CAPÍTULO
13: ACEPTACIÓN
Cuando acogió a los niños en calidad de
pupilos, Arturo no tenía pensado darles ningún tipo de entrenamiento a no ser
que ellos lo quisieran. Para él no había nada más gratificante que un duelo
justo con la espada, pero sabía que no todo el mundo y en especial Merlín,
compartían su afición por el combate. Había sufrido en su propia carne lo duros
que podían ser los entrenamientos para un niño, y pensó que si algún día
decidían ser caballeros siempre habría tiempo. Además, por aquél entonces no
sabía si los niños iban a recuperar su "aspecto legítimo" en algún
momento.
Pero las cosas habían cambiado. No sólo
parecía claro que aquella segunda infancia era una situación permanente, sino
que ahora les había convertido en sus hijos adoptivos. Y no sólo eso, sino que
había hecho a Merlín su heredero.
"¿Por qué a Merlín?" empezó a
preguntarse, día tras día. "¿Por qué le he hecho esto?"
Merlín, en sus dos versiones, odiaba
combatir. Sin embargo el hijo de un rey, y más el del rey de Camelot, tiene la
obligación de ser el mejor de entre sus caballeros. Si encima se trata del
príncipe heredero, algún día tendrá que comandarlos.
Pero Merlín había demostrado desde el primer
día lo mucho que odiaba los entrenamientos y lo poco dotado, ciertamente, que
estaba para el combate físico. A Arturo no le preocupaba que el niño fuera
incapaz de defenderse, porque tenía su magia, pero si le angustiaba que no
fuera aceptado entre su gente si no probaba su valía como guerrero. Merlín
tenía que ganarse a todo Camelot, al fin y al cabo, porque no había nadie muy
dispuesto a aceptarle como su futuro rey.
"Siempre puedo cambiar mi decisión, y
poner a Mordred como heredero" pensaba Arturo, pero eso no le parecía
correcto. Sus súbditos lo verían como una muestra de indecisión y debilidad por
su parte, y Merlín se atormentaría pensando qué había hecho de malo para que lo
destituyera a favor de su hermano pequeño.
Mordred no llevaba tan mal los
entrenamientos. Se notaba que tenía talento nato para el combate. El caballero
a cargo de su instrucción se deshacía en elogios hacia él. Arturo se esforzaba
por ignorar las quejas de Merlín, intentando despertar en él algún tipo de
interés.
- No lo veas como un combate, Merlín – le
dijo, durante una comida. – Saber usar una espada tiene cosas muy positivas. Te
permite ayudar a otras personas.
- Sé usar una espada.
Eso era cierto. En su versión adulta, más de
una vez había manejado un arma, y de niño usaba las de madera, pero los
movimientos básicos los conocía. Su problema residía más bien en una cuestión
de voluntad. Merlín no quería pelear.
- Pero has de entrenarte para mejorar cada
día. Y para entrenarte es necesario luchar contra otras personas. Seguro que
acabas descubriendo que te gustan los torneos.
- Seguro que no.
La paciencia y la empatía de Arturo nunca se
habían desarrollado mucho, así que al ver que no conseguía resultados
inmediatos empezó a desesperarse.
- Te guste o no tienes que hacerlo.
- Ya lo hago. Voy todos los días al campo de
entrenamiento.
- No basta con que vayas. Tienes que dar lo
mejor de ti.
- Lo mejor de mí es mi magia. – susurró
Merlín.
A Arturo le molestaba que le replicara de esa
manera. Ya le molestaba que el Merlín adulto siempre tuviera la última palabra,
pero en un niño era aún más molesto. Su orgullo de rey salió en aquél momento.
- Mañana escucharé únicamente palabras buenas
del maestro de armas, o sino te las verás conmigo – sentenció Arturo, y se
levantó de la mesa.
Cuando estuvo en sus aposentos, reflexionó
sobre lo sucedido.
"¿Te las verás conmigo? ¿Qué clase de
advertencia es esa?" se dijo, y presintió que sus palabras habían sido un
error, pero no fue a hablar con Merlín. Arturo se había disculpado muy pocas
veces en su vida, y no sentía la necesidad de hacerlo sólo por haber escogido
mal sus palabras. Quizá debería haberlo hecho.
Al día siguiente, no sólo no fue bien en el
entrenamiento, sino que fue pésimamente mal. Merlín no respondía a los ataques
del oponente que le habían asignado y esto enfureció a su rival, que empezó a
embestirle de forma menos amistosa, como olvidando que aquello sólo era un
entrenamiento. Por suerte la espada era de madera y no tenía filo, pero Merlín
se llevó algún golpe que dolió bastante, y se enfadó. ¿Por qué le obligaban a
luchar con espadas cuando él tenía un arma mejor? Rabioso, utilizó su magia
para lanzar a su oponente varios metros atrás.
Al darse cuenta de lo que había hecho, y de
lo enfadado que estaría Arturo, Merlín supo que tenía que esconderse. No supo
por qué sus pasos le llevaron a una habitación que le era tan familiar como
desconocida. Le habían dicho que era el aposento del antiguo galeno del
castillo, que se llamaba Gaius. Ese cuarto causaba una sensación extraña en el
pequeño Merlín, que sentía como si hubiera vivido ahí hacia tiempo, pero eso no
era posible…
Paseó por la estancia reparando en la gran
cantidad de frasquitos y libros que había por todos lados. Cogió un frasco con
un líquido amarillo y lo estuvo examinando. Luego cogió un libro y lo ojeó.
Parecían libros sobre plantas medicinales y dolores del cuerpo. Lógico,
teniendo en cuenta que el hombre que había vivido allí se había dedicado a
curar a las personas.
Merlín siguió avanzando, como olvidándose ya
de que estaba huyendo, y subió unas pocas escaleras hasta llegar a otro
cuartito dentro de aquél aposento. Al hacerlo, se le encogió el pecho.
Reconocía muchos de los objetos que había allí, pese a saber que jamás los
había tocado.
Escuchó entonces la campana del castillo.
Seguramente sonaba por él, porque le estaban buscando. Corrió a esconderse
debajo de la cama, pero ahí abajo ya había algo: un libro bastante grande.
¿Sería otro libro sobre plantas? Merlín lo ojeó, y bastó poco para entender que
tenía entre sus manos un libro de magia. De pronto, se vio asaltado por una
multitud de recuerdos. Recuerdos en los que tenía delante un hombre anciano con
el que hablaba sobre magia…
"Sólo quiero que Arturo confíe en mí y
me vea como soy realmente" le dijo a aquél anciano en una ocasión. Merlín
soltó el libro confundido. ¿Él conocía a Arturo de antes? De ser así, por lo
visto las cosas no habían cambiado mucho: Arturo no aceptaba y nunca aceptó que
él tuviera magia. Él esperaba un soldado, y no un hechicero.
- ¡Mi señor! – exclamó la voz de un
caballero, que había visto a Merlín. Estaban registrando el castillo y Merlín
no había llegado a esconderse, así que no les puso la tarea muy difícil.
Arturo llegó enseguida y su expresión se
relajó al ver que el niño estaba sano y salvo.
- ¡Merlín!
Hincó una rodilla en el suelo para poder
abrazarle.
- Dejadnos. – ordenó, a todos los que habían
participado en la búsqueda. Merlín y él quedaron a solas y Arturo se fijó
entonces en el libro que Merlín sostenía. - ¿Qué es esto?
- Lo encontré.
- Déjame ver.
Arturo echó un vistazo a aquél libro,
entendiendo al poco tiempo que se trataba de un libro de hechicería.
- Así que todo el tiempo escondías esto… -
murmuró - ¿Cómo puede ser que jamás lo viera?
- ¿Tú me conocías? ¿Yo vivía aquí? – preguntó
Merlín, confundido. Sentía como si hubiera vivido dos vidas diferentes.
- Hace mucho de eso, Merlín – respondió
Arturo, sintiendo que era verdad. Puede que apenas hiciera dos meses que Merlín
y Mordred habían rejuvenecido, pero se sentía como si fuera mucho más. Muchas
cosas habían cambiado, y Merlín en cierto modo era otra persona.
- A ti no te gusta que tenga magia. – murmuró
Merlín.
- La magia empezó a ser tolerable para mí
cuando supe que tú la tenías – corrigió Arturo – Pero sigue siendo peligrosa, y
no te hace invencible. Mordred tiene magia y aun así está aprendiendo a luchar.
Un príncipe tiene que ser capaz de ganar un combate.
- Lo ganaré con mi magia.
- No siempre podrás usarla, y eso no sería
justo para tus enemigos. Ese es el motivo por el que la magia estaba prohibida:
los que la tenían se aprovechaban de los que no. Algunos magos hicieron mucho
daño a este reino.
- Yo no la usaré para hacer daño – aseguró
Merlín.
- ¿No? ¿Y qué es lo que has hecho hace un
rato, mientras entrenabas? – replicó Arturo.
Los labios de Merlín se entreabrieron un
poco, cuando entendió que había usado la magia contra su oponente, abusando de
que él la tenía y su rival no.
- Estaba siendo muy rudo… - trató de
defenderse Merlín – Me hacía daño…
- Tenías una espada para defenderte.
Precisamente por eso has de aprender a pelear. Tus rivales no serán gentiles
contigo. Pero tu tampoco puedes pasarte con ellos. Ese chico está inconsciente,
Merlín. Desmayado.
- ¿De verdad?
- Hiciste que se diera un buen golpe en la
cabeza – Arturo decidió no esconderle la verdad al niño. Observó el lento
proceso mediante el cual los ojos de Merlín se llenaban de lágrimas.
- ¡Lo siento!
- Ya lo sé. – dijo Arturo, y le abrazó - Si
hay algo que entiendo de todo esto es que no te gusta hacer daño a otras
personas. Sé que esa es tu excusa para no poner interés en los entrenamientos
pero si ese fuera el verdadero motivo tampoco te gustaría emplear tu magia con
esos fines. No te gusta la violencia, pero es más que eso. La magia es lo que
eres tú, y las armas es lo que soy yo. Lo entiendo – aseguró Arturo, aunque
aquellas palabras le costaron mucho. – No te seguiré forzando a algo que
aborreces. No seguiré reteniendo aquello que forma parte de ti.
Merlín le miró con los ojos muy abiertos.
Arturo le estaba aceptando tal y como era. Estaba aceptando su magia. Se apretó
contra él con una incipiente felicidad creciéndole en el pecho.
- Gracias, padre. – susurró, poniendo mucha
intensidad en ambas palabras. Arturo le respondió con un beso, y un suspiro.
- Lamento no haberte escuchado ayer, y
también lamento lo que te dije. No era mi intención amenazarte, y creo que por
eso has salido corriendo, asustado - dijo Arturo, y para quien le conocía aquél
era un hecho histórico: Arturo Pendragon estaba dando unas disculpas sinceras y
no evasivas.
- ¿Estás enfadado?
- No, Merlín, no lo estoy, pero tampoco puedo
dejar que trates a tus compañeros de esa manera. Ese niño es hijo de un noble
importante, como todo aquél que entrene contigo, y no puedes usar tu magia
contra ellos.
- Nunca más….
- Eso espero – murmuró Arturo, y así,
agarrado como le tenía, dejó caer cinco palmadas sobre el pantalón del pequeño.
Merlín se estremeció un poco, pero no dijo nada. Cuando Arturo le miró a los
ojos Merlín parecía estar decidiendo si se echaba a llorar o no.
Para distraerle, Arturo cogió el libro que
Merlín le había enseñado e hizo que el niño pusiera su atención ahí.
- Parece un libro muy interesante. ¿Quieres
que lo llevemos con nosotros?
- ¿Puedo?
Arturo asintió, sin decir nada más. El resto
lo guardó para sus pensamientos.
"Creo que este libro era tuyo, y que te
será muy útil para lo que tengo planeado."
Lindo Merlin es muy lindo para recurrir a la violencia
ResponderBorrarmerlin es adorable........... mo quiere lastimar a nadie........
ResponderBorrarQue le explique, y que le de una oportunidad a Mordred.........