lunes, 17 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 10: LAS RELACIONES SOCIALES SON DIFÍCILES.



CAPÍTULO 10: LAS RELACIONES SOCIALES SON DIFÍCILES.


- … y juro serviros a vos y al reino de Camelot hasta mi pos…pos…- balbuceó Merlín y se mordió el labio, inseguro, y con miedo.

Estaba de rodillas en frente de Arturo, pero sabía que a sus espaldas había un montón de gente escuchando sus palabras. Le picaba todo el cuerpo, porque vestía unas extrañas ropas de terciopelo que casi pesaban más que él. De su cuello pendía una molesta capa y si por él hubiera sido se hubiera quitado todo eso en ese mismo instante. Mordred estaba a la derecha de Arturo. Él ya había pronunciado el Juramento de Vasallaje y lo había hecho sin equivocarse. Merlín tampoco lo estaba haciendo mal, pero ciertamente el discurso que tenía que decir incluía palabrejas que no entraban en el vocabulario de un niño de siete años.

- Postrero – susurró Arturo, desde su asiento en el trono, y sonrió para darle ánimos.

-… hasta mi postrero día. – concluyó el niño, y luego suspiró.

Arturo se puso de pie, para la parte que le tocaba a él también.

- ¿Queréis ser mi vasallo? – preguntó.

- Lo quiero.

- Os recibo como mi vasallo.

Merlín se horrorizó: tenía que responder algo, pero ¿qué? No se acordaba. Entonces, sintió un dolor agudo en su cabeza: Mordred trataba de hablar con él:

"Tienes que decir 'os prometo ser fiel'" le dijo, mentalmente.

"¡Arturo no quiere que usemos nuestros poderes" respondió Merlín, en la cabeza de su hermano.

"Nadie se ha enterado. ¿Quieres decirlo de una vez? ¡Te están mirando!"

- Os prometo ser fiel. – recitó Merlín.

- Levantaos entonces como Merlín Pendragon, príncipe de Camelot. – proclamó Arturo, con voz potente, para que resonara en el inmenso salón del Trono que habían tenido que restaurar rápidamente, debido a los daños que Mordred causo el día anterior. Si uno se fijaba bien podía ver restos oscurecidos allí donde algunas banderas habían ardido, pero los sirvientes habían hecho un buen trabajo.

Merlín se puso de pie, sintiendo que las piernas le temblaban. No le pusieron ninguna corona. Arturo le había explicado que eso sucedería cuando cumpliera veinte años. Entonces, pasaría a ser el príncipe coronado de Camelot… y el heredero del trono. Merlín era mayor que Mordred. Diez años, mayor, en realidad, aunque los dos aparentaran la misma edad. A Arturo le había parecido lo más justo. Tenía que nombrar un heredero para la corona. No podían ser los dos. Aún tenía años para pensar en ello, y siempre podía rectificar cuando llegara el momento, pero interiormente había decidido que fuera Merlín. Además, aunque los niños no recordaran su vida pasada, sí parecían tener conciencia de que Merlín era el mayor.

- ¡Larga vida a los príncipes de Camelot! – gritó alguien desde abajo, y todos respondieron a la aclamación. - ¡Larga vida al Rey! – dijeron entonces, y lo repitieron tres veces.

"¿De qué sirve que me deseen larga vida? También se la desearon a Gwen" pensó Arturo, amargamente, pero siguió sonriendo, manteniendo su pose. En aquél momento echaba de menos a la que fue su mujer, por pensar que eso era algo que deberían haber compartido.

Después de la ceremonia, venía el banquete. Arturo les llevó aparte un momento para hablar con ellos.

- ¿Recordáis todo lo que os ha explicado Ogo, acerca del protocolo? – preguntó.

- Tenemos que probar todos los platos. – dijo Mordred, repitiendo aquello que le habían dicho cientos de veces en las últimas horas - No podemos vaciar ninguno. No podemos levantarnos de la mesa hasta que lo hagas tú. No podemos empezar a comer hasta que lo hagas tú. Un sirviente ha de rellenar mi copa cuando quede vacía, si no lo hace debo exigirlo. Debemos responder a todo el que nos hable. No debemos tocar el cuchillo.

- ¿Por qué no? – interrumpió Merlín.

- ¿Sabes partir la carne? – interrogó Arturo.

Merlín negó con la cabeza.

- Pues ahí lo tienes.

Aparte de su relativa juventud, lo que podría explicar que no supieran manejar los cubiertos, Merlín y Mordred se tenían por dos huérfanos que nunca habían usado cubiertos de plata ni de ningún tipo, en realidad, y solían comer con las manos o solamente con cucharas. La carne de caza no solía estar entre los platos básicos de la gente pobre. Arturo había observado en los días que llevaban allí que solían dejar más comida fuera del plato que dentro, al intentar trocearla, así que decidió que alguien cortara la carne por ellos.

- Pero no necesito el cuchillo. Ahora que todos saben que tengo magia podría usarla… - tanteó Merlín

- No, Merlín. Nada de magia hoy. Si ya es peligroso usarla ante la gente de Camelot, más lo es ante algunos de nuestros invitados, antiguos aliados de mi padre y enemigos de la Antigua Religión. Y no creas que no me he dado cuenta de que Mordred y tú habéis usado magia durante la ceremonia.

- Es que no recordaba las palabras… - se defendió Merlín, temeroso de que Arturo se enfadara por eso, y porque se hubiera equivocado.

- Lo habéis hecho muy bien – dijo Arturo. – Pero el día aún no ha terminado, y queda lo peor.

Merlín y Mordred no entendían como Arturo podía decir eso cuando lo que quedaba era el banquete, con comida, y más comida, y ¡un bufón!. Los niños estaban deseando verlo.

Sin embargo, enseguida entendieron a qué se refería Arturo. Sentados en la mesa principal de una formación en U, cada uno a un lado de Arturo que estaba en el centro, tuvieron que esperar una serie de discursos de hombres a los cuales no conocían, pero que debían de ser muy importantes. Arturo rellenó tres veces su copa de vino. Parecía necesitarlo para soportar tanta palabrería.

- …por ello mi reino está en deuda con vos, Majestad, y por tanto con los príncipes de Camelot. ¡Larga vida a Mordred y a Merlín!

Los niños levantaron la cabeza, ilusionados, pero no por la loa, sino porque pensaron que ya se terminaba, y ya iban a empezar a servir los platos. Pero se equivocaron. Se levantó un hombre anciano, con cara afilada. Arturo se tensó, y se ladeó un poco para susurrarles algo:

- Es el rey Alined. Cuidado con él. Si puede haceros daño, os lo hará.

- Arturo – comenzó el hombre – Vuestro mensaje tenía un tono urgente, y temía no poder llegar a Camelot a tiempo. No habéis querido esperar ni un día para proclamar a vuestros herederos, pero puedo entender vuestra impaciencia, como sólo un padre podría hacerlo. – dijo, con una sonrisa que ciertamente tenía algo de venenosa. - Alaner. Kraton. – llamó, y dos muchachos, de unos diez y doce años, acudieron junto a él. – Tal vez sus Altezas Reales disfruten de la compañía de alguien próximo a su edad, y mis muchachos sin duda podrán aprender mucho de ellos.

Arturo apretó los puños, porque aquello, aunque muy sutilmente, era una burla. La forma en la que dijo "Altezas Reales" para dirigirse a Mordred y a Merlín fue casi insultante, en un tono que ponía en duda el título recientemente adquirido. Y al decir que sus hijos podrían aprender de los príncipes, más bien parecía querer decir lo contrario, como si pensara que sus hijos eran más dignos que Mordred y Merlín. Mucha gente pensaba como él. Para muchos, Mordred y Merlín sólo eran dos campesinos. Para otros, dos magos a los que temer. Nadie entendía por qué algún día tendrían que llamarles reyes.

- Sin duda tenéis razón. Y os agradezco vuestra rapidez para estar presente en ésta celebración. – dijo Arturo.

"En realidad tenía la esperanza de que no os diera tiempo a llegar" pensó, para sus adentros.

Poco después el banquete comenzó por fin, y verdaderamente Arturo no podía tener ni una sola queja de Mordred ni de Merlín, porque parecían llevar las conversaciones cargantes y los chistes malos mejor que él mismo. Se les iluminó la cara ante los trucos baratos del bufón. Arturo no sabía por qué: seguro que ellos, con su magia, podían hacer algo mejor. Pero el caso es que el bufón les hizo reír y ese fue el único momento en el que parecieron pasárselo bien en una fiesta que debía ser suya, pero que por cuestiones de política nunca podría serlo. A Arturo los únicos banquetes que le gustaban eran los de su cumpleaños. Los demás eran todo complicadas reglas sociales e insultos velados.

En un determinado momento, cuando todo el mundo acabó de comer, Arturo se levantó y empezó a hablar con algunos de los invitados. Todo el mundo se levantó detrás de él, y Merlín y Mordred no fueron menos. Apenas habían dado un par de pasos, cuando los dos hijos de Alined les cortaron el paso.

- Padre dice que no tenéis sangre real – dijo el que respondía al nombre de Kraton.

- Ni noble – apuntó Alaner.

- Es cierto – respondió Merlín. Su intuición le decía que no se fiara de esos chicos. Que no eran buenos. Pero Arturo dijo que debían hablar con todo el que les hablara, y que tenían que ser educados.

- Pero el rey dice que ningún hombre es mejor que otro - dijo Mordred, intentando sacar unos modales nobiliarios que aún no tenía, pues apenas le habían empezado a instruir. Se basó en las palabras que Arturo le dijo días atrás, en una de sus primeras conversaciones.

- El rey no ha podido decir eso. Eres un mentiroso. – acusó Kraton.

- No lo soy. Es la verdad. Dice que el rey es el mayor sirviente de todos.

- ¡Eso es traición! – exclamó Alaner. - ¡Ha llamado sirviente al rey!

- Te acusaremos con nuestro padre. Y os pondrán en el cepo – sentenció Kraton.

Merlín abrió mucho los ojos, a la vez que su pequeño estómago se cerraba. No entendía que esos chicos se estaban burlando de él y se creyó la amenaza por completo.

- ¡No! ¡Eso no!

- ¿Qué ocurre? ¿El niño huérfano tiene miedo de estar en el cepo? – apuntó Alaner.

- ¡Ya no soy huérfano! – protestó Merlín - ¡El rey es mi padre!

- Un campesino no puede ser hijo de un rey – dijo Kraton – Tú no tienes padre. No eres más que un bastardo.

Entonces Mordred, antes de que Merlín pudiera hacerlo él mismo, le arreó un puñetazo a ese chico que estaba insultando a su hermano. Y el hermano de éste saltó en su defensa… y así, casi de la nada, surgió una pelea a cuatro bandas, con dos equipos desproporcionados, ya que Mordred y Merlín eran más pequeños que sus adversarios.

Al darse cuenta de lo que sucedía, varios hombres intentaron separarles, pero costó mucho. Finalmente cada jadeante chico estuvo bien sujeto por un caballero. Arturo se puso en medio de los cuatro, mirando directamente a Mordred y a Merlín.

- Explicaros – ordenó, seco.

El rey Alined se acercó también, y observó a sus hijos.

- ¡Está herido! Mi hijo está herido por culpa de ese…

- Sólo tiene sangre en el labio, Alined. No es nada grave. Y ten cuidado con cómo te refieres al príncipe – dijo Arturo, y luego volvió a mirar a Mordred y Merlín, ambos temblando. – Estoy esperando una explicación.

Antes de que alguno de los dos pudiera responder, Kraton dio un paso adelante.

- ¡Ese me golpeó! – acusó, señalando a Mordred. – Se lanzaron a por nosotros como dos salvajes.

Arturo, manteniendo la calma, siguió mirando a sus recientes herederos.

- ¿Es eso cierto, Mordred? – preguntó.

Mordred tragó saliva, pero cuando levantó la mirada sus ojos fríos estaban tranquilos, y decididos.

- Majestad, dijisteis que no debo permitir que nadie insulte mi honor. Creí que tampoco debía permitir que insultaran el de mi hermano.

Arturo se sorprendió por esta respuesta y miró a los hijos de su invitado, como buscando su versión.

- ¡Está mintiendo!

- ¡Nosotros no hemos hecho nada!

- ¡No es verdad! – protestó Merlín, con los ojos brillantes. Todo el mundo les miraba como si ellos fueran malos.

- Es el honor de mis hijos el que está siendo insultado, al llamarles mentirosos. Exijo que el niño sea castigado, por agredir y ofender gravemente a mis hijos. – dijo el padre de los dos muchachos.

- Son niños, Alined. – quiso apaciguar Arturo. – No debemos sacar las cosas de…

- Un buen rey sabe hacer justicia, Arturo, incluso un rey joven como vos.

Arturo se sintió muy ofendido. Años atrás se hubiera dejado vencer por la ira, pero supo ver que eso es justo lo que Alined pretendía, para dejarle mal delante de todos los testigos.

- ¿Qué sugerís, entonces? – preguntó.

- Si no sabéis disciplinar a vuestros pupilos, entonces…

- No son mis pupilos, Alined. Son mis hijos. Mis herederos – declaró Arturo, firmemente. Se había tenido que acostumbrar rápidamente a la palabra “hijo”, porque era consciente de que si quería que fueran aceptados, tenía que empezar a llamarles así en público, aunque aún no hubiera terminado de asimilarla.  – Y tus príncipes.

Alined inclinó la cabeza, a modo de disculpa, pero sus ojos brillaron con furia y orgullo, por la pequeña humillación que implicaron las palabras de Arturo. Él no iba a rendir pleitesía a unos niños sin nombre, sin sangre, y encima con magia. Además no eran sus príncipes. Aunque fueran sus anfitriones, él no pertenecía a aquél reino.

- Príncipe o no, eso no cambia lo que hizo. Mis muchachos pasarían una noche en las mazmorras por menos de esto.

- Los míos no – atajó Arturo, con fuerza y algo de agresividad.

- La vara, en tal caso…

- Cuida tus palabras, Alined. Estás hablando de un príncipe.

- ¡Pero no tiene sangre real! – intervino Kraton, indignado. Quienes tuvieran sangre real eran intocables, pero ese niño mugroso sólo era un campesino. ¿A qué tantos miramientos?

Arturo miró al muchacho con el ceño fruncido y Merlín vio su oportunidad. Ya no aguantó más, de ver como le acusaban a él y sobretodo a su hermano.

- ¡Él dijo que no eras mi padre! ¡Que un campesino no puede ser hijo de un rey! ¡Y que soy un bastardo! – protestó.

Esa palabra, que era una gran ofensa, hizo que todas las miradas se giraran hacia el acusado. Hasta el rey Alined dejó de defender a sus hijos, consciente de que llamar eso al príncipe podía tener grandes consecuencias. De hecho, empezó a tener algo de miedo, por las represalias que aquello pudiera tener para sus hijos.

- ¿Seguís pensando que algo como esto merece una noche en las mazmorras? – preguntó Arturo, sin poder evitar disfrutar del momento.

- No, padre. No hagas eso – intervino Mordred. – Yo le golpeé. Estamos en paz.

Arturo miró a Mordred con mucho orgullo, y sintió placer al ver la mirada avergonzada de Alined, que no podía creer que defendiera a sus hijos después de todo.

- Teníais razón, Alined. Vuestros hijos pueden aprender mucho de los míos. – dijo Arturo, saboreando el triunfo. Decidió no meterse en un asunto privado entre el padre y sus hijos. Tampoco pensaba enviarles a las mazmorras, de todas formas. Le parecía cruel hacer eso con un muchacho. - ¿Por qué ha parado la música? ¿No es esto una celebración? – dijo, y con esto los invitados volvieron a la fiesta.

Arturo se quedó apartado con Mordred y Merlín.

- Majestad, ¿podemos retirarnos? – preguntó Merlín.

- ¿Majestad? ¿Qué ha pasado con "padre"? Definitivamente me gustaba mucho más.

Merlín sonrió, al ver que no estaba enfadado. Arturo vio en sus ojos que quería abrazarle, pero se contenía para que nadie les viera.

- Ven – llamó, y abandonaron el Salón, para estar realmente a solas. Una vez fuera, cogió al niño en brazos, constatando lo poco que pesaba. – Diga lo que diga nadie, esto que hemos hecho hoy implica que eres mi hijo. ¿Entiendes?

Merlín asintió.

- Lamento haber golpeado a ese chico. - dijo Mordred, quietecito junto a él.

Arturo quiso decirle "no lo lamentes, se lo merecía", pero sabía que no era eso lo que debía decir. Dejó a Merlín en el suelo y se agachó junto a ellos.

- Tienes razón, Mordred, debes defender tanto tu honor como el de tu hermano. Lamentablemente, por alguna inexplicable razón eso te da derecho a retarle a un duelo, a encerrarle en las mazmorras, e incluso a ordenar su muerte, pero no a darle un puñetazo. No puedes, o mejor dicho no debes golpear a tus súbditos, y mucho menos al hijo de otro rey. A él no puedes condenarle de ninguna manera, porque sois iguales.

- Todos son mis iguales. Dijiste que ningún hombre es superior a otro.

- Y es cierto. Teóricamente. Pero en la práctica, si un campesino insulta a un noble éste puede hacer que lo maten. Si dos nobles se insultan entre sí, se enzarzan en un duelo a muerte. Pero tú aún eres un niño, y no harás ninguna de las dos cosas. Y tampoco le darás un puñetazo – agregó, y para recalcar su mensaje tiró un poco de él y le dio dos azotes suaves.

Mordred no dijo nada, y no protestó, pero miró a Arturo con un millón de preguntas en los ojos. Al final, suspiró, y dijo:

- Pero él se merecía ese puñetazo.

Arturo sonrió.

- Sí, Mordred. Estoy seguro de que se lo merecía.



2 comentarios:

  1. Espero que Arturo deje de ver a Mordred como un peligro... lo hace pero aun le cuesta...

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  2. grrrrrrrrrrrrr insultaron a los principes........
    Y porque Mondred fue castgado???? no es justoo...................
    castiguen al otro chico.......... grrrrrr se lo merece..............

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