así Alejandro entendiera de una vez por todas que cuando te dicen que no
hagas algo es que NO debes hacerlo. Consciente o inconscientemente, se empeñaba
en desafiar a papá en todo lo que él decía, y por si aún no lo había notado, el
que salía perdiendo era él.
Pese a mis ganas de que mi hermano espabilara de una
vez, y mi cabreo porque me hubiera estropeado la noche, cuando llegamos a casa
y salimos del coche, me puse delante de él, como para hacerle de escudo.
Después de todo era mi hermano pequeño. Y, cuando no se ponía en modo
tocapelotas, era un buen tipo.
Cuando abrí la puerta Aidan estaba al otro lado. Eran
las doce y media de la noche, así que el resto de mis hermanos estaban
acostados. Intenté tantear el terreno. Aidan estaba serio, pero no parecía que
fuera a ponerse a gritar como un energúmeno. Eso era bueno. Sólo esperaba que
tuviera un poco de consideración: Alejandro estaba ebrio, y ese no era el mejor
momento para regañarlo.
Papá se acercó a mí, y yo me tensé un poco, pero sólo
me dio un abrazo rápido, a modo de saludo.
-
Hueles raro – me dijo.
-
Yo no he bebido – le aseguré, algo alarmado.
-
Lo sé. Es distinto. Es como…dulce.
-
Ah, sí. Alejandro me echó coca-cola por encima.
-
Es tarde. ¿Has cenado algo? – preguntó, y yo negué con la
cabeza – Ha sobrado pollo y patatas. Come un poco y vete a la cama.
Yo asentí, aunque miré a Alejandro algo preocupado.
-
Tranquilo. Si hay funeral, te lo haré saber. – me dijo, y me
dio un beso en la frente. Esa era su forma de decirme buenas noches, y era el
único beso que yo no me limpiaba.
Me fui a la cocina a por la cena,
sabiendo que ahora Alejandro estaba sólo. O quizás era a Aidan a quien dejaba
sólo. No estaba muy seguro de quien odiaba más aquella situación.
-
Aidan´s POV –
Yo sabía que no era buena idea que fueran al
concierto. Era peligroso, eran muy niños todavía, y además de lo que pudiera
pasarles, temía lo que pudieran hacer.
Chicas, alcohol, drogas…Todo eso me había preocupado, pero debían saber
que confiaba en ellos, y tampoco podía tenerles en una jaula de cristal. Ted
era relativamente responsable y Alejandro… bueno, me dije que Alejandro sabría
comportarse.
…Pero está visto que me equivoqué. Cuando Ted me llamó
antes de tiempo, lo primero que pensé es que les había pasado algo, y mi mundo
se detuvo por un instante. Luego, una vez supe el verdadero motivo de su
llamada, me sentí frustrado. Tal vez no
hablaba claro. Tal vez la próxima vez debía decirles: “si se os ocurre beber os
daré una zurra de las que hacen que no te sientes”. Pero no me gustaban las
amenazas. Sentía que si sólo me hacía respetar a base de amenazas de ese tipo,
entonces es que estaba haciendo algo mal.
Y algo debía de estar haciendo mal para que Alejandro
pasara de mi advertencia, de todo lo que le había dicho en el pasado sobre el
alcohol, y de su sentido común. ¿Qué pensaba que iba a pasar cuando llegara
borracho a casa? ¿Qué le iba a dar la enhorabuena y una palmadita en la espalda?
Les esperé en la entrada, jugueteando con las llaves
del coche. Tal vez debería haber ido a por ellos. Pero consideré que Ted tenía
razón, y que debía calmarme un poco. De haber ido a buscarles, a lo mejor
habría terminado haciendo algo de lo que me hubiera arrepentido.
Escuché ruidos al otro lado de la puerta que
precedieron a que ésta se abriera, y de pronto todo mi enfado se esfumó de
golpe. Estaban bien. Alejandro seguramente iba a tener resaca, pero estaba ahí,
de pie, frente a mí, sano y salvo. Cuanto habían crecido. Con tanto niño a
veces era difícil darse cuenta del paso del tiempo, pero Ted era prácticamente
un hombre, y Alejandro hacía mucho tiempo que había dejado de ser “mi niño”.
Tras hablar brevemente con Ted y decirle que se fuera
a la cama, me centré en Alejandro. Se tenía en pie, pero tenía las mejillas
coloradas y una sonrisa algo estúpida en la cara, que borró en cuanto vio que
le miraba. Cuando me acercó a él retrocedió, y eso me hizo ver que no estaba
“tan” borracho como para no darse cuenta de que estaba en un buen lío.
-
Vamos a que te des una ducha – le dije, en tono neutro, y le
agarré de brazo porque no me fiaba de su equilibrio subiendo las escaleras en
aquél estado.
Entré con él al baño y abrí el grifo de a ducha.
-
Camisa fuera – le dije, y se la quitó, mostrando su torso
bronceado. Era bastante atlético. Me di cuenta de que tenía más abdominales que
yo. – Métete a la ducha – ordené.
-
¿Con pantalones?
-
Ah no ser que quieras que te vea desnudo, sí, porque yo no me
voy a mover de aquí. Con el pedo que llevas eres capaz de escurrirte.
Me miró extrañado. Creo que empezaba
a despejarse un poco. Se quitó los zapatos y se metió en el agua. Dio un
respingo.
-
¡Está fría!
-
Se supone que tiene que espabilarte.
Le dejé ahí entro unos segundos. Fue un momento
incómodo para ambos, por eso una vez me aseguré de que no iba a caerse, salí, y
fui a por su pijama. Lo llevé a baño y le vi notoriamente más despejado.
-
Cámbiate, y deja los pantalones escurriendo. Te espero fuera.
Un minuto después Alejandro abrió la puerta del baño,
y me miró algo acojonado. Me di cuenta de que su cara estaba un poco amarilla.
-
¿Vas a devolver? – le pregunté.
-
No lo sé – respondió, medio lloriqueando. Su estómago debía
ser una lavadora en ese momento y las náuseas tenían que estar haciéndole
sentir fatal. Volví a entrar con él en
el baño, y le hice agacharse junto al váter. Yo me puse junto a él, y le
acaricié la cara. Estaba empapada, pero creo que no era sólo agua, sino también
sudor.
-
Vamos, échalo – susurré – Te sentirás mejor cuando lo hayas
echado.
Alejandro negó con la cabeza. A nadie
le gusta devolver, pero él siempre lo había llevado especialmente mal. Prefería
tener fiebre que náuseas.
-
Venga, Jandro – le dije, y le froté la espalda. Pocas veces
le llamaba así porque al cumplir diez años empezó a decir que no le gustaba, pero me salió
sólo, como una forma de cariño como cuando era pequeño y se encontraba mal.
Note que se contraía, y entonces
devolvió. Instantes después empezó a llorar. Devolvió una vez más y luego
pareció que había vaciado el estómago. Se puso de pie, se enjuagó la boca, y se
limpió las lágrimas. Dudé unos segundos, pero luego le abracé y eso hizo que
empezara a llorar otra vez.
-
Yo no quería devolveeeeer – se quejó.
-
Ya lo supongo, cariño, pero es una de las consecuencias por
beber sin control. Otra es que mañana te dolerá la cabeza. Y hay otra más.
-
¿Cuál es? –preguntó Alejandro. Él ya sabía, más o menos, por
cultura general, libros, y películas, los efectos del alcohol, y no se le
ocurría ningún otro.
-
Que mañana también te dolerá mucho el trasero.
Alejandro puso un puchero. No es que
aún estuviera bajo los efectos del alcohol, es que él era así de infantil y
expresivo, no sé si para hacerme reír, o para darme pena.
-
No, papá, por favor…
-
¿En serio tienes esperanzas de que eso te funcione?
Alejandro no dijo nada, pero me miró
con sus ojos oscuros brillando y temblando como los de un cachorro. Le di un
beso en la frente. Él no rechazaba mis besos como hacía Ted, a no ser que
fueran en público.
-
Ahora a la cama. Mañana tú, yo, y tu trasero tendremos una
conversación sobre beber cosas que hacen daño.
-
No es justo. Me dolerá la cabeza y tú encima me vas a pegar.
Clavaba el tono de niño pequeño. Lo
sé, tengo varios, y sé cómo suenan.
-
¿Quieres que hablemos de lo que es justo? Te emborrachaste, a
pesar de que te dije claramente que no podías ni oler el alcohol, y por si no
te has dado cuenta le has arruinado la noche a tu hermano, que sólo quería
disfrutar de un poco de música en directo, que es para lo que la gente va a los conciertos. Se ha perdido más de la
mitad por traerte aquí y asegurarse de que estabas bien, y aun así ha intentado
que yo no fuera demasiado duro contigo. ESO es lo que no es justo, hijo.
La cara de pena que puso Alejandro
fue digna de verse. Creo que estaba a punto de llorar otra vez. Por eso era
mejor que nos fuéramos a la cama, que el día siguiente ya iba a ser lo bastante
duro.
-
A dormir – insistí, y le di otro beso.
-
Alejandro´s POV –
Entré en mi habitación, intentando no hacer ruido para
no despertar a nadie, pero me di cuenta de que Ted estaba despierto.
-
¿No puedes dormir? – pregunté, susurrando.
-
Acabo de meterme en la cama.
Cierto. Papá le había dicho que
cenara algo. Yo no tenía hambre, y tal vez nunca lo tuviera. Mi estómago no
quería pensar en llenarse de nuevo, sino más bien en vaciarse. Y todo indicaba
que mañana mi cabeza se iba a unir a la
orquesta.
Me senté en la cama. A juzgar por la
respiración pausada, Cole dormía como un tronco. La habitación estaba en semipenumbra,
pero entraba algo de luz por la ventana, por una farola cercana. No echábamos
la contraventana por el peque, para que la habitación no estuviera a oscuras
del todo por si tenía que levantarse de la litera, que no se cayera.
Me tumbé en la cama y me eché la
sábana, y durante todo el proceso noté que Ted me miraba Sabía lo que quería
preguntarme. “¿Estás bien? ¿Papá se ha enfadado mucho? ¿Te ha castigado?” Pero no hizo ninguna pregunta. Y yo se lo
agradecí, porque yo no sé lo que le hubiera respondido.
“No, no me ha castigado. Aún. No
parecía muy enfadado, aunque sé que sí que lo estaba. Es simplemente que no
quería que se notara hasta qué punto. Y no, no estoy bien, pero eso apenas
tiene que ver con que mi estómago esté centrifugando.”
Giré sobre la cama hasta colocarme de
lado, y puse las manos debajo de la almohada. Papá tenía razón: le había
estropeado la noche a Ted. Joder, apenas presté atención a la música.
Tal vez fuera porque sabía que al día
siguiente papá iba a castigarme, pero en ese momento me sentí como un hermano y
un hijo de mierda. Cerré los ojos con fuerza para no llorar, y finalmente me
decidí a aclarar alguna de las dudas de Ted.
-
Mañana – dije solamente, y supe que me entendió, porque le oí
chasquear la lengua. Los dos sabíamos que iba a ser de esos castigos que
siempre querría olvidar, pero nunca podría.
Desperté con la sensación de que
alguien se estaba montando una buena fiesta en mi cabeza. Durante un tiempo me
negué a abrir los ojos, y cuando lo hice, agradecí infinitamente que alguien
hubiera bajado la persiana, para que no entrara mucha luz solar. Ted no estaba en su cama, y como la litera
de arriba no estaba hundida, deduje que Cole tampoco. Miré el reloj, y vi que
eran las once y cuarto. Siempre nos despertábamos a las diez, pero ese día me
dejaron dormir más, seguramente pensando en que mi resacón lo necesitaba.
Analicé mi cuerpo. La cabeza realmente dolía, pero el estómago ya estaba bien.
No parecía que fuera a vomitar y ni siquiera me dolía.
Me senté en la cama y reparé en un
vaso y una cajita sobre la mesita. Era una caja de aspirinas, y eran el símbolo
de que alguien se había apiadado de mí lo suficiente como para ayudarme con
aquél dolor que me había buscado yo solito. Me tomé una pastilla y luego
lentamente, como un zombie, comencé a vestirme.
Al poco vino papá, justo cuando
estaba acabando de ponerme la camiseta.
-
Ey. ¿Qué tal va el estómago?
-
Bien. No me molesta.
-
¿Tienes hambre?
-
Mucho.
-
Tienes el desayuno abajo.
-
Gracias. Y gracias por dejarme dormir más.
-
Supuse que te vendría bien y además no había ruido humano que
te despertara. ¿Te duele la cabeza?
-
Sí.
-
¿Te tomaste la pastilla? Hará efecto enseguida.
Bajé a desayunar reflexionando sobre el hecho de que
papá estuviera siendo tan… agradable. Fuera ya de la influencia del alcohol,
pude pensar que no hubiera sido tan raro que me recibiera con gritos,
reproches, y tal vez la zurra que aún tenía pendiente. Pero en vez de
castigarme por la noche, prefirió esperar a que me sintiera mejor.
La perspectiva del castigo no ayudaba a que me entrara
el desayuno, pero era cierto que tenía hambre así que mordisqueé una tostada y
me bebé un vaso de leche.
-
Eso no es desayuno –
me reprochó papá. Yo no me di cuenta de que había bajado. Bajo su atenta
mirada me serví un poco de zumo y cogí un plátano. Eso pareció complacerle.
Desayunar sólo era raro. ¿Dónde estaba el ruido, las
cosas volando y, en definitiva, el resto de mi familia? Papá debió de adivinar
lo que estaba pensando porque carraspeó y dijo:
-
Ted ha organizado un partido improvisado en el jardín.
No me invitaba a participar, y yo sabía por qué:
porque aún teníamos uno asunto pendiente. Supe ver que Ted había hecho eso por
mí, para que no tuviera que cruzarme con nadie por un tiempo, ya que
seguramente querría pasar aquél día sólo. Cuando papá me castigaba lo último
que quería era tener a mis hermanos pululando
a mi alrededor.
Cuando acabé de desayunar me lavé las manos y me
dispuse a fregar los vasos, pero papá me lo impidió.
-
Vamos a mi cuarto – me
dijo, y mi estómago se encogió, pero no tenía nada que ver con la sensación del
día anterior por la noche. Se encogió porque se agotaba el tiempo, y papá me
iba a dar el señor padre de todos los castigos.
Subí al cuarto de papá con ganas de ir justo en
dirección contraria. Su habitación era grande.
Dormía él sólo en una cama de matrimonio que a menudo era ocupada
también por alguno de mis hermanos pequeños. Pese a lo espaciosa que era, en
esas situaciones a mí se me antojaba pequeña, como si fuera una cárcel de a que
no podía escapar. Papá cerró la puerta al entrar detrás de mí.
-
Siéntate – pidió, y me señaló la cama. Lo hice, y él se sentó
a mi lado. – Tienes quince años. Esos son seis años menos de la edad legal para
beber. No sé qué tal noche habrás pasado tú, pero yo no he dormido demasiado y
estuve pensando que podría dejarte seis meses sin salir, uno por cada año.
Yo abrí mucho los ojos, demasiado
horrorizado para decir nada. Pero papá no había terminado.
-
Eso me pareció excesivo, sin embargo, y además difícil de
cumplir porque sería como castigarme a
mí también. Me niego a pasar seis meses sin que vengas con tus hermanos y
conmigo al cine, o al zoo, o a donde sea que nos lleve el plan familiar.
Entones pensé en dejarte seis meses sin ordenador, pero recordé que seguramente
lo necesites para algún trabajo del colegio, y yo no tengo tiempo para andar comprobando que te
metes en páginas únicamente necesarias para tus trabajos. Pensé, y pensé, y
pensé, y me devané los sesos pensando en alternativas porque yo NO QUERÍA TENER
QUE ESTAR AQUÍ CONTIGO, EN ÉSTE PUNTO, A PUNTO DE DARTE UNA ZURRA.
Papá alzó la voz en la última frase, y yo me encogí un
poco. Él tenía una voz muy potente y cuando gritaba parecía que había un
gigante en la habitación. Creo que él era consciente y por eso no gritaba
mucho.
-
Es por eso que te dije que no podías beber, a pesar de que ya
sabías que no podías hacerlo – continuó él. – Me pareció bien recordártelo ya
que salió el tema, por si acaso te entraban ganas de hacer tonterías. Y me
encuentro con que no sólo bebes, sino que además te emborrachas. Realmente
parece que has hecho todo lo posible para que acabemos aquí, como si sintieras
algún placer especial por echar por tierra todos mis intentos de no ser duro
contigo.
-
Lo siento – susurré. Papá me estaba hablando con mucha
dureza. Normalmente era bastante suave antes de un castigo. Era como un
diálogo, en el que hablábamos de lo que había pasado sin sentirme realmente
regañado. Pero aquella vez no estaba siendo así.
-
Eso es lo que me pregunto, Alejandro – dijo, y ahí estaba ese
tono suave que yo recordaba, teñido con un poco de desesperación. – Si realmente lo sientes o si lo dices ahora que sabes que voy a
castigarte. Porque esto no es algo que hagas por descuido. No es algo que no
hayas pensado bien o que hagas llevado por un arrebato. No es algo impulsivo.
Impulsivamente uno se toma una cerveza, y no las tres que me dijo tu hermano.
-
Y un poco de vino – añadí, en voz baja, pensando que era
mejor soltarlo todo.
-
Genial. ¿Quieres un cartón de vino tinto, y te pones ya de
paso en una esquina rodeado de vagabundos que compartan tu gusto por el
alcohol? – escupió, y cada una de esas palabras me dolieron, por la rabia con
la que las dijo. Me tembló el labio, y al segundo siguiente me encontré
estrujado contra su pecho. – Perdona. No he debido decir eso. Gracias por
contármelo. ¿Tomaste algo más? Parecías bastante… afectado.
-
Creo que el vaso de vino llevaba algo. Tal vez estaba
mezclado con otra bebida o… algo más.
Papá cerró los ojos con fuerza, y
suspiró. Luego me dio un beso.
-
Gracias a Dios que estás bien.
-
Sí que lo siento – le dije, de corazón. – No ha sido de mis
ideas más brillantes. Sabía fatal, y me sentó fatal. Y sí que fue impulsivo. No
lo hice aposta por molestarte… sólo… no lo pensé bien. Es de esas cosas que
quieres probar… que hace todo el mundo…Pensé que no le hacía daño a nadie, pero
sí que lo hacía… Me lo hacía a mí, y a Ted, y a ti… Puede que beber esté de
moda pero no merece la pena. Un poco más, y ayer me voy entero por el retrete.
Papá me acarició la cara con
suavidad, y quiso creer que eso significaba que me entendía, y me perdonaba.
-
¿Qué tal la cabeza?
-
Me ha dejado de doler. Será por la aspirina.
-
En ese caso, no retrasemos esto más – me dijo, y entendí mi
señal. Me puse de pie e intenté ser valiente. – Quítate el pantalón, y déjalo
en la silla.
Aquello era lo suficientemente grave
como para que me diera unos azotes sin pantalón. Por algo estábamos en su
cuarto y no en el mío: tal como sospechaba iba a ser un castigo de los grandes.
Suspiré. Primero me quité los zapatos y los aparté a un lado. Luego me llevé
las manos al botón de los vaqueros, pero los dedos me sudaban y no lograba
sacar el metal por el maldito ojal. Miré a papá preocupado: no quería que
pensara que estaba tardando a propósito.
Él se limitó a esperar con paciencia, y al final conseguí desabrocharlo.
Me los bajé, con algo de vergüenza, a pesar de usar boxers y haber paseado por
casa sólo con ellos muchas veces. Dejé los pantalones en la silla, y me acerqué
a mi padre, que se echó para atrás para que pudiera tumbarme sobre él.
Yo lo intenté de verdad. Había
obedecido en todo hasta el momento, pero me sentí incapaz de seguir aquella
señal implícita de tumbarme en su regazo. Las piernas me decían que no.
-
Papá… - le dije, poniendo muchas cosas en esa única palabra.
“No lo hagas por favor.” “Lo siento, lo siento de veras.”
-
Lo lamento, hijo – me aseguró, y me cogió de la mano. Tiró un
poquito, y como yo no opuse resistencia me tumbó en sus rodillas con facilidad.
En ese momento, cuando me vi mirando
al suelo, indefenso ante mi padre, me eché a llorar. Es difícil decir por qué
llora uno en esas situaciones. A veces lloras antes de que empiece el castigo,
a veces durante, y a veces después. Gran parte es por el castigo en sí mismo,
porque duele. Pero también es porque te sientes muy vulnerable, con las
emociones a flor de piel. Es un tipo de castigo que estimula tu sentimiento de
culpabilidad, al hacerte sentir como un niño que se ha portado mal, que es lo
que era yo en ese momento. Si estás con una persona en la que confías, es casi
inevitable que liberes todo lo que llevas dentro. El miedo, la frustración, la
culpabilidad, e incluso la rabia por saber que van a castigarte. Todo eso es lo
que provoca las ganas de llorar, y lo que me hizo llorar a mí.
Sentí que papá me acariciaba la
espalda. Siempre hacía eso, antes de empezar, y siempre conseguía calmarme,
porque no empezaba hasta verme tranquilo.
-
¿Sabes? Tenías mucha razón en eso que has dicho: al beber, te
haces daño a ti, y a los que te quieren. Para mí es importante que entiendas
que, aunque hay una diferencia evidente entre tomar una copa y emborracharse,
las dos cosas son ilegales, hijo. Y si yo te pido que no lo hagas, no debes
hacerlo. Llegará un momento en el que a nadie le importará si sales por ahí a
tomar algo con los amigos, pero aún no es ese momento. Tienes sólo quince
años. Además es necesario tener
autocontrol para lograrlo, y está claro que tú aún no lo tienes. Ya sabes que
yo no bebo. ¿Quieres saber por qué? Porque yo tampoco sabía cuándo parar.
Empecé a beber a tu edad, para escapar de mis problemas, pero no escapaba, sino
que me creaba más.
Me hubiera gustado poder verle la cara
a papá en ese momento. Su voz sonaba torturada, y yo moría por saber cuáles eran esos problemas de los
que nunca hablaba. Su vida con Andrew no tenía que haber sido fácil, pero nunca
nos contaba demasiado.
-
Sé que tú no tienes ese problema, pero podrías tenerlo. La
verdad, no creo que haya una buena razón para empezar a beber tan joven: todas
son malas. ¿La moda? ¿La opinión de los demás? ¿Probar algo nuevo? ¿Huir? No
son buenos motivos. No cuando es peligroso para ti, y además ilegal.
Ladeé la cabeza y apoyé la mejilla en mis manos, que a su vez estaban
apoyadas sobre la cama. Pensé que mi padre tenía razón. Era curioso porque la
gente es muy reivindicativa con eso de las modas: por regla general, se critica
a los que aman un estilo de música sólo por moda, y sin embargo esos mismos
críticos son los que luego van por ahí a beber porque “es lo que hace la gente
de nuestra edad”.
-
Si no hubieras sabido que el alcohol es malo, y que no podías
beberlo antes de hacerlo, con ésta conversación habría bastado. Pero lo sabías,
y aun así lo hiciste, y tengo que asegurarme de que no vuelva a pasar – dijo
papá, y yo cerré los ojos, porque supe que iba a comenzar.
Dejé de sentir sus manos acariciando
mi espalda para sentir únicamente cómo una de ellas se quedaba sobre mis
omóplatos, sujetándome y reconfortándome a la vez, como diciendo “me tienes
para lo que sea, aunque ese lo que sea no te guste”. En seguida sentí su otra
mano, golpeando con fuerza la parte trasera de mis calzoncillos, que no fueron
una gran protección. Una descarga sensorial recorrió todo mi cuerpo, naciendo
de una parte muy particular de mi anatomía. Me di cuenta de que había dejado de
llorar en el momento en el que quise empezar a llorar de nuevo.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
Diez a la derecha, diez a la
izquierda, diez en el centro. Dios,
tenía tantas ganas de llorar. Pero no quería queda como un crío. Aún no dolía
tanto como para que llorar tuviera sentido, y no quería que papá pensara que
era débil.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
Noté que empezaba a pegarme más
fuerte, y empecé a respirar fuerte después de cada palmada, hasta que ya no
aguanté más en silencio.
PLAS PLAS Amf
PLAS PLAS Ayyy PLAS PLAS
¡Ay! PLAS PLAS Umff PLAS PLAS
Las lágrimas que se me estaban
escapando se transformaron en un llanto suave y a partir de entonces me limité
a soltar un sollozo después de cada palmada.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
Papá se detuvo, pero sabía que no
había terminado. Sólo me estaba dando un descanso porque iba a comenzar de
verdad. Efectivamente, segundos después empezó a pegarme con fuerza, abarcando
también los muslos y ahí simplemente dolió demasiado.
PLAS PLAS Ayyyyv PLAS PLAS No, pa… PLAS PLAS Papáaa
PLAS PLAS No más PLAS PLAS
Me dueleeee
Sin poder evitarlo, comencé a
patalear. Noté entonces un ligero cambio de posición, y papá me apoyó más en la
cama para pasar una pierna sobre las mías, para sujetarme bien e impedir que me
cayera.
PLAS PLAS Paa…snif snif PLAS PLAS
Papi… PLAS PLAS PLAS Ayyy PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS Papi…. PLAS PLAS PLAS Ayyy PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS Papi, perdón PLAS PLAS PLAS Papi, lo siento PLAS PLAS PLAS
Aau PLAS PLAS
PLAS PLAS Papi, ya … PLAS PLAS ya no
voy a hacer…sniff… haberlo más… PLAS PLAS PLAS PLAS pero para… PLAS PLAS para…
PLAS PLAS por …snif…PLAS PLAS PLAS por favor…
Intenté poner las manos, pero no fui lo bastante
rápido y papá me sujetó. Me dio las últimas palmadas con fuerza justo en el centro.
PLAS PLAS Ya,
papi snifff PLAS
PLAS PLAS Yaa
Papá terminó, y yo seguí llorando. Toda mi parte posterior
ardía, y picaba, y yo agarré con fuerza el edredón de la cama de papá, y lo estrujé con las manos hundiendo la cara en
él para llorar. Solté seis fuerces sollozos medio ahogados, sobre la ropa, pero
luego me di cuenta que seguía tumbado sobre mi padre, así que me levanté. No me
dolía al moverme ni nada de eso, papá no era un bestia, pero seguía picando y
no pude evitar llevar mis manos atrás y frotarme con fuerza sobre los
calzoncillos. Cogí mi pantalón, y corrí hacia la puerta, pero papá no me dejó
salir, y de pronto me encontré de pie, apoyado sobre él, envuelto entre sus
brazos.
-
Aidan´s POV –
Alejandro me había suplicado. Entre llantos, me había
pedido que parara. Y yo no lo hice. Creo que es la cosa más dura que he hecho
en mi vida…. En realidad no. En realidad había cosas mucho peores que había
tenido que hacer, como impedir que mi padre se ahogara en su propio vómito
cuando volvía borracho a casa. Y no borracho como había vuelto Alejandro, sino
borracho de verdad, de los de coma etílico.
Pero, en cualquier caso, ninguna de esas cosas
horribles que había tenido que hacer, me
habían preparado para momentos como ese,
en los que mi hijo me llamaba “papi” sin ser consciente de ello, cuando
normalmente se cortaría la lengua antes de llamarme así. Yo era “papá” y en muy
raras ocasiones, Aidan, pero hacía mucho que no era “papi”. Sólo era papi
cuando le castigaba.
Ciento cuarenta. Esos fueron los azotes que le di.
Había pretendido llegar a ciento cincuenta, pero simplemente no pude. Le sentí
estremecerse incluso después de que terminara, y vi como agarraba el edredón,
arrugando la ropa de mi cama, y ahogaba sus sollozos en él. Me sentí tan mal… Quería consolarle, pero
Alejandro era especial. La mayoría de mis hijos buscaba mi consuelo después de
un castigo, pero Alejandro prefería pasar el resto del día sólo, lo más lejos
posible de mí, y de todos. Observé a ver si se calmaba, mientras sentía que yo
lloraba también. No me importo: era bueno que mi hijo me viera llorar. Que
supiera que no hacía aquello por malo, o por deseos de hacerle sufrir.
Se levantó
despacito, y evitó mirarme a la cara. Puso sus manos donde las mías lo
habían golpeado, y se acarició con fuerza. Daba tanta lástima…
Alejandro era moreno de piel, sin llegar a tener el
color carbón suave de Ted, que era mulato. Aun así, se le notaba mucho la
sangre acumulada en la cara, por su forma tan intensa de llorar. Le vi coger su
pantalón y de pronto echó a correr, para irse, pero me levanté a tiempo y se lo
impedí. Le abracé. Sabía que en ese momento mi abrazo no le hacía sentir muy
cómodo, pero yo no pensaba soltare y dejarle así, desecho en llanto.
-
Ya está. – susurré, y le di un beso en la cabeza. Sentía su
pecho golpear fuertemente el mío, con cada respiración agitada.
No sé lo que le llevó calmarse. Sé
que fue más de lo que me hubiera gustado. Me preocupaba que luego le doliera la
cabeza, por llorar así, o incluso que se le cortara la digestión.
-
Ya ha pasado – le dije, cuando escuché que su respiración se
normalizaba. Le acaricié la espalda hasta que fue él el que decidió separarse.
Se limpió la cara con la manga y me miró con ojos tristes. Creo que estaba un
poco confundido, como si no supiera muy bien lo que debía hacer en ese momento.
Siempre le pasaba igual, así que le guie hasta la cama e hice que se sentara.
Él protestó un poco, porque le dolía, pero entendió que era para que se pusiera
los pantalones y comenzó a vestirse. Se puso de pie para subírselos del todo y
abrochárselos, y por su cara pude ver que el roce le dolía un poco.
-
¿Me puedo ir ya? – me preguntó.
-
Aún no. Primero te tengo que dar un beso. – dije, y me
acerqué a él. Le besé en la frente, y le alcé la barbilla, para mirarle a los
ojos. – Sé que te duele, que ahora mismo ni siquiera sabes si estás enfadado, y
que me odias, y no voy a decir eso de que lo he hecho por tu bien, porque
aunque es verdad, sé que ahora eso no te interesa, y no te suena creíble. Lo he
hecho para impedir que vuelvas a cometer el mismo error. Cuando te castigo, es
para que elijas el rumbo adecuado en tu vida. Pero ahora ya te he castigado, ya
fue, y por mi parte todo está bien. Todo está perdonado.
Alejandro me miró durante unos segundos, y luego se
mordió el labio. De pronto me abrazó.
-
No te odio. Yo te quiero mucho – me dijo y luego se soltó, y
salió corriendo.
Medité unos instantes sobre si debía
ir tras él. Ya le había dicho todo lo que tenía que decirle, y además sabía que
quería estar sólo. Sonreí un poco al recordar que había dicho que me quería.
wow!! te felicito escribir el punto de vista de los tres ...me encanta.
ResponderBorrarya quiero conocer mas de esos secretos que atormentan a aidan, que fue lo que vivio que lo marco tanto, ya me engancho tu linda historia gracias...
ResponderBorrarLittleHoshi: Woooooa extraordinario, me hizo recordar mis primeras sálidas y primeros conciertos. También que es salir de fiesta con un hermano mayor, jajaja. Muy bueno.
ResponderBorrarTe quedó de perlas.