domingo, 19 de abril de 2020

CAPÍTULO 96: EL ACUARIO (parte 2)




CAPÍTULO 96: EL ACUARIO (parte 2)

Una de las muchas ventajas de tener hermanos pequeños es que podías ir a sitios chulos sin preocuparte por lo que otros pensaran de ti. A una determinada edad, sentir ilusión por ir al zoo o al acuario no parecía adecuado, pero yo tenía la suerte de poder seguir yendo porque eran planes familiares.

Me gustaba mucho aquel lugar. Un sueño por cumplir era nadar entre tiburones… aunque pensándolo bien, mejor entre delfines. Definitivamente, delfines.

-         Madre mía, qué tamaño… - susurré, cuando un tiburón gigante pasó por encima de mi cabeza. Daba mucha impresión, sabía que había un cristal entre nosotros, pero el escalofrío lo sentí igual.
Dylan no pareció asustarse por aquellas criaturas y se quedó a observarlos como hipnotizado. Hasta que de pronto todo se fue al garete.
Era muy impactante verle balancearse o golpearse contra las cosas. Odiaba verle sufrir y cuando se aovilló en el suelo todo lo que quería era crear una mampara protectora a su alrededor para que nada ni nadie pudiera molestarle. Lo más parecido que podía conseguir era ayudarle a calmarse.
Le dije a Michael lo que tenía que hacer. Mi primer instinto fue ocuparme yo, pero no podía dejar que los celos me dominaran. Éramos un equipo, Dylan era su hermano también y Michael tenía que aprender a lidiar con esas situaciones.
Papá y él se convirtieron en la mampara que necesitaba, poniéndose a su alrededor y haciéndole sentir seguro. Después de un rato, Dylan dejó de estar encogido y se tumbó bocarriba, contemplando el cielo del acuario. Los peces seguían nadando, ignorando lo que sucedía dentro del túnel. Me pregunté si podían vernos o si era opaco para ellos.
-         ¿Te duele la cabeza? – le preguntó papá.

-         No.

-         ¿Quieres que nos vayamos a casa?

-         No.

-         ¿Seguro? – insistió, pero en el fondo sabía, al igual que yo, que Dylan nunca quería regresar después de una crisis. Principalmente porque necesitaba un tiempo antes de ser capaz de meterse en el coche. Normalmente, viajar en un vehículo no suponía un problema para él, porque había aprendido a tolerar el ruido y el roce del asiento. Pero cuando estaba sensible, el hecho de colocarse un cinturón que le atara a la tapicería era insoportable. Papá ya cometió el error de forzarle en una ocasión y no lo iba a repetir. Sería provocar el segundo colapso del día.

Permanecieron así durante un rato, tumbados en el suelo como si estuvieran mirando las estrellas, solo que el firmamento estaba compuesto de algas y estrellas de mar.

Creí escuchar algo a mi derecha y vi un reflejo rubio en la puerta por dónde había desaparecido la gente.  ¿Zach, quizás? Los demás debían estar algo intranquilos.

-         Tenemos que levantarnos – le dijo papá.

Dylan no respondió, pero a los pocos segundos se contorsionó un poco, apoyó las manos y se puso de pie.  Recogió mi chaqueta y me la devolvió, como si lo que acabara de pasar fuera perfectamente normal. Como si la gente se acurrucara entre gritos de forma habitual.

-         ¿A dónde fue t-todo el mundo? – preguntó, extrañado. No se había dado cuenta de cuando papá le pidió al empleado que desalojara.

-         Tus hermanos nos esperan en la sala de al lado.

-         ¿E-están enfadados c-conmigo?

-         No, mi amor. Nadie está enfadado contigo – le aseguró papá.
Dylan metió la mano en su bolsillo y sacó sus canicas. Empezó a frotarlas lentamente la una contra la otra, provocando un sonido característico y seco.
-         Ey, Dylan. ¿Quieres ir a ver a las medusas? – sugirió Michael.
El enano le miró y asintió. Sin añadir nada más, caminamos hacia la salida del túnel.
Papá abrió la puerta primero, como el soldado que se adelanta para comprobar el campo de minas, pero al otro lado tan solo estaban nuestros hermanos, Blaine, Scarlett y el empleado.
-         Muchas gracias por su comprensión – dijo papá, dirigiéndose al trabajador. – Lamento las molestias que podamos haber causado.

-         No se preocupe. ¿El niño está bien?

-         Sí.

-         El médico está a punto de llegar. Pueden esperarle en la sala de personal. Ehm… ¿es un cumpleaños o algo así?

-         No, son todos mis hijos – explicó papá.

Sonreí. Siempre la misma pregunta.  

-         Mi madre… Está bien, pasen por aquí.

-         Mike, las m-medusas – le recordó Dylan.

-         Enseguida vamos, peque – le tranquilicé. - Primero un doctor va a mirar que no te hayas hecho daño en la cabeza.

-         AIDAN’S POV -

El empleado abrió una puerta lateral medio camuflada en la que ponía “Prohibido el paso” y nos guio hasta una habitación que no compartía la decoración del resto del acuario. Era una estancia sencilla, con una mesa, varias sillas, una cafetera y un microondas.
De pronto sentí que alguien me agarraba la mano. Me sorprendí al ver que era Scarlett.

-         Has dicho que somos tus hijos – me susurró.

Abrí los labios, pero no fui capaz de articular una palabra. No me había dado cuenta.

-         Perdona, cariño. Estoy acostumbrado a responder así cuando me preguntan.

-         No me importó.

Scarlett se quedó a mi lado mientras los demás buscaban un sitio donde sentarse. Después me soltó la mano y la puso sobre la cabeza de Dylan, en un gesto que tal vez pretendía ser de consuelo o de apoyo.
-         ¿Qué magia has hecho? – me preguntó Blaine.

-         Yo no hice nada.

-         Pues se siente cómoda contigo.

-         ¿No se asustó? Dy no siempre reacciona así, es que…

-         Es autista, lo sé. Mamá nos lo dijo y le estuve observando en el concierto de Sam – explicó Blaine y miró a Dylan, que le estaba enseñando las canicas a su hermana. – Scay es protectora con los niños pequeños. Se preocupó un poco, pero nada más. ¿Os molestó antes? Abrió la puerta sin que me diera cuenta.

-         ¿Quién? ¿Scay? No me fijé – respondí, con sinceridad. Había estado concentrado en calmar a mi pequeño.
 En ese momento entró el médico y parpadeó un par de veces al encontrarse con tanto niño.
-         ¿Quién es mi paciente? – preguntó, amigablemente.
Me aproximé y le conté lo que había pasado. El hombre entendió y se arrodilló frente a Dylan para examinarle la cabeza. No sé si tenía experiencia con personas del espectro, pero se las apañó bastante bien.
-         No creo que tenga nada – me dijo. – Si se queda más tranquilo, puede hacerle una prueba de reflejos con una linterna, pero creo que la luz podría alterarle.

-         Sí, será mejor que no. Muchas gracias, doctor. Perdón por molestarle.

-         No es molestia. Ahora… discúlpeme a mí por la pregunta… ¿pero es usted Aidan Whitemore?

-         ¿Cómo lo…?

-         Su cara ha salido por la tele últimamente.

Noté cómo me ruborizaba, poco acostumbrado a que me reconocieran, y asentí.
-         P-papá es escritor – dijo Dylan.

-         Sí, y muy bueno, ¿verdad? – le respondió, sonriendo. Después volvió a dirigirse a mí. – Tengo todos sus libros. A mis hijos les encanta. Lástima que nunca haga firmas – comentó el hombre, mientras recogía sus cosas.
La editorial me había hecho ese reclamo muchas veces. Solo había hecho un par de firmas en mi vida, todas locales, porque viajar con tantos hijos no era una opción.
-         Vaya… muchas gracias – logré decir.

-         No hay de qué. Y déjeme decirle también que sus hermanos están muy bien educados. Están aquí tranquilitos, sin armar jaleo. Casi nadie se creyó todas esas tonterías que dijeron sobre usted.

Totalmente avergonzado, sonreí y observé a mis hijos. Aquel hombre tenía razón, se estaban portando muy bien, incluso los peques, sentados sobre alguno de sus hermanos mayores.  El doctor se despidió y yo pensé en la mejor forma de felicitarles por su buen comportamiento, pero no tuve ocasión:
-         Ese tipo quería ligar contigo – me dijo Blaine.

-         ¿Qué?

-         Se le notaba un montón – apoyó Alejandro.

-         Solo estaba siendo amable…

-         Ahá – replicó mi hijo, como diciendo “si tú lo dices”.
Me ardía la cara y estaba seguro de que tenía que estar rojo.
-         ¿Os pasa mucho esto? ¿Qué la gente quiera ligar con él? – preguntó Blaine.

-         Sí, pero normalmente son chicas. Bueno, y cuando no estamos todos juntos. Tantos críos suelen ahuyentar a las lagartas – respondió Jandro.

¿Podían dejar de hablar de mí como si no estuviera?
-         Pues que no se acerque nadie, que estás cogido, ¿eh? – bromeó Blaine. Solo que no tuve del todo claro que fuera una broma.
Por suerte, Dylan y Kurt empezaron a impacientarse y a tirar de mi ropa.
-         Papi, el acuario – dijo Kurt.

-         Papi, medusas – insistió Dy.

-         Sí, peques, ya vamos.

Dejamos el área de descanso y volvimos al circuito del acuario. Aquella vez Dylan no se agarró a mí, sino a Michael. Suspiré. Quería tenerle cerca. Quería protegerle de cualquier cosa que pudiera hacerle pasar un mal rato.
-         ¿Qué ocurre? – me preguntó Ted, perspicaz como siempre.

-         Creo que he estado descuidando mucho a Dylan – le confesé, dejando salir por fin el enorme sentimiento de culpabilidad que estaba arrastrando. Había un montón de cosas que había dejado de hacer con él. Antes, cuando íbamos a ir a un lugar nuevo, hacíamos una “expedición de rastreo” previamente, para que viera cómo era y lo que podía esperar. Y en cambio, en las últimas semanas, le había llevado sin ningún tipo de preparación a un concierto, a una pizzería y al acuario. Vale, la pizzería y el acuario los conocía, pero aún así, ¿cómo podía haber sido tan desconsiderado?

-         Pues yo creo que descuidarle es lo mejor que podías hacer por él – replicó Ted. - Los padres de niños autistas suelen ser padres helicóptero que les sobreprotegen y, sin darse cuenta, les dificultan el aprender cosas por sí mismos. Habrá días malos, pero no puedes controlar todo lo que sucede a su alrededor. Dylan ha demostrado que es capaz de adaptarse a cosas que antes le costaban mucho. Solo tienes que estar ahí para echarle una mano cuando lo necesite.
Dejé que las palabras de Ted calaran dentro de mí. Le sonreí con agradecimiento y decidí que no podía dejar que nada nos estropease ese día. Mis hijos tenían que pasárselo bien y olvidarse de los problemas por un rato.
Tocó ir a la zona de las medusas y la verdad es que parecía imposible que existieran tantas y de tantos tipos.

-         DYLAN’S POV -
Michael, Ted y papá me ayudaron a relajarme. Michael me caía mucho mejor ahora que no parecía tan enfadado. Cuando vino a vivir con nosotros gritaba mucho y decía palabrotas y ahora lo seguía haciendo a veces, pero se parecía más a Alejandro y a Harry y menos a un hombre malo. Y hablaba más conmigo y no me había vuelto a pegar.
Después de que un médico dijera que mi frente estaba bien, volvimos al acuario por una puerta que separaba el mundo real del mundo de los peces. Eso me hizo preguntarme si aquello podía considerar parte del mar o no. El acuario estaba muy cerca de la playa y había visto las turbinas desde fuera: el agua venía directamente desde el océano. Así que, ¿podía decir que estaba en el fondo del mar? ¿O que el mar se había metido en la Tierra? Estuve pensando sobre esto por un rato, hasta que llegamos a la zona de las medusas.
Era una sección oscura, donde prácticamente la única luz provenía de los tanques en donde nadaban los animales. Se trataba de una luz violeta que contrarrestaba la transparencia de las medusas.


Michael se dio cuenta de que las estaba mirando, así que se paró conmigo.

-         ¿Te gustan, peque? – me preguntó. Asentí. – Son bonitas.

-         Son mortales – repliqué.

-         Bueno sí, eso también. Mejor no meternos en un tanque de esos, ¿no?

Asentí otra vez, pero no pude concentrarme en lo que me decía porque, a nuestra derecha, Blaine y Alejandro habían empezado a hablar algo fuerte.
-         ¿Qué te pasa, estúpido? Ni siquiera es tu padre – gruñó Alejandro.

-         Esa tipa le estaba comiendo con los ojos, ¿es que no lo has visto? – replicó Blaine.

-         ¿Y a ti qué?

-         ¿Cómo que a mí qué? ¡Está con mi madre! – exclamó Blaine, llamando la atención de los que estaban a su alrededor.

-         ¿Y qué, tienes miedo de que la deje? Normal, yo también lo tendría – repuso mi hermano.

-         ¿Qué has querido decir con eso?

Blaine se encaró con él, dejando muy poca distancia entre ambos. La gente tiene un claro problema con el espacio personal.

-         Que si tan inseguro estás de que otras mujeres miren a mi padre es porque sabes que tu madre no puede competir – respondió Alejandro, juntándose todavía más a él, hasta que sus cabezas casi se tocaron.

-         Retira eso.

-         ¿O sino qué? – se burló Jandro, dándole un pequeño empujón.
Los triceratops, cuando eran jóvenes, competían entre sí para ver quién era el macho dominante. Chocaban sus enormes cabezas y se empujaban, hasta que uno de los dos se rendía.
-         Vete a la porra – resopló Blaine y se giró bruscamente para ir con su hermanita.
Cuando Blaine se fue, papá agarró a Alejandro del brazo:
-         ¿Me quieres contar qué ha sido eso?

-         ¡Suéltame!

-         A punto estoy de darte una palmada, así que compórtate.
Alejandro tragó saliva y se encogió, clásica postura de haber perdido la batalla. Papá seguía siendo el jefe de la manada.
- Solo tuvimos una… discrepancia de opiniones.
- Estuvo fuera de lugar.
- ¡Él estuvo fuera de lugar! Le dijo que se esfumara a una mujer solo por mirar en tu dirección. Pero a él no le dices nada, claro….
- No soy su padre, Jandro – respondió papá.
Yo no estaba tan seguro de eso último. Muchas veces, cuando el papá de una cría de triceratops moría, otro miembro masculino de la manada se encargaba de protegerle. Aunque a veces tenía que enseñarle primero quién era el más fuerte, el que estaba al mando.

-         AIDAN’S POV -
Presencié desde lejos la pequeña discusión entre Blaine y Alejandro. No sabía si debía intervenir o no, pero en un punto pareció que iban a pasar a las manos. Por suerte, Blaine se alejó e impidió que la cosa siguiera escalando.
Por lo visto, todo había sido por cierta sobreprotección de Blaine hacia la relación que tenía con su madre. Tendría que hablar con él al respecto, pero no sabía bien cómo. Alejandro, por su parte, estaba algo celoso porque Blaine se estaba encariñando conmigo.
- Él solo quiere asegurarse de que no hago daño a su madre, campeón – le dije a Jandro, intentando sonar conciliador. – No tiene de qué preocuparse, porque no está en mis planes. Holly es importante para mí, ya os lo he dicho.
- Lo sé – suspiró mi hijo. – Lo siento.
Le di un beso en la cabeza sin importarme que le avergonzara. Se merecía un poquito de bochorno por peleón. Además, estaba cansado de no poder ser cariñoso con mis hijos delante de la gente por un estúpido sentimiento de vergüenza.
- Aich, papá – protestó y se escabulló como pudo para camuflarse entre sus hermanos.
Eché un rápido vistazo de control para asegurarme de que estábamos todos -algo que hacía unas tres veces cada cinco minutos, con la constante paranoia de perder a alguno de los peques- y me fijé en que Blaine estaba enfurruñado en un rincón, mirando su móvil. Me acerqué a él.
- Si me vas a regañar, vete por donde has venido – me advirtió.
Me quedé congelado por su hostilidad, pero sobre todo por sus palabras. Daba por hecho que yo le podía regañar.
- No lo tenía pensado, pero si crees que vengo a eso tal vez es que piensas que hiciste algo mal – respondí.
Blaine apartó el móvil y se encogió de hombros.
- No le hablé mal a esa mujer. Solo le dije que siguiera caminando, que los acuarios estaban del otro lado y aquí no había ningún pez al que mirar.
Me mordí el labio para no sonreír. ¿De verdad le había dicho eso? No había llegado a oírlo.
- No fue algo muy delicado para decir – le hice notar. - ¿Y por qué hiciste eso? – pregunté, pero se quedó callado. – No voy a traicionar a tu madre, Blaine. Jamás la haría daño.
- Ya se lo hiciste – me acusó. – Cuando detuvieron a Michael y la dejaste.
- Tienes razón. Eso fue una estupidez. Pero jamás la dejaría por otra mujer, así que no tienes que tener miedo de eso, ni ahuyentar a todo el que me dedique una palabra amable o una sonrisa, ¿vale?
- Humpf. Está bien.
- Siento la reacción de Alejandro. No debió ponerse así, ni empujarte. Gracias por no empezar una pelea.
- No quiero meterme en líos de nuevo tan pronto – me respondió.
¿Sabría él que Holly me había contado que le había castigado el día anterior?
- ¿Tan pronto? – pregunté, dándole opción a que se explicara, si le apetecía.
- Ayer armé una gorda – admitió, bajando la mirada. – Mi madre se enfadó mucho conmigo.
- ¿Por qué?
- Mmm.
- No me lo tienes que contar, si no quieres – le tranquilicé.
- A veces hago parkour – me explicó y mi cara debió de evidenciar que no le había entendido. – Ya sabes… Desplazarse a través de los obstáculos. Saltar barandillas, escalar edificios…
- ¿Esa locura de tomar la ciudad como si fuera un circuito deportivo?
- No es una locura. Y no es solo por la ciudad – se defendió. – Pero ayer… sí fue un poco estúpido. Mira, este soy yo con unos amigos… Llevaba la Go-pro de uno de ellos en la frente.
Blaine tecleó algo en el móvil y me enseñó un vídeo donde se veía a tres chicos saltando de un edificio a otro. ¡Más de diez metros de altura! ¡Sin ningún tipo de protección! Se me detuvo el corazón en varios puntos del vídeo y finalmente tuve que pararlo antes de que terminara, porque era demasiado para mí.
- ¡Madre mía, Blaine! ¡Os podíais haber matado!
- Ella dijo lo mismo… Mi clase de guitarra se canceló, así que mis amigos vinieron a buscarme. Llevábamos mucho tiempo queriendo hacerlo... Pensé que mi madre no se iba a enterar, pero el profesor le escribió diciendo que no había clase y vino a por mí. Se llevó un buen susto al no encontrarme al principio, pero eso no es lo peor… me vio saltar - admitió. - Casi llama a la policía.
- ¡Yo lo habría hecho! ¡Y a los bomberos! ¿Pero cómo se te ocurre hacer algo así?
- Ninguno se cayó – susurró, débilmente. – Sabemos lo que hacemos.
- Oh, no, tenéis ni idea de lo que hacéis – repliqué. – Por Dios santo, chico… Tu madre tuvo que pasar mucho miedo. ¿Pero cómo le haces algo así?
Al instante sus ojos castaños me miraron con tristeza, aplacando la rabia que su inconsciencia me provocaba.
- Mi madre ya me regañó – se quejó, sonando varios años más pequeño. – Hizo más que eso… Se enfadó mucho.
Suspiré. No era mi papel meterle sentido común. O tal vez sí. Pero no entonces. Por una vez mi misión era sobre todo reconfortar.
- No es para menos, Blaine. Fue una estupidez muy grande.
- Ya sé…
- Mira, no quiero echarte la bronca, pero es que no me puedo contener. No tienes ni idea de lo que he sentido al ver ese vídeo. Lo que hicisteis fue un delito, pero eso fue lo de menos. ¡Fue tan peligroso que no sé ni por dónde empezar!
¿Por qué tenía tanto miedo? ¿Por qué mi boca se había secado y mis manos temblaban ligeramente? Apreciaba a los hijos de Holly, no quería que les pasase nada malo, pero entendí que era más que la extensión del cariño que sentía hacia ella. Ese chico me importaba de verdad y la idea de que hubiese arriesgado su vida de esa forma me llenaba de rabia, de pánico y de impotencia.
- No sabes cuánto tienes que agradecer que tu madre y yo no nos hayamos casado todavía – susurré, entre dientes. – Porque el castigo que te hubieras llevado te…
- ¿Todavía? – me interrumpió, con una sonrisa esperanzada. Su ilusión porque Holly y yo fuéramos pareja me recordó a Barie…
- ¡Ese no es el punto, Blaine!
- No me grites – suplicó, con un gemido lastimero. – Tus hijos nos están mirando. Y no es necesario que me amenaces. Mamá ya se encargó de la parte de castigar.
Respiré hondo. Estaba bien. El mocoso irresponsable estaba bien, sin un rasguño.
-         Los dos sabemos que tu madre es demasiado blanda.
Estuve a punto de decirle una frase del tipo “los métodos de tu tío son más adecuados para lo que hiciste” pero me contuve a tiempo. No, no era cierto. Aaron era un bruto y con brutalidad no se consigue nada.
-         Eso no es verdad – replicó Blaine. – Tú solo conoces la parte buena de mi madre, pero puede enfadarse mucho.
Algo en su tono me indicó que hablaba en serio. Eso me sorprendió un poco. Por más que lo intentaba, no podía imaginarme a Holly siendo estricta.
-         Sigue siendo mejor que el tío Aaron – añadió con una mueca. Aquello terminó de difuminar mi enfado. Le di un abrazo corto, porque ya había notado que Blaine reaccionaba físicamente a ellos, como si los necesitara mucho.

-         No sé cuánto se enfadó Holly, pero sí estoy seguro de que ya te ha perdonado.
Blaine asintió y tardó un poquito en deshacer el abrazo.
- Pero es tan raro verla así… Creo que tengo como un don, y soy el único que la saca de sus casillas.
- Ese don le tienen todos los adolescentes – le dije y eso le hizo sonreír un poquito, pero enseguida se entristeció otra vez. Me arrepentí de haber sacado el tema. – Vamos, oye. Tan malo no sería si te ha dejado venir hoy aquí.
- Me ha dejado solo por Scay – replicó. – Y porque lo de ser mala le dura más o menos cinco minutos.
Me reí. Me sentía identificado.
-         No creo que haya sido solo por Scay. Podría haberle dicho a Leah que viniera ella.

-         No, Leah tiene que estudiar. Va de culo en el colegio… Mamá le hubiera dejado venir, pero el tío ni de coña.
Evité hacer comentarios sobre el hecho de que esa decisión le correspondía a Holly. En cambio, reflexioné sobre el detalle de que Blaine intercalaba un formal “mi madre” con un cariñoso “mamá”. Lo primero es lo que diría con un conocido; lo segundo con alguien de confianza, de la familia. Eso, y lo sincero que era conmigo me hizo ver que me había ganado el corazón de aquel niño. Me sentí con el deber de protegerlo y acababa de descubrir que no iba a ser una misión sencilla, porque el crío no tenía sentido de la autopreservación.
- Ahí puedes ver que sí que es blanda – continuó Blaine, que había seguido su propia línea de pensamiento. – En cómo reacciona con las malas notas. La vida le ha enseñado a mi madre a no enfadarse por cosas que no merecen la pena.  No estoy diciendo que las notas no importen, solo…
- Entiendo lo que quieres decir. A mí me está enseñando lo mismo – respondí.
Pensé en Ted, en Michael, en Kurt. La posibilidad de perder a cualquiera de los tres había ordenado mis prioridades. Había sido algo progresivo, pero miraba atrás y había algunas cosas del pasado que hubiera hecho diferente.
- Tú eres más blando todavía que mamá – replicó.
Sonreí ligeramente.
-         ¿Eso crees? Bueno, habría que averiguarlo. Pero algo me dice que te equivocas.

-         Ya lo comprobaremos.
Ese uso del futuro, dando como cosa segura que íbamos a estar juntos, me enternecía y me empujaba a conseguir por cualquier medio que se cumpliera.
-         Ah, no. De eso nada. Tú vas a ser un buen chico y no le vas a dar más sustos a tu madre – sentencié.
Blaine se ruborizó y asintió tímidamente.
-         Soy más cafre que tus hijos, ¿a que sí? – me preguntó.

-         Eres un muchachito imprudente, pero eres un buen chico – le dije. - Y mis hijos también.

-         ¿Incluso Alejandro? – tanteó. Los rastreadores de problemas se distinguían unos a otros.

-         Claro que sí. Que sea un poco rebelde no cambia lo orgulloso que me siento de él. Aunque no siempre se lo he sabido transmitir – añadí, más para mí que para él, recordando todo lo que habíamos vivido en los últimos meses. Cuando mi pequeño trasto se quedó por primera vez a cargo de sus hermanos y las cosas no salieron del todo bien. Cuando tonteó con el alcohol. Sus notas, ya que Blaine había sacado el tema.
Tal vez había sido muy exigente con él en ese último asunto. Le mandé hacer las tareas de la casa, en un intento de enseñarle el valor de la responsabilidad, y quizá funcionó un poquito, pero creo que lo que verdaderamente le ayudó fue que empezara a preguntarle todos los días, apoyándole. Alejandro en el fondo era inseguro en el tema de los estudios como en todo lo demás. Repetirle la materia a alguien le ayudaba a convencerse de que podía memorizar cosas. Ahora que estaba ayudando a Michael a ponerse al día se notaba que iba ganando confianza. Jamás debí escucharle cuando a los once años dijo que “no tenía que estar encima de él como de los enanos” y que “podía estudiar solo”. Alejandro a veces intentaba alejarme con su carácter cuando en verdad me necesitaba y me quería cerca.
- Es un buen hermano – le dije a Blaine. - Una buena persona, muy inteligente, amable, dulce y… ¡LO VOY A MATAR!
El discurso de padre orgulloso se me cortó cuando vi a Alejandro precisamente molestando a Dylan, intentando quitarle su reloj. Dy había empezado a ponerse algo nervioso.
-         ¡Alejandro! – le llamé. – Deja en paz a tu hermano.

-         Solo le estoy chinchando un poco, papá. Es mi manera de entretenerle y darle seguridad. Él sabe que siempre puede contar conmigo para que le toque las narices, ¿verdad?
Dylan soltó un gruñido como toda respuesta y Jandro le revolvió el pelo.
-         ¡Papáaaa! – protestó Dy.

-         ¡Alejandro!

-         Molestarle es mi derecho de hermano mayor, papá.

-         Ya te daré yo a ti derechos – repliqué. – Camina. Lejos de tu hermano te quiero. Parece mentira que le saques siete años.
Iba a seguir con la llamada de atención, pero Kurt tiró de mi chaqueta.
-         Papi, tengo hambre – me informó.
La verdad era que ya se estaba acercando la hora de comer.
-         Está bien, campeón. Vamos a la zona de restaurantes.


-         KURT’S POV -
Dylan tuvo una de esas cosas que papá llamaba “crisis”. Cuando era más pequeñito a veces me tiraba al suelo de la misma forma que Dylan, pero cuando yo lo hacía papá me ponía en la esquina. Cuando fui más grande y ya cumplí cinco me explicó que Dy era un poquito diferente y me habló del autismo. Hasta hacía poco, Dylan no sabía que era autista. Pero yo creo que en verdad siempre lo supo. Al menos siempre supo que se comportaba distinto a los demás. Pero eso no era malo. Por lo general Dy era muy listo y sabía muchas cosas y aunque no siempre era divertido jugar con él tenía muchos otros hermanos para eso.
Cuando se sintió mejor, seguimos viendo el acuario. Vimos a las medusas y le pedí a Barie que les hiciera muchas fotos, porque eran muy bonitas. Pero me entró hambre, así que se lo dije a papá y nos fuimos a comer.
 Entramos en un restaurante donde hacían hamburguesas y sándwiches. Seguía estando dentro del acuario y por eso a Alice, a Hannah a Dylan y a mí nos regalaron un globo muy grande con forma de pez. Papá pidió para llevar, porque éramos muchos y no íbamos a poder comer sentados todos en las mesas del restaurante. Así que comimos afuera, sentados en un césped y yo pude jugar con mi globito.
-         Enano. Termina tu comida antes de jugar – dijo papá, sosteniendo mi hamburguesa.

-         Buh.

Me senté entre sus piernas y me acabé la hamburguesa, pero le di alguna de mis patatas a Jandro porque estaba llenito.
Papá me había atado el globo a la muñeca, así que corrí para hacerlo volar alto, pero me di cuenta de que Scarlett lo miraba con mucha atención. A ella no le habían dado globito, porque ya era mayor, pero parecía tener muchas ganas de jugar con el mío.
-         Toma – le dije, intentando sacármelo de la muñeca pero, al hacerlo, se me escapó de las manos y se fue volando hasta quedarse atascado en lo alto de un árbol de aquel jardín. – Mi globito… snif…. BWAAAAA

-         Ay, peque – dijo papa, y se acercó para hacerme un mimo.

-         No llores – me pidió Blaine y entonces se acercó al tronco y comenzó a trepar. Tardó apenas un segundo en llegar a lo más alto, se colgó de una rama y cogió el globo.
Aplaudí, no solo porque lo hubiera recuperado, sino porque eso había sido muy chulo. Bajó de un salto e hizo un aterrizaje perfecto. Me pasó la cuerda con una sonrisa y yo le di un abrazo, pero papá le apartó.
-         ¿Te has vuelto loco? ¿Has visto lo alto que estaba eso? – le regañó. Uy. No sabía que papá le pudiera regañar a él también.

-         En realidad no tanto. He escalado cosas peores…

-         ¡Eso no ayuda a tu causa!

-         Vamos, Aidan… Un árbol no es un edificio. Todo el mundo ha escalado uno alguna vez.

-         Todo el mundo no – gruñó papá.

-         ¿Se lo vas a decir a mi madre? – preguntó Blaine.

-         No le regañes, papi, recuperó mi globito – le defendí.

-         No podía dejar que se quedara sin él por querer prestárselo a mi hermanita – dijo Blaine.

Papá nos miró durante varios segundos y luego resopló.
-         Estáis adorables ahora mismo, con esos ojitos de carnero los dos. No hay quien se resista a eso. Pero tú sigues siendo un imprudente – le dijo a Blaine. – Se lo tengo que contar, pero buscaré la forma de endulzar la historia.

-         Ha sido un árbol muy muy pequeñito. De apenas un metro, ¿verdad Kurt? – me preguntó.

Miré el árbol con atención.
-         No sé, yo mido un metro con diez y es mucho más alto que yo – respondí, inseguro. Papá soltó una risita.

-         Le has ido a preguntar a un enano que nunca miente, Blaine.

Él suspiró.
-         Eso está bien, enano. Hay que ser sincero. Aunque adornar la verdad un poquito tampoco le hace daño a nadie.
Nunca entendía bien a qué se refería esa expresión que los mayores usaban mucho. “Adornar la verdad”. Quizá era como cuando Madie o Zach me preguntaban si estaban buenas sus galletas y yo tenía que responder algo amable aunque no me gustaran. Papá me había dicho que eso no era mentir, sino no herir los sentimientos de la gente.
-         Tal vez mida un metro y medio – intenté.
Blaine sonrió y me revolvió el pelo.
-         Yo a este enano me lo como.

-         Ponte a la cola – le dijo papá.

-         ¡Ño! ¡Os coméis las hamburguesas, yo no soy comida!

-         ¿No? – preguntó y al segundo siguiente me atrapó y me hizo cosquillas.

Corrimos por el césped durante un rato, hasta que me cansé y me tumbé en la hierba con papá a mi lado. Algunos de mis hermanos se acercaron también.
-         ¿Lo estáis pasando bien? – quiso saber papá.

-         ¡Si!

-         ¡Shi!

-         Aún nos faltan un par de sitios por ver. ¿Quién tiene ganas?

-         ¡Yo!

-         ¡Yooo!

-         ¡Yo, yo yo!

Recogimos las bolsas de la comida y las llevamos a la basura. Después entramos a ver las últimas zonas del acuario. Como una hora después acabamos, pero había que salir por una tienda de regalos y nos quedamos un rato viéndolo todo.
Scarlett se fijó en un colgante de una tortuga y Blaine rebuscó en su bolsillo para comprárselo, pero papá no le dejó pagar.
-         Yo se lo compro.

-         N-no hace falta – dijo Scarlett, escondiéndose detrás de Blaine.

-         Pero quiero hacerlo. Os compraré un recuerdo a todos, ¿bueno? Este fue un día especial. Pude conoceros un poquito más, a ti y a tu hermano.
Papá nos dejó escoger algo de la tienda, pero tenía que ser menor de dos dólares. Para mí dos dólares ya era mucho dinero, pero creo que para alguno de mis hermanos no. Pero éramos muchos y papá siempre ponía un límite en el precio de las cosas.
En una parte de la tienda, en bolsitas de plástico tenían peces vivo. ¡Y valían justo dos dólares! Estiré la mano para coger uno, pero papá me lo impidió.
-         No, mi vida. Eso no.
Puse un puchero.
-         ¿Por qué no?

-         Un animalito vivo no es un juguete. No tenemos donde ponerlo – me explicó. – Y no está bien tenerle ahí, en una bolsita.

-         Pero yo quiero – protesté, bajito.

-         El pececito no es feliz, ¿no lo ves? No tiene un sitio grande donde nadar, como los acuarios que hemos visto.

-         Pero mira, ahí hay una casita para peces – señalé una pecera. – Ahí sí estaría contento.

-         Tal vez otro día, ¿bueno? Hoy no.

No era justo, yo quería uno. Le iba a cuidar y le iba a tener en una mesita de mi cuarto. Empecé a llorar flojito, pero sabía que papá no me lo iba a comprar. Además, la pecera no parecía tan grande como el acuario. Tal vez ahí solito se aburriría mucho.

-         Ta bien… snif… Iosh, pececito.

Papá me cogió en brazos y me secó la cara con su mano.

-         Mira, bebé. ¿Qué te parece este peluche? ¿Le damos a Cangu un amiguito? – me preguntó.

-         ¡Es Nemo! – exclamé.

-         Sabía que te iba a gustar – me sonrió.

-         No es justo, vale más de dos – protestó Hannah. – Ahí pone seis.

Acaricié el peluche.

-         Ya sé, Hannah, pero… - empezó papá.

-         Es que Kurt y yo lo vamos a compartir – dijo Ted.

-         Sí, y yo también – añadió Michael. – Así que, como somos tres, dos dólares cada uno, dos, más dos, más dos, dan seis – le explicó.

Miré a mis hermanos y les sonreí. Nunca había tenido un peluche compartido con los mayores, casi todos mis juguetes los compartía con Hannah, Dylan y Alice y algunas veces con Cole. 

-         ¡Wiiii! ¿Cómo lo vamos a llamar? – pregunté.

-         Mmm. Elígelo tú, peque – me dijo Ted.

Asentí. ¡Yo me iba a encargar de ponerle un nombre bonito!

-         AIDAN’S POV –

Si seguía siendo un consentidor empedernido iba a dar igual el éxito que estuviera teniendo, porque me iba a arruinar. Pero comprarles un detalle a mis hijos no era malcriarles. Que fueran muchos no era excusa para no consentirles un poco si me lo podía permitir.

Kurt se encaprichó de un pez que alguien había tenido la brillante idea de meter en una bolsa. Aparte de que no me parecían formas de tener al animalito, sabía que esos peces vivían muy poco tiempo, semanas con suerte, y no quería someter a Kurt a ese disgusto. Así que no le dejé cogerlo y mi bebé se puso muy triste.
Me alegré y me sentí orgulloso porque no hiciera un berrinche. Se estaba haciendo tan mayor…
Vi un peluche que casi llevaba su nombre escrito, pero Hannah me hizo notar que era más caro de lo que yo mismo había establecido. Entonces Michael y Ted acudieron en mi rescate y de verdad que no podía estar más feliz por los hijos que tenía.
Salimos de la tienda y fuimos hacia los coches. Eran solo las cinco de la tarde y de buena gana me hubiera metido ya en la cama hasta el día siguiente, pero aún quedaban horas para eso y tenía que llevar a Blaine y a Scarlett a su casa.
Justo cuando iba a meterme en el coche, me fijé en que Zach hacía movimientos extraños para sentarse.
-         ¿Zach? ¿Qué ocurre, hijo?
Me acerqué y no pude creer lo que vieron mis ojos: llevaba una de aquellas bolsas con peces vivos.
-         ¡Zach! ¿Es que no me oíste decirle a Kurt que eso no? – le dije. - ¿Acaso tú no habías comprado un colgante con forma de diente de tiburón?
Entonces lo entendí: Zach no había comprado aquel pez. Lo había robado. La mirada que le eché le hizo encogerse.
-         Sal del coche – ordené.

-         No, papá, espera, lo puedo explicar…

-         ¿Con qué dinero pagaste ese pez? – inquirí. Aún podía haber una explicación. - ¿Con el tuyo?


-         No lo pagué – admitió, en un susurro. – Lo cogí…
Le quité la bolsa de las manos, entre otras cosas para asegurarme de que las tenía ocupadas.
-         Sal del coche. Vamos a devolverlo ahora mismo y te vas a disculpar.

Zach salió lentamente y me miró con tristeza, pero no podía dejarme conmover. Dejé a los demás en los coches y empecé a caminar hacia la tienda tirando un poco de él.

-         Papi, no es lo que crees, en serio… Es que… Yo… Vi al enano tan triste que pensé… Pensé que se lo podía dar…
Suspiré y detuve mis pasos. Sujeté su barbilla para que me prestara atención.
-         Querías hacerle un regalo a tu hermano. Eso está muy bien, pero si yo digo que eso no, es que eso no. Y lo que nunca, bajo ningún concepto puedes hacer es coger algo sin pagarlo. Incluso aunque sea barato. No es por la cantidad, es por el acto en sí mismo. Tú no eres un ladrón, Zachary, y no voy a dejar que te conviertas en uno.
Sus ojos claros empezaron a derramar lágrimas y para cuando llegamos a la tienda ya estaba llorando abiertamente. Me dirigí al dependiente agarrando el cuello de Zach suavemente para que no se escapara.
-         Mi hijo tiene algo que decirle.

-         Snif… Yo… snif… yo… cogí este pez… snif… y no lo pagué… snif… Lo siento mucho… snif…

-         No me di cuenta. Por favor, discúlpenos – añadí yo y le entregamos el pez.

-         Está bien. No hagas estas cosas, chico, mira qué disgusto le das a tu padre.

Zach sollozó más fuerte y se alejó un poco, pero no se atrevió a salir sin mí. Suspiré, me despedí del encargado y fui con mi hijo. Pasé una mano alrededor de su espalda y dejé que se apoyara para llorar en mi pecho.
-         En casa hablamos, campeón.

-         ¿Snif… puedo ir en el coche de Ted?

-         No – respondí tajantemente. – Nada de alejarse de mí. Siento si venir a la tienda fue vergonzoso, pero son parte de las consecuencias. Cuando hacemos algo mal, hay que compensarlo y en este caso había que devolver el pez y pedir disculpas. Pero lo has hecho muy bien – añadí, más dulcemente, y acaricié su mejilla.

-         Snif… snif… Perdón papi…snif…

-         Mi niño – le abracé. – Estás perdonado, pero eso no quiere decir que no vaya a haber un castigo.

Regresamos al coche y Zach hizo lo posible por ponerse de lado y esconder la cara en la pared de la puerta, ignorando las preguntas de sus hermanos. Puse algo de música para intentar que se distrajera, mi mocosito estaba pasando muy mal rato, creo que en gran parte por su propia conciencia.
Paramos frente a la casa de Holly y nos despedimos de Blaine y de Scarlett, pero Zach no quiso salir. Scarlett me regaló un abrazo antes de meterse corriendo en su casa y me hizo sentir completo.
-         ¡Scay, mi vida, pero no te vayas! – dijo Holly, que estaba en la puerta para recibirnos. – Perdona. Muchas gracias por haber hecho esto, Aidan, de verdad.

-         No hay de qué. Creo que se lo han pasado bien. Blaine lleva una buena colección de fotos.

-         A Scarlett le encantó, mamá.

-         ¿Y a ti, tesoro?

-         Estuvo bien – sonrió y se metió en casa.

Holly se quedó unos instantes más, para hablar conmigo.
-         Eres el mejor.

-         Ellos son los mejores. ¿Viste que Scay me dio un abrazo? Y en el acuario me dio la mano también. Al principio estuvo muy tímida, pero luego se abrió un poco. Y Blaine… Blaine es mi nuevo guardaespaldas, que sepas que no deja que nadie se acerque a mí, especialmente mujeres.

-         Le tengo bien entrenado – se rio. – Ahora sí que tenéis que venir a su competición de natación o se disgustará.

-         Claro que iremos.

-         No te dieron problemas, ¿verdad?

Me debatí entre contarle lo del árbol o no, pero no podía mentirla.

-         Durante la comida Blaine se subió a un árbol, pero fue para recuperar un globo de Kurt y lo hizo con mucho cuidado…

Ella frunció el ceño.

-         Es Blaine. Nunca hace estas cosas con cuidado.

-         Me contó… me contó lo que pasó ayer. Debió ser terrible.

-         Me asusté muchísimo – me confesó. – Y ya no sé qué hacer para que no haga esas tonterías.

-         Se dio cuenta de que se pasó. Y lo del árbol no fue nada, de verdad…

-         No haga de abogado del diablo, señor Whitemore – me regañó.

-         No, hago de abogado de un angelito.

Holly sonrió y se estiró para darme un beso, que los dos prolongamos durante varios segundos.

-         Tengo que ir con mis propios diablillos. Luego te llamo – prometí.

-         Vale. Voy a ver esas fotos.

Se despidió de mis hijos con un gesto de la mano y regresamos a casa. Todos se bajaron de los coches, salvo Zach.  Abrí la puerta contraria y me senté a su lado.

-         Algún día tendrás que salir, campeón – le dije y él se lanzó sobre mí para abrazarme.

-         No soy un ladrón, papi.

-         Ya sé que no, canijo. Solo fuiste impulsivo. Sé que los ojitos de Kurt son irresistibles, pero no puedes cometer un delito ni actuar a mis espaldas para complacerle.

-         Snif… Perdón…

-         Sube a tu cuarto, bicho. Prometo que no será tan malo como crees.  Sé que estás arrepentido.

Zach obedeció y entró en casa. Yo le seguí, después de cerrar todo bien y recoger la botella de agua de Cole, que se la había dejado en el asiento.

Harry se había quedado en el salón, lo cual me facilitaba el asunto para hablar con su hermano. Subí a su habitación y le encontré sentado en la cama. Se había descalzado y se miraba los pies como si fueran la cosa más interesante del mundo.

-         Ya nunca, nunca más voy a hacer algo así, papá, de verdad – me prometió.

-         Me alegro, campeón. Pero los dos sabemos que, si no hubiera visto la bolsa con el pez, lo habrías traído a casa – le dije. - Que no te quepa duda de que te habría hecho ir al acuario a devolverlo igualmente.

-         Snif…

-         Ya sabes lo que hiciste mal, ¿verdad? – pregunté, considerando innecesario hurgar en la herida, y él asintió. – Pues entonces, de pie, canijo.

Ocupé su lugar sobre la cama y a él le tumbé sobre mis piernas, sin ningún esfuerzo, porque él no se resistió y porque pesaba poco para mí, por más grande que se estuviera poniendo.

-         Sé que lo sientes mucho y has pedido disculpas, por eso te dejo el pantalón. Pero si alguna vez vuelves a hacer algo parecido, va fuera y tendremos una conversación mucho más seria – le advertí y rodeé su cintura con mi brazo izquierdo.

-         Nunca más, papi – repitió. El “papi” era trampa.

Levanté la mano derecha y la dejé caer sobre su pantalón. Zach dio un pequeño respingo, pero a partir de ahí se estuvo quieto.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS ¡Au! PLAS PLAS PLAS ¡Ay! PLAS PLAS PLAS 

PLAS PLAS… snif… PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Zach no lloró prácticamente hasta las últimas, pero cuando empezó lo hizo con ganas. Le levanté y le di un abrazo, sabiendo que lo necesitaba.

-         Shh. Ya pasó. No estoy enfadado contigo, ¿mm? No llores.

-         Snif… me duele…

-         Lo siento, campeón. Pero eso pasa por seguir las ideas de esa cabecita sin pensar en las consecuencias – le dije, cariñosamente. – Hagamos algo. Me vas a abrazar hasta que te deje de doler, ¿bueno?

Zach asintió y nos quedamos así por un rato. Terminé por echarme hacia atrás, para tumbarnos los dos en su cama. Él me usó de almohada y cerró los ojos mientras le mimaba la espalda.
-         ¿Te has dormido? - pregunté, al cabo de los minutos. Dijo que no con la cabeza. - ¿Y aún duele?
Esa vez asintió.
-         Ahá. Yo creo que cierto microbio se está aprovechando. No tengo la mano tan pesada.

-         ¡Shi tienes! – me acusó.

Le di un beso.

-         Si quieres más mimos solo tienes que pedirlo, campeón.

-         Bueno. Sí quiero.

Sonreí, y seguí acariciándole.
-         ¿Te lo pasaste bien en el acuario?
Asintió, algo adormilado.
-         ¿Quieres dormir un ratito?
Volvió a asentir, así que le hice masajes cerca del cuello en silencio, hasta que noté que su respiración se relajaba. Después me levanté con cuidado de no despertarle.
Fui a ver a los demás, y todos estaban entretenidos con algo. Busqué a Dylan y le vi en su cuarto, haciendo un dibujo. Dibujaba bastante bien para sus ocho años. Reconocía las figuras que representaba, lo cual es más de lo que puedo decir de los dibujos de Cole a su edad.
-         Este es Dylan – me explicó. – Y esto un a-acuario y eso un tiburón.
Estaba bastante claro, pero él no siempre entendía qué representaban los dibujos de los demás y estaba acostumbrado a que yo le explicara las pinturas que le hacía, así que sintió la necesidad de hacer lo mismo.
-         ¿Y Dylan se está divirtiendo ahí? – pregunté, para sonsacarle algún tipo de apreciación sobre el día.

-         Sí.

-         Tiene una tirita en la cabeza – me fijé. - ¿Fue dónde te golpeaste?

Asintió.

-         El cristal estaba muy duro – le dije. – Tienes que tener cuidado con tu cabecita, ¿bueno? Usa tus canicas, corazón.

Comportamientos de reemplazo, decían los expertos. Buscar cosas que le calmen en lugar de aquellas que son peligrosas o que debería evitar.

Dylan volvió a asentir y entonces se puso a dibujar las canicas. Le dejé tranquilo y fui a mi cuarto. Tenía varios mensajes de la editorial, diciendo que tenían muchas cosas que hablar conmigo, entre ellas el libro que se me había ocurrido aquella madrugada.

Querían hacer una videollamada y me pedían si podía ser ese mismo día en lugar de al siguiente. Ellos hacían muchas cosas por mí. En la editorial habían sido muy pacientes con mi historia familiar y con las últimas semanas caóticas en donde apenas había hecho promoción por redes. Así que bien podía ceder un poco.

Les di un aviso a mis hijos y colgué un cartel en la puerta de mi habitación:

~****~

Papá está en una reunión, de 19 a 19.45. Prohibido entrar hasta entonces.
La respuesta a tu pregunta es una de estas:
·        En tu cuarto
·        En la lavadora
·        En mi cuarto
·        ¿Ya buscaste debajo de la cama?
·        Luego te ayudo a buscarlo
·        Sí, claro que juego contigo, ve preparando la play / los disfraces / las pinturas/ las construcciones / los dinosaurios / el puzle/ las canicas / las muñecas / los unicornios
·        Da igual quien tenga razón, no os peleéis
·        Huevo con patatas
·        Pídeselo / pregúntaselo a Ted o a Michael

~****~

Atendí la llamada y empezamos a discutir plazos de entrega para el nuevo libro. Después me dijeron que alguien se había interesado en hacer una película de mi novela para adultos. Es noticia no me la esperaba y me sentí muy honrado... pero también sabía que significaba un montón de problemas. Seguramente, iba a requerir de mi parte algo que no tenía: tiempo. 

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