Capítulo 18: Tito
N.A.: Si alguien
es diabético como Michael, éste capítulo puede requerir que aumente su dosis de
insulina, porque creo que provoca sobre dosis de azúcar xDD
***
Al final sí iba a poder ir a la fiesta. Yo no solía tener planes de
esos, ni siquiera salía mucho comparado con otros chicos de mi edad.
Generalmente no me importaba, porque prefería estar en casa, con mis hermanos,
pero quizá por eso no poder ir al único plan que realmente me apetecía en mucho
tiempo me sentó muy mal. Es decir, claro que
Aidan tenía derecho a castigarme pero eso fue un golpe bajo… Esa fiesta
era realmente importante para mí... Agustina era realmente importante para mí.
Y en una noche podían pasar muchas cosas…
No estaba enfadado con papá, porque la culpa había sido mía y lo había
hecho con conocimiento de causa. Pero creo que se me notó lo contrariado y
dolido que me sentía, y él quiso hablar conmigo… Porque Aidan era así. Si tú le
dejabas, Aidan podía estar hablando contigo durante horas, hasta asegurarse de
que entendías cada medida que él tomaba. Yo lo entendía bastante bien. Entendía
que si Alejandro se hubiera ido de casa sin permiso, como ya había hecho
cientos de veces, papá le hubiera dado una zurra. En cambio si yo hacía lo
mismo recibía un castigo mucho peor…
Creo que para papá no era peor. Creo que él pensaba que estaba siendo
menos duro al dejarme sin ir a la fiesta, y por eso al final decidió cambiarme
el castigo, al notar que yo no lo veía así. Aquella vez me costó mucho no
llorar. No porque me hubiera pegado más fuerte que otras veces…de hecho, creo
que fue más flojo, quizá porque papá me veía como una especie de inválido desde
la operación… sino porque estaba frustrado… Lleno de rabia por querer estar
enfadado con él, y no poder… Es malo eso de tener conciencia. No puedes echar
la culpa a los demás por tus cagadas. Hubiera sido mucho más sencillo aguantar
esa paliza pensando que papá era idiota,
o injusto, pero en el fondo yo sabía que no tenía derecho a picarme con él…
Minutos después de que todo hubiera pasado le escuché jugar con mis
hermanos, y ahí sí quise llorar de verdad. ¿Ellos sabrían…? Yo no había hecho
ningún ruido, y papá había cerrado la puerta, pero generalmente en casa todos
nos enterábamos cuando castigaban a alguno de nosotros. Si se enteraba
Alejandro no me importaba. A lo mejor tenía que aguantar alguna broma acerca de
ser un niño al que aún dan palmaditas, pero sabía encajarlo. Sin embargo, que
lo supieran mis hermanos pequeños era más… vergonzoso. ¿Con qué cara iba a
decirle a Alice “no te subas ahí si no quieres que papá te castigue”? Si ya me
costaba que los enanos me hicieran caso, me sería mucho más difícil si me veían
como un niño más…. Pero es que yo era un niño más, o al menos así pensaba
papá….
Yo solía actuar como si esos castigos no me importaran, pero lo
hacían. Me hacían pensar mucho.
Demasiado. Suspiré y dejé de darle
vueltas a la cabeza. Papá no estaba enfadado. Yo iba a ir a la fiesta. Ya había
sido castigado… y perdonado. Tema zanjado. Aquello de alguna forma me sirvió
para recordar que estaba en el mismo barco que mis hermanos. Que era su
contramaestre, pero no su capitán. Y creo que eso era en parte lo que mi padre
quería enseñarme…
Me metí en Facebook desde el móvil y vi que tenía un montón de mensajes
de compañeros preguntando por mí. Sonreí. Lo mejor de ser popular era que todos
sabían sobre ti en todo momento, aunque también era lo peor. La verdad, yo no
sabía por qué estaba tan bien considerado socialmente… Era el capitán del
equipo de natación, no del de fútbol. Salía bastante poco, y casi nunca a los
planes comúnmente considerados “guays”. Era friki, y sobretodo me rodeaba de
gente más friki todavía, como Fred. En fin. Ni buscaba ni quería popularidad,
pero a veces era bueno disfrutar de ella. Puse en mi estado que al día
siguiente volvería a clase y a los pocos minutos tenía varios “me gusta” y
algún que otro comentario. Mike me envió un privado, en el que me contaba un
chiste malo que a pesar de todo me hizo reír y busqué una manera ingeniosa de
responderle.
No todas mis interacciones en las redes sociales eran positivas. Los
había que eran “más populares que yo”, y
no sé si me consideraban una amenaza o qué, pero parecían disfrutar metiéndose
conmigo. Recibí algunos mensajes de doble filo y con algo de doble sentido.
Cosas como “qué bien que ya no estés en el hospital”, que en realidad venían a
significar “¿por qué no te quedaste más tiempo?”. Pasé de ellos…Pero había uno
del que no podía pasar. La única rivalidad verdadera que yo tenía, la única excepción
a mi idea de llevarme bien con todo el
mundo, era Jake. El novio de Agustina.
Ese chico me odiaba realmente mucho, y en algunos aspectos era mutuo,
aunque en mi caso era por celos, y en el suyo no estaba seguro. ¿Qué le había
hecho yo para ganarme su enemistad?
Pensar en Jake me hizo poner los pies en la tierra. Vale, iba a ira la
fiesta, ¿y con eso qué? Seguramente ni iba a poder acercarme a Agustina y si
conseguía hacerlo, más me valía no
pasarme de listo, o Jake me redecoraría la cara a base de puñetazos.
Además, yo no era del tipo que se mete con gente que ya está emparejada. Jake y
Agustina llevaban cerca de un año saliendo y yo llevaba mucho sin pensar en
ella. La culpa la tenía Mike y su estúpida insistencia para que fuera a la
fiesta porque “Agustina iba a estar allí”. Había reavivado viejos pensamientos.
Nunca tengas un mejor amigo que te conoce como si tuviera tu sangre. Son un
coñazo.
La voz potente de papá anunció que era la hora de ducharse. Como había
estado sólo en casa, yo me había duchado por la mañana, con calma y teniendo
cuidado con la cicatriz. Así que me quedé en mi cuarto, hablando con la gente
un poco más. Luego salí para ver si papá necesitaba ayuda con alguien,
recuperando un poco la vieja rutina en la que yo le ayudaba con los más
pequeños. Estaba en el baño con Kurt, fregando el suelo porque lo había puesto
todo perdido de agua, cuando Alice entró llorando y casi escurriéndose por el
suelo mojado.
-
Eh, eh,
pitufa. ¿Qué pasa? No puedes entrar así. Tu hermano podría haber estado
desnudo.
Sus ojos llorosos me demostraron lo poco que eso la importaba. Dejé la
fregona y la tomé en brazos. Me di cuenta de que no eran lloriqueos mimosos o
de rabia por alguna pelea tonta con los demás. Estaba llorando de verdad, y me
dio penita. La llevé a mi cuarto y me senté en la cama con ella encima,
tratando de que se calmara.
- A ver, a ver. ¿Por qué está tan triste una princesita como tú?
-
Porque…snif…
porque….snif… papá me quiere hacer pampam – lloriqueó - ¡No le dejes! ¡No le
dejes!
Se abrazó a mí con fuerza, como si yo fuera su salvador. Cosita tierna
y manipuladora… En ese momento, yo habría acabado con cualquiera que la hiciera
llorar así… pero no era cualquiera, sino papá.
-
¿Y qué
has hecho para que papá te haga pampam? ¿Mmm?
-
Aidan´s POV –
Había que repasar
la diferencia entre “ducharse” y “montar una piscina en casa”. Creo que alguno
de mis hijos aún no entendía bien el concepto.
-
Ups –
dijo Kurt, cuando me vio de pie en la puerta, mirando su pequeño estropicio.
-
Ups. –
respondí, y le hice cosquillas, para que
quitara esa cara de asustado. - Hay que tener más cuidado ¿eh?
Ted se ofreció a
recoger el agua y yo mientras tanto fui
a buscar a Alice para meterla en la ducha. No la encontraba por ningún lado y
pensé que tal vez estaba jugando a esconderse. Está bien, podía jugar un rato.
La enana no
aparecía, sin embargo, y no era cuestión de que se hiciera tarde. Éramos muchos
en casa y sólo dos baños.
-
Alice,
ahora ya no es momento de jugar – grité, pensando que, estuviera donde
estuviera, me oiría – Vamos pitufa, a la ducha.
Me detuve a
escuchar, por si oía sus pasitos ligeros salir de algún escondite, pero había
demasiado ruido para escuchar nada. El único lugar en el que no había mirado
era en mi cuarto. Tuve un mal presentimiento
cuando me dirigí hacia allí, que se vio confirmado nada más entré…
Las copias impresas
de mi última novela, las cuales tenía que enviar a diversos periódicos y a
otros lugares, estaban esparcidas por el suelo, y manchadas de una vistosa
pintura roja, que casi parecía sangre. La autora del delito estaba sentada
terminando su obra, con las manos rojas apoyadas en la moqueta, dejando su
huella allí también.
-
Oh oh. –
dijo al verme.
-
¿Oh oh?
¿No te he dicho muchas veces que aquí no se juega, y que los papeles de papá no
se tocan? Mira cómo te has puesto. Mira cómo has puesto la moqueta. A saber si
esa mancha va a salir – regañé, frustrado. La moqueta de mi cuarto era un
pequeño capricho. Me gustaba estar descalzo en mi habitación y ese material era
ideal para eso, pero las manchas salían con mucha dificultad. – Y si papá te llama como he estado haciendo
los últimos diez minutos, tienes que responder.
Alice puso un
puchero y se quedó allí sentada, con carita triste, como si quisiera recordarme
con su aspecto vulnerable que era mi bebé consentido. Mi instinto
sobreprotector me recordó que yo no tenía permitido enfadarme con ella, pero mi
silenciado y realmente pequeño lado estricto me dijo que yo le había dicho mil
veces que no podía hacer lo que había hecho y que ya en alguna ocasión la había
dado alguna palmada por eso. Y nunca había llegado al extremo de ponerlo todo
perdido de esa forma.
No. Aquella vez mi
pequeña se había ganado un buen castigo, y creo que ella lo sabía. La llevé al
baño para limpiarle las manos y luego hice que me mirara, intentando ignorar el
temblor de su labio y el brillo de sus ojos. La hablé de una forma que esperaba
que sus pocos años la permitieran entender.
-
Esos
papeles son importantes para mí. Te he pedido muchas veces que no los toques.
¿Acaso estropeo yo tus muñecas? – le pregunté, y ella negó con la cabeza,
mirando al suelo con carita arrepentida.
Me llevaba muchas
horas, muchos días y en definitiva meses escribir una novela, y aunque la
tenía guardada en el ordenador,
imprimirla de nuevo se traducía en más tiempo y más dinero, porque ni la tinta
ni el papel son gratis.
-
Sabes que
en el cuarto de papá no se juega. Lo sabes muy bien y aun así lo has hecho. Eso
se llama desobedecer. ¿Crees que está bien desobedecer a papá?
Ella me miró en vez
de responder y supe que estaba a un
microsegundo de echarse a llorar.
-
No está
nada bien, y por eso papá te va a castigar. Te voy a dar unos azotes y luego
vas a ayudarme a recoger la que has armado en mi habitación.
Alice empezó a
llorar entonces, y yo me debatí entre castigarla de una vez y no alargar
aquello, o consolarla primero para castigarla después. Ella aprovechó mi
momento de duda para salir corriendo, y yo suspiré. Nadie dijo que fuera fácil.
Me tomó unos segundos descubrir que
había huido a los brazos protectores de Ted, y les vi entrar en su
cuarto. Iba a entrar en la habitación de
mi hijo, pero me dio lástima verla llorar así. Permanecí al lado de la puerta,
escuchando y observando sin ser visto con cierta curiosidad.
-
No…snif…
no he hecho nada – decía mi pequeña. Ted la apretó con fuerza y de una forma
muy cariñosa. Era bonito verles así.
-
Seguro
que algo es hecho, pitufa, o papá no querría castigarte.
-
Pero ha
sido sin quereeeer.
-
¿Sin
querer? ¿Y qué ha sido, mmm? ¿Te has peleado con Hannah? ¿Has dicho alguna
palabra fea?
-
No….snif…
He hecho más bonitos los papeles aburridos de papá.
Vaya respuestas
daba mi enana. ¡Así yo también me pondría de su parte, jolines!
-
¿Los
papeles de papá? ¿Has jugado con sus papeles? – preguntó Ted.
-
Los pinté
un poquito…
Creo que mi hijo
supo entender que con “poquito” se estaba refiriendo a “mucho”. Y que con
“bonitos” en realidad quería decir “completamente inservibles”. Ted la acarició
el pelo y se separó un poquito para mirarla a la cara.
-
Princesita,
ya sabes que no puedes hacer eso.
-
¡Pero no
quiero pampam!
-
Ya sé que
no, pero es lo que pasa cuando desobedecemos a papá ¿verdad?
Alice se apretó
contra él y lloró con más fuerza. Ted la dio un beso, y luego jugueteó con su
manita, como si se la mordiera, hasta que dejó de llorar. La enana se calmó,
pero siguió mirándole con tristeza.
-
Te
contaré un secreto, pero no se lo puedes decir a nadie – dijo Ted, y Alice le
miró con toda su atención. – Papá también me ha hecho pampam a mí, hace un
ratito.
Me sorprendió que
se lo contara, porque sabía que Ted quería dar una imagen “adulta” ante sus
hermanos pequeños, pero sin duda más sorprendida estuvo la pitufa, que abrió
los labios como si no se lo pudiera creer.
-
¿Por qué?
-
Porque yo
también le he desobedecido.
-
¿Pintaste
en sus papeles?
Ted sonrió, y yo
también, desde mi escondite.
-
Algo así.
-
Pero… a
ti… a ti no puede…
-
¿No puede
castigarme? Bueno, el debe de pensar que sí, y al final es lo que importa ¿no?
– dijo Ted, y luego suspiró. – Sí que puede, princesita. También es mi
papá.
-
¿Lloraste
mucho? – preguntó Alice.
-
No. Pero
sí me puse muy triste.
Empecé a escuchar
aún con más atención, y con el corazón casi fuera del pecho, sabiendo que no
debería estar oyendo esa conversación, pero con la fuerte necesidad de hacerlo.
-
¿Te
dolió?
-
Un
poquito. Pero después papá me perdonó, y me dio un beso y un abrazo. ¿Verdad que te sientes bien cuando papá hace
eso?
Alice menguó su
llanto un poco y se frotó los ojos mientras asentía.
-
Pero no
quiero que me haga pampam. – protestó, poniendo un puchero.
Ted sonrió.
-
Nadie
quiere, princesa, de eso se trata. Si no quieres que papá te castigue, entonces
tendrás que portarte bien.
-
¡Lo haré!
Seré muy buena, de verdad…
-
Eso es
genial, Alice, y seguro que a papá le gustará oírlo, pero tenías que haber sido
buena hoy también.
Alice frunció el
ceño, demostrando su disconformidad, pero Ted no se dio por vencido.
-
¿Por qué
no vas con papá, mm? Seguro que se está preguntando dónde estás.
- ¡Sólo si le dices
que no lo haga!
-
Pero, ¿de
dónde sacas tantas palabras, enana? Tienes más argumentos que un político.
Princesa, aunque quisiera, yo no podría impedir que papá te de en el culito.
Como mucho podría pedírselo, pero la decisión es suya, porque él es el papá
aquí.
-
¡No vale!
¡Me esconderé y no saldré nunca!
-
Renacuaja,
la que estás armando por una tontería. Papá no es tan malo.
-
Si lo es,
porque te ha hecho pampam a ti y tú eres muy bueno.
-
Yo no soy
bueno, princesita, y papá no es malo. Aunque no me creas, él se pone muy triste
cuando te tiene que castigar y es por eso que no quiere que te portes mal. Es
el mejor papá del mundo. Es la persona a la que más quiero, Alice, y sé que tú
también, que no puedes engañarme.
-
¿La
persona a la que más quieres? – preguntó Alice, con una mezcla de curiosidad, y
tristeza celosa.
-
Después
de a ti, claro – respondió Ted, sonriendo un poco. Luego se puso serio. – Todos
vosotros sois las personas a las que más quiero, pero papá es papá. Él es… muy
especial para mí.
-
¿Por qué?
Eso, ¿por qué? Me
sumé a la curiosidad de mi hija, sintiendo mucha emoción por las palabras de
Ted. Él pareció pensar mucho su
respuesta.
-
Cuando yo
tenía tu edad papá tenía tres trabajos. Cuando salía del cole me llevaba a la cafetería
donde trabajaba y me pedía que me quedara quieto, dibujando y comiendo
galletas. Yo le veía trabajar y le notaba muy cansado. Tres trabajos son muchos
para una persona, Alice, y él ganaba muy poquito en cada uno de ellos. En la cafetería había una terraza, y los clientes
tenían que meter dentro los vasos que sacaran fuera, pero casi ninguno lo
hacía, y papá tenía que hacer eso también, aunque no era su trabajo. Un día
quise ayudarle y recogí una taza de una mesa, pero fui torpe y se me cayó muy cerca
de una señora mayor, que empezó a gritarme. Cuando salimos de allí, y yo estaba
llorando, papá me dijo que no tenía por qué sentirme mal. Que a esa señora no
se le había caído porque no lo estaba llevando. Que los platos sólo se les
rompen a quien los carga o los friega. Los que se quedan sentados nunca rompen
nada. Me dijo que yo nunca tenía que ser de los que me quedaba sentado. Que era
preferible que rompiera muchas cosas, a que nunca lo intentara. Despidieron a
papá ese día, princesita. Su jefa le gritó, y le regañó por mi culpa, pero papá
no se enfadó conmigo. Me felicitó, porque yo había tenido buena intención. Él
estaba muy cansado, y todos nos ponemos de mal humor cuando estamos cansados.
Pero a mí nunca me trató mal. Poco después vino Alejandro, y después vinieron
los gemelos. Con tantos hijos papá ya no pudo seguir trabajando, porque no
tenía a nadie que pudiera cuidar de dos bebés, y dos niños pequeños todos los
días, ni tenía dinero para una niñera. Ya había empezado a escribir, pero aún
no ganaba mucho dinero. Yo he visto a
papá quedarse sin comer alguna vez, princesita. ¿Te imaginas lo que es eso? Con
lo tragón que es papá… Yo le he visto dejar de comer para que Alejandro, Zach
Harry y yo pudiéramos hacerlo. Para pagar los pañales, que son muy caros. Un
día, en una tienda, papá pagó algo con monedas muy pequeñas, contando cada
céntimo porque tenía el dinero muy justo, y unos chicos que eran algo mayores
que yo se burlaron de él. Yo me enfadé y por poco me peleo, pero papá dijo que
no debía ofenderme por cosas que eran verdad. Que éramos pobres, y no había
nada de deshonroso en ello. Que era más deshonroso insultar a alguien por ser
pobre, que contar detenidamente el
dinero que habías ganado con esfuerzo.
Entonces las cosas empezaron a ir muy bien, y papá ganó mucho dinero. Ya
podía pagar a una niñera, e incluso a dos, pero no lo hizo salvo en ocasiones
de emergencia. Era él quien nos cuidaba. Jugaba con nosotros, como hace ahora y
nunca nos dejaba solos. Nunca le ha gustado que otras personas se ocuparan de
nosotros, creo que porque de niño su papá no estaba mucho con él. De todas
estas cosas aprendí mucho, y ni siquiera sé si papá era consciente de que me
las enseñaba. Simplemente aprendí lo que era una buena persona al ver cómo él
lo era. – explicó Ted. A esas alturas de su discurso, Alice estaba medio
dormida, con los ojos casi cerrados. No sé si la pequeña lo entendió todo, pero
Ted no dejó de hablar. Yo estaba llorando como un idiota, y él me estaba
mirando fijamente, porque hacía un buen rato que sabía que yo estaba ahí. - Él me enseñó a amar y respetar a las
personas, porque amor y respeto es lo único que he recibido de él. Él es el que me abraza cuando estoy triste, y
me abraza también cuando está triste él, como si yo fuera algo valioso que le
da sentido a su vida. Él me enseñó a mirar con los ojos del corazón, para
distinguir el bien del mal. Él ha creado una familia bajo las normas de una
vida feliz y llena de amor, y la ha creado a partir del esfuerzo y muchos
sacrificios. Él ha renunciado a una vida para darnos once, y nunca nos lo ha
echado en cara, porque ha convertido su vida en la nuestra. Él es feliz
mientras nosotros lo seamos. Eso, Alice,
es lo que hace que papá sea tan especial.
En esos momentos me
sentí un llorica, pero tampoco hice nada por retener mis lágrimas. Aquello fue
lo más jodidamente bonito que he escuchado en la vida y como era incapaz de
expresar mi agradecimiento en palabras, lo hice entrando y dándole el abrazo
más fuerte que le he dado nunca a nadie.
-
Papá…
papá… mi cicatriz. – gruñó Ted.
Eso era lo único
que podía hacerme soltarle en un momento como ese. Aflojé, y me limpié las
lágrimas, algo avergonzado.
-
Ted…
-
¿No te
han dicho nunca que no se escucha detrás de las puertas? Puedes oír algo que no
te guste… - me regañó, teatralmente.
-
Oh, pero
eso me ha gustado. Me ha gustado mucho. Ted, te juro que nadie te quiere tanto
como yo en estos momentos. Eres… eres tan…. Tú sí que eres especial, hijo.
La pitufa se había
espabilado cuando yo puse a Ted de pie para abrazarle, y ahora nos miraba algo
cohibida. Yo iba a incluirla en el abrazo pero ella no me dejó.
-
Siento
haber estropeado tus papeles, papi. Si me castigas, ¿luego me darás un beso?
-
Mejor te
lo doy ahora, y después, bebé. – susurré, y la besé en la frente.
-
¡Ay!
¡Pinchas!
Sonreí un poco. Yo
no tenía barba exactamente, sino más bien un rastrojo de unos cuantos días. Ese
era mi look habitual aunque a veces me afeitaba.
Yo no me sentía en
ese momento con ánimos de castigar a nadie. Ted me había golpeado el corazón de
una forma inhumana y definitiva. Si eso fuera un combate de boxeo, ese golpe me
habría dejado k.o. Las trastadas de mi enana dejaron de tener importancia ante
esto, pero ella estaba allí de pie, esperando que realmente la castigara. Las
palabras de Ted parecían haberla dado coraje. Me agaché junto a ella, hincando
una rodilla en el suelo y la miré fijamente.
-
¿Por qué
te va a castigar papá, Alice?
-
Por
desob… desobe…esa palabra rara que repites mucho.
-
Esa
palabra rara que significa que no has hecho caso a papá. – dije yo, intentando
reprimir una sonrisa. No supe si de verdad no sabía pronunciar la palabra, o lo
hacía para aparentar ser más pequeña. Uno de los recursos favoritos de Madie
hacía algunos años era hablar mal aposta, sabiendo que eso la hacía más
vulnerable y podía jugar a su favor. Y algo me decía que Alice era tan lista
como para usar también ese recurso. - ¿En qué no me has hecho caso?
-
No se
puede jugar en tu habitación, ni tocar tus papeles. – respondió, poniendo un
puchero.
-
Eso es –
concordé, y la apoyé suavemente sobre mi cadera, con movimientos lentos. Si yo
hacía movimientos lentos, ellos no intentaban soltarse. Era algo que había
aprendido con el tiempo. Se asustaban menos. Levanté la mano derecha, y la dejé
caer sobre su vestido con una fuerza proporcional a su edad y tamaño.
PLAS PLAS PLAS
Alice se quedó muy
quieta pegada a mí sin soltarse. Creo que estaba esperando que yo continuara.
-
Ya está,
cariño. – susurré, e intenté separarla para agarrarla mejor y darle un abrazo,
pero no me dejó. - ¿Vas a llorar? – la pregunté. Ella dijo que no con la
cabeza, y vi que realmente estaba luchando para no hacerlo, con la cabeza
escondida en mi cuerpo. Finalmente se separó, y me miró con sus ojos
brillantes.
-
No ha
dolido – me confesó.
-
Ah,
entonces ¿lo repetimos? – sugerí, de broma, y ella negó fervientemente con la
cabeza. La abracé, y me la colgué al cuello, poniéndome de pie con ella. Ted la
hizo un cariño en el pelo.
-
¿Ves como
no era para tanto, enana? – la dijo, sonriendo.
En realidad, en mi
plan inicial iba a ser un poco más duro pero… ¿esa idea de que tenía que ser
más severo? Si, ya, mejor lo dejamos para otra vida. Estaba claro que no lo
estaba haciendo tan mal, porque Ted era… era simplemente demasiado bueno.
-
Voy a
limpiar tu cuarto – dijo Alice, y yo la dejé en el suelo.
-
Yo voy
enseguida, cielo. – respondí, para que se fuera adelantando. Cuando salió, yo
miré a Ted fijamente. Creo que le hice sentir incómodo.
-
Si me
viene otra vez llorando porque vas a castigarla la encubriré aunque haya
cometido el mayor de los delitos – me advirtió. – Es demasiado adorable para
que la castiguen.
-
Tú sí que
eres adorable – le dije e intenté abrazarle otra vez, pero no se dejó.
-
Ay, papá,
por Dios, háztelo mirar. ¿Quieres que te regale un peluche para que le estrujes
a él en vez de a mí?
-
No puedes
dar un discurso como ese y pretender que no te abrace – protesté.
-
¿Lo ves?
Por eso no suelo decir esas cosas en voz alta – me dijo, pero luego sonrió y me
dio un abrazo. - ¿Significa esto que estoy perdonado del todo?
-
¿Perdonado?
¿Por qué?
-
Por ir al
hospital sin tu permiso.
-
Ted, no
me gustó que lo hicieras, pero estabas perdonado desde el mismo momento en el
que dejaste esa nota demostrando lo mucho que Michael te importa.
Ted me sonrió, como
orgulloso de su capacidad para hacer que mis enfados duraran dos segundos.
-
¿De
verdad crees que soy una buena persona y que he hecho todo eso que le has dicho
a la enana? – le pregunté.
-
¿De
verdad lo dudas?
-
Yo… lo
único que hago es cuidar de vosotros.
-
Lo dices
como si fuera poco. – me respondió.
Mientras iba a mi
cuarto, con Alice, aún le estaba dando vueltas a sus palabras. Yo sabía que un
padre podía querer a un hijo, porque daría la vida por los míos. Pero no había
estado seguro de que un hijo pudiera querer a un padre con la misma intensidad.
De niño yo quería a mi padre, pero había demasiadas heridas entre nosotros como
para que fuera un amor sano y verdadero. La forma en la que Ted había hablado y
la forma en la que me miraba me desvelaban un amor que no debía ser mucho menos
intenso del que yo sentía por él.
Alice había puesto
los papeles en un montoncito, y yo fui al ordenador y le di a imprimir otra
vez, diciéndole adiós a medio paquetes de folios. La enana se movía con teatralidad,
como si quisiera demostrarme lo bien que sabía recoger. Era muy mona. Cogió el
bote de pintura, lo cerró…y se la escurrió de las manos. Una espesa pintura se extendió por la
moqueta, y supe que eso ya no saldría nunca. A Alice le tembló el labio, y al
segundo siguiente se puso a llorar, con mucha fuerza, medio gritando. Me
acerqué para cogerla en brazos, pero salió corriendo.
-
¡Alice!
¡Mi vida, ven aquí!
Ella me miró entre
lágrimas, se frotó los ojos y no se acercó, pero se quedó quieta. La agarré por
la cintura y la sujeté con un brazo, mientras le limpiaba las lágrimas con la
otra mano.
-
No pasa
nada, mi amor, ha sido un accidente.
-
P-p-pero…
La di un beso, y
aunque no podía hablar yo supe lo que me quería decir.
-
Antes no
me he enfadado porque mancharas o estropearas mis cosas, bebé, sino porque lo
hicieras intencionadamente, cuando te he dicho muchas veces que no lo hagas.
Ahora estabas recogiendo y se te ha caído. Son cosas que pasan. Estabas
haciendo una cosa buena y eso es lo que a papá le importa. No querías que se te
cayera. Esto sí que ha sido sin querer de verdad, y no hay que llorar por eso.
Me miró sin
tenerlas todas consigo y con un puchero.
-
Se ha
“estopeado” tu suelo. – dijo, y renovó
sus sollozos.
-
Qué va.
¿Bromeas? Pero si así está mucho mejor. Es más, sólo voy a pasar un papel para
secarlo, pero pienso dejarlo así, de color rojo, para acordarme siempre de mi
princesa.
¿Qué más daba
dejarla o quitarla? Total, quitar la moqueta costaba lo suyo y aunque el rojo
desentonaba un poco con el gris del resto del sueño, iba a demostrarle a mi
niña que hasta una mancha era bonita si la había hecho ella.
-
Se va a
quedar así, para que pueda mirarlo todas las noches, y así cuando no vengas a
dormir conmigo me seguiré acordando de ti.
Me soné muy tonto
diciendo eso, aunque sintiera cada palabra,
pero pareció bastar para animarla. Dejó de llorar, y me miró primero con
sorpresa, y luego con una sonrisa. Apoyó la cabeza en mi hombro y yo la acuné
un poco, sabiendo que eso la gustaba.
-
El otro
papá si se “había enfadado” – susurró.
Me quedé congelado
y detuve el balanceo.
-
¿Andrew
se habría enfadado? ¿Es eso lo que quieres decir?
Alice asintió. Yo
sabía que era cierto. A Andrew le molestaba mi torpeza, y a decir verdad yo
había sido un niño muy torpe. Quizá era tan torpe porque cuando cogía cosas
tenía miedo de que se me cayeran y se enfadaba. Me gritaba y me insultaba,
aunque yo no siempre sabía qué significaba lo que me llamaba.
-
¿Te
acuerdas de él?
-
No –
gimoteó, mimosa, pero supe que ese “no” era un sí. Cuando Alice llegó a casa,
aparte de ser más pequeña, no era como entonces. Era mucho menos abierta, se
extrañaba por mis abrazos y me tenía algo de miedo, a mí y a Alejandro, porque
nos parecemos a Andrew. Luego dejó de tenernos miedo, pero aún no sonreía.
Echaba de menos a Andrew, y le buscaba por las noches. Él le generaba
sentimientos enfrentados, confundiendo su pequeña cabecita entre el cariño y el
miedo. Y luego pareció olvidarlo, aunque yo sé que no lo hizo.
-
¿Tú sabes
quién es él?
-
Papá.
-
¿Y sabes
quién soy yo?
-
Papá.
-
¿Y qué
más?
-
Tito. –
respondió. Así es como ella decía hermano. Ted era su “tito”, Alejandro era su
“tito”, Zach era su “tito”, y Harry, y Cole, y Dylan, y Kurt y yo también era
su tito. Barie, Madie y Hannah eran sus “titas”. En realidad yo era sólo papá,
nunca me llamaba tito, pero ella sabía que lo era. Y sabía que Andrew no era su
tito. Me planteé enseñarla que tampoco era papá, pero no quise mentirla. Al
principio me presenté a ella como su hermano, porque además era así como me
conocía aunque nunca hubiéramos vivido juntos, pero ella vio que todos los
demás me llamaban papá y terminó llamándome así también. En ese momento la
expliqué las rarezas de nuestra familia. Había dedicado muchas horas a
explicárselo, con fotos y conceptos sencillos, y ella finalmente pareció
entenderlo, aunque a veces yo no estaba muy seguro.
-
Pues
recuerda que tu tito nunca se va a enfadar porque se te caigan las cosas o
porque te caigas tú. – la dije, y apoyé mis labios en su frente. – Nunca me voy
a enfadar contigo.
Sabía que era una
promesa que no podría mantener, pero me juré a mí mismo que jamás expresaría mi
enfado de una forma parecida a como la hacía Andrew. Jamás dejaría de hablarla,
o de hacerla caso o de jugar con ella, ni la gritaría, ni la insultaría. Y
sobraba decir que me moriría antes de encerrarla en un armario, pero
sorprendentemente y por lo que la sonsaqué a mi niña cuando vino a casa, Andrew
nunca la había metido en un armario a ella. Tal vez porque aún era demasiado
pequeña cuando se vino conmigo.
Hacía mucho que no
la escuchaba decir “tito”. Era una palabra que me daba mucha ternura, y que a
veces me definía mejor que otra. Ya que no era ni un hermano ni un padre, tal
vez pudiera ser un “tito”.
-
Ted es mi
tito – dijo Alice, como si me hubiera leído el pensamiento. – Tú eres papá.
-
¿Soy tu
papá? – pregunté, en tono mimoso, y la hice cosquillas con la nariz.
-
Papá,
papá, papá. – repitió, riendo, y luego puso su mano en mi mejilla, y la pasó
por gran parte de mi cara. – Papi, pinchas. – volvió a decir, y yo me reí con
ella. Vale, vale, captaba la indirecta. Tocaba afeitarse.
-
Kurt´s POV –
Después de la
ducha, donde por lo visto mojé mucho el suelo, papá estuvo todo el rato con
Alice. Ya había estado mucho con ella, yo también quería jugar con él. Quise
entrar a su cuarto, pero escuchamos a Alice llorar y Ted me dijo que no pasara.
-
¿Por qué
no? ¿Por qué llora Alice?
-
No lo sé,
peque, pero me parece que es entre ella y papá ¿no crees?
-
¡Pero yo
quiero hablar con él!
-
¿Necesitas
algo? Si quieres, yo puedo ayudarte a hacer la mochila de mañana.
-
¡No!
¡Quiero a papá! – protesté. Ted no era papá. A veces me valía pero yo en ese
momento no quería nada en concreto, sólo quería estar con papá.
-
Espérate
un poco, enano. No creo que tarde mucho. Vamos a esperarle ¿de acuerdo?
No, no estaba de
acuerdo para nada. Me crucé de brazos y le miré enfadado, y él encima va y se
ríe. Me agarró la mano y tiró de mí para separarme de la puerta de papá. Ted
era muy fuerte para mí, ¡no era justo!
-
¡No!
¡Malooo! ¡Suelta!
-
Kurt, no
tires así, que te vas a hacer daño. Deja a papá y a Alice tranquilos. Cuando tú
estás triste quieres que él te mime ¿no?
-
¡Yo ya
soy mayor para que me mime! – protesté. En realidad no. En realidad era lo que
más me gustaba en el mundo, pero mis amigos del cole no decían cosas como esas,
porque eran palabras de bebé…¡y yo no lo era! Bueno… sólo era el bebé de papá,
¡y por eso quería que abriera la puerta!
-
¿Seguro?
– preguntó Ted.
A veces creo que él
y papá podían leer el pensamiento. Siempre sabían cómo me sentía y cuando
estaba planeando alguna travesura. Aunque en ese momento Ted no parecía
entender que tenía que dejarme ir con papá.
Le miré mal.
-
A mi me
parece que más bien lo que pasa es justamente que necesitas mimos – siguió
diciendo Ted. Para entonces ya me había arrastrado hasta mi cuarto, donde Dylan
estaba esperando a que papá le buscara para ir a la ducha. - ¿Qué dices, Dylan? ¿Le mimamos?
Dylan no dijo nada.
Tampoco parecía habernos visto. Dylan era muy raro. No era como los demás, pero
yo ya estaba acostumbrado a él. En ese momento tenía algo en la mano, unas
canicas, y las estaba frotando una contra otra como hacía a veces. Ted se acercó a él y trató de que las dejara,
y se puso a hablarle y a intentar que se concentrara y así empezó a hacerle
caso a él y no a mí. ¡Papá estaba con Alice y Ted con Dylan! ¿Y yo qué?
-
¡Teeed! –
le llamé. Él me miró un segundo, pero entonces Dylan le dio un manotazo.
Genial, si yo hacía eso papá me castigaba, pero si lo hacía Dylan no pasaba
nada. La intuición y el tiempo juntos me decían que Dy no se comportaba como
los demás, y que no se le aplicaban las mismas reglas, pero a veces no me
parecía justo. En ese momento, en el que
Ted le prestó toda su atención a raíz de ese manotazo, no me pareció justo para
nada.
-
¿Qué
pasa, Dy? – preguntó, y Dylan le pegó otra vez.
- ¡Eh! ¿Por qué me pegas? Si yo no te he hecho nada.
Dylan sonrió, como
si pegar a Ted fuera divertido.
-
Eso no se
hace, Dy. Me puedes hacer daño. ¿Quieres hacerme daño? – preguntó Ted.
Dylan negó con la
cabeza y Ted sonrió, como si Dy hubiera hecho algo extraordinario. ¡Vaya cosa! ¡Si sólo había dicho que no con
la cabeza! Entonces, Dylan se puso de puntillas, se acercó a Ted, y le dio un
beso. Y Ted abrió los ojos como si hubiese descubierto un castillo de
chocolate.
-
¡Chicos!
– llamó, y alguno de mis hermanos vinieron corriendo. Entraron Barie, Zach, y
Alejandro. - ¡Dylan me ha dado un beso!
¡Él sólo, porque ha querido!
¡Jesús! ¡Ni que
hubiera hecho algo tan difícil! ¡Yo también sabía dar besos! Todos mis hermanos se pusieron a su
alrededor, y empezaron a sonreírle.
-
¿Me das
un beso a mi también, Dy? – preguntó Barie.
¡Eso ya era el
colmo! ¿Y yo que estaba, ahí pintado? No me habían dedicado ni una triste
mirada. A Dylan no le gustaba que le
agobiara la gente, así que se alejó de ellos, y entonces vino hacia mí. Yo no
quería ni verle, todos le querían a él más que a mí. Le di un empujón, por roba
hermanos. Dylan se cayó al suelo y se quedó sentado, parpadeando, sin hacer
nada. Sin defender, ni llorar, ni ponerse de pie.
-
¡No sé
por qué todos te quieren tanto si no sabes hacer nada! ¡Yo soy más pequeño y ya
me sé atar solito los cordones! - le
grité.
-
¡Kurt!
– me dijo Ted, mirándome enfadado.
Levantó a Dylan y le miró, buscando heridas. No le había dado tan fuerte, a
ver.
-
Kurt,
cuando papá se entere de esto se va a enfadar mucho contigo – me dijo Alejandro
– Eso que has hecho está muy feo, y encima a Dylan… Hoy vas a dormir calentito,
enano. ¿Es que quieres acabar así todos los días?
Miré a Alejandro
con indignación. Ahora yo si existía ¿no? Para regañarme todos se daban cuenta
de que yo estaba ahí. No me gustó ni un pelo lo que me dijo. No quería que papá
se enfadara ni que me diera en el culito, ninguna de las dos cosas. Corrí hacia
Ted, sabiendo que él me defendería, y le diría a Alejandro que era malo, pero…
-
No, Kurt.
Alejandro tiene razón. Has sido muy malo con Dylan y tienes que pedirle perdón.
-
¡No le
voy a pedir perdón, es tontoooo! – grité.
-
Bueno,
alguien se ha ganado unos buenos azotes – dijo Alejandro.
-
¡Si me
castiga a mí también tiene que castigarle a él! – grité, señalando a Dylan.
-
¿Por qué?
Él no ha hecho nada – dijo Alejandro.
-
¡No! ¡Lo
que pasa es que papá a él nunca le castiga! – protesté. Que lo sabía yo. A él
nunca le daban en el culito.
Todos eran malos.
Papá se iba a enfadar conmigo y con Dylan no y Alejandro tenía razón: me
castigaban todos los días y yo no quería.
¡Yo sólo había querido que papá jugara conmigo! ¿Por qué nadie lo
entendía? ¿Es que querían más a Alice o a Dylan que a mí? Se me llenaron los
ojos de lágrimas y me fui a llorar junto a Copo. Copo no era mi peluche. Y no
me gustaba. Para nada. Era de Hannah, pero a veces lo dejaba en mi cama y yo se
lo cuidaba. Pero, aunque no fuera mío porque era un peluche de niña, era muy
blandito. Así que le abracé. ¡Seguro que Copo no prefería a Dylan! ¡Hum!
-
Déjale,
ya se le pasará – dijo Alejandro, porque Ted venía hacia mí. Él no le escuchó,
y se sentó en mi cama, y me puso encima.
- Papá no castiga a
Dylan, tienes razón. Para empezar él suele portarse bien. Y luego hay cosas que
no entiende, o que le cuestan mucho. Le cuesta mucho mirar a los ojos, prestar
atención, y seguir instrucciones. A veces le cuesta mucho hablar, y otras en
cambio no se calla. Aprendió a hablar a
los cuatro años, y tú en cambio a los dos ya cotorreabas por ahí diciendo mi
nombre a todas horas. Él no va a nuestro colegio porque necesita una profesora
que le explique las cosas más despacio, porque para él es más difícil. Él sólo
… es diferente. Igual que hay niños altos, y niños bajos. Niños con gafas, y
niños sin gafas. Niños rubios, y niños morenos. Niños como tú, con la piel
blanca, y como yo, con la piel negra. Pues también hay niños como Dylan. Él no
entiende el mundo como lo entendemos tú y yo. Por eso es muy importante cuando
hace algo que no ha hecho nunca, como darnos un beso porque sí, sin que se lo
pidamos varias veces. Es como cuando tú aprendiste
a montar en bici, campeón. ¿A que papá nos lo dijo a todos, y te felicitó muchas veces? Pues con Dylan hay
que hacer lo mismo. Así es como él aprende, poco a poco. Por eso papá no le
castiga. Por eso en su lado de la habitación hay fotos con cosas importantes,
que le explican lo que vamos a hacer cada día y que toca hacer en cada momento.
Ahora mismo está la foto de la ducha ¿lo ves? Porque es la hora de
ducharse. Y tienes razón, hay muchas
cosas que no sabe hacer, pero eso no quiere decir que no sepa hacer nada. Él,
por ejemplo, sabe perdonar, y sabe que a los hermanos se les trata bien. Dime
¿tú también lo sabes?
Miré a Ted con
atención. Él ya no parecía enfadado conmigo. Yo sabía todo lo que me había
dicho, más o menos. Papá me lo había explicado alguna vez, y me había leído
cuentos sobre el autismo, que por lo visto era el nombre de lo que le pasaba a
Dylan. Y como compartía habitación con él, me daba cuenta de que casi todo lo
que decía ese libro era verdad. Sabía que a Dylan algunas cosas le costaban
más… y por eso… por eso yo tenía que ser bueno con él… y no lo había sido…
Empecé a llorar con más fuerza.
Ted me abrazó y me
acarició la espalda como hacía papá, y dejó que llorara hasta que me sentí
capaz de dejar de hacerlo. Pero cuando
lo hice, vi que Dylan estaba a nuestro lado y empecé a llorar otra vez.
Entonces Ted me soltó, e hizo que abrazara a Dylan. Y Dylan se dejó, aunque no solía hacerlo.
-
Lo-lo
siento, Dy – lloré, y le miré a los ojos. Dylan no me respondió. ¿Eso quería
decir que no me perdonaba? Miré a Ted con miedo. ¿Y si no me perdonaba?
-
Dylan,
¿le perdonas?
Dylan le miró a él,
pero tampoco dijo nada.
-
¿Le
perdonas, Dylan?
Finalmente, mi
hermano asintió, y yo me sentí más tranquilo.
-
No es
verdad que seas tonto. Eres mi hermano mucho más mejor – le dije, y entonces le
vi sonreír. Dylan era mayor que yo pero… a veces era como si fuera más pequeño.
No era como Cole… sino más bien como Alice. Con los hermanos pequeños siempre
hay que tener más paciencia. Y siempre es un logro todo lo que hacen, aunque tú
ya sepas hacerlo. Es mejor unirse a los demás y aplaudirles, que enfadarse
porque se les anime.
Una vez me quedó
claro que mi hermano me odiaba, empecé a pensar en lo que diría papá al
enterarse. Volví a abrazar a Ted. Para sentirse protegido era mejor abrazar a Ted
que a Dylan.
-
Papi me
va a pegaaaaar – le dije. Él me acarició el pelo, y me hizo sentir más
relajado, pero entonces…
-
Y no es
como que no te lo merezcas – dijo Alejandro.
-
Ey,
déjale. No le regañes ahora. – me defendió Ted. Yo me giré y miré a Alejandro,
para ver si estaba muy enfadado.
-
Ugh…
bueno… Si es que cuando llora así… Está bien. Anda que siempre estás metido en
líos, enano. – dijo Alejandro.
-
Mira
quien fue a hablar – dijeron Zach, Barie y Ted a la vez. Yo sonreí un poquito,
y tiré del pantalón de Alejandro.
-
¿Papá me
va a castigar?
-
Me temo
que sí, renacuajo. A no ser que no se lo digamos… - dijo Alejandro.
-
Pero yo
se lo tengo que decir – respondí.
-
Pues si
siempre haces eso te vas a llevar muchos castigos…
-
Alejandro,
no le enseñes mal. Siempre es mejor que él solito se lo diga a papá a que se
entere de otra forma.
-
Pero si
tú mantienes el pico cerrado papá no tiene por qué enterarse, y Kurt se libra
de una buena. Empujar a Dylan y meterse con él no es algo que solucione con un
par de palmaditas, y lo sabes. – dijo
Alejandro.
Yo empecé a llorar
de nuevo, porque había entendido eso perfectamente. Papá se iba a enfadar mucho
conmigo. Salí corriendo y fui a la habitación de papá y abrí la puerta… Estaba
jugando con Alice, y al ver sonreír a mi hermana me dieron más ganas de llorar.
Yo lo único que había querido es que papá me abrazara así, justo como estaba
haciendo con ella.
-
¿Qué
tienes, campeón? – preguntó papá, cariñoso, al verme. Corrí hacia él y le
agarré de la pierna, pero había algo rojo en el suelo y al pisarlo fui dejando
huellas en toda su habitación. Pensé que
papá se enfadaría pero en lugar de eso se rió, y le guiñó el ojo a Alice – Kurt
también quiere que me acuerde de él, y de la huella de su zapato. No llores,
cariño. ¿Te gusta la nueva decoración de mi cuarto?
Miré el suelo.
Estaba todo manchado de rojo, pero a él no parecía importarle. Mis huellas
dejaban un rastro desde la entrada hasta él, que estaba sentado en la cama.
Casi parecía un caminito marcado, como un dibujo que indicara donde tenías que
poner los pies para ir a la cama de papá.
-
Papiiii
-
Dime.
-
He sido
malo con Dylan – confesé y a partir de ese momento no pude decir nada más, y me
apoyé en él, llorando. Noté una mano que me tocaba el pelo, pero no era grande
como la de papá. Era una mano pequeñita… La mano de Alice.
-
No llores
– me dijo mi hermanita.
-
Es que he
sido muy malo.
Papá me cogió en
brazos, y me sentó en su pierna izquierda, mientras tenía a Alice sentada en su
pierna derecha.
-
¿Cómo es
eso? Tú no eres malo, peque.
-
Sí. Le-le
he empujado y….snif…me he metido con él.
-
¿Y por
qué has hecho eso?
Me escocían los
ojos con más lágrimas que caían y caían, sin que yo pudiera hacer nada por
evitarlo.
-
Porque
todos le querían a él más que a mí, y tú a Alice…y…. y…
Papá me levantó, y
pensé que me iba a pegar, pero en lugar de eso me dio un beso en la frente.
-
Yo quiero
mucho a Alice, igual que te quiero mucho
a ti. Y todos quieren mucho a Dylan, pero también te quieren mucho a ti.
-
Pero…
pero… yo quería estar contigo….
Papá me dio otro
beso, y me abrazó.
-
¿Le has
pedido perdón a Dylan? – me preguntó, y yo asentí. Entonces sentí antes que escuché una palmada.
Un solitario “plas” que me dolió un poquito, pero que era menos de lo que me
esperaba. – Eso es para que no te olvides de lo mucho que papá te quiere. ¿Lo
sabes ya, o tengo que darte más?
Negué efusivamente
con la cabeza, y él se rió. Dejó a Alice
en la cama un momento y sacó un pañuelo. Me limpió la nariz con él.
-
Ale, sin
llorar. Alice, dile por qué no puede llorar.
Mire a mi
hermanita, que puro carita de estar pensándolo. Entonces se tiró a por mí, y
casi me tira, pero papá nos sujetó. Me plantó uno de sus besos babosos en toda
la mejilla.
- ¡Porque es mi
tito!
No se como es posible que se puedan amar mas a tus niños todos ellos pero con cada nueva entrega lo consigues...
ResponderBorrar:3 amo tu historia y a Aidan y a ted y bueno a todos en si :D
ResponderBorrarJeje que bien que aidan ya se dio cuenta que ni en otra vida podría ser mas severo jeje
Simplemente genial y hermoso el capitulo
Dream... te cuento que hasta enferma te inspiras... amiga... buenisimo... te quedo el capi, mi favorito es Alejandro....pero TED me ha robado el corazon.
ResponderBorrar