CAPÍTULO 12: El atentado
Cuando ya me quedé sin preguntas que hacerle al
sistema, me quedé tumbado en el suelo alfombrado del salón, más cómodo de lo
que pensé que estaría. Quizá tenía que ver con el hecho de que llevaba días
maldurmiendo, pero me entró sueño. Giré la cabeza y contemplé la cama del
cuarto anexo. Era la cama de Koran, yo no tenía cuarto allí. Eso me hizo pensar
dónde iba a dormir, pero el sofá podría valer por el momento.
Iba a arrastrarme hacia el mueble cuando las puertas
exteriores se abrieron de repente, provocándome un microinfarto en el proceso.
No era Koran, sino un guardia, que me contempló con verdadero temor por unos
segundos y después se calmó, en cuanto nuestras miradas se encontraron.
-
Alteza, ¿estáis bien?
-
Sí – respondí, aún extrañado por el tratamiento.
-
¿Qué hacéis en el suelo? – preguntó.
-
Descansar.
Tras unos segundos, se encogió de hombros, pensando
seguramente que tumbarse en los suelos serían rarezas de terrícolas.
-
¿Pasa algo? - fue mi
turno de preguntar.
-
N-no, Alteza. Disculpadme. No escuchaba nada desde hacía un
rato y me preocupé. Realicé un escáner de la habitación y le vi tumbado y pensé
que quizá estaba enfermo.
-
¿Puedes hacer un escáner de la habitación? – me interesé. -
¿Cómo?
-
Con… con esto – me explicó, señalando un artilugio en su
muñeca. Era un brazalete de plástico que cubría todo su antebrazo.
-
¡Hala! ¿Para qué sirven estos botones? – dije y los empecé a
apretar.
-
¡No, joven príncipe, espere!
Dejé la mano quieta, temiendo haber
activado alguna bomba o algo, tal era su tono de alarma, pero solo se proyectó
un holograma. Un holograma de mi padre, en una sala con una mesa ovalada,
hablando con varias personas.
El guardia se apresuró a quitarlo.
-
¡No, espera! ¿Esto está pasando ahora?
-
S-í – respondió el hombre.
-
¡Quiero escuchar!
-
No creo que eso sea buena idea, Alteza.
-
¿Por qué no? – protesté. - ¿Es secreto o algo? ¡Pero tú lo
puedes ver! ¿Por qué tú puedes y yo no?
-
Es… es parte de mi trabajo – me explicó.
-
¿Espiar a mi padre es parte de tu trabajo? – inquirí. Intenté
estirar una ceja de la misma forma en que le había visto hacer a Koran, pero
las mías no tenían la misma movilidad, aparentemente.
-
¡No le estaba espiando! – se horrorizó. – Es por su
seguridad.
-
Que era broma, hombre. Qué poco sentido del humor tenéis los
extraterrestres. Por cierto, teóricamente, ¿yo para vosotros sería un
extraokraniano?
El hombre me miraba como si se
estuviese planteando seriamente mi salud mental. Cuando me aburría me volvía
más curioso y preguntón de lo que ya era por naturaleza.
-
Si no me lo puedes enseñar, ¿puedes decirme de qué están
hablando? De mí, ¿verdad?
Tras dudar unos segundos, el guardia
asintió.
-
Es… bastante irregular que el heredero a la corona sea un
mestizo – me aclaró.
-
No soy heredero de nada.
-
Sois el primogénito del príncipe Koran.
-
Pero… pero… - me callé, sin saber qué decir. Todo ese asunto
me superaba. Sacudí la cabeza. - ¿Así que le están diciendo que se deshaga de
mí?
Lo pregunté medio en broma, pero la expresión del
guardia me hizo pensar que había acertado. Genial. Justo lo que necesitaba, más
presión.
-
No se preocupe, Alteza. El príncipe es persistente y difícil
de manipular.
-
Quieres decir que es cabezota – repliqué. - Sí, ya me he dado cuenta. Creo que es algo
que tenemos en común. También me he dado cuenta de otra cosa: a veces utilizas
“usted” al hablar conmigo y a veces un plural mayestático, pero ¿crees que
puedas llamarme de tú? ¿Y dejar lo de “Alteza”?
-
Joven príncipe, en Okran tenemos diez formas de tratamiento
diferentes. No sé cómo lo estará traduciendo la nave, pero jamás podría
dirigirme a usted sin las fórmulas adecuadas. Está prohibido.
-
Vaya normas más estúpidas – bufé.
-
¿Ya me puedo retirar?
-
Sí… sí, claro… Cuando quieras – respondí, incómodo porque me
pidiera permiso.
Me quedé a solas de nuevo y me froté los ojos, algo
irritados por el sueño. De pronto, una luz roja parpadeó en la habitación.
-
Alerta, alerta. Evacuación del módulo.
-
¿Qué? ¿Qué ocurre, sistema?
-
Alerta, alerta. Evacuación del módulo.
¿Un simulacro? ¿Un incendio? ¿Un meteorito? ¿Una
bomba? ¿Es que acaso me perseguía la desgracia? Perdí unos instantes en evaluar
la situación y compadecerme de mí mismo y después decidí que cuando un sistema
futurista te dice que desalojes lo mejor es hacerle caso. Me dirigí hacia la
puerta, pero esta no se abrió automáticamente.
-
Sistema: abre las puertas, por favor.
-
Puertas bloqueadas.
-
¿Qué? No, el guardia se ha ido hace nada. ¿Cómo quieres que
salga sino?
-
Alerta, alerta. Evacuación del módulo.
-
¿Tengo que quedarme aquí? – planteé. - ¿Sucede algo en el
pasillo?
Un humo gris empezó a colarse por una rejilla de
ventilación.
“Genial, voy a morir asfixiado en una
nave espacial”.
Intenté forzar la puerta, pero no había forma de
abrirla. Las ventanas estaban descartadas, porque solo había una y sabía lo
suficiente de ciencia como para entender que, si por algún milagro conseguía
romperla, me asfixiaría de otra manera mucho peor, ya que en el espacio no hay
oxígeno.
-
¡Ayuda! Guardia, ¿estás ahí? ¡No puedo salir!
No obtuve respuesta. Al principio estaba
sorprendentemente tranquilo, pero cuando el humo fue ganando espacio entré en
pánico. No quería morir. Esa idea me asaltó con fuerza y me recordé a mí mismo
los motivos por los que tenía que seguir vivo, que recientemente habían
cambiado. Hice una lista mental.
1.
Es lo que mamá hubiese querido.
2.
Acababa de conocer a mi padre y no parecía un mal tipo.
3.
Los extraterrestres existían y yo tenía la oportunidad de
conocerlos.
4.
Tenía que pintar un cuadro que algún día se exhibiera en los
museos.
Había más razones, pero esas cuatro me parecieron
suficientes. Golpeé la puerta una y otra vez.
-
¡Ayuda!
Me dio un ataque de tos. El humo
tenía un olor extraño. No es que hubiera estado en muchos incendios en mi vida,
pero aquello no era el olor de un incendio, sino que más bien parecía un gas
químico.
Entonces, la puerta se abrió por fin
y una sobra grande se abrió paso entre el humo. Enseguida reconocí a Koran y
sentí un alivio inmenso e inexplicable.
-
¡Rocco!
Caminó hasta mí y me abrazó
posesivamente. Respondí a su gesto con una tos que le hizo soltarme e
inmediatamente tiró de mí para sacarme de la habitación. Un grupo de soldados
esperaba en la puerta y entraron cuando salimos. Koran me alejó de allí todo lo
que pudo, y colocó sus manos a ambos lados de mi rostro.
-
¿Estás bien? – me preguntó. - ¿Qué ha pasado?
-
Eso mismo iba a preguntar yo. La habitación se empezó a
llenar de humo y las puertas no se abrían…
-
Estaban bloqueadas – me explicó, abriendo mis párpados como
si me estuviera haciendo un reconocimiento médico. - ¿Y el guardia que dejé?
-
¿No está?
-
No. Como se haya atrevido a abandonar su puesto… - gruñó. Sus
ojos se volvieron rojos, pero de un rojo intenso y peligroso.
-
No creo… Estuvimos hablando un rato – le dije, sintiendo la
repentina necesidad de defender a ese hombre de la furia de mi padre. – Parecía
tomarse su trabajo muy en serio. Tenía un holograma y todo eso….
-
¿Holograma? ¿Qué quieres decir?
-
Ya sabes, como una proyección de tu reunión. No me dejó
verla…
Koran pasó del asombro a la fiereza.
-
¡Código azul! – gritó. - ¡Hay un traidor a bordo! ¡Ha
intentado matar a mi hijo!
-
¿Qué? – exclamé.
-
Ningún guardia tiene acceso a las reuniones con el Cuerpo de
Gobernadores, Rocco. Son secretas. Cuando le descubriste, debió temer que me lo
dijeras y entonces te encerró y llenó la habitación de gas – explicó. - ¡Código
azul! – repitió y enseguida varios soldados le rodearon. – ¡Registrad la nave!
Buscamos un hombre de unos trescientos años, pelo negro, alto. Posiblemente se
haya deshecho de su uniforme. Revisad los chips de toda la población. Traedme a
todos los guardias que hoy tuviesen turno en mi módulo que encajen con la
descripción – ordenó.
Los soldados se llevaron la mano al pecho y se
dispersaron.
- No pienso perderte de vista – me dijo.
- ¿Por… por qué te estaba espiando? – pregunté,
intentando seguir el orden de los acontecimientos. - ¿Es porque soy un mestizo?
¿Tan malo es?
- No es malo – me aseguró. – Tú no tienes la culpa de
nada, Rocco. El problema lo tienen quienes no pueden tolerar lo diferente,
¿entiendes?
- Pero… ¿no está la ley de su lado? ¿No se supone que
mi existencia está… prohibida?
- Una ley que llevo años luchando por cambiar y ahora
con más motivo – replicó. – Pero esa ley no avala el terrorismo. Los
“Protectores de Okran”, como se hacen llamar, son una organización criminal.
Persiguen a los mestizos incluso en el satélite Rulan.
- ¿El satélite? – pregunté.
- Okran tiene dos satélites. Dos Lunas, para que lo
entiendas. En uno de ellos, viven todos los mestizos, pues la sociedad okraniana
los rechaza. Intentamos garantizar su seguridad, pero los Protectores a menudo
les atacan.
- ¿Yo tendré que vivir allí?
- Jamás – me aseguró, firmemente.
Decidí creerle y eché un vistazo alrededor, como si
esperase ver aparecer en cualquier momento al hombre que, por lo visto, había
intentado matarme. Ya había sobrevivido a dos ataques en menos de 24 horas. Mi
vida aburrida se había vuelto oficialmente interesante.
Los soldados de Koran empezaron a desalojar
habitaciones y a leer los chips que los residentes de la nave llevaban en el
brazo.
-
¿Yo tendré que ponerme uno de esos? – pregunté, pero antes de
que me pudiera responder, una niña pequeña empezó a lloriquear, visiblemente
asustada. Los soldados no habían sido bordes con ella, pero la situación la
había asustado.
Koran se acercó y me llevó con él, agarrándome
suavemente de la nuca. Alguien le tendría que explicar que yo no era un
cachorro de león para que me arrastrase a los sitios cogido del cuello.
-
Alteza – saludaron los padres de la pequeña.
-
Buenas tardes – respondió y se agachó hasta ponerse a la
altura de la niña. – Hola.
La niña se escondió tras su madre, pero asomando la
cabecita con interés.
-
Siento haberte sacado de tu casita, pequeña, pero estamos
buscando a un hombre malo.
La niña parpadeó, algo más calmada,
pero con un puchero adorable.
-
Te llamas Ari, ¿a que sí? – preguntó Koran. Me pregunté cómo
lo sabía, pero al fin y al cabo vivían en un compartimento al lado del suyo.
Eran vecinos.
-
Shi.
-
No tienes que tener miedo, Ari. No dejaré que te pase nada. Y
a tus papás tampoco.
-
¿Es él el hombre malo? – indagó, señalándome.
-
No, él es mi hijo – le aclaró. – Se llama Rocco.
-
Tiene un ojo de cada color – informó ella, como si no lo
supiéramos.
-
Sí, lo sé. ¿A que es bonito?
Ari asintió y me observó fijamente.
-
Príncipe Rocco, es un honor – dijeron sus padres y me
hicieron una pequeña reverencia. Jamás me acostumbraría a tales gestos.
-
E-encantado – respondí.
Un grupo de soldados se aproximó en
ese momento, llevando a un hombre maniatado con uno de los inhibidores con
forma de esposas que Koran me había enseñado. Era el guardia.
-
Alteza, le hemos atrapado intentando escapar en una de las
naves de viaje.
Koran se puso frente a él con la mandíbula tensa, sus
pómulos marcados resaltando todavía más.
-
Mírame – ordenó, pero el prisionero no levantó la cabeza. -
¡Que me mires! Has intentado matar a mi hijo. ¿Tienes la menor idea de lo que
te voy a hacer?
Tragué saliva, pese a saber que la amenaza no iba para
mí. Hasta ahora, había visto a mi padre serio y algo enfadado cuando me regañó,
pero aquello era otro nivel. Sentí un miedo profundo, la sensación que era casi
una certeza de que estaba a punto de morir, y comprendí que aquellas emociones
no eran mías, sino del hombre esposado. Experimenté también una ira creciente,
una furia incontrolable que me invadía por completo.
La nave empezó a temblar, como si hubiera chocado
contra algo. Los soldados apuntaron con sus armas al prisionero, pero él no
podía ser, porque tenía puesto el inhibidor.
Koran fue el primero en mirarme a mí y entender lo que
pasaba.
-
Rocco, concéntrate. No pienses en él. Esa ira no es tuya,
estás empatizando con esa cucaracha.
Koran se acercó para poner una mano
sobre mi hombro, pero entonces salió despedido hacia atrás, como si de mi
cuerpo manase una onda expansiva. Todos los que estaban a mi alrededor fueron
empujados varios metros, pero mi padre más que ninguno de ellos. Su cuerpo,
elevado en el aire, se acercó peligrosamente al hueco que separaba los dos
sectores de la nave.
-
¡NO! – chillé.
La caída le mataría. No podía perderle a él también en
tan poco tiempo y no podía ser el culpable de su muerte.
Entonces Koran quedó suspendido en el aire. Miré a mi
alrededor, intentando buscar una explicación, y vi a la pequeña Ari con la mano
estirada y un rostro de enorme concentración. Ella le estaba sujetando, sin
tocarle, tan solo con su mente.
Varias personas agarraron a Koran para depositarle en
el suelo y eso fue lo último que vi, porque dos soldados me derribaron
violentamente y prácticamente me aplastaron con el peso de sus cuerpos.
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