lunes, 27 de abril de 2020

CAPÍTULO 97: Prohibidas las alturas




CAPÍTULO 97: Prohibidas las alturas

Papá estaba en una reunión virtual y había puesto un cartel por si los enanos se olvidaban. Me hacía gracia lo mucho que nos conocía, porque Kurt se acercó gritando “Papáaaaa” y se paró al ver la puerta cerrada. Leyó el papel y se fue a su cuarto a buscar no sé qué debajo de la cama. Sonreí y me bajé al sofá. Me dolía la cabeza, pero me habían dicho que, como consecuencia de la operación, podría tener jaquecas repentinas durante meses y también náuseas. Una casa llena de niños no ayudaba mucho a que el dolor disminuyera, así que probé a cerrar los ojos y funcionó un poco, hasta que noté una vibración fuerte a mi lado.
Suspiré y miré a ver quién se había dejado caer provocando un terremoto. Era Harry y parecía bastante enfurruñado.
-         Hey, enano, ¿qué pasa?

-         Papá castigó a Zach – gruñó.
Ya me lo imaginaba, porque le había pillado con un objeto de la tienda que no había pagado.
-         ¿Y estás enfadado con él por eso? – tanteé, pensando que se estaba poniendo de parte de su gemelo.

-         ¡Con él no! ¡Con Zach! ¡No puedo creer el morro que tiene! – exclamó.

-         ¿Por qué lo dices?

-         Vamos, ya viste lo que hizo. ¡Y papá apenas le castigó! ¡Cuando yo robé casi me mata! – protestó.

Sentía que hacía mil años de aquello y en realidad había sido poco después del inicio del curso, cuando me dio la apendicitis y tuve mi primer ingreso del año en el hospital. Harry y Zach, los dos, la pasaron muy mal en esos días, pero creo que peor Harry que Zach, pues tuvo que aguantar el rencor de su gemelo después de la macrobronca de papá. Quise hacerle una caricia, pero sabía que mi hermano no la recibiría bien. Yo no era Aidan y el enano solo toleraba los mimos de papá y cuando estaba de humor para ellos.

-         Venga, Harry… no puedes comparar su torpe intento de regalarle un pececito al peque con coger noventa dólares… - intercedí, intentando que lo viera desde mi perspectiva. - En todo caso, tendrías que estar molesto con papá y no con Zach. Él no tiene la culpa de que papá haya sido más blando.

-         Bueno, pues entonces estoy enfadado con los dos – refunfuñó.

No se me ocurriría decirlo en voz alta porque no era suicida, pero estaba bastante adorable en esa postura de niño enojado.

-         ¿Dónde está Zach ahora? – le pregunté.

-         En nuestro cuarto…

-         ¿Y qué hace?

-         Está tumbado… - murmuró.

-         ¿Llorando?

-         No. Ya te he dicho que papá no fue duro.

-          ¿Hubieras preferido que lo fuera? ¿Querrías que Zach estuviera llorando ahora mismo? ¿Eso te haría sentir mejor? – le planteé.

Harry abrió y cerró la boca como un pez y luego se enfurruñó más.

-         No.

-         Pues ahí lo tienes.

-         Sigue sin ser justo – bufó. – Me pienso vengar.

-         ¿De Zach?

-         Y de papá. Tienes razón: esto también es su culpa.

No, si encima le daba ideas brillantes, como si el enano buscalíos las necesitara.

-         Mmm. ¿Has pensado que el que puede salir perdiendo eres tú?

-         No, porque tú me vas a ayudar – afirmó, muy seguro de sí mismo.

-         ¿Que yo qué? Ni lo sueñes, ¿eh? Búscate otro compinche con menos instinto de supervivencia. Yo no deseo morir tan joven, muchas gracias.

-         Solo es una bromita pequeñita, Ted – me suplicó, con ojos manipuladores. – Mira…
Pasó a contarme su plan y tenía que reconocer que no era algo serio. Puede que papá no se molestara… Pero también me di cuenta de que seguramente ese había sido el propósito de Harry desde el principio: se había sentado conmigo no para desahogarse, sino para envolverme en aquella loca idea suya. Que mi hermano de trece años pudiera manejarme así de bien era preocupante. Mocoso astuto y maquiavélico.
Me resistí un poco, pero sabía -y lo que es peor, Harry también sabía- que iba a terminar cediendo. Yo no solía ser su compañero de travesuras y sentía que ya estaba un poco mayor para eso, pero Harry parecía más animado de pronto, así que tal vez mereciera la pena.
Le acompañé a la cocina a coger un paquete de galletas Oreos. Su idea me parecía algo simplona, pero si a él le hacía gracia, fingiría que a mí también. Cogió las Oreos, las sirvió en un plato, y empezamos a abrirlas. Le quitamos la crema y en su lugar pusimos pasta de dientes. La sonrisa pícara de Harry le restaba varios años.
Cuando papá terminó la videollamada dijo que quería hablar con todos un segundo. Nos reunió en el salón para contarnos una cosa que le habían ofrecido en la editorial.
-         Una productora quiere hacer una película de mi última novela – nos anunció. – Y voy a publicar otro libro de cuentos próximamente.

-         ¡Eso es genial, papá!

-         ¿Una peli? ¿Con qué actores?

-         Aún está todo en el aire, no sé si podrá ser al final, pero me apetecía contároslo – explicó papá.
Conocía lo suficiente del trabajo de Aidan como para saber que su eterna pelea con la editorial era la promoción. Las firmas en diversos estados, actos a los que acudir, etc. Papá hacía lo mínimo imprescindible, algún meet and greet de vez en cuando, publicidad por redes y poco más, porque tenía que cuidar de nosotros. Pero esta oportunidad era muy grande, una película era algo que no podía dejar pasar. No pensaba dejarla renunciar a ello, ya encontraríamos la manera.
-         Qué buena noticia, papá. Ten, toma una galleta para celebrarlo – le ofreció Harry. El enano vio la ocasión de completar la fechoría.

-         Gracias, campeón.
Papá tomo el dulce con una sonrisa.
-         Zach, ¿tú quieres también?

-         ¿Me das? – se extrañó, desconfiando de una amabilidad impropia de Harry. Chico listo.

-         Claro, yo no puedo comerme todas.

-         ¡Yo también quiero! – dijo Jandro.

-         ¡Y yo!

-         ¡Y yo!

-         “Ame”, Harry, por favor.
Le fulminé con la mirada, iba a hacerle la broma a todos mis hermanos.
Papá fue el primero en probarlas y puso una cara extraña a los pocos segundos, notando algo en el sabor. Pero fue Alejandro el que se dio cuenta. Abrió la galleta que acababa de morder, la miró, la olió y miró a Harry, que había empezado a reírse por lo bajo.
-         ¡Le has echado pasta de dientes!
Alice empezó a lloriquear, cuando probó su galleta y no le gustó el sabor.
-         ¿Qué? – Papá todavía estaba confundido.

-         Habéis picado todos. Era solo para papá y Zach, pero bueno, tendríais que haber visto vuestras caras – dijo Harry.

-         Puaj.

Madie escupió en una servilleta. Los únicos que habían sido lentos y no habían probado la suya eran Dylan y Cole.

-         ¡No tiene gracia, gilipollas! – espetó Alejandro.

La sonrisa de Harry se congeló y yo miré a papá de reojo. A veces Aidan dejaba pasar algún taco que otro, pero no delante de los enanos…

-         AIDAN’s POV –

Los de la editorial querían que viajara a Nueva York. Habían perdido la cabeza. No podía llevarme a mis doce hijos y lo que tampoco podía hacer bajo ningún concepto era dejarles solos. Me habían dicho que me lo pensara, pero no había nada que pensar… Si podían hacer la película sin involucrarme en viajes y demás, bienvenida fuera. Y sino, tenían que entender que yo tenía prioridades.

Lo del nuevo libro, sin embargo, sí me alegró mucho. Les había gustado lo que había enviado aquella noche y se habían sorprendido de que lo hiciera solo en una madrugada de insomnio. Matt, el ilustrador de la mayoría de mis libros infantiles, se pasaría por mi casa próximamente para hablar de los personajes e ir creando juntos.

Quise compartirlo con mis hijos y fui víctima de una de las bromas de Harry, que puso pasta de dientes en las galletas. Todos protestaron un poco por el molesto e inesperado sabor, pero sin duda destacó Alejandro, que insultó a su hermano con rabia. Suspiré. Le lancé una mirada de advertencia, pero me centré en Alice, que estaba medio llorando porque su rica galleta se había transformado en algo asqueroso.

-         Shhh, hermosa, ya pasó. Ahora papá te da una de verdad. ¿O prefieres chocolate?

-         Snif… snif… pocholate.

Cogí una tableta del armario superior, el único lugar donde los dulces estaban a salvo de mi plaga de bebés golosos. La repartí entre todos, pero antes de darle su porción a Alejandro, la sujeté entre dos dedos.

-         Mañana os doy la paga y tú ya llevas cinco dólares menos por esa boquita que te me gastas – le avisé.

Le di el chocolate y él puso una mueca muy parecida a un puchero, aunque estoy seguro de que él negaría la semejanza.

-         ¿Y a él no le regañas? – me acusó, señalando a Harry.

-         Él se quedó sin chocolate, por gracioso – repliqué, y le di ofrecí un trozo a Michael y otro a Ted.

-         Yo le ayude, pa – susurró Teddy. Pensé que era un absurdo intento de los suyos de defender a sus hermanos, pero su mirada ligeramente culpable me dijo otra cosa. – Lo siento.
Rodé los ojos.  
-         Entonces, tampoco hay chocolate para ti – sentencié, con seriedad medio fingida.

-         Castigados sin chocolate - exclamó Kurt, horrorizado. – Qué malo, papi. Toma, Tete, yo te doy del mío.

-         No hace falta, enano - sonrió Ted, dándole un abrazo.
Kurt se lo ofreció entonces a Harry y este me miró, como para peguntarme si lo podía aceptar y yo me limité a lazar una ceja. Él entendió y hundió los hombros, derrotado.
-         Le hacéis una broma y el enano aun así os ofrece su chocolate. Si es que me lo como – dije, achuchando a mi bebé.

-         La broma no era para él – se quejó Harry. – Solo tú y Zach teníais que coger.

-         ¿Y eso por qué? – replicó Zach.

-         Porque sí.

Intuía que había algo más en aquella historia, pero Harry no me lo iba a contar delante de los demás y a lo mejor sin ellos tampoco.

-         Bueno, no más guarradas con la comida. Y ahora, venga, todo el mundo a ducharse.

-         Pero hemos c-comido c-chocolate – dijo Dylan. – N-no se b-baña después de c-comer, se puede c-cortar la digestión.

-         Por un trocito de chocolate no pasa nada, Dylan, y con agua caliente menos, pero qué bueno que lo recuerdes, peque – le alabé.

Fueron desapareciendo para irse a la ducha, pero Ted se quedó a hablar conmigo. Nos miramos en silencio durante unos segundos y luego los dos nos reímos a la vez.

-         Cómo te dejas camelar… - le reproché.

-         Estaba todo tristón y enfurruñado, tú también le habrías dicho que sí.

-         ¿Por qué? ¿Y por qué nos eligió a mí y a Zach como víctimas principales? – quise saber.

-         Mmm… Dice que cuando él “robó” fuiste mucho más duro.

-         No era la misma situación – me defendí.

-         Y en el fondo lo entiende, por eso no se enfadó de verdad. Pero su puntito de razón tiene, así que le ayudé con la broma. Los enanos fueron daños colaterales.

-         Ya te voy a dar yo a ti daños colaterales. Tira para la ducha, anda.

Ted se escabulló al piso de arriba y yo le seguí poco después. Vi que Harry estaba esperando su turno para entrar al baño, así que toqué a su puerta y entré.

-         Zach, ¿puedo hablar con tu hermano un segundo? – le pedí.

-         ¿Solo hablar?  - preguntó, desconfiado. – ¿No está en líos?

-         Solo hablar – le aseguré y accedió a dejarnos solos.

-         Fue solo una broma – dijo Harry, cuando su gemelo se marchó.

-         No he venido a hablar de eso, campeón. Bueno, sí, pero no. Ted me ha dicho que…

-         Ted es un chismoso – me interrumpió.

-         Se preocupa por ti. Sé que crees que he sido más bueno con Zach de lo que lo fui en su día contigo…

-         Siempre supe que era tu favorito – replicó. Por su forma de decirlo, quedó claro que no estaba hablando en serio, pero aun así sentí la necesidad de aclararlo.

-         Yo tengo doce favoritos. Lo que pasa es que cierto señorito tiene un don para embarrar aún más las cosas cuando ya está nadando en fango – le dije, picándolo en el costado.

-         Qué acusaciones más gratuitas – protestó, intentando escapar de las cosquillas.

-         Sabes que, aunque a veces sea duro contigo, te quiero mucho, ¿no?

-         Aich, papá. Ya te estás poniendo cursi.

-         Y lo que te gusta – respondí, sin dejarme impresionar por esa pose de chico duro. Harry sonrió un poquito y permitió que le diera un beso.  – Siento que lo que pasó aquella vez es una vieja herida entre nosotros y no quiero tener heridas con mis hijos.

Harry me miró con gesto sorprendido.

-         No, papá. Fuiste bueno ese día. Yo fui un idiota.

-         Eh. Cuidadito con insultar a mi muchacho – le advertí. - ¿Estamos en paz? Mira que me tragué un buen trozo de pasta de dientes.

Harry emitió una risita traviesa que le restó varios años de vida y asintió.

-         Pues anda a la ducha, campeón. Si entro con los enanos tendrás que esperar mil horas.

Asintió de nuevo y agarró sus zapatillas. Salí de su cuarto y casi me choqué con Alejandro.

-         ¡Papá, mira por dónde vas!

-         Perdona, canijo. ¿Ya te duchaste?

-         Sí, ¿no lo ves?

-         Veo que tienes el pelo seco. Y que no te tardaste ni cinco minutos. Ve y lávate bien, cochinito – le dije, empujándole de vuelta al baño.

-         Estoy limpioooo – protestó.

-         Entra y lávate bien o te lavo yo, ¿eh? Y empiezo por lavarte la boca, para que no digas más palabrotas delante de tus hermanos.

Apartó la mirada, avergonzado.
-         Eres malo, que lo sepas. Me dejaste sin paga antes de dármela.

-         No te dejé sin paga, te la reduje. También te podría haber dado unas palmadas por insultar a Harry.

-         … No, así está bien.

-         Eso pensé.

-         Malo – repitió.

Me hizo gracia ese aire mimoso que destilaba y le hice una caricia en la nuca mientras le metía en el baño.

-         Bien de jabón – le recordé. – Cuando termines, puedes venir a ayudarme con la cena.

-         ¿Es un castigo? – preguntó, receloso.

-         No, es una manera de pasar un rato contigo.
Alejandro sonrió. Es increíble como algo era o no apetecible para él en función de si le decía que era o no un castigo.

-         BLAINE’s POV. TRES HORAS ANTES –
Mamá me había enviado a su cuarto y aún no venía. Estaba nervioso, seguramente me iba a echar la bronca por subirme a ese árbol en el acuario. Pero no podía hacer otra cosa, el enano estaba todo pucheroso por su globito perdido…. Aichs, en la de líos que me iba a meter ese mocoso, lo estaba viendo venir. Y también lo deseaba con todas mis fuerzas. ¿Cuánto tiempo le puede llevar a dos personas darse cuenta de que están mejor juntos y están tardando en casarse?
Cuando por fin vino mamá, estaba muy seria. Me tensé un poquito, me estaba recordando a la tarde anterior. Era algo que quería olvidar y en cambio, al verla allí me asaltaron un montón de imágenes…
~~~~~~
El sentimiento de libertad que me invadía al hacer parkour no me lo podía dar ninguna otra cosa. Cada vez que completaba con éxito un salto o una acrobacia sentía un subidón de adrenalina que me impulsaba para realizar el siguiente. Los problemas parecían muy pequeños desde allí arriba.
Nunca habíamos subido tan alto. Habíamos escalado paredes, subido al tejado de viviendas unifamiliares y saltado alguna que otra valla o el hueco de un ascensor de una casa abandonada… Pero no edificios enteros. La sensación de que en cualquier momento podía calcular mal una distancia y caer al vacío lo hacía más emocionante. Sabía que debería tener miedo y una parte de mí lo sentía, pero vencerlo era parte de lo que me creaba esa sensación de euforia.
Apenas duró un par de minutos. Mis brazos y mis piernas empezaban a estar cansados y los de mis amigos también. Finalmente descendimos y, cuando por fin estuvimos en la calle empezamos a reír como forma de celebración y de descarga tensiones. Pero entonces, cuando regresamos con la novia de Logan que había estado guardando nuestras cosas, vimos que no estaba sola. Mamá estaba con ella, paseando de un lado a otro de la calle, hasta que me vio. Entonces corrió hacia mí y se me encogió el corazón al ver que estaba llorando. Mamá había llorado demasiadas veces en su vida, casi siempre a escondidas, pero cuando era más pequeño yo solía espiarla desde una rendija de la puerta.
-         Tío, ¿es tu madre? – me dijo Logan.
Casi ni pude asentir, con un nudo que me nacía en la garganta y parecía agarrotar todo mi cuerpo. Segundos después, mamá nos alcanzó y me abrazó muy fuerte.
-         Blaine… mi vida… ¡Dios mío! ¿Estás bien? ¿No te has hecho nada? – preguntó, sin soltarme. Me resultó difícil entenderla, su voz llegaba distorsionada porque estaba respirando mal por culpa del llanto.

-         E-estoy bien.

-         ¡Por Dios, hijo! ¿Qué has hecho? ¿Por qué has hecho eso? ¡Te podías haber matado!
Me separó, buscando una respuesta, pero no se la di. Todavía estaba asimilando el hecho de que se hubiera enterado.
De pronto, levantó la mano con un movimiento rápido y cerré los ojos, anticipándome al golpe que presentí que iba a sentir en la mejilla. En el último segundo, sin embargo, su mano se detuvo. Solo sentí una pequeña corriente de aire y me atreví a mirar.
Estaba temblando y su llanto se hizo más fuerte. Estaba histérica. Mis amigos se habían apartado para dejarnos intimidad y en ese momento quise pedirles que se acercaran, porque me daba miedo que mamá se fuese a desmayar de un momento a otro y necesitaba a alguien que me ayudase a sujetarla.
Cuando ya me creía a salvo, sentí su mano en mi cara, aunque con un golpe mucho más flojo del que iba a darme antes. Mamá jamás me había pegado un tortazo. Mis propios ojos se llenaron de lágrimas y al segundo siguiente ella me estaba abrazando de nuevo, comenzando una retahíla de regaños que no entendí del todo, porque hablaba muy deprisa y mi cerebro, en cambio, estaba funcionando muy despacio.
-         Esto es lo más estúpido que has hecho nunca, Blaine. ¡Casi te matas! ¿Entiendes que casi te matas? – preguntó, zarandeándome un poco. - ¡Ese edifico tiene… tiene por lo menos quince pisos! Cuando te he visto… cuando he… cuando he llegado y no estabas…. Y he visto a una multitud chillas y señalar algo… y he… ¡no podías ser tú! ¡No pensé que pudieras ser tan imprudente! ¡He estado a punto de llamar a la policía, pero me temblaban tanto las manos que no podía ni sacar el móvil!
Noté que mamá intentaba respirar hondo para calmarse.
-         Estás bien – susurró, como intentando convencerse. - ¿Te duele algo? ¿Te lastimaste las manos?

-         N-no…

-         Hijo… ¿qué voy a hacer contigo? Dímelo. ¿Cómo hago para que no hagas más estas tonterías? ¿Es que no te importa nada? ¿Te da igual abrirte la cabeza?

-         No me caí… - musité, en mi defensa. Mala idea.

-         ¡Por pura suerte! ¿Sabes cuántas cosas pudieron salir mal? ¡Un suelo húmedo, una cáscara de algo, un tropiezo, un salto más corto de lo debido, las piernas que te fallen, un desequilibrio al aterrizar, un techo en mal estado, un susto que te desconcentre! ¡Cualquiera de esas cosas y estarías muerto! ¡Y mil variantes más que no se me ocurren porque nadie salta por los edificios! ¡Uno no se cae porque quiera, Blaine, pero los accedentes ocurren!
Me quedé callado, porque pensé que era lo que más me convenía.
-         Y a vosotros no sé ni qué deciros – les espetó a mis amigos. – Os pedí que le cuidarais. La primera vez que vinisteis a mi casa, os dije que Blaine nunca había ido al instituto y que evitarais que se metiera en líos. Pensé que lo más serio que podíais hacer era beber en alguna quedada, pero no esto. Subíos al coche, todos. Os llevo a vuestras casas.

-         N-no, señora Pickman, traje el mío – murmuró Logan, visiblemente incómodo.

-         Esta noche llamaré a vuestros padres, así que ni penséis que os habéis librado de esta – gruñó. Mamá solía ser mucho más amable con la gente, en especial con mis amigos. Su nivel de enfado estaba por encima de la estratosfera…

Me agarró del brazo y me llevó hasta el coche con una fuerza que no sabía que tenía. Me sentó en el asiento del copiloto y cerró de un portazo. Después de metió ella y puso las manos en el volante, pero no hizo ningún intento de arrancar. Se pasó las manos por la cara para limpiarse las lágrimas, pero otras nuevas caían en su lugar.
-         Mamá… - murmuré. Ella levantó un dedo pidiendo silencio.

-         No perderé a mi hijo por su propia inconsciencia. Lo he intentado todo para que tengas más cuidado, para que valores tu vida. Si razonar no funciona y castigarte tampoco, tendré que ser más elocuente.
Tragué saliva. ¿A qué se refería?
Cuando me metía en líos con mamá la peor parte solía ser ver que se había enfadado conmigo. En esa ocasión no estaba tan seguro.
El viaje hasta casa fue muy silencioso, pero cuando paró el coche en la puerta tuve que hacer una pregunta.
-         Mamá… el tío Aaron… mmm… ¿sabe…?

-         Aún no se lo he dicho. Eso es lo único que te preocupa, ¿verdad? Que se entere tu tío.

-         No… yo….

“A él le tengo miedo y a ti no, pero tampoco quiero que tú te enfades” pensé, pero no lo dije.
-         Yo soy tu madre y seré yo quien hable contigo. Ahora vas a subir y me vas a esperar en mi cuarto mirando a la pared.

-         ¿Mirando a la pared? – me extrañé.

-         Eso mismo dije.

Sabía que el horno no estaba para bollos, así que le hice caso. Entré en casa y me encontré de frente con Aaron. Me congelé.

-         ¿Qué tal en guitarra? – me preguntó.

-         B-bien – mentí.

-         ¿Pasa algo?

-         Nada…

-         ¿Y tu madre?

-         Ahora viene – susurré y desaparecí por las escaleras hasta el cuarto de mamá.
Me quedé mirando la habitación durante un rato, hasta que finalmente caminé hacia la esquina sintiéndome como un estúpido. Hacía años que no me ponían en el rincón, como diez o así.
Escuché a los enanos armar bulla en el piso de abajo y así me entretuve mientras esperaba a mamá. Tardó mucho, y no quería pensar en que a lo mejor estaba contándoselo todo a mi tío. O peor aún, que estaba llorando. Yo no quería hacerla llorar… No quería hacerla pasar un mal rato. Se suponía que no iba a enterarse…
Mamá subió veinte minutos después y estaba muy seria. Se sentó en la cama y me indicó con un gesto que me sentara a su lado.
-         Vas a mirar esto y no vas a apartar la mirada, ¿entendido?
Asentí. Me puso una serie de vídeos con caídas que tenían mala pinta y después fotos de piernas rotas y cráneos partidos. Algunas casi me hicieron vomitar, pero no me dejaba mirar hacia otro lado.
-         No sé si crees que eres invencible o qué, pero quiero que sepas que esto es real. Esto podría haberte pasado hoy. Y si sigues así, te pasará. En el peor de los casos, te mueres y en el mejor te haces una lesión gravísima. Y no necesito recordarte lo mal que se pasa en una rehabilitación.
En ese punto se me humedecieron los ojos. Sabía lo mal que lo había pasado Max y lo mal que lo había pasado mamá. Y el tío Aarón… el tío Aarón se tomó un frasco entero de pastillas y yo le encontré en el suelo y pensé que nunca más se iba a levantar,
Mamá había evitado decir cosas como “¿es que quieres añadir más dolor a esta familia?” pero no hizo falta. Todos habíamos sufrido mucho y ella la que más y yo no quería ser un motivo más para que estuviera triste.
Empecé a llorar con fuerza, reviviendo cosas en las que no quería pensar y sintiéndome culpable por haber preocupado a mamá. No me creía invencible, pero a veces la idea de caerme no parecía tan mala. Pero eso no se lo podía decir.
Mamá me abrazó y dejó que me desahogara. Me hizo mimos en el pelo hasta que dejé de llorar.
-         No he pasado tanto miedo en mi vida, cariño… - me susurró, cuando estuve más calmado.

-         ¿Ni cuando desapareció Scay? – pregunté.

-         Ni siquiera entonces, porque siempre me convencí de que ella estaba bien, de que iba a volver a verla. Hoy en cambio estaba convencida de que te iba a ver caer. Ese miedo me paralizó, no imaginas lo horrible que fue…

-         Lo siento.

-         Espero que lo digas de corazón, mi vida, pero te voy a dar motivos para que nunca más vuelvas a hacer algo como eso – me prometió, porque sonó a promesa, y detuvo los mimos, haciendo que cada uno de los poros de mi cuero cabelludo protestara.


-         Ya me diste varios, mami – murmuré, refiriéndome a los vídeos. Normalmente el “mami” solía sacarle una sonrisa, pero esa vez no. Sabía que estaba frito, pero no tenía ni idea de cómo de malo iba a ser. Cuando mamá castigaba en serio, que era muy poquitas veces, no se andaba con bromas.

-         Sácate los pantalones, Blaine.

Suspiré. Me llevé las manos a la cintura y empujé hacia abajo. Eran pantalones elásticos así que se deslizaron fácilmente. Mamá me había visto en calzoncillos muchas veces, aunque pocas en esas situaciones.

Cuando acabe me agarró del brazo suavemente y me guio para que me tumbara encima de sus piernas. Esa parte me costaba más. Con mi padre y con mi tío siempre me tenía que apoyar o tumbar sobre algo, no en las piernas de nadie, pero mamá lo hacía así. Repartí mi peso mayoritariamente sobre la cama y sentí que su brazo me rodeaba, como para sujetarme.

-         Nunca más vas a poner tu vida en riesgo, Blaine – me dijo y entonces sentí la primera palmada.

PLAS

Para ser francos, sus palmadas apenas me dolían. Picaban y no eran agradables, pero entre que yo ya era grande y que estaba acostumbrado a un maldito cinturón cayendo con fuerza, no era nada que no pudiera aguantar. Aún así, solían ser sobre el pantalón, por lo que fue más molesto que en otras ocasiones.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         No vas a volver a saltar por nada que no esté pensado para ser saltado, ¿me escuchas?

-         Sí, mamá…

 PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Tenía que admitir que me estaba dando fuerte. Tampoco solía darme muchas. Quizá las palmadas dolían más de lo que recordaba…

-         No vas a salir de casa en dos semanas para nada que no sea el colegio. Ni guitarra, ni piano, ni kárate. Nada de actividades extraescolares… Solo te dejo ir a los entrenamientos de natación porque si te saco de la competición a estas alturas tu entrenador me mata.

¿¡Dos semanas sin salir!? No sería tan horrible de no significar que tenía que pasar todas las tardes con Aarón. Íbamos a acabar matándonos, seguro.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS  PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Me moví involuntariamente para intentar aliviar el picor. Mamá se estiró entonces y agarró algo.

-         No… Mami, no, espera… me quedo quieto…

-         Esto no es por haberte movido, mi niño – susurró, y sentí un mimo en mi espalda. – Lo estás haciendo muy bien, cariño, pero esta vez voy a ser dura contigo.

PLAF

La zapatilla dejaba una picadura mucho más duradera y además sonaba muy fuerte, como si hubiera un trueno en la habitación. Podía contar con los dedos de una sola mano las veces que la había utilizado.

PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF

Me mordí el labio.

PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF PLAF... Mmm… PLAF

-         Mamá, me duele…
“Sí, una afirmación brillante, genio” pensé.
-         Más te dolería romperte un hueso y más me dolería a mí si te murieras. Sería un dolor insoportable.

PLAF PLAF PLAF au… snif… PLAF PLAF PLAF… ay.. PLAF PLAF PLAF PLAF

-         Esto... snif… también es insoportable – protesté, e intenté llevar una mano atrás, pero me la sujetó.

-         No. Solo son unos azotes – me dijo, y volvió a acariciar mi espalda. Su voz temblaba un poco, pero al mismo tiempo sonaba firme, como si quisiera convencerse de algo.

PLAF PLAF au… PLAF PLAF PLAF…snif…  PLAF PLAF PLAF… Bwaaaaaa PLAF PLAF

Lloré sin ninguna contención e intenté engañarme a mí mismo y decir que era únicamente por la maldita zapatilla, pero no era así. Lloraba porque aquella vez mamá sí se había enfadado conmigo. Se había enfadado de verdad y eso no ocurría nunca.

PLAF PLAF …ah… snif… PLAF PLAF PLAF…ay… PLAF PLAF PLAF… mami, de verdad, ya entendí… PLAF PLAF

-         Ya falta poco, Blaine…

Los diez últimos fueron sobre la parte alta de los muslos, donde no llegaba la tela del calzoncillo. Fueron más lentos que los anteriores, como si quisiera dejarme asimilar el impacto de cada uno de ellos.

PLAF ¡No! PLAF ¡Ahí no! PLAF ¡Aii!  PLAF ¡BWAA! PLAF Mami, ya… PLAF No lo haré.. snif… más… PLAF ¡Ai!  PLAF PLAF PLAF

Mis músculos se destensaron, sin ninguna fuerza y me quedé llorando encima de ella. Estaba muerto de agotamiento por el parkour y también por la paliza e incluso llorar me costaba, como si mis pulmones quisieran un descanso. Apenas me di cuenta de que ya había terminado y hundí la cabeza entre las sábanas de la cama, mojándolas.

Empecé a sentir mimos en el pelo de nuevo y mis sollozos se calmaron un poquito. Fue así como pude escuchar que mamá también estaba llorando.

-         Lo entiendo si me odias – susurró.

No respondí y me levanté muy despacio, llevando las manos atrás para frotarme. No me dolía al pasar las manos como cuando Aaron me pegaba con el cinturón, sino que más bien aliviaba el picor, así que seguí en eso por un rato, hasta que mamá me agarró suavemente de la muñeca.

-         Te harás daño, cariño – me dijo.

Aún no me había atrevido a mirarla, pero ya no me quedó más remedio. Sus ojos estaban rojos, como también debían estarlo los míos. Tiró de mí para darme un abrazo y no me resistí, al contrario, la apreté bien fuerte y lloré sobre su hombro.

Eso es todo lo que yo quería después de un castigo. ¿Por qué a Aaron le resultaba tan difícil de entender?

-         Shhhh, ya, mi vida. Ya. Siento mucho haber sido tan dura contigo. Pero si vuelves a hacer algo así de peligroso, será peor – me advirtió y no me cupo duda de que iba en serio. Asentí sin separarme de ella y volvió a enredar los dedos en mi pelo.

Se quedó conmigo hasta que dejé de llorar. Después, me ayudó a tumbarme en su cama y me arropó.

-         Hoy dormirás aquí, tesoro. ¿Tienes hambre? – preguntó y yo negué con la cabeza. - ¿Ni para un Cola-cao calentito? – ofreció y volví a negar. – Está bien… entonces descansa, cariño. Yo vendré después, ¿sí? Espero que los trillis no lloren esta noche y te dejen dormir.

Miré a las cunas de mis hermanitos, vacías en ese momento, con un fuerte deseo de poder cambiar de lugares y volver a ser un bebé. Empezar de cero, cuando todo era más fácil y la vida dolía menos.

Mamá se tumbó conmigo un ratito y me dio besos en la frente, pero al rato se tuvo que ir a ocuparse de la cena y de mis hermanos. La escuché discutir con Aaron y me tapé la cabeza con la almohada. Después, entró Sam y en su mirada vi que me iba a regañar, pero no sé que cara le debí de poner que vi cómo se ablandaba poco a poco. Se sentó a mi lado y me hizo compañía hasta que me dormí.

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El flashback me golpeó con fuerza y, por instinto, me encogí y me abracé las piernas. Mamá me miró fijamente durante varios segundos que a mí se me hicieron eternos.

-         No fue peligroso, mami… Sé escalar árboles desde que soy pequeño… y si me hubiera caído, no era tan alto como para hacerme daño de verdad… tal vez un buen moratón… Pero no me puse en peligro…

-         Ponerte en peligro no es solo arriesgar tu vida, sino tu integridad física también – me regañó.

-         Mami… no me castigues – supliqué. Parpadeé y me cayó una lágrima por la mejilla.

Mamá se sentó a mi lado y me abrazó.

-         No lo voy a hacer – me tranquilizó. – Se lo voy a dejar a Sam, que ayer se quedó con ganas. Quiere que le ayudes a arreglar su estantería. Y planeo que eso te va a llevar el resto del fin de semana, señorito.

Asentí. Eso no era tan terrible, aunque seguro que Sam se pasaba gran parte de ese tiempo echándome la bronca.

-         No es justo, todos me regañan. Aidan también me regañó – protesté, infantilmente. Estaba mimoso y quería remolonear con ella un ratito.

-         Y bien merecido que lo tienes. ¿Qué te dijo?

-         Muchas cosas. Me gritó en mitad del acuario – me quejé.

-         Eso es porque le preocupa lo que hiciste.

-         ¿Tú crees que me quiera? Sé que es un poco pronto, pero al menos creo que le caigo bien.

-         Claro que le caes bien. Todo el mundo que te conozca aunque sea un poco se encariña contigo, bichito irresponsable – me dijo mamá.

Me acurruqué a su lado y sonreí. Había sido un gran día con Aidan y su familia. Ojalá hubiera muchos más.

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