CAPÍTULO 8: El inhibidor
La breve conexión sobrenatural que experimenté con los
sentimientos de mi padre aplacó mi rabia porque se hubiera atrevido a pegarme.
Discutir sobre aquello no tenía sentido por el momento, estaba demasiado
cansado como para eso. De hecho, todo lo que quería era tumbarme en algún sitio
y dormir. Pero, al parecer, Koran tenía otros planes:
-
En breve será la hora de comer – anunció. Me había dejado
sumirme en mis pensamientos durante un rato, así que me sobresalté un poco al
escucharle hablar de nuevo.
-
No tengo hambre – murmuré.
-
Tienes que alimentarte – afirmó, en un tono que no admitía
réplica.
Aunque era agradable sentir que alguien estaba
dispuesto a cuidar de mí y que tal vez no me iba a quedar solo para siempre, me
empezaba a cansar esa actitud de capitán de barco hablándole a sus marineros.
-
Cuando tenga hambre – repliqué.
-
No, tienes que alimentarte cuando tu cuerpo lo necesite, que
es tres veces al día como mínimo, sino más.
-
¡Mi madre acaba de morir! ¡Disculpa si tengo el estómago
cerrado! – le espeté. Decirlo con rabia ayudaba a que doliese un poquito menos.
Koran suspiró.
-
Tienes razón. Lo siento – respondió y sé pasó las manos por
el pelo. – Sin embargo, aunque no vayas a comer, sería… bastante necesario… que
hagas acto de presencia. Debo anunciarte frente a todos, explicar quién eres.
Me encogí de hombros, sin muchas ganas de ser
anunciado frente a nadie, pero al mismo tiempo algo ilusionado porque Koran
parecía bastante comprometido con que yo me quedara allí. Nada de lo que había
dicho hasta entonces me indicaba que fuera a echarme ni a hacer como si yo no
fuera su problema. Por lo que me había contado, de hecho, de haber sabido que
tenía un hijo, nunca se habría separado de nosotros. Era tan fantástico creer
eso que me había propuesto no cuestionarme nada de su relato, pero no podía evitar
algunas preguntas:
-
¿Cómo es que te entiendo cuando hablas? ¿Los okranianos
hablan español?
-
No. La nave traduce automáticamente todo lo que escuchas a un
idioma que puedas comprender. Y cuando estábamos en tu casa, te hablé en tu
lengua – me explicó.
-
¿¡Estamos en una nave!?
-
Claro. Nuestro planeta, que es más grande que la Tierra, es
pequeño para todos nosotros, así que se crearon estas naves dormitorio, con
capacidad para quinientas mil personas. Cada uno de mis hermanos gobierna sobre
una, mientras que mis padres están en el núcleo central, en tierra – explicó,
como si fuera lo más normal del mundo. – A medida que se van necesitando se
construyen nuevas naves y se busca un capitán. De esta manera, no saturamos el
planeta y conservamos espacios verdes, en lugar de dedicar cada milímetro a la
construcción. Los habitantes de las naves pueden bajar a Okran cuando lo deseen
y muchos trabajan allí, de hecho. Pero viven aquí.
Miré hacia el enorme ventanal que
había en el dormitorio.
-
¿Eso es el espacio? -
señalé.
-
Sí. ¿Quieres verlo?
No había terminado la pregunta y yo
ya había atravesado aquel saloncito y el dormitorio hasta llegar allí. Sin
embargo, la imagen fue un poco decepcionante, solo se veía una inmensa negrura.
-
Okran está del otro lado – me explicó, poniendo una mano
sobre mi hombro. – Dejé las habitaciones con mejores vistas a las familias con
niños pequeños.
Puesto que afuera no había nada
interesante, me dediqué a mirar el dormitorio, que hasta entonces solo había
contemplado de lejos.
-
¿Duermes aquí? – pregunté, aunque era evidente. – Parece…
pequeño para un príncipe.
Koran se rio y su risa resultó
potente y cantarina al mismo tiempo.
-
No necesito nada más. Mi casa en Okran quizá te parezca más
apropiada, ya la conocerás. No siempre duermo aquí. Pero me gusta estar cerca
de mi gente.
Supuse que eso era señal de que era
un buen príncipe.
-
No te preocupes por el idioma - añadió. - Cuando aprendas a
controlar tu empatía, serás capaz de hablarle a los demás en la lengua en la
que se sientan más cómodos. Eso me lleva a la siguiente petición. Como aún no
controlas tus habilidades, estar delante de mucha gente, que va a tener todo
tipo de reacciones cuando te conozca, puede resultar abrumador. Te puedes
encontrar canalizando cientos de emociones al mismo tiempo. Así que creo que es
mejor que utilices un inhibidor.
-
Ya dijiste esa palabra antes - recordé. - ¿Qué es?
-
Un supresor momentáneo de tus habilidades. Se utiliza… Se
utiliza con delincuentes y… con hijos rebeldes – comentó, con cierta cautela.
-
¿Hijos rebeldes?
-
No te lo ofrezco por eso – se apresuró a añadir. - No es
ningún tipo de castigo. Solo creo que te será de ayuda…
No tuve que pensarlo mucho para saber que tenía razón,
me podía resultar muy útil, pero sentí bastante curiosidad.
-
¿Usáis la misma pena para un delincuente que para un niño que
se porta mal? ¿Les quitáis los poderes?
-
No lo llamamos poderes – me aclaró. – Y no, no es exactamente
igual.
Se giró, pulsó un botoncito casi imperceptible en la
pared y se abrió un pequeño cajón, donde había varios objetos. Algunos parecían
esposas, desde luego estaban pensados para restringir los movimientos. Otros
eran mucho más pequeños, y tenían forma de ventosas, pensados para adherirse a
alguna superficie, tal vez a algún cuerpo.
– A ti nunca te
pondría estos – dijo, refiriéndose a los primeros. – Son solo para
criminales. Pero estos otros sí,
momentáneamente – añadió, cogiendo uno de los pequeños. – Sin embargo, es una
conversación para otro día.
-
Quiero tenerla ahora – protesté.
-
No creo que esta sea la mejor ocasión.
-
Si quieres que me lo ponga, tendrás que contármelo, o no los
llevaré – le amenacé. - ¿Cómo y para qué se usan?
-
¿Pretendes chantajearme, mocoso? – preguntó, con la ceja
ligeramente alzada.
Me mordí el labio.
-
¿Funciona?
Poco a poco, Koran esbozó una media
sonrisa y me dije que no era tan sargento como parecía.
-
Está bien. Algo me dice que necesitaría explicártelo pronto,
de todas maneras. Ven – me llamó y me acerqué a él con ciertas dudas. – Se pone
así – me informó, y colocó una de las ventosas en mi sien, como si fuera una
pegatina. No sentí nada. – Ahora, aunque lo intentes, no podrás canalizar las
emociones de nadie ni usar la telequinesis.
-
¿Y qué, las madres les dicen a sus hijos “pórtate bien o te
pondré una ventosa en la cabeza”?
-
No. La restricción de las habilidades por un tiempo
prolongado se considera una forma de abuso infantil. Es reprimir una parte de
lo que son.
-
Vaya, qué amables. Pegar a los hijos, ok. Suprimir sus
poderes, not ok – respondí, con cierta sorna.
-
Se utiliza para garantizar su seguridad durante una zurra –
me informó, con algo de aspereza para cortar mi tono irónico. – Los niños
okranianos, los que no son mestizos como tú, desarrollan sus habilidades a
edades muy tempranas. Si un padre le está dado un castigo a su hijo, lo último
que necesita es que se ponga nervioso y destroce la habitación, como hiciste en
tu casa.
Me ardieron las mejillas por el repentino cambio de
conversación. ¿Así que se usaba para eso? Ya no me hacía tanta gracia llevar el
inhibidor ese.
-
En tu caso, en esas situaciones servirá además para ayudarte
a mantener tus sentimientos bajo control. Así ni tú canalizarás mis emociones,
ni yo las tuyas, y podré regañarte sin que te ahogues en un mar de sensaciones
que no puedes controlar – continuó, con más gentileza. – Tú eres empático, pero
otros chicos lanzan rayos o generan fuego. Algo tan simple como darles unas
palmadas se podría convertir en una desgracia.
Me separé de él, confuso y avergonzado. No sabía cómo
me sentía respecto a esa forma de reprender a los hijos. En mi entorno, era una
excepción que se hacía en raras ocasiones con niños pequeños. Pero allí parecía
mucho más natural y aceptado. Tan natural, que Koran le había dado una palmada
a un chico con el que no guardaba ninguna relación delante de mí.
Estaba empezando a aceptar que estaba en otra cultura.
No es que fuera otro país, es que era otro planeta completamente diferente.
Pero eso no quería decir que tuvieran que gustarme todas sus costumbres.
-
Yo no voy a dejar que me pegues – declaré. – Antes fue la
primera y la última vez.
Koran me miró con sorpresa por unos segundos.
-
¿Y cómo lo piensas impedir? – contratacó.
-
No lo sé. Cogeré un anillo de esos y me volveré a la Tierra.
Iré a un hogar de menores hasta cumplir los dieciocho. Ya veré. Pero no voy a
dejar que lo hagas.
Se acercó a mí y me asusté un poco. ¿Iba a hacer la
prueba? Me tensé cuando me agarró del hombro, pero únicamente agachó la cabeza
y apoyó los labios en mi frente. ¿¡Me estaba dando un beso!? Madre mía, eso era
casi peor.
Bueno, no era peor. Se sintió bien. No estaba
acostumbrado a que los hombres fueran tan cariñosos, pero no fue desagradable.
-
Los anillos no funcionan así. Y yo nunca dejaría que te
fueras. Si intentas eso, será la manera más rápida de ganarte uno de esos
castigos que no vas a dejar que te dé. Lamentablemente para ti, soy el príncipe
heredero de Okran y lo que es más importante aún, tu padre, así que no tienes
ningún poder de decisión en ese asunto. No necesito tu permiso. Lo único que
puedes hacer es tratar de hacerme caso para no meterte en problemas. Esa sería
una vía rápida y efectiva de conseguir que no te castigue.
La intensidad de sus palabras me
quitó la capacidad de tragar por unos segundos. Mi boca se había quedado seca.
Decidí obviar la parte que daba miedo, para centrarme en la otra: ¿No iba a
dejar que me fuera? ¿Nunca? ¿Significaba eso que me iba a quedar con él? ¿Para
siempre?
-
Si me vuelves a amenazar, también te llevarás unas palmadas –
me advirtió. – Podemos hablar de lo que tu quieras y puedes preguntar todo lo
que necesites, pero no puedes obligarme a hacer tu voluntad. Eres mi hijo, el
que manda aquí soy yo. Según mis estudios, somos padres más atentos que los
terrícolas, les dedicamos mucho más tiempo a nuestros hijos y expresamos
nuestras emociones con mayor libertad. Pero también somos más estrictos. Nada
me hubiera hecho más feliz que estar presente durante tu infancia, por corta
que fuera. Siempre pensé que tendría cincuenta años para criar a mi hijo y
resulta que creciste en tan solo diecisiete. Pero, ni eres adulto aún para los
estándares humanos, ni mi función como padre ser terminará cuando lo seas. Te
saco más de ocho siglos, así que tengo un par de cosas o tres que enseñarte. Y
lo haré de la forma que considere oportuna.
Me quedé en silencio, sin saber qué
responder ante semejante discurso. Quería enfadarme, pero no me salía. ¿Y si
había usado alguna de sus habilidades con aquel beso? ¿Y si había hecho algo
mágico para relajarme y llenarme de paz?
-
¿Y no tenéis alguien a quien me pueda quejar? – protesté. -
¿A dónde van los hijos cuando sus padres son injustos con ellos? ¿A quién
acuden?
Koran volvió a reírse. Comenzaba a
amar y a detestar esa risa, porque por lo visto siempre se reía de lo que yo
decía.
-
A mí – me respondió. – Acuden a mí. Yo soy el mediador de
todo conflicto a bordo de esta nave. Has tenido muy mala suerte, chico.
Me encanta!!! No dejes de escribir
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