Los domingos en el internado se respiraba relax en
cada esquina. Había una misa breve por la mañana en una capillita para los que
quisieran asistir. A pesar de que yo fui uno de los pocos en participar de la
celebración, no pude evitar pensar en que era injusto que mi religión se viera
beneficiada sobre la de los demás. Ese internado tenía estudiantes de todos los
rincones del mundo y hacían publicidad de su multiculturalidad, pero, a la hora
de la verdad, la capilla era el único lugar de culto. No era un internado
religioso, así que había alumnos de todas las confesiones.
Cuando volví a mi dormitorio después de la ceremonia,
algunos de mis chicos seguían durmiendo. La habitación se veía muy vacía con
solo nueve de ellos y muy silenciosa.
-
¡Buenos días, Víctor! -
me saludó Damián.
Le sonreí
-
Buenos días. ¿Dormiste bien?
Damián asintió y se estiró como un gatito.
-
¿Te vas a ir a tu casa?
Se suponía que el domingo era mi día libre y yo podía
escoger si permanecer en el centro o irme y regresar el lunes por la mañana,
pero no tenía a dónde ir. También se suponía que no tenía ninguna obligación
que cumplir, y que un vigilante se encargaría de los niños, pero no podía
desentenderme de ellos. Aquello era un trabajo para mí, pero no quería que sintieran
que era solo un trabajo. Cuando eres profesor, no enseñas únicamente porque te
pagan por hacerlo, sino porque asumes la responsabilidad de formar al grupo de alumnos
que te es asignado. En muy poco tiempo esa responsabilidad se convierte en
cariño. Si además de su profesor eres su guardián y pasas casi todo el día con
ellos, adquieres también cierto compromiso. No puedes apagar un botón y olvidarte
de ellos hasta el día siguiente. En cierta manera, te convertías en su familia.
-
No. De hecho, había pensado que, si todo el mundo hace bien
su cama y recoge su parte del cuarto, podíamos ver una película.
El internado no tenía televisiones, como parte de su
política de controlar y limitar el acceso de los chicos a los aparatos
electrónicos. Ni siquiera podían tener un teléfono móvil. Pero había una
pequeña sala de cine en el piso de abajo.
Damián dio un saltito sobre la cama.
-
¿De verdad?
-
¿Peli? – se sumó Benjamín, que nos había escuchado.
-
¿Cuál? – preguntó Bosco enseguida.
-
Lo dejaré a vuestra elección – sonreí. – Pero primero:
ducharse, recoger la cama e ir a desayunar.
Fui
a despertar a los que seguían dormidos y poco a poco se fueron a hacer lo que
les había pedido.
El desayuno
fue un poco caótico, porque no existía el orden de los demás días. Cada grupo
bajaba cuando quería, según se despertaban los chicos, y en las mesas había
jarras y bandejas a modo de autoservicio.
El
fin de semana se notaba también en la mesa de los profesores, pues muchos
habían salido, entre ellos el infame señor López. Tampoco estaban los
profesores que no tenían dormitorios asignados, es decir, los que no eran
guardianes.
-
Buenos días – me saludó Enrique. - ¿Qué harás con tu día
libre?
-
Veré una película con los chicos. Y esta tarde, no lo sé. Tal
vez lea un libro.
-
Creo que no entendiste el concepto “día libre”.
Me
senté y me serví una taza de café.
-
¿Qué harás tú?
-
Tengo que terminar los planes de entrenamiento para los
chicos de alta cualificación.
-
Tú no entendiste el concepto tampoco – se la devolví y él
soltó una pequeña risa.
-
¿Te molestaría mucho llevarte a mis chicos también a ver la
película?
-
Para nada – acepté.
-
Si te dan algún problema me lo dices.
Así
que, cuando acabó el desayuno, llevé a mis nueve chicos y a los siete de
Enrique a la sala de cine. Había un estante con varias películas y les pedí que
se pusieran de acuerdo para elegir una. Aún no se habían decidido cuando
alguien llamó a la puerta. Eran Lucas y Jacobo.
-
Ho… hola – dijo Lucas, tímidamente. Al principio pensé que
podía estar buscando a su hermano, pero la mirada que intercambiaron él y
Jacobo me dejó claro a qué habían venido.
-
Pasad, chicos. ¿Queréis ver una peli?
Ellos
sonrieron, asintieron y corrieron a coger sitio. En ese momento me golpeó con
fuerza lo muy necesitados de atención que estaban aquellos niños. Aparcados en
un colegio como si fueran muebles, muchos de ellos sin tener buena relación con
sus padres, la soledad era su mayor enemigo.
-
Bien, ¿habéis escogido ya?
Empezaron a gritar títulos y a
enseñarme DVDs, pero uno de ellos resonaba con más fuerza. No conocía esa
película, así que cogí la carátula para ver de qué iba.
-
Ni soñarlo, es demasiado violenta para los enanos – dijo Lucas.
-
¡No somos enanos! – le gritó Wilson.
-
Tienes once años y esa peli es para mayores de dieciséis –
replicó Lucas.
-
Descartada – intervine rápidamente.
Al final escogieron una que parecía adecuada y yo
encendí el proyector y apagué las luces.
Diez minutos después de que comenzara, noté que algo
blando rozaba mis pies. Damián se había sentado en el suelo, delante de mí. Bosco
le siguió al poco tiempo y Votja también. Benjamín se sentó con su hermano. Se
me pasó por la cabeza decirles que se sentaran en sus sillas, pero lo descarté
enseguida. Me sentí entre incómodo y honrado porque hubieran hecho piña a mi
alrededor.
Más
allá de lo bonito de la imagen, lo malo de tener a varios niños amontonados es
que enseguida empezaban las peleas por el espacio.
-
¡No te apoyes! – protestó Bosco, en un susurro.
-
¡Ni tú tampoco, me das calor! – se quejó Damián, dándole un
pequeño empujón.
-
Chicos, basta.
Se
estuvieron quietos por un rato, pero al poco volvieron a molestarse, así que
les separé, sentando a cada uno en una silla.
El
resto de la película transcurrió sin incidentes. Cuando acabó, todavía quedaban
cuarenta minutos para la hora de la comida así que les propuse jugar un rato a
la pelota en el jardín. Accedieron inmediatamente. Parecían una camada de
pollitos esperando a que su madre les dijera por dónde ir. En esa analogía, yo
era la madre. Se me estaba rompiendo el corazón.
Se
dividieron en dos equipos para jugar al fútbol. Les pedí a Jacobo y a Lucas que
se pusieran cada uno en un equipo, para que ninguno tuviera ventaja al ser los
dos considerablemente más mayores. Los chicos de Enrique, que eran de tercero, se
mezclaron con los míos de primero. Quedaron dos grupos bastante equilibrados,
pero aún así el grupo de Jacobo, en el que estaba Damián, iba perdiendo
estrepitosamente.
-
¡No vale, ellos tienen a Lucas que es deportista! – protestó.
-
¡Y vosotros a Votja, a Oliver y a cuatro deportistas más! –
replicó Benjamín, en el equipo de su hermano.
Damián no parecía llevar demasiado bien la derrota,
así que jugó con todas sus ganas, llegando a hacer una entrada algo duro a
Benjamín.
-
Falta – grité, pues hacía de árbitro.
Los ojos de Benja se llenaron de lágrimas y se llevó
las manos a la espinilla.
-
¡Le hiciste daño! – le increpó Lucas, agachándose junto a su
hermano.
Me acerqué a ver. No era nada serio, pero lógicamente
el golpe le dolía. Puse una mano en el hombro de Benja, que no tenía muy claro
si llorar o no y estaba en ese paso intermedio.
-
Pídele perdón, Damián.
-
¡Pero si fue sin querer!
-
Por eso mismo, pídele disculpas, anda – le dije.
No
pensé que la cosa fuera a escalar, solo había sido un accidente jugando, pero
no conté con el orgullo de Damián.
-
¡No! ¡Si es tan delicado que no juegue!
-
Hiciste una entrada descalificatoria – reprochó Lucas. – Mi hermano
no es delicado, lo que pasa es que no sabes jugar, porque no sabes perder.
Damián
entreabrió los labios, molesto, y sin previo avisto le dio un empujón a Lucas,
que no se movió ni un milímetro porque era más grande que él.
-
¡Tú eres el que no sabe jugar, imbécil!
-
Suficiente. Se acabó el juego para ti, Damián – le dije. Sube
a la habitación.
Me
lanzó una mirada de enfado que no tardó ni dos segundos en transformarse en una
de miedo y tristeza. Echó a correr al interior del internado.
-
Lo siento. Yo soy el mayor, no tendría que haber discutido
con él – murmuró Lucas.
-
Tal vez podrías haberlo manejado de otra manera, pero no es
culpa tuya – le aseguré. – Benja, ¿te duele mucho?
Él negó con la cabeza y se soltó la pierna.
-
¿Y si haces de árbitro tú por un rato? – le sugerí.
Benjamín aceptó y yo subí a hablar con Damián.
No me sorprendió encontrarle llorando sobre su cama. Era
un enano sensible y muy infantil. De ahí la escena del jardín.
-
No hay por qué llorar, ¿mm? – susurré, sentándome a su lado. –
Es Benja el que va a tener un cardenal en la pierna, si alguien tendría que
llorar aquí es él.
-
¡Por su culpa te has enfadado conmigo!
-
Eso es doblemente falso. En primer lugar, no diría que estoy
enfadado, solo algo molesto. Y, en segundo lugar, no es culpa de Benjamín,
porque él no te hizo nada. Fuiste tú el que hizo una entrada demasiado
agresiva, porque no te gustaba ir perdiendo.
-
Snif…
-
Todo se hubiera arreglado si le hubieras pedido perdón, pero
escogiste enfadarte y además insultaste a Lucas.
-
Snif… snif…
Puse una mano en su espalda, porque me daba pena oírle
llorar así y porque quería asegurarme de que me estaba escuchando.
-
Sabes que estuviste mal, ¿verdad? – le pregunté.
Damián asomó sus tiernos ojos verdes y durante unos
segundos no dijo nada. Después, arrancó a llorar con más fuerza y escondió la
cabeza de nuevo.
-
Sí – gimoteó.
-
Bueno, pero no llores…
-
Snif… Sí lloro, porque me vas a castigar… snif
-
Tú te portaste mal, Dami, así que debo hacerlo. Pero no
tienes que tener miedo. Ya me vas conociendo y sabes que no soy muy duro.
Volvió a asomarse y me miró con algo que se parecía
demasiado a un puchero como para pertenecer al rostro de un chico de once años.
-
¿No usarás la paleta?
-
Claro que no, y menos por algo así.
-
¿La regla? – siguió preguntando.
-
Tampoco.
-
¿El cinturón?
-
¿Te han pegado con un cinturón? – me extrañé. No era lo más
usual en un colegio, aunque tampoco estaba prohibido.
-
Mi padre.
Decidí ser sincero con él, porque la sinceridad es la
mejor estrategia para tranquilizar a un niño, incluso aunque lo que le digas no
le guste: prefieren saber a qué atenerse.
-
No castigo con el cinturón ni con la paleta a niños de tu edad,
Dami. A partir de catorce años, por cosas realmente graves, podría
planteármelo. Con vosotros usaré solo mi mano. En ocasiones excepcionales, tal
vez la regla o un cepillo, pero esta no es una de esas.
Damián me sorprendió entonces al
levantarse y darme un abrazo inesperado. Poco a poco, su calidez caló dentro de
mí y correspondí al gesto. Iván, su temido “señor López”, había sido muy duro
con él en el pasado reciente, así que era normal que estuviera asustado,
sabiendo que se había metido en líos. Yo no necesitaba que el niño temblara de
miedo, más bien necesitaba justo lo contrario.
-
¿Le vas a pedir perdón a Benja y a Lucas? – le pregunté y le
noté asentir, todavía sin separarse. – Buen chico. Ahora ponte de pie, Dami.
Me obedeció, y se frotó los ojos. Agarré sus manos
suavemente.
-
Túmbate en mis rodillas – le pedí, pero mientras lo decía, ya
lo estaba haciendo yo por él.
Le sujeté bien por la cintura y decidí no hacerle
esperar más.
PLAS PLAS PLAS… ai… PLAS PLAS… au… PLAS PLAS PLAS…
snif… PLAS PLAS… BWAAAA
Su
llanto sonó como el de un niño pequeño más que como el de un muchacho de su
edad. Me dio mucha ternura. Estaba acostumbrado a que muchos chicos se volvieran
más jóvenes en el momento de un castigo, sacaba su parte vulnerable, pero
Damián ya era vulnerable de por sí, así que en ese momento directamente parecía
una bolita indefensa.
-
Shhhh, ya está. Tranquilo. Lo has hecho muy bien. Ya terminó.
Le
levanté con movimientos lentos y él volvió a frotarse los ojos. Sorbió por la
nariz y se giró hasta quedar mirando a la estantería. Tardé unos instantes en
comprender lo que estaba haciendo.
-
No, Dami, no tienes que quedarte de cara a la pared.
-
Snif… ¿y entonces qué hago?
-
Vienes aquí y me das un abrazo – le dije. No esperé a que me
respondiera y tiré de él.
-
No ha sido tan malo – susurró.
-
¿Ah, no? ¿Repetimos? – bromeé.
Negó fervientemente con la cabeza y apretó el agarre.
-
Ya me parecía. Nunca te haré daño, Dami, pero no quiero más
escenas como la del jardín, ¿bueno?
-
Sí, señor, nunca más.
-
Víctor, pequeño – corregí, y le revolví el pelo.
Yo solía encariñarme rápido con la gente, en especial
con mis alumnos, pero en aquel lugar era diferente. Todo tenía un aire más… permanente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario