CAPÍTULO 4:
Imprescindible
Odiaba los días de colegio. Mis amigos, antes de ir a clase sólo tenían
que levantarse, vestirse, desayunar lo que sus padres les hubieran preparado, e
intentar despertarse por el camino. Yo tenía que ayudar a preparar once desayunos
y once almuerzos, hacer de policía en el cuarto de baño, y perseguir niños de
cuatro y seis años que corrían por el pasillo sin camiseta. Si algo bueno tenía
el colegio es que allí era simplemente
Ted. Ted el amigo de Fred, Ted el amigo
de Mike, Ted el capitán del equipo de natación… y no Ted el hermano mayor.
Aquél martes
todo era un caos. Aidan ya había despertado a los pequeños, lo que significaba
que Alejandro y yo deberíamos de habernos despertado hacía veinte minutos y
también tendríamos que estar vestidos y haber usado el baño. Por mi parte todo
ok, pero Alejandro seguía en la cama. Ese día tenía un examen de mates que no
se había ni mirado, y no debía de apetecerle levantarse para ir rumbo a lo que
era un suicidio garantizado. Porque si traía un suspenso (uno más, de tantos…)
papá le descuartizaba lenta y dolorosamente, y luego le abría en canal y…esto...olvidad
eso último. Lo que quería decir es que si suspendía, papá se subía a las
paredes (así queda más fino, pero no os engañéis: traía un suspenso más y me
quedaba sin hermano).
Intenté hacer que se levantara a base de
almohadonazos, pero salí perdiendo. Ya
debería de estar acostumbrado a esquivar proyectiles voladores, pero Alejandro
me acertó en toda la cara. Me sentí torpe, y lo cierto es que aquella mañana
estaba como algo atontado.
Si yo no estaba teniendo un buen inicio de día, Aidan
tampoco. Le oía correr por todo el pasillo detrás de Alice, y luego detrás de
Kurt, y luego con Hannah, y luego con los tres a la vez.
-
¡Estate quiero, Kurt! – le oí gritar por enésima vez en dos
minutos.
Yo hice honor a la expresión “hacerse el sueco” y
fingí que no me enteraba de lo que sucedía al otro lado de mi puerta. Si no me
enteraba, no tenía por qué salir a echarle un cable a papá… Claro que eso me sirvió sólo hasta que Aidan aporreó la
puerta de nuestro cuarto.
-
¡Ted, ya tendrías que estar en la puerta del baño! ¡Aquí todo
el mundo se está saltando su turno!
-
¡Yo no soy carcelero, para andar controlando cuándo mea cada
uno! – repliqué, a voz en grito como él, mientras terminaba de hacer mi cama.
-
¡Si no quieres ser el preso y que el carcelero sea yo, ya
estás saliendo de ahí ahora mismo!
-
Vale, vale. Qué carácter, jo – protesté, abriendo la puerta.
Esa última amenaza no había sido una broma, sino una advertencia en toda regla
de que dejara de hacer el tonto si quería seguir siendo un adolescente con
libertad para salir los fines de semana.
Efectivamente, al salir noté que Aidan no estaba para
bromas. Jolín, ni que fuera nuevo. Ahí todas las mañanas era un caos, pero
aquél día parecía alterado de verdad. ¿Dónde quedó su paciencia (y debo
reconocer que tenía mucha)?
-
Si cada uno hace lo que quiere, esto no funciona – me
reprochó. Y luego bajó la cabeza para
mirar a Kurt, y le zarandeó del brazo donde le tenía agarrado. – Eso también va
por ti. El pasillo no es una pista de carreras.
Pedirle a Kurt que no corra. Si, ya,
claro. Era más fácil que una tortuga se hiciera un sprint. Papá ya debería saberlo, y además había sonado
demasiado enfadado.
-
Ven, Kurt. Que me vas a ayudar a que estos listillos no hagan
trampa con los turnos – le dije, tomándole de la mano para alejarle de papá y
sus malos humos.
Me llevé a mi hiperactivo hermano a la puerta del
baño, y saqué el móvil para ver la hora. Luego miré el papel que colgaba de la
puerta del servicio, porque los turnos se renovaban cada mes y no me los sabía
de memoria.
-
Harry, te queda un minuto. – le avisé, al que estaba dentro.
Cada uno tenía unos minutos para usar el baño, y debían respetarse. En eso Alejandro
y yo teníamos algo más de suerte: como papá nos levantaba antes, para evitar
problemas de tiempo, al final él y yo terminábamos teniendo más minutos que los
demás.
-
No soy Harry, soy Cole.
-
¡Tu turno acabó hace diez minutos! ¿Qué haces aún ahí?
-
¡Ya voy!
-
30, 29, 28, 27, 26…
-
¡No me cuentes!
-
…25….24….23….22.
Le escuché tirar de la cadena, y dejé
de contar. Al poco salió.
-
¿Te has lavado las manos? – le pregunté, y me las enseñó, aún
mojadas. – Pues sécatelas.
Cole se las secó rápidamente en la toalla, y yo miré a
Aidan, como diciendo “¿Ves el caso que me hace? ¿A que es mono?”. Pero Aidan no
estaba en modo “sonrisa” aquella mañana, y se limitó a fruncirme el ceño. A mí,
y a Cole.
-
No vuelvas a saltarte tu turno. – le dijo, muy serio.
-
No, papá.
-
Por tardón hoy pones la mesa tú sólo. Vamos, ve.
Cole voló escaleras abajo, a poner
los vasos y los platos.
-
Papá, caray, ¿te pasa
algo?
-
¿Por qué habría de pasarme?
-
Hombre, porque ese de ahí era tu hijo, no un soldado recién salido de la academia, y su
único “delito” ha sido estirar un poco su turno.
-
Los horarios están para cumplirse.
-
¿Ahora eres Dylan? ¿Desde cuándo eres tan rígido con…con
todo?
Aidan me miró fijamente, y luego suspiró.
-
Es que Alice va a volverme loco – dijo, a modo de
explicación.
-
¿Qué pasa con la enana?
-
Que no hay modo de vestirla, eso pasa. No deja de esconderse
y de correr para que no le ponga el vestido.
-
Yo me ocupo. Tú procura no comerte a nadie mientras tanto
¿vale? – le dije, y miré intencionadamente a Kurt, que aguardaba quitecito a mi
lado con una tranquilidad que no era normal en él. Aidan volvió a suspirar
entendiendo lo que le quería decir.
-
Ven aquí, correcaminos – le pidió, y le ahogó en un
abrazo. Le llenó de besos, de esos besos
de padre absolutamente sonoros. Ese ya se parecía más al Aidan habitual.
En seguida entendí la frustración de
mi hermano. Encontré a Alice debajo de su cama, desnuda salvo por unas
braguitas.
-
Pero bueno, pitufa, ¿qué haces así? ¡Hay que vestirse!
-
¡No!
-
¿No? Entonces, ¿vamos así al cole?
-
¡Sí! – respondió, y se rió.
-
Uy, ¿cómo los bebés? ¿Te ponemos también un pañal?
Alice no me respondió, y jugueteó con
una de sus muñecas, aún con medio cuerpo escondido.
-
Vamos, princesita. Tienes que ponerte la ropa. – dije, y me
acerqué para sacarla de la cama. Ella me soltó un manotazo y se metió más.
-
¡No! – chilló, con fuerza.
-
Así lleva quince minutos
- dijo Aidan, desde la puerta, con Kurt en brazos. Y, por su mirada,
entendí por qué estaba de ese humor tan negativo: se estaba planteando si Alice
merecía un castigo. A Aidan no le
gustaba empezar los días así, y menos con su pitufina. Intenté ahorrarnos un
mal trago a todos.
-
¡Alice, mira qué vestido tan bonito! – exclamé, fingiendo
entusiasmo. Era horrible, todo lleno de florecitas y cosas de niña. Pero en fin,
para ella estaba bien, supongo. Era una de sus prendas favoritas.
-
¡Es feo! – protestó.
-
¿Pero qué dices? ¿Lo has visto bien? Anda, sal aquí y míralo
bien. – insistí, y tras unos segundos
salió de su escondrijo. Tomó el vestido de mis manos, pero entonces lo tiró al
suelo. Luego, corrió hasta su cama, se quitó las braguitas, e intentó ponerse
la camiseta del pijama. Esa especie de ¿rebelión? pareció ayudar a Aidan con su
indecisión, y dejó a Kurt en el suelo, para acercarse a ella.
-
Alice, ¿sabes que le pasa a las niñas que no son buenas? –
pregunté, y ella me miró con atención, entendiéndome perfectamente.
-
¡Me da igual! – me dijo, aunque no sonaba como si la diera
igual.
-
Yo sé que no – dije, e intenté cogerla en brazos. –Anda,
pídele perdón a papá, que él te perdona.
-
¡No! ¡Él es tonto, y tú también! - replicó y se soltó, para que no la cogiera.
Yo ya no podía hacer nada. Papá había puesto esa cara que aseguraba que alguien
iba a terminar llorando, y no iba a ser él, aunque a veces también. Alice
pareció entender por fin el mensaje.
-
¡No, papi, no! ¡Voy a ser buena!
-
Ya he tenido mucha paciencia contigo, Alice.- replicó papá, que la agarró, la dio la vuelta
y soltó una suave palmada sobre su traserito desnudo. Ella empezó a llorar en
el acto. Papá iba a darle otra palmada, pero en lugar de eso la giró y la
envolvió en un abrazo. Era en momentos como ese cuando entendía que papá en
realidad era un blando.
-
Eres malooooooooo – gimoteó Alice, llorando con lágrimas y
sollozos.
Me acerqué, y la saqué de los brazos
de Aidan, para tenerla entre los míos.
-
Princesita, ya sabes que tienes que portarte bien, y sino
papá te hace pampam. – la dije, mientras me agachaba a coger sus braguitas y su
vestido. Ella sólo sorbió por la nariz y se apretó contra mi pecho.- ¿Vas a ser
buena?
Ella asintió, muy triste.
-
Pues entonces ve a darle un beso a papá.
-
Bueno…
Fue a hacer lo que la pedía, pero el
beso lo recibió ella. Le di la ropa a Aidan y dejé que la vistiera, mientras yo
bajaba a preparar el desayuno y el almuerzo. Íbamos fatal de tiempo.
Cuando llegué a la cocina me encontré
con que Aidan ya había hecho todo el
desayuno. En una bandeja había veinticuatro huevos, en otra veinticuatro
rebanadas de pan tostado, y en dos boles
había tomate triturado y mermelada. Había sacado también un bote de
crema de chocolate, sabiendo que eso tendría más éxito que el saludable tomate.
En la mesa grande del centro de la habitación había once paquetitos con dos
sándwiches cada uno. Aidan debía de haberse levantado a las cinco y media de la
mañana para hacer él sólo lo que normalmente hacíamos los dos.
Cogí el paquetito con mi nombre.
Aidan siempre escribía una nota y la metía en el almuerzo, para sacarnos una
sonrisa o recordarnos algo importante. La mía ese día era muy larga, y ponía:
En el almuerzo de hoy he utilizado
cuarenta y cuatro rebanadas de pan de molde, dos kilos de ensaladilla, y dos frascos de crema de cacahuete. Tus hermanos y tú tardaréis aproximadamente
veinte segundos en devorarlo todo.
En desayuno se ha llevado medio litro
de aceite, cuatro litros de leche, veinticuatro huevos, veinticuatro rebanadas
de pan, doce tomates, un bote de mermelada, y uno de nocilla. Habremos
terminado en diez minutos como mucho, porque si tardamos más llegaremos tarde.
La
compra y la comida son un trabajo desagradecido: inviertes mucho tiempo,
y no duran nada.
En cambio todo el tiempo que paso
contigo, es un tiempo en el que únicamente estoy recibiendo cosas, y no dando.
Tú y tus hermanos vais a durar para siempre, así que más me vale alimentaros
bien.
Te quiere,
Aidan.
Lo primero que pensé al leer la nota
fue que acababan de alegrarme el día con una tontería. Lo segundo fue que Aidan
necesitaba dormir más, porque se le estaba yendo la pinza. Sabía que se habría
acostado a la una o a las dos, trabajando en su nueva novela, así que había
dormido unas tres horas. Cuatro como
mucho. Y luego me decía a mí que tenía que dormir por lo menos ocho.
A quién iba a engañar: la nota de mi
hermano me había encantado. Siempre nos estábamos riendo de las cantidades tan
exorbitantemente grandes de comida que eran necesarias para alimentar a doce
personas. Sólo había que abrir nuestra nevera gigante de dos puertas para
comprobar que ahí se compraba al pormayor. Zumos, leche, huevos, lechuga, más lechuga, otra lechuga más,
pollo…Y aun así, era posible que no nos alcanzara hasta el viernes, que era el
día en el que hacíamos la compra, en un megapedido para toda la semana.
Cuando puse el pie en las escaleras,
para ayudar arriba dado que el desayuno ya estaba hecho, sentí que Aidan se había equivocado, y que yo
no iba a durar para siempre. Me asaltó una punzada muy dolorosa en un costado,
y de pronto me doblé y empecé a devolver. El hecho de doblarme hizo que me
doliera más, y creo que debí de gritar, porque al segundo siguiente vi a Aidan
bajar corriendo las escaleras.
Recuerdo que quise desmayarme, pero
no pude.
-
Aidan´s POV –
Reconozco que no dormir me ponía de mal humor. Que
Alejandro no quisiera salir de la cama también me ponía de mal humor. Y que mis
hijos más pequeños hicieran complicada la simple tarea de vestirse terminaba por alimentar mi mal humor. Así que
no, aquellos no fueron “buenos días”, para mí.
Por alguna razón, me había pasado esa noche en
vela, hasta que a las cinco ya no pude
dar más vueltas en la cama y me levanté,
me duché y me puse a preparar el almuerzo y los desayunos. Normalmente eso me relajaba, pero ya me había
acostumbrado a hacerlo con Ted, y sin él me sentía raro, y hacer el desayuno me
pareció de pronto muy aburrido. Les fui despertando por orden, y enseguida vi
que los turnos no se respetaban, que Ted no estaba fuera poniendo orden, y que
yo iba a cometer infanticidio si Alice no salía de debajo de la cama. Y de
pronto Ted acabó con todos esos problemas
en un segundo, como si no le costara esfuerzo. Él era el que solía recordarme que no me
gustaba ser un sargento, y el que marcaba la diferencia entre que un día
empezara bien, o simplemente empezara.
Al final tuve que castigar a Alice, y por eso me quedé
con ella haciéndola mimos y terminando de vestirla, cuando lo que quería era
decirle a Ted lo mucho que me alegraba de
poder contar con su ayuda. Vestí
a mi princesita, y fui a sacar a Alejandro de la cama a cualquier coste,
pero entonces, cuando puse un pie en su habitación, escuché un grito desde el
piso de abajo.
Creo que volé por las escaleras, y me frené en seco
cuando vi a Ted retorciéndose por alguna clase de dolor, gimiendo y
devolviendo. Mi mundo se paró en ese momento, pero de alguna forma estuve a
tiempo para sujetarle cuando las fuerzas
le fallaron.
-
Ted, hijo, ¿qué te pasa?
No pudo responderme, pero se llevó una mano al costado
como si alguien le hubiera clavado una flecha ahí.
Durante unos segundos, entré en pánico. No sabía qué
hacer, ni cómo ayudar a mi hijo, que debía de estar sufriendo. Pero luego
empecé a usar esa cosa que llaman cerebro.
-
¡Alejandro! – llamé, y esperé un poco, pero nada. Ted
devolvió una vez más. - ¡ALEJANDRO!
Un somnoliento adolescente aún en pijama, se asomó por
las escaleras. Soltó un bostezo, pero pareció despertarse un poco al ver a Ted
en ese estado.
-
¿Qué le pasa?
-
Vamos a ir al hospital. Limpia esto y encárgate de tus
hermanos.
-
¿Limpiar su pota? ¡Lo llevas claro!
-
No pienso discutir contigo. Me llevo a tu hermano al
hospital, y lo único que espero es que cuando vuelva hayas cumplido, o te juro
que me conocerás enfadado de verdad.
Y, sin esperar respuesta, pasé mi mano izquierda por
detrás de las rodillas de Ted y sujeté su espalda con la derecha, para
llevarle en brazos al estilo de los recién
casados que cruzan el umbral de la puerta con el novio llevando a la novia. Lo hice así porque no parecía capaz de andar.
-
Ayúdame a meterle en el coche – le pedí a Alejandro.
Salimos de casa, y Alejandro abrió la puerta del
coche. Yo tumbé a Ted en el asiento trasero, y le acaricié la cara para
quitarle el sudor. Me temblaban las manos.
-
Tranquilo, hijo. Vas a estar bien.
Me metí en el asiento del conductor, y arranqué el
coche. El camino hasta el hospital fue el más largo de mi vida. Apenas recuerdo
llegar a urgencias, parar el coche, y sacar a Ted. Sólo recuerdo que él
gritaba. Y que, el médico que acudió a recibirnos, dijo que era apendicitis.
-
Cole´s POV -
Que te saquen del baño con una cuenta atrás es
agobiante. ¡No era mi culpa estar fuera de turno, es que Zach había tardado
mucho, y se había comido parte del mío! Salí del baño, y vi que papá estaba
molesto. Me mandó poner la mesa entera
yo sólo, y me pareció injusto, pero
consideré mejor quitarme de en medio que ponerme a protestar. Coloqué los vasos
y los platos y luego me subí otra vez a mi cuarto, a hacer la mochila.
Esa casa era un follón, de verdad. Todo el mundo
gritaba, y corría, y así nadie se enteraba de nada. De lo que sí me enteré es
de que había pasado algo, porque alguien soltó un grito diferente a los demás,
como de dolor, y luego papá llamó a Alejandro, que salió de la cama
refunfuñando. En seguida escuché la puerta principal, y tuve miedo de que se
hubieran ido sin mí, pero seguía oyendo al resto de mis hermanos, así que lo descarté.
Salí a ver qué había pasado y sólo me encontré a
Alejandro, con cara de mala leche y aún en pijama. El suelo bajo las escaleras
estaba sucio de algo que parecía vómito.
-
¿Qué ha pasado?
-
Papá ha llevado a Ted al hospital.
-
¿¡Qué!? ¿Está bien?
-
Sólo ha vomitado: papá es un exagerado.
-
¿Ha sido él el que gritó? – pregunté, suspicaz.
-
Supongo.
Papá no me parecía tan exagerado. Más
bien creía que a mi hermano mayor le pasaba algo, y me asusté mucho. Es más,
entré en pánico al pensar que mis dos hermanos mayores, el que hacía de padre a
tiempo completo y el que hacía de padre a tiempo parcial, se habían ido de
casa. Alejandro no me daba la misma seguridad que ellos dos, y no le contaba
como “persona al cargo”.
-
¿Qué hacemos ahora?
-
Habrá que desayunar ¿no? Ah, y papá dice que limpies esto.
-
¡Sí hombre! Es mentira, te lo habrá dicho a ti.
-
Tú no estabas, enano. ¿Me estás llamando mentiroso? Límpialo.
Ahora yo estoy al mando y te digo que lo limpies.
¡Pero qué morro tenía el tío! Dudaba mucho que papá
hubiera mandado que yo lo hiciera, más que nada porque no sabía muy bien cómo
se limpiaba eso, pero fui a por una fregona y recordé lo que hacían en el
colegio cuando alguien vomitaba.
-
¿Tenemos serrín? – pregunté.
-
¿Qué serrín ni que ocho cuartos? Eso se friega, y ya.
-
¿Y cómo se friega? – pregunté, poniendo mi cara más inocente.
Alejandro resopló, me quitó la fregona, y se puso a “enseñarme” a hacerlo.
Y así es como se consigue que un idiota lo haga por
ti. Estoy seguro de que mi hermano se creía que por ser pequeño podía
engañarme, pero al final le había engañado yo a él. Me sentí guay.
En cuanto el suelo estuvo limpio, yo me fijé en el
reloj de la pared.
-
Alejandro, quedan diez minutos para que tengas que estar en
el cole, y cuarenta para que tengamos que estar nosotros, y no estás vestido,
ni hemos desayunado, y tenemos que ir andando porque tú no puedes conducir y
además papá se llevó el coche grande. No llegamos ni de coña.
-
Hoy no se va al cole.
-
¡Sí! – exclamé, doblando el codo en señal de triunfo. Nos
quedábamos en casa. Genial.
-
Ted´s POV -
El balanceo del coche fue un
infierno. Cuando papá me volvió a coger en brazos para entrar el hospital, fue
el infierno. Y cuando ese doctor empezó a palparme el abdomen, quise morirme.
¡Que me dolía, joder, eso ya podía decirlo yo, sin que me lo andaran tocando!
Por lo visto, tenía apendicitis.
Tenían que operarme de urgencia porque me había reventado, o iba a reventarme,
o algo así. La ventaja de entrar gritando de dolor a un hospital es que te
atienden enseguida, así que no tuvimos que esperar mucho para que me llevaran a
quirófano.
Había visto sitios como ese cientos
de veces por la televisión, pero generalmente me fijaba en el buen tipo de las
doctoras de las series, o en el paciente con el cual había empatizado. Nunca me
había parado a pensar que aquél lugar podía ser tan… azul…ni que los médicos
pudieran ser tan… humanos.
Creo que papá había dado algunos de
mis datos al primer médico que nos recibió, y uno de los que estaban en aquella
sala leyó algo de un papel que colgaba de mi cama.
-
Muy bien, Teodhore, enseguida te pondrán la anestesia y
dejará de dolerte ¿de acuerdo? – me dijo, hablando con amabilidad. Yo asentí.
Así tumbado no me dolía tanto, así
que intenté hacer una pregunta:
-
¿Está mi padre fuera?
El doctor frunció el ceño.
-
Está tu hermano.
Sonreí un poco.
-
Es mi padre.
El hombre debió de pensar que deliraba un poco, y no
me contradijo. Sentí que me tomaba el
pulso y me alcanzó una bata, de esas de hospital.
-
Tienes que cambiarte la ropa. ¿Crees que puedes hacerlo? Si
no puedes hacerlo no pasa nada, pero romperemos esta.
-
Puedo – dije, pero a intentar levantarme, vi que no era una
buena idea. - ¿Puede entrar mi padre?
-
Sí. Le diré a tu hermano que pase un momento.
Rodé los ojos. Padre, hermano, qué
más daba. Aidan era las dos cosas a la vez.
Papá entró enseguida, en cuanto le
avisaron. Parecía muy preocupado, pero intentó disimularlo. Nunca había sido un
buen actor.
-
Ey – saludó, y me acarició la cara. - ¿Cómo te encuentras?
-
He estado mejor.
Aidan me dedicó una media sonrisa.
-
Estate tranquilo. Es una operación sencilla – me dijo.
-
Dicen que el apéndice no sirve para nada. Y la verdad, es que
hasta que me dolió no sabía ni que lo tenía.
Aidan sonrió más. Era propio de mí
hacer bromas cuando no estaba de humor para hacerlas, como si quisiera forzarme
a ser optimista.
-
El médico dice que tengo que ponerme esto – le dije,
levantando la bata. – Pero ahora mismo soy un inútil.
-
Tú nunca eres un inútil – me dijo, y me dio un beso en la
frente. Tomó la bata, y la apartó un momento. Me ayudó a quitarme la camiseta y
los pantalones, y me puso la bata esa. No sé con qué cuidado lo hizo que apenas
me dolió.
Cuando acabó me acarició la cara de
nuevo, con un cariño que casi se sentía como algo físico.
-
¿Ves esa puerta de ahí? – preguntó, señalando una de estas
puertas sin manillar que se abren empujando. Yo asentí – Estaré justo al otro
lado. Y tú estarás ahí dentro – me dijo y señaló otra puerta. Yo no me había
dado cuenta de que estaba en una presala, y no en el quirófano en sí mismo.
Tenía sentido: ahí no había máquinas de esas. Además, intuía que a mi padre no
le dejarían entrar en el quirófano. – No serán más de veinticinco metros los
que nos separen. – concluyó, y por alguna razón eso me hizo sentir mejor.
Vino un médico y le dijo que se tenía que ir. Yo
intenté comportarme acorde a mi edad, y no protesté, pero evidentemente hubiera
deseado que estuviera conmigo. Atravesamos las puertas que había dicho papá, y
entonces entré al quirófano de verdad. Era más grande, había más gente, y
estaba lleno de maquinitas.
Una mujer me cogió la mano, y me buscó una vena en la
muñeca. Me clavó una aguja y luego otra mujer metió algo dentro de la vía que
la primera me había clavado.
-
Muy bien Theodore. Cuenta despacito del diez al cero.
-
10, 9, 8, 7…
Lo último que pensé, ya medio atontado por la
anestesia, es que yo a mis hermanos les daba más tiempo cuando les contaba.
-
Aidan´s POV –
Hay dos cosas que odio: estar sentado y esperar. El
tiempo que Ted estuvo en el quirófano puso a prueba mi autocontrol. Me repetía a mí mismo que era una operación
sencilla, que era necesaria porque le dolía mucho, y que Ted iba a estar bien.
Pero repetírmelo era una cosa, y autoconvencerme era otra. El hecho cierto es
que mi hermano, mi hijo, estaba tumbado en una camilla y yo no podía hacer nada
por ayudarle.
En algún momento recordé que Ted no era mi único hijo.
No es que lo hubiera olvidado, pero me hacía centrado tanto en él que no había
pensado en los demás. Había sido algo brusco con Alejandro, pero el tiempo
apremiaba y no estaba para discusiones tontas. Me di cuenta de que no le había
dejado muchas instrucciones, al pobre. Tal vez ni les hubiera llevado al
colegio. Me dije que no le podía culpar, y que no debía enfadarme si era así.
Decidí llamar para ver cómo le iba, e informarle de lo que le pasaba a Ted pero
no me lo cogió. Pensé que, después de todo, quizá sí les hubiera llevado a
clase. Tal vez a veces era demasiado negativo con Alejandro, dando por hecho
que no podía contar con él cuando podía perfectamente.
Dejé de pensar en esto cuando salió un médico a
decirme que la operación había ido bien. Respiré con alivio, casi como si
hubiera estado aguantando la respiración durante la hora y media que duró la
intervención.
-
Alejandro´s POV –
Diez minutos. Eso es lo que tardó el comedor en estar
hecho un desastre. Los enanos empezaron a lanzarse el desayuno unos a otros, y
al final fue un milagro si logré que
comieran algo.
-
¡Mirad como habéis puesto todo! ¡Ahora lo limpiáis!
-
¿Por qué? – preguntó Harry.
-
¡Porque si no papá me mata!
-
Entonces es tu problema – respondió el muy jeta. En otro
momento me hubiera sentido orgulloso de él, porque esa respuesta era propia de
mí, pero en aquél momento me molestó, porque sí que era mi problema, y el de mi
trasero si dejaba que papá viera una tostada con mermelada en el suelo, nocilla
hasta en el sofá, y…¿eso que se veía era huevo en la pared?
-
Nada de eso. Quiero ver esto limpio en cinco minutos.
-
¿O si no qué?
-
Enano, no me pruebes…
¿Por qué se rebelaban así? ¡A Ted le hacían caso!
-
Sido diciendo que deberíamos haber ido a clase. – dijo Madie, ayudándome a recoger. ¡Alguien que
colaboraba! – A papá no le gustará que nos quedemos aquí.
-
Lo que papá no sepa no puede hacerle daño. – repliqué, y oí
varias inhalaciones bruscas. Todos se quedaron quietos de repente.
-
¿Estás diciendo que mintamos a papá? – preguntó Cole como si
hubiera sugerido ir a matar elefantitos. Estos niños eran demasiado buenos, ya
lo digo yo. ¡Un poco de picardía, por favor!
-
No es una mentira enano. Es…un secreto. Nuestro secreto.
-
¿Y cuándo papá pregunte qué le diremos? – intervino Zach,
indicando con su mirada que la idea tampoco le gustaba a él.
-
Pues… le contaremos lo que habríamos hecho hoy, de haber ido
a clase.
-
Y estaremos muertos casi en el acto – replicó Bárbara. –
Además, te olvidas de Kurt y Hannah. ¿En qué mundo ellos van a mentirle a papá?
Y también dudo que Dylan lo haga, además, es posible que llamen de su escuela.
Dylan era el único que iba a un
colegio diferente. Era una escuela especial, donde ayudaban a gente como él.
Era imposible que Dylan estuviera en una clase normal, cuando de pronto le daba
por no responder a lo que le preguntabas, o a balancearse y dar golpes. Tal vez
nosotros consiguiéramos que no llamaran de nuestro colegio, pues al no ir
ninguno de los hermanos pensarían que estábamos en algún viaje, o algo así.
Pero la escuela de Dylan llevaba mucho control, y era probable que quisieran
saber qué había pasado.
-
Bueno, déjame pensar. Algo se me ocurrirá.
-
Podemos decirle la verdad – dijo Zach – No creo que se
enfade. Entenderá que nos dejó solos, al irse Ted y él, y que tú no podías
hacerte cargo de todo y llevarnos al colegio a tiempo.
Aquello me escoció en lo más hondo.
Me sonó a “si Ted hubiera estado aquí, nos habría llevado a clase”. Como si mi
hermano fuera mejor que yo. Todos parecían pensar así, incluidos el propio Ted
y papá. Por eso quería que le dijeran a papá que habíamos ido: para demostrarle
que yo era tan válido como Ted.
“Pero no estarías demostrando nada.
Solo estarás engañándole. Para demostrarle eso les tendrías que haber llevado”
dijo la vocecita de mi conciencia. Pero la de mi inteligencia respondió que si
hubiéramos ido, yo tendría que haber hecho el examen. Y eso, teniendo en cuenta
que no me sabía ni el título de los temas que me entraban, hubiera sido una muuuuy mala idea. Peor aún
que la de mentir a papá.
-
Voy a llamar a la escuela de Dylan y avisaré de que no irá
hoy. Y todos los demás le diréis a papá que fuimos al colegio sino queréis
pasaros el resto de la mañana limpiando los baños. – dictaminé.
Fui hacia el teléfono, y busqué el número
del colegio de Dylan. Informé de que no asistiría a clase ese día por un
“asunto familiar” (lo cual de hecho no era
mentira) y colgué. Un problema menos.
Luego fui hacia Kurt y Hannah, y me
agaché junto a ellos.
-
Le vamos a decir a papá que hemos ido al cole ¿de acuerdo?
-
¿Por qué? – preguntaron, a la vez.
“Para que me mire por una vez de la misma forma que
mira a Ted” pensé.
-
Es un juego – respondí.
-
Pero es mentira.
-
No es mentira si es un juego.
Los mellizos lo pensaron y debieron
de decidir que estaba bien, ya que salieron corriendo y se pusieron a jugar,
como si no hubiera pasado nada.
-
¡No corráis dentro de casa! – grité, sabiendo que era inútil.
Me pasé los minutos siguientes
persiguiendo a unos y a otros para que no hicieran el cafre. “Kurt, bájate de
ahí” “Hannah, no se corre en las escaleras” “Madelaine no seas tú peor que los
pequeños” y etcétera. Sólo por un
instante empaticé con Aidan, que a veces tenía que sentirse como esas máquinas
de las paradas de autobús, que hablan solas sin que nadie las escuche.
Entonces sonó el teléfono y vi que era el móvil de papá. Decidí no
cogerlo. Se suponía que estábamos en clase.
-
Ted´s POV –
-
¡Que no voy a quedarme aquí una semana! – protesté,
indignado, por tercera vez. La operación
había ido bien. A mí me había costado lo mío despertarme, según dijo Aidan, y
lo cierto es que hubiera estado mejor dormido, porque ahora tenía una cicatriz
en el costado que me tiraba.
-
Si el médico dice que debes quedarte… - empezó Aidan, pero yo
ya me sabía esa cantinela, así que le interrumpí.
-
Me da igual lo que diga. No voy a dormir aquí, y mucho menos
una semana.
-
Ya lo creo que vas a hacerlo. – repuso Aidan, con voz de “es
mejor que no me repliques”, pero luego sonrió. – No pensé que fuera a alegrarme
tanto por volver a oírte quejarte.
-
Papá, me voy a aburrir mucho…
-
Eso no es cierto, porque yo no voy a dejar que eso pase.
-
Tú tendrás que estar en casa, con los chicos, y yo me quedaré
aquí, languideciendo.
-
¿Languideciendo? ¿Piensas que me vas a dar más pena por usar
esas palabras tan cultas? Tienes que quedarte aquí, Ted, pero no te preocupes.
Te traeré un montón de libros, y el ordenador portátil, y dormiré contigo todas
las noches.
-
Eso no es posible, y lo sabes. Tienes que estar con los
enanos.
-
Alejandro puede qued…
-
Nadie salvo tú puede estar con todos a la vez más de unos
pocos minutos. Si le dejas sólo al pobre
le saldrán canas prematuras.
Mi hermano tenía la suerte de no ser
el mayor. Él tenía menos responsabilidades y por eso podía permitirse ser un
poco más inmaduro. Quería dejarle disfrutar de eso. No es que pensara que él no
pudiera encargarse: es que no quería que lo hiciera, al igual que Aidan no
quería que me encargara yo.
-
Hablando de eso, yo debería…
-
…ver cómo está todo por casa, lo sé. Ve. Yo seguiré aquí
cuando vuelvas – bromeé.
-
No quiero dejarte sólo.
-
No estoy sólo. Estoy rodeado de hermosas enfermeras a las que
no me podré ligar si está mi padre delante.
Aidan sonrió, y me dio un golpecito
en el hombro. Se quedó un rato más, asegurándose de que todo estaba bien y
rellenando unos papeles, y luego se fue, con la promesa de volver por la tarde.
-
Hannah´s POV –
Alejandro había dicho que Ted estaba malito, y papá
estaba con él, así que todos nos quedamos en casa. Era un juego y papá no podía
saber dónde habíamos estado aquella mañana. Me parecía un juego un poco raro,
pero Alejandro era raro también, así que…
Kurt y yo jugamos con la pelota, pero Madie dijo que
no podíamos jugar dentro de casa, así que nos fuimos al jardín. Pero luego
vinieron los demás, y cuando juegan ellos Kurt y yo ni podemos tocar la pelota.
¡Los grandes son unos abusones! Nos aburrimos de correr detrás de una pelota
que nunca alcanzábamos, y nos volvimos a meter en casa.
Alejandro estaba viendo la tele y no nos hacía caso.
Pero yo me aburría mucho. Me senté con él y Kurt hizo lo mismo, pero Alejandro
nos echó del sofá.
-
Esta peli es para mayores – dijo, y en ese momento en la
pantalla un señor le estaba haciendo daño a otro con un cuchillo. Me asusté un
poco, parecía un señor muy malo.
-
Pon los dibujos – le pedí.
-
Ni hablar, estoy yo. Ir a jugar por ahí.
-
¡Ted siempre nos pone los dibujos! – le grité. Era tonto.
Quedarse en casa con Ted era mucho mejor.
-
¡Ted no está aquí! – me respondió Alejandro, y no me gustó
nada cómo me gritó. Qué malo era. No iba a jugar con él nunca más. Me fui con
Kurt al piso de arriba, pensando que no tener cole no era tan divertido si
nadie te hacía caso.
Por suerte tengo un mellizo super inteligente, y se le
ocurrió una buena idea.
-
Si no pudiera ver la peli estaría con nosotros – me dijo, y
los dos sonreímos a la vez. Fuimos sigilosamente al cuarto de Ted y cogimos
unas tijeras. Papá no quería que jugáramos con tijeras, pero era por una buena
(o una mala) causa. Bajamos al piso de abajo, y empezamos la misión.
Nos tiramos al suelo como dos buenos
soldados, y reptamos hacia la televisión. Alejandro estaba tan concentrado en
la película del señor malo que ni nos vio. Kurt me pasó las tijeras y yo las
acerqué a cable, para cortarlo y que ya no hubiera más películas, ni cuchillos,
ni señores malos. ¡Así Alejandro no tendría otra cosa que hacer más que jugar
con nosotros!
-
Aidan´s POV –
¿Por qué me sentía una mala persona? Ah, sí, porque
había abandonado a mi hijo recién operado en el hospital. Pero, ¿qué clase de
padre era?
Claro que… tenía otros diez hijos más. Diez hijos que
tendrían que volver andando del colegio, porque yo me había llevado el coche y
no había nadie que pudiera conducir. Esperaba que Alejandro estuviera al loro
de ir a recoger a Dylan. Joder, pobre Alejandro. ¿Cómo se la habría apañado
para que todos fueran a clase?
Tuve mi respuesta al entrar en casa: no habían ido. Me
dije que no pasaba nada, que lo habría previsto como una posibilidad, pero me
pregunté por qué no habrían cogido el teléfono. A lo mejor no lo habían oído. A
juzgar por el griterío que había en la casa, parecía posible. No tenía motivos para molestarme.
Pero entonces, cuando estuve en el salón, vi a Kurt y
a Hannah tumbados en una posición muy extraña. Les vi con las tijeras en las
manos, y casi me imaginé el calambrazo que podrían llevarse si cortaban el
cable que parecían tener la intención de cortar.
-
¡Hannah! – grité, y corrí hacia ella. La quité las tijeras de
las manos, y la di tres azotes bastante fuertes. Igual me pasé, pero me había
asustado mucho. Tenía ya un hijo en el hospital, y no quería llevar a otro.
Luego cogí a Kurt y le di otras tres palmadas, esta vez controlando mi fuerza
un poquito más. - ¿Se puede saber qué estabais haciendo?
Los dos empezaron a llorar muy fuerte, y en vez de
responderme se abrazaron a mí, haciendo fuerza con sus manitas sobre mi
pantalón.
-
Igual tendrías que
haberles preguntado antes de pegarles – me recriminó Alejandro, apoltronado en
el sofá. Me miraba con el ceño fruncido, como desaprobándome.
-
O igual podría preguntarte a ti que se supone que estabas
cuidándoles. – repliqué, pero me escoció su puntito de razón. Me agaché junto a
mis niños, separándoles un poquito para mirarles a sus llorosos ojos. - ¿Qué
estabais haciendo con las tijeras? – pregunté, con voz duce, mientras sacaba un
pañuelo para limpiarles la carita.
-
I…snif… Íbamos a cortar el cable para que se fuera el señor
malo – lloriqueó Hannah.
-
…y para que Alejandro jugara con nosotros – añadió Kurt.
Tenía las gafitas empañadas y se las quité para limpiarlas en mi camiseta. No
me dejó ponérselas otra vez y enterró su carita en mi pecho, casi tirándome
porque estaba de cuclillas.
-
Peques, sabéis que no podéis jugar con tijeras. Es peligroso,
y cortar un cable con ellas muchísimo más. Podíais haberos hecho mucho daño,
eso dejando a un lado que habrías estropeado la televisión. ¿Entendéis por qué
se ha enfadado papá? – les pregunté.
Los dos asintieron, pero no dejaron
de llorar.
-
Pero…es que…nos aburríamos…y Alejandro no nos hacía caso –
protestó Hannah.
-
No queríamos ser malos… - añadió Kurt, poniéndome un puchero.
Yo le devolví sus gafas, y le acaricié la carita.
-
Yo sé que no, pero esta travesura no me ha gustado nada. Ya puede
decirme Alejandro que os habéis estado portando muy bien, porque si no me temo
que te voy a castigar.
-
Pero ya me has castigado – lloró mi niño, llevándose las
manos al trasero – Y sí que me he portado bien. He recogido para que Alejandro
no me hiciera limpiar los baños y he jugado al juego de que hoy hemos ido al
cole.
Me giré para mirar a Alejandro, que
de pronto estaba blanco.
-
¿Me puedes explicar de qué está hablando? ¿Qué es “el juego
de que hoy hemos ido al cole”?
-
Yo te lo explico, papi – dijo Hannah, tirando de mi camiseta.
Ella ya había dejado de llorar. – Hay que decir que hoy hemos ido al cole,
aunque no sea verdad. Pero no es una mentira, es un secreto.
-
Qué interesante – comenté, son sarcasmo, taladrando a
Alejandro con la mirada.
-
Papá, mira sé que suena fatal, pero…
-
¿Que suena fatal? No,
hijo. ¿Sabes lo que suena fatal? Tu
hermano quejándose porque le ha explotado el apéndice. Mi corazón a mil por
hora, mientras volábamos al hospital. El médico diciéndome que tienen que
operarle. Y tu hermano diciendo que me viniera a casa para estar con vosotros,
que él se quedaba sólo, sin problemas.
-
¿Le han operado? – preguntó Alejandro, y por primera vez vi
en él un rastro de preocupación por su hermano.
-
Sí. Le han extirpado el apéndice. Tiene que estar unos días
en el hospital. Y ¿sabes? Yo te iba a pedir que me echaras una mano para que yo
pudiera dormir con él por las noches. Pero ya veo que deberé buscar ayuda en
otro lado.
Entonces Alejandro salió corriendo, y
dio un golpe a la puerta del salón. Suspiré.
Me agaché para coger a Kurt en
brazos, que aún lloriqueaba un poco.
-
Esa cabecita tuya siempre está maquinando trastadas – le
dije, y le di un beso.
-
Papi, no me des más en el culito. Ha sido sin querer…
-
Sin querer no ha sido, campeón. Sabías perfectamente que no
podías coger las tijeras. Pero no te voy a castigar más.
Kurt dejó de llorar y me sonrió
ampliamente.
-
No quiero verte cerca de unas tijeras otra vez, y los cables
no se tocan, porque si no te pondré sobre mis rodillas – advertí, intentando no
hablar con demasiada dureza. Ellos ya sabían que “sobre mis rodillas”
significaba más de tres azotes. – Y lo
mismo va por ti, señorita.
Los dos asintieron y yo consideré que
habían entendido de verdad, así que les dejé irse.
Y me quedaba tratar con Alejandro…
-
Alejandro´s POV –
“Ya veo que deberé buscar ayuda en otro lado.”
Esas palabras resonaban en mi cabeza, y me torturaban.
Papá no confiaba en mí. No me
consideraba apto para cuidar de mis hermanos. Y lo peor es que una parte de mí
no podía culparle. Joder, ¿cómo habían llegado Hannah y Kurt hasta el cable de
la tele? No les había visto.
Y mientras yo veía le televisión y pasaba de mis
hermanos, Ted en el hospital. Por lo visto le habían operado. ¿Estaría bien? Lo
que estaba era sólo. Sólo, porque papá tenía que venirse corriendo. Porque no
se fiaba de que yo pudiera cuidar a mis hermanos mientras ellos estaban
fuera. Yo no podía aguantar eso, ni
tampoco me sentía con ánimos de enfrentar a papá, y a su decepción. Tenía que
salir de allí pero jamás saldría por la puerta sin que él me viera.
En un impulso, abrí la ventana y me asomé. Hacer ejercicio me servía para
algo. Me encaramé en el alféizar y me colgué de la piedra, hasta meter el pie
en el hueco de unos ladrillos. Poco a poco, despacito, descendí por la pared
exterior de mi casa, hasta llegar a la ventana del piso de abajo. Desde allí,
salté al suelo. Fue un aterrizaje perfecto.
Sin mirar atrás, salí corriendo. Sin apenas
pensarlo, decidí a dónde quería ir. Mis
pies lo sabían: al hospital. Era un camino largo pero no demasiado. En veinte
minutos estuve allí. Entré por la puerta
principal y me dirigí a la recepción.
-
Disculpe, creo que mi hermano está ingresado aquí. Se llama
Theodore Whitemore.
La mujer chequeó su ordenador.
-
Sí, así es. Habitación 105, en el primer piso.
-
Muchas gracias.
Busqué la habitación y no tardé mucho en encontrarla.
La puerta estaba entreabierta, y Ted estaba durmiendo. Llevaba una de esas
estúpidas ropas de hospital. Me acerqué a la cama y me senté en una silla cercana.
Le observé dormir. Era curioso: dormíamos en la misma habitación y nunca me
había quedado viéndole dormir. No sabía
que tuviera esa expresión tan… pacífica. Estiré la mano hasta tocar su brazo.
-
¿Cómo lo haces, Ted? – pregunté, sabiendo que no me podía
contestar. - ¿Cómo lo haces para que
papá esté orgulloso de ti?
Recordé todas las veces en las que papá le miraba con
orgullo y le decía que le era de mucha ayuda. Recordé el día en el que le
regaló el coche, y sonreía pletórico cuando le vio conducirlo. Pensé en cómo
dejaba a los enanos a su cuidado sin ningún miedo sabiendo que él lo haría
bien. Jamás haría eso conmigo. Y los enanos tampoco querrían: preferían estar
con él.
-
¿Cómo haces para que los peques te quieran tanto? – pregunté,
y apoyé la cabeza en su cama. Sentí ganas de llorar y, puesto que Ted tenía una
habitación para él sólo y nadie podía verme, lo hice. - ¿Qué tienes tú que no
tenga yo?
-
Esa no es la pregunta correcta – susurró.
Levanté la cabeza y me limpié las
lágrimas: le había despertado.
-
No es eso lo que debes preguntarte – repitió. – Si no qué
tienes tú que no tenga yo. Yo tengo que esforzarme todo el día para hacer las
cosas bien. Para serle de ayuda a Aidan. Pero tú no necesitas hacer eso.
-
Yo no le soy de ayuda y él tampoco quiere que lo sea.
-
Eso no es verdad. El que no quiere soy yo.
-
¿Tú?
-
Quiero que pases tu
tiempo libre divirtiéndote, y no cuidando de los demás. Quiero que seas
simplemente Alejandro, sin la etiqueta de hermano mayor.
-
Él se fía de ti.
-
Y de ti.
-
No. De mí no. Lo ha dejado muy claro.
-
No sé lo que te habrá dicho, pero tienes que reconocer que
hoy no ha tenido un buen día. No puedes
tenérselo en cuenta.
Esbocé una sonrisa triste. Eso era
verdad.
-
No entiendo cómo puedes hacer todo lo que haces. Que los
peques te hagan caso que no se metan en líos…
-
Eso último aún no lo he conseguido. – me interrumpió.
-
Les pones a ellos por delante de ti. A nosotros. Nos pones a
nosotros por delante de ti. Desde que te levantas haces cosas que… los demás no
hacemos.
-
¿Cómo por ejemplo?
-
El desayuno.
-
Hoy lo hizo papá.
-
Es igual. Siempre lo hacéis juntos. Y haces todo lo que hace
él cuando no está.
-
Hay una cosa que no, y que explica por qué los peques se
llevan bien conmigo.
-
¿El qué?
-
Yo no puedo castigar a nadie – me dijo. – Soy como el poli
bueno.
Vale. Era imposible no sonreír con
Ted. Pero yo estaba intentando hablar en serio…
-
Hoy, cuando te trajo aquí y me dejó con ellos… No me apetecía
nada. Hice todo a regañadientes, no hice mucho caso a los peques, y creo que
por eso se han mentido en problemas. Pero tú siempre… lo haces de buen humor.
-
Eso es una trola tan grande que no te la crees ni tú. Me paso
el día quejándome. ¿Acaso no has visto como ésta mañana he intentado
escaquearme de vigilar los turnos? Aidan, en cambio…él es el que no se queja
nunca, y la verdad, creo que quejarse de vez en cuando le vendría bien. Esta
mañana estaba de malas pulgas. En esos casos, yo intento que se relaje. Ni lo
pienso, me sale sólo. ¿Sabes por qué? Porque esta es mi familia. Y, aunque me
queje me gusta lo que hago. Me gusta formar parte de ello y lograr que todo
funcione.
-
Eso es porque eres imprescindible. Sin ti, no funcionaría.
-
Todos somos imprescindibles, Alejandro. Eso es lo que define
y diferencia a una familia. Ahí fuera nadie es imprescindible. Al doctor que me
ha operado le puede sustituir otro y yo no notaria la diferencia. Pero nadie
puede sustituir a mi hermano medio hispano de notas mediocres.
Tardé un poco en darme cuenta que se
estaba refiriendo a mí, y de que se había metido conmigo.
-
¡Eh! – protesté, y él sonrió. Yo acabé por sonreír también. –
Gracias.
-
No hay de qué. Y más te vale que funcione sin mí, porque voy
a estar fuera de combate por una temporada. Van a tenerme aquí encerrado una
semana, y luego estoy seguro de que Aidan no va a dejarme ni respirar.
-
¿Duele mucho?
-
Ya no, aunque la cicatriz tira un poco. Y tengo un sueño que
no me tengo. Aún no he echado toda la anestesia.
-
Pues duérmete. Aprovecha el silencio, y la soledad, que es la
primera vez que tendrás la habitación para ti sólo.
-
¡Eh! ¡Es verdad! – dijo, fingiendo entusiasmo, pero noté en
su expresión que le entristecía. Que no quería dormir sólo.
-
Yo puedo quedarme un rato. No es que me apetezca volver a
casa, de todas formas.
-
¿Ya has vuelto a enfadar a papá?
-
Creo que siempre le tengo enfadado – comenté, pero ya no
estaba tan deprimido. Me acomodé en la silla y le pedí a Ted que me enseñara la
cicatriz. Lo hizo, pero no me dejó hacerle una foto. Creo que no se fiaba de
que no la subiera a internet. Y la verdad, es que hacía bien.
No digo que no me merezca la
desconfianza que voy generando por ahí.
-
Aidan´s POV –
-
Alejandro se había ido de mala manera, había
descuidado a sus hermanos, había pretendido mentirme, y no les había llevado al
colegio.
“Recuerda que has quedado en que NO ibas a enfadarte
por eso último, Aidan” dijo una vocecita en mi cabeza, que se parecía
incomprensiblemente a la de Ted, que era el que solía interceder por él. Pero
al mismo tiempo yo creía estar en mi derecho de enfadarme. Estábamos hablando
de un día de clase. Si el colegio estuviera a diez kilómetros, entendería que
no hubieran ido sin coche, pero en treinta minutos a pie se llegaba al de
Dylan, y en treinta y cinco al de los demás. ¿Que hubieran llegado tarde? Tal
vez. Pero podían haber ido a alguna clase perfectamente, y me daba la sensación
de que Alejandro no lo había ni intentado.
En cualquier caso, yo no le había dado instrucciones
para que lo hiciera, y tal vez hubiera preferido quedarse por si tenía noticias
de Ted, aunque creía que no le habían movido motivos tan altruistas. Aquél día
había sido “especial”, y pedir a un chico de quince que tire de nueve niños más
pequeños, quizá había sido demasiado.
Me di cuenta de que nada era culpa de Alejandro, en
realidad. Quizá no había tenido la mejor de las actitudes, empezando por el
momento en el que no quiso salir de la cama por la mañana. Pero el hecho de que
todo lo demás hubiera salido mal, pasando por la travesura de Kurt y Hannah, no
era su culpa, sino la mía, por darle más responsabilidades de las que le
correspondían. Lo que me intrigaba era por qué había pretendido que los
pequeños me mintieran sobre haber ido al colegio.
Subí a hablar con él, dispuesto a apaciguar las cosas
porque se había ido del salón en caliente y consideré que a lo mejor había
elegido mal mis palabras. Planeé toda
una conversación que no tuvo lugar, porque cuando entré en su cuarto estaba
vacío. Busqué por todos lados, pero pareció evidente que Alejandro no estaba en
casa. Volví a su cuarto y me fijé en la ventana abierta, y supe que se había
ido. Y me asusté. Pensé que después de aquél día sería diez años más viejo.
¿Dónde podía estar?
¿Por qué se había ido?
¿Por dónde empezar a buscar?
Intenté pensar con claridad. ¿Podía estar con algún
amigo? Lo di como posible, aunque no me parecía, dado que sus amigos estaban
aún en el colegio. Sólo eran la una.
Quería salir a buscarle, pero ¿qué hacía con los
demás? Tenía un par de amigos que podían hacerse cargo, pero vivían bastante
lejos. Dejarles solos estaba descartado
así que me decanté por la primera opción y llamé a Matt. Era el que ilustraba
mis libros, y los años habían hecho que nos hiciéramos amigos. Era hora de
probar si éramos de esos amigos a los que podías pedirles un favor. Parecía que
sí, porque dijo que estaría en casa lo antes posible y que encantado cuidaría
de mis chicos.
Mientras le esperaba, por mi cabeza cruzaron miles de
ideas negativas sobre lo que le podía haber pasado a Alejandro. Me dije a mí
mismo que sabía cuidarse solito. Que ya era casi un hombre, y que no iba a
pasarle nada. Pero, como siempre que intentaba hablar con mi cerebro, no tuve
mucho éxito. Sonó entonces mi teléfono móvil, y lo cogí.
-
¿Diga?
-
¿Papá?
Era la voz de Ted. ¿Y si le había
pasado algo? ¿Y si tenían que volver a operarle? ¿Y si se sentía sólo?
-
¿Qué ocurre, hijo?
-
Nada. Sólo llamaba para decirte que Alejandro está aquí. Se
ha quedado dormido, y tenía la sospecha
de que no sabías donde estaba.
Respiré con alivio. Su hermano. Había
ido con su hermano. Y estaba bien.
-
Gracias, Ted.
-
Papá…
-
¿Sí?
-
Estaba bastante triste.
Suspiré.
-
Tengo muchas cosas que hablar con él. He llamado a Matt. En
cuanto esté aquí me acerco y voy a buscarle.
-
Alejandro´s POV –
Debí de quedarme dormido, porque
desperté con Ted acariciándome el pelo con suavidad. Me gustaba que hiciera eso
pero al mismo tiempo me daba vergüenza, así que me hice el dormido por un rato.
Luego me levanté.
-
Hola, dormilón.
-
¿He dormido mucho?
-
Qué va. No habrá sido ni media hora.
-
El que se tenía que dormir eras tú.
-
Ya ves.
Me desperecé y solté un bostezo.
-
¿Y esa bandeja?
-
Es mi comida. La ha traído la enfermera: aquí se come pronto.
¿Quieres verla? Es una irresistible sopa y una
increíble pechuga de pollo – comentó con sarcasmo. – Sin sal, seguro.
-
Ey, también tienes postre – traté de animar.
-
Flan. Odio el flan.
-
Pues dámelo a mí.
-
Tú tienes que ir a casa a comer. De todas formas, papá va a
venir a buscarte.
-
¿Le has dicho que estoy aquí? ¡Traidor!
-
Tarde o temprano iba a enterarse, y creo que a ti te convenía
que fuera temprano.
Tuve que darle la razón en eso. Papá
debía de estar de un humor de perros.
Llegó cuando Ted se estaba tomando la
sopa. Si estaba enfadado, lo disimulaba bastante bien, porque lo primero que
hizo fue romperme de un abrazo.
-
¿Está bien?
-
Te equivocas de hijo. Al que han operado ha sido a él –
comenté.
-
No, es el hijo correcto. Es éste el que ha saltado por la
ventana de su cuarto.
-
No salté… - me defendí. – Soy buen escalador.
-
Eso no va a salvarte.
Tragué saliva.
-
Lo siento – le dije, y sorprendentemente me respondió:
-
Yo también.
Le miré sin comprenderle.
-
Es evidente que te has ido por mi culpa – me dijo. – Así que
lo siento.
-
Fui yo el que la pifie con los enanos.
-
Los enanos la pifian solos – respondió papá. – Anda, coge
algo de la máquina. No vamos a dejar que tu hermano coma sólo. – dijo y me
envió con una palmadita suave. Papá sólo hacía eso cuando quería avisarte de
que te esperan palmaditas mucho menos suaves. Suspiré. Me dio un billete para la máquina, y yo cogí
un par de sándwiches.
Comimos con Ted y, según me explicó
mi padre, mis hermanos comieron en casa el almuerzo que les habíamos preparado.
Después intenté estirar el tiempo que estábamos allí, pero papá dijo que Matt
tenía que irse, así que nos despedimos de Ted y regresamos a casa.
Una media hora después de estar en casa,
y tras agradecer y despedir a Matt, papá subió a “hablar” conmigo, aunque yo
supe que quería hacer algo más que hablar, entre otras cosas porque le pidió a
Cole que nos dejara solos.
-
Tengo muchas preguntas que hacerte – me dijo, mientras se
sentaba conmigo en la cama. Un comienzo extraño. Esperé a que continuara. -
¿Por qué querías que tus hermanos me dijeran que sí habíais ido a clase? En
ésta situación concreta, puedo entender que no fuerais. No me gusta, pero no
voy a enfadarme por eso.
Yo me quedé en silenció, pero papá,
en vez de insistirme, esperó. Y esperó. Y siguió esperando, hasta que el
silencio me puso nervioso.
-
Ted les habría hecho desayunar rápido, y les habría llevado a
clase – dije al final.
-
¿Qué?
-
Que Ted les habría llevado a clase, y a lo mejor hasta
conseguía que llegaran a tiempo. A mí…no me apetecía hacerme cargo de todo,
pero al mismo tiempo quería que…quería… que me miraras como le miras a él.
-
¿Cómo le miro a él?
-
Como si acabara de descubrir América.
Papá reflexionó.
-
Puede ser, pero no creo que a ti te mire de otra manera.
-
Sí lo haces. Me miras como si yo… fuera un problema.
Pensé que me iba a responder “es que
lo eres”, pero en vez de eso me encontré en sus brazos, en uno de los abrazos
más grandes que papá me ha dado nunca.
-
¿Eso crees? ¿Que estoy más contento con él que contigo?
-
Es que lo estás. ¿Quién no lo estaría? Sólo hay que comparar
lo que hace él con lo que hago yo. Eso no es discutible. Es sólo que… a Ted
parece salirle todo tan bien. Es tu mano derecha. Tu ayudante perfecto. No
quieres a otro y lo entiendo, pero…
-
Claro que quiero otro, Alejandro. Cuantas más manos mejor,
porque aquí somos un regimiento. Pero tú eres…eres mi hijo, no mi mano derecha.
Está bien que quieras ayudarme, pero no
tienes…
-
¡Ese es justo el problema! ¡Que yo no quiero ayudarte! Cuando
me has dicho que me quede con los enanos yo… no me apetecía, y no lo he
disimulado ni un pelo. Creo que ellos se han dado cuenta y por eso no he conseguido que me hicieran el caso que le
hacen a Ted. Soy un egoísta. Envidio el
orgullo que sientes por Ted, pero no quiero sus responsabilidades.
-
También estoy orgulloso de ti, Alejandro, y de todos. Pero si
es Ted el que se levanta y me ayuda a hacer el desayuno, seré a él a quien
felicite por hacerlo ¿no? Te aseguro que a él tampoco le apetece. A veces
protesta y él también se equivoca. Se cansa, y tus hermanos también se meten en
líos cuando se quedan con él. Se meten
en líos hasta cuando están conmigo. Es lo que toca: por algo son niños. El
problema no está en lo que haces o dejas de hacer, sino en tu actitud. Si te
pido que me eches un cable y limpies el suelo, no puedes responderme algo así
como “¿Limpiar su pota? ¡Lo llevas claro!” que es lo que me has dicho ésta
mañana. Si te pido que cuides a tus hermanos, no puedes dejarte absorber por la
tele hasta el punto que no veas que Kurt y Hannah van a cortar un cable delante
de tus narices.
Agaché la cabeza, pero él me la
subió, agarrándome por la barbilla.
-
Sin embargo, te equivocas al pensar que no voy a mirarte con
orgullo porque hayas cometido esos errores. No me gusta hablar con unos de los
errores de otros, pero hace algo más de una semana Ted se fue a comprar,
dejando a tus hermanos solos, y los tres se
metieron en un lío. Ted también pensó que había cometido un error
imperdonable, pero no es así. Y yo no he debido decirte que tenía que buscarme
otra ayuda, porque no la quiero. Te quiero a ti, y sé que puedo confiar en que
cuides de tus hermanos si yo tengo que ir al hospital a estar con Ted. Antes te
he dicho otra cosa porque estaba enfadado, pero no he debido decírtelo. No es
lo que pienso de verdad. Creo que eres muy joven y que no debo exigirte que
hagas mi trabajo. Pero sé que si te necesito, puedo contar contigo.
Esas palabras me calaron bastante
hondo y me las creí. Creo que eran lo que necesitaba oír. Papá confiaba en mí,
y por eso yo no debía volver a fallarle. Debía tratar a mis hermanos como lo
hacía Ted: pensando en ellos antes que en sí mismo. Tenía que hacerlo así,
porque papá sabía que yo podía hacerlo. Y si él creía que yo podía, entonces
podía.
-
Gracias, papá.
-
Sólo he dicho la verdad. Me alegra haber aclarado las cosas.
Y si sólo se tratara de eso, teniendo en cuenta que te he cargado con un
marronazo para el que no estabas preparado, no habría pasado nada más. Pero huiste de casa saltando por la ventana.
¡Saltando por la ventana!
-
Necesitaba salir… - musité.
-
¡Pues me lo dices, y sales por la puerta!
-
Es que pensé…pensé que estabas muy enfadado y decepcionado
conmigo por lo de os enanos y yo…
-
Tú me diste un susto de muerte.
-
Lo siento.
-
¡Podrías haberte caído y haberte abierto la cabeza!
-
Soy buen escalador…
-
¡Eso no me vale! ¡Ni te valdría a ti si te caes y te quedas
paralítico!
-
Supongo que no… - tuve que decir, y después, los dos nos
quedamos en silencio. Cuando no pude aguantarlo, lo rompí. - ¿Me vas a
castigar?
Papá se limitó a asentir, y yo
maldije en silencio.
-
Aidan´s POV –
Creo que conseguí que Alejandro
entendiera que no tenía que tener envidia de su hermano. Que a Ted le estaba
agradecido porque me ayudaba mucho, y que él podía ayudarme también, si quería.
De hacerlo le estaría muy agradecido también, y si no seguiría estando
orgulloso de él. No tenía que competir con nadie, pero si decidía ayudarme
debería intentar tener mejor actitud.
Ahora quedaba la parte menos
agradable de la conversación. Alejandro había “huido” de casa, y había salido
por la ventana, lo que había supuesto un riesgo para él, y un amago de infarto
para mí. El chico era listo, y ya había entendido que sus acciones no iban a
quedar sin consecuencias. Pero a mí me tocaba decidir qué consecuencias, y esa
era la parte menos agradable de mi labor como padre.
-
Estarás dos semanas sin poder salir. Y te daré una zurra para
que no olvides que las ventanas están sólo para mirar a través de ellas.
-
¡Papá, dos semanas sin salir es mucho! – protestó. Yo alcé
una ceja, porque me protestara por eso y no por los azotes.
-
En realidad, es bastante poco, te lo puedo asegurar, pero he
tenido en cuenta que te fuiste porque malentendiste mis palabras. Además, no he
terminado: ésta noche dormirás tú en el hospital, con Ted.
Eso último no era un castigo. Sabía
que Alejandro quería estar lejos de mí después de un castigo y no quería que
Ted estuviera sólo. Si me iba yo a dormir con Ted obligaría a que un Alejandro
triste y de mal humor se quedara con sus hermanos, y me parecía que ya había
tenido suficiente tiempo a solas con los enanos aquél día. Así que era una
forma de que todos estuviéramos contentos. Noté que él se daba cuenta, y que le
gustaba la idea: al fin y al cabo significaba dormir solos, fuera de casa.
-
Pero dos semanas sin salir sigue siendo mucho – insistió.
-
Y salir de casa sin permiso sigue estando mal. Tal vez así no
lo olvides. Y ahora, de pie.
-
No, papá, no.
-
Sí, Alejandro, sí.
-
¡Pero no te burles! – protestó. Rodé los ojos. Ahí acababan
los breves instantes de madurez de mi hijo.
-
De pie – insistí, y al final obedeció, pero me miró mal. Yo
ya era inmune a esas miradas de “eres un hombre sin corazón”. Prefería un hijo
enfadado, pero con todo en su sitio, que uno contento que fuera por ahí
saltando por las ventanas.
Tiré un poco de él y le hice tumbarse
sobre mis rodillas, pero luego recordé las llaves en mis bolsillos.
-
Levanta un momento – le pedí.
-
¡No, sin pantalón no! – lloriqueó, sonando como alguien de la
edad de Kurt.
-
Sólo levanta, hijo.
Alejandro lo hizo, y yo me saqué las
llaves. Luego le volví a tumbar, y pareció más tranquilo, al saber que le
dejaría conservar sus pantalones.
-
Esto no es una broma, Alejandro. Me da igual lo difícil que
te pongas en todo lo demás: no quiero que vuelvas a salir nunca por la ventana.
-
No lo haré.
-
Eso espero, porque esto es sólo una advertencia – le dije, y
comencé.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS
Empecé a utilizar un poco más de fuerza.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS Auuu PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS Aii PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS Yaaaa PLAS PLAS
En ese punto me detuve, y me
sorprendí un poco de ver que lloraba. Creo que aguantaba más sin llorar cuando
sabía que un castigo iba a ser largo. Le froté los hombros y le dejé que se
levantara. Me miró con una expresión que se parecía bastante a un puchero.
-
¿Y….snif….eso ha sido sólo una advertencia? – reclamó,
frotándose los ojos, lo cual le hacía parecer muy pequeño.
-
Ten por seguro que sí. Vamos, no ha sido tan fuerte. Ven
aquí, mi escapista escalador. – le dije, y abrí los brazos para abrazarle.
Reticente, casi como si me estuviera haciendo un favor, se acercó, y dejó que
le estrujara. Me hubiera gustado decirle un montón de cosas, y mimarle un poco
más, pero noté que se ponía tenso en mis
brazos, y supe que era hora de irme. Alejandro quería estar sólo.
Salí de su cuarto y cerré la puerta,
y cuando lo hice me encontré con nueve pares de ojos que me miraban con
frialdad y enfado. ¿Qué era eso, un motín de todos mis hermanos pequeños?
-
¿Qué hice? – pregunté, cohibido por esas miradas. Parecía que
hubiera asesinado el juguete favorito de alguno de los peques, o algo así.
Hannah frunció el ceño, hinchó los
mofletes, señaló la puerta de Alejandro, y luego se cruzó de brazos. Toda una
dama de la comedia, mi pequeña.
-
Si te metes con él, te metes con nosotros – me dijo.
-
Oímos lo que le dijiste – dijo Kurt. – Y luego llamaste a
Matt. No queremos que nos cuide nadie que no sea nuestro hermano. Cualquiera de
ellos.
Los demás asintieron, estando de
acuerdo. Yo me reí, porque entendí que estaban diciendo que querían quedarse
sólo conmigo, con Ted, o con Alejandro. Golpeé la puerta de Alejandro para
llamar su atención.
-
¿Has oído eso? Ellos también piensan que puedes hacerlo bien.
Parece que alguien es imprescindible por
aquí.
Esperaba que le quedara bien grabado,
y sirviera para combatir sus inseguridades. Todos mis hijos son
imprescindibles. Justo en ese momento me giré, y vi el calendario donde
apuntábamos las cosas importantes. Y leí claramente un “examen de matemáticas,
Alejandro” programado para ese día.
Alejandro no tenía inseguridades. Lo
que tenía era mucha caradura. ¡Se había saltado un examen!
…Como el infanticidio estaba
condenado por la ley, decidí que iba a hacerme el ciego al menos por un par de
días.
CHICA DE LOS SUEÑOS....
ResponderBorrarestoy con los nervios den punta, no quiero saber que le hara ami pobre nene a mi Alejandrito cuando tenga uqe dar la cara por ese tontoexamen de mate
por favor, pido clemencia jajajja
un beso, esta lidna la historia
en vista de que intercedes por él, seré buena xDD
BorrarAidan es un trozo de pan, hasta que le toquen mucho las narices....y sí, en algún momento se las tocarán xDD
Jajaj amo a Ted por ser tan buen hermano....pero no se si me gusta mas Alejandro por caradura jajajaj
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