CAPÍTULO
21: ENTRENAMIENTOS ABURRIDOS
La recuperación de Aronit había avanzado a
pasos agigantados. Arturo sospechaba que influía el hecho de que fuera un mago,
y que debía de haber utilizado algún hechizo o poción para recuperarse tan pronto. El druida retomó su labor de instruir a los
niños en el arte de la magia, aunque Arturo notó algunos cambios en su
proceder. No usaba una magia tan agresiva como al principio, sino que les
enseñaba cosas como crear ilusiones o mover objetos. El rey no supo si aquello
era una respuesta a sus inquietudes sobre la peligrosidad de la magia, pero
internamente agradeció que les estuviera enseñando habilidades no destructivas.
Los niños no estaban tan contentos con
aquellas tareas nuevas, pues les parecían muy aburridas. Merlín ya dominaba el
asunto de mover objetos por medio de la magia, y sentía que no estaba
aprendiendo nada con aquello. Sin embargo Aronit quería trabajar su
resistencia, y le tenía practicando durante horas seguidas, para conseguir que
cada vez aguantara más y más tiempo utilizando su magia sin cansarse.
-
Quiero hacer otra cosaaaaaa – protestó Merlín,
después de llevar toda la mañana haciendo levitar una roca pesada. Aronit no le
permitía dejarla en el suelo ni un segundo.
-
Ya sé que esto es fácil para ti, Merlín, pero este
ejercicio no tiene que ver con la complicación, sino con ver cuánto puedes
resistir.
Mordred, mientras tanto, batallaba con una
estaca pequeñisima, la cual tenía que mover con su mente para pasarla por unos
aros colgados de un madero. Le estaba costando bastante, y eso le frustraba,
porque él normalmente movía objetos con mucha facilidad… cuando estaba
enfadado. Su magia, al igual que la de Merlín, estaba fuertemente ligada con
sus emociones y Mordred tendía a dejarse desbordar por ella. Aronit quería que
trabajara su precisión. Para el niño hubiera sido mucho más fácil desintegrar
la estaca que introducirla por los aros.
Después de un rato, Merlín terminó de
hartarse y dejó caer la roca contra el suelo.
-
Ya no lo hago más – bufó.
-
¿Se te ha caído? – preguntó Aronit, para ver si
aquél era el límite de la resistencia de su magia.
-
¡No! ¡Pero ya me cansé, no quiero seguir!
-
No puedes acabar cuando tu quieras. Vamos, levántala
de nuevo.
-
¡Qué no! – replicó Merlín, cabezota, y echó a correr
rumbo al castillo, para hacer algo más entretenido, como mirar el libro que
había encontrado con Arturo.
Aronit suspiró y se quedó con Mordred hasta
que el rey bajó a los jardines para ver cómo les estaba yendo. Se sorprendió de
no encontrar a Merlín junto a su hermano.
-
Eso parece difícil, Mordred – alabó Arturo, con
cierta torpeza. Ni se le daban bien las alabanzas ni entendía de magia, así que
en realidad no sabía si había dicho una tontería. - ¿Y Merlín dónde está? – le
preguntó al druida.
-
No quería practicar más. Estaba cansado.
-
¿Qué?
-
Se hartó del ejercicio, y le entiendo, pero no puede
irse así… Luego hablaré con él – dijo Aronit.
-
No, vos no. Yo hablaré con él – replicó Arturo,
entrecerrando un poco los ojos. Cuando sus hombres faltaban un solo día al
entrenamiento sabían que debían enfrentarse a la furia del rey, que no
consentía que los caballeros fueran haraganes. Tampoco estaba dispuesto a
consentirlo en su hijo.
-
Majestad, no os enfadéis. Merlín siente que sus
habilidades están siendo desperdiciadas, es normal. Aún no entiende la
importancia de lo que pretendo, pero ya lo hará, solo es un niño – intercedió
Aronit.
-
Con más motivo debió obedeceros y seguir con su
práctica. Sois su maestro, no puede irse hasta que vos le deis permiso –
declaró Arturo, y regreso al castillo con zancadas furiosas.
Aronit le observó irse con el ceño fruncido.
No es que le hubiera gustado la forma en la que Merlín se había ido, pero en su
opinión lo que iba a hacer el rey era un error. Había escuchado cosas por los
corredores, cosas que Arturo parecía demasiado ocupado como para escuchar.
El rey subió al aposento de Merlín, decidido
a buscar allí en primer lugar. Tuvo suerte, porque el niño estaba justo ahí,
tumbado en su cama, con el pesado libro sobre la almohada, pasando una hoja
tras otra con avidez.
-
Si te permití abandonar el entrenamiento con la
espada fue porque pensé que ibas a esforzarte si te traía un mago que te enseñe
hechicería. Pero si lo que sucede es que eres un holgazán, yo eso lo arreglo
rápido – le dijo Arturo.
Merlín había estado tan enfrascado con su
libro que no se había dado cuenta de la entrada del rey. Se sentó en la cama y
le miró algo contrito por el regaño.
-
Padre… yo…
-
La práctica se termina cuando lo dice tu maestro. No
antes.
-
Sí padre… perdón…
Arturo había estado bastante enfadado en el
momento que entró en la habitación, pero ahora que tenía a Merlín allí delante,
mirando al suelo y pidiéndole disculpas, se había calmado un poco. Él también,
cuando era pequeño, se había escapado de algún entrenamiento. Claro que luego
había tenido que vérselas con su padre y su horrible mirada de decepción. Se
esforzó por no echarle a Merlín nada parecido a esa mirada.
-
Tienes suerte de que Aronit no esté enfadado
contigo. Pero yo si lo estoy.
Merlín puso una cara de tremenda tristeza, a
punto de llorar, y Arturo terminó de conmoverse.
-
Al jardín. Ahora – ordenó, sonando ya menos
enfadado. Merlín se levantó y Arturo le dio dos palmadas rápidas cuando pasó
por su lado.
- ¡Ay, ay!
-
Y que no te vuelva a ver aquí mientras tu hermano y
Aronit están abajo practicando.
-
No, padre…
Arturo le observó marcharse y poco después
salió él, pero casi se le para el corazón al ver a Aronit esperándolo tras la
puerta.
-
¿Qué hacéis aquí? – preguntó, recuperándose del
susto. – Acabo de decirle a Merlín que baje.
-
Os lo agradezco. Pero quería hablar con vos.
-
¿Sobre qué?
-
Sobre cómo reprendéis a los muchachos. – respondió
Aronit. Era un hombre bastante directo, poco acostumbrado a dar rodeos.
Arturo alzó una ceja y le miró con cierta
arrogancia. ¿Le estaba cuestionando?
-
Eso no es asunto vuestro.
-
No, no lo es, ni de nadie del castillo, pero el caso
es que todo el mundo lo comenta. Los sirvientes, los guardias, los cocineros…
Todos saben que los príncipes tienen un origen plebeyo… Y que son castigados
como tales. Y me he enterado de que varias princesas os han sido ofrecidas en
matrimonio recientemente.
-
¿Y eso qué tiene que ver? – preguntó Arturo,
confundido. – Ahora estoy viudo. No voy a casarme de nuevo, pero entiendo que
quieran intentarlo.
-
¿No habéis notado que casi todas ellas son jóvenes,
demasiado jóvenes para vos?
-
Solo tengo treinta y dos años – respondió Arturo,
ofendido. – Entiendo que os habéis criado en el bosque, druida, y tal vez lo desconozcáis,
pero es habitual que las esposas sean más jóvenes que sus maridos. En el caso
de la realeza, a veces la diferencia es abismal. Mi padre, por ejemplo, era
veinte años mayor que mi madre.
-
No lo entendéis. ¿Qué padre querría casar a su hija
de trece años con un rey que ya tiene heredero? ¿Acaso no preferiría reservarla
para alguien que pudiera hacer rey a su nieto?
Arturo vio la lógica en aquél argumento.
-
Es cierto… Pero sigo sin entender qué relación tiene
eso con….
- Pues que ni el castillo ni los reinos
vecinos piensan en Mordred y en Merlín como príncipes. Tenéis que dejaros ver
con ellos en público. Acudid a banquetes, recibir invitados…y tratarles como
los príncipes que decís que son. De lo contrario todos los reyes del mundo
seguirán pensando que Arturo Pendragón sigue necesitando un heredero.
Ya había leído anteriormente las actualizaciones, pero hoy recién pude darme un tiempo para comentar. Me encanta leer de Arturo. Es una hermosa historia y me gusta lo que va pasando. Espero ansiosa por más, sí? Escribes tan lindo
ResponderBorrarQue bueno que el Rey no se enojó mucho con Merlín!!!
ResponderBorrarQue bueno leer de estos dos príncipes traviesos!!