CAPÍTULO 7: La historia
Tras escuchar aquel regaño -o
amenaza, no lo tenía claro- regresé al sofá, a lamerme mi orgullo herido. Me
sentía humillado, pero enseguida eso dejó de tener relevancia ante la nueva
información que me había dado: ¿de verdad estaba fuera de la Tierra? A esas
alturas, todo me parecía posible. Mi vida había cambiado mucho en muy poco
tiempo y me habían pasado cosas que no podía explicar. Pero... personas que
viven siglos... otros planetas... Era demasiado.
La incredulidad y el asombro fueron
dando paso a una emoción que era relativamente nueva para mí: la nostalgia del
hogar perdido. No solo una enfermedad de mierda me había arrebatado lo que más
quería, sino que me veía obligado a dejar atrás todo lo que me importaba.
Porque -fue gratificante saberlo- todavía había algo a lo que extrañar: Huan
Yue y algunos de mis amigos, el parque que a veces atravesaba al volver de
clases, los gatos del parque que por alguna razón se me acercaban siempre como
si yo oliera a atún, el profesor de pintura y mis tres compañeros de aquella
clase, la música de Orozco y la de Aitana, que iba a ser mi novia, aunque ella
todavía no lo supiera...
¿Podría volver algún día? Una
lágrima solitaria se me escapó ante el temor de ver mi vida arrancada de un
plumazo, o más exactamente de verme a mí arrancado de ella. ¿Pensaría la gente
que estaba muerto? ¿Que había huido de casa después de lo que le había pasado a
mi madre? Esto último era lo más probable.
Koran se me acercó después de unos
segundos, relajando los hombros y su postura de sargento. Restañó la gota
traidora que caía por mi mejilla. El gesto me hizo sentir más pequeño.
- Lo siento. Lo que dije iba en
serio, pero sé que estás sensible y no he debido hablarte así - reflexionó.
Vaya, eso sí fue sorprendente. No le conocía mucho, pero su porte orgulloso me
indicaba que era una persona que no estaba muy acostumbrada a disculparse. - El
vocabulario de los terrícolas de tu edad es algo que nunca dejará de
horrorizarme, pero tienes derecho a estar molesto conmigo.
- Ni siquiera te conozco - le
acusé. - No tengo por qué creerme ninguna de tus mentiras.
- No son mentiras - afirmó, en un
tono tan vehemente que no me quedó más remedio que creerle. - No me estaba
riendo de ti. Todo lo que te he dicho es verdad, aunque entiendo que te resulte
difícil de encajar.
Ese era el eufemismo del siglo. Un
suspenso era difícil de encajar. Echar a perder un cuadro que llevaba meses
pintando era difícil de encajar. Pero escuchar todo lo que yo había escuchado
recientemente era una locura.
- No puedes aparecer así y traerme
a este... a esta... tan lejos de casa - seguí protestando.
- No tenía opción, estaban a punto
de encontrarte - me explicó y luego suspiró. - Creo que es mejor que te lo
cuente desde el principio.
- ¿Qué principio? Porque si vas a
contarme ochocientos años, mejor me pongo cómodo.
No lo podía evitar, cuando me ponía
nervioso tenía que hacer algún tipo de comentario humorístico.
- Ya habrá tiempo para eso. Me
refiero a tu principio. No sé... no sé cuánto sabes, exactamente - me dijo. Me
quedé callado, así que decidió continuar. - Tú madre y yo nos conocimos en un
evento musical.
- Un concierto - corregí, sin
poderlo evitar. ¿Evento musical? Si al final iba a ser cierto que nació en la
Edad de Piedra.
- Eso es. La banda era horrible,
ruidosa, gritona.
- Un respeto para Hombres G -
gruñí. - Ya me caes mal.
- Es mi opinión. Además, decían
muchas malsonancias en sus canciones. En fin, el caso es que yo quería ver cómo
se entretenía la gente en esta nueva época. La última vez que estuve en la
Tierra las personas le dedicaban mucho menos tiempo al ocio.
- ¿Viajaste no sé cuantos millones
de kilómetros para ver cómo se entretenían? - pregunté, escéptico.
- No, claro. Tenía una misión que
cumplir. Lo otro fue solo un pasatiempo.
- ¿Cuál misión? - insistí.
Me miró fijamente antes de
responder.
- Engendrar un heredero.
- ¿Tener un hijo? - repliqué. -
¿Esa era tu misión? ¿Con la primera que veas y ya está?
- Pues... técnicamente... fue lo
que hice...
Guardé silencio mientras intentaba
descifrar cómo me sentía al respecto.
- Me das asco - concluí al final.
- Cuidado - dijo, en tono de
advertencia.
- ¿Cuidado qué?
- Con cómo me hablas.
- ¿O sea que tú puedes decirme que
estabas buscando una humana a la que inseminar con tu esperma extraterrestre,
dándome a mí como resultado y yo no puedo decir que me da asco? - bufé.
Su rostro se congestionó en una
mueca de ira, pero, antes de que me respondiera, la voz impersonal nos
interrumpió:
- Alteza, un guardia solicita la
entrada.
"¿Alteza?" repetí,
en mi mente.
- Desbloquea y abre las puertas -
ordenó Koran. Se puso de pie inmediatamente y su cara cambió hasta convertirse
en una máscara de perfecta impasibilidad.
Un hombre enfundado en un uniforme
azul que cubría todo su cuerpo excepto su cara arrastraba un chico que debía
ser tal vez un par de años menor que yo. El chico estaba blanco y al ver a
Koran pareció a punto de vomitar.
- Alteza, este muchacho estaba en
la sala de control sin autorización.
- ¿Sus padres?
- No quiere decir quiénes son. Su
chip está dañado.
Koran asintió, haciéndose cargo de
la situación. El guardia me miró, pero no hizo preguntas. El chico, por su
parte, miraba al suelo como si esperase encontrar una salida secreta.
- Ven aquí - le llamó Koran.
- No, señor... - balbuceó, pero el
guardia le empujó para que se acercara.
Mi padre le sujetó la barbilla y le
obligó a mirarle.
- Esa sala no es para jugar - le
dijo. - Está prohibido el acceso y lo sabes. Le vas a decir al guardia quiénes
son tus padres o lo averiguaré yo mismo y eso no te gustará - le aseguró.
- S-sí, señor.
Si no hubiera visto con mis propios
ojos lo que sucedió después, no lo habría creído. En un movimiento rápido,
Koran le giró, como si quisiera devolverle junto al guardia de otro empujón,
solo que, en lugar de su espalda, su mano golpeó su trasero con un ruido seco:
PLAS
El chico apenas dio un respingo y
regresó junto al guardia, que inclinó la cabeza en una señal de respeto y se
marchó, llevándose al muchacho con él.
- ¿Qué clase de pervertido eres tú?
- pregunté, indignado, en cuanto las puertas se cerraron. - ¡Te follas a mi
madre cuando aún era menor de edad y le tocas el culo a un adolescente!
- No te permito que pienses lo que
estás insinuando - me gruñó. - No le toqué nada, le di un azote y al ritmo al
que vas estás a punto de que te dé uno a ti también. Mide tus palabras.
Me quedé a cuadros, mi cara tuvo
que ser un poema en ese momento. ¿Acababa de amenazarme con darme una palmada
como a un niño pequeño? ¿Pero dónde me había metido?
Le escuché suspirar y se frotó el
puente de la nariz con dos dedos.
- Claramente, no estoy haciendo
esto bien. ¿Crees que podrás callarte y escuchar antes de que pierda la
paciencia contigo?
Quise decirle un montón de cosas,
algunas de las cuales habrían hecho que mi querida madre se avergonzase allá
donde estuviera, pero me trague la rabia y me limité a asentir. En parte porque
necesitaba respuestas y en parte porque intuía que ese tipo no estaba de broma.
No pensaba dejar que me tocara un solo pelo, pero tampoco iba a tentar mi
suerte, principalmente porque no sabía cómo salir de allí.
- Los okranianos vivimos una media
de dos mil quinientos años terrestres - continuó Koran, como si no hubiera
habido ninguna interrupción. - Pero solo somos fértiles durante los novecientos
primeros, aproximadamente. A veces hasta los mil.
Que alguien pudiera vivir tanto era
abrumador. Hice un rápido cálculo para ver cuántas vidas humanas era eso. Más
de cien.
- Cuando cumplí ochocientos
cincuenta sin tener pareja, mi madre comenzó a preocuparse. De entre sus
cuarenta hijos, justo yo era el único que no le había dado un nieto.
- ¿¡Cuarenta hijos!?
- Mil años dan para mucho -
explicó, con una sonrisa, como si mi reacción le hubiera divertido. - Hay
cuatro siglos de diferencia entre mi hermano más pequeño y yo, que soy el
mayor. Pero incluso él se casó y tuvo hijos antes que yo.
- ¿No querías? - pregunté,
intentando sonar indiferente. ¿No quería hijos? Eso explicaría por qué me
abandonó antes incluso de que naciera.
- Sí quería, hacía mucho que estaba
preparado para ser padre, pero no encontraba a la mujer indicada.
- ¿Y tu madre te presionó? - seguí
preguntando, sacando conclusiones de lo que había dicho antes. - ¿Por qué? Si
ya tenía nietos de otros treinta y nueve hijos. ¿Qué más le daba?
- Tenía miedo de que se acabara mi
edad fértil. Y entonces tendríamos un problema, porque yo era el primogénito.
Yo era el hijo al que habían educado para ser rey.
- ¿Eres... eres un rey? - quise
cerciorarme, aunque entre eso y la forma en la que el guardia se había dirigido
a él, parecía evidente.
- Príncipe - aclaró. - Alguno de
mis sobrinos heredaría el trono después de mí, o tal vez mis hermanos, pero eso
provoca muchas peleas familiares.
Apenas presté atención a eso último
y volví a estudiar la habitación. No parecía el hogar de un príncipe. Quitando
el mecanismo invisible que lo controlaba todo, era un lugar bastante modesto.
- Además de eso, mi madre no quería
que me perdiera la felicidad de tener una familia propia y, la verdad, yo
tampoco. Pero me frustré por su insistencia. Fueron décadas enteras
persiguiéndome, concertándome encuentros sorpresa con varias mujeres y ya no lo
soporté más. En un acto de rebeldía, establecí que me iba a emparejar con la
única mujer que ella nunca soportaría: una terrícola - declaró. - Verás, no
todos los okranianos están a favor del mestizaje. De hecho, técnicamente está
prohibido. Muchos sostienen que debemos mantener nuestra sangre pura,
especialmente en la familia real. Pero a mí siempre me ha parecido absurdo. Ya
en el pasado nos hemos unido con los terrícolas, con muy buenos resultados: los
hijos nacidos de la mezcla conservan muchas de nuestras características.
Hércules, Aquiles, Teseo... Tu gente los estudia, aunque tienen la historia muy
distorsionada.
¿Yo era una mezcla prohibida?
- Siempre he defendido el derecho
de que cada uno se empareje con quien desee, así que decidí buscar a una mujer
terrícola - continuó Koran. - Para serte sincero, no esperaba encontrar una
compañera permanente. Tan solo quería probar un punto y molestar a mi madre -
reconoció, con algo de vergüenza, pero a mí me hizo sonreír. - Si te preguntas
por qué escogí la Tierra, siempre fue uno de mis lugares favoritos. Y parecía
el planeta ideal para lo que me proponía. De entre los veinte planetas
conocidos con vida inteligente, es el que cuenta con más mestizos, por varias
razones. La primera, que los terrícolas son antropomórficos. No es igual de
apetecible juntarse con una babosa gigante - ejemplificó.
¿Veinte planetas habitados? Intenté
seguir el hilo de lo que iba diciendo, pero cada una de sus palabras me daban
mucho en lo que pensar.
- En una cosa sí coincido con mi
madre y los que piensan como ella: los terrícolas se han vuelto muy astutos y
desconfiados, así que han de ser siempre incursiones en secreto. Tienen cierto
desarrollo científico y están dispuestos a utilizarlo si perciben alguna clase
de peligro. Tras varios sondeos, mi pueblo ha decidido que no están preparados
para conocer la existencia de otros seres en el universo. No falta mucho para
que lo averigüen por sus propios medios y eso acarreará otros problemas, pues
no tienen la mejor fama en cuanto a descubrir nuevos territorios se refiere.
Pero me estoy desviando del tema - se regañó a sí mismo.
- ¿Mi madre... mi madre fue solo
una forma de fastidiar a la tuya? - planteé.
- No - me aseguró, e hinco una
rodilla en el suelo frente a mí de forma parecida a un novio que está a punto
de proponer matrimonio. El gesto fue raro, pero entendí que para él tenía un
significado más profundo. - Te juro que no.
Quizás era una especie de ritual
para hacer promesas o juramentos.
- Cuando vi a tu madre, llamó mi
atención enseguida. Pero sabía que la diferencia de edad era mucha. Toda
diferencia de edad con una terrícola sería mucha, pero ella era una cría aún.
Intenté mantener las distancias, de verdad que lo intenté. Pero disfrutaba
mucho de su compañía. Y pensé que podía esperar. Un par de años, diez. Para mí
sería poco tiempo, comparado con mi larga existencia. Sin embargo, se fue
haciendo más duro conforme los días pasaban. ¿Qué diferencia había entre
esperar o no? Al fin y al cabo, a mis ojos siempre sería una niña. En más de un
sentido - añadió. - Nosotros no alcanzamos la madurez hasta los cincuenta años.
Es lo que tarda nuestro cuerpo en desarrollarse. Ese chico que has visto antes
tendrá unos cuarenta años, algo menos.
- ¿Qué? ¡Pero si aparentaba quince!
- Precisamente. Hasta los cincuenta
no será considerado un hombre adulto. Tú, al ser un mestizo, has tenido un
crecimiento humano, pero a partir de ahora notarás que no envejecerás al mismo
ritmo. Yo aparento unos treinta años para ti porque aún soy joven para nuestra
especie. Este es el aspecto de un okraniano de novecientos años.
¿Yo... no iba a envejecer?
- Soy... ¿soy inmortal? - pregunté.
- Inmortal, no. Increíblemente
longevo según tus estándares, sí. Nuestro cuerpo no se deteriora tan deprisa
como el de los humanos. Cuando activaste tus poderes, activaste tus genes de
Okran. El cambio de temperatura que sufriste se debía a todo tu cuerpo
recomponiendo su información genética. Los mestizos sois muy vulnerables en ese
punto, siento mucho no haber estado allí para acompañarte.
Me miré las manos intentando ver
algo diferente en mi cuerpo. ¿Qué quería decir con lo de cambio genético? ¿Mi ADN
había mutado?
- Yo no podía esperar a que tu
madre tuviera cincuenta años. Eso sería más de la mitad de su vida. Ahí tienes
un argumento en contra de las uniones mixtas: la vida humana es tan corta. Y,
cuando un okraniano se enamora, lo hace intensamente. Existen algunas tragedias
entre mi gente, basadas en estos romances prohibidos. Muchachos de apenas cien
años que se suicidan al ver morir al gran amor de su vida.
"Muchachos de cien
años" repetí para mí. "Para este hombre yo que soy, ¿un
bebé de cuna?".
- Pero sí quería esperar a que
cumpliera la mayoría de edad en tu mundo. Quería hacer las cosas bien. Según
nuestras leyes, ningún niño debe nacer fuera del matrimonio.
- ¿Entonces por qué lo hiciste? -
repliqué. Había estado escuchando sin protestar durante un buen rato, pero si
me lo seguía callando, iba a explorar. - ¿Por qué te acostaste con ella y la
abandonaste en aquel parque?
Koran suspiró. Se levantó del suelo
y se sentó a mi lado en el sofá, pero mantuvo cierta distancia, como si no
quisiera forzarme al contacto.
- Verás, Rocco. Nosotros tenemos
ciertas... habilidades. Ya has notado algunas.
- El temblor de mi casa - asentí.
- Esa es una habilidad común a
todos nosotros. Ciertas capacidades telequinéticas en momentos de estrés o de
necesidad. No podemos usarlo a voluntad, no podría mover esa mesa con el poder
de mi mente solo porque sí - me explicó. - Pero algunos de nosotros tenemos
otros dones. Tú, en concreto, por lo que me cuentas, heredaste el mío: somos
empáticos.
- ¿Eso qué quiere decir?
- El cambio en el color de tus ojos
está influenciado por tus emociones. Pero eso es solo la superficie. Puedes
conectar con las emociones de otra persona, sentir lo que ellos están
sintiendo. En determinadas ocasiones, controlar lo que ellos
están sintiendo. Pero nunca, jamás, debes utilizar tu don para manipular a los
demás - me advirtió, con mucha seriedad.
Como la incredulidad era algo que
estaba superando, permití que aquella noticia impregnara bien en mi cerebro.
¡Tenía poderes! ¡Era un X-men! O un superhéroe. Mmm. Superempático no sonaba
demasiado bien. Tendría que trabajar en ello.
- ¿Me has escuchado? - inquirió,
con la misma seriedad. Asentí. - Respuesta verbal.
- Que sí - medio gruñí. Qué pesado.
Suspiró y sacudió la cabeza.
- Lo que pasó esa noche con tu
madre es que canalicé sus emociones. Sé supone que puedo controlarlo, pero
aquella noche perdí el control. Cedí ante sus impulsos y los convertí en los
míos. Y no me he arrepentido tanto de algo nunca en mi vida.
Intenté que esas palabras no me hicieran
daño. ¿Se arrepentía de haberme concebido? Pues claro que se arrepentía, ¿no
acababa de decir que yo era una mezcla prohibida? Y no tenía por qué dolerme.
Ese hombre no era nada para mí.
- Lo que hice... Rocco, lo que hice
fue un delito. Uno realmente grave, que entre mi gente se castiga con la pena
de muerte.
Tal vez lo había interpretado mal.
Tal vez no se arrepentía de que yo hubiera nacido, sino que se sentía culpable
de cómo habían sido las cosas con mi madre.
- No fue... no fue tu culpa - murmuré.
- Ella quería. Te presionó varias veces, según me contó. Y... y esa cosa con
tus poderes...
- Yo tendría que haber sido más
fuerte - insistió. - No pude perdonarme lo que le había hecho. Esa noche me fui
y le conté a mi madre todo lo que había pasado. Le dije que, aunque según
vuestra cultura las relaciones prematrimoniales ya no son un tabú, para hacer
las cosas bien tenía que casarme, daba igual que ella fuera humana. Pero,
tienes que creerme, Rocco, yo no sabía que se había quedado embarazada después
de aquel encuentro.
- Mi madre te lo dijo - repliqué. -
Te dejó varios mensajes.
- Que jamás me llegaron. Mis padres
me impidieron todo contacto con la Tierra durante varios años. Solo pude
dejarle el anillo, pero debí haber sabido que ella no podría hacerlo funcionar,
no sabía cómo.
- ¿Ese anillo era para hablar con
ella? - pregunté.
Negó con la cabeza.
- Para hacerla venir hasta mí. Es
un anillo de transporte. Fue lo que nos trajo aquí - me explicó. Metió la mano
en su bolsillo y sacó la joya. - Me hubiera gustado dejarle un manual de
instrucciones, pero ya me resultó muy difícil enviarle aquel mensaje. Esperaba
poder enviarle otro con más detalles.... Intenté contactar varias veces, pero
fue imposible. Me vigilaban las 24 horas del día - suspiró. - Me dije que fue
para mejor. Ella se olvidaría de mí y seguiría con su vida. Los humanos olvidan
rápido. Yo en cambio pensé en ella a menudo - me confió.
Me gustó escuchar eso. La idea de
que pensase en mamá en lugar de considerarla un lío de usar y tirar era bonita.
- Eventualmente mis padres se
fueron relajando, mi pequeña aventura prohibida fue olvidada y pude volver a la
Tierra en una ocasión a buscar a unos okranianos cuya nave había sufrido daños.
No pude resistirme a observar a tu madre desde lejos y me sorprendí al ver a un
niño junto a ella. Intenté calcular tu edad y estaba peligrosamente cerca de la
fecha en la que habíamos estado juntos. Sabía que me controlaban desde la
distancia, así que no me atreví a hacer contacto directo. Le dejé una nota a tu
madre y esperé, pero nunca apareció. ¿Quería eso decir que no eras mío? No
podía estar seguro... Pero mis padres me aseguraron que no. Me dijeron que eras
fruto de una relación con un novio de juventud, un músico. Que tu madre había
tenido muchas parejas después de mí.
- ¡Es mentira, eso es mentira! - me
indigné. - Mamá no salió con nadie más hasta que yo tuve quince, y no funcionó.
¡Y no soy hijo de ningún músico!
- Sé que es mentira. Supe que era
mentira cuando tocaste el anillo después de haber transicionado, hace unos
días. Ese anillo es mío, está directamente conectado a mi chip.
- ¿Tu chip?
Koran estiró el brazo y me enseñó
una marquita apenas perceptible cerca de su muñeca. Dio dos toquecitos sobre
ella y se proyectó un holograma. Una pantalla, que parecía el menú principal de
un dispositivo.
- ¡Qué pasada! ¡Llevas un móvil
integrado!
- Algo así. Este chip contiene toda
nuestra información esencial. Cuando tocaste el anillo, empezó a arder. Intentó
traerte junto a mí, reconoció el vínculo biológico que existe entre los dos,
pero debiste soltarlo antes de tiempo.
- Me quemó - protesté.
- Tú no querías marcharte, ¿verdad?
Debió ser por eso. El anillo reconoce las voluntades.
Claro que no quería marcharme, mi
madre estaba enferma.
- En cualquier caso, al notar el
ardor del chip, pensé que tu madre me estaba llamando. Después de aquellos
años, ella intentaba ponerse en contacto. Decidí encarar a mis padres.
Enfrentarme a ellos de una vez por todas y decirles que renunciaba al trono si
hacía falta, pero me iba a buscar a la mujer terrestre. Sin embargo, no llegué
a decir nada de eso, porque les escuché hablar. Y lo que escuché lo cambió
todo. Estaban enviando un equipo de asalto a tu casa, porque "el
niño" había transicionado. Había despertado tu sangre okraniana. Y no lo
iban a permitir. Los equipos de asalto solo tienen una misión: eliminar enemigos.
Y entonces lo comprendí todo: tenía un hijo. Tenía un hijo y mis propios padres
me lo habían ocultado.
El dolor en sus palabras era
evidente. Debía de sentirse muy traicionado.
- Como ya te he dicho, no soy el
primero en tener un hijo con una terrícola. Pero en mi caso, hay mucha gente
que no está dispuesta a dejarlo pasar. No quieren que el heredero de la corona
sea un mestizo. Jamás pensé, sin embargo, que nadie fuera capaz de mandar
asesinar a un niño y mucho menos sus propios abuelos - musitó. - Cuando comprendí
lo que se proponían, fui a buscarte. Y llegué justo a tiempo...
Guardé silencio, asimilando su
parte de la historia. ¿Por qué todos mis abuelos me odiaban? Los padres de mi
madre prácticamente la habían echado de casa al enterarse de su embarazo y los
padres de mi padre habían ordenado mi asesinato. Viva la familia, oye.
- Cuando llegué a por ti, me asaltó
una oleada de dolor insoportable. Temí... Tuve miedo de haber llegado tarde -
murmuró. - Creo que empaticé con tus emociones y apenas lo pude soportar.
Me puse tenso. No quería hablar de
eso. Sabía lo que iba a preguntar y no estaba preparado.
- ¿Fueron ellos? - dijo, en un tono
suave. Entendí la pregunta. ¿La mataron ellos? Daba por sentado que había
muerto.
- No. Fue una enfermedad -
respondí, con un hilo de voz. Me negaba a llorar más.
Sin decir nada, Koran me abrazó,
más fuerte aún que la primera vez. En aquella ocasión fui más consciente de que
estaba entre sus brazos y decidí disfrutar de la sensación. Durante mi infancia
yo había anhelado un padre y ahora le tenía ahí. No sabía qué iba a pasar con
nosotros, pero al menos tenía respuestas.
Al menos no estaba solo.
Y entonces, tal como era propio de
mí, tenía que romper el momento. Necesitaba relajar esa atmósfera extraña e
incómoda.
- Las mujeres okranianas o como se
diga deben de tener el coño más elástico que las piernas de una bailarina para
dar a luz a cuarenta hijos - comenté. Una de mis bromas subidas de tono que me
hubieran valido una colleja de mamá.
Si lo pensaba bien, la reacción de
Koran no fue muy diferente. Así, abrazado como me tenía, inclinó mi cuerpo
ligeramente hacia delante, como si quisiera cambiar de posición, pero lo único
que cambió de sitio fue su mano, que bajó hasta estrellarse sobre mi pantalón.
PLAS
- ¡Ah!
Sentí un picor inesperado y un
ardor intenso. Inmediatamente me tapé, intentando procesar el origen de aquel
impacto.
- Llevabas pidiendo eso desde hace
bastante rato - sentenció. - Y fue solo una porque aún no te he dado un
inhibidor, tu transición no ha terminado y sé que en estos momentos eres
hipersensible al dolor.
Poco a poco, fui entendiendo que me
había pegado y mi reacción natural fue empujarle para apartarle de mí. Me
encogí sobre el sofá, mirándole con sorpresa, rabia y rencor.
- No te pongas así. Tú te lo buscaste.
No puedes usar ese vocabulario y te lo advertí varias veces.
No le respondí y seguí mirándole
como si mis ojos pudieran desintegrarle. A lo mejor podían. A lo mejor era uno
de los poderes que había adquirido. Deseé que fuera así.
Koran a su vez me miró con enfado
durante unos segundos, imagino que porque le había empujado, pero después su
rostro se fue relajando, hasta adoptar una expresión de comprensión.
- Tu madre nunca hizo eso, ¿verdad?
Demasiado impactado como para
pensar en dejar de responder, negué con la cabeza. Creí que iba a decir algo
así como "pues te hizo falta", pero en lugar de eso soltó una risita.
- Ya. Los terrícolas han relajado
bastante sus métodos de crianza.
"¡Método de crianza mis
cojones! ¡Animal! ¡Bruto! ¡Cavernícola!" grité
en mis pensamientos. Pero, sabiamente, no lo dije en voz alta.
- Vaya, ojos rojos. Tienes que
estar muy enfadado - me dijo. ¿Se estaba burlando de mí?
- No lo controlo - bufé. - Cambian
solos.
- Ya lo sé. Cambian en función de
lo que sientes. Te enseñaré a controlarlo.
A mi pesar, eso me dio curiosidad.
Ese uso del futuro daba a entender que planeaba que me quedara con él, por el
momento.
"Claro, ¿a dónde vas a
ir, estúpido? " pensé.
- Y ya se fueron. No tienes tanto
genio, después de todo - me revolvió el pelo. ¿Y si le mordía la mano? - ¿Tu
madre te dejó perforar tu cara de esa manera? - preguntó, en referencia a mis
piercings y a mis dilataciones.
- Sí - le gruñí.
- Nunca entenderé por qué la gente
se hace esas cosas. Pero debo reconocer que no te quedan mal.
Eso me apaciguó un poco y mis
niveles de odio bajaron ligeramente.
- Deja que te vea bien - me pidió.
- Ha sido todo tan rápido, que aún no he podido admirar a mi hijo.
La forma en la que dijo "mi
hijo" mientras me levantaba para hacerme un examen visual se fue abriendo
paso entre mis muchas capas de miedo, rabia y orgullo.
Me dio algo de vergüenza que me
observara con tanto detenimiento y me aparté un poco.
- ¿La heterocromía es porque soy
mestizo? - tuve que preguntar, con curiosidad.
- No. Eso es tan especial en Okran
como en la Tierra. Pero no me extraña nada. Eres mi hijo: claro que eres
especial.
Ahí estaba otra vez. Esas palabras.
Esa calidez que me hicieron sentir. Ese amor profundo, la forma en la
que haría cualquier cosa por que nada volviera a separarnos nunca, por hacerle
feliz, por hacerle entender que éramos familia.... Comprendí, con asombro,
que estaba haciendo eso que había dicho: estaba canalizando sus emociones.
Koran me quería.
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