lunes, 31 de marzo de 2014

CAPÍTULO 30: EL PADRE Y EL HOMBRE



CAPÍTULO 30:  EL PADRE Y EL HOMBRE


Me pasé aquella tarde tratando de averiguar el secreto de Fred. Tal vez por el hecho de que todos parecían saberlo menos yo o porque realmente no me había creído ni una palabra respecto a la caída, tenía un mal presentimiento. Busqué pistas entre mis recuerdos y lo cierto es que tenía algunas ideas de cuál podía ser el problema, pero ninguna de ellas me gustaba demasiado.

Intenté llamar a Fred varias veces, pero debía de tener el móvil de adorno porque no lo cogió. O eso o estaba algo mosqueado porque me hubiera puesto celoso sin motivos. Decidí llamarle al fijo, y para ello tuve que esperar a que Maddie dejara de monopolizar el nuestro, porque llamar de móvil a fijo me hubiera salido por un pastón.

Cuando por fin la línea estuvo libre, me llevé el teléfono a la cocina huyendo de los gritos de Kurt y Hannah, que jugaban a algo parecido a indios y vaqueros. Papá estaba allí preparando lo que parecía la comida de un regimiento entero. Para no pasarse el día cocinando Aidan solía preparar dos o tres comidas de una vez; es decir que allí probablemente estuviera la merienda, la cena, y la comida del día siguiente.  Le indiqué por gestos que iba a hablar por teléfono, me senté en la encimera, y marqué el número.

Lo cogieron al quinto toque, cuando ya casi iba a colgar.

-         ¿Dígame? – dijo una voz profunda, de hombre. Fred la tenía mucho más aguda. Tal vez aquello no había sido una buena idea… Por alguna razón aquella voz me imponía mucho…

-         Hola… ¿puede ponerse Fred, por favor?

-         ¿Quién le llama?

-         Ted.

-         ¿Ted quién?

-         Ted Whitemore… un amigo del colegio. – respondí, frotándome el brazo con algo de timidez, casi como si tuviera a ese hombre delante en vez de en el aparato.

-         Ahora no puede ponerse. – respondió al cabo de un rato, pero por el hecho de que tardara en decirlo deduje que en realidad se lo había preguntado, y Fred había dicho que no quería hablar.

-         Bueno…. Dígale que… que mañana si quiere puedo ir a recogerle para ir a clase. En mi coche sobra una plaza y aunque lo que se rompió fue el brazo y no la pierna pues…. Con la escayola…. Llevar la mochila y eso…

-         Es muy amable de tu parte, Ted, pero puedo llevarle yo. Le diré que has llamado.

-         Vale….gracias… adiós…. –colgué y  tiré el teléfono sobre la encimera.

En realidad dudaba que Fred estuviera molesto conmigo. No le había visto enfadarse nunca, ni siquiera cuando me olvidé de su cumpleaños (si, lo sé, soy idiota)… Más bien creía que me estaba esquivando, pero yo no iba a rendirme hasta que me lo contara. Después de todo, ya se lo había dicho a Mike.

-         Ted, las cosas no se tiran. – me reprochó Aidan - Coge el teléfono y déjalo en su sitio.

Gruñí y no me moví de la encimera. Papá alzó una ceja y yo me levanté para dejar el teléfono en el salón. Él se limpió las manos y me siguió.

-         Tú y yo tenemos una conversación pendiente, me parece.

-         Oh, vamos papá, ¡lo he dejado! Está ahí, en su sitio ¿lo ves?


Se lo conté, sin omitir la parte en la que no me creía la historia de Fred.

-         ¿Y ahora le llamaste a él? – preguntó y asentí. - ¿Qué crees que es lo que no te cuenta?

-         Pueden ser muchas cosas… pero estamos hablando de Fred…. Así que descarto el que de repente le haya dado por practicar deportes de riesgo… No creo que esos golpes se deban a un accidente.

-         En cualquier caso, ¿qué tiene eso que ver con Agustina?

-         Eso es lo que no sé – admití – Dijo….dijo que iban al mismo psicólogo.

-         Ted – dijo papá. No me llamó Theodore pero fue el mismo efecto – Esto parece serio. No creo que sea algo que debáis hablar por teléfono, pero desde luego tienes que hablar con ese chico. Si algo malo le está pasando…

-         ¿Le ayudarás?

-         ¡Por supuesto que sí! – respondió, casi indignado porque lo dudara. Se acercó a mí y me abrazó. – Pero de momento no te preocupes ¿de acuerdo? Hasta ahora sólo sabes que tiene algunas lesiones y que va al psicólogo. No hay por qué pensar mal ni sobreinterpretar las cosas….

Pese a todo, pude ver que Aidan no se creía sus propias palabras. Que él sospechaba tanto como yo. Pero ninguno quería decir esas sospechas en voz alta.



-         Aidan´s POV –

Intenté que Ted no notara lo mucho que me preocupó lo que me dijo sobre Fred. No sé cómo funciona para otros padres. Es decir, uno ya tiene bastante con sus propios hijos, y más cuando son doce… Pero yo no podía ignorar el hecho de que un crío podía estar sufriendo.

“¿Y si de verdad alguien le ha roto el brazo?” pensé, pero no pude responderme. Supongo que nadie sabe cómo reaccionar a algunas situaciones hasta que ocurren.

Me decidí a distraer a mi hijo hasta que averiguáramos algo más.

-         Así que… la chica tiene  genio ¿eh? – le pregunté, y Ted me miró como si estuviera loco – Vamos, no me mires así: sabes a qué me refiero. Si te soy sincero esperaba conocer a Agustina en alguna cena, o algo así, y que mi primera imagen de ella no fuera cruzándote la cara.

Intenté hablar con desenfado, pero lo cierto es que me enfurecía que tocaran a Ted…

-         Yo me pasé en lo que la dije… - admitió él – Insinué que se buscaba chicos de reserva y que salía con uno mientras estaba con otro.

-         ¿Y lo hace?

-         No, ahora estoy seguro de que no. Pero antes no lo sabía. Yo… les escuché hablar a ella y a Fred y… entendí mal. Y no me vengas con que eso me pasa por escuchar a escondidas, porque ya lo sé.

-         Bueno, pues si ya lo sabes, recuérdalo para otra vez.  Siempre has sido muy… desconfiado. Tal vez quieras hacer las cosas de otra manera si quieres salir con esa chica.

-         ¿Desde cuánto te has vuelto mi consejero sentimental? – me preguntó.

-         Viene el pack de ser tu padre – repliqué, y le revolví el pelo, o lo hubiera hecho si lo hubiera tenido un poco más largo. Me gustaba el tacto, era diferente al de Michael, pero es que Michael parecía tener más de raza negra… Ted era algo menos oscuro.

Ted sonrió y se “robó” una galleta, como cuando era más pequeño y hacía eso “sin que yo le viese”.

-         Luego tendrás caries, ya verás. – le regañé  y algo hizo clic en mi cerebro - ¡Eso me recuerda que mañana tenemos cita con el dentista! Dios mío, casi se me olvida.  Todos tenéis cita con el dentista  y a Barie quiero llevarla al ginecólogo, Dylan tiene cita con su doctor y quiero que le hagan un chequeo entero a Michael.

-         Bufff, pues no te va a dar el día – me dijo Ted – Mejor dejamos mi visita al dentista para otra ocasión y tienes más tiempo – probó. Era gracioso ver cómo intentaba por todos los medios  librarse de ir a que le revisaran la boca…. En general no le gustaba ir al médico, pero el dentista era su enemigo particular.

-         Me las apañaré – le dije sonriendo, pero luego me puse serio un momento – Voy a tener una agenda muy complicada desde pasado mañana y por eso tiene que ser ahora. Y eso me lleva a otra cuestión: necesitamos a una niñera.

Ted se quedó muy callado. Sé que no era por el dentista… estaba pensativo. Tras un rato me miró a los ojos.

-         Ellos odian tener niñera y además… Harry y Zach dirán que son mayores para tener una. Si ellos lo dicen  Madie lo dirá también, y  Cole dirá lo que sea con tal de que no venga una desconocida a casa. Tal vez… ya sabes, tal vez sería mejor para todos si… dejas que Michael se encargue.

Le levanté la barbilla.

-         ¿Si dejo que tú te encargues, quieres decir? Ted, no puedo pedirte eso. Comienzan tus entrenamientos de natación, tienes que estudiar y sobretodo, tienes que tener  una vida. No puedo hacer que te ocupes de tus hermanos pequeños.

-         Mientras estoy en natación puede encargarse Alejandro.

-         Él empezará fútbol.

-         No los mismos días. Y luego vendrá Michael, y ya no son tan pequeños, y… promete al menos que lo pensarás.  Te saldría más barato. A mí no tendrías que pagarme. Aunque si quieres hacerlo, no me quejaré.

Me reí, y le miré bien. Sabía por qué Ted estaba haciendo aquello. El que más odiaba que viniera una niñera era él. Se lo tomaba como algo personal, y se pasaba el día discutiendo con las que venían,  criticando su forma de lidiar con mis hermanos.

-         Ya veremos – le dije, y fue mi última palabra por el momento.



- Ted´s POV -

Una de la madrugada. Si papá se enteraba que estaba despierto y llamando por teléfono a esa hora me metería en problemas, pero TENÍA que hablar con Fred. La incertidumbre me estaba matando. No me había concentrado en toda la tarde, mis ejercicios de inglés eran un chiste porque casi había terminado respondiendo a boleo, y no había hecho ninguna de mis tareas en casa. Aidan no me había dicho nada. Simplemente había lavado él la ropa y los platos sin siquiera pedirme que yo lo hiciera. Cuando me di cuenta me enfurecí conmigo mismo.

Encerrado en el baño con el móvil en la mano llamé un par de veces antes de conseguir que Fred me lo cogiera.

-         ¿S-sí?

-         ¿Fred? Fred, soy Ted.

-         Ahora…ahora no….n-no puedo…snif…hablar.

¿Estaba llorando? Escuché un sollozo. Vale, era evidente que estaba llorando. Desde los siete años no había visto llorar a ningún chico de mi edad. Es decir, todo eso de que los hombres no lloran, etc.  Creo que las chicas lo tienen más fácil en ese sentido. Si una chica llora, sabes que debes abrazarla, pero si lo hace un chico, ¿debes fingir que no le oyes? ¿Hablarle como si todo estuviera bien? ¿O consolarle y arriesgarte a avergonzarle?

-         Fred… ¿estás bien?

-         S-sí, perfectamente…

Ya. Y yo era mujer y me llamaba Campanilla.

- ¡FREDERICK! ¿DÓNDE COÑO ESTÁS? ¡NO HE TERMINADO DE HABLAR CONTIGO!

El grito se escuchó claramente, desde el otro lado del aparato. Oí un “cloc”. Creo que a Fred se le cayó el teléfono.

-         Pa…papá…

-         ¡NO QUIERO QUE LLAMEN AL TELÉFONO DE CASA, YA LO SABES! ¡PARA ESO TE COMPRÉ ESA MIERDA!

-         N…N-no pasará otra vez, de verdad.

-         Más te vale. ¿O es que quieres otra como la de ayer?

-         ¡No, señor!

Lo siguiente que escuché fue el pitido que indicaba que Fred había colgado. Me quedé con el móvil en la mano durante un rato, hasta que al final lo dejé caer. No sé cuánto tiempo pasó, pero creo que no me moví ni un milímetro por lo menos en media hora.

-         ¡Ted! ¡¿Estás ahí dentro?  - preguntó la voz de papá. Sonaba adormilado.

-         Sí.

-         ¿Te pasa algo? Cole dice que llevas un buen rato.

En vez de responderle, abrí la puerta del baño.

-         ¡Pero si aún no tienes el pijama! – exclamó, y vi que comenzaba a enfadarse. Le corté de un abrazo. - ¡Ted! ¿Qué ocurre?

Puso su mano en la parte de atrás de mi cabeza, y me acarició mientras me retenía contra él.

-         Por mi culpa… yo le llamé… le llamé a su casa…. Y a él no le gusta que lo hagan….

-         Ted, ¿de qué hablas?

-         A Fred…el brazo… se lo rompió su padre.

Noté que Aidan se tensaba mucho. Sus brazos a mi alrededor dejaron de ser protectores para convertirse en algo duro que bien podía ser un arma.

-         ¿Cómo lo sabes?

-         Le llamé… les… escuché hablar. Su padre gritaba mucho, y Fred tenía mucho miedo… y lloraba…

Y yo estaba a punto de llorar también. Papá tuvo que darse cuenta porque me dio un beso en la cabeza, y ni me lo limpié ni perdí el tiempo diciendo cosas como que ya no era un niño. Necesitaba mil como ese.

Durante un rato papá no dijo nada. Frotó mi espalda en la puerta de aquél baño por varios minutos, y cuando por fin habló, utilizó las palabras perfectas. Las únicas que podían hacerme sentir mejor en ese momento.

-         Te prometo que le ayudaremos. Mañana a la salida del colegio le dices que se venga a casa. Tantearemos el terreno y hablaremos con él.

-         ¿Y el dentista?

-         Tenemos hora a las seis, confío en que nos dé tiempo. Y si hay que dejarlo para otro día, pues se deja. Conozco un chico que se alegrará mucho por retrasar su cita con la camilla de la consulta. – dijo, tratando de hacerme sonreír. No lo consiguió, pero sí logró relajarme un poco.

A pesar de todas las circunstancias que rodeaban mi nacimiento, yo era muy afortunado por tener un padre como Aidan.

…………

No pude hacer lo que me dijo papá, porque Fred no fue a clase al día siguiente. La primera clase de ese día la tenía sólo con él, sin Mike, y era una buena ocasión para poder hablar a solas. Cuando comprendí que no iba a aparecer sentí hervir la sangre de furia y preocupación. Saqué el móvil con decisión, y justo en ese momento entró Agustina.

-         ¿No ha venido Fred? – preguntó.

-         No. – respondí, y seguí a lo mío con el teléfono.

-         ¿Qué haces?

-         Llamar a la policía. Ya sé lo que está pasando. Ayer le llamé y lo escuché. – dije, y di a marcar. Al segundo siguiente el móvil había desaparecido de mis manos, y estaba en las de Agustina - ¡Eh!

-         No puedes hacer eso.

-         Claro que puedo. Lo que no puedo es no hacer nada y quedarme callado cuando sé que…

-         Shhh – se llevó el dedo a los labios efusivamente y me señaló a la gente que nos rodeaba, y que, aunque estaba a lo suyo, podía llegar a escucharnos. Cogió mi brazo y me sacó de la clase. El profesor aún no había llegado, claro. – Tú no lo entiendes – me dijo, ya en el pasillo.

-         ¿Qué tengo que entender? ¡Su padre le rompió el brazo! – exclamé. El silencio de Agustina me confirmó que estaba en lo cierto, y que no había imaginado cosas. Me llevé las manos a la cabeza como si de pronto pesara mucho y tuviera que sujetármela. - ¡Dios Santo! Casi dos años siendo de sus mejores amigos y no lo sabía… Cuando faltaba a clase… ¿Era por estar enfermo o porque…porque…?

No podía decirlo en voz alta.

-         Por estar enfermo – me tranquilizó ella – Hacía mucho que esto no pasaba, Ted. De verdad. Fred y su padre están en tratamiento ¿vale? Están intentando… arreglarlo.

-         ¿Arreglar qué? ¡Que le maltrata, Agustina, joder! Le pegó un puñetazo y le rompió el brazo.

-         ¡No es así todo el tiempo! Fred le quiere, y su padre a él, sino no estaría intentando cambiar.

-         ¿Cambiar? ¡Por Dios, Agustina, no estamos hablando de un padre controlador, maniático o sobre protector, hablamos de un tipo que le pega palizas! ¡No hables como si fuera un pequeño defecto sin importancia!

-         ¡Te digo que lo están arreglando! ¡El tratamiento funciona! ¡De verdad! – insistió. A decir verdad ella parecía desesperada.

-         ¡Sí, ya lo veo! ¡Por eso Fred no está aquí hoy! ¡Y a lo mejor mañana aparece con un ojo morado! ¡Si es que aparece!  - bufé, y le arrebaté mi móvil de las manos.

-         ¡Por favor, no llames a la policía! Espera al menos hasta hablar con él… por favor…. Le harás daño…. No te lo perdonará…..¡es su padre!

-         ¡Ya he esperado demasiado! ¡Ayer no quería creerlo, y me he pasado toda la noche negándomelo a mí mismo! ¡A mi padre le ha faltado poco para coger el coche y plantarse en casa de Fred a las tres de la mañana!

-         ¡Tu padre! – dijo ella, como si se le hubiera encendido una bombilla - ¡Eso es! ¿Qué harías tú si fuera tu padre? ¿Y si cometiera un… un error…y…?

-         ¡Aidan jamás haría eso! ¡Y no estamos hablando de un error, Agustina!

-         ¿Y si fuera Aidan? – insistió - ¿Le denunciarías? ¿O tratarías de que cambiara? ¿Acaso no pondrías todas sus esperanzas en que se… se curara…y fuera un buen padre para ti?

Estuve a punto de gritar que no había nada que curar, que era un maldito desgraciado y no un enfermo, pero entonces una imagen se pasó por mi cerebro. La imagen de un mundo en el que Aidan estuviera en la cárcel, porque yo le hubiera denunciado. No podría. Jamás. Hiciera lo que hiciera. Como si descubría que se dedicaba a atracar bancos. Yo no podría denunciar a mi padre. Entendí el dilema de Fred en ese aspecto.

-         ¡Pero le golpea! – casi gimoteé.

-         Lo sé – gruñó. En ese momento ella parecía furiosa – Y si logras convencerle de mandarlo todo a la mierda seré la primera en estar de acuerdo, pero no lo hagas a sus espaldas. No llames a la policía por tu cuenta, porque no servirá de nada. Él no declarará en contra de su padre, no volverá a hablarte y a lo mejor le metes en problemas… con él.

Respiré hondo una vez. Y otra. Y otra más.

-         Esto no me gusta, Agustina. Si mañana Fred no está aquí llamaré a la policía, me da igual todo. Mentiré si es necesario. Diré que presencié cómo le pegaba y que Fred se niega a declarar por miedo, lo cual no termino de descartar que sea cierto.

-         ¡No le tiene miedo!

-         ¡No, claro que no, por eso estaba llorando cuando le llamé!

-         ¿Es que tú nunca lloras? – me desafió. Quise decirle que no, pero aparte de que no era cierto del todo, podía quedar como un burdo intento de fanfarroneo.

-         No así. No por teléfono. No a susurros, lleno de pánico. Si me cogió el móvil es porque estaba desesperado. En el fondo él quería ayuda.

-         ¿Sabes lo que le costó contárselo a Mike? ¿Lo que le costó tomar la decisión de contártelo a ti? Si traicionas su confianza le harás más daño que el que le hace él.

Eso me enfureció bastante. Iba a responderle un par de cosas que probablemente hubieran hecho que ella no quisiera saber más de mí nunca más, pero no tuve ocasión porque en ese momento llegó el profesor.

-         Ted, entra a clase. Agustina, que yo sepa la tuya ya ha empezado.

Ella se marchó y yo me quedé viendo cómo se iba, con el corazón en un puño. No entendía su actitud. Y, aunque ya parecía saber todo lo que era necesario ser sabido, seguía sintiendo que me estaba perdiendo algo. ¿Por qué sabía ella tantas cosas sobre Fred y su situación? ¿Qué habría querido decir con lo de que iban juntos al psicólogo?


- Michael´s POV -


Ted estaba raro. No sonreía, ni hacía bromas con los enanos, y el camino al colegio en su coche fue silencioso. Aidan también parecía serio cuando se despidió de los demás. Hasta ese momento no me di cuenta de que Ted era más alegre de lo que parecía. Es decir, no estaba riendo a todas horas, pero estaba animado en su forma de hablar y no…desganado, como aquél día. Vaya muermo.

Cuando dejamos a todos y Aidan me llevaba a la comisaría también reinaba el silencio. Puse la radio para llenar espacio y Aidan ni dijo nada ni me dedicó una mirada. Iba a salir corriendo cuando aparcó el coche, pero me agarró del brazo un momento. Llevaba una pequeña venda en la mano, que él se había empeñado en ponerme a raíz del martillazo.

-         ¿Aún tienes los papeles de la adopción? – me preguntó.  Los tenía bien guardados en un cajón, y cuando estaba a solas los sacaba para leerlos.

-         Sí.

-         No los firmes – dijo.

Sentí que me escocían los ojos. ¿Lo había pensado mejor? ¿Ya no quería que fuera su hijo? …. En fin, era lo normal.  Tenía muchos, demasiados, y yo sólo era un grano en el culo. Pero había sido tan bonito pensar que alguien quería que formara parte de su familia…

-         Va-vale.

-         No te obligaré a firmarlos si no quieres. No necesito unos papeles para llamarte hijo.

Respiré aliviado, sintiéndome feliz. Quise decirle que si quería firmarlos, pero que no podía. Que entonces Pistola pondría en marcha su plan, y le destrozaría la vida. Me mordí la lengua y no le respondí.

-         Hoy no volveré tan tarde – le dije. Greyson no tenía ningún plan para mí aquél día. Estaba lesionado, y no le era útil. Seguramente me enseñaría alguno de sus trucos de timador o perfeccionaría la personalidad que habíamos montado para Aidan. El problema  era que yo ya no sabía si estaba actuando o no…. Llevaba tanto tiempo midiendo mis palabras que ya no sabía cómo era el verdadero Michael Donahow. Greyson me había dicho que fuera un chico vulnerable, un adolescente perdido sin una guía…. Y yo me empezaba a creer que no necesitaba actuar para interpretar ese papel, porque así era yo por dentro.  Hasta que conocí a Aidan me había sentido perdido… y sólo.

-         Eso es genial – respondió Aidan. – Recuerda que te dije que quería que te viera el médico.

Bufé. Sí. Esa estupidez.

-         Estoy más sano que tú.

-         Probablemente. Pero no pasa nada por hacerse un chequeo ¿verdad?

Le gruñí. Mi corta experiencia me había enseñado que era mejor no discutir con él.

-         Aún no me has dicho qué es lo que haces exactamente para el oficial – me soltó, de pronto. La sorpresa me hizo toser un poco, para ganar tiempo. No tenía la respuesta preparada y tenía que ser cuidadoso con lo que le decía.

-         Mmm. Soy su mascota, ya sabes. Él dice salta y yo obedezco – farfullé. Eso sonaba bastante a adolescente malhumarado y casualmente era la más pura verdad, así que Aidan lo aceptó y rodó los ojos.

-         Deberías estarle agradecido. Gracias a él no estás en la cárcel.

¡JA! ¡Gracias a él me metieron ahí en primer lugar!

-         No, gracias a él no. Gracias a ti.  – le respondí. Aidan sonrió y me dio un abrazo. Cuando hacía eso me sentía seguro… Tenía ganas de que no me soltara nunca, porque nada malo podía pasarme mientras estuviera así.  Greyson no tenía poder sobre mí cuando estaba en los brazos de…de mi padre.

-         Está bien, ahora vete. No quiero que llegues tarde por mi culpa – dijo, con un suspiro. Salí del coche, y me fije en que volvía a tener esa cara seria que llevaba puesta desde que nos levantamos. Me aosmé por la ventanilla del coche.

-         ¿Ocurre algo?  Pareces…preocupado.

Me sentí tonto por preguntar. ¿Por qué habría de contármelo precisamente a mí? Pero, una vez más, me sorprendió.

-         Aún no conoces a los amigos de Ted ¿verdad? Son buenos chicos. Uno de ellos tiene problemas.

-         ¿Te preocupas por un chico que no es hijo tuyo? – pregunté, con incredulidad.

-         No puedo permitir que le hagan daño si está en mi mano impedirlo.

-         ¿Y está en tu mano?

-         Tal vez. Es lo que quiero averiguar hoy.  Ted va a traerle a casa.

Me quedé pensativo un segundo.

-         ¿Sabes Aidan? No debería decirte esto, porque si me das la razón podrías decidir mandarme a la mierda, pero no deberías pretender ser el salvador de todo el mundo. Si no, al final necesitarás que te salven a ti.

Aidan me miró fijamente.

-         A mí me salváis vosotros, todos los días. Y habla bien, Michael.

Rodé los ojos, pero me sentí encantado por eso que dijo. Me gustaba especialmente como sonaba el “vosotros”. Ya no era yo contra el mundo….

… pero seguía siendo yo contra Greyson. Cuando Aidan por fin se fue, entré en la estación de policía y me preparé para lo que viniera.  Él me abordó casi desde la puerta.

-         ¿Y bien?  - me espetó.

-         ¿Y bien qué?

-         ¿Firmaste los papeles? ¿Te adoptó?

-         Aún no me los dio – le mentí – Tal vez se haya echado atrás.

Él me había enseñado a mentir así de bien… Tan bien que el alumno engañaba al maestro.

-         Tienes que conseguir que te adopte – me dijo – Ese dinero tiene que ser mío.
Sonaba algo desesperado. Greyson tenía varias apuestas pendientes, con tipos importantes…De esos que sino tienes su dinero, te rompen las piernas. No sabía de cuánto tiempo disponía, pero no debía de ser mucho a juzgar por su impaciencia.


-         Aidan´s POV –


Llegué más pronto de lo normal a la puerta del colegio, pero aun así la clase de Zach y Harry ya había salido. Si al final íbamos al médico ese día, conseguir que Zach se dejara examinar los dientes era todo un reto. Era casi peor que ponerle una vacuna a Kurt. Por suerte, para eso aún faltaban unas semanas.

Mis hijos fueron saliendo poco a poco, y las últimas clases fueron la de Ted y la de Cole. Nadie venía con Ted. Ni rastro del chico rubio y delgado por el que mi hijo,  y por extensión yo, estaba tan preocupado.

-         ¿Y Fred? – le pregunté, cuando llegó junto a nosotros.

-         Hoy no vino.

Fruncí el ceño. No me gustó nada cómo sonó aquello.

-         ¿Quieres que vayamos a su casa? – le pregunté, y vi que se lo pensaba mucho. Al final suspiró.

- No. He prometido esperar hasta mañana para…hacer algo drástico. Además eso podría meterle en más
problemas.

-         ¿Algo drástico como qué?

-         Como llamar a la policía.

-         ¿La policía? ¿Por qué? – preguntó Hannah, que debía de haber estado escuchando.

-         Por nada, cariño…

-         ¿Alguien ha sido malo? – insistió ella.

-         Sí, tú, porque no me has saludado – protestó Ted, para distraerla. Hannah sonrió y se colgó de su cuello.

-         Hola.  :D

-         Ah, eso está mucho mejor.

-         Papi, ¿podemos comprar chocolate? – pidió Kurt.

-         Eso es, para ir al dentista con caries recientitas ¿no? – comenté, y sonreí, pero saqué la cartera. Le di el dinero a Ted para que fuera con ellos, mientras yo guardaba las mochilas en el maletero – Compra de las que puede comer Hannah.


-         Alice´s POV –


El señor de la bata no me gustaba nada, nadita, nada. ¡Siempre qué íbamos a ese sitio alguien terminaba pinchándome como si quisieran hacer un agujero en mi bracito o en mi culito! ¡Y sino me mandaban “midicinas” que sabían muy muy mal! Es más… siempre que iba ahí estaba malita…¡pero ese día me encontraba bien! Ahí alguien estaba haciendo trampa…

Papá decía que no era el médico de las vacunas, sino el médico de los dientes. Entonces qué, ¿iban a pincharme un dientecito? Ah, no señor, por ahí sí que no pasaba.

Estábamos en esa habitación donde hay juguetes y sillas y esperas a que el señor de la bata te llame, y yo sabía que se me acaba el tiempo para encontrar una forma de poner mis dientes a salvo. Vi mi oportunidad cuando papá dijo que se tenía que ir.

-         Ted, tenemos un problema. – dijo papá.

-         ¿Cuál?

-         Michael me ha escrito un mensaje: ya ha salido. Debería ir a por él, y llevarle al chequeo. El dentista va con media hora de retraso, enseguida va a ser la hora  de que Dylan vaya con su doctor, y tengo que ir con Barie a su cita. A éste ritmo van a coincidir todas las consultas a la vez.

-         ¡Ted no se viene conmigo! – dijo Barie, rápidamente. Algo parecía darle mucha vergüenza, pero no entendí el qué.

-         No, cariño, tranquila, contigo voy yo – dijo papá.

-         O sea… ¿qué yo me quedo con todos en el dentista? – preguntó Ted.

-         ¿Crees que puedas? Me daré toda la prisa posible.

-         Más te vale, porque como a Kurt le tengan que hacer otro E-M-P-A-S-T-E  soy hombre muerto…

Odiaba cuando Ted y papá hacían eso. Lo de deletrear. Así no entendía lo que estaban diciendo, aunque creo que eso es lo que querían. En cualquier caso, eso dejó de importar cuando papá se fue. Ted empezó a jugar con Kurt y Hannah y en cuanto vi que no me miraba, caminé hasta una puerta que había al otro lado de la habitación. Me metí ahí y me escondí tras una mesa. ¡Ahí nadie me iba a encontrar y ningún señor con bata iba a pinchar mi dientencito!


-         Aidan´s POV –

Los minutos pasaron en aquella sala de espera sin que llamaran a ninguno de mis hijos.

A veces yo parecía nuevo. La falta de tiempo me había podido, y había pedido todas las citas en el mismo día, cuando lo normal es que los médicos se retrasen. Fue como tentar a la suerte para que las horas coincidiesen, y justo eso fue lo que pasó. No quería dejarlo para el día siguiente porque a lo mejor estaba ocupado con lo de Fred. Intuía que el problema de ese chico era serio.

Por eso mismo me sentí mal al apoyarme (una vez más) en Ted. Él ya tenía demasiado encima… Pero yo, realmente, no me podía multiplicar. Le dejé a cargo de todos en la sala de espera del dentista, sabiendo que le estaba pidiendo demasiado. No era la primera vez que hacíamos eso, pero nunca en el dentista, y nunca cuando todos tenían cita. El propio Ted no se sentía muy cómodo allí, y le estaba pidiendo que se ocupara también de sus hermanos…

Ted hubiera podido ir a por Michael, pero no a la consulta de Dylan porque él se sentía más tranquilo si iba yo. Barie se moría antes que ir al ginecólogo con su hermano. Tampoco la hacía mucha gracia que yo la acompañara, y era en momentos como aquél cuando ella más añoraba una madre. Yo aprovechaba cada momento que tenía a solas con alguno, porque no eran muchos, así que mientras íbamos a por Michael, intenté hablar del tema con ella pero se cerraba en banda.

-         No te van a hacer nada más que unas pocas preguntas, y te van a explicar lo que no entiendas – decía yo, pero no obtenía respuesta. – Le tienes que decir al médico cuando te pusiste malita y…

-         No me puse malita, me vino la regla – cortó ella, en tono de “tengo doce años, no seis”.

-         Bueno…sí, eso. Tienes que decirle el día exacto, ¿lo recuerdas? Yo lo apunté, pero a él le gustará que hables tú…

-         ¿Será hombre?

-         No lo sé, cielo.

-         ¿Me va a ver desnuda?

Casi doy un volantazo ante esa pregunta.

-         ¿Qué? ¡No! ¡No, claro que no! No va a examinarte… Es sólo una consulta….

-         ¿Seguro?

-         Pues….eh… eso creo.

-         Crees, luego no lo sabes. Claro, tú nunca has ido al ginecólogo.

Guardé silencio por un rato. Me concentré en la carretera, y en los semáforos, y paré en la esquina en la que había quedado con Michael.

-         Sé que desearías que yo fuera mujer ahora… - murmuré.

Barie me miró con sus ojos grandes e hizo un esfuerzo por sonreírme.

-         ¿Qué dices? ¿Una mujer tan alta? Quita, darías mucho miedo.

Me reí, y pasé un brazo por sus hombros. Vi a Michael y toqué la bocina para que nos viera. Se acercó, y volvimos al hospital.

Tuvimos suerte, y atendieron a Michael nada más llegar. El médico familiar le hizo un expediente, le examinó la mano a ver si estaba curando bien, y le recetó más dosis de insulina, suficientes para varios meses. Michael prácticamente me echó durante el examen, pidiendo intimidad, y aunque me frustré no quise forzarle, y esperé a fuera con Barie.

Cuando terminamos con él,  le indiqué discretamente que se fuera con los demás, porque Barie no quería compañía. Fuimos a la planta de ginecología, y allí si tuvimos que esperar. Me sorprendí bastante cuando en la sala de espera vi a la periodista, la tal Holly, en compañía de una chica que no podía ser mucho mayor que Barie.

-         Buenas tardes – saludó ella, con los ojos algo abiertos por el asombro.

-         Hola – sonreí, y me senté justo enfrente. Y después, silencio. Aquello  fue algo incómodo.

Holly y la que debía ser su hija intercambiaron unos pocos susurros, pero Barie no decía nada. Tampoco jugaba con el móvil, y hacía más que mirar a una enorme pared blanca. La entró un tic en la pierna.

-         Bárbara, cielo, no estés nerviosa. – le dije. Ella me miró con ojos algo asustados. Me sentía tan inútil en aquella situación… 

Cogí su mano y la acaricié con suavidad, pero al poco rato el temblor de su pierna fue a peor.

-         Barie, cariño, tranquila. No pasa nada, ¿sí?

-         No quiero… papá, no necesito que me vea… no quiero…

-         Pero cariño, si no va a hacerte nada.

-         Pero no quiero, papi, no quiero…

No sabía qué hacer. Había cosas que yo no podía explicarle… Podía buscar información en internet, pero me sentía más seguro preguntándole a un médico. Precisamente porque Barie no tenía madre, era necesario que alguien le dijera las cosas en las que se tenía que fijar. Cuándo comenzaba su ciclo, qué cosas indicarían que algo va mal…

-         ¿Es su primera vez?  - preguntó entonces Holly. Nos miraba con simpatía y comprensión. Yo asentí ligeramente. Ella se levantó y se sentó al lado de Barie. Estiró la mano como para saludarle – Hola. Soy Holly.  Le hice una entrevista a tu padre.

-         Hola – respondió Barie, estrechando su mano.

-         ¿No conoces al doctor? – siguió Holly.

-         ¿Es doctor? ¿En masculino?  - preguntó Barie, aterrada.

-         Sí. Atiende a mi hija desde hace un par de años y a mí de toda la vida. Es un buen hombre, muy agradable.

Barie no respondió, se limitó a morderse el labio.

-         Asusta un poco ¿verdad? Todo eso de que haya un médico para cada parte del cuerpo. Te molestan los ojos, y vas al oculista. Te rompes un hueso, y vas al traumatólogo… te haces mujer, y te toca aquí. Podrían ponerse de acuerdo.

-         Después tengo dentista. – comentó Barie. Sorprendentemente la noté más relajada.

-         ¡Vaya! ¡Ginecólogo y dentista en un mismo día!  Pues yo le tendría más miedo al de los dientes ¿eh? Siempre te echan la bronca por que no te lavas los dientes lo suficiente…. ¡aun cuando lo haces después de cada comida!

-         ¡Si, eso es verdad! – secundó Barie - Y se empeñan en hacerte una limpieza….¡yo ya tengo los dientes limpios!

-         Supongo que quieren asegurarse de que todo funciona bien. Ey, y las chicas tenemos un tipo de médico sólo para nosotras. Debe ser porque saben que somos más importantes.

Barie soltó una risita tímida, y sentí que esa mujer la había hipnotizado, de alguna forma incomprensible. En ese momento salió una enfermera.

-         ¿Bárbara Whitemore? – llamó. Ella me miró, tragó saliva, y se levantó. Me sorprendió cuando en un arrebato le dio un abrazo a Holly, pero me sorprendí más cuando ella se lo devolvió. Luego se separaron y Barie volvió a mirarme, como para asegurarse de que iba con ella.


-         Barie´s POV –

Por alguna razón todas mis emociones solían tener su reflejo en mi estómago. Cuando estaba asustada o nerviosa las mariposas revoloteaban a placer y a veces hasta dudaba de que no fueran mariposas de verdad, porque llegaba a dolerme como si en serio hubiera algo dentro de mi cuerpo. Lo que llaman dolor psicosomático, sea lo que sea eso.

Cuando papá me dijo que me llevaría al ginecólogo, lo vi como algo bueno. Había muchas cosas que me daba apuro preguntarle a papá.  ¿Era un mito aquello de que el agua corta la regla? ¿Y sobre comer cosas ácidas? ¿Qué pasaba si no era regular? ¿Y si me pasaba como a una amiga, y me venía cuándo quería? ¿¡Cómo podría evitar que me bajara por sorpresa en medio de clase manchándome todo el pantalón!? ¿Qué me hubiera venido la regla significaba que ya no iba a crecer más? ¿Iba a quedarme así de bajita? ¿Era verdad que la menstruación ponía el pelo graso? ¿Iban a empezar a salirme granos como a las chicas que eran un poco más mayores que yo?

Y un larguíiiiiiiiisimo etcétera. Después de todo, lo que yo pudiera saber sobre el tema era gracias a lo que escuchaba de mis amigas, las cuales sentían cierta vergüenza a la hora de hablar de eso…. ¡y ahora las entendía!. No podía dejar de pensar en que era la única persona de mi casa que una vez al mes iba a sentir dolores, a ponerse emocional, y a sangrar. Por más que me repetía que era algo natural, me sentía como una especie de monstruo que cambia con la luna llena.

Sí, ir al ginecólogo tendría que haber servido para tranquilizarme un poco, pero lo cierto es que cuando finalmente estuve en aquella sala de espera con papá todo lo que quería hacer era salir corriendo. Es decir… ¡venga! ¿Por qué tenía que contarles mis intimidades a una desconocida o…desconocido? ¡Y que se fuera olvidando de verme desnuda! ¡Ningún ginecotonto me iba a examinar hasta que tuviera por lo menos veinte años, y un niño en la tripa! [Sí, con veinte años pensaba ser madre ya, no me miréis así…. ¡mi familia iba a ser tan grande como la de papá! Lo tenía todo planificado…]

Conforme pasaba el tiempo el alien que habitaba dentro de mi estómago se hacía más y más grande. Tenía ganas de morderme las uñas pero me forzaba a no hacerlo…. ¡Después de haber conseguido que papá me dejara usar esmalte no me las iba a estropear!. Eso me hizo pensar en otra cosa: ahora que ya era una “mujer”, papá me tenía que dejar maquillarme. A lo mejor salía algo bueno de todo aquello…

Cuando ya creía que no podía aguantar más y tras tratar de convencer a papá de que nos fuéramos, la mujer que estaba en frente se acercó a mí.  Yo solía ser educada con los desconocidos así que no dije nada aunque me sentí invadida.  Pero entonces estiró su mano y se presentó, y desde ese mismo momento comencé a olvidarme de que estaba nerviosa.

¿Qué tenía esa mujer? ¿Por qué sus palabras y su tono de voz me hacían sentir tan relajada? Me estaba hablando como si fuera algo más pequeña….¿acaso sabía que en el fondo me gustaba que me hablaran así o lo hacía por falta de práctica? Fue como si cogiera todo mi miedo y lo tirara a la basura. Eso era algo que hasta la fecha sólo había hecho papá. Cuando me llamaron para entrar, sentí que podía hacerlo.  Que podía entrar ahí y que no iba a pasar nada. Sentí el impulso de abrazarla, y lo hice. Luego me avergoncé un poco, pero el caso es que ella me lo devolvió, y ese gesto me dio ánimos.

-         ¿Quién es ella? – le susurré a papá, antes de entrar. Me había parecido entender que se conocían.

-         Ya te lo ha dicho, se llama Holly. Es periodista. Vino a casa, ¿te acuerdas?  Pero no llegó a entrar. Volvió hace un par de días y me hizo una entrevista.

-         ¿No la conoces de nada más?

-         No.

-         Pues deberías – le reproché. Estaba claro que papá necesitaba una novia, y para mí esa era la candidata ideal. Papá me miró sorprendido y luego soltó una carcajada, empujándome suavemente para que entrara. - …¿Puedes pasar conmigo? – le pedí, con un nudo en la garganta.

-         Iba a hacerlo de todas formas, no sé qué te pensabas – replicó, y me besó en la frente. Sonreí, consciente de que antes había sido un poco seca con él. Es difícil cuando tu padre es tu hermano y tú lo que quieres es una madre, pero supuse que Aidan no era un mal sustituto.

Entrasmos de una maldita vez y… no estuvo tan mal. Holly había tenido razón, era un hombre muy agradable y me explicó todo eso del ciclo menstrual mejor que mi profesor de Naturales. ¿Cómo era posible que entendiera mejor a un médico que a mi profesor?

Incluso hizo alguna broma, y en medio de todo eso, casi sin que me diera cuenta, respondió a todas mis preguntas. Al salir me estrechó la mano, al igual que había hecho Holly, y me dedicó una sonrisa.

-         Un placer conocerla, señorita.

Sonreí con algo de vergüenza y apreté su mano. Luego papá hizo lo mismo, y salimos. Nos cruzamos con Holly, porque era su turno, y ella me dedicó una sonrisa. Su hija también. Era algo más alta que yo, y rubia, muy bonita. No se parecía mucho a su madre, pero había algo en sus rasgos, no sabía bien qué, que delataba su parentesco. Tampoco me pasó inadvertida la sonrisa que papá les devolvió. No era su sonrisa diplomática, ni su sonrisa cortés. Era el gesto cálido que solía dedicarnos a nosotros.

En mi cabeza empecé a fraguar planes. Papá con novia igual Holly más niña rubia. Sonaba bien para mí. Tenía que conseguir que sonara bien para Maddie y tendríamos, oficialmente, un plan para conseguir que papá dejara de ser soltero.

-         Aidan´s POV –

Creo que mi niña a veces no era consciente de lo adorable que resultaba.  Estuve callado mientras ella hablaba con el médico, y observé la forma en la que se apartaba el pelo de la cara, sus sonrisas tímidas, sus preguntas algo infantiles… Esa niña era mi debilidad. Era más fuerte de lo que parecía, pero su aspecto frágil y vulnerable hacía que yo me sintiera siempre dispuesto a defenderla.

No tuve nada de qué defenderla, sin embargo, porque el médico resultó ser muy agradable y además se limitaron a hablar únicamente. El mayor miedo de Barie con respecto a aquella visita, que era que la examinaran, no tuvo lugar.

Al salir de allí nos dirigimos a la planta de abajo. Me tocaba ir a por Dylan y llevarle con su doctor y de paso vería qué tal le estaba yendo a Ted. Mientras bajábamos las escaleras (antes muerto que subirme a un ascensor) mi mente cobró vida propia y rescató la imagen de Holly. No sabía que tuviera hijos también, pero claro, es que no sabía muchas cosas de ella…. Me pregunté qué hacía pensando en aquella mujer, y al mismo tiempo no podía dejar de hacerlo. Holly había hecho lo único que puede hacer que yo me fije en una persona: caerle bien a mis hijos. O a una de ellos, al menos.

No me avergüenza decir que soy un desastre para las relaciones sociales. No se me da bien hacer amigos, supongo que porque nunca tengo tiempo para salir ni hacer nada que no incluya niños de por medio.  Las pocas personas que se encontraban en mi círculo social eran aquellas que no tenían problemas en pasar tiempo con mis hijos, o en hacer actividades infantiles. Holly parecía cumplir esa regla. Tal vez era demasiado pronto para decirlo, pero quizá podía tener una nueva amiga. Amiga, y nada más, porque ella estaba casada.

A quién quería engañar, esa mujer me gustaba. Me atraía hasta físicamente, y eso que no cumplía con el canon de mujer atractiva.  Era mejor que me alejara de ella todo lo posible, ahora que aún estaba a tiempo. Ella tenía un marido y yo… bueno, yo tenía a mis hijos. Fin de la discusión.

Probablemente no hubiera sido el fin. Probablemente hubiera seguido torturándome con aquellos pensamientos que no conducían a ninguna parte, de no ser porque llegué a la habitación donde había dejado a los demás. Y sus caras delataban que había pasado algo.


-         Ted´s POV –

Si las personas pudieran elegir cómo morir, estoy seguro de que nadie escogería la modalidad de ser asesinado por su propio padre. En esos momentos yo me debatía entre eso, o la opción de matarme yo mismo, aunque nunca me había considerado capaz de suicidarme.

¿Cómo había podido perder a Alice? Había estado justo ahí, en la zona de los juguetes… La había buscado por todos lados, en el baño, en el pasillo… pero no aparecía.

Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba perdida. Me di cuenta de que no estaba cuando vino Michael y Hannah pasó olímpicamente de mí para retomar su acoso habitual hacia mi hermano mayor. Al no tener que jugar con ella eché un vistazo a los demás, y me di cuenta de que faltaba Alice. Para colmo empezaron a llamar a mis hermanos para que entraran, pero  lo ignoré, porque  encontrar a Alice era mi prioridad entonces. Tras desesperarme un rato le pedí a Michael que diera un aviso en recepción, por si alguien la veía y poco después de que él se fuera vi llegar a Aidan y a Barie.

-         Papá, sé que vas a matarme, pero a lo mejor te ahorro el trabajo y me muero yo antes…- le dije.

-         ¿Qué ocurre? – preguntó, pero luego la práctica le hizo darse cuenta con un vistazo de que no estábamos todos - ¿Dónde está Alice? ¿Y Michael?

-         Michael  ha ido a recepción… y Alice…Alice no está, papá.

-         ¿Qué quiere decir que no está?

-         Que… no sé dónde se ha metido. No me he movido de aquí, de verdad, pero  la he perdido de vista y….

-         Eso ahora no importa. Tenemos que encontrarla. – dijo papá, casi con rabia. - ¡ALICE! – gritó, con esa voz suya de mil gigantes.

-         Papá, que estamos en un hospital…  - le recordé.

-         ¡Me importa un rábano! – me aseguró, y empezó a recorrer el pasillo. - ¡Aliceee! ¡ALICE!

Fruto de su grito, varias personas abrieron las puertas de las salas de los alrededores… Entre ellas una doctora que llevaba a mi hermanita en brazos. Si llego a saberlo lo hago yo antes. Corrí hacia ella antes que papá, porque yo me había asustado más que él. Me había ahogado en un vaso de agua, buscándola durante más de cuarenta minutos.

-         Aquí estás…¿por qué te fuiste? ¿Estás bien? ¿Dónde estabas?

-         La encontré debajo de mi mesa hará cinco minutos –  comentó la doctora, con una sonrisa. – Mi consulta estaba vacía y ella debió verlo como un buen lugar para jugar.

-         Sabes que no puedes irte donde yo no te vea – la regañé, sin dejar de abrazarla.

-         Teeed. Me aplastaaaas.

-         Te aguantas. Me he asustado mucho. – la di un beso en la frente y la miré bien, como si esperara encontrar alguna herida.

-         Mira, la “dotora” me ha dado esto para que pinte – me enseñó un puñado de lápices que sujetaba con su manita. No parecía  entender el miedo que yo había pasado.

Papá se acercó entonces y la tomó él en brazos con delicadeza. Alice le miró con una sonrisa pícara, con esa expresión que ponía cuando había hecho alguna travesura. Generalmente papá  le sonreía de vuelta cuando ponía esa carita tentadora, pero aquella vez la miró con el ceño fruncido.

-         ¿Te parece bonito darle ese susto a Ted? – la preguntó. Alice borró su sonrisa, percibiendo que papá estaba enfadado con ella.

-         Yo no quería “sustarle”…

-         ¿Y por qué te fuiste? – siguió papá.

-         ¡No quería que pincharan mi dientecito! – protestó, con un puchero, no sé si ante la perspectiva de que la pincharan o porque entendió que estaba en problemas.

Una vez seguro de que no la había pasado nada,  me propuse defenderla de papá. Después de todo era mi hermanita, y no había llegado a pasar nada.

-         Nadie te va a pinchar el dientecito, Alice. El médico de los dientes no pincha. – la expliqué. Bueno, cuando pone anestesias sí, pero a ella no iban a hacerle eso.  Sólo era una revisión. Ni siquiera se le habían caído los dientes de leche todavía.

-         ¿De verdad?

-         De verdad. Además, se nos ha pasado la hora…

-         ¿No habéis entrado? – preguntó papá, y yo negué con la cabeza.

Él suspiró. Su plan de quitarse todos los médicos en un día se había frustrado.  No iba a estar mucho por casa en los próximos días, y lo iba a tener complicado. Con tristeza pensé que ya no me dejaría a cargo de mis hermanos. Buscaría a una niñera, porque no se fiaría de mí después de perder a Alice.

-         Supongo que nos vamos a casa, entonces – dijo papá, mirando el reloj. Eran las ocho menos cuarto y el horario de consulta acababa a las ocho y media. No tenía sentido pretender que el dentista nos viera a todos en ese tiempo.

-         Bieeeeeeen  - exclamó Alice, sin poder contenerse.

-         Tú estás en un buen lío, señorita. – dijo papá, acabando con su euforia.  Yo abrí la boca, pero volví a cerrarla ante la mirada de Aidan. – No la defiendas porque sabes que tengo razón. Alguien podría habérsela llevado.

Refunfuñé. Odiaba cuando papá  tenía razón.

-         Aidan´s POV –

Yo no me había asustado ni de lejos tanto como Ted, quizá porque apenas había tenido tiempo de alterarme. Normalmente yo habría tenido la misma prudencia tímida que él, de no gritar en un hospital, pero no cuando se trataba de alguno de mis hijos.

Por lo que supe después, Alice había oído a Ted buscándola, pero no había querido salir. Para mi pequeña todo había sido una aventura divertida con la que buscaba librarse del dentista, pero no podía desaparecerse así. Era peligroso.

Al final la pitufa se había salido con la suya y no había dentista para nadie. Atender a doce personas lleva su tiempo, y teníamos hora desde las seis, pero entre el retraso del médico y la fuga de Alice iban a dar las ocho. A eso le llamaba yo una tarde infructuosa.

-         Voy a ir con Dylan a su médico, tenemos cita a última hora y nos da tiempo – anuncié. – Quiero que todo el mundo se porte bien, obedezca a Ted y a Michael y no se separe de ellos, ¿queda claro?

Esperé a que asintieran, y suspiré.

-         Kurt, ¿se te sigue moviendo el diente, campeón? – le pregunté, y él asintió. Hannah y él estaban cambiado los dientes de leche, pero los de Kurt a veces daban problemas, porque tenía más dientes de los habituales y no se reacomodaban bien. – Creo que da tiempo a que entre uno de vosotros. Ted entra con él ¿vale?

Él asintió. Me miraba algo triste, creo que esperando que estuviera enfadado con él. Le sonreí para demostrarle que no, pero no sé si terminó de creérselo. 

Me fui con Dylan, que iba de bastante buena gana porque en el psicólogo le hacían pintar y le hacían juegos mentales que le encantaban.  Para él era algo divertido.

Ese día le pusieron un vídeo corto, y luego le hicieron preguntas sobre  el mismo. El doctor anotó sus respuestas y luego una enfermera se le llevó a jugar  a un rinconcito, mientras yo hablaba con el médico. No solían hacer eso. No solían apartarle para hablar conmigo. Me preocupé.

-         ¿Ocurre algo?

-         Dylan ha hecho grandes progresos – me comentó el doctor – Está desarrollando su sentido de la empatía. Además tartamudea menos, aunque sigue costándole un poco comunicar ideas.

-         Entonces, ¿no pasa nada malo? – quise asegurarme, mucho más relajado.

-         Al contrario, señor Whitemore. El entorno de Dylan es realmente favorable para su desarrollo. Tantos hermanos le ayudan a ser más sociable.

Sonreí. El doctor me hizo algunas preguntas a mí y volvió a decirme que veía a Dylan muy bien. Cosas como esas me alegraban la vida. Salí de allí mucho más contento de lo que entré, y mi niño estaba feliz porque le habían regalado una chocolatina.

-         ¿Me porté bien? – me preguntó. Me lo comía :3

-         Muy bien, Dylan.

-         No s-supe hacer uno de los p-puzzles  - gimoteó. Eso le frustraba mucho. Solía pensar además que la gente se iba a enfadar con él si hacía las cosas mal.

-         No pasa nada, campeón. Algunos son muy difíciles. Papá no sabe hacer ni uno ¿sabes?

Él me sonrió, y para mí esa sonrisa era un progreso mayor que mil puzzles.  Él médico tenía razón, de un tiempo a esta parte podía comunicarme mejor con Dylan.

Volvimos con los demás… y me encontré una batalla campal.

-         ¡Que nooo! – chillaba Kurt, en plena pataleta.

-         Kurt, que la pidas perdón. No es tan difícil – le decía Ted.

-         ¡Calla, tonto!

-         Muy bien, pues me quedo con esto hasta que te disculpes – declaró Ted, quitándole la pizarrita con la que Kurt estaba jugando.

-         Es que….bwaaa…..ella….bwaaaa….ella me quitó mi jugueteeeeee – protestó mi bebé, señalando a su melliza. Iba a intervenir, pero sentí curiosidad por ver cómo Ted arreglaba aquello.

-         No es tuyo, peque, es del hospital… Pero si tú estabas jugando con él no está bien que ella te lo quitara.

-         ¡Lo ves! – exclamó Kurt, como diciendo “si yo tenía razón, malo”.

-         Pero está peor que tú la empujes, Kurt. ¿Por qué no jugáis los dos juntos y ya? – propuso Ted.

-         ¡No quiero! – dijeron Hannah y Kurt a la vez, cruzándose de brazos con sincronización perfecta.

-         Vamos, enanos, no seáis cabezotas…. Daros un abrazo y seguid jugando, ¿sí? – insistió Ted, tratando de acercarlos el uno al otro.

-         ¡No! – chillaron, y de nuevo sincronizados, los dos le soltaron a Ted una patada en cada espinilla.

-         ¡Au! ¡Jolines!

-         Pero bueno – intervine, porque eso ya sí que no me gustó nada. - ¿Qué es eso de pegar a vuestro hermano mayor?

-         ¡Papá! – gritó Hannah, y corrió hacia mí. – Es que….¡él nos pegó primero! – mintió. Supe que mentía porque lo había visto y porque la falta de práctica la hacía mentir bastante mal.

-         ¿Ah sí?

-         ¡Sí! ¿A que sí Kurt? – insistió Hannah. Kurt miró a su hermana algo inseguro, y luego a mí, pero después miró a Ted, que se frotaba la pierna, y se decidió.

-         ¡Sii! ¡Me pegó porque lloré en el dentista!

-         ¡Eso no es verdad!  ¡Papá, le di un abrazo e intenté consolarle, no le puse un dedo encima!

-         Tranquilo Ted, lo sé. -  le garanticé, y miré a Kurt seriamente. – Kurt, tú sabes que eso no es cierto.

El enano se mordió el labio y sus ojos, que ya estaban húmedos de antes, empezaron a derramar lágrimas.

-         Pero… pero… me obligó a entrar.

-         Porque yo le dije que tenías que ver al dentista. Te obligó a entrar porque tenías que hacerlo. – le regañé. Me dio algo de pena verle llorar así y me acerqué a él para limpiarle la cara. Sólo estaba rabioso por haber ido al dentista, por eso había peleado con su hermana y luego se había unido con ella contra Ted. - ¿Te hizo daño el doctor?

-         Le movió el diente que se le cae – me explicó Ted – Lloró un poquito.

-         ¡Él me dijo que no iba a doler, y dolió! ¡Y tú no estabas! ¡Malo! – me acusó, y me sentí terriblemente mal, como siempre que alguno de ellos me necesitaba y yo no estaba ahí. Le abracé.

-         Lo siento, campeón. Estaba con tu hermano…. Pero te dejé con Ted, que es muy bueno ¿mm? Con lo que él te quiere…. Y tú le has pegado y le has acusado para que yo me enfade con él.

Kurt empezó a llorar muy fuerte, y Hannah se contagió y vino corriendo hacia mí.

-         He dicho una mentira – gimoteó, casi como si me estuviera informando de algo que yo no supiera. 

-         ¿Y por qué hiciste eso? – pregunté, acariciándola el pelo.

-         Porque… porque… estabas enfadado…

-         Le pegaste a Ted. Sabes que eso está muy feo. También está muy feo que me mientas, y todo por librarte un castigo, ¿ehm?

-         ¿Me vas a hacer pampam? – me preguntó. Creo que usó las palabras de Alice a propósito, para parecer más pequeña. Qué pronto había aprendido esa enana a tocar las teclas correctas para poder con mi enfado. Pero yo tenía que fingir un poquito.

-         Me parece que pegar a Ted y mentir a papá se merece un buen castigo – dije, haciéndome el duro. Ella puso un puchero. Iba a quitarme la máscara de falso enfado, cuando Michael intervino.

-         No seas mala persona, joder. Mira cómo está llorando. Han estado aquí aburridos toda la tarde, ha sido un record que se portaran bien hasta ahora.

-         Michael, esa boca – regañé con suavidad. Me enternecía que les defendiera.

-         Ni Michael ni mierdas, él tiene razón – se unió Alejandro. – Dejas a Ted con el marrón y vuelves sólo para echar broncas.

¿Pero qué bronca había echado yo si apenas había abierto la boca?  De pronto me encontraba con dos fiscales agresivos que me acusaban de ogro. ¿Dónde estaba mi abogado?

-         Relajaros. Así no ayudáis.

-         Es que no queremos ayudarte – ladró Alejandro. – Has estado ocupado todo el día y ni siquiera te has enterado de que Zach ha llorado antes.

Vale, primera noticia de eso. Miré al aludido, que agachó la cabeza algo avergonzado. Ya no me estaban acusando de ser duro con los enanos, sino de no haber estado allí. Eso dolía.  Iba a defenderme, pero no tuve ocasión: mi abogado había llegado.

-         ¿Estáis tontos? – intervino Barie. Ella solía quedarse al margen en las discusiones, pero aquella vez se puso de mi lado - Sí, ha estado ocupado todo el día…¡ocupado con nosotros! Ha ido a por Michael, ha estado conmigo y luego con Dylan. ¡Disculpa si por una vez no ha estado pendiente de ti, Alejandro! Somos doce aquí. Que el enano no lo entienda es comprensible, pero tú ya deberías saber que no puede estar en doce sitios a la vez. No es como si se hubiera ido por ahí a divertirse…¡como si lo hiciera alguna vez! Deja de ser un troglodita retrasado y échale un cable, en vez de reprocharle nada.

Después de aquello pensé que Alejandro se quedaría suave, suave, pero por lo visto sólo le encendió más.
-         Nadie te ha pedido opinión, cachalote.

Si las miradas matasen, la mía habría matado a Alejandro.  Me separé de los enanos y me erguí a una velocidad de vértigo, y me encaré con él. No sé cuál debía ser mi expresión, pero debía de delatar mi enfado, porque él retrocedió.

-         ¿Qué la llamaste?

-         Na…nada.

-         Eso no sonó como nada. ¿Qué la llamaste? – dije, entre dientes. Barie  estaba bastante acomplejada con su físico; no necesitaba que su hermano la llamase gorda. Era un golpe bajo, estuvo fuera de lugar, Barie era muy sensible y además esas cosas no se le decían a una mujer.

-         ¡Si ya lo oíste para qué preguntas! – me replicó, molesto. Creo que a veces el cerebro de Alejandro se apagaba, porque elegía los peores momentos para ponerse respondón.  Di un paso hacia él, pero Ted me interceptó.

-         Aquí no, papá.

-         No voy a hacerle nada, Ted. Parece que no me conozcas.

-         Sí, sí te conozco, por eso sé que Alejandro haría mejor en cerrar la bocaza, pero como no va a hacerlo te pido que tengas paciencia.

-         No necesito que me defiendas, Ted. Deja de meterte donde no te llaman. – gruñó Alejandro.

-         Basta Alejandro. Este fin de semana no sales.  – sentencié, pensando que con eso bastaría para que dejara de estar a la gresca.

-         ¿Qué? ¡No te pases! ¡No fue para tanto, a ver!

-         Aún no te he visto pedirle perdón a tu hermana.

-         ¡Ni  voy a hacerlo!

-         No hagas que te cambie ese castigo por otro que te gustará menos…

-         ¡No hice nada para que me castigaras! – protestó.

-         Vamos, Alejandro. Ni siquiera ibas a salir éste finde…. – trató de apaciguar Ted –  No tenías planes, así que es como si no te hubiera castigado.

-         ¡Es el hecho en sí de que quiera tener la razón! ¿De qué vas? – me dijo, hablándome como si fuera alguno de sus amigos o ni siquiera eso - ¿Tienes que demostrar que eres el macho alfa, con todo eso de “aquí mando yo”?

Respiré hondo. Me dije que era la edad. Los malditos quince años, que hacen que a las chicas les entre la risa tonta y a los chicos las ganas de ponerse chulos.

-         Da la casualidad, Alejandro, de que efectivamente AQUÍ MANDO YO, pero el único que parece tener necesidad de demostrar que es el macho alfa eres tú. Deja de ponerte tan gallito ¿bueno? Te castigué sin salir porque te pasaste con tu hermana y no te mostraste ni siquiera un poco arrepentido. Ese fue el motivo, y no ninguna absurda necesidad de demostrarte nada.

Alejandro se cruzó de brazos, enfurruñado, pero creo que lo iba a dejar. Normalmente lo hubiera dejado, al menos, pero juntar a Michael con Alejandro era como echarle leña al fuego.

-         Él sólo estaba defendiendo a los enanos. No me parecías de esos que se enfadaban por que un hermano proteja a otro. – me reprochó, y tuve la intuición de algo serio se escondía detrás de aquella frase, pero no logré captarlo.

-         Pero no tiene que protegerlos de mí, Michael. Yo no soy el enemigo. Mira, me da mucha ternura cuando os defendéis unos a otros, pero hay formas y formas. ¿De acuerdo? Ted también lo hace y no me enfado con él.

-         Bendito sea Ted – me replicó con sarcasmo.

-         ¡Deja de compararme con él! – apoyó Alejandro.

-         No, yo… no pretendía…¡No te comparo con nadie! Esta discusión es tan absurda que ya no sé ni por qué discutimos. Me parece que sólo tienes ganas de pelear. ¿Por qué no mejor nos vamos a casa, antes de que alguien termine metido en líos?

-         ¿Por qué no mejor te vas a la mierda? – me dijo Alejandro.  No me sentí herido en mi orgullo ni nada de eso, pero sabía que no debía permitir que me hablara así. 

-         Tengo que preguntártelo en serio. ¿A ti te gusta que te castiguen? – dijo Ted. Yo quería hacer la misma pregunta, pero sabía que no era lo mejor que uno podía decir en ese momento.

-         ¿Y a ti te gusta que te rompan los dientes? Porque si le sigues lamiendo tanto el culo un día sufrirás un accidente… - respondió Alejandro.

-         ¡No me amenaces que no te hice nada!

-         Suficiente. Alejandro no creo que sea necesario decirte que acabas de ganártela. No puedes hablarme así. Pero la culpa la tengo yo… os he pasado a Michael y a ti varias faltas de respeto y ahora debéis de pensar que podéis hablar como os dé la gana.

-         ¡Yo no hice nada! – protestó Michael.

-         No, al menos tú no me hablaste mal ahora – le concedí -  Vamos al coche, es hora de volver a casa.

Todos echaron a andar, pero yo frené a Alejandro un momento. Se paró de mala gana, y me miró lleno de ira.

-         Ted siempre se ha sentido en la obligación de ser perfecto a mis ojos, pero jamás ha intentado dejaros mal a vosotros para conseguirlo. Nunca hace nada que pueda perjudicarte sino más bien al contrario. Cuando te da un consejo, deberías seguirlo en vez de pensar que lo dice para quedar bien conmigo. Cuando intenta defenderte, deberías agradecérselo en vez de ser borde con él. Cuando se muerde la lengua para no responderte algo que sabe que te hará daño, deberías tomar ejemplo. No te comparo con él: tú lo sientes así porque sabes que el que actúa bien es él.

Alejandro se mordió el labio. Pude ver cómo luchaba contra el orgullo, y al final suspiró y asintió.

-         ¿Si te pido perdón me perdonas el castigo? – probó.

-         Si le pides perdón también a tu hermana podrás salir éste fin de semana… pero cuando volvamos a casa quiero que subas a tu cuarto. – le dije, para que entendiera que tendría otro tipo de castigo. Volvió a suspirar.

-         Barie, ven aquí – llamó, y ella se acercó a pasitos lentos. – Siento lo que te he dicho ¿eh? Creo que volveré a lo de princesa. Suena mejor ¿no crees?

Contra su voluntad, Barie acabó por sonreír y le dio un abrazo corto, antes de correr a hablar con Maddie.

- Sabes ser tan majo cuando quieres… - murmuré. No sé si me oyó, pero no dijo nada.

Cuando llegamos a casa no tenía ninguna gana de ponerme a ser el malo del cuento. Al menos Alejandro me puso las cosas fáciles y subió a su cuarto.

-         Muy bien, quiero el salón ocupado solamente por Alice, Hannah, Kurt, y Zach. Todos los demás tenéis media hora para hacer lo que querías o lo que tengáis que hacer antes de la ducha.

No tuve que repetirlo dos veces. Pensé que Zach me preguntaría si había hecho algo malo, pero se limitó a obedecer como un corderito. Le alcancé antes de que se sentara en el sofá.

-         Sólo quiero hablar contigo ¿de acuerdo?

Él asintió, desganado. Los cuatro se sentaron enfrente de  mí.

-         A ver. Sé que papá ha estado ocupado hoy y os ha dejado solitos en el dentista, con Ted. Pero esa no es excusa para portarse mal. No es excusa para escaparse, ni para pelearse y mentir.

Los tres enanos agacharon la cabeza.

-         Por portaros mal os habéis ganado un castigo…. Pero por tener un papá malo que os deja solos, esta noche sé de unos niños que van a cenar canelones y helado.

Siempre que iban al médico o hacían algo que no les gustaba les preparaba una de sus comidas favoritas y aunque al final no había habido dentista la cena ya la tenía planeada y medio hecha, así que…. Los enanos sonrieron, en especial Kurt, y me di cuenta de que era muy fácil hacerles felices. Quise sonreír como ellos, pero me mantuve serio.

-         Ahora a vuestro cuarto, vamos. Tú no, Zach, tú quédate.

Los enanos se fueron, pero Hannah vaciló un momento y se acercó a mí a pasitos cortos, como preguntándome con los gestos si me podía abrazar. La alcé del suelo antes de que me alcanzara. La di un beso, y ella me sonrió. Se fue a su cuarto mucho más tranquila, y hasta contenta.

Aún con una sonrisa en los labios me senté en el sofá para hablar con Zach.

-         ¿Qué pasó, campeón? – pregunté, y le acaricie la cara – Alejandro dice que lloraste…

Zach miró al suelo y no me respondió.

-         Si no me lo dices no te puedo ayudar.

-         No vas a ayudarme, me vas a castigar.

-         ¿Eso crees? ¿Así que piensas que hiciste algo mal?

Zach respiró hondo y levantó la mirada.

-         He suspendido un examen de lengua. – me dijo.

Parpadeé un par de veces en silencio antes de decirle nada. Zach no solía suspender. Sacaba unas notas bastante buenas, por lo general. El caso de Harry era diferente, y tal vez en eso se había basado Zach para pensar que iba a castigarle. Harry ya estaba advertido de que tenía que mejorar sus notas, igual que Alejandro, y aun así seguía suspendiendo, así que ya se había llevado algún castigo por eso.

-         ¿Estudiaste?

-         …Dos temas. Los otros dos los descarté porque pensé que no iban a entrar…

-         Descartar materia no suele ser una buena estrategia – comenté, y él no dijo nada. Parecía entre triste y preocupado. Supe que más allá de estar esperando mi reacción, suspender le hería en su orgullo. No estaba acostumbrado y le había sentado mal.  – A ver, ven aquí. – le pedí, indicando que su pusiera de pie frente a mí.

Zach gimoteó un poco, pero lo hizo. Le di un abrazo.

-         Si tienes un examen, lo estudias todo. Y si hay algo que no entiendas, me lo preguntas a mí…. ¡que para algo soy escritor! Lengua  es mi asignatura fuerte – medio bromeé.  Me separé, y le miré a los ojos. – Otra vez, ¿estudiarás como es debido?

-         Te lo prometo.

-         Ese es mi chico. – le agarré y le di dos palmadas, como un recordatorio.

PLAS PLAS

-         ¿Ya? – preguntó, frotándose un poco.

-         Es la primera vez que me traes un suspenso. ¿Qué esperabas? Pero quiero un diez en el próximo examen. ¿Eh?

-         ¿Y si es un nueve? – me preguntó, asustado. Rodé los ojos.

-         Zach, hijo, no seas tan literal. Yo sé que levantarás esa nota. Me apuesto algo a que tú te enfadaste más contigo mismo que yo.

-         Me da tanta rabia ese maldito cuatro…. –me confirmó.

-         Pues ya sabes qué hacer para que no vuelva a pasar. – le di un beso en la frente y él me sonrió. – No llores por un examen, campeón. En la vida hay cosas que merecen tus lágrimas, pero esto no lo es.  Nada que tenga solución y más oportunidades merece tu llanto.

Zach me abrazó muy fuerte. Le revolví el pelo y me separé un poquito.

-         Tengo que ir a hablar con tus hermanos.

-         Pues…. ¡me iré a estudiar! – anunció, y le sonreí.

Le vi subir a su cuarto con energía y rapidez, como si le hubiera quitado un gran peso de encima.  Yo subí las escaleras tras él, rumbo al cuarto de mis peques, con mucho menos entusiasmo.

- Alejandro´s POV -

Me sentía un apestado, porque todos mis hermanos y compañeros de cuarto habían huido de la habitación, como quien huye de un leproso. En realidad me dejaron solo porque sabían que papá iba a castigarme.

Viéndolo con perspectiva, yo sabía que papá tenía razón y que una vez más mi gran bocaza me había perdido. Supongo que sólo quería distraerle para que no se enfadara con los enanos, pero me pasé….Suspiré. Tampoco parecía muy enfadado. No me iría tan sumamente mal.

Entonces escuché un gritito y un llanto fuerte y agudo. Mi hermanita Alice estaba llorando, haciendo que aquello pareciera más horrible de lo que en verdad era.  Papá la habría castigado por escaparse en el hospital. Me tumbé en la cama y me tapé la cabeza con la almohada para no escuchar ese llanto. Tras algo así como un par de minutos, me levanté y decidí acercarme a su cuarto. Ya no la oía llorar.

Hannah y Alice estaban las dos abrazadas a papá, y él las hacía mimitos en la espalda. Hannah no parecía haber llorado, pero Alice tenía la carita toda congestionada. Me vio y estiró las manitas hacia mí.

-         ¡Papá me pegó, tito!

Le lancé a  Aidan la mirada más fría de la que fui capaz y cogí a la enana en brazos. Me extrañó un poco que lo dijera así y no “me hizo pampam”. Eso, y aquella forma de llorar, me hizo pensar que Aidan le había dado más que un par de palmaditas. La abracé suavemente y la paseé por la habitación, pero ella debió de  considerar que no la hacía el caso suficiente, porque se siguió quejando:

-         Me dio seis “zotes”…. ya no me quiere….

Seis. Bueno, no era tanto. Aunque a la enana tenía que parecerle todo un mundo, claro.

-         ¿Quién te ha dicho esa mentira? ¿Es que no sabes que papá te quiere tanto que hasta te lleva en su cartera, para enseñarte tu foto a todo el que se cruza?

-         ¿Chi? – preguntó la enana, con un pucherito.

-         Ahá. Papá, enséñasela.

Papá sacó su cartera y yo me acerqué con la enana en brazos. Aidan tenía una foto en la que salíamos todos, y luego una foto de cada uno.

-         ¿Lo ves? – la dije. Entonces Aidan le dio la vuelta a la foto y leí lo que ponía. “Mi pitufa. Mi bebito consentido. Gracias Dios por regalármela.”

Joder. No iba para mí y aún así me tocó la fibra.

-         ¿Qué pone? – curioseó Alice tirando de mi manga. Ella aún no leía bien, y además no entendía le letra de papá.

-         Dice que eres su regalito. Pero se equivoca, porque eres el mío. -  anuncié, y la levanté en el aire hasta conseguir que se riera.

Papá le dio dos besos muy sonoros a Hannah y luego se puso de pie para hacer lo mismo con Alice.

-         Nada de estar tristes ya. A sonreír, que tenéis un ratito para jugar, peques.

Papá las apretó el costado con cariño  y las dejó en el suelo. Luego me indicó con un gesto que saliera. Suspiré. Supuse que me tocaba a mí.

Fuimos a mi cuarto y lo primero que percibí es que papá no parecía nada enfadado. Más bien… me miraba con orgullo.  Recordé cuándo me había dicho que estaba orgulloso por mi nota. Fue más o menos la misma sensación de… paz.

-         ¿Ves cómo sabes hacer las cosas bien cuándo quieres? Gracias por consolar a la peque. – me dijo.

-         Como si pudiera hacer otra cosa cuando la oigo llorar así… Eres un monstruo – le acusé, medio en serio, medio en broma.

-         Sí, sí que lo soy – respondió, y se sentó en mi cama. Me reí, porque se dio en la cabeza con la litera de Cole. Se frotó la cabeza – ¿Te parece gracioso?

-         Bastante.

-         Serás descarado…. Anda, ven aquí.

-         Prefiero quedarme aquí.

-         Alejandro… - me advirtió – Acércate.

Suspiré, y me puse de pie frente a él.  Luego me hizo sentarme a su lado, sólo que yo no me di en la cabeza porque no era tan alto como él.

-         Sabes que no puedes hablarme como lo hiciste ¿verdad?

-         Sí…

-         Yo sé que no tienes mala intención, hijo. Que te dejas llevar por el momento. Pero soy tu padre. De igual forma que yo te respeto a ti, tú debes respetarme a mí.  Y eso no significa que las cosas tengan que ser como en el siglo pasado. Simplemente tienes que hablarme sin gritar, sin ofender, y sin insultar. No es muy difícil ¿eh?

-         No…

-         Tampoco puedes decirle eso a tu hermana…. Quiero preguntarte algo… ¿por qué elegiste esa palabra? ¿Por qué la llamaste cachalote?

Alejandro se frotó las manos contra el pantalón, como si le sudaran.

-         No sé… no sé, papá.

-         No tengas miedo. Puedes decirlo, no me enfadaré – dije, adivinando que no quería decirlo – ¿Piensas que tú hermana está gorda?

-         En realidad creo que ella lo cree… Tampoco pesa tanto. Si me esfuerzo puedo cogerla en brazos y sólo la saco tres años…

-         Tienes razón, ella se lo cree. Cree que pesa demasiado, y no la gusta. Por eso esas palabras duelen. No creo que a tu edad sea necesario explicarte por qué uno no debe tontear con los complejos ajenos…

-         No, papá, lo siento… - respondí, algo tocado en serio porque yo también tenía mi propia ración de complejos… y si alguien se hubiera metido con eso le habría machacado. Barie apenas se había enfadado conmigo.

-         Bien. Puesto parece que lo has entendido ahora sólo me queda asegurarme de que no lo vuelves hacer. – me dijo y tiró un poco de mí. Supe lo que quería que hiciera y aunque pensé en resistirme, al final me tumbé sobre sus piernas. Cerré los ojos, pero no sentí nada más que la mano de papá…¿en mi bosillo trasero?

-         Papá…qué haces… pervertido…

-         No seas burro. Te saco el móvil, nada más. Buen lugar para tenerlo… ahí se te puede romper. – dijo, y dejó mi móvil en la mesita. Oh, era verdad.   - ¿Tienes algo más en los bolsillos?

-         ¿Qué más da? – gruñí, algo impaciente. Estar así me ponía nervioso.

-         Da mucho. No quiero hacerte daño. Si tienes algo guardado se te puede clavar.

Froté mi mejilla contra su pierna, en silencioso agradecimiento.

-         No, no tengo nada.

-         Eso pensé.

Me acarició la espalda y luego se detuvo, y supe que iba a comenzar.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Aiii PLAS PLAS PLAS PLAS

Dejé escapar el aire, sin ser consciente de que lo había estado reteniendo. Había sido muy rápido, y no muy fuerte. No me dolía, pero sí me picaba mucho. Me puse algo así como de todos los colores cuando empezó a acariciarme en la espalda, metiendo la mano debajo de la camiseta. ¡Que no se le ocurriera bajar la mano!

-         ¡Papaaá!

Agachó la cabeza y me besó en la nuca, ignorando mi queja.

-         Anda, levántate – me pidió.

Me levanté, y durante unos segundos me sentí atrapado. Quería tirarme a los brazos que papá había abierto un poco para mí y al mismo tiempo quería alejarme y no verle la cara. Papá parecía estar esperando a ver cuál era mi reacción.

- Este es mi cuarto, ¡vete! – le eché, con algo de rabia.

Cuando reaccionaba así papá ni se enfadaba ni me forzaba a aceptar su abrazo. Simplemente se levantaba y se iba, pero siempre dejaba la puerta abierta, para que yo supiera que en cualquier momento podía ir a buscarle.


- Aidan´s POV -


Había faltado muy poco para que Alejandro me abrazara. Me consolé pensando eso. Casi consigo que lo haga pero al final me echó tal como solía hacer. Se enfadaba sobre todo con los castigos que no le hacían llorar… Si era uno fuerte a veces aceptaba mis mimos, si le pillaba en un buen día.

Me dolía que no me dejara abrazarle. Me dolía no hacer las paces con él cuando ya todo estaba perdonado. Sobre todo aquella vez, que me había demostrado que además de un bocazas sabía ser un buen hermano.

Con esa amarga sensación oprimiéndome el pecho, fui a buscar a Kurt, porque todavía tenía que hablar con él, pero no le encontré en su cuarto. Dylan me dijo que estaba en el baño. Esperé un tiempo prudencial, pero Kurt no volvía. Al final, decidí ir a por él. Llamé a la puerta del baño.

-         Kurt, hijo….¿sales ya?

En lugar de una respuesta verbal. Vi salir un papel por la rendija de la puerta.

“Papi, te quiero” decía el papel, con la letra irregular e infantil de mi enano. Sonreí.

-         Yo también te quiero, campeón. ¿Ahora sales?

Otro papel.

“No estes henfadado” decía ese. Viva la ortografía e.e

-         No estoy enfadado, cariño.

Una tercera hojita.

“No me des en el culito”

¿Era tierno o no era tierno? Mocoso comprador y chantajista…

-         Bebé, sabes que no puedes pegarte con tus hermanos ni mentirme.

-         ¡Se supone que ahora es cuando dices que no me vas a castigar! – protestó su vocecita, desde dentro. Ahí si sonreí, contento de que no me viera.

-         Hice trampa. Vamos, sal.

Pensé que no abriría pero el picaporte empezó a moverse y él asomó su cabecita. Estiró sus manitas para que le cogiera, y decidí no prolongar más aquello. Le alcé en brazos y así cogido le di tres palmadas, las mismas que le había dado a su melliza.

PLAS PLAS PLAS

-         ¡Au!

Le di un beso antes de que tuviera tiempo de echarse a llorar.

-         Ya está. No estoy enfadado, pero si vuelves a mentirme sí me enfadaré, y te daré un castigo en serio.

-         ¿Es que este fue de broma?

¿Quién aguanta sin reírse con ese bichito? Le llevé en brazos a su cuarto y le senté en la cama. Enseguida empezó a balancear los pies, señal de que no estaba nada triste. Sonreí y le di un beso en la cabeza.

-         ¿Qué te hizo el médico malo?

-         ¡Me movió el diente! – protestó – ¡Y dijo que el hada de los dientes no vendrá por lo menos hasta dentro de una semana!

-         Bueno, pero eso no es culpa del doctor, enano. El hada vendrá cuando se te caiga, antes no.

-         ¿Y me lo puedo arrancar?

-         ¡No, que eso duele! Si te dolió sólo que te lo moviera, bebito.

Kurt lo pensó y debió de llegar a la conclusión de que tenía razón.

-         Bien, pero el hada tiene que traerme un buen regalo. ¡Es mi mejor diente!

Me reí y le acaricié la cabeza. Me apunté mentalmente comprar un cargamento de cucherías, sabiendo que cualquier cosa que le trajera “el hada de los dientes” acabaría por ser compartida con todos sus hermanos.

Escuché entonces unos pasos tras de mí, y al girarme vi a Alejandro. Sin decir nada me abrazó y yo se lo devolví. Jugueteé con su pelo un ratito, en vista de que él no parecía querer soltarse.

-         Mira qué malo es papá, que hoy castigó a muchos de sus bebés…

-         No soy…- empezó Alejandro.

-         … un bebé – concluí yo, y le saqué la lengua. – Tan predecible.

-         Tan pesado – me replicó.

-         ¡Ya te daré yo pesado! – cogí una almohada y le ataqué con ella, y enseguida Kurt y Dylan se sumaron al “combate”.






N.A.: Siento si éste capítulo se hizo muy pesado n.n 

7 comentarios:

  1. Pesado nada.... siempre es una nota leer de esta historia... :D... cada dia me gusta mas Michael...

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  2. De pesado nada :)
    Siempre es genial leer de los Whitemore
    Me encanta Alejandro así enojon y mimoso
    Michael también cada día me agrada mas y Dylan :3 que bien que vaya progresando y ya hasta juegue con las almohadas :D
    Saludos

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  3. Ver un poco de la dura vida de Aidan es genial, partir su vida en millon de fragmentos para dar contento a todos es siempre una lucha dia a dia, si con uno enloquece, imagina con 12 jajajajaj
    precioso y mi ALejandrito mi bebe renegon hay, lo coemria a besos peroooooooooo si bien es mi consentido tengo otro que me encnata y es Ted
    asi que yo descarada, así cara dura como me vez quiero pedirte mi regalo de cumple, no todos los 13 de abril cumple años una flor como yo (jjjj bueno ustedes saben cada panadero alaba su pan y no soy menos)
    quiero pedirte como favor extra regalo de cumple, de navidad de amiga enemiga, de seguidora de fans de tus docena de enanos......
    podrias escribir un capitulo o un corto donde Ted sea merecedor del cinto de su padre? por favoooor, por favooooor estoy poniendote mi mejor cara de sinverguenza jajajajajjajj mejor dicho de cachorro apaleado puedo competir con Alice o con el mismo Ted si me lo propongo, por favor diq eu si? bueno?

    un abrazo, fuera de broma me encantaria que lo hicieras no siemrp ahroa sino en cualquier otra oportunidad y de paso que ya lo sabes felicitarte, esta de fiebre este capitulo.... estoy intrigada en que haran Fred y Ted

    un beso en la distancia

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    1. vaya regalo me pides!!

      En fin, a quien cumple años no se le puede decir que no. Ya veré cómo me las apaño, pero no me lo pusiste nada fácil! xD

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    2. es que es un reto señorita tus papis son siempre dulces quizas un poco durito de mucho que hablar, jajajajajja un beso gracias mil

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    3. Antes que nada feliz cumpleaños! Pero quiero hacer una petición, por favor, por favor, por favor no pongas en la mano de Aidan el cinturón para castigar a ninguno de sus chicos. Es como traicionar la naturaleza de Aidan y sus recuerdos. Es parte del tremendo encanto de la historia que sólo utilice su mano para reprenderlos. Si, estoy de acuerdo (y me uno) a la idea de celebrar el cumple pero por favor, por favor, por favor que si se usa el cinturón sea en un micro-corto.... Pleaseeeeeee
      Con cariño, Annie

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  4. Nada pesado, yo sigo la historia y me encanta, e leido mas de una vez todos los capitulos de tu historia, eres genial y me fascinas...pobre Ted si le dan con el cinto si que duele y mucho, te deja la carne mayugada aunque el color rojito desaparezca aun duele..

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