CAPÍTULO 7: SER O NO SER
Arturo dejó que Mordred se vistiera y salió
de su aposento con la intención de ir a hablar con Merlín. Su determinación
flaqueó nada más poner un pie en el pasillo: ¿qué iba a decirle? ¿Qué se
suponía que tenía que hacer? Deseaba ignorar el hecho de que Merlín le había
llamado "padre". Deseaba fingir que no había pasado nada, y actuar
con normalidad. Pero sabía que no podía hacerlo. Era algo que necesitaba ser
hablado.
Él no era su padre. Era el rey de Camelot,
viudo, que tal vez un día tendría que volver a casarse para tener herederos.
Para más inri, Merlín había sido hasta hacía bien poco su sirviente y su amigo,
de edad muy parecida, y Mordred, aunque diez años más joven, había sido su
amigo también, y su enemigo, y su caballero, y su asesino frustrado. En
definitiva, ninguno de los dos podía ser su hijo. Y él tampoco quería que lo
fueran. ¿Verdad?
Plantearse si quería hacer de padre no era
cómodo, porque le obligaba a profundizar en cosas en las que no quería
profundizar. Había decidido ser su protector por no dejarles tirados. Tenía a
varias personas trabajando en una posible solución para devolverles a su
aspecto original, pero no había avances ni buenas noticias. Arturo había
empezado a creer que serían niños para siempre, o al menos, que crecerían de
nuevo desde los siete años. Si eso era así, él se ocuparía de que no les
faltara nada, pero ahí se acaban sus deberes ¿cierto? Él no era, ni tenía por
qué ser, más que su protector.
Sin embargo, se había molestado cuando
Mordred insinuó que iba a cansarse de ellos. Se había asustado cuando Merlín
corrió peligro de ser asaeteado.
"Bueno, les aprecias ¿y qué? Uther
también apreciaba a Morgana" dijo una voz en su cabeza. Pero otra
respondió, sabiamente, que Uther había resultado ser el padre de Morgana. Y
que, aún antes de hacerlo público, él ya decía que la quería como a una hija.
Decidió no seguir por ahí, y se animó a
enfrentar a Merlín de una vez por todas. Esperó en la puerta de sus aposentos y
se hizo anunciar, pero Merlín no quiso que pasara. Arturo parpadeó, extrañado.
Él era el rey, y antes de eso, el príncipe. Nadie le decía nunca "no
puedes pasar". Ignoró la negativa de Merlín e hizo que abrieran las
puertas para él.
- No puedes negarle la entrada al rey – fue
lo primero que dijo. Luego, observó la escena que se desarrollaba frente a él,
y de no haberlo visto con sus propios ojos, no se lo habría creído. Merlín
estaba semitumbado sobre Ogo, que le estaba consolando, o eso parecía. Arturo
ya sabía que era Ogo era un buen hombre: no le tendría su lado de no ser así,
ni le habría encargado a los niños. Pero también sabía que tenía un carácter
frío y difícil, y que estaba muy resentido por las desgracias que le habían
acometido en la vida. No le veía como la típica persona que consolaba y
reconfortaba a un niño.
- Disculpadle, Majestad. Está indispuesto. –
dijo Ogo, con diplomacia. "Indispuesto" era un eufemismo. Se estaba
ahogando en lágrimas, mocos, y sollozos. – Tal vez querías volver más tarde.
Arturo no era ningún tonto. Aunque había
quien le tenía por bruto (y probablemente lo fuera) poseía también cierta
inteligencia, y por eso supo leer entre líneas. Con ese "tal vez querías
volver más tarde", Ogo estaba insinuando que a Arturo podía incomodarle el
llanto de Merlín, y que no sabría lidiar con ello. Y aquello era tan cierto que
hasta dolía.
No había hecho un gran descubrimiento: todo
el mundo le tenía por un insensible. Pero, ¡si cuando quería impresionar a Gwen
ordenó a Merlín que les hiciera la cena, intentando fingir que la había hecho
él! Si le ordenaba a Merlín elegir flores bonitas (él no entendía de eso) y
escribir alguna buena dedicatoria, en vez de hacerlo por sí mismo. A Arturo le
habían educado enseñándole que los sentimientos te hacen débil. Y no es que Uther
fuera un desalmado insensible…Es que hay veces en las que, sentir determinadas
cosas, duele demasiado. Uther sabía de eso, y ahora Arturo lo sabía también.
Así que nadie debía extrañarse porque no fuera muy empático o porque no supiera
qué hacer cuando alguien lloraba.
Y no se extrañaban. Ogo había dado por
supuesto que él no querría estar ahí. Ogo… le estaba suplantando. Arturo sintió
que nadie más que él debería estar reconfortando al niño. Intentó recordar
alguna ocasión en la que a él le hubieran reconfortado mientras lloraba. Tal
situación no se produjo nunca, así que no sabía bien lo que debía hacer.
Para empezar, decidió que no haría nada desde
el umbral de la puerta, así que se adentró en la habitación. Luego se aclaró la
garganta, incómodo.
- Merlín, me gustaría hablar contigo – dijo,
y el niño ni se inmutó. Arturo volvió a carraspear, más incómodo todavía. Era
raro hablar con alguien que no te miraba y se estremecía convulsionando por el
llanto. – Podéis retiraros – añadió, mirando a Ogo. Era una forma educada y
diplomática de decir "vete, y déjanos a solas".
Ogo pareció dudar un segundo, pero nunca se
le pasaría por la cabeza desobedecer a su rey, así que dejó a Merlín con
cuidado sobre su lecho, hizo una suave reverencia, y se fue. Arturo ocupó el
lugar del otro hombre, y Merlín apenas reaccionó ante éste hecho.
- ¿Por qué lloras? – le preguntó. – No hay
necesidad de hacerlo.
- Yo…no quería…
- …¿llamarme padre? – concluyó Arturo por él.
Decir la palabra resultó más sencillo de lo que había creído. Merlín asintió. –
Bueno, no pasa nada. Una confusión la tiene cualquiera.
- Pero…pero…yo…ya sé que tú no quieres ser mi
padre.
- Eso no es exactamente así… - empezó Arturo,
algo incómodo, pero Merlín no le dejó continuar.
- …ya sé que alguien como yo nunca podrá ser
hijo de un rey.
Arturo cerró los ojos ante estas palabras.
Luego levantó a Merlín con cuidado y le sostuvo frente a él para mirarle
fijamente.
- Olvídate por un instante de lo que soy o lo
que dejo de ser. Ningún hombre es mejor que otro. Que sea rey no tiene nada que
ver con que no seas mi hijo.
- Entonces es verdad. No quieres que lo sea –
dijo Merlín, al escuchar su última frase.
- Da igual lo que yo quiera, Merlín. Tú sabes
que no eres mi hijo – dijo Arturo. ¿Había una forma de decir aquello sin sonar
cruel?
- Me gustaría serlo – susurró, muy bajito,
pero no tanto como para que Arturo no lo oyera. Se conmovió por estas palabras
y no supo qué responder. Porque, ¿qué le dices a un niño huérfano que reconoce
que quiere ser tu hijo?
"Pues estaría bien decirle que estás
encantado de ser su padre" refunfuñó una voz en su cabeza. Una que sonó
demasiado parecida a la de Gwen. Arturo movió la cabeza, como esperando ver a
su mujer aparecer en cualquier momento. Se lo habría imaginado…
La voz sin nombre tenía razón. Esa hubiera
sido una buena respuesta…pero no fue la que él dio.
- Ya no llores. No ha pasado nada. Vamos,
vístete, que aún estás envuelto en la toalla. – dijo Arturo, y le alcanzó la
ropa, como para ayudarle. Pero Merlín le miró de pronto con mucha frialdad, le
apartó, y le dio la espalda.
- Puedo sólo, Majestad – le espetó, dolido.
Sin duda esa no había sido la respuesta que él quería escuchar. Ogo le había
dicho "Tú ya tienes un padre, muchacho. Tal vez él no lo sepa, pero lo
tienes". Pues estaba claro que no era Arturo. Había sido un tonto por
pensar que el rey podía verle como algo más que alguien a quien tener lástima.
Arturo se quedó helado ante esta reacción,
pero supo entenderla. Abandonó la estancia con la sensación de que en realidad
no debería de haber salido de ella…
"Si sigues teniendo miedo de abrirte a
la gente, terminarás tan sólo como tu padre"
Aquella vez estaba seguro: esa había sido la
voz de Gwen. Sintió un escalofrío, y se enfadó un poco. Él no tenía miedo de
nada. ¡DE NADA!
Arturo fue a sus dependencias y ordenó que
nadie le molestara. Quería estar sólo. Por primera vez se preguntó por qué
aquél dragón blanco había transformado a Mordred y a Merlín. Si lo que quería
era hacerles daño ¿no hubiera sido más lógico que les matara? Arturo no sabía
mucho sobre dragones. Les tenía por seres fieros y bárbaros… Una vez había
luchado contra uno, al que creían el último de su especie, que había escapado
del subsuelo de Camelot. Por eso no le cuadraba que en vez de quemarlos y tal
vez comérselos, les hubiera convertido en niños. Como si quisiera darles otra
oportunidad…Aunque, tal vez, la segunda oportunidad no fuera para ellos, sino
para Arturo.
En ello estaba pensando cuando escuchó las
campanas de la ciudadela repicando. Estuvo atento al número de toques: no era
la señal de ataque. ¿Entonces? Salió de su aposento justo cuando Lion venía a
informarle.
- ¿Qué sucede?
- Majestad, Merlín no está en sus aposentos.
Tememos que alguien haya podido…que tal vez…
- No. Nadie se le ha llevado. Se ha escapado.
Otra vez – respondió Arturo, entre dientes, y con furia. Jamás hubiera pensado
que Merlín repitiera aquella estupidez después de lo que sucedió la primera
vez, pero de alguna forma tendría que haber pensado que después de su
conversación el niño lo intentaría por lo menos.
¿Para qué diantres pagaba a los guardias de
su puerta?
- Reúne a diez hombres. – ordenó, planeando
una expedición para salir a buscarle. Mientras él mismo se ponía en marcha,
rumbo al establo para coger su caballo, iba haciendo una lista mental de cosas
por hacer:
1.
Trasladar a Merlín a una habitación más alta, para
que no pudiera salir por la ventana.
2.
Poner barrotes por si acaso.
3.
Poner cerradura en su habitación, y guardar la llave
en su cinto, donde tenía el resto de llaves importantes de la fortaleza.
4.
Matarle. Asesinarle, y descuartizarle, por el miedo
que le estaba haciendo pasar.
5.
Reconocer que sí tenía miedo de algo, porque en
aquél momento estaba acojonado.
6.
Replantearse de una vez por todas la clase de
relación que quería tener con los dos chicos, y atenerse a las consecuencias de
su propia decisión. No podía pasar de la indiferencia al cariño, porque
confundía a los niños, y se confundía a sí mismo.
jejejeje los chicos sacaran canas verdes al pobre Arturito...
ResponderBorrarme encanto la lista mental................
ResponderBorrargrrrrr ay ese Arturo como le cuesta mostrar sus sentimientos..............
Ahora entiendo porque no se me ha declarado :)