domingo, 29 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 4: Imprescindible


CAPÍTULO 4: Imprescindible
Odiaba los días de colegio.  Mis amigos, antes de ir a clase sólo tenían que levantarse, vestirse, desayunar lo que sus padres les hubieran preparado, e intentar despertarse por el camino. Yo tenía que ayudar a preparar once desayunos y once almuerzos, hacer de policía en el cuarto de baño, y perseguir niños de cuatro y seis años que corrían por el pasillo sin camiseta. Si algo bueno tenía el colegio es  que allí era simplemente Ted.  Ted el amigo de Fred, Ted el amigo de Mike, Ted el capitán del equipo de natación… y no Ted el hermano mayor.
Aquél  martes todo era un caos. Aidan ya había despertado a los pequeños, lo que significaba que Alejandro y yo deberíamos de habernos despertado hacía veinte minutos y también tendríamos que estar vestidos y haber usado el baño. Por mi parte todo ok, pero Alejandro seguía en la cama. Ese día tenía un examen de mates que no se había ni mirado, y no debía de apetecerle levantarse para ir rumbo a lo que era un suicidio garantizado. Porque si traía un suspenso (uno más, de tantos…) papá le descuartizaba lenta y dolorosamente, y luego le abría en canal y…esto...olvidad eso último. Lo que quería decir es que si suspendía, papá se subía a las paredes (así queda más fino, pero no os engañéis: traía un suspenso más y me quedaba sin hermano).
Intenté hacer que se levantara a base de almohadonazos, pero salí perdiendo.  Ya debería de estar acostumbrado a esquivar proyectiles voladores, pero Alejandro me acertó en toda la cara. Me sentí torpe, y lo cierto es que aquella mañana estaba como algo atontado.
Si yo no estaba teniendo un buen inicio de día, Aidan tampoco. Le oía correr por todo el pasillo detrás de Alice, y luego detrás de Kurt, y luego con Hannah, y luego con los tres a la vez.  
-         ¡Estate quiero, Kurt! – le oí gritar por enésima vez en dos minutos.
Yo hice honor a la expresión “hacerse el sueco” y fingí que no me enteraba de lo que sucedía al otro lado de mi puerta. Si no me enteraba, no tenía por qué salir a echarle un cable a papá… Claro que eso  me sirvió sólo hasta que Aidan aporreó la puerta de nuestro cuarto.
-         ¡Ted, ya tendrías que estar en la puerta del baño! ¡Aquí todo el mundo se está saltando su turno!
-         ¡Yo no soy carcelero, para andar controlando cuándo mea cada uno! – repliqué, a voz en grito como él, mientras terminaba de hacer mi cama.
-         ¡Si no quieres ser el preso y que el carcelero sea yo, ya estás saliendo de ahí ahora mismo!
-         Vale, vale. Qué carácter, jo – protesté, abriendo la puerta. Esa última amenaza no había sido una broma, sino una advertencia en toda regla de que dejara de hacer el tonto si quería seguir siendo un adolescente con libertad para salir los fines de semana.
Efectivamente, al salir noté que Aidan no estaba para bromas. Jolín, ni que fuera nuevo. Ahí todas las mañanas era un caos, pero aquél día parecía alterado de verdad. ¿Dónde quedó su paciencia (y debo reconocer que tenía mucha)?
-         Si cada uno hace lo que quiere, esto no funciona – me reprochó. Y luego  bajó la cabeza para mirar a Kurt, y le zarandeó del brazo donde le tenía agarrado. – Eso también va por ti. El pasillo no es una pista de carreras.

Pedirle a Kurt que no corra. Si, ya, claro. Era más fácil que una tortuga se hiciera un sprint.  Papá ya debería saberlo, y además había sonado demasiado enfadado.

-         Ven, Kurt. Que me vas a ayudar a que estos listillos no hagan trampa con los turnos – le dije, tomándole de la mano para alejarle de papá y sus malos humos.
Me llevé a mi hiperactivo hermano a la puerta del baño, y saqué el móvil para ver la hora. Luego miré el papel que colgaba de la puerta del servicio, porque los turnos se renovaban cada mes y no me los sabía de memoria.
-         Harry, te queda un minuto. – le avisé, al que estaba dentro. Cada uno tenía unos minutos para usar el baño, y debían respetarse. En eso Alejandro y yo teníamos algo más de suerte: como papá nos levantaba antes, para evitar problemas de tiempo, al final él y yo terminábamos teniendo más minutos que los demás.
-         No soy Harry, soy Cole.
-         ¡Tu turno acabó hace diez minutos! ¿Qué haces aún ahí?
-         ¡Ya voy!
-         30,  29, 28, 27, 26…
-         ¡No me cuentes!
-         …25….24….23….22.

Le escuché tirar de la cadena, y dejé de contar. Al poco salió.

-         ¿Te has lavado las manos? – le pregunté, y me las enseñó, aún mojadas. – Pues sécatelas.

Cole se las secó rápidamente en la toalla, y yo miré a Aidan, como diciendo “¿Ves el caso que me hace? ¿A que es mono?”. Pero Aidan no estaba en modo “sonrisa” aquella mañana, y se limitó a fruncirme el ceño. A mí, y a Cole.
-         No vuelvas a saltarte tu turno. – le dijo, muy serio.
-         No, papá.
-         Por tardón hoy pones la mesa tú sólo. Vamos, ve.

Cole voló escaleras abajo, a poner los vasos y los platos.

-         Papá, caray, ¿te  pasa algo?
-         ¿Por qué habría de pasarme?
-         Hombre, porque ese de ahí era tu hijo, no  un soldado recién salido de la academia, y su único “delito” ha sido estirar un poco su turno.
-         Los horarios están para cumplirse.
-         ¿Ahora eres Dylan? ¿Desde cuándo eres tan rígido con…con todo?
Aidan me miró fijamente, y luego suspiró.
-         Es que Alice va a volverme loco – dijo, a modo de explicación.
-         ¿Qué pasa con la enana?
-         Que no hay modo de vestirla, eso pasa. No deja de esconderse y de correr para que no le ponga el vestido.
-         Yo me ocupo. Tú procura no comerte a nadie mientras tanto ¿vale? – le dije, y miré intencionadamente a Kurt, que aguardaba quitecito a mi lado con una tranquilidad que no era normal en él. Aidan volvió a suspirar entendiendo lo que le quería decir.
-         Ven aquí, correcaminos – le pidió, y le ahogó en un abrazo.  Le llenó de besos, de esos besos de padre absolutamente sonoros. Ese ya se parecía más al Aidan habitual.

En seguida entendí la frustración de mi hermano. Encontré a Alice debajo de su cama, desnuda salvo por unas braguitas.

-         Pero bueno, pitufa, ¿qué haces así? ¡Hay que vestirse!
-         ¡No!
-         ¿No? Entonces, ¿vamos así al cole?
-         ¡Sí! – respondió, y se rió.
-         Uy, ¿cómo los bebés? ¿Te ponemos también un pañal?

Alice no me respondió, y jugueteó con una de sus muñecas, aún con medio cuerpo escondido.

-         Vamos, princesita. Tienes que ponerte la ropa. – dije, y me acerqué para sacarla de la cama. Ella me soltó un manotazo y se metió más.
-         ¡No! – chilló, con fuerza.
-         Así lleva quince minutos  - dijo Aidan, desde la puerta, con Kurt en brazos. Y, por su mirada, entendí por qué estaba de ese humor tan negativo: se estaba planteando si Alice merecía un castigo.  A Aidan no le gustaba empezar los días así, y menos con su pitufina. Intenté ahorrarnos un mal trago a todos.
-         ¡Alice, mira qué vestido tan bonito! – exclamé, fingiendo entusiasmo. Era horrible, todo lleno de florecitas y cosas de niña. Pero en fin, para ella estaba bien, supongo. Era una de sus prendas favoritas.
-         ¡Es feo! – protestó.
-         ¿Pero qué dices? ¿Lo has visto bien? Anda, sal aquí y míralo bien.  – insistí, y tras unos segundos salió de su escondrijo. Tomó el vestido de mis manos, pero entonces lo tiró al suelo. Luego, corrió hasta su cama, se quitó las braguitas, e intentó ponerse la camiseta del pijama. Esa especie de ¿rebelión? pareció ayudar a Aidan con su indecisión, y dejó a Kurt en el suelo, para acercarse a ella.
-         Alice, ¿sabes que le pasa a las niñas que no son buenas? – pregunté, y ella me miró con atención, entendiéndome perfectamente.
-         ¡Me da igual! – me dijo, aunque no sonaba como si la diera igual.
-         Yo sé que no – dije, e intenté cogerla en brazos. –Anda, pídele perdón a papá, que él te perdona.
-         ¡No! ¡Él es tonto, y tú también! -  replicó y se soltó, para que no la cogiera. Yo ya no podía hacer nada. Papá había puesto esa cara que aseguraba que alguien iba a terminar llorando, y no iba a ser él, aunque a veces también. Alice pareció entender por fin el mensaje.
-         ¡No, papi, no! ¡Voy a ser buena!
-         Ya he tenido mucha paciencia contigo, Alice.-  replicó papá, que la agarró, la dio la vuelta y soltó una suave palmada sobre su traserito desnudo. Ella empezó a llorar en el acto. Papá iba a darle otra palmada, pero en lugar de eso la giró y la envolvió en un abrazo. Era en momentos como ese cuando entendía que papá en realidad era un blando.
-         Eres malooooooooo – gimoteó Alice, llorando con lágrimas y sollozos.
Me acerqué, y la saqué de los brazos de Aidan, para tenerla entre los míos.
-         Princesita, ya sabes que tienes que portarte bien, y sino papá te hace pampam. – la dije, mientras me agachaba a coger sus braguitas y su vestido. Ella sólo sorbió por la nariz y se apretó contra mi pecho.- ¿Vas a ser buena?
Ella asintió, muy triste.
-         Pues entonces ve a darle un beso a papá.
-         Bueno…
Fue a hacer lo que la pedía, pero el beso lo recibió ella. Le di la ropa a Aidan y dejé que la vistiera, mientras yo bajaba a preparar el desayuno y el almuerzo. Íbamos fatal de tiempo.
Cuando llegué a la cocina me encontré con que  Aidan ya había hecho todo el desayuno. En una bandeja había veinticuatro huevos, en otra veinticuatro rebanadas de pan tostado, y en dos boles  había tomate triturado y mermelada. Había sacado también un bote de crema de chocolate, sabiendo que eso tendría más éxito que el saludable tomate. En la mesa grande del centro de la habitación había once paquetitos con dos sándwiches cada uno. Aidan debía de haberse levantado a las cinco y media de la mañana para hacer él sólo lo que normalmente hacíamos los dos.
Cogí el paquetito con mi nombre. Aidan siempre escribía una nota y la metía en el almuerzo, para sacarnos una sonrisa o recordarnos algo importante. La mía ese día era muy larga, y ponía:

En el almuerzo de hoy he utilizado cuarenta y cuatro rebanadas de pan de molde, dos kilos de ensaladilla, y  dos frascos de crema de cacahuete.  Tus hermanos y tú tardaréis aproximadamente veinte segundos en devorarlo todo.
En desayuno se ha llevado medio litro de aceite, cuatro litros de leche, veinticuatro huevos, veinticuatro rebanadas de pan, doce tomates, un bote de mermelada, y uno de nocilla. Habremos terminado en diez minutos como mucho, porque si tardamos más llegaremos tarde.
La  compra y la comida son un trabajo desagradecido: inviertes mucho tiempo, y no duran nada. 
En cambio todo el tiempo que paso contigo, es un tiempo en el que únicamente estoy recibiendo cosas, y no dando. Tú y tus hermanos vais a durar para siempre, así que más me vale alimentaros bien.
Te quiere,
Aidan.

Lo primero que pensé al leer la nota fue que acababan de alegrarme el día con una tontería. Lo segundo fue que Aidan necesitaba dormir más, porque se le estaba yendo la pinza. Sabía que se habría acostado a la una o a las dos, trabajando en su nueva novela, así que había dormido unas tres horas. Cuatro como  mucho. Y luego me decía a mí que tenía que dormir por lo menos ocho.

A quién iba a engañar: la nota de mi hermano me había encantado. Siempre nos estábamos riendo de las cantidades tan exorbitantemente grandes de comida que eran necesarias para alimentar a doce personas. Sólo había que abrir nuestra nevera gigante de dos puertas para comprobar que ahí se compraba al pormayor. Zumos, leche, huevos,  lechuga, más lechuga, otra lechuga más, pollo…Y aun así, era posible que no nos alcanzara hasta el viernes, que era el día en el que hacíamos la compra, en un megapedido para toda la semana.

Cuando puse el pie en las escaleras, para ayudar arriba dado que el desayuno ya estaba hecho,  sentí que Aidan se había equivocado, y que yo no iba a durar para siempre. Me asaltó una punzada muy dolorosa en un costado, y de pronto me doblé y empecé a devolver. El hecho de doblarme hizo que me doliera más, y creo que debí de gritar, porque al segundo siguiente vi a Aidan bajar corriendo las escaleras.

Recuerdo que quise desmayarme, pero no pude.

-         Aidan´s POV –

Reconozco que no dormir me ponía de mal humor. Que Alejandro no quisiera salir de la cama también me ponía de mal humor. Y que mis hijos más pequeños hicieran complicada la simple tarea de vestirse  terminaba por alimentar mi mal humor. Así que no, aquellos no fueron “buenos días”, para mí.
Por alguna razón, me había pasado esa noche en vela,  hasta que a las cinco ya no pude dar  más vueltas en la cama y me levanté, me duché y me puse a preparar el almuerzo y los desayunos.  Normalmente eso me relajaba, pero ya me había acostumbrado a hacerlo con Ted, y sin él me sentía raro, y hacer el desayuno me pareció de pronto muy aburrido. Les fui despertando por orden, y enseguida vi que los turnos no se respetaban, que Ted no estaba fuera poniendo orden, y que yo iba a cometer infanticidio si Alice no salía de debajo de la cama. Y de pronto Ted acabó con todos esos problemas  en un segundo, como si no le costara esfuerzo.  Él era el que solía recordarme que no me gustaba ser un sargento, y el que marcaba la diferencia entre que un día empezara bien, o simplemente empezara. 
Al final tuve que castigar a Alice, y por eso me quedé con ella haciéndola mimos y terminando de vestirla, cuando lo que quería era decirle a Ted lo mucho que me alegraba de  poder contar con su ayuda. Vestí  a mi princesita, y fui a sacar a Alejandro de la cama a cualquier coste, pero entonces, cuando puse un pie en su habitación, escuché un grito desde el piso de abajo.
Creo que volé por las escaleras, y me frené en seco cuando vi a Ted retorciéndose por alguna clase de dolor, gimiendo y devolviendo. Mi mundo se paró en ese momento, pero de alguna forma estuve a tiempo  para sujetarle cuando las fuerzas le fallaron.
-         Ted, hijo, ¿qué te pasa?
No pudo responderme, pero se llevó una mano al costado como si alguien le hubiera clavado una flecha ahí.
Durante unos segundos, entré en pánico. No sabía qué hacer, ni cómo ayudar a mi hijo, que debía de estar sufriendo. Pero luego empecé a usar esa cosa que llaman cerebro.
-         ¡Alejandro! – llamé, y esperé un poco, pero nada. Ted devolvió una vez más.  - ¡ALEJANDRO!
Un somnoliento adolescente aún en pijama, se asomó por las escaleras. Soltó un bostezo, pero pareció despertarse un poco al ver a Ted en ese estado.
-         ¿Qué le pasa?
-         Vamos a ir al hospital. Limpia esto y encárgate de tus hermanos.
-         ¿Limpiar su pota? ¡Lo llevas claro!
-         No pienso discutir contigo. Me llevo a tu hermano al hospital, y lo único que espero es que cuando vuelva hayas cumplido, o te juro que me conocerás enfadado de verdad.
Y, sin esperar respuesta, pasé mi mano izquierda por detrás de las rodillas de Ted y sujeté su espalda con la derecha, para llevarle  en brazos al estilo de los recién casados que cruzan el umbral de la puerta con el novio llevando a la novia.  Lo hice así porque no parecía capaz de andar.
-         Ayúdame a meterle en el coche – le pedí a Alejandro.
Salimos de casa, y Alejandro abrió la puerta del coche. Yo tumbé a Ted en el asiento trasero, y le acaricié la cara para quitarle el sudor. Me temblaban las manos.
-         Tranquilo, hijo. Vas a estar bien.
Me metí en el asiento del conductor, y arranqué el coche. El camino hasta el hospital fue el más largo de mi vida. Apenas recuerdo llegar a urgencias, parar el coche, y sacar a Ted. Sólo recuerdo que él gritaba. Y que, el médico que acudió a recibirnos, dijo que era apendicitis.

-         Cole´s POV  -

Que te saquen del baño con una cuenta atrás es agobiante. ¡No era mi culpa estar fuera de turno, es que Zach había tardado mucho, y se había comido parte del mío! Salí del baño, y vi que papá estaba molesto.  Me mandó poner la mesa entera yo sólo, y me pareció injusto,  pero consideré mejor quitarme de en medio que ponerme a protestar. Coloqué los vasos y los platos y luego me subí otra vez a mi cuarto, a hacer la mochila.
Esa casa era un follón, de verdad. Todo el mundo gritaba, y corría, y así nadie se enteraba de nada. De lo que sí me enteré es de que había pasado algo, porque alguien soltó un grito diferente a los demás, como de dolor, y luego papá llamó a Alejandro, que salió de la cama refunfuñando. En seguida escuché la puerta principal, y tuve miedo de que se hubieran ido sin mí, pero seguía oyendo al resto de mis hermanos, así que lo descarté.
Salí a ver qué había pasado y sólo me encontré a Alejandro, con cara de mala leche y aún en pijama. El suelo bajo las escaleras estaba sucio de algo que parecía vómito.
-         ¿Qué ha pasado?
-         Papá ha llevado a Ted al hospital.
-         ¿¡Qué!? ¿Está bien?
-         Sólo ha vomitado: papá es un exagerado.
-         ¿Ha sido él el que gritó? – pregunté, suspicaz.
-         Supongo.
Papá no me parecía tan exagerado. Más bien creía que a mi hermano mayor le pasaba algo, y me asusté mucho. Es más, entré en pánico al pensar que mis dos hermanos mayores, el que hacía de padre a tiempo completo y el que hacía de padre a tiempo parcial, se habían ido de casa. Alejandro no me daba la misma seguridad que ellos dos, y no le contaba como “persona al cargo”. 
-         ¿Qué hacemos ahora?
-         Habrá que desayunar ¿no? Ah, y papá dice que limpies esto.
-         ¡Sí hombre! Es mentira, te lo habrá dicho a ti.
-         Tú no estabas, enano. ¿Me estás llamando mentiroso? Límpialo. Ahora yo estoy al mando y te digo que lo limpies.
¡Pero qué morro tenía el tío! Dudaba mucho que papá hubiera mandado que yo lo hiciera, más que nada porque no sabía muy bien cómo se limpiaba eso, pero fui a por una fregona y recordé lo que hacían en el colegio cuando alguien vomitaba.
-         ¿Tenemos serrín? – pregunté.
-         ¿Qué serrín ni que ocho cuartos? Eso se friega, y ya.
-         ¿Y cómo se friega? – pregunté, poniendo mi cara más inocente. Alejandro resopló, me quitó la fregona, y se puso a “enseñarme” a hacerlo.
Y así es como se consigue que un idiota lo haga por ti. Estoy seguro de que mi hermano se creía que por ser pequeño podía engañarme, pero al final le había engañado yo a él. Me sentí guay.
En cuanto el suelo estuvo limpio, yo me fijé en el reloj de la pared.
-         Alejandro, quedan diez minutos para que tengas que estar en el cole, y cuarenta para que tengamos que estar nosotros, y no estás vestido, ni hemos desayunado, y tenemos que ir andando porque tú no puedes conducir y además papá se llevó el coche grande. No llegamos ni de coña.
-         Hoy no se va al cole.
-         ¡Sí! – exclamé, doblando el codo en señal de triunfo. Nos quedábamos en casa. Genial.

-         Ted´s POV  -

El balanceo del coche fue un infierno. Cuando papá me volvió a coger en brazos para entrar el hospital, fue el infierno. Y cuando ese doctor empezó a palparme el abdomen, quise morirme. ¡Que me dolía, joder, eso ya podía decirlo yo, sin que me lo andaran tocando!

Por lo visto, tenía apendicitis. Tenían que operarme de urgencia porque me había reventado, o iba a reventarme, o algo así. La ventaja de entrar gritando de dolor a un hospital es que te atienden enseguida, así que no tuvimos que esperar mucho para que me llevaran a quirófano.

Había visto sitios como ese cientos de veces por la televisión, pero generalmente me fijaba en el buen tipo de las doctoras de las series, o en el paciente con el cual había empatizado. Nunca me había parado a pensar que aquél lugar podía ser tan… azul…ni que los médicos pudieran ser tan… humanos.

Creo que papá había dado algunos de mis datos al primer médico que nos recibió, y uno de los que estaban en aquella sala leyó algo de un papel que colgaba de mi cama.

-         Muy bien, Teodhore, enseguida te pondrán la anestesia y dejará de dolerte ¿de acuerdo? – me dijo, hablando con amabilidad. Yo asentí.
Así tumbado no me dolía tanto, así que intenté hacer una pregunta:
-         ¿Está mi padre fuera?
El doctor frunció el ceño.
-         Está tu hermano.
Sonreí un poco.
-         Es mi padre.
El hombre debió de pensar que deliraba un poco, y no me contradijo.  Sentí que me tomaba el pulso y me alcanzó una bata, de esas de hospital.
-         Tienes que cambiarte la ropa. ¿Crees que puedes hacerlo? Si no puedes hacerlo no pasa nada, pero romperemos esta.
-         Puedo – dije, pero a intentar levantarme, vi que no era una buena idea. -  ¿Puede entrar mi padre?
-         Sí. Le diré a tu hermano que pase un momento.

Rodé los ojos. Padre, hermano, qué más daba. Aidan era las dos cosas a la vez.
Papá entró enseguida, en cuanto le avisaron. Parecía muy preocupado, pero intentó disimularlo. Nunca había sido un buen actor.

-         Ey – saludó, y me acarició la cara. - ¿Cómo te encuentras?
-         He estado mejor.
Aidan me dedicó una media sonrisa.
-         Estate tranquilo. Es una operación sencilla – me dijo.
-         Dicen que el apéndice no sirve para nada. Y la verdad, es que hasta que me dolió no sabía ni que lo tenía.
Aidan sonrió más. Era propio de mí hacer bromas cuando no estaba de humor para hacerlas, como si quisiera forzarme a ser optimista.
-         El médico dice que tengo que ponerme esto – le dije, levantando la bata. – Pero ahora mismo soy un inútil.
-         Tú nunca eres un inútil – me dijo, y me dio un beso en la frente. Tomó la bata, y la apartó un momento. Me ayudó a quitarme la camiseta y los pantalones, y me puso la bata esa. No sé con qué cuidado lo hizo que apenas me dolió.
Cuando acabó me acarició la cara de nuevo, con un cariño que casi se sentía como algo físico.
-         ¿Ves esa puerta de ahí? – preguntó, señalando una de estas puertas sin manillar que se abren empujando. Yo asentí – Estaré justo al otro lado. Y tú estarás ahí dentro – me dijo y señaló otra puerta. Yo no me había dado cuenta de que estaba en una presala, y no en el quirófano en sí mismo. Tenía sentido: ahí no había máquinas de esas. Además, intuía que a mi padre no le dejarían entrar en el quirófano. – No serán más de veinticinco metros los que nos separen. – concluyó, y por alguna razón eso me hizo sentir mejor.
Vino un médico y le dijo que se tenía que ir. Yo intenté comportarme acorde a mi edad, y no protesté, pero evidentemente hubiera deseado que estuviera conmigo. Atravesamos las puertas que había dicho papá, y entonces entré al quirófano de verdad. Era más grande, había más gente, y estaba lleno de maquinitas.
Una mujer me cogió la mano, y me buscó una vena en la muñeca. Me clavó una aguja y luego otra mujer metió algo dentro de la vía que la primera me había clavado.
-         Muy bien Theodore. Cuenta despacito del diez al cero.
-         10, 9, 8, 7…
Lo último que pensé, ya medio atontado por la anestesia, es que yo a mis hermanos les daba más tiempo cuando les contaba.
-         Aidan´s POV –
Hay dos cosas que odio: estar sentado y esperar. El tiempo que Ted estuvo en el quirófano puso a prueba mi autocontrol.  Me repetía a mí mismo que era una operación sencilla, que era necesaria porque le dolía mucho, y que Ted iba a estar bien. Pero repetírmelo era una cosa, y autoconvencerme era otra. El hecho cierto es que mi hermano, mi hijo, estaba tumbado en una camilla y yo no podía hacer nada por ayudarle.
En algún momento recordé que Ted no era mi único hijo. No es que lo hubiera olvidado, pero me hacía centrado tanto en él que no había pensado en los demás. Había sido algo brusco con Alejandro, pero el tiempo apremiaba y no estaba para discusiones tontas. Me di cuenta de que no le había dejado muchas instrucciones, al pobre. Tal vez ni les hubiera llevado al colegio. Me dije que no le podía culpar, y que no debía enfadarme si era así. Decidí llamar para ver cómo le iba, e informarle de lo que le pasaba a Ted pero no me lo cogió. Pensé que, después de todo, quizá sí les hubiera llevado a clase. Tal vez a veces era demasiado negativo con Alejandro, dando por hecho que no podía contar con él cuando podía perfectamente.
Dejé de pensar en esto cuando salió un médico a decirme que la operación había ido bien. Respiré con alivio, casi como si hubiera estado aguantando la respiración durante la hora y media que duró la intervención.
-         Alejandro´s POV –

Diez minutos. Eso es lo que tardó el comedor en estar hecho un desastre. Los enanos empezaron a lanzarse el desayuno unos a otros, y al final fue un milagro si logré  que comieran algo.
-         ¡Mirad como habéis puesto todo! ¡Ahora lo limpiáis!
-         ¿Por qué? – preguntó Harry.
-         ¡Porque si no papá me mata!
-         Entonces es tu problema – respondió el muy jeta. En otro momento me hubiera sentido orgulloso de él, porque esa respuesta era propia de mí, pero en aquél momento me molestó, porque sí que era mi problema, y el de mi trasero si dejaba que papá viera una tostada con mermelada en el suelo, nocilla hasta en el sofá, y…¿eso que se veía era huevo en la pared?
-         Nada de eso. Quiero ver esto limpio en cinco minutos.
-         ¿O si no qué?
-         Enano, no me pruebes…
¿Por qué se rebelaban así? ¡A Ted le hacían caso!
-         Sido diciendo que deberíamos haber ido a clase. – dijo  Madie, ayudándome a recoger. ¡Alguien que colaboraba! – A papá no le gustará que nos quedemos aquí.
-         Lo que papá no sepa no puede hacerle daño. – repliqué, y oí varias inhalaciones bruscas. Todos se quedaron quietos de repente.
-         ¿Estás diciendo que mintamos a papá? – preguntó Cole como si hubiera sugerido ir a matar elefantitos. Estos niños eran demasiado buenos, ya lo digo yo. ¡Un poco de picardía, por favor!
-         No es una mentira enano. Es…un secreto. Nuestro secreto.
-         ¿Y cuándo papá pregunte qué le diremos? – intervino Zach, indicando con su mirada que la idea tampoco le gustaba a él.
-         Pues… le contaremos lo que habríamos hecho hoy, de haber ido a clase.
-         Y estaremos muertos casi en el acto – replicó Bárbara. – Además, te olvidas de Kurt y Hannah. ¿En qué mundo ellos van a mentirle a papá? Y también dudo que Dylan lo haga, además, es posible que llamen de su escuela.
Dylan era el único que iba a un colegio diferente. Era una escuela especial, donde ayudaban a gente como él. Era imposible que Dylan estuviera en una clase normal, cuando de pronto le daba por no responder a lo que le preguntabas, o a balancearse y dar golpes. Tal vez nosotros consiguiéramos que no llamaran de nuestro colegio, pues al no ir ninguno de los hermanos pensarían que estábamos en algún viaje, o algo así. Pero la escuela de Dylan llevaba mucho control, y era probable que quisieran saber qué había pasado.
-         Bueno, déjame pensar. Algo se me ocurrirá.
-         Podemos decirle la verdad – dijo Zach – No creo que se enfade. Entenderá que nos dejó solos, al irse Ted y él, y que tú no podías hacerte cargo de todo y llevarnos al colegio a tiempo.
Aquello me escoció en lo más hondo. Me sonó a “si Ted hubiera estado aquí, nos habría llevado a clase”. Como si mi hermano fuera mejor que yo. Todos parecían pensar así, incluidos el propio Ted y papá. Por eso quería que le dijeran a papá que habíamos ido: para demostrarle que yo era tan válido como Ted.
“Pero no estarías demostrando nada. Solo estarás engañándole. Para demostrarle eso les tendrías que haber llevado” dijo la vocecita de mi conciencia. Pero la de mi inteligencia respondió que si hubiéramos ido, yo tendría que haber hecho el examen. Y eso, teniendo en cuenta que no me sabía ni el título de los temas que me entraban,  hubiera sido una muuuuy mala idea. Peor aún que la de mentir a papá.
-         Voy a llamar a la escuela de Dylan y avisaré de que no irá hoy. Y todos los demás le diréis a papá que fuimos al colegio sino queréis pasaros el resto de la mañana limpiando los baños. – dictaminé.
Fui hacia el teléfono, y busqué el número del colegio de Dylan. Informé de que no asistiría a clase ese día por un “asunto familiar” (lo cual de hecho no era  mentira) y colgué. Un problema menos.
Luego fui hacia Kurt y Hannah, y me agaché junto a ellos.
-         Le vamos a decir a papá que hemos ido al cole ¿de acuerdo?
-         ¿Por qué? – preguntaron, a la vez.
“Para que  me mire por una vez de la misma forma que mira a Ted” pensé.
-         Es un juego – respondí.
-         Pero es mentira.
-         No es mentira si es un juego.
Los mellizos lo pensaron y debieron de decidir que estaba bien, ya que salieron corriendo y se pusieron a jugar, como si no hubiera pasado nada.
-         ¡No corráis dentro de casa! – grité, sabiendo que era inútil.
Me pasé los minutos siguientes persiguiendo a unos y a otros para que no hicieran el cafre. “Kurt, bájate de ahí” “Hannah, no se corre en las escaleras” “Madelaine no seas tú peor que los pequeños”  y etcétera. Sólo por un instante empaticé con Aidan, que a veces tenía que sentirse como esas máquinas de las paradas de autobús, que hablan solas sin que nadie las escuche.
Entonces sonó el teléfono y  vi que era el móvil de papá. Decidí no cogerlo. Se suponía que estábamos en clase.

-         Ted´s POV –
-         ¡Que no voy a quedarme aquí una semana! – protesté, indignado, por tercera vez.  La operación había ido bien. A mí me había costado lo mío despertarme, según dijo Aidan, y lo cierto es que hubiera estado mejor dormido, porque ahora tenía una cicatriz en el costado que me tiraba.
-         Si el médico dice que debes quedarte… - empezó Aidan, pero yo ya me sabía esa cantinela, así que le interrumpí.
-         Me da igual lo que diga. No voy a dormir aquí, y mucho menos una semana.
-         Ya lo creo que vas a hacerlo. – repuso Aidan, con voz de “es mejor que no me repliques”, pero luego sonrió. – No pensé que fuera a alegrarme tanto por volver a oírte quejarte.
-         Papá, me voy a aburrir mucho…
-         Eso no es cierto, porque yo no voy a dejar que eso pase.
-         Tú tendrás que estar en casa, con los chicos, y yo me quedaré aquí, languideciendo.
-         ¿Languideciendo? ¿Piensas que me vas a dar más pena por usar esas palabras tan cultas? Tienes que quedarte aquí, Ted, pero no te preocupes. Te traeré un montón de libros, y el ordenador portátil, y dormiré contigo todas las noches.
-         Eso no es posible, y lo sabes. Tienes que estar con los enanos.
-         Alejandro puede qued…
-         Nadie salvo tú puede estar con todos a la vez más de unos pocos minutos.  Si le dejas sólo al pobre le saldrán canas prematuras.
Mi hermano tenía la suerte de no ser el mayor. Él tenía menos responsabilidades y por eso podía permitirse ser un poco más inmaduro. Quería dejarle disfrutar de eso. No es que pensara que él no pudiera encargarse: es que no quería que lo hiciera, al igual que Aidan no quería que me encargara yo.
-         Hablando de eso, yo debería…
-         …ver cómo está todo por casa, lo sé. Ve. Yo seguiré aquí cuando vuelvas – bromeé.
-         No quiero dejarte sólo.
-         No estoy sólo. Estoy rodeado de hermosas enfermeras a las que no me podré ligar si está mi padre delante.
Aidan sonrió, y me dio un golpecito en el hombro. Se quedó un rato más, asegurándose de que todo estaba bien y rellenando unos papeles, y luego se fue, con la promesa de volver por la tarde.

-         Hannah´s POV –
Alejandro había dicho que Ted estaba malito, y papá estaba con él, así que todos nos quedamos en casa. Era un juego y papá no podía saber dónde habíamos estado aquella mañana. Me parecía un juego un poco raro, pero Alejandro era raro también, así que…
Kurt y yo jugamos con la pelota, pero Madie dijo que no podíamos jugar dentro de casa, así que nos fuimos al jardín. Pero luego vinieron los demás, y cuando juegan ellos Kurt y yo ni podemos tocar la pelota. ¡Los grandes son unos abusones! Nos aburrimos de correr detrás de una pelota que nunca alcanzábamos, y nos volvimos a meter en casa.
Alejandro estaba viendo la tele y no nos hacía caso. Pero yo me aburría mucho. Me senté con él y Kurt hizo lo mismo, pero Alejandro nos echó del sofá.
-         Esta peli es para mayores – dijo, y en ese momento en la pantalla un señor le estaba haciendo daño a otro con un cuchillo. Me asusté un poco, parecía un señor muy malo.
-         Pon los dibujos – le pedí.
-         Ni hablar, estoy yo. Ir a jugar por ahí.
-         ¡Ted siempre nos pone los dibujos! – le grité. Era tonto. Quedarse en casa con Ted era mucho mejor.
-         ¡Ted no está aquí! – me respondió Alejandro, y no me gustó nada cómo me gritó. Qué malo era. No iba a jugar con él nunca más. Me fui con Kurt al piso de arriba, pensando que no tener cole no era tan divertido si nadie te hacía caso.
Por suerte tengo un mellizo super inteligente, y se le ocurrió una buena idea.
-         Si no pudiera ver la peli estaría con nosotros – me dijo, y los dos sonreímos a la vez. Fuimos sigilosamente al cuarto de Ted y cogimos unas tijeras. Papá no quería que jugáramos con tijeras, pero era por una buena (o una mala) causa. Bajamos al piso de abajo, y empezamos la misión.
Nos tiramos al suelo como dos buenos soldados, y reptamos hacia la televisión. Alejandro estaba tan concentrado en la película del señor malo que ni nos vio. Kurt me pasó las tijeras y yo las acerqué a cable, para cortarlo y que ya no hubiera más películas, ni cuchillos, ni señores malos. ¡Así Alejandro no tendría otra cosa que hacer más que jugar con nosotros!

-         Aidan´s POV –

¿Por qué me sentía una mala persona? Ah, sí, porque había abandonado a mi hijo recién operado en el hospital. Pero, ¿qué clase de padre era?
Claro que… tenía otros diez hijos más. Diez hijos que tendrían que volver andando del colegio, porque yo me había llevado el coche y no había nadie que pudiera conducir. Esperaba que Alejandro estuviera al loro de ir a recoger a Dylan. Joder, pobre Alejandro. ¿Cómo se la habría apañado para que todos fueran a clase?
Tuve mi respuesta al entrar en casa: no habían ido. Me dije que no pasaba nada, que lo habría previsto como una posibilidad, pero me pregunté por qué no habrían cogido el teléfono. A lo mejor no lo habían oído. A juzgar por el griterío que había en la casa, parecía posible.  No tenía motivos para molestarme.
Pero entonces, cuando estuve en el salón, vi a Kurt y a Hannah tumbados en una posición muy extraña. Les vi con las tijeras en las manos, y casi me imaginé el calambrazo que podrían llevarse si cortaban el cable que parecían tener la intención de cortar.
-         ¡Hannah! – grité, y corrí hacia ella. La quité las tijeras de las manos, y la di tres azotes bastante fuertes. Igual me pasé, pero me había asustado mucho. Tenía ya un hijo en el hospital, y no quería llevar a otro. Luego cogí a Kurt y le di otras tres palmadas, esta vez controlando mi fuerza un poquito más. - ¿Se puede saber qué estabais haciendo?
Los dos empezaron a llorar muy fuerte, y en vez de responderme se abrazaron a mí, haciendo fuerza con sus manitas sobre mi pantalón.
-         Igual  tendrías que haberles preguntado antes de pegarles – me recriminó Alejandro, apoltronado en el sofá. Me miraba con el ceño fruncido, como desaprobándome.
-         O igual podría preguntarte a ti que se supone que estabas cuidándoles. – repliqué, pero me escoció su puntito de razón. Me agaché junto a mis niños, separándoles un poquito para mirarles a sus llorosos ojos. - ¿Qué estabais haciendo con las tijeras? – pregunté, con voz duce, mientras sacaba un pañuelo para limpiarles la carita.
-         I…snif… Íbamos a cortar el cable para que se fuera el señor malo – lloriqueó Hannah.
-         …y para que Alejandro jugara con nosotros – añadió Kurt. Tenía las gafitas empañadas y se las quité para limpiarlas en mi camiseta. No me dejó ponérselas otra vez y enterró su carita en mi pecho, casi tirándome porque estaba de cuclillas.
-         Peques, sabéis que no podéis jugar con tijeras. Es peligroso, y cortar un cable con ellas muchísimo más. Podíais haberos hecho mucho daño, eso dejando a un lado que habrías estropeado la televisión. ¿Entendéis por qué se ha enfadado papá? – les pregunté.
Los dos asintieron, pero no dejaron de llorar.
-         Pero…es que…nos aburríamos…y Alejandro no nos hacía caso – protestó Hannah.
-         No queríamos ser malos… - añadió Kurt, poniéndome un puchero. Yo le devolví sus gafas, y le acaricié la carita.
-         Yo sé que no, pero esta travesura no me ha gustado nada. Ya puede decirme Alejandro que os habéis estado portando muy bien, porque si no me temo que te voy a castigar.
-         Pero ya me has castigado – lloró mi niño, llevándose las manos al trasero – Y sí que me he portado bien. He recogido para que Alejandro no me hiciera limpiar los baños y he jugado al juego de que hoy hemos ido al cole.
Me giré para mirar a Alejandro, que de pronto estaba blanco.
-         ¿Me puedes explicar de qué está hablando? ¿Qué es “el juego de que hoy hemos ido al cole”?
-         Yo te lo explico, papi – dijo Hannah, tirando de mi camiseta. Ella ya había dejado de llorar. – Hay que decir que hoy hemos ido al cole, aunque no sea verdad. Pero no es una mentira, es un secreto.
-         Qué interesante – comenté, son sarcasmo, taladrando a Alejandro con la mirada.
-         Papá, mira sé que suena fatal, pero…
-         ¿Que suena  fatal? No, hijo. ¿Sabes lo que suena fatal?  Tu hermano quejándose porque le ha explotado el apéndice. Mi corazón a mil por hora, mientras volábamos al hospital. El médico diciéndome que tienen que operarle. Y tu hermano diciendo que me viniera a casa para estar con vosotros, que él se quedaba sólo, sin problemas.
-         ¿Le han operado? – preguntó Alejandro, y por primera vez vi en él un rastro de preocupación por su hermano.
-         Sí. Le han extirpado el apéndice. Tiene que estar unos días en el hospital. Y ¿sabes? Yo te iba a pedir que me echaras una mano para que yo pudiera dormir con él por las noches. Pero ya veo que deberé buscar ayuda en otro lado.
Entonces Alejandro salió corriendo, y dio un golpe a la puerta del salón. Suspiré.
Me agaché para coger a Kurt en brazos, que aún lloriqueaba un poco.
-         Esa cabecita tuya siempre está maquinando trastadas – le dije, y le di un beso.
-         Papi, no me des más en el culito. Ha sido sin querer…
-         Sin querer no ha sido, campeón. Sabías perfectamente que no podías coger las tijeras. Pero no te voy a castigar más.
Kurt dejó de llorar y me sonrió ampliamente.
-         No quiero verte cerca de unas tijeras otra vez, y los cables no se tocan, porque si no te pondré sobre mis rodillas – advertí, intentando no hablar con demasiada dureza. Ellos ya sabían que “sobre mis rodillas” significaba más de tres azotes.  – Y lo mismo va por ti, señorita.
Los dos asintieron y yo consideré que habían entendido de verdad, así que les dejé irse.
Y me quedaba tratar con Alejandro…

-         Alejandro´s POV –
“Ya veo que deberé buscar ayuda en otro lado.”
Esas palabras resonaban en mi cabeza, y me torturaban. Papá no confiaba en mí. No  me consideraba apto para cuidar de mis hermanos. Y lo peor es que una parte de mí no podía culparle. Joder, ¿cómo habían llegado Hannah y Kurt hasta el cable de la tele? No les había visto.
Y mientras yo veía le televisión y pasaba de mis hermanos, Ted en el hospital. Por lo visto le habían operado. ¿Estaría bien? Lo que estaba era sólo. Sólo, porque papá tenía que venirse corriendo. Porque no se fiaba de que yo pudiera cuidar a mis hermanos mientras ellos estaban fuera.  Yo no podía aguantar eso, ni tampoco me sentía con ánimos de enfrentar a papá, y a su decepción. Tenía que salir de allí pero jamás saldría por la puerta sin que él me viera.
En un impulso, abrí la ventana  y me asomé. Hacer ejercicio me servía para algo. Me encaramé en el alféizar y me colgué de la piedra, hasta meter el pie en el hueco de unos ladrillos. Poco a poco, despacito, descendí por la pared exterior de mi casa, hasta llegar a la ventana del piso de abajo. Desde allí, salté al suelo. Fue un aterrizaje perfecto.
Sin mirar atrás, salí corriendo. Sin apenas pensarlo,  decidí a dónde quería ir. Mis pies lo sabían: al hospital. Era un camino largo pero no demasiado. En veinte minutos estuve allí.  Entré por la puerta principal y me dirigí a la recepción.
-         Disculpe, creo que mi hermano está ingresado aquí. Se llama Theodore Whitemore.

La mujer chequeó su ordenador.
-         Sí, así es. Habitación 105, en el primer piso.
-         Muchas gracias.
Busqué la habitación y no tardé mucho en encontrarla. La puerta estaba entreabierta, y Ted estaba durmiendo. Llevaba una de esas estúpidas ropas de hospital. Me acerqué a la cama y me senté en una silla cercana. Le observé dormir. Era curioso: dormíamos en la misma habitación y nunca me había quedado  viéndole dormir. No sabía que tuviera esa expresión tan… pacífica. Estiré la mano hasta tocar su brazo.
-         ¿Cómo lo haces, Ted? – pregunté, sabiendo que no me podía contestar.  - ¿Cómo lo haces para que papá esté orgulloso de ti?
Recordé todas las veces en las que papá le miraba con orgullo y le decía que le era de mucha ayuda. Recordé el día en el que le regaló el coche, y sonreía pletórico cuando le vio conducirlo. Pensé en cómo dejaba a los enanos a su cuidado sin ningún miedo sabiendo que él lo haría bien. Jamás haría eso conmigo. Y los enanos tampoco querrían: preferían estar con él.
-         ¿Cómo haces para que los peques te quieran tanto? – pregunté, y apoyé la cabeza en su cama. Sentí ganas de llorar y, puesto que Ted tenía una habitación para él sólo y nadie podía verme, lo hice. - ¿Qué tienes tú que no tenga yo?
-         Esa no es la pregunta correcta – susurró.
Levanté la cabeza y me limpié las lágrimas: le había despertado.
-         No es eso lo que debes preguntarte – repitió. – Si no qué tienes tú que no tenga yo. Yo tengo que esforzarme todo el día para hacer las cosas bien. Para serle de ayuda a Aidan. Pero tú no necesitas hacer eso.
-         Yo no le soy de ayuda y él tampoco quiere que lo sea.
-         Eso no es verdad. El que no quiere soy yo.
-         ¿Tú?
-         Quiero que  pases tu tiempo libre divirtiéndote, y no cuidando de los demás. Quiero que seas simplemente Alejandro, sin la etiqueta de hermano mayor.
-         Él se fía de ti.
-         Y de ti.
-         No. De mí no. Lo ha dejado muy claro.
-         No sé lo que te habrá dicho, pero tienes que reconocer que hoy no ha tenido un buen día. No puedes  tenérselo en cuenta.
Esbocé una sonrisa triste. Eso era verdad.
-         No entiendo cómo puedes hacer todo lo que haces. Que los peques te hagan caso que no se metan en líos…
-         Eso último aún no lo he conseguido. – me interrumpió.
-         Les pones a ellos por delante de ti. A nosotros. Nos pones a nosotros por delante de ti. Desde que te levantas haces cosas que… los demás no hacemos.
-         ¿Cómo por ejemplo?
-         El desayuno.
-         Hoy lo hizo papá.
-         Es igual. Siempre lo hacéis juntos. Y haces todo lo que hace él cuando no está.
-         Hay una cosa que no, y que explica por qué los peques se llevan bien conmigo.
-         ¿El qué?
-         Yo no puedo castigar a nadie – me dijo. – Soy como el poli bueno.
Vale. Era imposible no sonreír con Ted. Pero yo estaba intentando hablar en serio…
-         Hoy, cuando te trajo aquí y me dejó con ellos… No me apetecía nada. Hice todo a regañadientes, no hice mucho caso a los peques, y creo que por eso se han mentido en problemas. Pero tú siempre… lo haces de buen humor.
-         Eso es una trola tan grande que no te la crees ni tú. Me paso el día quejándome. ¿Acaso no has visto como ésta mañana he intentado escaquearme de vigilar los turnos? Aidan, en cambio…él es el que no se queja nunca, y la verdad, creo que quejarse de vez en cuando le vendría bien. Esta mañana estaba de malas pulgas. En esos casos, yo intento que se relaje. Ni lo pienso, me sale sólo. ¿Sabes por qué? Porque esta es mi familia. Y, aunque me queje me gusta lo que hago. Me gusta formar parte de ello y lograr que todo funcione.
-         Eso es porque eres imprescindible. Sin ti, no funcionaría.
-         Todos somos imprescindibles, Alejandro. Eso es lo que define y diferencia a una familia. Ahí fuera nadie es imprescindible. Al doctor que me ha operado le puede sustituir otro y yo no notaria la diferencia. Pero nadie puede sustituir a mi hermano medio hispano de notas mediocres.
Tardé un poco en darme cuenta que se estaba refiriendo a mí, y de que se había metido conmigo.
-         ¡Eh! – protesté, y él sonrió. Yo acabé por sonreír también. – Gracias.
-         No hay de qué. Y más te vale que funcione sin mí, porque voy a estar fuera de combate por una temporada. Van a tenerme aquí encerrado una semana, y luego estoy seguro de que Aidan no va a dejarme ni respirar.
-          ¿Duele mucho?
-         Ya no, aunque la cicatriz tira un poco. Y tengo un sueño que no me tengo. Aún no he echado toda la anestesia.
-         Pues duérmete. Aprovecha el silencio, y la soledad, que es la primera vez que tendrás la habitación para ti sólo.
-         ¡Eh! ¡Es verdad! – dijo, fingiendo entusiasmo, pero noté en su expresión que le entristecía. Que no quería dormir sólo.
-         Yo puedo quedarme un rato. No es que me apetezca volver a casa, de todas formas.
-         ¿Ya has vuelto a enfadar a papá?
-         Creo que siempre le tengo enfadado – comenté, pero ya no estaba tan deprimido. Me acomodé en la silla y le pedí a Ted que me enseñara la cicatriz. Lo hizo, pero no me dejó hacerle una foto. Creo que no se fiaba de que no la subiera a internet. Y la verdad, es que hacía bien.
No digo que no me merezca la desconfianza que voy generando por ahí.

-         Aidan´s POV –
-          
Alejandro se había ido de mala manera, había descuidado a sus hermanos, había pretendido mentirme, y no les había llevado al colegio.
“Recuerda que has quedado en que NO ibas a enfadarte por eso último, Aidan” dijo una vocecita en mi cabeza, que se parecía incomprensiblemente a la de Ted, que era el que solía interceder por él. Pero al mismo tiempo yo creía estar en mi derecho de enfadarme. Estábamos hablando de un día de clase. Si el colegio estuviera a diez kilómetros, entendería que no hubieran ido sin coche, pero en treinta minutos a pie se llegaba al de Dylan, y en treinta y cinco al de los demás. ¿Que hubieran llegado tarde? Tal vez. Pero podían haber ido a alguna clase perfectamente, y me daba la sensación de que Alejandro no lo había ni intentado.
En cualquier caso, yo no le había dado instrucciones para que lo hiciera, y tal vez hubiera preferido quedarse por si tenía noticias de Ted, aunque creía que no le habían movido motivos tan altruistas. Aquél día había sido “especial”, y pedir a un chico de quince que tire de nueve niños más pequeños, quizá había sido demasiado.
Me di cuenta de que nada era culpa de Alejandro, en realidad. Quizá no había tenido la mejor de las actitudes, empezando por el momento en el que no quiso salir de la cama por la mañana. Pero el hecho de que todo lo demás hubiera salido mal, pasando por la travesura de Kurt y Hannah, no era su culpa, sino la mía, por darle más responsabilidades de las que le correspondían. Lo que me intrigaba era por qué había pretendido que los pequeños me mintieran sobre haber ido al colegio.
Subí a hablar con él, dispuesto a apaciguar las cosas porque se había ido del salón en caliente y consideré que a lo mejor había elegido mal mis palabras.  Planeé toda una conversación que no tuvo lugar, porque cuando entré en su cuarto estaba vacío. Busqué por todos lados, pero pareció evidente que Alejandro no estaba en casa. Volví a su cuarto y me fijé en la ventana abierta, y supe que se había ido. Y me asusté. Pensé que después de aquél día sería diez años más viejo.
¿Dónde podía estar?
¿Por qué se había ido?
¿Por dónde empezar a buscar?
Intenté pensar con claridad. ¿Podía estar con algún amigo? Lo di como posible, aunque no me parecía, dado que sus amigos estaban aún en el colegio.  Sólo eran la una.
Quería salir a buscarle, pero ¿qué hacía con los demás? Tenía un par de amigos que podían hacerse cargo, pero vivían bastante lejos.  Dejarles solos estaba descartado así que me decanté por la primera opción y llamé a Matt. Era el que ilustraba mis libros, y los años habían hecho que nos hiciéramos amigos. Era hora de probar si éramos de esos amigos a los que podías pedirles un favor. Parecía que sí, porque dijo que estaría en casa lo antes posible y que encantado cuidaría de mis chicos.
Mientras le esperaba, por mi cabeza cruzaron miles de ideas negativas sobre lo que le podía haber pasado a Alejandro. Me dije a mí mismo que sabía cuidarse solito. Que ya era casi un hombre, y que no iba a pasarle nada. Pero, como siempre que intentaba hablar con mi cerebro, no tuve mucho éxito. Sonó entonces mi teléfono móvil, y lo cogí.
-         ¿Diga?
-         ¿Papá?
Era la voz de Ted. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si tenían que volver a operarle? ¿Y si se sentía sólo?
-         ¿Qué ocurre, hijo?
-         Nada. Sólo llamaba para decirte que Alejandro está aquí. Se ha quedado dormido, y tenía  la sospecha de que no sabías donde estaba.
Respiré con alivio. Su hermano. Había ido con su hermano. Y estaba bien.
-         Gracias, Ted.
-         Papá…
-         ¿Sí?
-         Estaba bastante triste.
Suspiré.
-         Tengo muchas cosas que hablar con él. He llamado a Matt. En cuanto esté aquí me acerco y voy a buscarle.

-         Alejandro´s POV –

Debí de quedarme dormido, porque desperté con Ted acariciándome el pelo con suavidad. Me gustaba que hiciera eso pero al mismo tiempo me daba vergüenza, así que me hice el dormido por un rato. Luego me levanté.
-         Hola, dormilón.
-         ¿He dormido mucho?
-         Qué va. No habrá sido ni media hora.
-         El que se tenía que dormir eras tú.
-         Ya ves.

Me desperecé y solté un bostezo.
-         ¿Y esa bandeja?
-         Es mi comida. La ha traído la enfermera: aquí se come pronto. ¿Quieres verla? Es una irresistible sopa y una  increíble pechuga de pollo – comentó con sarcasmo. – Sin sal, seguro.
-         Ey, también tienes postre – traté de animar.
-         Flan. Odio el flan.
-         Pues dámelo a mí.
-         Tú tienes que ir a casa a comer. De todas formas, papá va a venir a buscarte.
-         ¿Le has dicho que estoy aquí? ¡Traidor!
-         Tarde o temprano iba a enterarse, y creo que a ti te convenía que fuera temprano.
Tuve que darle la razón en eso. Papá debía de estar de un humor de perros.
Llegó cuando Ted se estaba tomando la sopa. Si estaba enfadado, lo disimulaba bastante bien, porque lo primero que hizo fue romperme de un abrazo.
-         ¿Está bien?
-         Te equivocas de hijo. Al que han operado ha sido a él – comenté.
-         No, es el hijo correcto. Es éste el que ha saltado por la ventana de su cuarto.
-         No salté… - me defendí. – Soy buen escalador.
-         Eso no va a salvarte.
Tragué saliva.
-         Lo siento – le dije, y sorprendentemente me respondió:
-         Yo también.
Le miré sin comprenderle.
-         Es evidente que te has ido por mi culpa – me dijo. – Así que lo siento.
-         Fui yo el que la pifie con los enanos.
-         Los enanos la pifian solos – respondió papá. – Anda, coge algo de la máquina. No vamos a dejar que tu hermano coma sólo. – dijo y me envió con una palmadita suave. Papá sólo hacía eso cuando quería avisarte de que te esperan palmaditas mucho menos suaves. Suspiré.   Me dio un billete para la máquina, y yo cogí un par de sándwiches.
Comimos con Ted y, según me explicó mi padre, mis hermanos comieron en casa el almuerzo que les habíamos preparado. Después intenté estirar el tiempo que estábamos allí, pero papá dijo que Matt tenía que irse, así que nos despedimos de Ted y regresamos a casa.
Una media hora después de estar en casa, y tras agradecer y despedir a Matt, papá subió a “hablar” conmigo, aunque yo supe que quería hacer algo más que hablar, entre otras cosas porque le pidió a Cole que nos dejara solos.
-         Tengo muchas preguntas que hacerte – me dijo, mientras se sentaba conmigo en la cama. Un comienzo extraño. Esperé a que continuara. - ¿Por qué querías que tus hermanos me dijeran que sí habíais ido a clase? En ésta situación concreta, puedo entender que no fuerais. No me gusta, pero no voy a enfadarme por eso.
Yo me quedé en silenció, pero papá, en vez de insistirme, esperó. Y esperó. Y siguió esperando, hasta que el silencio me puso nervioso.
-         Ted les habría hecho desayunar rápido, y les habría llevado a clase – dije al final.
-         ¿Qué?
-         Que Ted les habría llevado a clase, y a lo mejor hasta conseguía que llegaran a tiempo. A mí…no me apetecía hacerme cargo de todo, pero al mismo tiempo quería que…quería… que me miraras como le miras a él.
-         ¿Cómo le miro a él?
-         Como si acabara de descubrir América.
Papá reflexionó.
-         Puede ser, pero no creo que a ti te mire de otra manera.
-         Sí lo haces. Me miras como si yo… fuera un problema.
Pensé que me iba a responder “es que lo eres”, pero en vez de eso me encontré en sus brazos, en uno de los abrazos más grandes que papá me ha dado nunca.
-         ¿Eso crees? ¿Que estoy más contento con él que contigo?
-         Es que lo estás. ¿Quién no lo estaría? Sólo hay que comparar lo que hace él con lo que hago yo. Eso no es discutible. Es sólo que… a Ted parece salirle todo tan bien. Es tu mano derecha. Tu ayudante perfecto. No quieres a otro y lo entiendo, pero…
-         Claro que quiero otro, Alejandro. Cuantas más manos mejor, porque aquí somos un regimiento. Pero tú eres…eres mi hijo, no mi mano derecha. Está bien que quieras ayudarme, pero  no tienes…
-         ¡Ese es justo el problema! ¡Que yo no quiero ayudarte! Cuando me has dicho que me quede con los enanos yo… no me apetecía, y no lo he disimulado ni un pelo. Creo que ellos se han dado cuenta y por eso no  he conseguido que me hicieran el caso que le hacen a Ted. Soy un egoísta. Envidio  el orgullo que sientes por Ted, pero no quiero sus responsabilidades.
-         También estoy orgulloso de ti, Alejandro, y de todos. Pero si es Ted el que se levanta y me ayuda a hacer el desayuno, seré a él a quien felicite por hacerlo ¿no? Te aseguro que a él tampoco le apetece. A veces protesta y él también se equivoca. Se cansa, y tus hermanos también se meten en líos cuando se quedan con él.  Se meten en líos hasta cuando están conmigo. Es lo que toca: por algo son niños. El problema no está en lo que haces o dejas de hacer, sino en tu actitud. Si te pido que me eches un cable y limpies el suelo, no puedes responderme algo así como “¿Limpiar su pota? ¡Lo llevas claro!” que es lo que me has dicho ésta mañana. Si te pido que cuides a tus hermanos, no puedes dejarte absorber por la tele hasta el punto que no veas que Kurt y Hannah van a cortar un cable delante de tus narices.
Agaché la cabeza, pero él me la subió, agarrándome por la barbilla.
-         Sin embargo, te equivocas al pensar que no voy a mirarte con orgullo porque hayas cometido esos errores. No me gusta hablar con unos de los errores de otros, pero hace algo más de una semana Ted se fue a comprar, dejando a tus hermanos solos, y los tres se  metieron en un lío. Ted también pensó que había cometido un error imperdonable, pero no es así. Y yo no he debido decirte que tenía que buscarme otra ayuda, porque no la quiero. Te quiero a ti, y sé que puedo confiar en que cuides de tus hermanos si yo tengo que ir al hospital a estar con Ted. Antes te he dicho otra cosa porque estaba enfadado, pero no he debido decírtelo. No es lo que pienso de verdad. Creo que eres muy joven y que no debo exigirte que hagas mi trabajo. Pero sé que si te necesito, puedo contar contigo.
Esas palabras me calaron bastante hondo y me las creí. Creo que eran lo que necesitaba oír. Papá confiaba en mí, y por eso yo no debía volver a fallarle. Debía tratar a mis hermanos como lo hacía Ted: pensando en ellos antes que en sí mismo. Tenía que hacerlo así, porque papá sabía que yo podía hacerlo. Y si él creía que yo podía, entonces podía.
-         Gracias, papá.
-         Sólo he dicho la verdad. Me alegra haber aclarado las cosas. Y si sólo se tratara de eso, teniendo en cuenta que te he cargado con un marronazo para el que no estabas preparado, no habría pasado nada más.  Pero huiste de casa saltando por la ventana. ¡Saltando por la ventana!
-         Necesitaba salir… - musité.
-         ¡Pues me lo dices, y sales por la puerta!
-         Es que pensé…pensé que estabas muy enfadado y decepcionado conmigo por lo de os enanos y yo…
-         Tú me diste un susto de muerte.
-         Lo siento.
-         ¡Podrías haberte caído y haberte abierto la cabeza!
-         Soy buen escalador…
-         ¡Eso no me vale! ¡Ni te valdría a ti si te caes y te quedas paralítico!
-         Supongo que no… - tuve que decir, y después, los dos nos quedamos en silencio. Cuando no pude aguantarlo, lo rompí. - ¿Me vas a castigar?
Papá se limitó a asentir, y yo maldije en silencio.

-         Aidan´s POV –

Creo que conseguí que Alejandro entendiera que no tenía que tener envidia de su hermano. Que a Ted le estaba agradecido porque me ayudaba mucho, y que él podía ayudarme también, si quería. De hacerlo le estaría muy agradecido también, y si no seguiría estando orgulloso de él. No tenía que competir con nadie, pero si decidía ayudarme debería intentar tener mejor actitud.

Ahora quedaba la parte menos agradable de la conversación. Alejandro había “huido” de casa, y había salido por la ventana, lo que había supuesto un riesgo para él, y un amago de infarto para mí. El chico era listo, y ya había entendido que sus acciones no iban a quedar sin consecuencias. Pero a mí me tocaba decidir qué consecuencias, y esa era la parte menos agradable de mi labor como padre.

-         Estarás dos semanas sin poder salir. Y te daré una zurra para que no olvides que las ventanas están sólo para mirar a través de ellas.
-         ¡Papá, dos semanas sin salir es mucho! – protestó. Yo alcé una ceja, porque me protestara por eso y no por los azotes.
-         En realidad, es bastante poco, te lo puedo asegurar, pero he tenido en cuenta que te fuiste porque malentendiste mis palabras. Además, no he terminado: ésta noche dormirás tú en el hospital, con Ted.
Eso último no era un castigo. Sabía que Alejandro quería estar lejos de mí después de un castigo y no quería que Ted estuviera sólo. Si me iba yo a dormir con Ted obligaría a que un Alejandro triste y de mal humor se quedara con sus hermanos, y me parecía que ya había tenido suficiente tiempo a solas con los enanos aquél día. Así que era una forma de que todos estuviéramos contentos. Noté que él se daba cuenta, y que le gustaba la idea: al fin y al cabo significaba dormir solos, fuera de casa.  
-         Pero dos semanas sin salir sigue siendo mucho – insistió.
-         Y salir de casa sin permiso sigue estando mal. Tal vez así no lo olvides. Y ahora, de pie.
-         No, papá, no.
-         Sí, Alejandro, sí.
-         ¡Pero no te burles! – protestó. Rodé los ojos. Ahí acababan los breves instantes de madurez de mi hijo.
-         De pie – insistí, y al final obedeció, pero me miró mal. Yo ya era inmune a esas miradas de “eres un hombre sin corazón”. Prefería un hijo enfadado, pero con todo en su sitio, que uno contento que fuera por ahí saltando por las ventanas.
Tiré un poco de él y le hice tumbarse sobre mis rodillas, pero luego recordé las llaves en mis bolsillos.
-         Levanta un momento – le pedí.
-         ¡No, sin pantalón no! – lloriqueó, sonando como alguien de la edad de Kurt.
-         Sólo levanta, hijo.
Alejandro lo hizo, y yo me saqué las llaves. Luego le volví a tumbar, y pareció más tranquilo, al saber que le dejaría conservar sus pantalones.
-         Esto no es una broma, Alejandro. Me da igual lo difícil que te pongas en todo lo demás: no quiero que vuelvas a salir nunca por la ventana.
-         No lo haré.
-         Eso espero, porque esto es sólo una advertencia – le dije, y comencé.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
 Empecé a utilizar un poco más de fuerza.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS   Auuu PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS Aii PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Yaaaa PLAS PLAS
En ese punto me detuve, y me sorprendí un poco de ver que lloraba. Creo que aguantaba más sin llorar cuando sabía que un castigo iba a ser largo. Le froté los hombros y le dejé que se levantara. Me miró con una expresión que se parecía bastante a un puchero.
-         ¿Y….snif….eso ha sido sólo una advertencia? – reclamó, frotándose los ojos, lo cual le hacía parecer muy pequeño.
-         Ten por seguro que sí. Vamos, no ha sido tan fuerte. Ven aquí, mi escapista escalador. – le dije, y abrí los brazos para abrazarle. Reticente, casi como si me estuviera haciendo un favor, se acercó, y dejó que le estrujara. Me hubiera gustado decirle un montón de cosas, y mimarle un poco más, pero noté que se ponía tenso en  mis brazos, y supe que era hora de irme. Alejandro quería estar sólo.
Salí de su cuarto y cerré la puerta, y cuando lo hice me encontré con nueve pares de ojos que me miraban con frialdad y enfado. ¿Qué era eso, un motín de todos mis hermanos pequeños?
-         ¿Qué hice? – pregunté, cohibido por esas miradas. Parecía que hubiera asesinado el juguete favorito de alguno de los peques, o algo así.
Hannah frunció el ceño, hinchó los mofletes, señaló la puerta de Alejandro, y luego se cruzó de brazos. Toda una dama de la comedia, mi pequeña.
-         Si te metes con él, te metes con nosotros – me dijo.
-         Oímos lo que le dijiste – dijo Kurt. – Y luego llamaste a Matt. No queremos que nos cuide nadie que no sea nuestro hermano. Cualquiera de ellos.
Los demás asintieron, estando de acuerdo. Yo me reí, porque entendí que estaban diciendo que querían quedarse sólo conmigo, con Ted, o con Alejandro. Golpeé la puerta de Alejandro para llamar su atención.
-         ¿Has oído eso? Ellos también piensan que puedes hacerlo bien. Parece  que alguien es imprescindible por aquí.
Esperaba que le quedara bien grabado, y sirviera para combatir sus inseguridades. Todos mis hijos son imprescindibles. Justo en ese momento me giré, y vi el calendario donde apuntábamos las cosas importantes. Y leí claramente un “examen de matemáticas, Alejandro” programado para ese día.
Alejandro no tenía inseguridades. Lo que tenía era mucha caradura. ¡Se había saltado un examen!

…Como el infanticidio estaba condenado por la ley, decidí que iba a hacerme el ciego al menos por un par de días. 

3 comentarios:

  1. CHICA DE LOS SUEÑOS....

    estoy con los nervios den punta, no quiero saber que le hara ami pobre nene a mi Alejandrito cuando tenga uqe dar la cara por ese tontoexamen de mate
    por favor, pido clemencia jajajja

    un beso, esta lidna la historia

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    1. en vista de que intercedes por él, seré buena xDD

      Aidan es un trozo de pan, hasta que le toquen mucho las narices....y sí, en algún momento se las tocarán xDD

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  2. Jajaj amo a Ted por ser tan buen hermano....pero no se si me gusta mas Alejandro por caradura jajajaj

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