CAPÍTULO
9: BUENAS NOCHES
Si un par de meses atrás alguien le hubiera
dicho que acabaría con un niño recostado sobre él, abrazado a su estómago como
un koala, Héctor hubiera pensado que ese alguien estaba loco. Pero lo cierto es
que ahí estaba, medio tumbado sobre esa cama, con Tizziano usándole de sofá. El
niño tenía los ojos cerrados, pero Héctor sabía que no estaba durmiendo.
Estaban en un silencio natural y nada
incómodo, sólo roto por sus respiraciones acompasadas. Héctor paseaba la mano
por la espalda del chico, sin seguir un patrón claro. Desde su punto de vista
le estaba mimando; Tizziano probablemente se estaría preguntando si le había
confundido con un cachorro al cual le gusta que le acaricien el lomo.
Clitzia, por su parte, les observaba con una
fijeza que casi parecía que no parpadeara. Al principio Héctor hizo lo posible
por esquivar esa mirada. Se concentró en el pelo encrespado de Tizziano, que
sin ser rizado no era liso tampoco, y que era la única parte de su cabeza que
podía ver. Pero eso dejó de tener efecto tras unos minutos. Sentía los ojos de
Clitzia clavados en él y comenzaba a ponerse nervioso. En más de una ocasión
estuvo a punto de preguntar "¿qué tengo?", pero tuvo miedo de
escuchar una respuesta que no le gustara. Algo así como "eres un
monstruo" o "te odio por haberle pegado."
Tizziano se movió un poco sobre él y se
separó para mirarle, con una media sonrisa que significaba muchas cosas. Era
una sonrisa de placer, porque estaba muy a gusto en ese momento y casi se
duerme por las caricias. Era una sonrisa de "hola, sigo aquí"… pero
sobre todo, era una sonrisa de tanteo, como para ver si todo estaba bien.
Héctor, envalentonado porque ya lo había hecho antes con buenos resultados,
agachó la cabeza y le besó esos no-rizos tan oscuros, con vetas negras y
marrones.
- Tienes el pelo bi-color – comentó Héctor,
sonriendo.
- Se supone que es negro, pero el sol me lo
aclara.
Un instante de silencio más. Tizziano se
desperezó con movimientos gatunos, y sin soltar del todo a su presa.
- Al final me quedo sin saber qué quiere
decir eso de que Clitzia se va cuando la pierdes de vista – comentó Héctor,
esperando no provocar un nuevo estallido de mal genio en el chico.
Tizziano se mordió el labio y miró a su
hermana, y Héctor entendió que no obtendría respuesta más que de ella.
- Ven, Clitzia, acércate. – pidió, y ella lo
hizo, pero sólo lo suficiente como para cumplir su petición. No quedaba nada de
la amorosa facilidad con la que le había abrazado en la cena. - ¿A qué se
refiere tu hermano?
La niña le miró con algo de inseguridad.
- No voy a enfadarme – garantizó Héctor, por
instinto, creyendo reconocer el motivo de su indecisión. Pero Clitzia negó con
la cabeza. - ¿No me lo vas a decir? Está bien. No puedo obligarte – continuó
Héctor, tras pensarlo un poco. – Pero duermas sola o acompañada no puedes irte
¿de acuerdo?
Clitzia no dijo nada. De no haberla escuchado
hablar aquella tarde Héctor habría pensado que era muda.
- Si intentas irte sí me enfadaré – insistió
Héctor.
- No me iré – aseguró la niña, y Héctor le
dedicó una sonrisa.
- Muy bien. Ahora los dos a lavarse los
dientes.
Clitzia se fue diligentemente, pero Tizziano
vaciló un momento, y esperó a que su hermana se fuera.
- Dijiste que me querías…
- Lo dije, y lo mantengo. No lo dije por
decir, o por la intensidad del momento – aclaró Héctor, y Tizziano sonrió con
cierto alivio.
- ¿Y a ella?
- También. Voy a cuidar de vosotros,
Tizziano. De los dos. No debes preocuparte de tu hermana, no va a pasarle nada.
No es necesario que duermas con ella, ninguno se va a ir a ningún lado. –
aseguró Héctor, pero la forma en la que el niño desvió la mirada hizo que
pensara que sus verdaderos motivos no residían en vigilarla…. - ¿Por qué
quisiste que ella se quedara?
Eso le había parecido extraño. Tizziano sabía
el tipo de castigo que le iba a dar y Héctor hubiera visto lógico que la
presencia de su hermana le incomodara. También quería dormir con ella… De
pronto pensó que había malinterpretado las cosas. Tal vez Tizziano sentía que
debía proteger a su hermana, que era el mayor y todo eso, tal vez Clitzia
hubiera dicho que él había cuidado de ella… pero Héctor sintió, como una
revelación, que en realidad se protegían mutuamente. Casi no necesitó
escucharlo de los labios del niño, porque él solito averiguó la respuesta:
- Tenía miedo – susurró Tizziano.
- No lo tengas, píccolo. Sé que aún no me
conoces mucho pero…
- No sólo de ti – interrumpió el chico – Me
da miedo no… tenerla cerca. Ella es lo único que me queda.
En medio de todo lo que sintió al escuchar
aquella frase, Héctor se preguntó qué había hecho él para merecer la confianza
de ese niño, que de pronto le revelaba lo que a él le parecía un aspecto muy
importante de su intimidad.
- Ella me ayuda a ser valiente. No puedo
permitirme tener miedo delante de mi hermana. Pensé que con ella delante
lograría… no llorar.
Héctor frunció el ceño.
- La próxima vez me aseguraré de que se vaya,
entonces – dijo Héctor con vehemencia, y le acarició el rostro, como para
conseguir su plena atención. – No tienes que ponerte como objetivo el aguantar
las lágrimas. No tienes que ser fuerte. No tienes que ser valiente si no te
sientes con ganas de serlo. Te diré que no llores, pero no será una orden,
espero que lo sepas, sino un intento de consolarte. Porque eso es lo único que
haré si lloras: consolarte.
- ¿Es lo que has hecho antes? ¿Consolarme?
- Pues… sí….
- ¿Por qué? Si has sido tú el que me ha hecho
llorar…
- Pues con más razón. – dijo Héctor, y le
acarició de nuevo, sin poder evitar pensar que si ese había sido Tizziano
"intentando ser fuerte y no llorar", no quería conocer a la versión
menos contenida. Casi le había roto el alma en mil pedacitos por su ternura e
indefensión y resulta que estaba siendo "valiente". ¡Pues cuando
llorara de verdad el mundo entero se iría a pique! - Yo no busco tu tristeza,
pero debes saber que te corregiré siempre que lo merezcas. También te abrazaré
siempre que lo necesites.
Tizziano le miró a los ojos pensando que ese
hombre valía más la pena de lo que había pensado en un principio. Tal vez fuera
algo más que un idiota presumido con dinero y deseos de hacer la obra de
caridad del año. Le había dicho que le quería, y él realmente quería creérselo,
aunque la lógica le decía que él no había hecho nada para ser querido, sino en
todo caso para ser considerado un problema molesto y no deseado. Y estaba bien
así. Eso es lo que él solía ser para los demás: un problema. Un niño sin
dinero, que pedía en la calle, al cual se le dedicaba una mirada de compasión y
si acaso una colleja de vez en cuando, cuando alguien se pensaba que le iba a
robar. ¿Es que por ser pobre tenía que ser ladrón?
Para Héctor era algo más. En aquél día, ese
hombre le había dejado coger su cartera y manosear su dinero. Le había llevado
a su país, y a su casa. Le había dejado usar su baño, había compartido su
comida, y en definitiva no le trataba como un perro callejero. Le había pegado,
es cierto, pero no había sido como otros golpes que había recibido a lo largo
de su vida. Ni siquiera cuando le pegó en la cara, porque no lo hizo con
fuerza. Había recibido muchos tipos de golpe en su vida: collejas, puñetazos,
patadas, balonazos, manotazos, bolsazos, azotes, zapatillazos… y la única
persona que le había consolado a lo largo de su vida cuando había recibido
cualquiera de esos había sido su madre. Ahora tenía que sumar a Héctor a la
lista, y eso le confundía un poco. ¿Cómo qué debía incluirle? Sería raro
considerarle un amigo. La palabra "tutor" sonaba muy a siglo pasado.
Demasiado mayor para ser un hermano. Tal vez pudiera ser un "tío".
Pero desde luego no era su padre. Estaba bastante seguro de que Héctor también
lo sabía: no les unía ningún lazo de sangre.
Tras lavarse los dientes y otra serie de
rituales previos a acostarles, Héctor decidió que, puesto que no se habían
puesto de acuerdo sobre dónde iban a dormir, aquél primer día lo harían en una
habitación doble, y luego ya elegirían la habitación de cada uno.
Los niños se quitaron los zapatos
silenciosamente. Héctor se quedó en el umbral de la puerta y abrió un poco los
brazos.
- Muy bien, ha sido un día muy largo. Buenas
noches – dijo. Esa era su señal para pedir un abrazo, pero los niños le miraron
con cara de no entender. Se acercó entonces a Tizziano y le se le colgó del
cuello como un mono. – Buenas noches, fierecilla. Qué duermas bien.
Tizziano sonrió y se dejó meter en la cama,
pero recuperó un poco su dignidad y apartó las manos de Héctor para arroparse
sólo. No puso ninguna objeción al beso, sin embargo.
Luego, Héctor caminó hacia Clitzia, y trató
de hacer lo mismo, pero ella no le dejó.
- Es un abrazo de buenas noches, cariño. Ya
me has abrazado antes.
Clitzia se quedó muy quieta mientras Héctor
la rodeaba con los brazos, e hizo gala de una enorme frialdad al no
devolvérselo.
- ¿Qué ocurre? – preguntó Héctor.
La niña no respondió de inmediato, pero miró
a su hermano.
- Le pegaste. Eso no está bien. – le acusó.
- Le castigué. No sé si eso está bien, pero
es necesario.
Clitzia seguía sin parecer muy convencida. Al
igual que con su hermano, Héctor se la colgó del cuello y la metió en la cama
sin que sus pies tocaran el suelo.
- Buenas noches, calabacita. – la deseó, y la
dio un beso.
Les miró un segundo a los dos, y luego salió
y apagó la luz, pensando que tal vez quisieras hablar a solas de aquél primer
día. Sintió deseos de quedarse a escuchar, pero los reprimió.
Quien sí parecía haber escuchado la
conversación previa fue María, que le estaba esperando en el pasillo.
- Voy mejorando ¿no? – preguntó Héctor.
María sonrió, se despidió hasta el día
siguiente, y se fue a su habitación. La ausencia de respuesta le dio mala
espina a Héctor, y la sonrisa de su amiga también. Había sido un gesto medio
divertido y medio de lástima, como si quisiera decirle "la que se te viene
encima…".
Sí, la que se le venía encima. Sólo de pensar lo mucho que las cosas iban a cambiar para él se asustaba.
Pero, tal vez. el cambio fuera para mejor.
Aww :3 que bien que trajiste a esos pequeños y Hector para el blog ^.^
ResponderBorrarMe encanta esta historia :D
Saludos
MAGNÍFICO, DreamGirl!!!! realmente BELLO!! Pero de dónde sacas éstas increíbles historias que me conmueven hasta los huesos?!! Eres de verdad una talentosa escritora. No queda nada más que felicitarte por esa habilidad y ese don que tienes de llegar a los corazones de cada uno de los que te leen!! BRAVO, BRAVO, BRAVO!!! No puedo esperar por lo que sigue. Me encantan tus personajes! Son geniales!!
ResponderBorrarCamila
Gracias por compartir esas impresionantes maravillas que creas!
Amigaaaa... bello, como lo haces....poder crear otra historia tan bella, me ha encantado poder leer 9 capítulos corridos...claro lo único malo fue la trasnochada que me di...jajjaa hoy sonámbula. Gracias,,,,
ResponderBorrarRealmente hermoso, y muy tierno.
ResponderBorrarGuapisima con el corazon en la mano, asi te lei, solo espero que este niño tan menudito, tan desprotegido no se meta tanto en problemas y que Hector pues... saque mas a menudo su vena paterna y sea todo un padrazo como suelen decir por alla
ResponderBorrargenial, un besote
demás esta decirte que lei todo de un tiron amaneciendome ydormir recien con el canto del os gallos y no es broma tengo una vecina que tiene un gallo que canta a las 5 jajajjaja un besote