viernes, 27 de diciembre de 2013

Capítulo 21: “Bienbenido”




Capítulo 21: “Bienbenido”

Aprovechando que Michael se había ausentado un momento, yo quería averiguar cómo se habían tomado mis hermanos la llegada de Michael, pero el que más me preocupaba era Cole, y él también se fue antes de que pudiera decir nada.  De todas formas, por lo general las caras eran alegres, con la única excepción de Harry….y yo sabía que no tenía que ver con Michael, sino con Zach. Me acerqué a él y me apoyé en la pared, a su lado.

-         Cuando la gente está enfadada a veces no piensa lo que dice – comenté.

-         No lo ha dicho por un calentón. Lleva días estando enfadado. – dijo Harry, y suspiró.

-         No ha debido decirte eso. Papá ya  ha hablado con él.

-         Ha hecho algo más que “hablar”.

-         Es cierto – admití. Todos lo habíamos escuchado claramente. – Espero que las “palabras” de papá le activen las neuronas. – añadí, entrecomillando en el aire al decir “palabras”.

-         ¡Ted! – exclamó Harry, entre incómodo, sorprendido y avergonzado.

-         ¿Qué? Tampoco fue para tanto. Papá sólo le dio un aviso.

-         No es eso. Es que… agh, no sé qué hacemos hablando de esto.

-         A mí también me da vergüenza – reconocí, y por un segundo los dos desviamos la mirada. Cuando se me pasó un poco el sonrojo interno, iba a seguir hablando pero en ese momento llegaron Zach y papá.

Vi como papá le daba un empujoncito a Zach para acercarle a nosotros, así que yo hice lo propio y propulsé a Harry. Los dos gemelos se frotaron el brazo, con un gesto idéntico de incomodidad. ¿Eran conscientes de esa sincronización gestual o les salía sólo? Se quedaron los dos a un metro de distancia, mirando al suelo. Rodé los ojos y me acerqué al equipo de música. Sabía lo que necesitaban: intimidad.

Busqué entre los discos rápidamente y finalmente puse una recopilación de varios éxitos.

-         ¿Si no pienso yo en la música nadie la pone o qué? – protesté, e hice el payaso un rato con mis otros hermanos. Cuando giré la cabeza Zach y Harry habían salido de la habitación, aprovechando que nadie les miraba.

Papá y yo nos sonreímos mutuamente, suponiendo que  iban a hacer las paces de una maldita vez.


-         Zach´s POV –

Papá era capaz de no enfadarse  cuando  cualquier otra persona lo haría, y de sí hacerlo cuando percibía en nosotros el más leve rastro de mala intención… Si era honesto tenía que admitir que después de las bromas que había estado haciendo, mis palabras para Harry sonaron como veneno… Durante unos segundos tan sólo lamenté que no se me ocurrieran cosas peores para decirle, pero entonces papá se enfadó y me dijo aquello de que uno no se porta así con la familia. Me recordó que Michael acababa de llegar y no era esa la forma en la que yo quería que el percibiera las relaciones entre hermanos en mi familia. Aquello me hizo sentir muy mal, y me hizo pensar en mí mismo como en un arruina bienvenidas…

Lo peor fue ver a papá tan enfadado. Me dejó en mi cuarto después de darme un “aviso urgente” que me había llegado alto y claro, en especial en cierta parte del cuerpo. Y nada más irse él yo comencé a llorar, con rabia, creo, pero también con pena. Después de pena sentí un poco de autocompasión, porque yo quería estar abajo con todos y no allí arriba sólo, pero después de todo eso dediqué unos segundos a escucharme, a escuchar mis voces interiores, que era algo que llevaba un tiempo sin hacer.

¿Por qué estaba tan enfadado con Harry? Que me acusara de aquella manera sin duda me sentó mal, pero no era lo peor que me había hecho. Harry se pasaba la mitad del año metiéndome en problemas y la otra mitad sacándome de ellos.

Una vez puso un ratón muerto en el cuarto de Madie y Barie. Pensó que ellas tendrían asco y comenzarían a gritar, pero lo que pasó fue que sintieron mucha pena por el animalito muerto, y las dos lloraron durante horas. Papá se enfadó mucho por considerarlo una broma de mal gusto y Harry ya se iba a comer un castigo por sus malas notas, así que dije que fui yo. Creo que papá sabía la verdad y por eso en vez de zurrarme dijo que me dejaría sin televisión por dos semanas. Cuando le protesté a los pocos días, me dijo “así te acordarás que no debes mentirme” y me dio un beso. Al final no fueron dos semanas, sino sólo una, pero yo había estado dispuesto a tragarme las dos, e incluso un castigo de otro tipo.

En esa ocasión, y en muchas otras, YO había cargado con sus culpas, pero por propia elección. Creo que nunca lográbamos engañar a papá, pero en cualquier caso era algo que yo elegía hacer, una decisión propia porque…. ¡pues porque le quería, jolines!  ¡Era mi gemelo, a ver!

… Pero él no debía quererme a mí. No debía hacerlo para hacer lo que me hizo. Metió el dinero que había robado en mi caja, haciendo creer a todos que había sido yo. Aquella vez yo no le encubrí intencionadamente, sino que me vi forzado a hacerlo. Mintió, me armó una trampa, jugando con lo que a mí más me dolía: la confianza de papá. Si él no se hubiera dado cuenta de que yo decía la verdad, se hubiera enfadado muchísimo conmigo y yo lo pasaba muy mal cuando papá estaba molesto contra mí…

Hablando de padres molestos, se había ido sin darme un abrazo, y sin decirme las cosas bonitas que me solía decir después de castigarme. No sólo tenía un gemelo que no me quería, sino que tenía un padre que estaba harto de mí. Volví a la fase de la autocompasión y lloré con ganas, pero entonces vino papá y como siempre hizo su magia, logrando en segundos que yo me sintiera mejor.

Mis amigos tenían una relación de subidas y bajadas  con sus padres. Se querían, pero a veces no sabían quererse y los unos se enfadaban con los otros. Más de una vez les escuchaba decir que les odiaban por prohibirles tal o cual cosa. Yo lo había dicho alguna vez también, pero luego me sentía muy culpable, porque Ted me había enseñado desde muy pequeño que a papá no se le podía odiar. Que a papá había que quererle siempre, porque él nos quería mucho. Cuando fui capaz de comprender la magnitud de aquél hecho (más o menos a los siete años) mi vida se construyó sobre unos sólidos ladrillos de seguridad y afecto. Estar enfadado con papá significaba dar un golpe a ese muro de ladrillos, y yo tenía miedo de que un día se derrumbara pero no parecía tener ni una grieta. Papá no dejaba que se abriera ni una pequeña fisurita.

Por eso me sentí capaz de intentar arreglar las cosas con Harry. Por él. Por papá. Aunque doliera. Aunque tuviera miedo de descubrir que en efecto mi hermano no me quería.

No es, de todas formas, como si Harry me lo hubiera dicho alguna vez. Él nunca me había dicho “te quiero”. Supongo que esas cosas no se dicen entre hermanos. Que es muy de nenazas. Pero Ted sí me lo decía a mí, y yo sí se lo decía a Harry, alguna vez.

Lo que yo sentía era que mi hermano me quería por un mero sentido utilitario. Me quería para pasarlo bien, para que cargara con sus culpas, para que le sacara de algún lío. Pero no me apreciaba como persona.  Para él era prescindible, y por eso no le había importado mandar a la  mierda nuestra amistad (porque además de hermanos éramos amigos) para salvar el pellejo. Ni siquiera tenía la necesidad de disculparse. No me había llegado a decir “lo siento”.  Cuando yo le hacía alguna mala jugada siempre me disculpaba, porque necesitaba que él supiera que mi intención no había sido hacerle daño.

Bajé las escaleras con papá detrás de mí, como para impedir que me echara atrás. Me vi obligado a volver al salón con todos los demás, y una vez allí Harry y yo nos miramos.  Papá me empujó para que me acercara a él, pero yo no sabía qué decir. Lo que en verdad quería hacer era preguntarle si me quería, pero bastante se burlaban los demás de mi cursilería como para darles más motivos. Yo era un poco sensible de más, lo reconozco, pero no creo que hubiera nada malo en ello.

Ted puso música y así los demás dejaron de prestarnos atención. Harry me cogió del brazo y me arrastró a la cocina. Una parte de mí quiso frotarse fingiendo asco por el contacto, pero me dije que estaba ahí para intentar arreglar las cosas. No era el momento de ponerse armadura, sino de soltar las espadas.
Ninguno de los dos habló durante unos segundos. Yo no quería ser el primero y Harry parecía que tampoco. Al final, suspiró, y fue él quien rompió el hielo:

-         Me odias ¿verdad?

¿Qué? No. Yo no le odiaba.  ¡Si le odiara no estaría tan dolido por lo que me había hecho! ¡Si le odiara no me daría rabia saber que él no me quería como yo le quería a él!

Pero entendía que él lo dudara en aquellos momentos. Sólo pensaba lo que yo le había hecho pensar en los últimos días.

Vale ¿cómo debía responder a eso? Mis sentidos de autodefensa querían soltar algo agresivo, por miedo a ser sincero y que me hiciera más daño… Pero me acordé de papá, y supe que se enfadaría si yo provocaba otra pelea.

-         Y tú no me quieres – susurré.

-         ¿Qué? – dijo Harry. Me había oído perfectamente, sólo estaba extrañado.

-         ¡Que no me quieres! – respondí, más alto, y con algo de enfado.  - ¡Yo no te importo nada!

-         Eso no es…

-         ¡No te atrevas a decir que eso no es cierto! Siempre te estás metiendo conmigo, y sé encajarlo, pero nunca me dices nada bueno. Siempre he pensado que es porque eso no va contigo pero ahora encima vas y me traicionas. ¡Tú no me quieres nada!.

Harry se me quedó mirando fijamente, y yo estaba a punto de llorar, no sé si de rabia o de otra cosa.

-         Pero que maricón eres – dijo por fin, y yo resoplé. Me di media vuelta, porque estaba claro que no había nada que hablar entre nosotros. Caminé hacia la puerta, pero él me agarró del brazo. - ¡Espera! ¡No te pongas así! Si te quiero ¿vale? ¿Contento? – preguntó, y yo le miré, ligeramente aplacado. – Ale. ¿Ahora qué? ¿Nos damos un beso? Porque es lo único que te falta para que me cuestione seriamente si estoy hablando contigo o con Barie.

-         ¡Idiota! – respondí, pero me ruboricé un poco, consciente de que no estaba siendo muy “masculino”.

-         No, el idiota eres tú, por dudarlo. Eres mi hermano, joder. Y no “mi hermano”, sino mi hermano, “hermano”. Aquí hay que matizar. Tú eres el único de todos que lleva mi sangre, al 100%.

-         Entonces, ¿por qué metiste el dinero en mi caja? ¿Por qué trataste de engañar a papá?

-         Porque lo de ser idiota debe ir en los genes. Fue una completa estupidez. Lo siento ¿vale? – dijo, y yo le miré, sin responderle. Quizá estaba intentando averiguar si estaba siendo sincero. No lo sé, pero me quedé callado. Él bufó. - ¡Te aseguro que papá ya se ocupó de que pagara por lo que hice!

Esas palabras me recordaron cómo se dieron las cosas aquél día… la llamada de Ted… el llanto de Harry…. Cómo salió de casa cuando yo no le mostré ni un poquito de compasión…. Rayos, si eso no era estar arrepentido ¿qué era? ¿Cómo había sido tan idiota de no darme cuenta? Papá le había castigado, creo que bastante fuerte y yo no sólo no le había consolado, sino que le había hecho sentir peor.

Miré a mi hermano de una forma diferente. De una que creo que le hizo entender que estaba perdonado, y le abracé. Él se apartó con brusquedad, rojo hasta las orejas.

-         ¡Serás! ¡Si no me dejas abrazarte no te perdono! – amenacé.

-         ¿Y si te regalo un monopatín?

-         ¿Eh?

-         Voy a trabajar en el jardín del vecino. Calculo que en dos o tres semanas podré comprarte un monopatín.

Le miré para ver si iba en serio.

-         Harry, no tienes que hacerlo…

-         Si tengo. Papá me dijo que te compensara. Y por decir, me refiero a que fue lo que me salvó de otra zurra por mentirle. Además, quiero hacerlo.

Poco a poco, le sonreí, sin poder evitar alegrarme al imaginar el monopatín nuevo.

-         Siento haberte insultado – le dije.

-         No es como si no lo mereciera.

Iba a proceder con un segundo intento de abrazo, esperando que no fuera tan estirado y me dejara hacerlo,  cuando algo nos interrumpió. Escuchamos gritos y fuimos a ver de qué se trataba.


-         Aidan´s POV –


Alice me pidió que la cogiera en brazos y no tuvo que decirlo dos veces. La acaricié el pelo pensando que yo no la había hecho aquellas coletitas: habría sido Barie. 

Mi niña acercó su mano a mi boca.

-         ¿Quieres? – me preguntó, enseñándome un puñadito de cacahuetes.

-         No, gracias, princesa.

-         ¿No comes nada?

-         Oh, sí, claro que sí. Te voy a comer a ti. – dije, y fingí que mordía su brazo. Ella me regaló una risita y me metió un cacahuete en la boca, como para decirme que mejor me comía eso que su bracito. Me sonrió plenamente y luego apoyó la cabeza en mi hombro.

-         ¿Dónde está Michael? – me preguntó.

-         Alejandro dice que ha ido al baño.

-         Tienes que hacerle muchos mimitos, papá. Estaba triste.

Al final, si no me andaba con cuidado, me la iba a comer de verdad. ¿Había en el mundo algo más mono?

-         Claro que sí, princesita. Todos vamos a mimarle mucho.

En ese momento escuché que alguien corría por las escaleras, y llegué justo a tiempo de ver como Cole casi se mata.

-         ¡Cole! ¿Cuántas veces te he dicho que…?

- ¡Papá! ¡Papi! – gritó, y se tiró encima de mí agarrándose a mi cintura.  Dejé a Alice con cuidado en el suelo, que miró con preocupación a su hermano. Con preocupación le miraba también yo, porque Cole lloraba y se abrazaba a mí con mucho terror.

-         Eh, tranquilo, hijo, ¿qué pasa? – pregunté, acariciándole la cabeza, pero no me respondió. Me apretó aún con más fuerza y le noté temblar.  - ¿Qué ocurre, cielo?

Cole no dijo nada. Ted apagó la música y se hizo cargo de Alice, que se había asustado un poco por el estado semihistérico de Cole. Le acaricié, buscando que se calmara. Pareció que hacía algún progreso, pero entonces bajó Michael y Cole se puso peor. Intentó que yo le cogiera en brazos y tras dudar unos momentos, lo hice.

-         Ya, sssh, dime qué pasa, cariño.

-         Tengo miedo… - me confesó, muy bajito. Tal vez sólo lo escuché yo. Se abrazó a mí como si fuera un salvavidas. Me hizo daño, pero no me importó. Inoportunamente, mientras mi hijo me decía que tenía miedo, yo lo tenía también. Respiré hondo contra la afenfosfobia y recordé que era mi niño. Él sí podía tocarme. Él no me iba a hacer daño.

-         No hay por qué, tesoro. Yo no voy a dejar que te pase nada. Nunca – declaré, y fue una promesa solemne, más para mí que para él.

-         Es malo…- lloriqueó. No sonaba como alguien de diez años. Sonaba como un niño de tres después de haber visto un monstruo terrible en la televisión.

-         ¿Quién es malo, cielo? 

- Nadie te va a hacer daño, Cole – intervino Michael. Me pareció extraño que intentara consolarle cuando apenas se conocían, pero me gustó. A Cole no pareció gustarle tanto.

-         Papiii

-         Estoy justo aquí, mi vida – susurré, y le di un beso. – Estoy aquí.

-         Papi – repitió, pero esta vez sonó tranquilo, casi como un suspiro. Como si yo le diera seguridad.  Le di un beso en la cabeza, y dejé mis labios apoyados ahí.  Su cuerpo se contrajo con el espasmo de un sollozo y en ese momento sentí que iba a perder la cabeza. Me pasaba la vida intentando evitar que ellos sufrieran así. Se supone que yo les protegía para que esas cosas no pasaran. ¿Qué había pasado? ¿Cuál era la amenaza? ¿De qué tenía miedo mi niño?

-         Es mi culpa – susurró Michael. Le miré sin comprender. – Yo he hecho que llore así.

-         Ted´s POV –

No supe decir si papá estaba enfadado. Estaba serio, más serio de lo que le he visto nunca, mirando fijamente a Michael. Desvió la mirada sólo un segundo, para mirarme a mí, creo que para intentar ver qué estaba pensando. No pude serle de mucha ayuda, porque estaba en blanco.

-         ¿Qué quieres decir? – preguntó papá, con amabilidad, pese a su repentino estado de alerta.

-         Que… que yo le he asustado…

-         ¿Qué has podido hacer para meterle tanto miedo? – insistió papá. Eso quería saber yo también, porque Cole parecía, literalmente, a punto de orinarse en los pantalones. Ver a mi hermanito así me afectó mucho. Tenía ganas de apartar a papá para abrazarle yo. 

Michael tardó unos segundos en responder. Antes de hacerlo miró a Cole.

-         Entró al baño mientras yo aún estaba dentro, me sentí incómodo y le grité. – explicó, y por alguna razón no le creí. No por su tono de voz, o sus ojos. Parecía sincero, como un buen actor, pero yo conocía a mi hermano. A nadie le gusta que le griten, y a Cole menos, pero si el que le gritaba no éramos papá o yo, no pasaba nada.  Un grito no explicaba esa reacción, ni tampoco el hecho de verle desnudo ya que al compartir habitación la desnudez de otra persona no era algo traumático para él. Vamos, que a mí me había visto desnudo muchas veces.

Papá también tuvo que tener sus dudas, porque miró a Cole buscando su versión.

-         ¿Se trata de eso, campeón?

Cole miró a Michael con los ojos muy abiertos, y papá le giró la cabeza con cuidado.

-         No le mires a él. Mírame a mí. ¿Se trata de eso?

-         S-sí. Si, papi. ¡Me asusté mucho! – dijo Cole, y se apretó contra él.

Yo no sabía qué pensar. Cole lo había confirmado así que tenía que ser cierto. Además, de todas maneras, ¿cuál era la otra opción? Para mí era absurdo pensar que Michael pudiera haber hecho algo malo contra mi hermano. Ni siquiera contemplé esa posibilidad.

Papá pareció más tranquilo al saber la causa del malestar de Cole  y se le llevó al sofá, así abrazado como un koala, para poder sostenerle mejor mientras se calmaba.

-         Ya, ssh, mi amor. No ha sido nada. Tranquilo, campeón.

Noté que alguien me agarraba por la cintura. Era Kurt. El pobre miraba a Cole con una carita de “no entiendo lo que está pasando” que me dio mucha lástima. Me dio la mano y observó en silencio, con la cabeza ligeramente ladeada. Alice se puso al otro lado, agarrándose a mi pantalón.

-         Calma, Cole. Michael no está enfadado contigo ¿verdad? – dijo papá, mirando al aludido. Michael se acercó a ellos muy despacio.

-         Por supuesto que no. ¿Amigos? – preguntó, tendiendo el puño para que Cole lo chocara. Cole le miró con frialdad y no correspondió al gesto, pero dejó de llorar. Michael dejó el puño en el aire un poco más, y luego lo bajó, bastante cortado. – Siento haberle gritado – añadió, mirando a papá. – Allí siempre hablábamos a gritos, y me salió de dentro… Tendré que hacer esfuerzos para recordar que ya no estoy en la cárcel.

Con esa frase, si es que papá había llegado a molestarse con él, consiguió la absolución total. Todos le miramos con algo de compasión, y Aidan le restó importancia.

-         No te preocupes.  – respondió, y luego nos miró al resto - Bueno, ésta tarde-noche ya ha tenido suficientes lágrimas. ¿Qué hacéis que no os estáis divirtiendo? Ted, ¿por qué no ayudas a Michael a instalarse?

Vale, eso me pilló con la guardia baja. Supe que papá lo hizo regalarme un tiempo a solas con Michael y yo asentí algo nervioso. Subí las escaleras con él pisándome los talones y cuando estábamos arriba escuché que papá volvía a poner la música.

-         Rock. Tenéis buen gusto. – comentó Michael, creo que para hablar de algo.

-         Es lo que le gusta a papá. Yo soy más de… de cualquier cosa, en realidad. Eso me gusta, pero el pop me gusta también. ¿Y a ti?

-         Rap. Música clásica. Jazz. – me respondió, con aire distraído. Habíamos llegado a nuestro cuarto, y él miraba a todos lados con curiosidad. Creo que se estaba preguntando cómo iban a dormir allí cuatro personas si sólo había tres camas. Tal vez buscaba alguna que estuviera empotrada contra la pared, o algo así.

-         No es que tengan mucho que ver una cosa con la otra…- comenté, refiriéndome a los tres géneros musicales que había mencionado.

-         Estoy lleno de contradicciones – respondió con mucha ironía, sin compartir en voz alta a qué se refería.  Se hizo el silencio durante unos momentos, hasta que yo lo rompí.

-         ¿Sólo tienes eso? – pregunté, señalando a una mochila más pequeña que la que usaba para ir a clase. Costaba imaginar que toda una vida cupiera ahí.


-         Hay un par de cosas más. Supongo que ya me las darán – dijo, seguramente  queriendo decir que seguían en la cárcel. Estaba serio, mucho, hasta el punto de que parecía de mal humor. Pensé que tal vez podía ser por lo que había pasado hacía muy poco.

-         No te preocupes por Cole. Se le pasará.

-         No quería empezar a cagarla tan pronto.

-         No la has cagado.

Michael me miró como si quisiera decirme algo, pero luego se mordió el labio y sacudió la cabeza.

-         ¿Dónde voy a dormir? –preguntó.

-         En una litera, pero hay que comprarla y tardará unos días en llegar. ¿Qué te parece usar mi cama? Yo dormiré con Cole.

-         Donde me digáis… - respondió, en tono de “no quiero molestar”.

-         En mi cama estarás bien. Es esa de ahí. Ya sabes donde está el baño ¿verdad?

Él asintió, perdido en algún pensamiento que no compartió. Como no estaba muy comunicativo, pensé que a lo mejor necesitaba un poco de soledad e iba a irme, pero me llamó antes de que cruzara la puerta.

-         Gracias – me dijo.

-         ¿Por qué?

-         Por darme una oportunidad.

-         Ya era hora de que alguien te diera una. No tienes nada que agradecer. – le dije, e intenté irme de nuevo, pero me lo volvió a impedir.

-         ¿A dónde vas?

-         Abajo…

-         Voy contigo… - dijo, y tuve la intuición de que no le gustaba demasiado estar sólo. Como si me hubiera leído el pensamiento, se explicó: - Si me quedo aquí me pondré a pensar, y ahora mismo no quiero hacerlo.

Me encogí de hombros y bajé las escaleras, con él a mi lado. Cole ya no estaba llorando, pero no dejaba de rondar a papá del mismo modo que un náufrago no se separa mucho de su bote.

-         A ver, vosotros dos – escuché que papá le decía a Harry y Zach - ¿habéis firmado una tregua?

-         Si – respondió Harry, mirando al suelo algo avergonzado. Papá le sonrió.

-         Me alegro mucho, chicos.

-         ¡Pero aun quiero mi monopatín! – dijo Zach, y papá se rió sonoramente. Su carcajada murió cuando miró hacia donde estábamos Michael y yo. Instintivamente miré hacia atrás, como esperando ver a quién o a qué miraba papá con el ceño fruncido, casi temiendo que fuera a mí.

No era yo. En seguida me di cuenta de que Aidan estaba mirando a la pared donde alguien había escrito “bienbenido” (con dos b, el muy burro o burra). La pintura parecía cera, lo cual garantizaba que podía salir pero que costaría bastante.

-         ¿Quién fue? – preguntó papá, llamando la atención de todos. Se centró en los tres enanos, porque el material, la ortografía, la caligrafía y el hecho en sí de pintar en la pared indicaba que había sido un niño pequeño.

Nadie dijo nada. Papá quitó la música y volvió a preguntar:

-         ¿Quién escribió en la pared? – dijo, sonando aún tranquilo. – Alice, ¿has sido tú? Si me dices la verdad no te castigaré, princesa.

-         Yo no fui, papi.

-         ¿Kurt?

-         Yo tampoco.

-         ¿Hannah?

-         ¡Yo no he sido! ¿Por qué no le preguntas a Dylan? – preguntó mi hermana, con rabia. Papá se sorprendió de que sonara tan enfadada, y yo también.

-         Muy bien. Dylan, ¿has sido tú? – preguntó papá. Dylan, que estaba mirando para otro lado giró la cabeza hacia él, pero no respondió. Papá se lo repitió, con paciencia: - ¿Pintaste la pared?

-         No.

-         Vale. ¿Cole?

-         ¡Papá…! – protestó Cole, restregándose mimoso junto a él. Papá le acarició la cabeza con cariño y le separó un poquito.

-         ¿Fuiste tú?

-         ¡No! He estado contigo todo el rato.

-         Lo sé, cariño. ¿Barie? – siguió papá.

-         ¿Vas a ir uno por uno preguntándonos a todos? – preguntó Alejandro. - Es evidente que ha sido uno de los enanos.

-         Lo que está claro es que sólo no se ha puesto, así que sí, voy a preguntar a todos mis hijos. – respondió papá, con calma. Yo sabía que él sabía que había sido uno de los enanos. Hacía aquello como una especie de protocolo, para que los enanos vieran que nos preguntaba a todos. Era su forma de dar la oportunidad al culpable para que dijera la verdad.  - ¿Barie?

-         No, papá.

-         ¿Madie?

-         No, papá.

-         Nosotros tampoco – respondieron los gemelos, a la vez. Papá sonrió un poco porque se adelantaran y por el uso del plural.

-         ¿Alejandro?

-         ¡Me niego a contestar!

-         Di sí o no, Alejandro, es muy sencillo. – dijo papá.

-         No voy a responder preguntas estúpidas.

-         Alejandro… - advirtió papá.

-         ¡No! ¿Contento?

Papá le ignoró, y me miró a mí. Sabía perfectamente que yo no había sido, pero aun así me preguntó.

-         ¿Ted?

De haber sido otra cosa (tal vez, si la palabra hubiera estado bien escrita haciéndolo más creíble) yo hubiera dicho que sí para ayudar a alguno de los enanos, pero sabía que papá jamás se lo tragaría si decía que había sido yo.

- Nop.

-         ¿Y a Michael no le preguntas? – preguntó Hannah. Todos miramos a papá con interés. Había dicho que iba a preguntar a “todos sus hijos”. Queríamos saber si eso incluía a Michael.

-         No tiene sentido que él escriba “bienvenido” cuando es él el que acaba de llegar – respondió papá. Pero, consciente de que era una prueba, añadió, mirando a Michael: - De todas formas, ¿fuiste tú?

Él negó con la cabeza, creo que sintiéndose algo fuera de lugar.

-         ¿Nadie va a decir la verdad? – dijo papá y en ese punto taladró a los peques con la mirada.

“Hablad ahora o callad para siempre” pensé. “Vamos, enanos. A papá le molesta más la mentira que la mancha en la pared”.

Papá esperó unos segundos, pero no obtuvo respuesta. Yo pensé que no habrían sido ni Hannah ni Kurt, porque ellos solían decir la verdad. Eso nos dejaba a Alice… Pero todo siguió en silencio, sin que ningún culpable diera la cara.

-         De acuerdo. Todos mirando a la pared. Michael, tú puedes irte. Vete a la ducha, si quieres, que en un rato habrá cola en el baño.

Tal y como papá había dicho, era absurdo que Michael se diera la autobienvenida, así que eso le descartaba como culpable. Supongo que papá no quería incluirle en la pantomima cuando era un recién llegado. En cambio contaba con mi colaboración, con la de Alejandro, y con la de más mayores.

Mientras Michael se iba, los demás nos pusimos en fila  mirando a la pared. Aquello me hacía sentir muy tonto, pero de alguna forma yo sabía que no era un castigo, sino una manera de lograr que el culpable hablara, al pensar que todos sus hermanos estaban siendo castigados por su culpa. Para los mayores estar así era estúpido, pero no un verdadero castigo. Pero a ojos de Alice, Hannah, o Kurt, todo estábamos siendo castigados a una de las cosas más aburridas y horribles del mundo.  Papá era malvado por jugar así con la culpabilidad de los pequeños ¬¬

Estaba, sin embargo, el factor Dylan. Previniendo cualquier posible reacción negativa por su parte le cogí y le puse delante de mí, abrazándole con un brazo mientras los dos le dábamos la espalda a papá.

”Aidan, me las vas a pagar por esto, lo juro…”

Dylan y yo fuimos los primeros en cumplir la orden. Los demás nos imitaron, poco a poco. Cole lo hizo con desgana. Para él aquello también podía ser un castigo y era poco probable que él hubiera pintado en la pared.  Alejandro se negó.

-         ¡Venga ya! Yo no me pongo ahí.

-         No duele, ni huele mal, ni va a pasarte nada malo, Alejandro – replicó papá. – Ponte con tus hermanos.

-         ¡Que no! ¡Que yo no te voy a seguir el jueguecito!

-         Alejandro…

-         ¡Alejandro una mierda!

Suspiré, y solté a Dylan un momento. Caminé hacia Alejandro, le agarré entre amistosa y violentamente y le susurré al oído:

-         Vas a ponerte ahí, porque así podemos librar a los pequeños de que se lleven un castigo. Vas a ser un ejemplo para los enanos, porque estoy  harto de que ese marrón caiga sólo sobre mí. Ser familia no consiste en ir a tu rollo. Y vas a dejar de hacer el idiota porque si terminas haciendo que papá te castigue haré fotos y las subiré al Facebook.

No sé si mi última amenaza fue efectiva o que Alejandro por fin usó la cabeza y supo ver que papá no le estaba pidiendo la gran cosa. El caso es que resopló, y se puso a hacer el paripé, al igual que yo.

Yo volví con Dylan, y le sonreí.

-         ¿Qué estamos haciendo? – me preguntó, echando el cuello  hacia atrás para mirarme de abajo a arriba, de modo que su cara quedaba al revés respecto a la mía.

-         Miramos a la pared.

-         ¿Para qué?

-         Para pensar.

-         ¿Por qué? – se supone que en esos momentos no podíamos hablar, pero papá pasaba olímpicamente ya que Dylan era una excepción. Tenía que estar riéndose a mi costa, seguro. No me quería girar a comprobarlo porque me iba a dar mucha rabia.

-         Porque uno de nosotros se ha portado mal. Miramos la pared para que el que haya sido reflexione sobre lo que ha hecho y diga la verdad. – dije, en parte para explicárselo y en parte buscando que alguno se diera por aludido.

-         Yo no he sido. – me aseguró Dylan y se dio la vuelta para agarrarse a mí. - ¡Yo no he sido!

-         Ya sé que no. Tranquilo, Dy, que no pasa nada.

-         ¡Yo no he sido malo!

-         Nadie ha dicho que lo hayas sido, peque. Quédate aquí conmigo ¿vale?

Si le pedías a Dylan que mirara la pared durante horas para buscar algo en ella lo hacía sin problemas y con eficacia, pero si le decías que estaba castigado se ponía muy nervioso. Creo que papá confiaba en que al estar todos se lo tomara mejor. Hannah miró a Dylan con mucha atención y mordiéndose el labio. Vi en esa expresión que quizá ella fuera la culpable. En cuanto me vio mirarla desvió la vista.

Estuvimos así durante un rato. Dylan se sentó en el suelo y yo miré a papá sin saber qué hacer. Él se encogió de hombros, indicando que no importaba. Dylan se puso a atar y a desatar mis cordones y yo me entretuve observándole y preguntándome por millonésima vez en mi vida cómo funcionaba la mente de mi hermano.

Creo que pasaron cinco minutos. No lo sé, no llevaba reloj, pero es el tiempo que habría esperado yo antes de hacer una advertencia, y justo entonces papá habló:

-         Hay que ducharse, cenar, e ir a la cama. Última oportunidad para decir la verdad.

Nada. Para Alice empezaba a ser demasiado tiempo, y así lo demostró cuando empezó a llorar. Papá se acercó a ella y la dio un beso.
-         Yo no he sido, papi, lo prometo…- lloriqueó. Aidan la cogió en brazos.

-         Ven aquí, princesa. No hay que llorar. Papá no está enfadado.

-         Pero es que yo no he sido y nadie ha sido y tú nos vas a hacer pampam.

-         No voy a hacer pampam a nadie que me diga la verdad, princesita. Sólo castigaré al que me haya mentido cuando os he preguntado y os he dado un tiempo para pensarlo. Las paredes no se pintan solas, cariño, así que alguien ha tenido que ser.

-         ¡Pero yo no fui! – gimoteó la enana. Papá solía dejarles en la esquina un minuto por cada año de vida, así que para ella aquello empezaba a ser demasiado tiempo. Quizá por eso, o por pensar que su táctica no estaba funcionando, papá decidió terminar con aquello. Era raro, porque normalmente sí funcionaba. Cuando los peques veían que “nos castigaban” a los demás, solían confesar hasta lo que habían hecho hacía semanas.

-         Está bien. Ya os he dado muchas oportunidades. Todo el mundo a la ducha, y el que haya pintado la pared tiene que sentirse muy mal por ser mentiroso además de travieso. Por el momento voy a pensar que se escribió sólo, porque sino voy a estar muy enfadado. Y si me entero de quién lo hizo le voy a castigar por eso, por mentiroso y por insolidario con sus hermanos.

Papá empleó un tono de voz duro, que debía de ser uno de sus últimos recursos de conseguir la verdad. Kurt empezó a llorar entonces, y lo primero que pensamos todos es que había sido él, y lloraba por las palabras de papá, pero entonces Hannah lloró también. Dylan se puso de pie y me agarró muy fuerte y hasta Cole tenía lágrimas en los ojos.

-         Aidan´s POV –

“Ugh, que mal lo estoy haciendo” pensé.

En otras ocasiones había funcionado. La vez que Kurt manchó el sofá de témperas y no se atrevía a decir que había sido él, dije que esa noche no habría película para nadie y al ver que todos sus hermanos iban a pagar por su culpa me dijo la verdad. Por decírmela me limité a darle un beso, y le recordé que para usar las témperas había que poner un periódico debajo.

Cuando Alice rompió el móvil de Ted por jugar con él sin permiso yo amenacé con no ir al zoo aquél sábado si no salía el culpable, y ella tardó tres segundos en decirme la verdad. Cuando yo hacía aquellas “amenazas” en realidad no esperaba cumplirlas, porque sabía que mis enanos me dirían la verdad. Pero aquella vez no me la decían. Probé regañándoles un poco y sólo conseguí que los más pequeños empezaran a llorar.

En un segundo me vi atrapado rodeado de Alice, Hannah, Kurt, y hasta de Cole, aunque sospecho que éste último sólo estaba mimoso por el susto que se había llevado aquella tarde, al parecer por un malentendido con Michael.

Incluso Dylan se acercó, para comprobar si yo estaba enfadado. Él no me abrazó, pero me miró de una forma diferente a su habitual mirada inexpresiva.  Ted se acercó entonces a nosotros y cogió a Hannah en brazos.

-         Por qué no le dices la verdad a papá ¿eh? – susurró, lo suficientemente fuerte para que yo lo oyera.

-         ¿Cómo sabes que he sido yo? – preguntó ella, mirando a Ted como si fuera adivino.

-         Porque he visto cómo mirabas a Dylan. Tú eres buena, y no quieres que él esté triste.

Hannah puso un puchero.

-         ¿Lo hiciste tú? – pregunté, y ella asintió, escondiéndose en el pecho de Ted. - ¿Por qué? ¿Para Michael? Fue un gesto muy bonito, cielo, pero sabes que lo tenías que haber escrito en papel y no en la pared.
Ella no respondió, pero parecía que quería decir algo.

-         Eso ya lo sabías. Sabías que no tenías que escribir en la pared. – comenté, pero fue más bien una reflexión en voz alta. Me pregunté por qué mi niña haría deliberadamente algo que sabía perfectamente que no podía hacer. Se encendió una bombillita y la recogí de los brazos de Ted. Repasé mentalmente las últimas horas: todos pendientes de la llegada de  Michael, antes de eso la rabieta de Cole… Incluso la noche en mi cama, que solía ser un momento especial para Hannah en el que la dedicaba un ratito para jugar con ella, llevaba días siendo diferentes al haber un montón de “intrusos” durmiendo con nosotros. Recordé que ella estaba enfadada cuando la pregunté por la palabra en la pared. - ¿Querías que papá te hiciera caso?

Me parecía raro porque, aunque a veces tuvieran celos, o estuvieran más mimosos, mis hijos comprendían que yo era el padre de todos ellos, y dedicaba más tiempo al que más lo necesitaba en ese momento. En eso Ted me ayudaba mucho, prestando atención al que se pudiera sentir más desplazado. Así que me parecía raro que Hannah quisiera llamar mi atención de esa manera, cuando además sabía que sólo tenía que pedir mimos para que se los diera.

Ella negó con la cabeza, indicando que no era eso. Se mordió el labio.

-         Vamos, princesa. Cuéntaselo a papá. Lo tienes en la puntita de la nariz, lo estoy viendo – bromeé, y la di un toquecito cariñoso.

-         ¡Quería que Michael se fijara en mí! – me dijo. Entonces recordé lo que ella dijo desde que se enteró de su existencia: “me gusta su nombre” “¿puedo pintar en la cama yo también?”. Incluso aquella tarde, cuando yo estaba preguntando uno por uno, ella me dijo “¿Y a Michael no le preguntas?”.

Asumí que Michael iba a ser para Hannah lo que Ted era para Cole. Seguramente para ella la mejor forma de llamar la atención de alguien que pintaba debajo de las camas era pintar en la pared, pero Michael no se había fijado en ella, porque tenía muchas cosas en las que pensar.

Qué complicada y a la vez qué sencilla era la mente de mi niña, que sólo quería que su nuevo ídolo la prestara atención.

-         Michael va a vivir con nosotros, cielo. Ahora es parte de la familia. Claro que se va a fijar en ti.

-         ¿Tú crees?

-         Por supuesto.

Hannah sonrió un poquito y luego sus ojos inteligentes brillaron antes de adquirir una pose arrepentida más actuada que otra cosa.

-         ¿Me vas a castigar?

-         Mmm. No sé, no sé… - empecé, y ella puso un puchero. – Si limpias bien, bien, bien, BIEN, la pared, tal vez me lo piense.

-         ¡Sí, papi! – me respondió, sonriendo, completamente segura de que se había librado. – Ted, ¿me ayudas?

-         Pero qué morro tienes, canija – contestó el aludido, pero eso significaba que sí.

Les dejé a los dos limpiando el pequeño “grafitti” y subí a organizar un poco el caos de las duchas. En cuanto me vio Cole volvió a pegarse a mí. Fruncí el ceño.

-         Cole, ¿qué pasa? Está todo bien con Michael. ¿Has hablado con él? No quería gritarte.

-         Yo… perdona… ya… ya no te molesto. Me voy  a la ducha.

-         Eh, ven acá.  Tú no molestas nunca, enano mimoso.  Sólo estoy preocupado por ti. Me gustaría verte sonreír, y no estar triste, o enfadado, como estos días.

-         No estoy enfadado.

-         Pero sí triste – repliqué, y le miré a los ojos. Cole me dio un abrazo.

-         Sólo protégeme.

-         ¿De qué, cielo? Yo te protejo de lo que sea, campeón, pero necesito que me digas de qué.

-         N-no… no importa.

-         ¡Si importa! ¡Cole, espera! – le llamé, pero salió corriendo. Iba a ir tras él, pero me interceptó Kurt para que le ayudara a quitarse los zapatos, que estaban muy apretados. Cuando descalcé a Kurt me di cuenta de que tendría que ayudarle a ducharse pero necesitaba hablar con Cole…

Fui un momento a buscar a Alejandro, que estaba en su cuarto esperando su turno.

-         Alejandro, necesito que ayudes a Kurt.

-         ¿A qué?

-         En la ducha.

-         ¡Sí hombre! ¡Que lo haga Ted!

-         Esta Con Hannah. Por favor, hijo, es importante.

-         No pienso verle desnudo ni pasarle una esponja por el cuerpo…Es…¡es asqueroso!

Me frustré mucho porque diera la vuelta de esa forma a algo totalmente inocente. Me enfadó que no fuera capaz de echarme una mano.

-         ¡Pues yo te bañaba a ti!

-         Agh, papá, no necesito pensar en eso…

-         Piensa lo que quieras, pero échame un cable ¿sí?

-         Que no. Te ayudo en lo que sea, pero eso no.

Estaba tan molesto que ni quise discutir. No creía que le estuviera pidiendo algo tan difícil. Eran hermanos, después de todo. Alejandro usaba la excusa de que le daba vergüenza, pero lo hacía por vaguería o por comodidad. Salí de su habitación y fui a ayudar a Kurt, intentando no pagar mi enfado con él.  Kurt estaba algo inquieto, y no se quería meter al baño, y luego no se quería salir, pero a base de paciencia conseguí que se duchara y se pusiera el pijama.

Vi que había una cola del demonio en el otro baño, pero no quise saber lo que pasaba. Busqué a Cole por todos lados y le encontré con Dylan, jugando con unos cromos, o unas cartas, o algo de eso. Se veía tranquilo, mucho más que en toda la tarde, así que decidí no interrumpirle. Volví a la habitación de Alejandro sin disimular mi enojo con él.

-         Veamos a ver si estudiaste algo. Dame el libro.

El tono en que se lo pedí no fue muy conciliador, lo reconozco. No solía hablarle así y fui algo desagradable. En vez de darme el libro, se puso a discutir conmigo.

-         ¡Ya me cansé de que me andes preguntando todos los días como si fuera idiota!

-         No me importa si te cansa o no, Alejandro. Voy a preguntarte hasta que te examines, y apruebes.

-         ¡Pues buena suerte porque no te pienso responder!

-         Si no me respondes te castigaré.

-         ¡Me da igual! ¡Déjame sin tele, ponme tareas, haz lo que quieras que no pienso cumplirlo!

-         En ese caso te daré otro tipo de castigo.

Mis respuestas eran tajantes, pero también antipáticas. No incitaban a una conversación civilizada y me di cuenta de ello. Suspiré y respiré hondo, buscando un tono más conciliador aunque creo que no terminé de encontrarlo.

-         Vuelvo en cinco minutos. Ahora estoy molesto, y tú estás irritado. Cuando vuelva me das el libro y nos llevamos bien ¿de acuerdo?

-         ¿Y ahora por qué narices estás molesto? ¿Qué hice, a ver?

-         Yo no dije que hicieras nada, pero ya que lo mencionas, te pedí ayuda y pasaste de mí.

-         Así que te enfadas porque no hago lo que tú quieres. – me reprochó.

-         No. Me enfado porque eres un egoísta.

Creo que esa palabra le sentó especialmente mal, por algún motivo que no llegué a entender. Tenía el libro de matemáticas en la mano y me lo tiró, no sé si queriendo darme o no, pero falló. Aun así yo no iba a permitir que me lanzara cosas. No era la diana de nadie, aunque últimamente me hubieran tomado por una.

Avancé hacia él y le levanté de la cama ligeramente únicamente para volver a tumbarle encima de mí.

- No te basta con pisar la línea,  tienes que cruzarla bien para terminar de cabrearme. ¡Pues elegiste un mal día!  Lo vas a pensar dos veces antes de tirarme nada.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡Au, papá! ¡Es muy fuerte! – protestó, y me di cuenta de que estaba usando más fuerza que otras veces. Me impuse autocontrol.

PLAS PLAS PLAS Owwww PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Affgs PLAS PLAS

-         ¡Ay!  ¡Ya! ¡Para, por favor!

Dejé la mano quieta sobre su espalda. Había pensado detenerme ahí de todas maneras, pero me sorprendió un poco ver que lloraba. Usara más o menos fuerza, Alejandro solía encajar castigos más duros. Le acaricié suavemente, mientras le oía llorar de una forma que me hacía sentir mal.

-         Siento haber perdido la paciencia, hijo, pero reconoce que tu actitud tampoco ha sido de lo mejor.

No dijo nada pero le notaba temblar con el llanto. Pensé que no era momento de regañarle. Le levanté y le di un abrazo.

- Ya está. Vamos, no llores así. La técnica de dar penita la ha patentado Kurt. – bromeé, pero no reaccionó a mi pésimo intento de chiste. Me sentí realmente mal, pensando que si yo le hubiera hablado de otra manera tal vez él no se habría enfadado y no me hubiera tirado el libro. – Tenía que hablar con Cole. Por eso te pedí que te ocuparas de Kurt, y me enfadó que no me ayudaras. Estaba molesto y te hablé con bastante agresividad. Perdona. Pero, aunque yo esté enfadado contigo, tú no puedes tirarme cosas a la cara.

-         Siento… snif… siento no haberte ayudado.

Suspiré. Le hice un hueco para que se sentara conmigo en la cama y le acaricié la nuca.

-         No puedo exigirte que hagas cosas que me corresponden a mí, Alejandro, pero en ese momento no podía dividirme y necesitaba ayuda. Normalmente recurro a Ted, pero él estaba abajo ayudando a Hannah.

-         Sé que…snif… sé que Ted siempre te dice que sí.

-         Casi siempre – admití – Pero Ted no tiene nada que ver aquí…

-         Sí tiene. Él…él me dijo que ser familia no es ir a mi rollo… y tú… tú me has llamado egoísta.

Entendí qué es lo que tanto le había enfadado. Ya estaba irritado de antes y mis palabras le recordaron algo que Ted ya le había dicho. Algo que le escocía.

-         Ser familia no es ir a tu rollo, pero ser adolescente sí – le dije. – No eres egoísta, Alejandro, y no debería habértelo llamado. Si no te apetece bañar a tu hermano, es hasta cierto punto normal. Otros hermanos no tienen que hacerlo.

-         Pero tú sí. Tú si lo haces.

-         Yo soy vuestro padre.

-         Eres nuestro hermano. Y Ted también. Y… hacéis esa clase de cosas. – dijo, y subió las piernas a la cama, abrazándose las rodillas con las manos. – No se trata de que no me apetezca. Yo… de verdad que no puedo bañar al enano. Pídeme otra cosa, pero eso no.

-         Pero ¿por qué? Alejandro, es tu hermano. Ya le has visto desnudo antes.

-         No puedo… - insistió, y me pidió con la mirada que le entendiera. Yo no supe qué tenía que entender, pero si comprendí que me estaba hablando en serio.

-         Está bien. – susurré, y le di un beso en la frente. Él respiró hondo.

-         Es pequeña.

-         ¿Eh?

-         Mi… tú sabes… es pequeña. Más pequeña que la de Ted.

Le miré fijamente durante unos segundos. Intenté no reírme. Lo intenté de verdad, pero no pude.

-         ¡Papá! ¡No te burles de mí! – casi gimió.

-         Perdona… es que… ¿me estás diciendo que no quieres ver a tu hermanito pequeño desnudo porque tienes complejos con tu propio cuerpo? Complejos totalmente absurdos, por cierto.

-         No son absurdos, es verdad.

-         Alejandro, Ted es mayor que tú. Es normal que TODO su cuerpo sea más grande que el tuyo. Y además, está el tema de la raza. No lo sé, no es algo que haya comprobado, pero dicen, ya sabes, que los negros… pues eso.

-         Aún así, es pequeña – insistió él.

Aunque una parte de mí se sentía muy incómoda porque no esperaba tener ese tipo de conversación, me gustó que sintiera la confianza de hablarlo conmigo.

-         Y no me vayas a decir que el tamaño no importa – refunfuñó.

-         Oh, no. El tamaño sí importa. Importa mucho. Importa el tamaño de aquí, y de aquí – le dije, y señalé su pecho y su cabeza. – Y por lo otro no te preocupes. En realidad, a veces el problema es que sea demasiado grande. Todo depende del tamaño de la chica en cuestión. Y de cómo encajen vuestros cuerpos.

Alejandro se me quedó mirando fijamente.

-         Al final  va a resultar que sí sabes un par de cosas sobre… eso.

-         Ah, ¿viste? Uno no llega a tener doce hijos por nada.

-         ¡Papá! – exclamó.

-         Sí, sí… biológicamente no, ya lo sé… déjame disfrutar del momento, jo.

-         No es eso. Es que… has dicho doce.

Le miré con afecto.

-         Claro. Y hablando de eso, debería hablar con Michael antes de que tanto niño le vuelva loco.

Le di un beso y me despedí de él. Cuando salí la cola de uno de los baños no había disminuido.

-         Pero, ¿quién está dentro? – pregunté.

-         Michael – dijo Harry, en tono de “es un tardón”.

-         Michael, ¿estás bien? – pregunté, tocando a la puerta.

No obtuve respuesta. De pronto escuché un golpe, y una maldición muy clara.

-         Hija de su …

-         ¿Michael?

-         ¡Cabrona!

Pero, ¿con quién hablaba? Algo preocupado porque se hubiera hecho daño, golpeé la puerta con el hombro para que se abriera. Michael estaba sentado sobre el retrete con la tapa puesta y toda la ropa en su sitio. En la mano sostenía una jeringuilla, y por los gestos entendí que los insultos que había oído iban dirigidos a ese objeto.

-         ¿Qué ocurre?

-         ¡Que no quiere clavarse, eso ocurre!

Entré al baño y cerré la puerta otra vez.. Me froté el hombro. Eso iba a dejar cardenal, seguro.

-         ¿Es la insulina? – le pregunté, y él asintió.

Tenía la camiseta levantada e intentaba clavársela en la parte baja de la cadera.

-         La enfermera no te la puso ahí el otro día… - dije, acordándome.

-         Ya, pero yo ahí no llego, lumbreras… Perdona, no es culpa tuya…

-         No pasa nada. ¿Quieres que te ayude?

-         ¡No! – exclamó, pero luego suspiró. – Sí…

-         Vale. Dime que tengo que hacer.

-         Hacer que mi cuerpo fabrique su propia insulina – gruñó, mirando la jeringa como quien mira a un enemigo. Le miré con compasión.

-         Eso no está a mi alcance… ¿Algo que tal vez pueda hacer ahora?

-         Pincharme.

Yo nunca había pinchado a nadie, pero asentí.

-         ¿Cómo lo hago?

-         Pues coges la aguja y la clavas por la parte que pincha… no se necesita un master…

-         Te muerdes la lengua y te envenenas ¿verdad? Nunca he inyectado a nadie…

-         Tienes que pincharme en el muslo… - murmuró. – Sabes, déjalo…

-         En el muslo, bien. ¿Y cómo?

-         No es necesario…

-         Pues yo creo que sí. Tú llevas intentándolo un buen rato.

-         En la cárcel me inyectaba una enfermera. He perdido práctica, pero sé hacerlo.

-         Tiene pinta de que es más fácil si lo hace otro por ti.

-         Claro, para ti es muy fácil. ¡A mi me da vergüenza! Es humillante que alguien…

Mientras él refunfuñaba, yo le quité la jeringuilla, y me familiaricé con ella.

-         … y si encima apenas le conoces pues…- siguió hablando, pero yo no le escuché. Le agarré de la cintura.

-         No te muevas – susurré.

Se quedó muy quieto. Bajé un poco su pantalón y le pinché.

-         Listo.

-         ¡Eso fue a traición!

-         Pero así no te dio vergüenza ¿verdad? – le dije, y le sonreí.

-         No se hace así, que lo sepas. Hay algodoncito, y todas esas mariconadas.

-         Tal vez la próxima vez quieras explicarme cómo se hace. – repliqué.

-         ¿La próxima vez?

-         Claro. No vas a monopolizar el baño en cada dosis – repliqué, pero lo que en verdad quería decir, y él me entendió, es que le ayudaría a pincharse siempre que lo necesitara.

Me dedicó una sonrisa.

-         No me caes tan mal, después de todo. – me dijo.

-         Vaya. ¿Es que antes te caía mal?

-         Un poco. Me parecías muy soso.

-         Qué amable.

-         Ey, pero muy majo.

-         Ya, ya, tú arréglalo…

Por dentro, quise dar botecitos de alegría. No era un mal comienzo, ¿no?  Mi cerebro detuvo la euforia al pensar en Cole. La bienvenida de Michael había sido un poco… extraña.


7 comentarios:

  1. OOooooooooooo quien diera que mi Alejandrito tendría complejos... iba a ser mala y decir pequeños complejos pero no puedo hacerle eso a mi niño favorito... Pobre Cole intimidado en el colegio y ahora en el hogar que feo gruuuuu....
    Michael es un tonto no una mala persona pero si no habla con Aidan luego puede terminar metido en un gran lió así que espero le cuente todo a su padre...
    en lo de bienbenido... pues soy una gran burra porque cuando lo vi solo lo encontré raro ejejejeje pero culpemos a la dislexia...

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  2. Que bien que los gemelos ya se reconciliaron y que Alejandro le tenga tanta confianza a Aidan
    Me gusto mucho el cap y me dio mucha risa cuando le puso la insulina a Michael
    Saludos
    Miranda

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  3. Pobrecito COLE como me lo han hecho sufrir ultimamente... Creo que si Ted, se entera que Michael es el causante de ese terror que siente...sera la primera gran pelea de hermanos entre Ted y Michael...que bueno que los gemelos ya estan arreglados.Y Alejandro...pues hasta comiquica su reaccion...eres mala Dream ajajaja

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  4. yo creo que Cole y Michel estan solo plantando para tener un árbol de amor juntos, es cuestion de quimica que parece que repele yluego es de las que no puedes huir,jjjj
    muy bien por los gemelos, ya se contantaron y ALejandrito mi niño adorado tambien, mmm, complejitos de adolescente, a ellos todo les queda grande menos el pene, pero ay se le pasara, ajjajajajajaj
    yyyyyyyy pincahr atraicon sin hacer asepsia un BUUUUUUUUUUU para Aidan ajjaja mentirilla, estuvo genial, solo que ya quisiera que se ponga sobre la rodillas de su papa, ajjajajaj

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  5. pobre cole... las cosas que deben estar pasando por su cabeza, y michael.... misterioso y deseoso de familia mmm...... buena combinación para todos los involucrados...

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  6. Bien por los gemelos al fin se arreglaron y ojala que cuando todo el tema de michael se destape no cree demasiadas fisuras en esta hermosa familia.

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  7. Dreaaammm Girl... Eres asombrosamente talentosa!!! Me encanta la forma en que cuentas tu historia!!! :D y no deja de sorprenderme cómo haces para ponerte en la piel de cada uno de tus protagonistas!!
    Tus personajes son encantadores! Toooodos son para comérselos jejeje... en especial Aidan ;) y Ted, y Cole, y todos!!

    Disfruté mucho de la lectura!! Te super felicito!!!! Actualiza prontooo!!! :D

    Camila

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