viernes, 25 de septiembre de 2015

CAPÍTULO 3



Había sido solo un vistazo desde lejos así que John no podía estar seguro, pero le pareció que los bandidos que atacaron al señor y a la señora Olsen llevaban pañuelos de color azul. Ese era el distintivo de una conocida banda de criminales, y más que eso, era el mismo objeto que llevaban quienes acabaron con las vidas de su mujer y de sus hijas. Durante los primeros meses después de que los Olsen decidieran acogerle, ese detalle obsesionaba a John hasta el punto de quitarle el sueño por la noche, porque sabía que era su única pista. Esos pañuelos tapaban el rostro de las personas que le habían arrebatado lo que más quería, por eso jamás iba a ser capaz de olvidarlos. Pero no pensó que fuera a verlos de nuevo hasta el día en el que lograra llevar a aquellos asesinos a la horca.

En algún momento, sin pensarlo demasiado, llegó a la conclusión de que no podía ser casualidad el hecho de que él hubiera estado presente en dos asesinatos perpetrados por la misma banda. Siempre se había preguntado por qué habían atacado a las niñas y a su mujer, si no llevaban nada de valor, y tampoco tenía sentido que atacaran a los Olsen. A menos que al que estuvieran buscando fuera a él.

Así se lo hizo saber a James, porque de forma instintiva había decidido ser totalmente sincero con él. John siempre había sido una persona franca, tal vez en exceso.

-         Pero ¿qué es lo que buscan de ti? – preguntó James, en cuanto John terminó de explicar lo que había deducido.

Era una pregunta muy lógica, pero no tenía una respuesta sencilla. John no quería hablar de eso cuando aún no habían llegado a la posada. Nunca se sabe qué oídos te están escuchando en un pueblo pequeño como aquél.

-         Se hace tarde. – dijo solamente, para cortar la conversación.

Pensó que el muchacho insistiría, pero James se limitó a caminar a su lado, respetando su silencio. Siempre le había tenido por un chico con buenos modales, pero hubiera sido normal que, tratándose de sus padres, se hubiera molestado por esa forma brusca de dejar el tema. John acababa de confesarle que podía ser el culpable de la muerte de sus padres, y el chico ni siquiera parecía enfadado. Tampoco parecía asustado de vivir con él, aunque fuera el objetivo de unos peligrosos criminales. Quizás confiaba en que con él estaría seguro. Y en eso tenía razón, porque John no pensaba dejar que hicieran daño a nadie más.

Llegaron a la posada y John se quedó mirando al niño mientras este se quitaba el sombrero y las botas. Debía de tener más o menos su edad cuando su madre le confesó que su padre había sido un famoso ladrón, perseguido en varios territorios. Aquellos actos delictivos supusieron una mancha para su familia, como un estigma, y John tuvo que aprender a vivir bajo miradas sospechosas, como si la gente se esperara que él se convirtiera en un criminal como su padre. Mucho tiempo después, cuando ya era un adulto y tenía su propia familia, alguien fue a visitarle solicitando su ayuda para atracar un banco. John se negó y dijo que él no era ningún ladrón, pero consideró aquello como la señal para buscar otro lugar en el que asentarse. Un sitio que le permitiera prosperar económicamente, donde hubiera caras y emociones nuevas, y donde nadie supiera quién fue su padre.

Por alguna razón, el rostro de aquél hombre que le invitaba a iniciar una vida criminal nunca se había ido de su cabeza. John sabía que algunas personas no aceptaban un “no” por respuesta, y a veces se planteaba si todas las desgracias que le habían acontecido después no eran una venganza de ese individuo por no haber querido participar en aquél robo. O, mejor dicho, por haber informado al ayudante del sheriff al respecto de que un atraco se estaba planeando. Nunca llegó a enterarse de si cogieron a aquél hombre o no, puesto que él y su familia emprendieron el viaje al poco tiempo.

John no quería compartir esa información con el muchacho porque no quería que nadie en el pueblo se enterara de que su padre fue un criminal. Eso no le traería nada más que problemas, y tal vez fuera motivo suficiente para que no le dejaran cuidar del niño. De hecho, si alguien descubría que los asesinos de los Olsen eran también los asesinos de su familia, pensarían que no era sensato que James se quedara con él.

-         Sobre… lo que te he contado… No hables de eso con nadie por el momento – le recomendó – Hablaré con el sheriff de la ciudad más cercana y comprobaremos si tengo razón. Pero no ayudará en nada extender rumores por la zona, que puedan alertar a los bandidos.

James le miró con curiosidad, como adivinando que ese no era el único motivo de aquella petición, pero no dijo nada. Se concentró en limpiar su bota, que se había manchado de tierra.

John bajó a arreglar cuentas con la dueña de la posada, y pagó por quedarse allí unos días más, mientras decidía dónde establecerse. Después entró de nuevo a la habitación que compartía con el niño y le preguntó si quería ir con él a su antigua casa para recoger sus cosas, o prefería esperarle. Tal como imaginó, el chico no quería volver allí porque le resultaba demasiado doloroso.

-         Está bien. No tardaré mucho. No salgas de la posada hasta que regrese.

John volvió a la casa donde había pasado los últimos meses y tuvo una sensación de vacío. Aquél lugar parecía triste y abandonado, a pesar de que hacía solo un par de días que nadie lo habitaba.

Los cuerpos de los Olsen ya no estaban allí, aunque si quedaban manchas de sangre en el suelo. Alguien había intentado limpiarlo, pero el líquido ya estaba impregnado en la madera. John subió directamente al desván donde había dormido James y se las ingenió para bajar un baúl con sus pertenencias por las escaleras verticales. Luego cogió algunas de sus propias cosas, aunque pensó que lo mejor sería volver otro día con un caballo para llevarse su carreta.

Se colocó el baúl en el hombro y, agarrándolo fuertemente con el brazo, emprendió el regreso hacia la posada. La distancia no era mucha, pero el terreno de los Olsen no estaba situado en el pueblo en sí, sino a las afueras, como el resto de granjas o terrenos de labranza. No se le hizo pesado, pero sí tardó un tiempo considerable entre la ida y la vuelta.

Cuando llegó a la posada y subió a la habitación, la encontró vacía. John dejó el baúl y se rascó la cabeza, pensando que tal vez el chico estuviera en alguna otra de las dependencias del lugar, o incluso en el salón anexionado. Recorrió la posada de arriba abajo, pero no había señal de James por ningún sitio. Se frustró enormemente, y salió a buscarle.

Durante unos segundos, revivió el horrible pánico que sintió cuando escuchó gritar a su mujer y a su hija más pequeña. La mayor no tuvo tiempo de emitir sonido, porque murió la primera. En esos instantes John supo que no iba a llegar a tiempo, y jamás había sentido nada tan doloroso como aquello. No podía evitar pensar que iba a pasar de nuevo, y que algo le sucedería a James sin que él pudiera evitarlo.

Había sido un estúpido al querer que el chico se quedara junto a él. Si sus suposiciones eran ciertas, los bandidos le buscaban a él, y tener al chico a su lado suponía ponerle en un grave peligro. Era absurdo pretender que iba a poder protegerle mejor si le tenía cerca. ¿Acaso había podido proteger a su propia familia?

Se forzó a tranquilizarse, y se dijo que no tenía que ponerse en lo peor. No había visto signos de violencia en el cuarto, así que al chico no le habían sacado por la fuerza. Si estaba solo por la calle, él tenía las mismas posibilidades de encontrarle que los asesinos. Y se encargaría de llegar primero.

Le encontró al poco rato. Respiró hondo, experimentando un profundo alivio, y se dedicó a observarle. Era evidente que el chico se dirigía a algún sitio, y lo primero que hizo John, aparentando tranquilidad, fue preguntarle al respecto.

-         ¿Ibas a alguna parte? – inquirió, sorprendiendo al muchacho, y haciendo que se girara para verle. Al menos tuvo la decencia de poner una ligera expresión de susto.

-         J-J….señor Duncan – balbuceó.

-         Creo que te dije que no salieras de la posada. ¿A dónde ibas?

James se mordió el labio y no dijo nada, pero John decidió que en realidad no importaba a donde quisiera ir: tendría que haberle esperado. Ya no pudo fingir más, y dejó de lado su falsa tranquilidad. Le agarró fuertemente del brazo.

-         ¿Es que quieres ponérselo fácil a esos tipos?  ¿Quieres reunirte con tus padres tan pronto? – preguntó, con aspereza. No era momento de ser delicado, porque el chico tenía que comprender que había puesto en peligro su vida.

-         No…n-no, señor…

-         Vuelve a la habitación – le ordenó. Dejó que se adelantara un poco, pero le siguió de cerca.

Una vez a solas en la habitación, John notó la forma en la que el chico le miraba. Estaba nervioso, algo atemorizado, y sobretodo, intentaba adivinar qué se esperaba de él. No sabía si debía sentarse para escuchar una reprimenda, o si tenía que quedarse de pie. Seguramente tampoco sabía si debía esperar un castigo y parecía tener miedo de preguntarlo. John decidió poner fin a sus dudas, le agarró del hombro y le giró con facilidad, como si fuera una pluma en vez de un niño. Llevó su mano a la parte trasera de sus pantalones y la dejó caer con fuerza.

PLAS PLAS

-         ¡No tienes ni idea de lo mucho que me preocupaste! – le recriminó.

James se puso muy rígido y se quedó absolutamente quieto, incluso después de que John retirara la mano de su hombro. John se puso frente a él para mirarle, y notó que el chico no reaccionaba, bastante impactado. Pensó que no estaba acostumbrado a ser reprendido de esa forma, ya que su padre solía ser más duro con él.

Poco a poco James pareció reaccionar, y John vio como sus mejillas se teñían de un rojo bastante intenso, como si hubiera estado corriendo durante un rato.

-         Me… me ha pegado… - susurró, como informando a John de alguna novedad.

-         Eso hice.

-         Pero…pero…usted no es mi padre – protestó el chico. No era la primera vez que le castigaba un hombre que no fuera su padre, pero sí era la primera vez que John tomaba ese papel.

-         No. Pero tu padre me encargó que te cuidara, y es lo que pienso hacer. Te dije algo y me desobedeciste. Sé que tu padre también te castigaba cuando hacías eso.

James murmuró algo en voz demasiado baja como para ser comprendido, pero John creyó entender algo así como “Él no lo hacía así”. Efectivamente, en todo el tiempo que convivió con ellos, John solo había visto al señor Olsen utilizando el cinturón.

Entendió que el chico se sentía muy avergonzado, por haber sido reprendido por alguien que en algunos sentidos era un extraño. Le dejó unos momentos para asimilarlo y se echó sobre la cama, pensativo. Se alegraba tanto de que el niño estuviera bien…

-         Tal vez no sea sensato tenerle conmigo… - reflexionó, en voz alta.

Escuchó como James jadeaba.

-         No, no, por favor. No volveré a darle problemas, se lo juro señor Duncan… No quiero estar con nadie más, esa gente no me entiende, yo…

-         Tranquilo, tranquilo, chico. No lo digo por eso. Es que no sé si es seguro que te quedes conmigo.

-         No quiero estar con nadie más.

John le miró con curiosidad.

-         ¿Por qué no? Has vivido aquí toda tu vida. Les conoces desde que era un niño. Seguro que tus padres tenían algún amigo entre estas personas…

-         Quiero quedarme con usted… contigo.

John sonrió, halagado y contento por el aprecio que parecía tenerle el niño. En un movimiento impulsivo, tiró de él para acercársele. Le colocó bien la camisa y le abrochó el botón del cuello, porque el niño siempre lo llevaba desabrochado.

-         Entonces lo haremos así. – le aseguró, y le revolvió el pelo, aprovechando que ya estaba despeinado.- No vuelvas a irte sin avisar. ¿Me dirás a donde fuiste?

-         Solo quería… dar un paseo.

John le dedicó una mirada seria.

-         Esa que has dicho será la única mentira que te pasaré. Algo básico para mí es la confianza.


James tragó saliva fuertemente, notando un ligero cambio en aquél hombre que había vivido con él por un tiempo. Siempre había sido un hombre afable, que le entretenía cuando estaba aburrido y le enseñaba cosas divertidas, a veces a espaldas de su madre.  De pronto parecía más autoritario, más preocupado y con algo en su expresión que le hacía acordarse, no sabía por qué, a su difunto padre. 

3 comentarios:

  1. Me encanto continuala pronto por favor.

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  2. Me encanto Dream... Por fin actualizaste
    Esta hermoso
    No tardes por favor.
    Adoro esta interacción

    Marambra

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  3. Será un buen padre para el chico!!
    Que no lo abandone que se quede con él!!
    Tu historia es una aventura emocionante!!
    Porfis Dream continua!!

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