jueves, 16 de julio de 2020

CAPÍTULO 110: Doctor Juguetes




CAPÍTULO 110: Doctor Juguetes

Terminamos de poner la mesa, pero papá y Jandro todavía no bajaban así que, mientras les esperábamos, me acerqué a Michael. Tenía que hablar con él, y ese era tan buen momento como cualquier otro.
-         Oye… gracias por…. Gracias por defenderme – le dije.

-         No te defendí, de haberlo hecho esos tipos no te habrían tocado – respondió, con rabia.

-         Te metiste en líos por mí – insistí y conseguí sacarle una media sonrisa.

-         Eso siempre que quieras. Podríamos decir que es mi talento natural.

-         ¿Papá se enfadó mucho? – le pregunté, sintiéndome algo culpable.

-         Nah. Le he visto peor otras veces. Aunque me dio una buena…
Le devolví una sonrisa vergonzosa y comprensiva. Me abstuve de señalarle que rayar un coche era ilegal porque estaba seguro de que ya lo sabía y de que papá se lo habría dejado bastante claro.
-         Están tardando mucho – me hizo notar, mirando hacia las escaleras. - ¿Crees que deberíamos subir?

-         No lo sé…
Desconocía el grado de participación de Alejandro en todo aquello, pero sí había entendido que él también estaba en problemas.
-         Papá no debería castigarle. Y yo no debería haberle delatado, es que estaba nervioso… Te lo digo, eso de tener conciencia es una mierda.
Ahí no lo pude evitar y me reí abiertamente.
-         Pues un poco sí – reconocí. – Subiré a ver. Deséame suerte.
Habían pasado quince minutos, lo más probable es que ya hubieran terminado. Aún así, me moví con cautela por el piso de arriba, pero todo estaba en silencio, con tan solo el eco de las voces de mis hermanos que llegaban desde el comedor. La puerta de mi cuarto estaba cerrada y deduje que Alejandro estaría dentro, pero vi abierta la del cuarto de papá y me dirigí hacia allí.
Aidan estaba sentado en su cama, con los codos sobre las rodillas y aspecto cansado. Que Alejandro y él estuvieran en cuartos separados me dio mala espina.
-         Hola – saludé, deteniéndome en el umbral, como si lleváramos mucho rato sin vernos.

-         Hola. ¿Bajó Alejandro?

-         No…

-         Me lo imaginé – suspiró. – Id empezando a comer, campeón. Nosotros vamos enseguida.

-         Bueno. ¿Todo bien? – pregunté. Era evidente que algo no estaba bien.

Papá me miró a los ojos antes de responder.

-         Creo que he metido la pata. Lo de siempre – me sonrió, pero no fue una sonrisa alegre. – No te preocupes, Teddy. Baja a comer.

-         Mmm – vacilé. No me gustaba verle tan triste. Me acerqué a él y le di un abrazo. En seguida noté que me envolvía y me daba un beso en la frente.

-         Ah, ya me siento mucho mejor – me aseguró. - ¿Qué tal hoy en el colegio, campeón? Quitando al… incompetente… de tu director.

Era poco usual que papá criticara a mis profesores delante de mí. El director debía de caerle realmente mal. Ya éramos dos.

-         Bien. Todo el mundo sabía lo que pasó, pero empiezo a acostumbrarme a que la gente me mire. Agus me regaló esto – le dije, y le enseñé el colgante.

-         ¿El suyo si lo llevas y el mío no? – me preguntó, refiriéndose al colgante con forma de oso que me había regalado por Navidad. – Me voy a poner celoso.

Rodé los ojos. Papá podía ser más niño que Kurt cuando quería.

-         Llevaré los dos, ¿de acuerdo?

-         Humpf.

-         Sin berrinches – bromeé. – O te acuso con Holly – añadí después, maliciosamente.

Puso una mueca de espanto sobreactuada y después sonrió.
-         Ve a comer, canijo.
Más satisfecho al verle algo más animado, volví al comedor. No sabía que había pasado con Jandro, pero estaba seguro de que papá lo arreglaría.

-         AIDAN’S POV –
Ted consiguió ponerme de mejor humor, pero sabía que mi conversación con Alejandro no sería sencilla. No podía postergarla para siempre, así que, cuando Ted se fue y consideré que había pasado un tiempo prudencial para que el enfado de Jandro se hubiese difuminado, fui a su habitación.
Estaba en su cama, escuchando música con los cascos. A juzgar por el hecho de que podía oír retumbar una batería, lo tenía a todo volumen. Me senté a su lado despacio para no asustarle y puse una mano en su espalda. Durante varios segundos me ignoró, pero finalmente paró la música y se quitó un casco.
-         ¿Podemos hablar? – le pedí.

-         ¿Me castigarás si digo que no? – replicó.

Auch.

-         No, claro que no…

-         Vale, entonces: vete a la porra – me espetó.

-         No te castigaré por decirme que no, pero lo haré si me faltas al respeto – le advertí.

-         ¡Pues vete! – gruñó. - ¡No quiero hablar contigo! ¡Me pegaste por nada!

-         Eso no es tan así… Pero tienes un punto de razón, por eso venía a disculparme.

Eso llamó su atención, contra su voluntad. Me bufó con escepticismo, pero me miró con curiosidad.
-         Alejandro…. La idea de rayar el coche fue de los dos, y sé que se encargó él en solitario únicamente porque tú tenías que entrar en clase – le dije, buscando que entendiera mis motivos. - Pero tienes razón, planear no es lo mismo que hacer, así que a lo mejor no tendría que haber sido tan duro contigo. Siempre estoy diciendo que soy justo precisamente porque no os trato igual, sino que tengo en cuenta todos los factores, y al aplicar lo de “misma falta, mismo castigo”, ignoré varios detalles importantes. Es verdad que os pedí, a los dos, que no os vengarais de aquellos chicos, y al confabular con tu hermano de alguna manera me desobedeciste, pero Michael me ha dicho que fuiste tú quien desechó las ideas más descabelladas. En esta… travesura… él fue el líder y tú el seguidor, y tendría que haberlo considerado, como quizás hice en otras ocasiones – le expliqué, acordándome de cuando Michael tuvo la brillante idea de hacerse una escarificación con la ayuda de Jandro. – Y, sobre todo, hay algo que olvido con mucha, mucha frecuencia, hijo, y es que tienes tres años menos que él.

Las pocas veces en las que Kurt y Cole se metían en algún lío juntos, no les castigaba igual: a Kurt siempre le daba menos palmadas. Lo mismo hacía cuando se trataba de Harry y Alejandro y lo mismo debería haber hecho con Alejandro y Michael. No tanto por su desarrollo físico o su tolerancia al dolor (aunque también, pues había diferencias claras entre ambos, por más que mi Jandro estuviera creciendo cada vez más rápido), sino porque era una especie de escala mentalmente establecida. Una línea invisible en función de la edad, que a veces tenía que ver incluso con su capacidad de aguante emocional. Por regla general, cuanto más mayores eran, mayor dominio tenían de sí mismos y de sus emociones durante y después de un castigo.

Incluso aunque Alejandro y Michael hubiesen tenido el mismo nivel de responsabilidad en el asunto que nos ocupaba -cosa que no tenía del todo clara- debería haber sido algo más suave con él que con su hermano mayor. Solía compensar la diferencia de edad a la hora de la intensidad de las palmadas, pero quizás no siempre era suficiente con eso.

Alejandro se había llevado castigos más grandes que aquel, pero por causas más serias o por motivaciones más maliciosas que el deseo de hacer justicia para su hermano.

-         ¿Sabes? Si os hubierais abstenido de la parte de dañar un coche ajeno y os hubieses limitado a mancharlo, hasta puede que me hubiera hecho el loco – concluí, al ver que él no decía nada. – No es como si yo no hubiese tenido ganas de decirles cuatro cosas a esos brutos.

-          Entonces además de injusto eres un hipócrita.

Suspiré. Me iba a costar que se le pasara el enfado y era comprensible. Había dedicado menos tiempo a razonar con él que con Michael. Como se había disculpado, pensé que entendía y aceptaba mis argumentos para regañarle, pero por lo visto me equivocaba.

-         Siento que lo veas así. Y siento haber sido tan duro contigo. Pero estuvo mal desobedecerme y planear barbaridades contra esos chicos.

-         Si ya has acabado, déjame solo.

Volví a suspirar.

-         Te dejaré tranquilo si eso quieres, pero tienes que bajar a comer.

-         No, gracias.

-         No era una petición, hijo – le aclaré. – Y, por favor, piensa bien en cómo me vas a responder. Respira hondo antes de soltar alguna burrada de la que luego te arrepientas.

Alejandro me miró con rabia, pero encajó la mandíbula y no dijo nada.
-         … Te quiero mucho, canijo. No quiero que te pase nada malo por hacer este tipo de cosas impulsivas, ni que aprendas a dejarte llevar por la ira. La venganza nunca es buena.
Desvió la mirada como para no reconocer mi presencia, se levantó y se marchó al piso de abajo, al comedor.
“Creo que no he hecho un buen trabajo de disculparme” pensé. Tenía un conflicto interno. Sentía haberme pasado de estricto, pero no quería que interpretara mis disculpas como que me arrepentía de haberle castigado, porque no era así. Él no había actuado bien, me había desobedecido y había participado en la planificación de algo ilegal. Me daba la impresión de que Alejandro quería que le diera la razón, que dijera que no había hecho nada malo, y cualquier respuesta distinta a esa no iba a satisfacerle.
Bajé a comer con la esperanza de encontrar la manera de traspasar la cabeza dura de mi hijo para lograr que me escuchara, pero me sorprendió verle con los cascos puesto.
-         Hijo… no se escucha música en la mesa.
Fue como si se hubiera quedado sordo. Ni siquiera me miró. Me puse delante de él y le toqué el hombro. Nada. Le saqué los cascos.
-         ¡Eh! ¿Qué haces, gilipollas?

-         Alejandro… - musitó Ted.

-         Si me pides perdón fingiré que no he escuchado eso - le dije. Lo último que quería era volver a castigarle.
Silencio.
-         Tío, te está dando la oportunidad de tu vida – le susurró Michael.

Alejandro se levantó bruscamente y se fue al sofá.
-         Papá…. – empezó Ted, pero luego se calló, sin saber bien qué decir.

-         Deja que se calme – me sugirió Michael.

Esa era una buena idea, así que asentí, suspiré, y me senté a comer con los demás, sin dejar de observar la puerta por si Alejandro aparecía. Cuando se hizo evidente que no iba a venir, le preparé un plato y lo dejé en su sitio. Después le fui a buscar. Seguía en el sofá, aunque parecía ligeramente menos furioso.
-         Tu y yo tenemos que hablar – anuncié y me senté a su lado, aunque dejando algo de espacio entre ambos. – Entiendo que estés molesto. Entiendo que te parezca un exagerado, estricto, sobrexigente e hipócrita y todo lo que tu quieras. Pero no me puedes insultar.
Alejandro me miró algo avergonzado.
-         ¿Estamos de acuerdo? – insistí y él asintió. – Bien. Primero vayamos a lo principal: ¿por qué estás tan enfadado? Vi la cara que pusiste cuando Michael te contó que yo ya sabía todo. Estabas esperando que te castigara, así que no sé qué te sorprende tanto.

-         ¡Pensé que estarías de nuestro lado! ¡Esos imbéciles le hicieron daño a Ted! ¡Pero tú les defiendes!
Jadeé. ¿Realmente creía eso?

-         ¿En qué parte les he defendido? – repliqué. – Ni siquiera tengo palabras para expresar lo que siento por lo que le hicieron a tu hermano, pero ni está bien que te tomes la justicia por tu mano ni quiero que te perjudiques por esos… abusones. Cometiendo un delito de daños sobre una propiedad ajena el que peor parado puede salir eres tú.

-         Grrr. Pero se iban a ir de rositas.

-         No. De rositas no. Les han expulsado, y además en su último año de instituto. Puede que se les complique el acceso a la universidad. Ahora se tienen que enfrentar a las consecuencias que una mala decisión tendrá sobre sus vidas. Eso es algo que no quiero que te pase a ti, por eso las llamadas de atención y los castigos cuando tocan. Mejor una bronca de tu padre que un mazazo de realidad – le dije. – Sé que lo que hicisteis te parece inofensivo, pero por rayar un coche te hubieras tenido que enfrentar como mínimo a una multa y es muy probable que te quedaran antecedentes. Siendo realistas sería difícil que por una sola vez entraras en un reformatorio, pero ya tendrías una manchita, un problema legal que te cerraría muchas puertas en el futuro. Y creo que no hace falta que te diga la de problemas que podría traerle a Michael…

Alejandro hundió los hombros.

-         Perdón… Sé que tenías motivos para castigarme y en realidad estaba seguro de que tarde o temprano te enterarías y lo harías. Siempre te enteras de todo – me acusó.

-         Es un superpoder – le aseguré, con una sonrisa. Abrí los brazos pidiéndole claramente un abrazo y respiré aliviado cuando se arrastró hasta hacerse un huequecito entre ellos. – Aún tenemos que hablar de esa lengua suelta…

-         Papá – gimoteó con un puchero.

-         Alejandro – respondí, en el mismo tono. Le di una palmada no muy fuerte.

PLAS

-         Aich.

-         Estos me los quedo - le dije, enseñándole sus cascos. – Por una semana.

-         ¿Qué? ¡No, papá! Los necesito para ensayar el musical.
Le escudriñé para ver si me mentía, pero en realidad era bastante lógico, tendría que escuchar las canciones.
-          Está bien. Puedes tenerlos… si me dejas verte ensayar.

-         Eso no vale – protestó.
Le revolví el pelo, incapaz de resistir sus ojitos manipuladores.
-         No te quitaré los cascos, campeón, ni te obligaré a que me enseñes tus ensayos, aunque realmente amaría que lo hicieras. Pero estás castigado sin ordenador. Y ahora venga, ve a comer. Tus hermanos están acabando.
Refunfuñando un poco, se levantó y fue a la mesa.
Batalla ganada. La guerra siempre continuaba.
-         COLE’S POV –
Papá hizo macarrones y hubiera sido la comida perfecta de no ser porque por momentos pensé que íbamos a enterrar a Alejandro antes de llegar al postre. Pero al final no hubo muertos y pude repetir y…
-         Los macarrones son la mejor comida del mundo – suspiré, con el estómago lleno.
Papá me sonrió.
-         Me alegra que te gusten, campeón.

-         Papi, ¿me puedo ir a tu cuarto? – le pregunté.

-         ¿A mi cuarto?

-         Sí. Es que va a venir a Agustina y no quiero estar en el cuarto porque Ted y ella se van a besar, puaj, y tampoco quiero estudiar en el salón.
Papá soltó una risita.
-         Está bien, campeón. Mi cuarto es zona libre de besos.

-         De momento – apuntó Barie, que ya había terminado de comer.

-         ¿Cómo que de momento? – inquirió papá.  

-         El sábado te besaste con Holly – le recordó.

Era verdad, todo lo habíamos visto. Fue un beso largo y bonito, como los de las películas.

Papá se avergonzó un poquito, pero también tenía una sonrisa grande. Atrapó a Barie y le hizo cosquillas y mi hermana se rio con fuerza mientras intentaba escapar.

-         Jajaja. Ay, papi – protestó, pero el brillo contento de sus ojos le quitaba valor a su queja.

-         Hum. 

-         Estás muy mono cuando te entra vergüenza – le informó Barie.

-         ¿Ah, sí? Pues tú también – contraatacó él. – Tal vez debería sacarte los colores con Mark.
No le iba a ser difícil, porque solo con nombrarle ella se puso roja.
- ¿Mark puede venir también? – preguntó, tímidamente.
-         Claro que sí, princesa, pero le tiene que pedir permiso a sus padres primero.

Desconecté de la conversación, porque todo eso de los novios y las novias no me interesaba mucho todavía. Después de dejar mi plato tan limpio de tanto rebañar que seguramente no hiciese falta ni lavarlo, subí a mi cuarto a coger mis cosas del cole y el nuevo libro que me estaba leyendo, para tomar posesión de la habitación de papá por toda la tarde. Sin embargo, no encontré el libro por ninguna parte. Después de buscar durante un rato en mi habitación, empecé a mirar en la de mis hermanos.
No estaba preparado para el… el crimen que me encontré.
-         ¡KURT! – llamé. – VEN AQUÍ AHORA MISMO.
Apenas unos segundos después, el enano asomó la cabeza y entró a su propia habitación, pero le siguieron varios de mis hermanos, sorprendidos por mi grito.
-         ¿Qué pasa?
Como toda respuesta, señalé su cama, donde estaba MI libro, abierto de mala manera, con varias hojas arrugadas y un par de ellas rotas. ¡Rotas!
-         ¡Yo no fui! – se apresuró a decir el enano.

-         ¡Claro que fuiste tú! ¡Te voy a matar!

-         Cole, tranquilo – me pidió Zach, y caminó hasta mí, pero le esquivé. Harry envolvió a Kurt, para impedir que me lanzara sobre él, pero les pasé de largo y me estiré hasta alcanzar el canguro que el microbio se llevaba a todos lados.

-         ¿Y si yo rompiera esto, eh? ¿Te gustaría? – le increpé.

Kurt puso una mueca de espanto y dolor físico, como si alguien le estuviese amenazando con un hierro al rojo vivo.

-         ¡No, nooo! ¡Cangu! ¡Suéltalo, suéltalo, malo!

-         ¿Por qué cogiste mi libro? – exigí saber.

-         ¡Yo no lo cogí!

-         ¡Sí lo cogiste! ¡Y además lo has roto!

-         ¡QUE YO NO LO COGÍ, TONTO! – chilló el enano.

-         ¿Qué ocurre aquí? – preguntó papá, entrando en ese momento.

-         ¡Kurt rompió mi libro!

-         ¡Que no! – gimoteó Kurt, con voz estridente. - ¡Dame mi canguro, tonto, feo, malo!

Mi hermano intentó recuperar su peluche, pero yo lo levanté por encima de su alcance.

-         Cole, devuélveselo – dijo papá.

-         ¡No!

Kurt aprovechó esa pequeña distracción para saltar y agarrar un extremo del canguro, la cola. Tiró con fuerza, pero yo no lo solté. Los dos tiramos en sentidos opuestos.

-         Cole, basta – me advirtió papá, pero no le hice caso.
 Entonces se escuchó un sonido muy particular, de tela rasgándose, y de pronto Kurt se cayó hacia atrás, prácticamente dando una voltereta. En su mano estaba la cola del canguro, que se había separado del resto del cuerpo.
El enano miró la cola durante varios segundos, como si no fuera capaz de asimilarlo. Y después….
-         ¡BWAAAAAAAAAAAAAAAA! ¡BWAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! ¡Le has cortado la colita a Cangu!
Se levantó y arremetió contra mí, creo que dispuesto a pegarme, pero papá le sujetó antes de que llegara.
-         Shhhh. Calma, campeón. Papá te lo coserá – le prometió.

-         Snif… Cangu se hizo daño, papiiiii.

-         Ya le vamos a curar, bebé.
Kurt miró a papá para ver si le decía la verdad. Después se abrazó a él, llorando con menos intensidad, pero sin escatimar en lágrimas.
Estaba frito.
Observé el peluche que tenía entre las manos y me mordí el labio.
-         Cole, devuélvele eso a tu hermano – me ordenó papá. – Y después vete a mi cuarto a hacer los deberes. Yo iré a hablar contigo después.
Tenía bastante claro que tipo de conversación sería esa y no pude contener el temblor de mi labio inferior.
-         Pero papi…. Mi libro…

-         Si Kurt dijo que él no fue, es que él no fue. E incluso aunque hubiera sido, no puedes romper sus cosas a cambio de las tuyas. No es así como se solucionan los problemas y lo sabes. Si tus hermanos te rompen algo me lo tienes que decir a mí – me regañó. Después, suspiró. – El libro también tiene arreglo. Pegaré las hojas.

-         Pero no quedará igual – me quejé. – Se verá el celo.

-         Lo sé, cariño. No estuvo bien que te lo rompieran así. Pero, sabiendo lo mal que se siente uno cuando le rompen algo importante, no deberías haber hecho lo mismo con tu hermanito.

Agaché la cabeza. Sabia que tenía razón y el llanto de Kurt me estaba matando. Me acerqué a ellos despacito, presentando el peluche como ofrenda de paz.

-         Kurt… ¿Me perdonas?

-         Snif.

Papá frotó la espalda del enano y le dio un beso en la frente.

-         Lo siento… - insistí.

-         Snif… Yo no cogí tu libro – me dijo. Por lo visto, no estaba molesto solo por su peluche, sino porque le hubiese acusado.

-         Está bien… Te creo… Perdona.

-         Snif. Eno.

Papá iba a decir algo, pero en ese momento sonó el timbre.

-         Debe de ser Agus. Voy a saludarla un momento. Cole, a mi cuarto, campeón.
Papá se marchó con Kurt y yo atravesé un largo pasillo de hermanos para salir de allí. Nadie me dijo nada y lo agradecí. No quería echarme a llorar hasta estar a solas.

- AIDAN’S POV –
Bajé las escaleras con Kurt aferrado a mi cuello como una lapa. No parecía dispuesto a soltarme a mí o a su peluche, así que le llevé conmigo. Al menos ya no estaba llorando.
Aichs. Peleas de niños. Eran inevitables y de vez en cuando llegaban a lo físico o a romper algún juguete, como aquel día. Era en esas ocasiones cuando decidía intervenir, pero esa vez llegué tarde y no pude evitar la pequeña tragedia. Tal vez fuera un término exagerado, pero desde luego mi bebé lo vivió como si fuera una.
Ted bajó corriendo para recibir a su novia y dejé que él abriera la puerta, ya que además estaba cargando a Kurt.
Se saludaron con una sonrisa radiante y un abrazo. Después, ella me miró con la misma timidez con la que me obsequiaba siempre. No sabía qué hacer para que se sintiera más cómoda a mi alrededor, pero sospechaba que no era nada personal y que se comportaría así con cualquier hombre adulto.
-         Hola, Agus – saludé.

-         Hola – sonrió. - ¿Qué le pasa al peque? – le preguntó a Ted. - ¿Se encuentra mal?

-         No – respondí yo. – Solo está un poquito triste porque su peluche se rompió. Pero ahora lo arreglamos. ¿Quieres algo de beber?

-         N-no, gracias.

Siempre respondía lo mismo. Miré a Ted, indicándole silenciosamente que se encargara de ofrecerle algo después. Él asintió y se marcharon a su cuarto a estudiar. Probablemente, como había dicho Cole, también iban a haber besos. Me pregunté si debía volver a tener con Ted la conversación sobre las relaciones responsables, pero estaba seguro de que mi hijo recordaba mis palabras y no quería convertirme en el padre pesado con el que de pronto no te sientes cómodo hablando de ciertos temas. Tendría que limitarme a observar atentamente, entonces. En verdad por el momento estaba tranquilo, porque había demasiado niño en la casa como para que pudieran tener más de tres minutos de privacidad.
Moví al peque para cambiar de postura, porque se me estaban cansando los brazos.
-         Bebé. Solo para estar seguros, ¿tú no rompiste el libro de Cole, ni lo sacaste de su sitio sin permiso?

-         No, papi.
Me bastó un vistazo para saber que decía la verdad. Asentí, pensando en que ya me ocuparía de descubrir al culpable más adelante.
Llevé a Kurt al sofá y cogí del armarito del salón la caja de costura. Por suerte, la cola se había separado del resto del canguro limpiamente. Quizá se notara un poco la costura, pero sabía que podía repararlo.
-         ¿Le vas a operar, papi? – me preguntó mi bebé. Aquella era una oportunidad demasiado buena de tener una conversación importante con él como para dejarla escapar.

-         Sí, campeón. Le vamos a operar y ya después se va a sentir mejor. Así cuando te operen a ti podrá estar contigo y sabrás que no tienes que tener miedo.

Kurt asintió y observó cada uno de mis movimientos mientras sacaba un hilo marrón y enhebraba la aguja.

-         ¿A mí también me van a coser? – se interesó. Hacía un par de años le tuvieron que dar dos puntos a Zach en la rodilla, y Kurt quedó muy impresionado al ver el resultado, fascinado porque la piel se pudiera coser. No sabía si se acordaba de eso ni cuánto miedo podía darle esa cuestión.

-         Sí, pero estarás dormidito y no te enterarás de nada.

-         Entonces deberíamos dormir a Cangu – me dijo. – Para que no le duela.

-         Tienes razón.

Kurt se inclinó para darle un besito al peluche.

-         Ya – anunció, como si con ese gesto se hubiera dormido mágicamente.

“No te lo puedes comer” me recordé. Kurt me sonrió y los ojos se le empequeñecieron por dentro de las gafitas. “Bueno, tal vez solo un mordisquito”.

Uní la cola al cuerpo del canguro y atravesé el pelaje falso con la aguja. Había escogido una grande para no tener problemas con traspasar aquel material.

Tal como había vaticinado, pude coserlo con bastante éxito. Se podía ver el lugar en el que se había roto, pero estaba firmemente cosido y no se iba a separar de nuevo en un tiempo próximo.

Kurt aplaudió, feliz, y abrazó al peluche con todas sus fuerzas.

-         ¡Gracias, papi! ¡Eres el mejor doctor de peluches del mundo!

-         Que se quite la Doctora Juguetes, que vengo yo – me reí, acordándome de unos dibujos que le encantaban a Hannah. – De nada, campeón.

-         Cangu dice que nada de inyecciones o ya no serás su doctor favorito – me avisó.
Me reí y le abracé.
-         Tomo nota. Dile que no habrá inyecciones si no es necesario. Pero que si se las pongo es porque las necesita, como tú las vacunas.
Kurt puso un puchero y le hice cosquillas para que lo quitara.
-         Por esta vez, creo que con muchos mimos bastará – le informé. Eso pareció contentarle. – Anda, bicho. Ve a hacer la tarea, ¿sí? Yo voy enseguida a ayudarte – le dije, y le envié con una palmadita cariñosa, solo que sin querer me salió algo fuerte.
Cuando estaba abriendo la boca para disculparme, escuché la risa de mi peque. Eso confirmaba mi teoría de que, cuando le castigaba, muchas veces lloraba por verme enfadado y no por los azotes en sí. Mi bebé fácilmente podía soportar unas palmadas, e incluso reírse si eran un gesto de cariño, pero lo que no podía aguantar era que yo le regañara.
Eso me ponía mucho más difícil subir a hablar con Cole, porque sabía que él era igual. No iba a ser ni un poquito duro con él, pero estaba convencido de que mi niño se iba a poner muy triste.
Kurt subió las escaleras y yo esperé unos segundos antes de imitarle. Mientras me dirigía a mi habitación, reparé en que Ted y Agus tenían la puerta entreabierta. No solo eso, sino que Michael estaba en su litera, leyendo y haciendo sin quererlo de chaparón. Mi cerebro se debatió entre sentir alivio y lástima, y supe que tenía que animar a Ted a salir más por ahí con Agustina, a algún lugar ellos dos solos.

Entré a mi cuarto y me encontré con una imagen peor de la que esperaba. Cole lloraba sobre mi cama, con la cara escondida en mi almohada.

-         Hey, campeón. No llores – susurré. Me senté a su lado e intenté que se incorporara para abrazarle. Lo hizo y froté su espalda para que se calmara. – Shh. No estoy enfadado contigo.

-         ¿No? – se sorprendió.

-         No. Eso no quiere decir que no te vaya a regañar un poquito – le aclaré.-  ¿Sabes por qué?

-         Porque… snif… rompí el peluche del enano a propósito.

-         Eso es.

-         Lo siento… snif…. Estaba enfadado.

-         Sí, ya me di cuenta. Te pedí varias veces que lo soltaras y no me hiciste caso.

-         Perdón – me dijo, restregando la cara por mi camiseta.

-         Perdonado, cariño – respondí. Iba a añadir algo más, pero escuché unos golpes en mi puerta, de una manita pequeña llamando. - ¿Quién es? – pregunté, pero solo recibí más golpeteos.

Lo más seguro era que se tratara de Dylan: era el único de mis hijos que no me daría una respuesta verbal.

-         Pasa – dije, sin soltar a Cole, por si acaso necesitaba algo urgente.

La puerta se abrió y, efectivamente, era Dylan. Llevaba a Leo en brazos de una forma algo cómica, agarrando al gatito por el abdomen y juraría que el pobre animal tenía cara de resignación.

-         Leo r-rompió el libro de Cole – declaró, sin mirarnos. Le indiqué que se acercara y esperé unos segundos, como si estuviera meditando lo que nos había dicho.

-         Mmm. ¿El gatito cogió el libro él solo, lo llevó a tu cuarto, se puso a leer, y lo rompió? 

-         No, p-papá. Los gatos no pueden leer – me instruyó, sin entender la insinuación implícita en mis preguntas. – Ni coger libros.

-         ¿Y entonces? ¿Cómo pasó?

-         D-Dylan c-cogió el libro p-porque lo quería leer, p-pero Leo vino a jugar conmigo y se p-puso encima y le intenté apartar, y así se r-rompió – me dijo.

-         Ya veo.

Miré a Cole, temiendo su reacción, pero él solo suspiró. Le di un beso en la frente.

-         Las cosas de los demás no se cogen sin permiso, Dylan. Tú te enfadarías mucho si alguien cogiese tus canicas. Tienes que pedirle perdón a Cole, campeón – le indiqué.

-         Lo siento.

-         No lo hagas más, ¿bueno? – pidió Cole, y Dylan asintió.

-         Después me ayudarás a reparar el libro de tu hermano, ¿vale, Dy?

-         Sí, papá.

-         Muy bien, peque. Ve a hacer la tarea.

Se marchó, pero dejó al gatito en el suelo. Leo rápidamente saltó a mi silla, lugar que había reclamado como suyo por derecho.

-         Bueno, misterio aclarado – le dije a Cole.

-         De verdad que pensé que había sido Kurt…

-         Lo sé, cariño. No está bien acusar a los demás sin pruebas, pero entiendo que viste el libro en su cama y los dos sabemos que tu hermanito es muy curioso. Tenía sentido para ti que hubiera sido él. Pero debiste escucharle cuando dijo que no, e intentar hablar con él más calmado. Si creías que mentía, me lo tenías que haber dicho a mí.

-         Kurt nunca miente – suspiró. – Pero estaba demasiado molesto…

-         No podemos dejar que el enfado saque lo peor de nosotros mismos, ¿mm? Es muy difícil controlar cómo nos sentimos, quizá incluso imposible, pero sí podemos controlar cómo actuamos.

Cole asintió y sus ojos marrones brillaron cuando le separé ligeramente.

PLAS PLAS PLAS

-         Au.

-         No se rompen las cosas de los demás y me tienes que hacer caso cuando te digo algo.

Cole volvió a asentir. Una de sus lágrimas volvió a rebosar y a resbalar por su mejilla y yo se la limpié.

-         Quiero un abrazo – protestó.

-         Pero eso siempre lo vas a tener, mi amor. En esta casa negar un mimo está prohibido y menos después de un regaño, aunque haya sido uno pequeñito. A ver, ven aquí, mi gusanito de biblioteca.

Cole dejó que le sentara en mi regazo y se apoyó sobre mí. Sabía que no era charlatán, sino que le gustaba quedarse un ratito en silencio, así que me limité a acariciar su espalda hasta que noté que se quería levantar.

Le ayudé a ponerse de pie, y le di un beso. De nuevo, llamaron a la puerta.

-         Estás muy solicitado, papi – me dijo Cole y esa forma de decirlo me sacó una sonrisa.

-         Adelante – exclamé.

Ted abrió la puerta con algo de cautela. Le echó una mirada compasiva a su hermanito.

-         Hola, pa. ¿En la merienda puedo hacer de esos paninis que compraste, para Agus y para mí? – me preguntó. Cole abrió mucho los ojos y la boca y Ted sonrió. – Y para Cole, creo.

-         Será mejor que hagamos para todos tus hermanos. Yo me encargo, canijo.

-         Tete, papá me castigó – me acusó y se fue a buscar los mimos de su hermano. Solo entonces reparó en la silueta que se escondía detrás de Ted y se ruborizó. – Hola, Agus.

-         Hola, peque – saludó ella y luego se mordió el labio.

Ted abrazó a Cole y le guiñó un ojo a Agus.

-         ¿Quieres que le castiguemos nosotros a él, por malo?

-         ¿Uh?

-         Acúsale con Holly – le aconsejó.

-         ¡Ted! No les des ideas – protesté. Él me sonrió con malicia. Ya iba a ver el mocoso…

-         ¡Sí! – aceptó Cole, aparentemente entusiasmado con ese plan.

-         Aunque claro, si papá te regañó porque te portaste mal, tal vez ella se ponga de su parte… ¿Crees que la puedas convencer de que papá fue malo? – preguntó.

Cole suspiró.

-         No. Papá no fue malo…

Ted sonrió y le revolvió el pelo.

-         Lo imaginé.

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