CAPÍTULO
2: PASOS
Poco a poco Arturo fue descubriendo cómo
relacionarse con los dos niños. Empezó a pasar tiempo con ellos, según las
posibilidades de su apretada agenda. Al principio, no sabía muy bien cómo
actuar. Comía con ellos y no sabía de qué hablar: eran muy pequeños para tener
la clase de conversaciones que él recordaba tener con su padre, sobre impuestos
y otras cosas aburridas. Pero luego, poco a poco, descubrió que se reía más a
menudo y averiguó que lo que tenía que hacer con ellos era simplemente jugar.
Mandó hacer dos espadas de madera y se dejaba "matar" por uno y por
otro, feliz como no lo había sido en mucho tiempo.
- ¡Ow! – teatralizó, cuando Merlín le acertó
en el pecho. Se tiró al suelo y cerró los ojos, mientras escuchaba reír al niño.
Se quedó en el suelo como un buen cadáver, y entonces las risas cesaron. Merlín
se acercó a él muy despacio.
- ¿Arturo? – preguntó el niño, temeroso. Y de
pronto se tiró sobre él. - ¡No quería hacerte daño! ¡Arturo!
En medio de su actuación, el rey se conmovió
por la preocupación del pequeño. Qué inocente era.
- ¡Has matado al rey, idiota! – acusó
Mordred. - ¿Qué hacemos ahora?
En ese momento, Arturo abrió los ojos,
haciendo que se llevaran un buen susto.
- ¡Eres malo! – gritó el niño, y le dio un golpecito
en el hombro. - ¡Me has asustado! ¡Ya no quiero jugar contigo!
Arturo contuvo una sonrisa ante la manifiesta
indignación de Merlín. Iba a disculparse por la broma, pero no tuvo ocasión.
- ¡Merlín! ¡No puedes hablarle así al rey! –
increpó Mordred, algo asustado – Disculpadle, Majestad.
Arturo frunció el ceño. Merlín le trataba con
confianza, le llamaba "Arturo" y le había enseñado a reír otra vez
después de la muerte de su esposa. Gracias a él lo llevaba mejor, como si
tuviera un nuevo objetivo en su vida personal más allá de sus deberes como rey.
Pero Mordred le hablaba con distancias. Le llamaba siempre "Majestad"
o "sire". Aunque lo de Mordred era más correcto desde un punto de
vista protocolario, cuando estaban a solas a Arturo no le importaba que
perdieran las formas…de hecho lo agradecía. Le hacía sentir que era algo más
que un rey. Le gustaba que Merlín se olvidara de lo que era y se permitiera ser
espontáneo y natural…El viejo Merlín también hacía eso. Sentía que cada vez se
acercaba más a él…pero que no conseguía nada con Mordred.
- No pasa nada, Mordred. Yo le he asustado.
- Eso no se hace – siguió diciendo Merlín.
- Sólo era un juego, Merlín. Estoy
perfectamente ¿ves?
Merlín le miró con enfado un poco más, y
luego siguieron jugando. Estaba en medio de un enfrentamiento con sus dos
fieros oponentes, cuando vio acercarse a sir Lion. Arturo se dio cuenta de que
llevaba demasiado tiempo fuera del castillo. Seguramente había asuntos que
requerían su atención. Le dijo a su amigo y caballero que se acercara más.
- Majestad – saludó Lion.
- ¿Sucede algo?
El caballero pareció dudar. Miró a los dos
niños, que seguían jugando, intercambiando estocadas.
- ¿Mordred y Merlín? – preguntó al final. –
Dos nombres muy… interesantes
El rey había estado de un humor muy negativo
desde el ataque al castillo, así que nadie había tenido valor para preguntarle.
Pero hacía dos días que parecía mucho más animado, gracias a aquellos dos
chicos, así que sir Lion decidió que era momento de preguntar.
Arturo suspiró.
- ¿Te han elegido a ti para que preguntes?
- Pensaron que tal vez a mí quisierais
contármelo…
Arturo guardó silencio. Sabía que ese momento
llegaría, pero no estaba seguro de lo que debía decir.
- Ese niño es exactamente como Merlín. Y si
la memoria no me falla, ese era el aspecto de Mordred la primera vez que llegó
a Camelot. Ninguno de los dos volvió de la batalla, pero no se han encontrado
sus cuerpos… - dijo sir Lion.
- Parece que más que preguntas tienes una
teoría – replicó Arturo.
- ¿Son ellos? ¿Cómo pasó?
- El dragón blanco de Morgana…hizo algo, y
les convirtió en lo que ves ahora.
- ¿Así que es verdad? ¿Es Merlín? ¿Y…
Mordred?
- Ellos no lo recuerdan. Creen que son
hermanos, y que no me conocían, más allá de mi título.
- ¿Y qué vais a hacer?
- ¿Cómo que qué voy a hacer?
- Entiendo que Merlín sea vuestro protegido,
hasta que se encuentre una solución…pero ¿Mordred?
- ¿Y qué sugieres que haga, Lion? Sólo es un
niño. No recuerda lo que hizo.
- …Tiene magia…
- Respecto a eso…¿el consejo ha redactado ya
la nueva ley?
- De modo que no es un rumor: vais a permitir
la magia en Camelot.
Arturo miró a los ojos de su amigo. Era algo
mayor que él, y un hombre inteligente además de un guerrero excepcional.
- ¿Crees que hago bien?
- Cualquiera que sea vuestra decisión, yo os
apoyaré, Majestad. Y personalmente no me hubiera agradado la idea de … Mordred
fue uno de nosotros, después de todo.
Arturo se sintió muy agradecido por esa
respuesta.
- Será mejor que regresemos al castillo. –
dijo solamente. Decidió dejar que Merlín y Mordred siguieran jugando, y se fue
con sir Lion.
El resto de la mañana la pasó absorbido por
una montaña de aburridos documentos legales. Firmó y selló tantas veces que
perdió la cuenta. Y cuando por fin iba a descansar un momento, a punto de
cerrar los ojos…
- ¡Majestad!
- ¿Qué? – replicó molesto, al guardia de su
puerta que había entrado con nerviosismo.
- Los dos niños… quiero decir… vuestros…
vuestros protegidos se están peleando.
- ¡Por amor de Dios están jugando con espadas
de madera! ¿Me molestas por eso?
- Uno de ellos ha venido sangrando, Majestad.
Ogo pidió que se os avisara.
Arturo alzó la vista hacia el cielo, resopló,
y se frotó la cara.
- ¿Dónde están? ¿Habéis llamado a un galeno?
- Están en la Sala del Trono, Majestad, y las
heridas no parecen nada grave.
Refunfuñando, Arturo abandonó la
confortabilidad de sus aposentos, y se dirigió a la sala del Trono. Le llegaron
gritos y ruidos de pelea desde dentro.
- ¿Y vosotros no hacéis nada? – increpó, mirando
a los guardias de la puerta.
- Ogo dijo que os encargarías vos…
- ¡Ogo, Ogo, Ogo! ¡Se tomó mis palabras
demasiado en serio!
Arturo maldijo el día en el que dijo que se
encargaría él. Abrió las puertas y se encontró con la sala vacía, a excepción de
los dos niños, que se estaban peleando en el suelo como salvajes. Los guardias
cerraron la puerta tras él.
- ¡Detenos! – ordenó.
Los niños se llevaron un buen susto por la
repentina entrada, y la sorpresa les hizo detenerse. Arturo examinó los daños
rápidamente: nada grave, en efecto. A Merlín le sangraba la nariz.
- Poneros de pie – dijo, en el mismo tono
autoritario. Los dos obedecieron. – Dije que nada de peleas. Mis órdenes se
obedecen.
- Pero… - empezó a decir Merlín.
- Silencio. No quiero oír una palabra.
- Si, sire. – susurró Merlín, mirando al
suelo. Arturo notó que estaba asustado. Fingió que no se daba cuenta.
- Los guardias os acompañaran ahora a
vuestros aposentos – siguió diciendo, y tan repentinamente como hacía entrado,
se fue, dejando a los guardias instrucciones para que "les
escoltaran" a sus dependencias, y se aseguraran de que no salían de ahí.
Arturo buscó un momento de soledad y pensó en
lo que habría hecho su padre. Uther habría dicho algo así como "me has
avergonzado delante de mis hombres", le habría mirado con profunda
decepción, y quizás le habría encerrado en las mazmorras una noche, o confinado
en sus aposentos durante días. Pero él no era su padre, y aquellos no eran sus
hijos.
Aun así, no podía dejarlo sin castigo. Suspiró,
y fue primero a los aposentos de Merlín.
El niño le esperaba de pie en el centro de la
sala, y no levantó la cabeza para mirarle cuando entró. Arturo se acercó y
examinó el golpe de la nariz. No estaba rota. Le limpió la sangre.
- Tu primera herida de guerra – comentó,
sonriendo. Merlín le miró sorprendido.
- ¿No estáis enfadado?
- No demasiado.
- Pero… antes…sí parecías enfadado.
- Antes estábamos en la sala del Trono. Allí
donde otros pueden oírnos, la forma en la que hablemos será diferente.
- ¿Por qué?
- Porque yo soy el rey, y hay un protocolo.
Para empezar, no puedes interrumpir al rey cuando está hablando, como hiciste
antes.
- Lo siento.
- No importa. Estábamos solos, pero debes
aprender a dirigirte a mí de otra forma cuando estemos en público. Aunque estén
quietos y parezcan estatuas, los guardias tienen oídos también. – explicó
Arturo. A él le hubiera gustado que su padre se lo explicara alguna vez, y que
no se limitara simplemente a ser horriblemente frío. Claro que su padre era frío
en público y en privado…Por eso, Arturo añadió: - Salvo cuando estés en algún
lío, no me importa si no me llamas sire cuando estemos solos. Soy algo más que
tu sire, ¿entiendes?
Merlín asintió, aunque estuvo tentado de
preguntar qué era exactamente. No quería escuchar una respuesta insatisfactoria
como "tu protector", así que por eso no preguntó.
- ¿Y ahora estoy en un lío? – preguntó en su
lugar.
- Me temo que sí. Es cierto que te dije que
no podías pelearte con Mordred, y que eso fue una orden.
- Sí, sire.
Arturo sonrió un poco al ver que había vuelto
a dirigirse a él de esa forma: lo había cogido a la primera. Esa era la
respuesta correcta cuando le estaba regañando. La sonrisa murió en seguida
cuando pensó en lo que venía a continuación.
- Vas a ser castigado por desobedecer a tu
rey – dijo Arturo, y aquello le sonó horriblemente inapropiado – Por
desobedecerme a tu protector – matizó, y de nuevo le pareció que no eran las
palabras correctas. Sacudió la cabeza. – No podéis pelearos entre vosotros.
Merlín no respondió, y miró al suelo.
- Levanta a mirada, Merlín. Sólo los cobardes
miran al suelo, y tú no lo eres.
El niño hizo lo que le decía. En ese momento
Arturo se dio cuenta de lo que estaba haciendo: se disponía a castigar a su
amigo…Hacía varias horas que no pensaba en él de esa forma…Para él, Merlín
había pasado a ser alguien a quien cuidar.
"Vale, esto…¿y ahora qué?"
Arturo no sabía cuál era el siguiente paso.
- ¿Debo hacer lo que hice con Ogo?
- Sí – respondió Arturo, aparentando seguridad,
pero en verdad se sintió salvado por esa pregunta ya que él no tenía ni idea.
Entonces se sorprendió mucho cuando observó cómo Merlín se desprendía del cinto
que sujetaba su ropa. Se dio cuenta entonces que Ogo debería de haberle pegado
directamente sobre la piel. Joder.
No lo entendía: él había peleado con muchos
hombres y matado a otros cuantos. Había peleado con puño y espada, y nunca se
había sentido tan mal como en aquél momento, en el que se disponía a castigar a
un niño desobediente con unos cuantos azotes. Quizás fuera por la mirada
avergonzada en los ojos de Merlín.
- Se supone que tú no tienes que mirar –
dijo, muy bajito.
- Ah.
Tenía sentido. Se dio la vuelta, mientras
mantenía un diálogo consigo mismo. No se veía capaz de coger la vara que
reposaba insolentemente sobre la repisa de chimenea. No se veía capaz de
empuñarla y golpear con ella a ese niño.
- Ya – dijo la voz de Merlín, y Arturo se dio
la vuelta. Merlín estaba apoyado en un baúl, dándole la espalda. Se había
desprendido de las mallas y las calzas. Arturo se fijó en unas marcas violáceas
en los muslos del niño. Supo, con horror, que eran un recuerdo del último
castigo. Aún le duraba. Dos días después, aún tenía señales. Eso fue lo que
necesitaba para saber que él no le golpearía con esa cosa. Se acercó a él y
puso una mano en cada hombro del muchacho.
- Ven – le dijo, y le llevó a la cama. Se
sentó, y le colocó delante de él. Merlín le miraba muy confundido. Sin decir
nada, Arturo le alzó y le tumbó sobre sus rodillas. – Cuando yo te dé una
orden, la cumplirás. No harás daño a tu hermano.
Qué natural le había salido nombrar a Mordred
como hermano de Merlín. Lo siguiente que hizo no le salió tan natural. Levantó
la mano, y la dejó caer sobre la parte baja de los muslos del niño. Se dio
cuenta del fuerte respingo que dio, seguramente porque ahí tenía una fea raya
violácea que debía de doler un poco. Le dio los azotes siguientes un poco más
arriba. Fueron un total de diez, y Arturo pensaba que no había sido muy duro,
pero entonces escuchó unos sollozos contenidos de la personita que estaba en su
regazo.
Le incorporó, y carraspeó, algo incómodo.
- Puedes vestirte. No podrás salir de tus
aposentos el resto del día – le dijo. Merlín asintió, y se fue a por la ropa,
frotándose los ojitos como si quisiera contener las lágrimas. A Arturo se le
hizo un nudo en el estómago. Se levantó para irse con una sensación extraña en
el cuerpo. Nada más cerrar las puertas de la estancia, sintió que alguien las
abría desde dentro. - ¿No te he dicho que no puedes salir de…? – empezó, pero
antes de terminar, Merlín se abrazó a sus piernas, con mucha fuerza. Arturo
destensó los hombros y se agachó para acariciarle la espalda. Luego, viendo que
el niño no se calmaba, le tomó en brazos y volvió a entrar en el cuarto con él.
Recordó cómo le había calmado la vez anterior, así que se sentó en la cama con
él, y le abrazó. Si alguien le hubiera visto en ese momento se hubiera sentido
incómodo o avergonzado, pero lo cierto es que abrazar a ese niño mientras lloraba
le pareció de pronto algo muy natural.
- Lo siento –gimoteó Merlín. Arturo no supo
si se estaba disculpando por llorar o por haberse peleado con Mordred.
- No pasa nada. Ahora quédate aquí ¿de
acuerdo? No estoy enfadado.
Merlín asintió, y poco a poco le soltó,
reticente, como si en realidad no quisiera hacerlo. Arturo sonrió un poco, y se
fue. Ignoró la mirada de los guardias que habían visto como el niño salía
llorando a abrazarle.
Le quedaba tratar con Mordred. Se sentía tan
cansado como si acabara de librar una batalla de varias horas de duración. Tomó
aire, y fue al aposento de su otro protegido. Cuando entró, Mordred estaba
mirando por la ventana. Al verle, se giró y se puso muy rígido.
- Ya me habría ido, pero no me dejaban salir
– dijo el niño, y de todas las cosas que esperaba escuchar de aquellos labios,
esa era la última.
- ¿Eh?
- De vuestro castillo. Ya me habría ido, pero
no me dejaban. Me iré enseguida.
- No, no harás tal cosa.
Mordred le miró sorprendido.
- ¿No queréis que me vaya?
- Claro que no.
- Ah.
El niño parecía aliviado y asombrado a partes
iguales. Arturo se dio cuenta de que se había esperado que le echara.
- Entonces, ¿qué vais a hacer conmigo? –
preguntó el niño.
"Cielos, si parece que está esperando
que lo queme en la hoguera o algo así"
- Vas a ser castigado, por desobedecerme y
pelearte con tu hermano.
Mordred asintió. Eso ya lo suponía, lo que
quería saber era el cómo.
- Quiero que te desnudes de cintura para
abajo, y que me avises cuando lo hayas hecho – ordenó Arturo, y se dio la
vuelta. Sentía que estaba siendo más seco con él que con Merlín, pero era
porque Mordred parecía a su vez mucho más frío y porque no dejaba de ver en sus
ojos los del hombre que había intentado matarle. Sabía que tenía que desprenderse
de ese pensamiento. No llegaba a ningún lado pensando así, si iba a hacerse
cargo de él.
- Ya – avisó Mordred, y Arturo se giró. Le
tomó del brazo y le llevó a la cama. Se sentó y le tumbó encima. Era más bajo
que Merlín, y eso daba la sensación de que era más pequeño.
- Cuando yo te dé una orden, la cumplirás. No
harás daño a tu hermano.- dijo, usando las mismas palabras que con Merlín, y
levantó la mano para dejar caer la primera palmada. Le dio también un total de
diez, pero Mordred no lloró. Le incorporó. – Vístete. Estarás en tus aposentos
el resto del día.
- Sí, sire – respondió Mordred, y fue a por
su ropa. Arturo iba a salir, pero le parecía todo horriblemente frío, sobretodo
en comparación a cómo habían acabado las cosas con Merlín.
- ¿Estás bien?
- Sí, sire.
- Nadie te echará de aquí ¿entendido?
- Sí, sire.
Arturo frunció el ceño.
- No tienes que llamarme siempre
"sire" – dijo, pensando que era el caso contrario de Merlín. – Cuando
estemos solos puedes llamarme Arturo.
- Sois mi rey, Majestad.
- Soy más que eso.
Mordred no respondió. Arturo le vio pelear
con su cinto para abrochárselo, y se agachó para ayudarle. Sin quererlo, se
acordó de que Merlín solía decir que él no sabía ni vestirse sólo, y tenía
razón: sin ayuda de sus sirvientes Arturo no se sabía desenvolver. Sacudió la
cabeza. Mordred no estaba acostumbrado a ropas tan lujosas, y su versión
infantil, que se creía huérfano, mucho menos.
- Así, ¿ves? – le dijo. – Se abrocha aquí. No
te preocupes, es cuestión de práctica.
- Sí, sire – respondió Mordred, y Arturo
sintió que le embargaba la ira, por la frialdad que demostraba el niño cuando
sólo pretendía acercarse a él.
- Un sirviente vendrá a avisarte para cenar –
dijo, y se fue, sintiendo que cada paso que daba para acercarse a Merlín se
correspondía con un paso atrás en su relación con Mordred. Caminó por los
pasillos, sin poder quitarse de la cabeza la frialdad de los ojos color hielo
de su pupilo más difícil.
Gruuuu que le costaba ser un poco más dulce con el crío ¬¬
ResponderBorrarestoy de acuerdo con Lady, que le costaba darle un abrazito!!!!
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