CAPÍTULO
5: AVANZANDO
No todo el mundo está acostumbrado a
disculparse. Generalmente, la gente que no suele recibir disculpas sinceras
tampoco sabe darlas, y algo así le pasaba a Héctor. Buscó a los niños por el
segundo piso, pero en realidad no ponía mucho empeño en encontrarlos, porque no
sabía bien qué decir una vez les tuviera delante.
Escuchó, sin embargo, un sollozo bastante
audible, y luego varios susurros.
"Mi cuarto" pensó. "Se han
metido en mi cuarto"
Con la cantidad de habitaciones que tenía aquél
piso, ellos se habían metido en la suya. Héctor pensó que tenía que ser una
especie de señal del destino. Claro que los niños probablemente no supieran que
él dormía ahí.
Héctor puso la mano en el picaporte, y la
dejó ahí. La puerta estaba entreabierta, y desde ese ángulo podía ver a ambos
niños. Estaban sentados en el suelo, con la espalda en la pared, uno muy pegado
al otro y ocupando muy poquito espacio. Tizziano estaba llorando, y Clitzia
intentaba consolarle verbal y físicamente.
- Tranquillo. Siamo fuori di qui, Tiz.
- Ma lui è ricco. Si può prendere cura di
voi. Non posso dare una casa come questa, non posso anche darvi il cibo.
Héctor hizo un gran esfuerzo para intentar
traducir estas palabras. Si hubiera sido a la inversa, de español a italiano,
jamás hubiera podido, pero sus pocos conocimientos le permitieron entender el
sentido de aquellas dos frases, y se horrorizó.
[CLITZIA: Tranquilo. Nos vamos de aquí, Tiz.
TIZZIANO: Pero él es rico. Él puede cuidar de
ti. Yo no puedo darte una casa como esta, ni siquiera puedo darte comida]
No supo que le dolía más, si que estuvieran
pensando en irse, o que Tizziano no quisiera hacerlo para que a su hermana no
le faltara de nada. Héctor comenzó a entender que si el niño hablaba a su
hermana con cierta aspereza era porque hacía ciertas funciones de padre. Se
sentía obligado a protegerla, y tal vez esto le hacía estar resentido por
dentro. Al fin y al cabo sólo tenía catorce años: lo que necesitaba era alguien
que cuidara de él, y no al revés. Héctor era una persona bastante intuitiva,
que calaba bien a las personas y entendía sus emociones, y en ese momento
estuvo seguro de que sus propias deducciones eran ciertas.
Empujó la puerta y entró en la habitación.
Los niños se callaron de inmediato y se pusieron tensos. Tizziano trató de
ocultar que estaba llorando, como si fuera algo malo.
- Lo mejor será que hoy os quedéis con esa
ropa. Puedo dejaros una de mis camisetas para dormir. Os quedará grande, pero
no importa – dijo Héctor, como si no hubiera pasado nada. – Ahora al baño:
tenéis que darle tiempo a María para que cocine todo lo que sea comestible en
esta casa. Luego se empeñará en que os lo comáis, y no parará hasta que
aumentéis tres tallas – advirtió, medio en broma medio en serio.
Clitzia se puso de pie y caminó hacia la
puerta algo insegura.
– El baño está al final del pasillo. Intenta
abrir el grifo para que se vaya llenando. Yo iré enseguida.
La niña le miró algo extrañada, como
queriendo preguntar "¿para qué vas a ir?" pero no dijo nada y se fue.
Héctor y Tizziano se quedaron solos, mirándose el uno al otro con expresión
indescifrable.
- Tú puedes usar el otro baño – dijo Héctor
al final.
El muchacho siguió mirándole sin decir nada,
y durante unos segundos pareció que no iba a reaccionar ante la frase, pero
después se puso de pie y dio dos pasos. No pudo dar más porque Héctor le dio un
abrazo.
- ¿Qué haces? – preguntó Tizziano.
– Te abrazo.
- ¿Por qué? – insistió el chico, separándose
un poco.
- Porque… no he debido hacer eso – respondió
Héctor, mientras acariciaba su mejilla. La notó húmeda, así que pasó sus dedos
con suavidad por debajo de sus ojos, para limpiar el rastro de lágrimas – No me
gusta que insultes a tu hermana, pero no he debido reaccionar así.
- Porcona no es un insulto – dijo Tizziano. –
Bueno, sí lo es, pero no cuando yo se lo llamo. Es como cuando saludas a tus
amigos diciendo "ey, tú, maricón, ¿qué tal estás?".
- ¿Y tú saludas a tu hermana llamándola puta?
– replicó Héctor, alzando una ceja. – Soy español, pero no tonto.
Tizziano se ruborizó un poco, descubierto en
su intento de mentira, y miró al suelo.
- Sé que la quieres mucho. – añadió Héctor.
- Qué va.
- La quieres. Y con más motivo entonces no la
puedes insultar. No vuelvas a hacerlo, ¿de acuerdo?
Tizziano asintió, en silencio, y Héctor
volvió a abrazarle. El chico parecía algo incómodo en el abrazo. Quizá porque
se sentía muy pequeño en comparación con Héctor, o tal vez porque aún se tenían
poca confianza. No era desagradable, pero sí fue extraño.
- Yo no volveré a hacer eso ¿vale? ¿Te hice
mucho daño?
Tizziano negó con la cabeza, aún más
ruborizado. Héctor sonrió un poco y dudó antes de agachar la cabeza y apoyar
suavemente los labios en la frente del chico. Era el primer beso que Tizziano
recibía de un hombre, pero también era el primer beso que Héctor le daba a un
niño.
- Ahora vamos a ver que se esconde debajo de
esa capa de roña – dijo Héctor, deshaciendo el abrazo.
- ¡Eh, que yo no estoy sucio! – protestó
Tizziano, pero entendió que era una broma y sonrió.
Héctor le acompañó al baño y le enseñó los
complejos mandos de aquella ducha de lujo, que tenía hidromasaje y una radio
sumergible incorporada. Tizziano apenas se quedó con cómo se abría el grifo.
- Pensé que esto sólo existía en las
películas – comentó, rozando la mampara
- Tizziano, eso es una puerta para tener
intimidad y que no se salga el agua. Es una mampara. Precisamente eso lo tienen
todas las duchas.
- La que teníamos nosotros no. Era un hierro
viejo y oxidado, y el agua nunca salía caliente.
Héctor no dejaba de sorprenderse por lo
diferente que había sido su vida a la de aquél muchacho. Le dio gel y champú, y
le acarició la cabeza.
- Avísame si necesitas algo ¿bueno?
Tizziano asintió, y Héctor se fue al otro
baño. Llamó antes de entrar, por si acaso, y no obtuvo respuesta. Con cautela
abrió la puerta y se encontró con que Clitzia estaba sentada en la taza del
váter, con los pies recogidos sin tocar el suelo, abrazándose las piernas.
- Ey, ¿qué ocurre? – preguntó Héctor. La niña
no respondió, pero le miró como un mono al que han metido en una sala llena de
ordenadores. Parecía sentirse fuera de lugar. – Vamos a poner el agua. ¿O
prefieres ducharte?
Clitzia se encogió de hombros.
- Mejor un baño. Te hará sentir bien. Vamos,
ven. Te enseñaré cómo funciona.
Clitzia se puso de pie y se acercó a él con
sus pequeños pasitos de duende.
- Este baño es más grande que mi casa –
susurró.
- Tu antigua casa – corrigió Héctor – Ahora
esta casa es tuya también.
La niña sonrió con una timidez adorable.
Héctor intentó besarla en la frente, como había hecho con su hermano, pero notó
como ella se ponía tensa y roja, así que cambió el gesto por un abrazo.
- Te dejo que te bañes. Llámame para lo que
necesites.
Héctor salió del baño, y apenas había puesto
el pie en el pasillo cuando escuchó un grito. Caminó rápidamente en dirección
al sonido, que venía del baño en el que estaba Tizziano. Entró sin dudarlo,
pensando que al niño podía haberle pasado algo. Tal vez se hubiera caído…
Tiziano había salido de la bañera y parecía
algo asustado. Se había envuelto torpemente con una toalla que Héctor le había
dejado y cuando entró le miró con los ojos muy abiertos.
- ¡Esa cosa habla! – dijo, señalando la
bañera.
Héctor estalló en carcajadas. Tizziano debía
de haber apretado el botoncito que había cerca del grifo. Héctor se acercó y
apretó. Una voz metalizada, artificial, le saludó: "Hola Héctor. ¿Qué
emisora quieres escuchar hoy?".
- Sólo es la radio. No te asustes.
- No me he asustado – replicó Tizziano, pero
Héctor estaba seguro de que si le medía las pulsaciones daría un resultado
mucho más alto de lo normal.
- Anda, vuelve a meterte. No va a pasar nada
malo. No duele, ni es peligroso, sino no te lo diría.
- Los baños no hablan – se quejó Tizziano,
protestando ante algo que le parecía antinatural.
- Éste sí – respondió Héctor, intentando
aguantar la risa.
Tizziano miró la bañera como si estuviera
enfadado con ella. Como si hubiera hecho algo malo. Se veía tan tierno…
Parecía, realmente, mucho más pequeño. Si le hubiera visto por la calle Héctor
no le habría echado ni diez años. Quizá movido por ese repentino sentimiento de
que era sólo un niñito, Héctor se acercó para quitarle la toalla y ayudarle a
meterse en la bañera. Sorprendentemente, Tizziano no pareció avergonzado o
pudoroso, y no reaccionó ante éste gesto. Héctor en cambio jadeó.
Ya se había dado cuenta de que los niños
estaban delgados, pero al ver la forma en la que se marcaban las costillas de
Tizziano, Héctor tuvo ganas de llenarle de comida en ese mismo momento.
- Santo… cielo… - murmuró. Estar tan delgado
tenía que ser peligroso. Tenía que tener algún riesgo. No podía ser bueno,
joder.
Al notar la reacción de Héctor, a Tizziano le
vino el pudor de pronto y volvió a taparse, encogiéndose un poco.
- Pero mi niño… estás muy delgado…- exclamó
Héctor con compasión.
- No soy tu niño.
- Sí, sí lo eres. Eres mi niño. Y me voy a
ocupar de que comas como es debido. Pobrecito…
- ¡No me tengas lástima! – chilló.
- No es lástima – dijo Héctor, tratando de
explicarse y de apaciguarle. Pero Tizziano parecía molesto en serio.
- ¿Crees que puedes restregarme lo rico que
eres por la cara y luego decir "oh, pobrecito, que no tiene dinero ni para
comer"? ¡Yo no te pedí que me trajeras aquí!
- Bueno, cálmate. No he dicho nada para que
te enfades.
- ¡Sí lo has hecho! ¡Tienes un estúpido baño
que habla, más habitaciones de las que necesitas y una puñetera radio en el
baño!
- ¿Y eso qué tiene que ….? – empezó Héctor,
desconcertado, y luego frunció el ceño - Oye, no me hables así.
- Te hablo como me da la gana. – replicó
Tizziano.
- No. Me hablas bien, que es como yo te estoy
hablando. No tienes motivos para enfadarte. Sí, es cierto, tengo dinero.
¿Quieres que me disculpe por eso? ¿Por qué, si ahora es tuyo?
A Tizziano no dejaban de impactarle las
insinuaciones de que Héctor quería compartir lo que tenía con ellos. No podía
creérselo. No quería creérselo no fuera a ser que el sueño se terminara. Pero
al menos Héctor era amable por decirlo. Aunque no fuera cierto, era genial
pensar por un segundo que no volvería a pasar hambre.
Aquello generó un gran conflicto dentro de
Tizziano. Se sentía culpable por venir a estropear la vida de ese hombre que
tenía una vida perfecta. Se sentía culpable por estar hablándole mal cuando
Héctor sólo estaba siento simpático, pero él no lo entendía. La gente no es
simpática siempre, y duele demasiado cuando te encariñas con alguien y luego te
dan de lado.
- Déjame en paz. – masculló Tizziano. Al
segundo siguiente sintió que Héctor tiraba de él un poquito. Para su horror,
apartó la toalla y le dio una palmada en el trasero.
PLAS
Tizziano se quedó muy quieto. Héctor tampoco
hizo ni dijo nada.
- ¿Qué fue eso? – preguntó Tizziano al final.
- Eso fue un azote y un aviso sobre la forma
en la que no me puedes hablar.
Tizziano se mordió el labio. ¡Le había
dolido! Bueno, no mucho. Pero… se sentía tan… raro. Antes de poder decididr
cómo iba a reaccionar, Héctor le atrapó en un abrazo.
- ¿Y esto?
- Esto es un abrazo, y una prueba de que
ahora yo cuido de ti y de que todo irá mejor a partir de ahora.
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