CAPÍTULO
5: AMIGOS INESPERADOS
Existía la norma implícita, la mentalidad
imperante de que los hombres no debían llorar. Si ya el viejo Merlín era más
propenso a manifestar sus sentimientos que los tipos duros y socarrones como
Arturo, su nueva e infantil versión decidió que no le importaba que le
consideraran débil. Él quería llorar, y lloró. Sólo había pretendido salvar al
ciervo. Era bello e inocente, y no se merecía morir sólo porque Arturo estaba
aburrido. Merlín no entendía la caza, y tampoco quería entenderla.
Pero tampoco quería que Arturo se enfadara
con él. No había pensado en que podían acertarle a él si se ponía en medio de
las flechas, en parte porque confiaba en su magia para defenderse, pero eso
tampoco hubiera sido una buena idea. Arturo decía que aunque la magia ya no
estuviera prohibida, seguía siendo temida, y no convenía que todos supieran que
él la tenía. Bastante era con que supieran lo de Mordred.
Por más que lo intentaba, no se sacaba de la
cabeza la mirada furiosa en los ojos del rey, ni todos los detalles de su
último encuentro, hacia sólo un rato. Llamaron a su puerta y anunciaron que Ogo
quería pasar, y que si daba su permiso. ¿Por qué le pedían permiso, si él no
era nadie? Bueno, pues ya que le preguntaban, iba a decir que no. ¡No quería
ver a nadie! Pero luego recordó las palabas de Arturo:
"Ogo vendrá más tarde y no quiero oír ni
una queja de ti".
- Un momento – gritó, al guardia que había
llamado, y caminó hacia una palangana con agua. Se limpió la cara, para ocultar
que había llorado, y dio su consentimiento para que pasara.
Las puertas se abrieron y entró un hombre
alto y grande, pelirrojo, con barba, y aspecto de estar siempre enfadado. Ogo
tenía un aspecto imponente y Merlín no podía evitar tenerle un poco de miedo,
sobre todo pensando en que tal vez el hombre quisiera regañarle también por el
accidente de caza. Por eso se sorprendió cuando Ogo se agachó y empezó a
tomarle medidas de la cintura, los brazos, las piernas…
- ¿Qué haces? – preguntó, con curiosidad.
- Va siendo hora de que tengas una armadura –
respondió Ogo, siguiendo con su tarea.
- ¿Una armadura?
- Eso he dicho. Todo caballero que se precie
tiene una, y si vas a ser el protegido del rey tendrás que vestir como uno.
También vendrá un sastre para hacerte más vestidos.
- ¿Y por qué el sastre no hace mi armadura
también? – preguntó Merlín, mientras observaba los movimientos del hombre. Él
no creía necesitar nada de eso, pero sabía que discutir no le serviría así que
lo dejó estar.
- Porque la armadura ha de hacerla un
herrero.
- Entonces, ¿por qué no viene un herrero a
hacérmela?
- Yo soy herrero – respondió Ogo.
- Ah.
Merlín guardó silencio, y levantó los brazos
cuando tuvo que hacerlo, con docilidad.
- El rey me armó caballero hace dos años,
como recompensa por salvar la vida a uno de sus hombres – siguió diciendo Ogo.
– Pero no es algo para lo que haya nacido. Tal vez sea fuerte, pero no me gusta
luchar. Creo que por eso me encomendó vuestro cuidado: el rey sabe reconocer
las habilidades de cada uno.
Merlín escuchó sin saber por qué se lo
contaba, pero tomando conciencia de que apenas sabía nada de su guardián.
Percibió también que ese hombre estaba agradecido al rey. Había admiración en
su voz.
- Ya no practico mi oficio – dijo Ogo,
mientras tomaba medidas del cuello del niño – Pero cuando el rey me encargó que
buscara un herrero que os hiciera una armadura, quise hacerlo yo mismo. Solía
hacer armaduras para mis hijos, que soñaban desde niños con ser caballeros.
- ¿Tú tienes hijos? – preguntó Merlín abriendo
mucho los ojos y la boca. Creyó ver una pequeña sonrisa en el rostro de aquél
hombre, pero eso era imposible. Ogo no sonreía. Se lo habría imaginado.
- No te sorprendas tanto – respondió, y luego
su rostro se ensombreció – Tenía. Murieron en la guerra contra Morgana.
Merlín le miró fijamente, reparando en que
sus ojos eran del mismo color que los de aquél hombre, aunque Ogo los tenía más
pequeños. De pronto, le abrazó.
- Lo siento mucho – le dijo.
Ogo se quedó sin respiración, y sostuvo a ese
niño contra sí por unos segundos, sorprendido por aquél gesto. Luego, su rostro
se relajó, y formó poco a poco una sonrisa. Empezaba a entender por qué el rey
parecía tan encariñado con esos muchachos.
- Mi hermano y yo estamos solitos – dijo
Merlín, sintiéndose impulsado a compadecer a ese hombre. – Sí quieres puedes
ser nuestro padre.
Ogo ladeó la cabeza con curiosidad, admirado
por la ternura y la inocencia del niño.
- Tú ya tienes un padre, muchacho. Tal vez él
aún no lo sepa, pero lo tienes.
Merlín no entendía lo que quería decir, pero
lo dejó estar. Ogó terminó de tomar sus medidas y le preguntó si quería un
casco con visera o con ranura. Merlín no entendía de eso, así que dijo que
quería uno como el del rey.
- Está bien – dijo Ogo - ¿Has llevado armadura
alguna vez?
Merlín lo pensó. Sabía que no, pero una parte
de él creía recordar sentir el peso de una sobre su cuerpo. Era extraño. Por un
momento se sintió como si hubiera tenido otra vida. Finalmente, negó con la
cabeza.
- Tendrás que aprender a moverte con ella.
Los verdaderos caballeros son capaces de correr y pelear llevando una.
- Yo no quiero ser caballero – respondió
Merlín, haciendo un mohín.
- ¿Por qué no?
A Merlín no le gustaba pelear. No le gustaba
hacer daño, y además le parecía algo muy bruto. Lo sintetizó en la respuesta
más madura que sus siete años pudieron encontrar:
- Porque los caballeros mueren.
- Hay quien diría que son valientes, y que
arriesgan su vida por los demás.
- No hace falta ser caballero para eso. Tú no
lo eras cuando salvaste a aquél hombre del rey.
Ese niño era endiabladamente listo. Ogo quedó
bastante admirado.
- ¿Quieres ver cómo se hace una armadura? –
le preguntó – Puedo llevarte conmigo a la fragua.
- No puedo salir de mis aposentos – dijo
Merlín, en tono quejumbroso.
- Ah, sí, es verdad. Tú pequeña aventura de
hoy.
- ¿Lo sabes?
- Todo el castillo lo sabe, mi señor.
- ¿Por qué me llamas "mi señor"?
- Porque eres el protegido del rey.
- No me has llamado así nunca antes.
Ogo no respondió pero le miró de forma
afectuosa. Merlín pensó que acababa de ganar un amigo, y eso era genial, porque
no tenía muchos en aquél castillo. Iba a preguntar algo, pero entonces se
escucharon unos gritos que venían de los corredores.
- ¡Que no! ¡Déjame, déjame, no!
La voz era la de Mordred. Merlín trataba de
adivinar qué le pasaba a su hermano cuando éste contacto con él, de mente a
mente. Mordred era un gran telépata.
"Merlín. Merlín, ayúdame"
"¿Estás bien?" respondió Merlín,
preocupado.
"¡Ayúdame!"
Merlín tuvo un instante de conflicto. Se
suponía que no debía salir de allí, pero su hermano le necesitaba. Con astucia
y rapidez sorteó a Ogo y salió de la habitación. Los guardias de su puerta
intentaron pararle, pero él pasó por debajo de sus piernas, y echó a correr.
Mientras volaba por los pasillos, se puso a
buscar a su hermano.
Me gusta Ogo es un poco torpe que quiere a los niños
ResponderBorrarwooowww yo quisiera hacer eso, ser telépata!!!
ResponderBorrarme gusta tu historia Dream!!!!!