lunes, 16 de febrero de 2015

CAPÍTULO 41: EL CIELO Y EL INFIERNO



CAPÍTULO 41: EL CIELO Y EL INFIERNO

Bip. Bip. Bip. Bip.

Era un ruido familiar y a la vez desconocido. Poco a poco fui entendiendo que era el sonido de alguna máquina de hospital, de esas que controlan las pulsaciones. Aunque con la apendicitis no llegaron a ponérmela, el ruido me sonaba de las típicas series y películas de hospitales. Me era familiar también porque marcaba el ritmo de mis latidos, y mi cuerpo de alguna forma conocía esa cadencia.

Así que aún estaba en el hospital. Bueno, era lógico, teniendo en cuenta que lo último que recordaba era ver a papá muy asustado, a los médicos cuchicheando algo, y a alguien explicándome que algo no les había gustado al examinar mi resonancia. Después de eso creo que perdí la consciencia.

Sentía la garganta extraña, como reseca, y me asaltó una especie de sueño o recuerdo en el que una enfermera me sacaba un tubo de la boca…el mismo que me habían metido antes de sedarme. Traté de moverme, y vi que mi cuerpo no respondía. Me asusté un poco, pero luego poco a poco conseguí mover mis brazos. Me llevé una mano a la cara porque sentía que algo ahí no estaba bien. En mi nariz no había ningún tubo ni nada, sólo mi mano estaba agujereada y con una vía. ¿Entonces?  ¿Qué era esa sensación extraña, como una presión en la frente? Subí la mano, y  noté una venda. Oh. Una venda me cubría toda la cabeza.

Tras un rato asimilando mi situación, observando la cama y notando que aquella habitación era algo diferente a la última, como más equipada, empecé a sentirme realmente ansioso por el hecho de estar solo en aquella estancia. Además me sentía raro. Me costaba mucho abrir y cerrar los párpados, tanto que decidí dejar de hacerlo y cerrar los ojos de nuevo. Tal vez pudiera seguir durmiendo un rato…

No sé cuánto tiempo pasó, pero noté que alguien estaba a mi lado. Abrí los ojos con la esperanza de que fuera papá, pero se trataba solo de una enfermera trasteando con la bolsa de líquido que se comunicaba con mi mano a través de la vía. Se percató de que estaba despierto, y me sonrió.

-         ¿Cómo te sientes? ¿Sabes dónde estás?

Traté de hablar, pero me atasqué con mi propia lengua, así que asentí, algo frustrado por ser incapaz de transformar mis pensamientos en palabras. Segundos después volví a dormirme.

Cuando volví a despertar me sentí mucho más despejado. Un grupo de doctores hablaban entre sí a los pies de mi cama, como si yo no estuviera presente o fuera solo un mueble más. Me di cuenta de que no sabían que estaba despierto, así que decidí hacerme el dormido para ver si escuchaba algo sobre mí, y sobre “mi estado”.

-         … no, no, no tenía el cráneo fracturado. Pero sin duda tuvo que ser un gran golpe. Al parecer estuvo en una pelea…

-         Más bien le dieron una paliza, tiene el resto del cuerpo con moretones y hematomas. Nada serio, aunque si miras su costado derecho… - dijo una voz de hombre, y entonces sentí que manipulaban las sábanas y la bata que me cubría, como para mostrar efectivamente mi costado.

-         ¿Qué es esa cicatriz?

-         Le operaron recientemente de apendicitis. Lo que me preocupa es el hematoma. No parece nada, pero creo que no estaría de más un escáner para descartar daños en algún órgano, o incluso una costilla rota.

-         Su hermano no ha mencionado nada al respecto del costado. – replicó el otro, y entonces alguien apretó mi piel, justo encima de los riñones, y me acordé de todos sus difuntos familiares. No era un dolor insoportable pero tampoco fue agradable. ¿Por qué narices lo había tocado? ¿Tenía pinta de peluche parlanchín en plan “apriete aquí a ver si emite algún sonido”?

-         … Pobre chico – murmuró uno de ellos.

¿Por qué pobre chico? ¿Qué me pasaba? ¿Qué tenía? ¡No podían dejarme así, tenían que decir algo más!
-         Soy bastante positivo en esto. Habrá que esperar a que despierte para ver si puede hablar, pero no creo que haya daños cerebrales. El hematoma no era muy grande.

-         ¿El diagnóstico es hematoma subdural, entonces? ¿O epidural?

-         Subdural. Pero los síntomas tardaron en presentarse. Tuvo dolor de cabeza desde el golpe, y no fue hasta la tarde que empezó a presentar otros síntomas, como la pérdida de consciencia.  ¿Te encargas tú desde aquí? Tengo otra operación en media hora.

-         Sí, tranquilo… Ahora me leo el informe… Ahí fuera está su madre, y no deja de preguntarme... ¿podrá volver a hablar? ¿conservará su capacidad intelectual?

-         Aún es pronto para decirlo, pero hablar es casi seguro que sí. Aunque quizá se exprese en un lenguaje confuso.

Ahí entré en pánico. La máquina que medía mis latidos aumentó la frecuencia del sonido. Dejé la farsa y abrí los ojos.

-         ¿Voy a volverme tonto? – tuve que preguntar.

Los médicos parecieron sorprendidos de escucharme hablar.

-         Hola, Theodore. Soy el doctor Frost. ¿Cómo te sientes?

-         No esquive mi pregunta. Mi capacidad intelectual, eso que han dicho. ¿Voy a perderla?

Se miraron entre sí, y uno de ellos se acercó a observarme las pupilas.

-         No las tiene dilatadas. Parece que habla bien.  – comunicó, como quien inspecciona una máquina.

-         ¿¡Quiere responderme alguien!?

-         Tenemos que hacerte varias pruebas, Theodore. Lo que te ha pasado es bastante grave. Pero, hasta el momento, todo parece estar bien. Hemos quitado la presión que había en tu cerebro y ahora tenemos que ver si causó daños o no. La resonancia que te hicimos mostraba cierta inflamación, y es importante ver si ya no está.

Decidí que ese doctor era mi favorito, porque era el único dispuesto a ser sincero. Lamentablemente su voz se correspondía con el que había dicho que tenía que irse a otra operación.

-         Ya no me duele. ¿Eso es bueno?

-         Estas medicado. Pero sí, siempre es bueno que no te duela.

-         ¿Puedo ver a mi padre?

-         ¿Padre?

-         Hermano. Lo que sea. El hombre que vino conmigo – respondí, con impaciencia.

-         No está ahí fuera. Ahí sólo está tu madre.

-         ¿Qué?

Estuve a punto de decir “yo no tengo madre” pero tuve una intuición que me hizo cerrar el pico. Quizá fue sólo curiosidad, o quizá simplemente aún estaba asimilando el hecho de que Aidan no estaba.

-         Vamos a decirle que entre ¿de acuerdo?
-         Antes… ¿podría ir al baño? Es que… - me mordí el labio. Me estaba meando.

-         Claro. Ahí tienes una palangana que…

-         Baño. Me han operado la cabeza no el pito ¿no? Quiero ir al baño – dije, firmemente. Me soné algo infantil, pero no encontré una forma más directa de decirlo. No necesitaba un orinal, eso era absurdo, asqueroso y humillante.

-         No puedes levantarte ahora, muchacho, acabamos de…

-         Que sí.

Traté de levantarme, pero no podía. ¿Me habían atado las piernas acaso? Retiré las sábanas y me observé los pies. No había ataduras. Traté de mover los dedos, pero…

-         Las piernas no me responden. – dije, asustado.

-         ¿Qué?

-         Las…las piernas…Quiero moverlas, pero no puedo…

El médico que tenía más cerca de mis pies agarró el derecho y lo apretó un poco.

-         ¿Notaste esto?

-         Sí….

Sentía su mano perfectamente.

-         Trata de empujar contra mí, ¿de acuerdo? Haz fuerza con la pierna.  – me dijo, y lo intenté.

-         No puedo…¡No puedo!

En ese momento, sentí que entraba en pánico. La máquina que medía mis pulsaciones se disparó de nuevo, y eso sólo contribuyó a ponerme más nervioso.

No habían soltado mi pie y de pronto sentí un pellizco en el empeine. Bruto.

-         ¿Sientes esto?

-         ¡Au! ¡Sí!…Yo diría que lo siento más que nunca…

-         De acuerdo…a ver Theodore… voy a soltarte el pie y quiero que trates de mantenerlo en el aire ¿vale?

Apenas me dejó asentir, y me soltó. Inmediatamente después mi pie cayó como un peso muerto, golpeando el talón contra el colchón.

Mis piernas no respondían. No podía ponerme de pie. No podía andar. No podía hacer nada. Estaba inválido. Empezó a faltarme el aire. Tenía miedo, mucho miedo. Necesitaba a mi padre. Necesitaba que me dijera que todo iba a estar bien, o tal vez que todo era un sueño.

-         ¡Quiero ir con mi padre! ¡Quiero ir con él! ¿Dónde está?

-         Ahora mismo no…

-         ¡Quiero ir con él, quiero ir con él! – medio grité, llorando. Tuve que contenerme para no empezar a gritar “Papá”, como haría Alice. Sabía que no por llamarle iba a aparecer. No entendía nada. ¿Dónde estaba Aidan? ¿De verdad me había dejado sólo?

-         Cálmate chico, moverte así no te hará bien.

-         ¡QUIERO IR CON ÉL!

-         Necesitas reposar…

-         ¡¡QUIERO IR CON ÉL!!

-         …tu cabeza….

-         ¡Maldita sea, déjeme en paz, yo…! – empecé, pero entonces las puertas se abrieron otra vez  y una mujer de pelo claro entró en la habitación.

-         Señora, no puede entrar aho… - dijo uno de los doctores.

-         Oh, ¿de veras? Entonces, ¿sabe usted como lidiar con un chico asustado con un berrinche monumental?

-         No es un berrinche  - protesté – No soy un niño.

-         Está bien, Ted, no pasa nada. Todo el mundo tiene alguno de vez en cuando. Los adultos tienen su propia forma de hacer pataletas y hasta donde sé tú tienes un buen motivo ahora mismo. – respondió la mujer, con una voz muy muy dulce, y unos ojos que me sonreían, pero no fue eso lo que me calmó, sino la sorpresa ante el hecho de que supiera mi nombre. Se acercó a mí y me tomó una mano, haciendo circulitos en mi dorso con su pulgar. De pronto, no sé por qué, me sentí mucho mejor.  -  ¿Cuándo le llevan a planta, doctor?

-         Debe quedarse en la UCI un poco más. Aún así, ya hemos solicitado una habitación para él, para trasladarle mañana mismo.

Intercambiaron algunas palabras más, pero yo no les presté atención porque estaba poniendo todas mis energías en ordenar a mis pies que se movieran. Traté de sentir mis músculos de forma consciente, de moverlos uno a uno, pero nada. No había nadie al otro lado. Mis músculos estaban apagados o fuera de cobertura.

Cuando levanté la vista de mis inútiles piernas, reparé en que los doctores me habían dejado a solas con esa mujer. Mi supuesta madre, al menos para aquella gente, que tal vez pensasen que era adoptado, porque ella no podía ser más blanca. Mucho no se equivocaban, pero se habían confundido de “padre adoptivo”.

¿Cómo había podido Aidan dejarme solo en un momento así?

-         Tu padre ha tenido que irse a tu casa porque algo pasaba con tus hermanos. Ya no creo que tarde mucho en venir. No quería irse, pero no le quedó más remedio – me explicó la mujer rubia, como leyéndome la mente.

Contuve un gruñido. Mentiría si digo que no me molestó enterarme de eso. Aunque su excusa fuera buena, mi padre me había dejado tirado por mis hermanos. Me había dejado solo en un momento horrible como aquél.

Aun así sabía que no era algo por lo que pudiera enfadarme. Él hacía lo que podía.

-         ¿Y usted quién es? – pregunté, curioso por saber la identidad de quien se hacía pasar por mi madre.

-         Soy Holly. Soy… una amiga de tu padre. Tuve que… tuve que mentir un poco para que me dejaran pasar.

-         Tuvo que decir que era mi madre – traduje, aunque no era recriminatorio, sólo constataba un hecho.

-         Bueno… sí.

La miré bien. Holly. Así que por fin la conocía.  Bueno y…¿qué hacía allí? De verdad que cada vez entendía menos. A lo mejor seguía anestesiado y todo eso estaba pasando en mi cabeza, durante la operación…

Pensar en eso me llevó a hacer una pregunta macabra.

-         Me han…¿me han abierto la cabeza?

- No. Te han hecho un pequeño agujero.

Vale, esa tal Holly me agradaba. No se paralizaba ante las preguntas difíciles, no me mentía, y era directa a la par que amable. Era una persona transparente.

Durante unos segundos no dije nada,  haciendo respiraciones profundas mientras buscaba aclarar mi mente y disipar el miedo.

-         Dios, de verdad que necesito ir al baño…. – murmuré, en voz alta sin darme cuenta.

-         ¿Otra vez? Bueno, supongo que es normal… tienes que terminar de expulsar la anestesia.

-         ¿Cómo que otra vez? Si llevaré horas sin ir…

-         Te despertaste hace un rato – me explicó Holly. – Te despertaste, te quitaron la intubación y dijiste que querías orinar. Te trajeron la palangana y te ayudé un poco con la bata. Luego me hicieron salir porque entraron los doctores. Me indigné mucho: siempre me han dejado quedarme cuando atendían a uno de mis hijos. Aunque cuando mi niño estuvo en la UCI era mucho más pequeño… supongo que las normas son diferentes en cuidados intensivos, y sólo hacen excepciones con niños pequeños…

Dejé de escucharla más o menos a la mitad,  al caer en la cuenta de una horrible y vergonzosa verdad.

A pesar de que sentía como si no tuviera sangre en el cuerpo, o como si esta estuviera helada, en ese momento mis mejillas ardieron. No había entendido todas las implicaciones del hecho de que todos los médicos y enfermeros pensasen que ella era mi madre.

-         ¿Me ha visto desnudo? – pregunté, y quise morirme. Una desconocida me había ayudado a mear. Y estaba tan grogui que ni siquiera lo recordaba. Aunque quizá era mejor no recordarlo…

-         No he visto nada, Ted, tranquilo. Es Ted, ¿verdad? Aidan nunca dice Theodore.

Asentí suavemente, aunque no sé si eso fue buena idea porque al hacerlo noté que las vendas –y lo que no eran las vendas- me tiraban.

-         Tienes que estar tan asustado… - susurró – Estás siendo muy valiente. No tengas miedo, Ted. Todo va a salir bien. Y tu padre vendrá enseguida.

-         Por mí como si se muere. – gruñí – No voy a perdonarle en la vida.

Pensé que Holly empezaría a hablar a favor de Aidan, a tratar de hacerme entrar en razón, o a decirme que no debía hablar así de mi padre, pero no dijo nada. Lo cierto es que no sabía lo que esa mujer conocía sobre mi familia. No sabía cuánto le habría contado papá, pero al menos parecía saber que mi relación con Aidan no era simplemente de hermanos.

-         Que sientas las piernas es buena cosa. Los médicos me lo han dicho, pero me dio la sensación de que no estabas escuchando. Si no puedes moverlas tal vez es porque estén entumecidas o…

-         …por la anestesia. Eso creo yo también – dije, y me sentí más relajado. Había sido una forma horrible de despertar, pero me había asustado infundadamente. Nada parecía indicar que fuera a tener secuelas mentales, notaba que mi cerebro funcionaba igual que siempre. Aunque no estaba seguro de que de no ser así fuera a notarlo… En cuanto a mis piernas, Holly tenía razón: seguro que era mero entumecimiento, o quizá es que mi cuerpo aún no había despertado del todo. Al menos eso era lo que necesitaba creer, así que me lo creí.

Volvimos a estar en silencio por un rato, pero hablar me ayudaba a distraerme y a controlar el temblor de mis manos. Ella me había llamado valiente, pero no lo era: sólo trataba de fingir que sí y de no portarme como un niño. Lo cierto era que tenía muchas ganas de llorar, y de no estar en compañía de una semi extraña lo habría hecho.

-         ¿Por qué estás aquí? – la pregunté, porque no se me ocurría una explicación coherente.

- Bueno… tal vez…tal vez tu padre te haya hablado de mí….aunque igual no…lo más probable es que no…

-         Sí lo hizo – la corté, sintiendo repentina simpatía hacia ella y su azoramiento.  Hablar de Aidan parecía costarle mucho.

-         Bueno pues…el caso es que soy periodista. Gracias a eso me enteré de que “al hijo de Aidan Whitemore” lo habían ingresado, al parecer por consecuencia de la pelea, y pensé que tu padre podría necesitar algo de ayuda o de apoyo. Además tenía que impedir que un par de compañeros cotillas le acosaran a preguntas.

-         Pero ¿por qué te quedaste? – insistí. - ¿Por qué estás aquí conmigo?

En algún momento había pasado a tutearla, pero para mi fue lógico. No era una mujer mayor y tratarla de usted me parecía frío y lejano. Yo necesitaba calidez en ese momento, y no gélida cortesía. Su presencia contribuía mucho a mantenerme tranquilo.

-         Tú padre no podía dividirse y…¿quieres que me vaya?

-         ¡No! – exclamé, con demasiada desesperación. Soné patético, pero en ese momento no hubiera soportado quedarme sólo – Es que es raro… no me conoces, no te conozco, y….pues eso, que es raro. Aunque supongo que tendré que habituarme, y de alguna forma tendríamos que conocernos, si vas a …mmm…si vas a salir con… bueno, con él.

El rostro de Holly se tiñó de rubor hasta el punto de que parecía que en el interior de sus mejillas había un par de bombillas led de color rojo.

-         Eso no… No creo que tu padre y yo… Somos sólo amigos… apenas conocidos, en realidad.

-         ¿De verdad? – inquirí, con cierta incredulidad. Uno no se queda a acompañar al hijo de un “conocido”. Tampoco acude corriendo al hospital por “si necesita apoyo”.

-         Sí…

-         No me lo creo.

-         Bueno, yo no me creo que tú le odies o que no le vayas a perdonar en la vida. Estaba terriblemente preocupado por ti. Él sí que no va a perdonarse, pero en serio se tenía que ir.

Oh, ahí estaba. La defensa. Había esperado a pillarme con la guardia baja, como para que sus palabras calaran más en mí.

-         No le odio… jamás podría…. Él lo es todo para mí. Él es…yo…le…le necesito aquí conmigo…- susurré, y cerré la boca porque me noté la voz quebrada.

Holly pareció dudar un momento y luego extendió su mano lentamente hasta rozar mi mejilla, en una caricia que me estremeció un poco.

- Vendrá enseguida, Ted.

Asentí, incapaz de hablar. Respiré hondo y traté de estar tranquilo.

-         Gracias por… por estar aquí conmigo…

-         No tienes que agradecérmelo. No sabía si estaba bien que entrara, pero me pareció que no querías estar solo y que necesitabas algún tipo de explicación de por qué tu padre no estaba.

Volví a asentir, y de nuevo nos quedamos en silencio. Por más que lo intenté, no hubo nada que yo pudiera hacer para que las lágrimas no rebosaran de mis ojos. Holly entreabrió los labios y se agachó para abrazarme, frotándome la espalda de una forma parecida a como lo hacía papá. No me dijo nada. No trató de consolarme con palabras estúpidas que en ese momento sólo me habrían hecho sentir rabia. Fue sólo un consuelo físico, cariñoso, y –lo supe entonces, aunque jamás hubiera experimentado algo así- … maternal.

-         AIDAN´S POV –

Michael dormía plácidamente usando mis piernas de almohada. Me había costado tanto que dejara de llorar que despertarle me parecía una crueldad, pero tenía que volver al hospital… Le hice cosquillas bajo la barbilla y él se revolvió un poco sin llegar a despertar, de una forma tierna que recordaba ligeramente a los movimientos de un cachorro. Así dormido parecía mucho más joven de lo que era. Además se había afeitado aquella mañana, y con eso se había quitado tres o cuatro años de encima.

De alguna forma, Michael me había puesto a prueba y yo había pasado el test. Había tratado de provocarme para ver si yo perdía los nervios mientras le regañaba. Me asustaba lo cerca que había estado de hacerlo, pero me alegré de ser más fuerte que mis instintos.

-         Michael… Mike, pequeño….despierta, campeón.

-         Hmggg….

-         Tengo que ir al hospital, hijo.

-         Pues ve  - refunfuñó sin abrir los ojos, reacomodándose para seguir durmiendo.

-         Tengo que hablar contigo antes. Y necesito recuperar mis piernas.

Michael abrió los ojos por fin y sólo entonces pareció darse cuenta que se había dormido encima de mí. Se levantó poco a poco y me miró algo avergonzado por la situación. Le sonreí porque tenía una expresión confundida que se me antojó muy graciosa.

-         Me dormí… -murmuró.

-         Pues sí, eso parece. Siento haberte despertado, pero tengo que volver con Ted y necesito que te encargues de tus hermanos. Mañana me encargaré de buscar una niñera, pero hoy ya es tarde. Seguramente pase la noche en el hospital, así que Alejandro y tú tenéis que ocuparos de todo, por favor. Mañana no hay clase, así que sólo… que se metan en la cama… y dormid todo lo que podáis.

-         Va…vale.

-         Y Michael. Si dan problemas les regañas, les quitas el ordenador, me llamas al móvil… pero no les pones un dedo encima. Si lo haces estarás en muchos problemas conmigo. En muchísimos. Y perderás mi confianza.

Llevaba un rato ensayando esas palabras para ser capaz de pronunciarlas sin sentirme un miserable. Normalmente habría dicho aquello de forma más suave, pero no tenía tiempo para una conversación larga ni podía arriesgarme a que no me obedeciera. Tenía que poder irme con la tranquilidad de que en casa estarían bien.

Michael asintió rápidamente  y sentí que se llenaba de una aureola de tristeza. Debía de pensar que me había decepcionado o algo así. Sé que fue horrible por mi parte ser tan brusco con él después de haberle castigado. Generalmente llevaba la frase “borrón y cuenta nueva” a su máxima expresión, y no solía volver a mencionar el tema. Aquella vez fue como si le estuviera diciendo “no me he olvidado de lo que hiciste”.

Hice que me mirara a los ojos y me sorprendí una vez más de la intensidad del azul que rodeaba su pupila.

-         Sé que lo harás bien, Michael. Lo sé, porque eres una gran persona.  Un buen chico, del que estoy orgulloso.

-         No tan buen chico…- murmuró, tratando con todas sus fuerzas de mirar a cualquier otro lado que no fueran mis ojos, pero lo tenía difícil porque yo no le dejaba apartar la vista.

-         Sí, Michael, sí lo eres. Un error no cambia lo que eres como persona.

-         Desde tu punto de vista yo no dejo de cometer un error tras otro.

-         Eso no es cierto – me sorprendí – Haces muchas cosas bien.

-         Dime una sola – me retó.

Apenas tuve que dedicar un segundo a pensarlo.

-         Sabes cuáles son las palabras adecuadas cuando alguien está en pánico. Sabes cuáles son las cosas verdaderamente importantes en la vida. Sabes valorar el esfuerzo, eres trabajador, valiente (quizá demasiado, si me lo permites), sencillo en tus costumbres, buen observador, buen imitador, y más paciente de lo que crees. Cuando te traje aquí pensé que te cargarías a alguien en menos de dos horas, porque pasar de vivir solo a tener once hermanos pequeños es cuanto menos impactante.

-         ¿Soy todo eso? – preguntó, con una incredulidad y una ilusión que se me antojaron infantiles y tiernas.

-         Y mucho más, canijo. Ante todo eres un buen hermano.

Eso le sorprendió mucho. Supongo que de todas las cosas del mundo jamás se consideraría eso en un momento como aquél, cuando había hecho daño a Harry. Me pidió una explicación con la mirada.

-         Hoy he visto algo que ya sabía: lo mucho que quieres a Ted. Mis hijos serán afortunados si llegas a quererles a todos con esa intensidad – le dije, con sinceridad.

-         Ya les….ya les quiero…

-         Entonces puedo irme tranquilo, porque les dejo en buenas manos – zanjé, y le di un beso.

Le dejé meditando sobre aquella breve conversación  mientras iba al cuarto de Ted a preparar una mochila con sus cosas, con todo lo que pudiera necesitar mientras estuviera en el hospital. Cosas de aseo, algún libro, etc. Cuando terminé con aquello, fui a buscar a Harry. Le debía algo más que cinco minutos pero por desgracia era todo lo que podía dedicarle en aquellas circunstancias.

Estaba tumbado sobre su cama, boca abajo. Aquella postura no sería extraña de tratarse de Ted, de Michael, de Kurt o de Barie. Ellos muchas veces dormían así. Pero Harry siempre dormía boca arriba, y despatarrado ocupando como tres plazas.  No sabía si estaba siendo exagerado o si realmente le dolía tanto como para tener que descansar sobre su estómago. En cualquier caso, me inspiró compasión, en un instinto de protección que era más fuerte que yo.

-         Campeón… ¿estás despierto?

Harry giró la cabeza, se contorsionó y me miró. Sus ojos claros estaban llenos de una profunda tristeza.

-         Sí… no puedo dormir.

-         ¿Tus hermanos hacen mucho ruido? – pregunté, haciéndome un hueco en su cama para poder acariciar su pelo y su espalda. Harry cerró los ojos y disfrutó de los mimos, con una expresión de paz que me hizo sonreír.

-         Un poco… pero hay más ruido dentro de mí.

Frases como esa me hacían pensar que Harry, en algún lado dentro de él, tenía alma de artista.

-         ¿Y cómo es eso? – le animé a continuar, sin detener las caricias. Estábamos solos. A pesar de que ya era hora de que Zach estuviera en su cama, ninguno de mis hijos se había acostado aun aquella noche, salvo Harry.

-         No dejo de pensar en Ted. De haber sido yo el enfermo él no habría parado de preguntar por mí. Michael tiene razón: soy un egoísta. – gimoteó y se tapó la cabeza con la almohada, como si quisiera esconderse del mundo o ahogarse entre la tela, no lo tuve claro.

-         Ey, no, no, no. – protesté, mientras tiraba de la almohada para que la soltara - No digas eso. No es verdad, Harry. No eres egoísta. Tú no sabías que Ted… bueno, pensaste que no era nada, que era como uno de esos virus que se pilla Kurt en el estómago.

-         Sí soy egoísta. A él le da igual si estoy resfriado o me estoy muriendo: siempre se preocupa por mí cuando estoy malo. Y yo pensé todo el rato en lo mal que me venía a mí que él se pusiera enfermo justo hoy. Y fui a la maldita fiesta.

-         De eso tenemos que hablar, campeón, pero no ahora. No he venido a regañarte ni a escuchar cómo te torturas. He venido aquí a mimar a mi bebé.

-         Pues te confundiste de habitación, porque en esta no hay bebés. – refunfuñó, pero empezaba a intuirse en él cierto tono mimoso.

-         ¿Ah, no? ¿Y qué hay en esta, entonces? ¿Hombrecitos? – pregunté, y le hice cosquillas en un costado. Me asombraba que aquello les siguiera gustando. Tal vez  yo supiera hacer cosquillas muy  bien, no lo sé, porque después de trece años haciendo aquello Harry seguía riéndose y se había convertido en una forma de comunicación más entre nosotros.

-         Jajajajaja…. ¡sí! ¡Ya soy mayor así que ya no puedes hacer esto! Jajajaja

-         Puedo, mientras sigas teniendo cosquillas – rebatí, y la tomé entonces con su pie. Harry rió mucho más alto y reptó sobre la cama hasta abrazarme.

-         Te aprovechas de que eres más grande que yo – se quejó.

-         Chi ^.^  -admití, sin ningún remordimiento.

Harry sonrió y se reclinó poco a poco sobre mí, hasta que al final acabó tumbado con la cabeza en mis piernas justo como había hecho Michael. ¿Tenía pinta de cama o qué?

-         Me gusta cuando me dices hombrecito – confesó. – Es como si supieras que soy mayor pero a la vez dejaras claro que siempre seré pequeño para ti.

-         Es que significa justo eso.  Siempre serás mi niño, y siempre querré protegerte, porque viene en el paquete de padre. Que yo no te…

-         “Que yo no te parí, pero con los años te vas cobrando las contracciones” -  terminó por mí – Vaya, hacía mucho que no soltabas esa. Ya pensé que por fin habías renovado el repertorio.

Le saqué la lengua y le revolví el pelo.

Sabía que Harry estaba en esa época de querer sentirse mayor, y para él era doblemente difícil, porque le precedían varios hermanos y siempre sentiría que le trataba como si fuera más pequeño que ellos –por que lo era- y además tenía un gemelo que en cambio no tenía prisa por crecer. A veces era difícil individualizarles en algunos aspectos. Era difícil darle a Zach la seguridad que necesitaba sin cortar las alas de Harry. La independencia de uno entraba en conflicto con el carácter del otro, y era complicado ser justo con los dos a la vez.  Pasó por ejemplo cuando empezaron a salir solos. Zach aún no estaba preparado, y Harry llevaba meses rogándome que le dejara ir a dar una vuelta con sus amigos. 

Aunque a título personal me gustara más lo que hacía Zach, porque significaba que seguiría siendo mi niño un poquito más, sabía que lo correcto, lo menos egoísta, era enseñarles poco a poco a ser independientes. Sin embargo demasiada independencia era peligrosa…

-         Pues sí, y bien cobradas, como lo de hoy.

-         Pensé que no me ibas a regañar – se quejó, poniendo una expresión muy parecida a un puchero.

-         No voy a regañarte… sólo quiero entender lo que pasó… ¿Desde cuando bebes, Harry? Sé sincero, por favor. – le pedí, pero no obtuve respuesta. Harry miró las sábanas como si fueran algo muy interesante, incómodo por tener aquella conversación. Tal vez había esperado que yo no me hubiese enterado de que se emborrachó. – Escúchame. Por un rato quiero que… quiero que me veas solo como tu hermano ¿de acuerdo? Tu hermano mayor que te puede dar buenos consejos. Nada de lo que digas me hará enfadar.

-         Mi reciente experiencia con los hermanos mayores es peor que mi experiencia con  los padres…. – murmuró. No sé si trataba de hacerme reír, pero no me hizo ni pizca de gracia. Apreté los puños, angustiado por la idea de que le habían hecho daño y yo no había estado para defenderle. Para mediar entre ellos como hubiera correspondido.

-         Harry, no te haré nada. No habrá ningún tipo de castigo, esto es solo una conversación. En lo que a mí respecta ya has sido castigado. Pero hay algunas cosas que necesito saber.

Me miró a los ojos, y supe que iba a decirme la verdad. Con él era difícil saberlo, tenía la fea costumbre de mentirme, pero aquella vez su mirada me decía que iba a ser sincero.

- No bebo, papá. Esta fue la primera vez. En serio.

Suspiré, realmente aliviado.

-         Y la última – añadí por él. Asintió tímidamente y decidí levantarle para hablar más en serio, frente a frente. Quería que entendiera que aquello era importante. – Harry… mira… no sé si es una virtud o un defecto, pero soy consciente de que a veces me falta un poco de realismo. Sé que pedirte que no vuelvas a probar el alcohol es demasiado, y sería un iluso si creyera que me vas a obedecer.  Tampoco sería justo pedírtelo, porque cuando tengas la edad adecuada querrás irte a tomar algo con un amigo o una novia y no habrá nada de malo en ello. Pero lo que si te pido (y en verdad es más que una petición, es la orden más inviolable que te he dado jamás) es que nunca pongas en peligro tu salud. Y eso incluye beber más alcohol del que tu cuerpo puede asimilar, o beber  antes de que tu cuerpo esté preparado.

Harry me escuchó sin decir nada, jugueteando nerviosamente con los botones de su pijama. Le sujeté las manos para que se estuviera quieto un segundo y asegurarme de que me había entendido:

-         ¿Alguna pregunta? – le invité.

-         ¿Cuándo mi cuerpo “estará preparado”? – susurró, muy bajito, casi como dudando si en verdad podía preguntarlo o no.

-         La edad legal son veintiún años…

-         No te he preguntado eso. Has dicho “antes de que tu cuerpo esté preparado”. Eso me ha sonado más lógico que “espera hasta que en tu carnet ponga que ya puedes beber”. En otros sitios se puede beber con dieciocho años, y en alguno hasta con dieciséis. El año que viene puedo pedir la emancipación legal y conducir un ciclomotor, y dentro de dos años puedo conducir un coche. Podré votar dentro de cinco, pero no podré beber legalmente hasta dentro de ocho años. Eso es absurdo. ¿Puedo elegir el futuro de un país pero no qué líquido me llevo a la boca? 

Vaya. Por lo visto mi niño era muy inteligente. Le dejé acabar y quedarse a gusto, comprobando que hablaba con cierta rabia. No había que ser un genio para entender que Harry odiaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Era de esas personas que vivirían mejor en una cueva anárquica que integrado en una sociedad, al menos en algunos aspectos.

-         En primer lugar, no es tan sencillo como lo planteas. No puedes pedir la emancipación legal y ni se te ocurra pensarlo, ¿eh? – le advertí. Después de todo Andrew había hecho justo eso. Él lo había hecho con dieciséis, porque es a la edad a la que te permiten vivir sólo, pero en California también se podía pedir con catorce años y que te asignaran un tutor. Siempre con un buen motivo, claro, y no sólo porque a uno le apetezca.

-         ¡No cambies de tema, papá, sabes que no iba por ahí! Mi punto es que las leyes son estúpidas…

-         Tal vez, pero mientras no haya una ley que te pida algo incorrecto, debes respetarlas. Si algún día se promulga una ley que te obligue a matar personas entonces seré el primero en apoyar tu rebelión anti sistema. Pero hasta entonces entierra el hacha de guerra. Madre mía, te pareces tanto a Alejandro…

-         Y tu….¡tú te pareces a una pared! No se puede hablar contigo… - protestó, y se cruzó de brazos de una forma algo infantil que contrastaba con el hecho de que quisiera ser tomado en serio.

-         Sí se puede, campeón.  Sé lo que intentas decir, y te entiendo. Cada parte del mundo tiene su propia legislación. Todo tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Tal vez te parezca absurdo poder conducir, o votar, o vivir solo antes que beber alcohol, pero así es como son las cosas.  Y, desde mi punto de vista, no es tan mala idea que no puedas beber hasta ser ya más un hombre que un niño.

-         ¿Por qué no? – me increpó. - ¿Qué tiene de malo?

-         Requiere mucho autocontrol, Harry. ¿Sabías que hay quien considera el alcohol un tipo de droga?

-         Pero la droga hace daño y el alcohol no…

-         Todo hace daño en exceso. Es cierto que una copa no te hará nada, pero si bebes muy seguido harás daño a tu hígado, a tu cerebro, y a otras partes de tu cuerpo.

-         No soy idiota. Nunca beberé tanto como para eso…

Le miré con una mezcla de cariño y compasión. Qué ingenuo era. Incluso él, quizás el menos ingenuo de mis hijos, era muy niño. Yo también lo era a su edad. Cuando empecé a beber, yo también pensé que a mí no me pasaría lo mismo que Andrew. Que jamás me volvería un alcohólico.

-         Si  se empieza a beber antes de los quince años hay muchas posibilidades de caer en la adicción, Harry. Te lo digo por experiencia. No sólo la mía, sino también la de mi padre. No  quiero que esa sea una de las cosas que heredes. Por no hablar del hecho de que beber a tu edad puede producir problemas con las hormonas.

-         Espera… eso que has dicho… Alejandro ya me comentó algo….¿tú bebías?

Estaba mentalizado para tener aquella conversación con él. Sabía que debía hacerlo después de lo que había pasado, pero eso no hizo que fuera menos duro.

-         Yo tenía un problema, Harry. Empecé justo cuando tenía tu edad, y me curé cuando era un poco mayor que Michael. Tengo que tener cuidado, sin embargo, y es por eso que nunca me veis beber. Tal vez en otra casa, con otro padre, hubieras probado el alcohol en alguna cena familiar, o en alguna fiesta. Conmigo no, porque yo no me acerco al alcohol y por tanto nunca hay, y porque soy bastante susceptible con ese tema.  Tal vez el padre enrollado de algún amigo enrollado le deje beber en la comunión de su hermano, pero yo nunca lo haré. Me gustaría alejaros del alcohol para siempre, pero tendré que confiar en que cuando la ley te lo permita serás capaz de controlarte, y de beber de forma sana y controlada, y no como lo hacía yo.

Me miró muy atento, con mucha curiosidad. Nunca había tenido una conversación similar con Ted, aunque algo me decía que él intuía el problema. Era bastante intuitivo y observador, mi hijo mayor, y también prudente respecto a las preguntas que hacía.

-         ¿No puedes entrar a un bar?

-         Sí, sí puedo. Han pasado muchos años ya. Puedo ver beber a otras personas sin desear hacerlo yo, aunque prefiera evitarlo por si acaso. Lo que no puedo es tomar una bebida alcohólica.

-         ¿Por qué no?

-         Porque volvería a recaer. Aunque me proponga beber sólo una copa, es superior a mí. Es un problema de dependencia, y es difícil de explicar bien, campeón. Pero no pasa nada. No echo de menos esa parte de mi vida. Eso te demuestra que se puede tener una vida normal y feliz sin que el alcohol forme parte de ella.

-         ¿Eso me pasará a mí si bebo? ¿Qué no podré parar? – me preguntó.

-         No tiene por qué, Harry, si haces las cosas bien. Tal vez seas propenso a ello, si eres de los que piensan que la biología tiene algo que ver en este tipo de problemas, pero no es que estés condenado a volverte un adicto. De todas formas, tienes que ser responsable, como todo el mundo, y eso implica no empezar a beber tan joven. No hay necesidad. Eres un niño, Harry. No te piques conmigo, que no lo digo a malas. Sé perfectamente que ya tienes trece años, y por eso te digo que aun eres un niño. Al menos para determinadas cosas. Para ti, de momento, refrescos y nada más.

-         ¿Hasta los veintiuno?

-         Hasta los veintiuno – respondí, pese a saber que no lo cumpliría.

Hasta los dieciocho por lo menos ¿sí?” le pedí al cielo.

-         Bueno. De todas formas no merece la pena. Me dolía el estómago horrores.

Le sonreí y le di un abrazo, satisfecho porque sus intenciones fueran no volver a hacerlo.

Aquello no había ido tan mal. Tenía miedo de perder el respeto de mis hijos si descubrían determinadas cosas de mi pasado. ¿Qué opinión les merecería al saber que había sido un adicto? Yo sentía hacia Andrew un profundo e irremediable asco, y me mataría saber que ellos sentían lo mismo hacia mí.

-         … No hables de esto con tus hermanos ¿vale?  - le pedí - En algún momento se enterarán todos, pero… prefiero que sea lo más tarde posible.

-         Papá, yo creo que más o menos ya lo saben. Pero no diré nada si no quieres. Aunque deberías estar orgulloso.

-         ¿Orgulloso?

-         Sí. Porque te curaste. Porque fuiste más fuerte.

Le estreché más, agradecido por esas palabras. Le besé justo donde acababa su frente y empezaba su pelo, y luego me levanté, dejándole a él en la cama.

-         Me voy al hospital a ver a tu hermano. Si pasa cualquier cosa, o me llamas al móvil, o mejor, si no es grave, se lo dices a Michael o Alejandro. Yo volveré por la mañana, pero por si me retraso, que seguramente lo haga, ya sabes que tenéis que hacer los deberes que os hayan mandado. No hay cole, ya lo sabes, pero nadie puede salir de casa. Y a usted, señorito, debería castigarlo sin videojuegos. Pórtate bien con Michael o tal vez lo haga.

-         Yo a ese no le quiero ver ni en pintura. – me bufó.

Idiota de mí, reconozco que no se me había ocurrido pensar en cómo afectaría todo aquello a la relación entre Harry y Michael. Harry parecía odiarle en ese momento, pero confiaba en que fuera algo pasajero.

-         Harry…

-         No, papá. No quiero oírlo. Yo no debí hacer lo que hice, pero él no debió pegarme. Es mi hermano, y aun eso está por ver que lo sea. Al menos Ted me conoce. Hubiera sido humillante igual, pero estoy seguro de que él no me habría hecho daño.

-         Tienes razón, Harry. Él no debió hacer eso, y créeme que una parte de mí… -empecé, pero me callé a tiempo.

-         ¿Una parte de ti, qué? – preguntó con curiosidad.

-         Nada. Olvídalo.

-         ¿Pensaste en darle la patada? ¿En echarle de aquí? – inquirió, aparentemente entusiasmado con la idea.

-         ¡No! Michael es mi hijo – le respondí, rotundamente. – Es mi hijo, y lo será para siempre. Si algún día cometo la estupidez de echarlo de casa será para ir a buscarle al segundo siguiente y rogarle que me perdone. 

-         Entonces ¿qué pensaste?

-         No sé lo que pensé, Harry. No pensé, para ser sinceros. Estaba enfadado y casi hago algo de lo que me hubiera arrepentido siempre.

Nunca me había sentido tan cerca de perder los estribos con uno de mis hijos. Quise golpear a Michael, esa es la verdad. No castigarle, no, quise golpearle, hasta hacer que su cerebro volviera a reaccionar. Darle de tortas, o algo así. Tratar con él aquella noche había sido todo un ejercicio de autocontrol, así que podía entender la ira de Harry mejor de lo que él pensaba.

-         Papá, pero sé sincero. Apenas le conoces. Has metido en casa a un exconvicto. No sé, yo he tratado de verle solo como el hermano de Ted, pero hasta donde sé puede tratarse de alguien violento. Y tú le has metido en tu casa, con niños de cuatro y seis años.

-         Basta, Harry. Entiendo que estés molesto, pero Michael no es peligroso.

-         Yo solo te lo digo papá. Toma esto como la primera señal. O la segunda, más bien. Ya has visto cómo te habla. No me extrañaría que un día decida levantarte la mano. No has traído un niño, has traído un hombre y en concreto un delincuente. Y uno que sabe actuar bastante bien, así que tal vez el chico al que adoras sea solo una tapadera, y Michael en verdad sea un hijo de puta.

-         O tal vez sea al revés y va de duro pero por dentro es una persona excelente. Él os quiere a todos vosotros como si fuerais de su propia sangre, él mismo me lo ha dicho y tú me estas pidiendo que le eche de aquí sólo porque la cagó un poco.  No voy a permitir que le hagas daño con alguna de esas palabras ¿me escuchas? Y ahora mismo vas a ponerte a copiar cien veces que no debes decir palabrotas.

-         ¿Qué? ¡ÉL ME PEGÓ! ¡ME HIZO MUCHO DAÑO Y TÚ ME CASTIGAS POR ESTAR ENFADADO!

-         No. Te castigo por decir semejante taco. Te dejaría sin paga, pero ya estás castigado sin ella.

-         Lo que te molesta es que en el fondo sabes que tengo razón… Pero no te dan los cojones para hacerlo porque crees que Ted te odiará para siempre si lo haces.

Abrí mucho los ojos. Ganas no me faltaron de enseñarle una pequeña lección sobre el respeto y la forma en la que debía hablarme, pero recordé que tenía moretones y que lo que debería estar haciendo era mimarle, y no castigarle más.

-         Lo que no me da es el corazón. Soy humano, y como tal me enfado, y mi instinto de padre hace que cualquiera que haga daño a mis hijos sea mi enemigo. Pero no cuando el que lo hace es otro de mis hijos. Michael es tu hermano, Harry. Le quiero, y tengo miedo de no llegar a ser su padre nunca, porque la relación entre los dos es difícil. Pero al menos seré su….”algo”…y estaré allí para él. Me necesita. Poco a poco se está abriendo a mí y apenas alcanzo a vislumbrar todos los secretos que esconde.  Te mentiría si te digo que eso no me da miedo, o que no me asusto cuando se pone a gritar. Pero si creyera que es un peligro para vosotros no podría sentirle como hijo mío. Y lo hago. Y a veces hace cosas que demuestran que no me equivoco. Hoy hablé con él por teléfono desde el hospital, y  entendí que sería capaz de morir por Ted. Literalmente hablando. Ya antes de conocerle parecía tener una obsesión malsana por él, como si la familia fuera para él algo sagrado. Ahora nosotros somos su familia. Y tenemos suerte de serlo, porque es difícil encontrar a alguien capaz de quererte con tanta intensidad. Dices que no te extrañaría que un día me levantara la mano: a mí sí. Ya he comprobado que no es capaz de hacer eso. Y, pese a lo que pudiera parecer, no le gusta la violencia. No la verdadera violencia: la que va más allá de peleas entre hermanos. No soy estúpido: sé que Michael sabe cómo hacer daño a alguien, que ha vivido cosas muy oscuras y que tal vez nunca sepa hasta qué punto. Pero también sí que nunca usará esas cosas en nuestra contra. Es una buena persona, aunque él mismo no se lo crea.

Harry no respondió, pero pude ver que era porque estaba demasiado enfadado para encontrar las palabras.

-         Sé que te va a costar perdonarle, hijo. Lo sé, y lo entiendo. Pero no pretendas convencerme de que es peligroso. No me pidas que eche a uno de tus hermanos, porque es algo que jamás haré.

-         No me digas que no pensaste en hacerlo ni siquiera por un momento…

-         Dejé a Ted sólo en el hospital, llegué a casa y me la encontré destrozada, y a Michael y Alejandro sangrando. Después te vi a ti, que apenas podías andar, y a Dylan, que ha escuchado algo muy fuerte sin la explicación oportuna. Créeme que pensé muchas cosas, y ninguna de ellas fue bonita. Los pensamientos no los controlamos. Lo que sí controlamos son las palabras y las acciones. En ese momento me sentí un padre de mierda, y pensé, como pienso muchas veces, que doce hijos son demasiados.

-         ¿Piensas eso? – preguntó, asustado, dejando su enfado de lado por un momento. Creo que me malinterpretó, y que entendió que me arrepentía de ser su padre. Le alcé la barbilla.

-         Tendría veinte más como tú, sino fuese imposible porque eres único en este mundo. Que a veces me desborde no significa que me arrepienta de la familia que tengo. Os amo a todos y cada uno de vosotros.

-         ¿A Michael también?

-         A Michael también. Lo siento. Bueno, no, no lo siento, pero lamento que eso te moleste.

-         Es un ca…

-         Eh, eh, eh. Mejor no termines esa frase. Ya tienes que hacer doscientas líneas, campeón.

-         ¿Doscientas? ¡Eran cien!

-         Ah, pero son dos los tacos que has dicho. ¿Hace falta que te recuerde que me dijiste, literalmente, que no tenía cojones para echarle? Para otra vez di mejor “no tienes valor”, aunque mejor no digas nada y no me hables así, que soy tu padre.

-         ¡No terminaré en la vida! – protestó - ¡Y además es para críos!

-         Puedes hacerlo de pie – fue lo único que dije, al ver que detrás de su protesta había una preocupación real por el hecho de tener que sentarse. Cada vez que pensaba en eso tenía la sensación de haber sido demasiado blando con Michael. Pero me dije que no se trataba de vengarme, sino de que aprendiera de su error.  

-         Eres malo – me protestó, en un tono más propio de Kurt que de él. Ya volvía a ser mi niño mimoso. Me fascinaba esa reacción que tenían todos mis hermanos ante un regaño, cuando no querían darme la razón pero sabían que la tenía. Usaban entonces un lenguaje infantil, como para indicar que solo estaban jugando, a ver si lograban ablandarme.

Me acerqué a darle un beso, para despedirme.

-         Mucho. – respondí, con un intento de sonrisa. Le acaricié el pelo - Siento lo que pasó con Michael y siento la forma en la que hemos hablado de esto. Se trata de un hermano nuevo, no se supone que tengamos que discutir. No quería pelear contigo. Lo siento. Tengo la cabeza en otra cosa, y fui demasiado brusco.

Ni siquiera te imaginas lo asustado que estoy” pensé, para mí. Mi cuerpo estaba en ese cuarto. Mi mente, estaba con Ted. Por eso mismo no quería pasar al siguiente punto en mi lista de “cosas pendientes”. Sabía que tenía que hablar con Dylan, pero no estaba seguro de que fuera el momento adecuado para hacerlo. Mi mente no estaba al cien por cien.

-         … ¿Nos llamarás para contarnos que tal está Ted? – preguntó, con algo de ansiedad.

-         Claro. En cuanto sepa algo os lo digo. No te preocupes, campeón… estará bien…

-         Pero…mmm…¿qué es lo que tiene? Michael dice que le operaron y…y él…no sé, parecía encontrarse bien…

-         Los médicos dicen que fue un hematoma subdural. Por los golpes que recibió el otro día. Pero no me preguntes lo que es porque no lo sé bien del todo – respondí, con sinceridad. Tal vez, de haberlo pensado mejor, le habría dicho una mentira o habría evitado contestar a su pregunta.

-         Vale… Ve con él…. Y dile que… bueno, no le digas nada.  –musitó, ruborizándose.

-         Le diré que le quieres, campeón, aunque ya lo sabe.

Salí de su habitación y me fui a buscar a Dylan. Por más que pensase que aquél no era el momento adecuado para hablar con él, sabía que no podía dejar correr el tiempo porque por la cabeza de Dylan podrían estar pasando muchos pensamientos erróneos.

Le encontré en su cuarto, rompiendo en pedacitos un trozo de papel. Le gustaba hacer eso: romper las hojas para luego lanzar los pedazos como si fueran confeti. A veces me sentía capaz de observar a Dylan durante horas. De observar todo lo que hacía para distraerse, como si me estuviera ofreciendo un pequeño atisbo de cómo funcionaba su mente.

Me senté a su lado sin decir nada y traté de robarle un trocito de los que estaban por el suelo. Me agarró la mano para impedirlo, y sonreí. Aunque parecía que no era consciente de mi presencia, en realidad me estaba prestando mucha atención, y esa rapidez de reflejos lo demostraba.

-         ¿No me das uno?

-         Hay cin-cinc-cuenta y cinco. Es un número p-perfecto. Si c-coges u-uno habría c-cincu-cuenta y c-cuatro. – me dijo. No pude evitar fijarme en que hacía tiempo que no se trababa tanto con las palabras. Eso confirmaba mi teoría de que  su afasia tenía mucho que ver con sus emociones.

-         ¿Los cuentas? – me maravillé, aunque no sé por qué me sorprendía, si Dylan era capaz de contar cualquier cosa, como cuántos coches azules veía a lo largo del día

No obtuve ninguna respuesta, pero Dylan volvió a agrupar todos los pedazos y los volvió a esparcir.

-         ¿Por qué haces eso? – pregunté, tratando de comprender una vez más cómo funcionaba su cerebro. Tampoco me respondió entonces. Tal vez ni él mismo lo sabía, aunque creo que en definitiva la relajaba, y quizás lo hacía sólo por eso.

Le dejé hacerlo un par de veces más, y entonces le agarré las manos para que lo dejara y me prestara atención. Aquello no le gustó nada y emitió un gemido mientras trataba de soltarse.

- Escúchame, Dylan. Tengo que decirte algo importante. Deja eso un momento.

-         ¡No!

-         Necesito que lo dejes, campeón.

-         ¡NO! – chilló, y como vio que intentaba apartar  los papeles de él, me mordió la mano.

-         ¡Dylan! Pero bueno ¿qué fue eso?  - le regañé, frotándome la mano con la marca de sus dientes. No solía hablarle así, sino que le explicaba las cosas sin regaños. Algo debió de notar en mi voz, porque se quedó quieto – No se muerde ¿eh? Y a papá menos. ¿Me escuchaste? No se muerde. Haces daño. No se muerde.

Se lo repetí para asegurarme que se quedaba con el mensaje.

-         Solo quería hablar contigo. Y aun quiero.  Los papeles seguirán ahí después. Ven, vamos a levantarnos del suelo. – me levanté y le agarré bajo los brazos para auparle y ayudarle a levantarse. Dylan era algo torpe con algunos movimientos físicos, aunque  a medida que crecía sus habilidades motoras se parecían cada vez más a las de un chico cualquiera de su edad.

Ocurrió entonces algo extraño, y es que cuando se vio de pie sobre el suelo, se llevó las manos atrás como hacía a veces Kurt cuando sabía que había hecho algo mal y que yo iba a castigarle. Dylan jamás había hecho eso, pero Michael le había pegado aquella tarde así que supuse que asociaba “se enfadan conmigo” con “me van a pegar”.

Muy lentamente corrí sus manos, sorprendido por el hecho de que Dylan cada vez mostraba más reacciones ante lo que pasaba a su alrededor. Lo consideré muy positivo, aunque aquella reacción en particular no me gustara.

- No necesitas hacer eso, mi amor. – le aseguré, con algo de pena por el miedo que mostraban sus ojos. Despacio, para no asustarle, le abracé y le cogí en brazos. Esperé a ver si daba muestras de querer que le bajara, incómodo por el contacto físico, pero no dijo nada y tampoco luchó por soltarse. - ¿Qué ha pasado hoy con Michael, campeón?

-         N-no quiero hablar de eso.

Dylan a menudo daba esa respuesta, cuando la conversación no le gustaba. Aunque generalmente lo decía cuando sabía que había hecho algo mal y no quería hablar al respecto. En aquella ocasión él no había hecho nada malo…

-         ¿Por qué no? ¿Estás enfadado? ¿Estás enfadado con él?

-         No m-me llevó a p-por c-caramelos. Es un m-mentiroso. P-pero n-no estoy enfadado.

-          Bueno, pues eso está muy bien. Demuestra que ya eres un niño mayor que entiende que las cosas no siempre salen como queremos –le alabé. – No has podido ir hoy a por chuches porque Ted se ha puesto malito. Nadie tiene la culpa de eso, campeón, así que me alegro de que no te enfadaras con él.

-         Dylan no está enfadado. Él s-sí. C-con Harry. Mucho.

-         Sí… bueno… Eso es… complicado.

-         Y con Dylan.

-         ¿Con Dylan? ¿Contigo? No mi amor, Michael no está enfadado contigo. – me apresuré a aclarar.

-         Sí. P-porque soy a-autista. Él me lo d-dijo. Y m-me pegó.

-         Escúchame, cariño. Préstame mucha atención ¿sí? Michael no debió pegarte, ni decirte eso. Estaba enfadado, sí, pero no tiene nada que ver contigo. Tú no has hecho nada malo.

Dylan no me respondió, así que le separé un poco para verle la cara, para saber si me había escuchado. Me sorprendí al notar que tenía las mejillas húmedas. Era raro verle llorar, y de todas formas siempre me sobrecogía cuando mis hijos lloraban en silencio, como si fuera algo que les salía directamente del alma. Tenía que solucionar eso pero ya.

Sin decir nada,  le llevé a mi habitación, donde aún estaba Michael. Nos miró sorprendido, y más cuando Dylan se escondió un poquito en mi pecho, como si buscara que Michael no le viera.

-         Michael, ¿verdad que él no hizo nada malo? ¿A que no estás enfadado con él?

Había esperado oír un “no, claro que no”, inmediato. También había imaginado que se pondría de pie y vendría a darle un beso. No me di cuenta de que eso es lo que habría hecho Ted, y que estaba siendo iluso al pensar que reaccionarían de la misma manera.

Michael se nos quedó mirando sin decir nada, pero ese silencio resultó muy elocuente.

-         ¿Michael? – interrogué.

-         No estoy enfadado. Pero no puedo decir que no hizo nada malo cuando no es verdad.

-         No me puedo creer lo que estoy oyendo… ¿De verdad crees que tu hermano tiene alguna culpa?

-         Sí, claro que sí. Será autista y todo lo que tú quieras, pero no es idiota.

-         ¡Sé más delicado! – regañé, indicándole con la mirada que Dylan estaba delante.

-         No entiendo cuál es el problema – dijo Michael – Yo soy diabético y no me traumo cuando me lo dicen. Va a vivir toda su vida con ello ¿no? Entonces no está mal que sepa lo que tiene. No lo digo por insultarle ni por hacerle sentir mal. Sólo describo lo que tiene. No hay por qué ocultarlo como si fuera un tabú.

Traté de responder algo, pero lo cierto es que me había dejado sin palabras. Eso era muy cierto. Yo sabía que Dylan tendría que enfrentarse en algún momento a la realidad, sólo era que me parecía muy pronto aún. Sólo tenía ocho años…

-         En cualquier caso él no tiene culpa de… no es su culpa que… él no eligió esto. – repliqué. Se me hacía incómodo tener esa conversación con Dylan presente.  – Y no es algo malo. No entiendo cómo puedes decirle eso, Michael, precisamente tú, que también padeces algo que no puedes controlar.

-         ¿Qué? ¡No, claro que eso no es su culpa!

-         ¿Entonces? ¿Qué es lo que se supone que ha hecho mal? – insistí.

-         Yo hablo de su numerito de autolesionarse. De esa manía que ha cogido de hacerse daño cuando estás regañando a alguno de los otros. Eso fue lo que pasó con el maldito macarrón: se lo tragó a propósito. Y hoy por poco se revienta el pie para distraerme y que dejara en paz a Harry.

Las fichas empezaron a caer como castillos de naipes. No había tenido ningún sentido para mí que Michael le pegara ni que dijera que era su culpa el ser autista, por más enfadado que estuviera. Ahora entendía que todo era mucho más grave de lo que había imaginado. Por supuesto que Michael no le culpaba por eso.

-         Dylan, ¿es eso verdad? – exigí saber, recordando la angustia que sentí cuando casi se ahoga delante de mí. Recordé también cuando dijo que se encontraba mal justo cuando estaba regañando a Kurt. Y por lo visto también aquél día, para distraer a Michael.

Mi pequeño no dijo nada y siguió con la cara escondida en mi pecho.

-         Respóndeme, Dylan. ¿Es verdad lo que dice Michael?

-         Te confundes al pensar que no tiene malicia alguna sólo porque su mente funcione diferente. – me dijo Michael - No deja de ser un niño de ocho años que intenta salirse con la suya siempre que puede. Le dejas hacer absolutamente todo lo que quiere y nunca hay consecuencias para él.

-         No es momento de hablar esto ahora. Tengo que volver con Ted…

-         Claro, porque te conviene. Porque así lo dejas pasar una vez más, y que siga haciendo lo que quiera.

-         No le voy a pegar, si es lo que estás sugiriendo. Antes estábamos en su cuarto y se ha tapado, asustado porque pensaba que yo iba a hacer lo que le hiciste tú. Gracias por eso: ahora no se siente seguro.

-         Vaya, pues entonces ya no quiero contarte como debe de sentirse Kurt. A él no tienes ningún problema en castigarle, y es más pequeño.

-         No se p-pega, papi – me recordó Dylan, asomando por fin su cabecita.

-         No, Dylan, no se pega, cariño. Pero  no puedes volver a hacerte daño a ti mismo o a decir que te duele algo cuando papá esté regañando a tus hermanos. ¿Me oyes, Dylan? No puedes hacerlo. No se miente, y no se hace daño, menos a uno mismo. 

-         ¿Estás enfadado?

De alguna forma tenía que conseguir estar seguro de que no lo hacía de nuevo.

-         Sí, Dylan, estoy enfadado, porque me asustaste mucho al tragarte aquél macarrón, y eso no se hace. No se le dicen mentiras a papá, tampoco. No se le dicen mentiras a nadie.

Dylan puso la palma estirada de su mano sobre mi mejilla. Él no sabía disculparse. Es decir, había aprendido a decir “Lo siento”, pero siempre que lo decía sonaba a mentira, porque su lenguaje corporal no acompañaba a su disculpa. Lo decía con la barbilla alzada, los ojos seguros y a veces hasta sonriendo, de tal forma que alguna persona que no le conociera pensaba que se estaba burlando de él. Dylan no sabía interpretar los lenguajes gestuales de algunas emociones, y sobre todo, no sabía hacerlos. Sabía reconocer cuando alguien le pedía perdón, pero no sabía repetirlo. Así que en algún momento aprendió que había gestos que a la gente le gustaban más que una disculpa que no parecía sincera. Aprendió que si me tocaba la mejilla como en ese momento, yo automáticamente me sentía obligado biológicamente a sonreír, y entonces él sabía que no estaba enfadado.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano por no sonreír aquella vez. La vida de mi hijo había corrido peligro con aquél estúpido macarrón. Me había desesperado al pensar que no había nada que yo pudiera hacer para asegurarme de que no pasaba de nuevo. Había creído que Dylan era incapaz de entender que no podía hacer eso. Pero no sólo era capaz, sino que lo entendía perfectamente. Sabía que hacerlo era peligroso, y lo había usado para manipularme. Para distraerme. No dejaba de haber un buen gesto en el hecho de que pretendiera defender a sus hermanos, pero no podía hacerlo a costa de su salud. O de mentirme. Ya me costaba bastante saber cuándo estaba enfermo, teniendo en cuenta que a veces elegía callarse las cosas, como para encima tener que dudar cada vez que me lo dijera por si era otra de sus mentiras.

Al ver que seguía serio Dylan apartó la mano. Miraba al infinito con inexpresividad, pero yo sabía que estaba triste.

-         Vas a irte a la cama ahora. De todas formas ya es hora de que estés acostado, pero hoy te vas a ir a dormir sin cuento y mañana también. Y quiero que me des tus canicas.

Le dejé en el suelo para ver qué hacía. Para ver si entendía que le estaba castigando. Hacía mucho que yo había dejado de intentar hacer eso. Dylan no dijo nada y se giró para marcharse. Imaginé que había ido a por sus canicas, y pensé que había sido mucho más fácil de lo que esperaba.

Michael me miró con aprobación, pero por alguna razón fui incapaz de sentirme bien conmigo mismo. Me dije que tendría que haberle sonreído, o al menos haberle dicho que estaba perdonado. Dylan había manifestado, a su peculiar modo, que lo sentía. Y había algo más, algo más que no me dejaba tranquilo… Caí en la cuenta de que se suponía que yo debía hablarle de lo que había escuchado de labios de Michael y en vez de eso le había regañado y castigado por primera vez en la vida. Dylan había pensado que Michael estaba enfadado porque era autista. Igual se creía que yo me había enfadado por eso también.

Maldije mi aspereza mentalmente, y fui a buscarle. Le encontré rodeado de cajas, que iba sacando de debajo de su cama. En cada una de ellas había un montón de canicas. No sabía que tuviera tantas. Mientras sacaba una caja tras otra, nuevas lágrimas rebosaban y caían sin control por su rostro, hasta el punto de que parecía que su cuerpo se estaba cobrando todas las lágrimas que no había derramado de más pequeño. Empezó a dejar caer las cajas en vez de a colocarlas, cada vez con más rabia, y supe ver que estaba a punto de tener una rabieta.

Tenía práctica ya en sus ataques, así que en menos de un segundo estaba con él, agarrándole. Comenzó a gritar y a contorsionarse. No eran gritos coherentes, sino sonidos semiguturales. Nos senté en el suelo y esperé a que se calmara. Le llevó un rato, pero al final lo hizo. Cada vez le llevaba menos tiempo.

Poco a poco, aflojé el agarre que tenía sobre él y se quedó sentado sobre mis piernas, respirando hondo como yo le había enseñado cuando se alteraba. Acerqué a nosotros una de las cajas con canicas, y tome una de ellas. Se la enseñé con la palma abierta, y luego cerré el puño.

-         Este eres tú, Dylan. Esta canica. Estás aquí dentro, y no puedes salir. A veces se está muy solo ahí. – le dije, y con la otra mano cogí varias canicas más. – Estos somos nosotros. Estamos aquí, cerca de ti, observando tu mundo sin llegar a entenderlo. Tú no puedes salir, pero nosotros, a veces, podemos entrar. Cuando tú nos dejas. – continué, y fui levantando uno a uno los dedos de la mano con la que apresaba la primera canica, hasta que asomó un poquito. Metí una de las otras canicas con esa primera y luego le di las dos a Dylan – Eso es lo que te pasa, Dy. No es una enfermedad, tampoco es algo que puedas evitar, y no es algo que vaya a curarse. Es, simplemente, parte de lo que eres. Es algo que te hace muy especial y que te permite ver el mundo de otra manera. Haces cosas mejor que otras personas, y aquellas cosas que te cuestan las puedes aprender, aunque haya gente estúpida que te diga que no alguna vez. A esa gente no les escuches. Yo te he visto aprender muchas cosas. Te he visto en el escenario en la función del colegio, mirándome a los ojos. Estabas tan guapo ahí arriba… Me sentí muy orgulloso de ti. Te dirán que hay muchas cosas que no puedes hacer. Que no puedes mirar a los ojos de las personas cuando te hablan, pero tú me miraste. A veces me miras. Y eso es porque no hay NADA que no puedas hacer. Tú, campeón, puedes conseguir aquello que te propongas. Y yo voy a estar siempre aquí para ayudarte.

No obtuve ninguna respuesta, pero ya estaba acostumbrado a sus silencios. Generalmente eran algo más bueno que malo. Significaba que estaba procesando mis palabras.

Tras unos segundos, Dylan se puso de pie, y empezó a rebuscar algo entre sus cosas de la escuela.

-         ¿Qué buscas, campeón?  - le pregunté, pero para entonces ya lo había encontrado. Vino hacia mí con un papel, un folleto con dibujos que le daban en el colegio. Los de color rojo eran para cosas que no se podían hacer. Los de color azul eran con instrucciones. Aquél era de color azul.

“¿Cómo pedir perdón?” decía el título. “Pedimos perdón cuando hacemos o decimos algo que hace daño a otras personas. A veces esas personas nos dicen claramente que les hemos lastimado, pero hay otras en las que creen que nosotros vamos a saber lo que les pasa. “

-         ¿Qué es eso, Dylan? – indagué, pero seguí leyendo. El folleto le daba algunas instrucciones para reconocer el enfado en otras personas, y por último algunas indicaciones sobre cómo disculparse. Seguí leyendo en voz alta. -  Cuando pedimos perdón las palabras tienen que ir acompañadas de unos gestos. Tenemos que mirar a los ojos de la otra persona.

-         Eso es muy difícil – comentó Dylan.

-         Tenemos que poner la voz grave, seria.

-         Mi voz es aguda – protestó él.

-         No podemos sonreír. La sonrisa significa que estamos alegres, y la otra persona se sentirá muy mal si cree que nos alegramos de haberla hecho daño. – continué, preguntándome quién habría escrito con el firme deseo de enviar una tarjeta de agradecimiento.

-         Eso sí es fácil.


-        Y sobre todo, cuando pidamos perdón tiene que ser por algo que sentimos de verdad. Son palabras muy importantes. – concluí, entendiendo por qué me había enseñado ese folleto. Dylan había adoptado justo la posición que indicaba el dibujo del  papel, y estaba intentando mirarme a los ojos.

-         Siento haberte hecho daño. No era mi intención perjudicarte de ninguna forma. – murmuró. Algo propio de Dylan, y de muchos niños como él, era utilizar un lenguaje característico de gente mucho mayor. Esto a veces les hacía parecer prepotentes, pero era simplemente su forma de expresarse. - ¡Conseguí d-decirlo d-de c-corrido! – exclamó, con una sonrisa genuina como las que nunca le veía poner.


Tiré de él y le atrapé entre mis brazos, ladeándole un poco para verle la cara y darle besos en la frente.

-         Yo te como. Enterito. Empiezo por la nariz y termino por los deditos de los pies.

-         Las personas no se comen.

-         Ah, pero los niños sí, y me los como yo. – repliqué, y le di otro beso, aprovechando que medio se dejaba. – Estás más que perdonado, Dylan. Sé que no pretendías hacer nada malo, cariño. Es más, estoy seguro de que querías hacer algo bueno, porque solo tratabas de defender a tus hermanos. Y eso está muy, muy bien – alabé, consciente de que era un logro el hecho de que Dylan mostrara algún tipo de interés por otra persona – Pero hay una forma correcta de hacerlo, campeón, y una incorrecta, y tú elegiste la incorrecta. Hiciste algo muy peligroso y además le mentiste a papá, y ya sabes que eso no se puede hacer.

-         ¿P-por eso me vas a q-quitar mis c-cánicas? – preguntó, con algo que se parecía tanto a un puchero que  dudé por un segundo si no estaba hablando con un Kurt algo más alto y algo menos rubio. Reparé en que ellos dos se parecían bastante, aunque los ojos de Dylan eran del mismo color castaño que los de Cole.

Me quedé con la vista fija en un punto de la pared mientras buscaba la forma de responder a su pregunta. Ninguno de mis hijos me había preguntado antes por qué les castigaba. Es decir, sí alguna vez, por una situación concreta en la que quizá no entendían lo que habían hecho mal, pero nunca como concepto. Sabía que la pregunta de Dylan iba más allá de aquél caso particular. Estaba tratando de encontrar la relación entre “hago algo mal” y “hay consecuencias”. Yo sabía que mi  hijo era listo, sin embargo, así que una parte de él debía de intuir la respuesta y sólo quería que yo se lo dijera.

-         Pienso devolvértelas ¿sabes? No te las estoy quitando. Te las daré el fin de semana. Sólo… las estoy requisando por un tiempo. Sé que no te gusta, y lo siento mucho, pero quiero que te sirva para recordar que nunca debes volver a tratar de hacerte daño ni a mentirme.

-         Pero… me acordaré… - protestó.  Agarró una de las cajas, como diciendo “mía”. Le separé de ella con cuidado y gimoteó un poco. Luego fue hasta su mesa, cogió un papel y un lápiz y me los dio.

Parecía estar diciéndome “así es como funciona, has cambiado las reglas. Si hago algo mal tú me lo enseñas con dibujos no me quitas mis cosas”

Lo cierto es que yo estaba tan confundido como él. No sabía si estaba haciendo lo correcto.  El método de los dibujos funcionaba, así que ¿por qué cambiar las normas justo entonces?

Porque casi se ahoga” dijo una voz en mi cerebro.

“No lo hará otra vez”.

“¿Vas a arriesgarte?”

Le miré a los ojos  durante un rato, o al menos lo intenté porque él tenía la mirada puesta sobre el lápiz que me ofrecía.

-         Es que… esto no se puede dibujar, Dylan. Esto lo vas a aprender de otra manera.

“¿Por qué tiene que hacerlo tan difícil?”

“Es su trabajo hacértelo difícil. El tuyo es ser fuerte y resistir esa carita”.

-         Snif…- dejó el papel en el suelo y me dio las canicas que yo había usado para hablar con él.  Lo tomé como un gesto de buena voluntad.

-         Gracias, campeón. ¿Me das un beso?

Me lo dio, más mimoso de lo que era habitual en él, y se recostó sobre mí, en algo que era más un intento de usarme de colchón que de abrazarme. Jamás pensé que llegaría el día en el que vería a Dylan hacer eso. Jamás pensé en que le vería tan… mayor…Confrontando aquello como... bueno, como cualquier otro de mis hijos, sin entrar en pánico o sufrir uno de sus ataques –no me gustaba referirme a ellos como pataletas porque no eran exactamente eso-.

-         Me parece que alguien tiene sueño – comenté, y me puse de pie con él en brazos para llevarle hasta su cama.

-         No tengo.

-         Sí tienes, que lo sé yo. – apreté su costado cariñosamente.

-         Mentira.

Dylan no solía poner problemas con la hora de dormir. Es más, ponía problemas si, como aquél día, llegaba “su hora” y aún no estaba en la cama. Había aprendido a ser más flexible con los horarios, pero aun así la hora de dormir era sagrada para él, y a mí me venía de perlas, la verdad.

-         ¿Y cómo es que no tienes sueño, mm?  - le dije, reprimiendo una sonrisa porque le vi bostezar. Más bien parecía ya medio dormido.

-         No tengo.  – insistió. – No podré dormirme sin cuento.

Oh. Pequeña cosita mona y manipuladora…

-         Mmmm… Papá te dijo que no había cuento, campeón.  – le recordé, como si no lo supiera. – Pero no dije nada de una canción. ¿Quieres una canción?

Dylan no dijo nada, pero lo tomé como un sí. Ya estaba consiguiendo bastante conversación por su parte. De hecho me sentía eufórico por lo bien que estaban saliendo las cosas con él. La forma positiva en la que iba respondiendo a tantos cambios.

El siguiente punto era pensar qué canción escogía. A Dylan no le gustaban las nanas, o algo que él intuyera que era una nana, como si no quisiera nada capaz de adormecerle. Recordé que le encantaba la película de El Hobbit, y que salía una canción cortita que había logrado aprenderme. Además era fácil de cantar. Estiré la mano para ver si me dejaba acariciarle el pelo y sonreí cuando no me apartó. Le di un beso, y comencé a canturrearle muy bajito:

Far over the Misty Mountains cold
To dungeons deep and caverns old
We must away ere break of day,
To find our long-forgotten gold

The pines were roaring on the height
The winds were moaning in the night
The fire was red, it flaming spread
The trees like torches blazed with light

On silver necklaces they strung
The flowering stars, on crowns they hung
The dragon-fire, in twisted wire
They meshed the light of moon and sun.*

Dylan me miró fijamente con una intensidad que, la verdad sea dicha, me hacía sentir bastante incómodo. Pero poco a poco sus ojitos se fueron cerrando, y aunque no llegó a dormirse del todo parecía que le faltaba poco.   Me aseguré de que estuviera bien arropado, me levanté de su cama y le di un beso.

-         Te quiero mucho, campeón, y no soportaría que te pasara nada malo.

Juraría que cuando salí de la habitación ya estaba dormido.

… Solo me faltaban otros diez hijos por acostar. Y el reloj seguía avanzando, y yo no estaba con Ted. Desesperado, traté de reunirlos a todos en el salón. Menos a Harry, que estaba acostado también.

-         A ver, a ver. Pero ¿qué hace todo el mundo levantado? Ya es hora de que todos estéis en la cama.

-         ¿Ted no va a venir a dormir? – preguntó Cole. Pobrecito. Tenía los ojos enrojecidos, y parecía a punto de llorar.

-         Creo que no, campeón. Pero va a ponerse bien, ya lo verás. Yo ahora me voy con él, y vosotros os quedáis aquí con Michael y Alejandro. Ellos están al mando ¿entendido? –añadí, mirándoles a todos - Y se les hace caso. No quiero escuchar una sola queja o todos estaréis castigados hasta que Alice cumpla dieciocho.

-         ¿Y si son ellos los que la lían? – repuso Barie, como diciendo “los que la armaron antes fueron ellos”.

-         Entonces les regañaré a ellos cuando vuelva a casa. Pero realmente confío en que todos mis hijos sepan comportarse por unas horas. Así que venga, todo el mundo a la cama.

Subía a acostar a los pequeños, y fue todo un reto meter a Kurt en la cama sin despertar a Dylan. Cuando acabé con los más peques pasé a dar un beso a todos los demás y me demoré un poco con Zach.

-         Zachary… - le dije, mientras él trasteaba con el móvil un rato. Levantó la vista un segundo – Ayuda a tus hermanos ¿quieres? Échales un cable. Todo esto es nuevo para Michael y necesitan toda la ayuda posible.

-         Vale.  – respondió, y siguió a lo suyo con el móvil.

-         ¿No me vas a preguntar por Ted? – alguno de mis hijos, mientras les arropaba, habían intentado sonsacarme algo por si me estaba callando cosas delante de los enanos.

-         ¿Me vas a contestar?

-         Dentro de lo poco que sé… - le respondí. Zach ya tenía trece años, y suponía que a él no le valía con un “Ted no vendrá a dormir hoy, pero va a ponerse bien”.

Zachary dejó el móvil y me miró fijamente, con cierta gravedad impropia de él, que casi siempre estaba de broma.

-         ¿Por qué no le llevaste antes al hospital?

Esa acusación me dolió en lo más hondo. No era el tipo de pregunta que me esperaba.

-         Yo... no sabía… Él parecía estar bien.

-         No me refiero a eso. Me refiero a que por qué no te dijo que se encontraba mal. Cuando vuelva, le voy a matar.

-         Ah. Bueno, tampoco creo que él fuera consciente de que le pasaba algo.

-         Aun así le mataré – me aseguró.  Se veía bastante tierno con ese mohín a medias de enfado y a medias de preocupación.

-         Buenas noches, Zach. Qué duermas bien.

-         ¿Tú vas a dormir algo?

-         Claro, en el hospital. – le mentí. Dudaba que pudiera pegar ojo aquella noche.

Apagué la luz, y salí del cuarto. Veinte minutos después salía por fin de casa, más tarde de lo que había planeado.

- Ted´s POV -

Holly me dejó llorar sin decir nada, como respetando que me estuviera haciendo  el dormido. Los dos sabíamos que era mentira, pero yo había girado la cara y cerrado los ojos. Unicamente las lágrimas me delataban.

Creo que ella estaba esperando que terminara por dormirme de verdad,  pero como el tiempo pasaba y yo seguía despierto debió de decidir que tenía que hacer algo por distraerme. Se acercó a mí, pasó el dedo por mis mejillas para secármelas y no me quedó más remedio que abrir los ojos.  Los suyos me miraban fijamente, azul profundo, probablemente lo más bello de su rostro. No era fea, aunque sí algo regordeta. Pero tenía rasgos delicados e iba muy bien maquillada.

-         Ya no se llora más – me dijo, en tono suave, como si me estuviera regañando, pero estaba sonriendo.  - ¿Cómo te encuentras? Al final no fuiste al baño. ¿Quieres que te ayude?

-         No…

Me estaba muriendo de ganas de vaciar la vejiga, pero me daba demasiada vergüenza.

Holly me ignoró, cogió la palangana y se acercó a mí. La miré horrorizado, pero parecía inmune a mis miradas. Me desarropó y puso la cosa esa en mis manos.

- Los hombres lo tenéis más fácil. Sólo tienes…ya sabes…que apuntar. Me doy la vuelta ¿vale?

Se giró, y yo me quedé quieto  sin saber qué venía a continuación. Al principio no entendía lo que quería que hiciera. Luego entendí que aquello era parecido a orinar en una botella… cosa que nunca había hecho y que me hubiera venido bien para practicar. Hice lo que pude con la bata y luego intenté olvidarme de que estaba delante…

“Lo va a escuchar… así no hay quien haga nada, es como si me estuviera viendo…ay madre como odio esto….”

-         ¿Sabes? No sé por qué me recuerdas mucho a uno de mis hijos. Aún no he encontrado nada que tengáis en común, pero me recuerdas mucho a él. – me dijo. Me estaba dando conversación para distraerme.

-         ¿Cuántos… cuántos hijos tienes?

-         Once.

Glup. Ella once y papá doce. ¡Viva la fiesta!

-         ¿Y eso? – pregunté, casi de manera inconsciente - ¿No son muchos?

Temí haber sido indiscreto, pero ella solo se rió, aún sin girarse.

-         Ya sé… ya sé que es irónico que te diga eso cuando nosotros somos doce -  añadí – Pero… en nuestro caso… Papá no…mm…papá…

Aidan no nos planeó. No éramos sus hijos biológicos. Él no eligió tener tantos hijos, pero Holly sí… En fin, papá siempre podría haberse desentendido de nosotros, pero no fue cosa suya el traernos al mundo.

-         Siempre quise una familia numerosa – me respondió – Y…las cosas…se dieron así.

-         ¿Mi padre lo sabe?

-         Sí.

Até cabos y me di cuenta de que probablemente por eso las cosas no parecían haber ido bien en su cita. Papá debía de haber sumado dos más dos, o mejor dicho, once más doce, y debía de haber llegado a la conclusión de que lo suyo no podía continuar. Lo mismo debía de haber pensado Holly y por eso  negaba que fueran a seguir juntos.

-         Háblame de ellos.  ¿Son todos…tuyos?

-         Eres directo ¿eh?

-         Perdona….No quería molestarte…

-         No me molesta. Sí, todos son mis hijos, sí es lo que me preguntas, aunque solo parí a diez de ellos.

“Sólo”. Caray.  Me pregunté cuál sería la historia del número once.

-         Yo… siempre he querido tener muchos hijos, como papá. Aunque a veces le veo y se me quitan las ganas – comenté.

-         ¿Por qué? – preguntó Holly. Su voz sonaba divertida.

-         Porque hay días que no parece que vaya a llegar a los cincuenta.  Le volvemos loco…

-         Estoy segura de que si le preguntas a él te dirá que volverse loco es lo mejor que le ha pasado.

No supe qué responder, pero  ya estaba más relajado y de pronto me vinieron las ganas de orinar. Lo hice y carraspeé, incómodo, cuando hube terminado. Holly esperó un poco para darse la vuelta, y luego me miró como si nada. Aquello era tan humillante…había dejado la palangana en una mesita y me sentía un inútil por no poder ir al baño como una persona normal.

-         No tienes…¿no tienes que ir con tus hijos? – murmuré. No la estaba echando, ni nada, pero ella tenía una familia de la que ocuparse.

-         Están con mi hermano. Y a estas horas, estarán durmiendo.

-         ¿Puedo…? Mmm…No sé si debo preguntarte por….. No, lo siento, déjalo. – me interrumpí a mí mismo varias veces al darme cuenta de lo improcedente de la pregunta que quería hacer. Sentía mucha curiosidad, y descifrar los misterios que escondía Holly era mejor que pensar en el hecho de que estaba en el hospital.

-         ¿Qué ibas a decirme? No tengas vergüenza, ni nada. Pregunta lo que quieras. – me invitó, y parecía totalmente sincera.

-         ¿Qué le pasó a tu marido? – dije al final, tras unos segundos. Estuve atento a su reacción. Sus ojos se nublaron, pero no solamente con tristeza. La mirada que puso al recordar a su marido fue parecida a la que ponía papá al acordarse de Andrew…

-         Era soldado. Murió en acto de servicio.

Abrí la boca sin saber qué decir. En mi mundo las guerras eran algo muy lejano, que sólo se veía en las noticias.

-         Lo… lo siento mucho. Yo… la verdad es que…no sé qué decir.

-         Está bien, Ted, no tienes que decir nada. Ocurrió hace un año. No me gustaría que pensaras que… que trato de aprovecharme de tu padre de alguna manera.

-         ¿Qué? ¿Por qué pensaría eso?

-         Es sólo que… algunas personas recientemente me han dicho que solo estoy buscando a alguien para…. para que me ayude con…con todo…con los once…y …quiero que sepas que no es eso.

-         Eso es absurdo. Además, no sería muy inteligente de tu parte hacer eso con Aidan, que tiene más hijos que tú. Quien te haya dicho eso es imbécil. – declaré.

-         Me lo dijeron mis hijos.

-         Ah. ¿Sabías que a veces hablo demasiado? Creo que mejor me voy callando porque llevo ya unas cuantas que…

De pronto Holly soltó una carcajada. Fue un sonido alegre y contagioso, que me recordó de alguna forma a la risa de mis hermanos pequeños.

-         No, para nada. Eres sincero, eso me gusta.

-         Aunque sean tus hijos no debieron decirte eso. No es justo. Tienes… tienes derecho a rehacer tu vida. – opiné. En fin… Holly no estaba haciendo nada malo ¿verdad?

-         Era su padre. – respondió únicamente, como si no hiciera falta decir nada más, y los dos nos quedamos algo pensativos.

Supuse que ella estaría dándole vueltas a recuerdos dolorosos. Me había dado cuenta de que sus ojos eran tristes, salvo cuando sonreía. Eso me hacía pensar que se esforzaba por estar animada, pero  que por dentro era una persona que cargaba con una gran tristeza. Su mirada estaba teñida por una angustia que creo que jamás llegaría a comprender. Me pareció una mujer muy fuerte, aunque fue sólo una intuición.

Iba a decir algo más, pero en ese momento se abrió la puerta y Aidan entró en la habitación. Tenía aspecto de cansancio y preocupación, y pude escuchar su alivio en forma de suspiro cundo vio que estaba consciente. Recorrió la habitación en dos zancadas y acercó su frente a la mía.

-         Ted… - susurró. Parecía querer decir muchas cosas con tan solo mi nombre. Fue un saludo, pero también una disculpa, y la expresión de un miedo profundo, y una pregunta no expresada, todo ello a la vez. – Ted… ¿cómo te encuentras? ¿Cómo estás, hijo?

Le miré fijamente sin responder nada. Estaba tan enfadado con él… Sabía que no se había ido por gusto, y por eso quería perdonarle, pero no podía. No tan pronto.

Aidan miró a Holly preocupado, tal vez reparando por primera vez en su presencia, creo que con la duda de sí es que acaso yo no podía hablar. Tal vez le habían dicho que podía tener secuelas y le asustaba pensar que no podía contestarle. Estaba bien que se asustara un poco: ¡yo había pasado mucho miedo y él no había estado conmigo!

-         Está bien, Aidan. – le tranquilizó Holly.

-         No, no estoy bien. Me han abierto la cabeza, tengo que mear en una especie de orinal, hay una aguja clavada en mi mano y me han puesto una anestesia tan fuerte que no puedo mover las piernas. ¡Y todo esto lo sabrías si hubieras estado aquí! – le solté, rabioso.

Papá me miró con dolor en los ojos. Al principio pensé que era fruto del rencor en mis palabras, pero luego me di cuenta de que no tenía nada que ver con eso. Estaba mirando mis piernas, como quien sabe una mala noticia. Le presté más atención entonces y me di cuenta de que tenía los ojos húmedos.

-         ¿Qué ocurre? – le pregunté, pero no obtuve respuesta. - ¿Papá? ¿Qué ocurre?

-         Los médicos no… no creen que sea por la anestesia. Están preocupados porque algo haya podido ir mal en la operación, aunque más bien creen que es un efecto secundario de… de la presión que había en tu cerebro. – me explicó. Noté que hablar le costaba un esfuerzo sobrehumano. Estaba intentando sonar  tranquilo para no alterarme a mí, pero no consiguió ni lo uno ni lo otro.

-         ¿Qué? ¿Eso que rayos quiere decir?

-         Pues…pues….Ted…yo….

-         ¿Hasta cuándo voy a estar así?  - le corté, al ver que no era capaz de responderme. Cerró los ojos y negó con la cabeza, como indicando que no lo sabía. – Estoy… ¿estoy…paralítico?

-         Mañana te harán pruebas pero… tu columna parece estar bien. No es eso… Es…debilidad muscular… Yo…me lo han explicado todo muy rápido y… mañana nos lo dirán mejor, hoy ya es muy tarde, el doctor te verá por la mañana.

Traté de decir algo, pero las palabras no me venían. La realidad me golpeó como un martillo. Fui comprendiendo hasta qué punto era grave lo que me había pasado. El enfado quedó en un segundo plano y busqué con mi mano la de mi padre porque necesitaba que me la agarrara.

-         Papá… - debió de sonar como un lloriqueo, o como una súplica, no sé. Soné desesperado, porque lo estaba. 

-         Vas a estar bien, hijo… Todo va a estar bien… Ted…lo siento tanto… debes odiarme…

-         No te odio…

-         Deberías. Tendría que haberte llevado al médico nada más verte llegar todo golpeado, y nada de esto habría pasado. Tendría que haberte llevado cuando te desmayaste.  …tendría…tendría que haber estado aquí contigo todo el rato…

Le rocé la cara con el dorso de la mano y noté sus mejillas húmedas. Me sentí idiota por haberme enfadado con él.

-         No podías hacer otra cosa. Y tú no sabías lo que iba a pasar. Nadie lo sabía. Yo no me encontraba tan mal… sólo me dolía la cabeza…y el labio…

-         Fui un estúpido. Un estúpido inconsciente…y…jamás… jamás debí castigarte… debí estar más atento para que no te fueras, en primer lugar… y jamás debí castigarte…. No después de que esos chicos…..

Papá dejó la frase incompleta y yo busqué a Holly con la mirada, muy incómodo porque papá hablara de castigos delante de ella. Pero Holly ya no estaba, sino que nos miraba desde el otro lado de la puerta de cristal. Había salido con sigilo en algún momento, dándonos un poco de intimidad.

-         Tú no tienes la culpa… nada de lo que tú hicieras o dejaras de hacer tiene que ver con lo que me ha pasado… - murmuré.

-         Debería ser yo el que te estuviera reconfortando a ti y no al revés… Ven aquí….Me asusté tanto… - dijo papá, y levantó mi espalda para abrazarme. Tocó con mucho cuidado las vendas de mi cabeza, con miedo a hacerme daño. - ¿Te duele?

-         No… Debo estar lleno de calmantes…

-         Pequeño…  Me asusté tanto…

Papá no deshizo el abrazo, y no parecía capaz de hacerlo en un futuro próximo.

-         AIDAN´s POV –

Los hospitales son los únicos lugares donde el día y la noche no se diferencian. La gente se pone enferma o sufre un accidente a cualquier hora, y las urgencias siempre tienen gente. Aquél hospital no era una excepción: estaba abarrotado. Cuando llegué no supe bien a dónde dirigirme, pero al final fui a información y pregunté por mi hijo. Llamaron al médico que atendía su caso y solo pudo hablar conmigo unos segundos.

-         Su hijo ya ha despertado. Puede hablar y no parece tener alteraciones cerebrales.

El alivio que sentí sólo pudo compararse al que sentí cuando me dijeron que Zach y Harry no tenían SIDA. Pero me duró poco.

-         Sin embargo, hay algo que nos preocupa…aunque tiene sensibilidad en las piernas, no puede moverlas. Puede que se deba a…

Empezó a contarme teorías y me enteré de la mitad, porque aún estaba asimilando que mi hijo no podía caminar. Me abracé a la esperanza de que según el doctor podía ser reversible. Podía ser solo algo temporal.

Cuando se fue me tomé cinco minutos para asimilar la noticia. Para enfadarme a solas, y ser capaz de entrar con él estando tranquilo. Mi hijo… mi niño…. Era tan joven…

Entre donde me habían indicado y vi que Holly estaba con él. Me alegraba saber que al menos había tenido compañía, pero no dejaba de pensar en que Ted había tenido que enfrentarse a aquello solo. Sin mí. Jamás podría perdonármelo.

Holly nos dejó a solas para que pudiéramos hablar y cuando le abracé supe que no iba a soltarle en al menos media hora. Sentía que tenía que tener mucho cuidado con mis movimientos. Temía que al más mínimo roce le pudiera romper. Parecía tan frágil sobre esa cama…. Era horrible no poder hacer nada. ¿Y si nunca recuperaba la fuerza de sus piernas? Era demasiado joven para vivir en una silla de ruedas, ni siquiera podía plantearme esa posibilidad. Dios, todo había sido tan repentino… Aunque todo era repentino con él. También fue repentino el tenerle viviendo conmigo, cuando él sólo era un bebe de seis meses, y yo un mocoso que acababa de cumplir los veintiuno. Jamás podré olvidar esos días, porque conocí el cielo y el infierno al mismo tiempo.

Vivía en un pequeño apartamento con un solo dormitorio, pero eso no era problema porque el bebé podía estar conmigo en una cuna. Es más, seguramente fuera buena idea que estuviera en mi habitación, por si le pasaba algo durante la noche. El problema era que el apartamento no era lo único pequeño: mi sueldo también lo era, y pronto descubrí que los pañales y la comida de bebé no eran los productos más baratos del mercado. Quería darle lo mejor a mi hermanito, y por eso tuve la brillante idea de pedir un aumento de sueldo. La consecuencia fue que me despidieron del bar en el que estaba trabajando. No querían padres solteros que pudieran faltar al trabajo si su hijo se ponía enfermo. Debí de haberlo imaginado, si ese tipo había despedido a un compañero cuando se cogió una gripe…

-         En el fondo te estoy haciendo un favor, chico. No puedes mantener un crío con trabajos como este. Búscate algo decente, y la próxima vez usa un condón.

-         No es mi hijo, señor, es mi hermano.

-         Entonces llévalo con su padre. Si lo haces puedes venir y recuperar tu empleo. – me soltó. En ese momento juro que le hubiera dado un puñetazo, pero lo último que me faltaba era una denuncia por agresiones.

Aquello se volvió cada día más difícil. El bebé lloraba a cada segundo, y nunca sabía por qué. Mis tímpanos iban a reventar, la cabeza me latía en un dolor intenso que no había sentido ni en las peores resacas y una tarde llegué a mi límite cuando me cortaron la luz, y todo el apartamento quedó a oscuras. En ese momento sentí que necesitaba un trago desesperadamente, y me puse a buscar alcohol por toda la casa. No había una sola gota, claro. Me deshice de todo cuando tomé consciencia de que tenía que hacer un cambio en mi vida.

Esa tarde revolví todos los cajones, vacié todos los armarios y busqué por el suelo con la absurda idea de encontrar mágicamente un billete que me permitiera comprar una botella. Fue una suerte que ya no trabajara en el bar, o tal vez en ese momento lo habría asaltado. Siempre había sido una tentación, pero sabía que mi jefe se la podía jugar si pillaban bebiendo a un menor empleado suyo, por lo que trataba de dejarlo para cuando no estuviera en el trabajo. En Alcohólicos Anónimos tenía que mentir, porque si se enteraban de que trabajaba en un bar rodeado de alcohol pondrían el grito en el cielo. Pero ¿dónde iban a contratarme si no? En esos días había comprobado que nadie quiere contratar a un chico sin estudios y sin referencias.

Me volví medio loco, con rabia y con el mono. Volqué la mesa, di portazos, y el ruido hizo que el bebé llorara muy fuerte. Estaba tan mal en ese momento que su llanto ni me importó. En lo único que podía pensar era en lo mucho que necesitaba una copa. Por fin tenía veintiuno, por fin podía beber legalmente. No  pasaba nada por un trago. No hacía nada malo, nadie podría meterme en la cárcel ni multarme por tomar una cerveza con veintiuno…  Me clavé las uñas en el brazo porque a veces sentir dolor ayudaba algo a calmar la ansiedad. Cuando mi cuerpo quería beber me entraba taquicardia, y sudores y a veces distraerme ayudaba. Irónicamente sentía ganas de vomitar pese a estar sobrio…. Había sido mucho peor las primeras 48 horas. Entonces sí vomité. Lo llamaban síndrome de abstinencia, y se sentía peor que diez resacas juntas.

Un instinto más poderoso que yo me hizo reparar en que el bebé llevaba llorando más de media hora. No sé cómo, pero el alcohol empezó a ocupar un segundo lugar en mis pensamientos, y fui a ver a mi hermano, que lloraba en su cuna de puro miedo. Creo que también tenía hambre, pero no quedaba en la casa un maldito potito de los que tenía que comer. Tampoco había leche y era evidente que yo no podía darle el pecho. Ni siquiera eso podía hacer por él. Si hubiera sido mujer al menos hubiera podido asegurarme de que no se moría de hambre.

Le saqué de su cuna y paseé con él en brazos tratando de calmarle.

-         Ya sé… ya sé…ya sé bebé… shhh…

No le había puesto nombre aún. Sólo llevaba dos semanas conmigo. Las personas que se habían hecho cargo de él mientras me localizaban y se arreglaba todo para que pudiera venir conmigo, me sugirieron que le  pusiera el nombre del padre, pero antes muerto que llamarle como el hombre que había renunciado a él. Además, a Andrew nunca le había gustado su nombre y una parte de mí pensó que si algún día quería hacerse cargo de su hijo no le gustaría que yo le hubiera puesto un nombre así. Tampoco podía ponerle mi nombre porque éramos hermanos. Estaba bien que padre e hijo compartieran nombre, pero que lo hicieran dos hermanos era confuso y ni siquiera sabía si podía poner ese nombre en el libro de familia. De hecho no tenía ni idea de cómo coño rellenar el libro de familia, y sabía que tenía que hacerlo más pronto que tarde.

… No sabía cómo hacer nada. ¿Por qué había pensado que hacerme cargo de él era buena idea? Había ido a varios cursillos para padres primerizos, había leído cinco libros sobre cómo cuidar a un bebé y aun así seguía sin saber cómo se hacían la mitad de las cosas. No tenía a mi lado a alguien mayor que yo para explicarme los pasos a seguir, ni tampoco una pareja con quien compartir los problemas.

Respiré hondo, sabiendo que no podía dejar que el agobio pudiera conmigo. Recordé que el libro de familia ya estaba relleno, y que me lo habían dado cuando me dieron al niño. Sólo tenía que poner un nombre y llevarlo a no sé dónde a que lo firmaran y lo sellaran. En él figuraban Andrew Whitemore y Adele Jones como padres biológicos. Había sido expreso deseo de su madre que no le pusieran ningún nombre hasta encontrar una familia para él. Era lo último que había dicho antes de morir. Por desgracia la tal Adele no tenía familia, y por eso yo había sido la única opción  del bebé… La única, que no la mejor, porque ni siquiera tenía un trabajo decente. ¿Qué clase de futuro le iba a dar?

Esa noche fue una de las peores de mi vida. El niño lloraba porque tenía hambre y yo no tenía nada que darle, ni sabía cómo le iba a hacer porque dudaba que al día siguiente encontrara un trabajo por arte de magia, cuando llevaba  una semana buscando sin éxito. Presentarse a una entrevista con un bebé en brazos no suele dar muy buena impresión.

Para colmo ensució su último pañal y ahí sí que me sentí totalmente perdido. ¿Qué hacía? Tenía que sacárselo y limpiarle o se escocería, pero no tenía nada que ponerle después… ¿Si le ponía una tela a modo de pañal le haría daño? ¿Sería higiénico? De alguna forma tenían que hacerlo en la Edad Media ¿no? Finalmente decidí dejarle sin pañal, y si manchaba el pijama y las sábanas de la cuna pues ya las lavaría. Aunque se estuviera acabando el detergente. Aunque no hubiera luz con la que encender la maldita lavadora. Aunque no tuviera dinero para ir a una lavandería.

Mientras le observaba dormir me di cuenta de que no podíamos seguir así. Tenía que pagar facturas del médico, de las vacunas. Tenía que comprarle comida y pañales. Tenía que darle seguridad y estabilidad o de otra forma estaría mejor en un hogar de acogida que conmigo. Necesitaba un trabajo,  y lo necesitaba ya, pero ya lo había intentado todo…Todo salvo trabajos nocturnos. Cogí las llaves de casa y miré al bebé, sabiendo que no podía llevarle conmigo. No si de veras quería encontrar un trabajo… Pero dejarle solo era tan irresponsable…¿y si le pasaba algo en la noche? Me acerqué a la cuna y le di un beso en la frente.

-         Siento tanto no ser el hermano que te mereces… -  susurré, mojando su cara con algunas lágrimas que me traicionaron.

Me separé de él y salí por la puerta. Dejarle solo era  malo, pero no tener con qué darle de comer era peor.

Me recorrí las calles buscando los locales con luces encendidas. No vivía en un barrio especialmente malo, pero estaba lleno de discotecas y muchas de las personas que iban allí se drogaban. Había un motivo por el cual aun no había intentado lo de los trabajos nocturnos, aparte de que me complicaba un poco el asunto con el bebé: permanecer sobrio de noche era mucho más difícil que de día. Supe que si entraba en uno de esos lugares volvería a recaer. Solo llevaba tres semanas sobrio, y los pocos días que había durado en el bar habían sido una prueba constante…No era el trabajo adecuado para mí en ese momento.

Entonces, en una de esas señales que te da la vida, un chico que salía de uno de esos locales me vomitó en los pies. Lo tomé como una señal de que no debía entrar ahí, y volví con mi hermano. Estaba sudando para cuando entré en casa, y las manos me temblaban. De haber tenido dinero en ese momento, habría entrado en ese lugar para vaciar las botellas de licores. Lo supe, y aquello me asustó.

Tenía que hacer las cosas bien. Tenía que buscar algo mejor, para él, para mí, para ambos.   Le saqué de la cuna y me senté en el sofá sin que se despertara. Me había acostumbrado a hacer eso.  Dormía mejor con él en brazos, sobretodo en noches como aquella.

Al día siguiente, me despertó el ruido de alguien llamando a mi puerta frenéticamente. Me froté los ojos, dejé al bebé en la cuna, y fui a abrir. Era mi casero, y estaba muy alterado. Hacía tres días que tenía que pagarle el alquiler, pero no estaba tan enfadado por eso. No era un gran retraso. Estaba enfadado porque los vecinos se habían quejado de los ruidos del bebé, y porque él había alquilado el piso a un hombre soltero, no a un tipo con un crío. Me acusaba de haberle engañado, y cuando vio el destrozo que había hecho la noche anterior –la mesa seguía por el suelo ya que no me había molestado en recogerla- montó en cólera y hasta amenazó con denunciarme. No había llegado a romper nada, así que no lo hizo, pero si me dijo que me daba dos días para abandonar la casa. Rompió nuestro contrato y me dejó, literalmente, en la calle. Con un bebé. No recuerdo si le llamé hijo de puta, pero si no lo hice me quedé con las ganas.

No entendía por qué todo me salía mal.  Sólo estaba intentando hacer lo correcto… Sólo quería encargarme de mi hermano… ¿Qué iba a hacer a partir de entonces? ¿Dormir en el coche? Si ya me costaba encontrar un trabajo directamente sería imposible si me convertía en un sin techo. Nadie contrataba a un hombre sin domicilio. Necesitaba ayuda. Necesitaba ayuda porque estaba desbordado, me iba a dar un ataque, y mi hermano necesitaba comer. En un impulso, le cogí en brazos tomé las llaves del coche y me dirigí a casa de Andrew.

Por las mañanas, mi padre trabajaba. Nunca supe de qué, pero salía de casa vestido con ropa más o menos elegante y no volvía hasta bien entrada la tarde. Con suerte, sin embargo, le pillaría antes de que se fuera. Aún era temprano. Comprobé con alivio que su coche aún estaba en la puerta.

Volver a esa casa siempre era complicado emocionalmente y más en esa ocasión en la que iba poco menos que a mendigar su ayuda. Pero el orgullo, el miedo y el dolor no tenían cabida cuando se trataba de poder alimentar a mi hermano. Bajé del coche con el crío en brazos, y llamé al timbre.

Andrew se sorprendió mucho de verme pero sobretodo se enfocó en el bebé. Creo que nunca había visto a su propio hijo. Yo había hablado con él para que se hiciera cargo, pero él no quiso saber nada del tema, y sé que jamás fue a visitarle al centro donde se lo llevaron al morir su madre.

-         ¿Es…es mi…? –balbuceó, a modo de saludo.

-         Es tu hijo.

-         Es negro.

-         ….su madre también lo era. – repliqué. Él sabía quién era Adele. No podía estar tan borracho cuando se acostó con ella como para no recordarla…

-         No me refiero a eso. Me refiero a que es más negro de lo que imaginaba. Pensé que se parecería un poco más a mí. Nadie diría que es hijo mío.

Andrew no era racista. Solo estaba manifestando su extrañeza. Me obligué a no enfadarme, porque no había ido allí a pelear.

-         ¿Qué haces aquí? – me preguntó sin rodeos. Se sentía amenazado porque me hubiera presentado con el bebé.

-         Yo también te hecho de menos, padre – respondí con sarcasmo.

-         Yo a ti no. ¿Qué haces aquí?

Me  sorprendió que sus ataques me siguieran doliendo. Ya tendría que estar acostumbrado a sus palabras duras.

-         Me han… me han despedido… el bebé lleva un día sin comer nada… y no me quedan pañales…todo lo que tengo son cinco dólares y… tengo que encontrar un trabajo nuevo. Pero no puedo dejarle solo… necesito... necesito…

-         Necesitas un empleo, lo pillo. Arréglatelas. – me cortó, y cerró la puerta. Reaccioné el tiempo de poner el pie antes de que se cerrara del todo.

-         ¡Eso intento! ¡Pero no puedo cuidar de él mientras trabajo, no funcionará! Nadie me contratará si tengo que llevar al bebé al trabajo.

-         ¿Y qué quieres que yo le haga?

-         ¿Qué qué….? ¡ES TU HIJO! ¡Es tu hijo, maldita sea! Te estoy pidiendo ayuda. No, no te la estoy pidiendo, te la estoy suplicando. Te estoy rogando que me eches una mano antes de que me vuelva loco o me pegue un tiro o me le quiten los servicios sociales.

-         Eso debiste pensarlo antes de hacerte cargo de un bebé. Te dije que no podrías. Cuando viniste aquí a decirme que  te harías cargo de él, te advertí de que sería demasiado. Y ¿qué me dijiste entonces? “Si un tipo como tú pudo hacerlo entonces no será tan difícil” – me recordó.

-         Lo siento… lo siento por eso… lo siento por todo… Haré lo que me pidas, papá, lo que sea. Haré cualquier cosa. Me han echado del piso, no tengo trabajo y no tengo dinero. No sé que va a pasar con mi vida y si tú no me ayudas yo…yo… - empecé a llorar como nunca lo había hecho, humillado por hacerlo delante de él -... Te pido disculpas por todo lo que haya podido hacer para ofenderte….te pido disculpas por esas palabras y  hasta te pido disculpas por haber nacido y haberte arruinado la vida…. Te agradezco todo lo que hiciste por mí y te admiro por haber podido tu sólo cuando solo tenías dieciséis años. Fuiste mejor hombre de lo que yo soy, pero…pero…por favor, papá…por favor…

-         Si fuera tu hijo, quizá te ayudaría. Pero decidiste hacerte cargo de él cuando no te correspondía. Lo mejor que podía pasar es que te lo quiten. Jamás debisteis conoceros. Sigue con tu vida y deja que otra persona se encargue de él. Si esa maldita mujer hubiera accedido al abor…

-         ¡NO! ¡NO, ESO NO! – le interrumpí. No conocía a Adele, pero estaba en deuda con ella por no haber cedido a las presiones de mi padre, y no haber abortado. Andrew había estado dispuesto a pagar lo que hiciera falta por llevarla a algún sitio donde la permitieran  interrumpir un embarazo avanzado. Solo de pensarlo me daban ganas de vomitar. Odié a mi padre con todas mis fuerzas por eso. Le odié mucho, y me pregunté si a mí también me había querido abortar.   De alguna forma supe que el bebé y yo nos llevábamos tantos años de diferencia porque en el medio había…. Había abortado a quién sabe cuantos niños más. Me puse como objetivo en la vida el lograr que eso nunca volviera a pasar. No iba a dejar que matara a mis hermanos.

-         Hubiera sido lo mejor para todos.

-          ¡Es mi hermano! No me le quitarán…no… eso jamás… no dejaré que le lleven a un orfanato… le cuidaré…daré con la manera….

-         Asúmelo, Aidan. No puedes. Ya está. Se término.

Cerré los ojos con fuerza, para obligar a mis lágrimas a que dejaran de salir. No podía derrumbarme. No podía rendirme. Rendirme no era una opción. Ya sabía que Andrew podía decirme que no. Tenía que seguir buscando alternativas, porque dijera lo que él dijera aquello no había terminado. Jamás iba a terminar. El bebé estaría conmigo para siempre y nada ni nadie me separarían nunca de él.

-         Algún día…. Algún día el mundo será justo y la gente como tú pagará por sus errores. – le solté, y me di media vuelta, caminando aceleradamente hasta mi coche.

Me metí dentro y coloqué a Ted en la silla para bebés. Apoyé los brazos en el volante y la cabeza sobre ellos. Me miré la muñeca. Ese reloj… ¿Cuánto podría valer? ¿Y mi cadena? La cadena era  de oro…

“Era de tu madre, Aidan. Es lo único que tienes de ella.”

“Le daré un buen uso, entonces”, pensé, y conduje rumbo a una casa de empeño.

 Me dieron cuatrocientos dólares por el reloj, la cadena, y mis gafas de sol. Utilicé cincuenta para comprar pañales y comida para el bebé. Con el resto llené el depósito de gasolina del coche, y aun me sobraron cien que guardé para emergencias. 

Fui a casa a por algo de ropa y di de comer a mi hermano antes de emprender el viaje. Le observé mientras bebía el biberón y me sonreía.

-         Juro solemnemente que nos sacaré adelante, enano. Aún no sé cómo, pero te prometo que lo haré.

Después de comer se quedó dormido. Me daba mucha paz verle dormir, así que le observé un rato antes de arrancar el coche. Iba a ser un viaje largo, porque el camino hasta  Ohio en coche llevaba más de un día.

Conduje durante muchas horas, parando cuando sentía que me dormía o cuando tenía que cambiar al bebé. Le puse música suavecita así que se pasó la mayor parte del viaje dormido. Cuando se hizo de noche aparqué el coche  y me dormí ahí mismo, para continuar por la mañana. Finalmente, vi el cartel “Bienvenidos a Ohio”  y suspiré aliviado. No recordaba el camino hasta la casa de mis abuelos, así que me detuve a preguntar.

Sabía que ir allí era una locura. La última vez que había visto a Joseph me golpeó hasta hacerme sangrar, y no sabía si iba a ser capaz de verle sin morirme de miedo o de rabia. Pero no me quedaba otra opción.  Era el único vínculo familiar que yo tenía además de Andrew. Durante el viaje había pensado en  lo que les iba a decir y ya lo tenía más o menos claro. En cuanto averigüé cómo llegar, empezaron a entrarme los nervios, pero estaba decidido. No tenías más opciones. Era o eso o nada.

Aparqué el coche en aquella finca y todo era tal como lo recordaba. Seguía habiendo caballos y todo tenía como un color rojizo. Saqué al bebé de su sillita  pero no salí del coche en un buen rato.

-         Tu hermanito esta loco, enano. Loco de remate. – le dije. Le di un beso, y finalmente me animé a salir.

Caminé hacia la puerta y golpeé con los nudillos. Luego reparé en el timbre y llamé también.

Hubiera esperado que saliera  mi abuela a abrirme. Me sentía más capaz de hablar con ella, al menos en primera instancia. Pero ni en eso iba a tener suerte, porque el primero fue Joseph. Hacía siete años que no nos veíamos y yo me había convertido en un hombre, pero me parecía mucho a mi padre y a él mismo, así que me reconoció.

-         ¿Aidan?

-         Sí, señor. Y él… él es... bueno, es un bebé. – respondí, y quise golpearme. ¿Qué clase de presentación era esa?

-         ¿Es tu hijo?

Dudé unos instantes. ¿Qué respuesta le haría sentirse más inclinado a ayudarme? Luego me dije que no podía empezar con mentiras.

-         No, no señor, es…es de Andrew…es mi hermano. Pero…le estoy cuidando yo.

-         ¿Te estás haciendo cargo tú de él? – me preguntó.

Asentí, y estreché un poco al niño contra mí, en un gesto involuntario. Joseph no le había dedicado una sola mirada, y eso me daba mala espina.

-         Pero qué capullo irresponsable tengo por hijo… - murmuró. Interiormente le di la razón.

-         Señor, yo… no me voy a andar con rodeos… He hecho un viaje muy largo y…y fue con un motivo… Yo…. no tengo trabajo, no tengo casa y no tengo dinero. Sé que usted no tiene ninguna obligación de ayudarme pero… pensé que… pensé que le gustaría conocer a su nieto…y…y yo podría…mmm….estuve pensando que…que tal, vez…. Pudiera trabajar aquí….para usted….un tiempo.

Joseph me miró fijamente sin decir nada durante varios segundos. Me ponía nervioso su frialdad y su estoicismo, pero aguanté, esperando una respuesta.

-         ¿Qué sabes hacer? – me preguntó.

No pude evitar que una sonrisa se adueñara de mi rostro. Llevaba días sin sonreír.

-         Pues…. Limpiar, cocinar…lo que usted me diga….

-         Eres un hombre, no una chacha. No quiero una chica de servicio. Quiero un chico del establo.

Tan borde y machista….”Muérdete la lengua, Aidan, muérdete la lengua

-         Está bien, señor, lo que sea. Aprendo rápido y…

-         Tienes buenas espaldas, como tu padre. Eres fuerte. Necesito un hombre, no un crío. Tienes que ser responsable. Tendrás que levantarte a las cinco de la mañana todos los días.

-         Lo haré, señor, eso no será problema.

-         Y supongo que tendrás que vivir aquí, al menos hasta que consigas algo. De todas formas creo que será mejor que te quedes. Mi mujer podrá cuidar del niño mientras tu trabajas.

Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero eran de alegría.

-         Gracias…. Gracias….yo….

- No me lo agradezcas. Trabaja bien, y no será un favor, sino un contrato. El primer mes servirá para tenerte de prueba, y pagar tu manutención y la del niño. Después te pagaré quinientos dólares mensuales. Si eres listo y los ahorras podrás prosperar.

- Le prometo que no se arrepentirá…

-         Eso espero. Pasa, llegaste a tiempo para la comida.

Bastante cohibido, crucé el umbral de la puerta con el niño en brazos, sintiendo que ya no había vuelta atrás. Joseph me pidió que esperara en el salón mientras le explicaba la situación a su mujer, y yo me senté en el sofá, sujetando al bebé sobre mis piernas.

-         Parece que todo va bien, peque. Tal vez tengamos suerte por fin. – le dije. A veces hacía eso, lo de hablarle como si pudiera entenderme.

Les escuché discutir un poco. Me pregunté si acaso mi abuela no me quería allí, pero hablaban en voz baja así que no pude escuchar nada. Tras unos minutos los dos vinieron al salón y yo inmediatamente me puse de pie, nervioso.

-         ¡Aidan!

Mi abuela había envejecido mucho. Joseph también, pero Marie parecía realmente una mujer muy mayor. Traté de recordar la edad que tenía. Papá no me lo había dicho nunca, pero si rondaba los sesenta la primera ven que estuve allí, ahora tendría que tener cerca de setenta. Parecía muy frágil. Yo era mucho más alto que ella y hubiera jurado que podía levantarla con un solo brazo. Por eso tuve cuidado cuando se acercó a abrazarme, porque tuve la sensación de que si apretaba podía romperla.

-         Ho…hola.

-         Cuánto me alegra que estés aquí. ¿Y esté bebe quién es, eh? ¿Quién eres tú? – preguntó con voz agua, haciéndole cosquillas al niño. El bebé soltó un gorgorito que automáticamente me hizo sonreír.

-         Aún…aún no le puse nombre…

-         ¡Pero si ya está muy grande! Tendrá casi un año ¿no?

-         Sí… pero… lleva conmigo solo dos semanas. Me costó más de cuatro meses arreglar las cosas para….tenerle.

-         Oh. Bueno, tienes que pensar un nombre. Una cosita tan mona necesita un nombre ¿verdad que sí?

Aquella situación era muy rara para mí. Ver a mi abuela en modo amoroso con el bebé era contradictorio con el último recuerdo que tenía de aquella casa. Si bien Marie nunca me había hecho nada, no impidió que Joseph me lo hiciera.

-         Yo… gracias por…por ayudarme… realmente no sabía qué hacer.

-         Eres nuestro nieto, cariño. Claro que vamos a ayudarte. Has tenido que pasarlo muy mal… Ven ¿quieres comer algo? Hice lasaña ¿te gusta?

Cualquier cosa me hubiera gustado en ese momento, con el hambre que tenía. Asentí y la seguía hasta la cocina, donde la mesa estaba puesta y sus platos a medio comer. Me hico un hueco y me sirvió un plato.

-         Mm… no hay una sillita para el nene. Tendrá que valer con la del coche por ahora. Joseph, ¿por qué no vas a por ella?

El bebé no podía sentarse en una silla normal, claro. Mi abuelo me pidió las llaves del coche para ir a por la silla y por un segundo me sentí… me sentí en familia, como no me había sentido nunca. Mi abuela me llenaba el plato mientras insistía en que estaba muy delgado… No era muy diferente de lo que pasaba en las familias normales ¿verdad?

Mis abuelos me dieron una habitación, pero no fue la que tuve cuando niño. Joseph dijo que era su empleado, por lo que debía dormir en una anexo, en una casa que habían habilitado para un chico del establo que tuvieron hace mucho. Mi abuela trató de hacerle cambiar de opinión, insistiendo en que yo era de la familia, pero la detuve.

-         Está bien así, lo entiendo. No es caridad, es un puesto de trabajo, y me parece justo ser tratado como un empleado. Tengo que ganarme esto. Me da igual dormir en un sitio o en otro, siempre será mejor que dormir en el coche.

Me sentiría más cómodo allí, en verdad. Tendría más intimidad y haría todo aquello más llevadero. Lo único que me ponía un poco nervioso era que la habitación tenía un cerrojo por fuera, pero tenía aspecto de que nadie lo usaba en mucho tiempo. Aun así, odiaba sentirme encerrado, pero me sentí mucho más tranquilo al ver que la ventana era grande y la habitación estaba a ras de suelo. A unas malas podía escapar por ahí. Instalé al bebé en el que iba a ser nuestro cuarto y miré por la ventana. En realidad no sabía hasta dónde llegaba el terreno de Joseph. No sabía cuántas hectáreas abarcaba, pero algo me decía que todo lo que estaba viendo a través del cristal era suyo.

Empezaría a trabajar al día siguiente, así que básicamente no tenía nada que hacer, por lo que me ofrecí a lavar los platos y ayudé a Marie en todo lo que tenía que hacer.  Tras un rato hablando de trivialidades sentí que ganábamos un poquitito de confianza, así que la pregunté que por qué no contrataban a alguien que la ayudara en casa. A cocinar, y todo eso. No parecían tener problemas de dinero y aquella era una casa y un terreno muy grande para que lo mantuvieran dos personas mayores. Ella me respondió que a Joseph no le gustaba tener extraños en la casa. Que en parte por eso me había contratado a mí:  hacía tiempo que andaba necesitando un chico joven y yo le vine caído del cielo.

-         Bueno, me alegra ser de alguna utilidad. – respondí.
Tenía que esforzarme un poco por olvidar lo que Joseph me había hecho y el rencor que le guardaba. En mi mente intentaba hacer como que no había pasado nada, y si hacía eso mis abuelos no parecían malas personas. Eran los únicos que me habían echado una mano en aquella situación.

El trabajo resultó ser más pesado de lo que había imaginado. Debía levantarme antes de las cinco, en realidad, porque a las cinco tenía que estar ya trabajando. Tenía que recoger los huevos de las gallinas, limpiar los establos, cepillar a los caballos, darles de comer y trabajar en una  valla enorme que Joseph quería construir bastante lejos de donde quedaba la casa. Por lo visto hacía poco había adquirido unos terrenos anexos a los suyos y quería delimitar su propiedad con postes  y alambradas. Cavar el suelo para poner cada poste fue un trabajo de veras duro teniendo en cuenta que en total tenía que poner más de dos mil quinientos, pero a decir verdad no era nada desagradable. Pasaba mucho calor trabajando al sol, pero de alguna forma me descargaba y me daba paz. Y me gustaba cuidar de los animales, en especial de los caballos.

Al principio sentía una especie de inquietud cuando cogía las herramientas y me alejaba de la casa para trabajar en la valla, porque me tenía que separar del bebé. Pero Marie se quedaba con él y comprobé que sabía lo que hacía.  Le compró una cuna y algunas cosas de bebé y realmente sentí que ella y yo conectábamos. Siempre se ocupaba de tenerme un vaso de limonada preparado cuando volvía de trabajar y ejercía de abuela preocupada cuando me veía trabajar sin camiseta y sin sombrero, regañándome porque podía coger una insolación. Pronto sentí como si nos conociéramos de toda la vida.

Con Joseph las cosas no iban tan fluidas. Él no hablaba mucho y casi siempre era para darme órdenes. Le gustaba especialmente mandarme una tarea nueva cuando aún no había terminado la anterior. Ya llevaba dos semanas viviendo con ellos y no había habido ningún tipo de acercamiento o de palabra amable por su parte.

-         Ese poste no esta recto, chico. Tienes que cavar un poco más. Y date prisa con eso, que creo que la yegua blanca va a parir hoy y  el veterinario necesitará que le eches una mano.

El poste estaba condenadamente perfecto, pero lo saqué y volví a cavar sin decir nada. Después caminé hasta el establo donde efectivamente la yegua estaba en trabajo de parto. En realidad el veterinario no necesitaba mi ayuda para nada y me sentí privilegiado de estar allí presenciando el milagro de la vida. Al menos hasta que el milagro comenzó y vi que realmente era algo asqueroso. Pero entonces nació el potrillo, y  me fascinó la rapidez con la que fue capaz de ponerse de pie, aunque en precario equilibrio.  Sus movimientos torpes daban mucha ternura…

-         ¡Aidan!  ¿Qué haces ahí sin hacer nada? Los postes no van a ponerse solos  y hoy además tienes que limpiar el gallinero.

Creo que a Joseph le molestaba verme relajado, o algo. Salí del establo y continué  trabajando en la  valla a pesar de que tenía muchas agujetas en los brazos.  Colocar los postes era algo bastante mecánico. Ahuecar la tierra, clavar el poste, colocar el poste, golpear el poste hasta hincarlo en el suelo. Repetir la operación.  Encajar dos maderos horizontales. Pesaba un copón, pero más allá de eso no era difícil.

-         ¿Has hecho tú ese pilón de madera para el agua? – me preguntó Joseph, cuando vino a ver cómo iba dos horas después.

-         Sí, señor.

-         Está bastante bien. El otro había empezado a romperse.

Guau. Vaya. Joseph Whitemore me estaba felicitando. ¿Alguien podía grabarlo? Sonreí un poco sin levantar la vista del poste que estaba colocando en ese momento.

-         Trabajas bien, chico. No eres perezoso. Nada mal para un señorito de ciudad.

Y otra vez. Igual era Navidad y no me había enterado.

-         No creo que se me pueda llamar “señorito”, señor. Es verdad que Andrew tiene bastante dinero, pero nunca he llevado esa clase de vida.

-         No, supongo que no. – repuso. – Ven. Entra en casa. Mañana seguirás con eso.

Recogí las herramientas y le seguí hasta el edificio, con todos mis músculos gritando de agradecimiento porque se hubiera terminado por ese día. La cena fue muy agradable. El bebé tomó su biberón encima  de mí y jugaba con las cosas de la mesa. Hacía tiempo que no le veía tan juguetón. Desde que habíamos llegado parecía muy cohibido, supuse que porque todo aquello era nuevo para él. Me alegró verle revolver todo con curiosidad, como correspondía a un bebe de su edad. En una de esas dio un tirón del mantel  e hizo que a Joseph se le cayera la comida encima. Yo me asusté por cómo pudiera reaccionar, pero él sólo sonrió y fue a limpiarse. Marie fue a por  una escoba para barrer lo que había caído al suelo.

-         Creo que esto está funcionando, enano. – le dije al bebé – Realmente creo que podemos ser felices aquí. Hasta juraría que empezamos a caerle bien… aunque tú casi la fastidias ahora. Ya sé, ya sé, no fue culpa tuya, peque. No pasa nada.

Aquella noche me acosté con una sensación de paz que no había sentido… bueno, nunca. Me sentía protegido. Sentía  que había alguien cuidando mis espaldas.  Tal vez, después de todo, si pudiera tener una familia.

Todo cambió al día siguiente. La mañana comenzó como cualquier otra. Me levanté temprano, me vestí, me preparé el desayuno, le di un beso al bebé que aún dormía en su cuna  y salí a trabajar cuando el sol apenas asomaba por el horizonte. Apenas había empezado cuando la pala se rompió, y fui a buscar a Joseph para ver si tenía una de repuesto. Temía que aún estuviera dormido, por eso entré sin hacer ruido. La casa estaba en bastante silencio, pero me pareció escuchar un tarareo suave. Busqué la fuente del sonido y  entendí que Marie debía de estar arrullando al bebé. Morí de ternura y me acerqué a ver.

Efectivamente, Marie estaba tarareando una canción mientras mecía algo, pero no era mi hermano. En sus brazos sólo había una almohada, pero ella se balanceaba y le cantaba como si estuviera viva. Me quedé congelado al entender que debía de padecer alguna enfermedad mental. No me había dado cuenta hasta entonces porque no había dado síntomas. Tal vez fuera una primera fase de Alzhéimer, o demencia senil… o… cualquier cosa.

Me acerqué a ella  despacio y sin movimientos bruscos, dispuesto a sacarle la almohada, y ella me miró con una sonrisa.

-         Vamos a dejar que el bebé se duerma ¿sí? – sugerí, con voz amable, y la saqué la almohada. – Seguro que está cansado.

-         Es un bebé precioso… tan blanquito…tan perfecto…

-         Sí, es muy bonito – respondí, con algo de lástima. Pobre mujer.

-         No es como el otro…el negro no es un color para un bebé…el negro es el color del hijo del diablo…

Jadeé. Una parte de mí sabía que no podía juzgarla por ese comentario, que no estaba en sus cabales, pero me preocupó ese sentimiento racista contra mi hermano. ¿Y si le hacía daño? ¡No podía seguir dejándole con ella! Estaba enferma…

Busqué a Joseph por toda la casa y le encontré poniéndose las botas. Me encaré con él dejando a un lado el  excesivo respeto con el que le había estado tratando.

-         ¿Por qué no me dijiste que estaba enferma? – demandé.

-         ¿Qué?

-         Marie. ¿Por qué no me dijiste que la pasaba algo? La he estado dejando con el bebé.

-         ¿Qué es lo que ha pasado? – preguntó, sin perder la calma.

-         Me la he encontrado como en la típica película de terror antes de que mueran todos. Sólo faltaba la niña tétrica. Le estaba cantando a una almohada, y luego ha dicho no sé qué de que mi hermano es negro…

-         Bueno, lo es ¿no?

-         ¿Y eso qué corchos tiene que ver? ¿Qué es lo que tiene? ¿Qué la pasa a Marie?

-         A veces se disipa un poco, nada más.

-         ¿Se disipa un poco? ¡Esa es una curiosa forma de decirlo! ¿No la has llevado al médico? ¡Estas cosas, cuanto antes se traten, mejor!

-         ¡No la pasa nada! – rugió. El brillo de sus ojos me pareció algo peligroso así que retrocedí un poco instintivamente. Muy dentro de mí seguía teniendo miedo de ese hombre.

Pensé en mi abuela, en cómo en esos días me había sentido algo más cerca de ella y en el hecho de que ahora les debía mucho a ella y a mi abuelo. Ella necesitaba ayuda,  así que lo correcto era llamar a un médico. Caminé hasta el teléfono y Joseph me siguió. Abrí la guía telefónica buscando algún tipo de centro médico.

-         ¿Qué haces?

-         Llamo a un hospital. Necesita ayuda.

-         ¡Te he dicho que no la pasa nada!

-         ¡Puede tener Alzhéimer!

-         Lleva así más de veinte años, chico, no sabes lo que estás diciendo.

-         ¿Me estás diciendo que tiene estas…fugas… desde hace años, y tú no hiciste nada? ¿Le estaba cantando a una almohada, entiendes? Como si fuera un bebé. No puedo dejarla con mi hermano si no sé que…

-         Así que eso es lo que te preocupa – me cortó. – Siempre he sabido que eras un egoísta desagradecido.

-         ¿Qué? ¡Lo estoy haciendo por vosotros! Es evidente que también quiero proteger a mi hermano, pero…

-         ¡Pues no te molestes porque no tienes nada de qué protegerle! ¡Os quiero fuera de esta casa ahora mismo!

Me quedé muy quieto con el teléfono en la mano. Luego suspiré, y cerré los ojos. Bueno, se había terminado. Al menos había tenido unas semanas de tranquilidad.

-         Está bien. Pero aún así voy a llamar. Porque no, mi hermano no es lo único que me preocupa. También me preocupo por ella, y empiezo a pensar que más que tú.

No lo vi venir. Me concentré en la guía buscando un número, y entonces Joseph me giró bruscamente y me dio un puñetazo. Pegaba fuerte para un hombre que debía sacarme cerca de cincuenta años.

Mi primer instinto fue devolvérselo, pero no iba a golpear a una persona mayor, y mucho menos a mi abuelo. Tal vez no tuviéramos la mejor de las relaciones, pero había como un imperativo moral que me decía que pegar a un padre, o a un abuelo, era de los actos más ruines que podía hacer un hombre.

El problema fue que él no  había quedado satisfecho, y siguió golpeándome. A pesar de que paré varios de sus golpes, hacía daño, por lo que al final tuve que empujarle para  apartarle un poco. Tal vez empleé demasiada fuerza porque le empotré contra la pared. Me miró con más ira de la que he visto nunca en los ojos de una persona, y se llevó las manos a la cintura.

-         No vas a hacer eso. – me sorprendió la calma con la que hablé. – No me quieres aquí, lo he entendido. Pero voy a asegurarme de que mi abuela esté bien antes de irme.

Joseph terminó de desabrocharse el cinturón, y me dije a mí mismo que no podía tenerle miedo a un trozo de cuero.

-         Cálmate. No he hecho nada. No puedes hacer eso, ya no soy un niño y ante todo soy un ser humano. No puedes emprenderla a golpes cada vez que te cabreas. Respira hondo, y siéntate. Vamos a hablar esto y verás que tengo razón, y la abuela…

-         ¡No vas a decirme lo que tengo que hacer en mi propia casa!

Joseph levantó esa cosa y la bajó muy rápido, pero como estaba lejos solo chasqueó  contra el suelo en un sonido que me heló la sangre de las venas. ¿Cómo era posible que tuviera miedo de él, cuando  su edad le hacía menos fuerte que yo?

-         ¡Sólo trato de ayudaros! ¿Es que no lo ves?

-         ¡No necesitamos tu ayuda! ¡Eres tú el que necesita la nuestra y por eso viniste aquí con ese bastardo!

-         ¡Cuidado en cómo te refieres a él, que no tiene culpa de nada!

-         ¡Sal ahora mismo de esta casa! – me rugió.

Volé de la habitación, sintiéndome como un cobarde pero estaba totalmente acojonado.  Fui al anexo en el cual dormía, cerré el pestillo, cogí al niño y empecé a hacer la maleta a todo correr. Apenas había empezado cuando Joseph aporreó la puerta.

-         ¡Estoy haciendo la maleta! Ya nos vamos ¿de acuerdo? ¡Nos vamos ya!

Terminé de guardar las prendas sin doblarla sin nada y me quedé escuchando, nervioso y asustado por lo que pudiera encontrar al otro lado si abría la puerta.  Estuve así unos minutos, sin atreverme a salir, pero entonces escuché un ruido fuerte. Estaba golpeando la puerta con algo, creo que tratando de forzarla. 

-         ¡Esto es una locura, Joseph, no hice nada para que te pongas así!

No obtuve ninguna respuesta, porque en ese momento las bisagras, que estaban bastante viejas de todas formas, cedieron y la puerta cayó dejándole vía libre para acercarse a mí.

Se me aceleró el corazón, y a punto estuvo de salírseme por la boca. Instintivamente abracé al bebé en ademán protector.

-         ¿Así es cómo me pagas el haberte dado un techo, un trabajo y comida? – bramó.

-         ¡No pretendía ofenderte! Por favor, Joseph, cálmate… - supliqué, pero fue en vano. Estaba tan fuera de sí como la última vez que estuve allí. Observé sus movimientos y solo tuve tiempo de tapar mejor al bebé  cuando esa cosa me golpeó. ¿En serio iba a pegarme con el niño en brazos?

Joseph levantó el cinturón una y otra vez, dejándolo caer con toda su fuerza indiscriminadamente sobre cualquier parte de mi cuerpo. Dolía bastante, pero era algo que podía soportar. No era tan doloroso como lo recordaba, quizá porque yo ya no era un niño de trece años.

Lo que no hubiera podido soportar era que lastimara al bebé. En una de esas agarré el cinturón y me lo enrollé en el brazo, tirando de él para intentar sacárselo, aunque sin éxito. Los dos tiramos con fuerza y la presión me hacía daño en la muñeca.

-         ¡Tengo a un bebé en brazos maldito hijo de puta!

Ocurrió muy rápido. Joseph agarró a mi hermano con un movimiento brusco, y tiró de él. Al principio le retuve pero luego temí que le dislocáramos un brazo, así que le solté. Joseph le agarraba de una forma extraña, con un solo brazo porque en la otra mano sostenía el cinturón. Comprendí entonces que sólo estaba alejando al niño de mí porque me había escuchado y me relajé un poco, pero volví a asustarme al ver que no le estaba dejando respirar. Estaba apretando mucho, muy cerca de la garganta del bebé, que por supuesto había empezado a llorar. Joseph ni siquiera parecía consciente de la forma en que lo estaba agarrando, cegado por la ira.

-         ¡Le haces daño! ¡Le estás haciendo daño!

Me abalancé sobre él para quitarle  al niño pero Joseph sólo lo agarró mas fuerte. Me asusté al ver que el bebé tosía y entré en algo así como histeria cuando dejó de emitir sonidos, llorando sin ruido porque no tenía aire. Solo entonces Joseph se dio cuenta de que algo no iba bien y puso al niño frente a él para mirarlo.

-         ¡Casi le matas! ¡Eres un animal y un cabrón!

Cogí al bebé y le examiné. No respiraba. ¿Por qué no respiraba? Estaba consciente, pero con una mueca de dolor y los ojos muy abiertos, luchando por llenar los pulmones. Creo que se había lastimado el cuello o la garganta por el agarre de Joseph.

En ese momento cualquier miedo que hubiera podido sentir hacia ese hombre se transformó en puro rechazo hacia su persona y en miedo por la salud del bebé. Le había insultado, sin embargo, y varias veces, y por supuesto Joseph no lo iba a dejar pasar. Fue su turno de empujarme contra la pared, y el bebé se me cayó de las manos. El tiempo se detuvo hasta que vi que caía sobre el colchón de la cama.

Eso no estaba bien. No podíamos pelearnos así con un bebé de por medio. Un bebé que todavía no respiraba. Traté de levantarme e ir con él, pero Joseph no me dejó.

-         ¡Tengo que ayudarle! Luego me harás lo que quieras pero tiene… tiene que respirar…

-         Un negro menos en el mundo no supondrá ningún problema.

Ese fue el momento exacto en el que mi cerebro decidió que le sudaba que fuéramos familia. Con toda la fuerza de mis piernas, le di una patada a Joseph, le tiré al suelo y cogí al bebé. Salí corriendo de aquella habitación y eché el cerrojo externo. Alguna vez me había preguntado por qué todas las habitaciones de aquella casa tenían un cerrojo por fuera.  Había tratado de no pensar mucho en el tema porque una parte de mí creyó que los habían puesto para encerrar a Andrew de niño, igual que él me encerraba a mí en un armario. De pronto pensé que era Andrew el que debía de haberlos puesto, para encerrar a sus padres. Por eso había sabido qué hacer cuando me golpeó aquella vez siendo niño.

Jadeé y llamé por teléfono a una ambulancia antes de salir de aquella casa de locos. Esperé en el porche a que vinieran, llorando como un histérico ante el temor de que fuera tarde para el bebé. Aunque les dije que mis abuelos estaban enfermos, sabía que ya era demasiado tarde para ellos.

El bebé pasó las siguientes 48 horas en un hospital, y yo con él. No tuvo secuelas, y creció hasta convertirse en el hombrecito que de diecisiete años que volvía a estar sobre la cama de un hospital. Lo que le pasó de bebé fue culpa mía, por llevarle a aquella casa. Y si nunca podía andar otra vez, sería culpa mía también, por no haber sabido protegerle como era mi deber hacerlo.

Había veces en que no podía evitar recordar las palabras de Andrew, resonando en mi cerebro: “Te dije que no podrías”.

- ALEJANDRO´s POV-

Puta alarma. ¿Quién tuvo la brillante idea de incluir una alarma en los móviles? ¿Cómo algo que tenía internet y aplicaciones chulas podía tener también ese invento del diablo?
Estiré el brazo para coger el móvil,  desactivar al alarma y dormir un poco más, pero alguien me lo impidió, agarrándome del brazo. Abrí los ojos y vi a Michael, que me miraba con una especie de sonrisa  burlona.

-         Ah, ah, bella durmiente. Nada de dormir hasta las tantas hoy. Voy a necesitar tu ayuda.

Resoplé, y miré a mi alrededor. En el cuarto solo estábamos Mike, Cole, Kurt y yo, pero aquella noche habíamos dormido todos juntos, compartiendo cama y con colchones en el suelo. Nadie quería dormir solo después de todo lo que había pasado. El único que no se sumó fue Harry, que prefirió estar solo en su cuarto a tener que ver a Mike. Dylan se acopló a eso de las tres de la mañana y se adueñó de mi cama, y como el señorito no quiere dormir con nadie, Michael me hizo dormir a mí en uno de los colchones del suelo. Grr.

-         ¿Y no puedes apañártelas solo? No he dormido una mierda con tus ronquidos y  tanto crío dando patadas.

-         Disculpa, pero no era yo el que sonaba como si hubiera un elefante en la habitación. Vamos, vístete. Necesito que me eches un cable con el desayuno. Mucho me temo que mis dotes culinarias son bastante peores que las de Ted.

Bostecé, con pereza, y miré la hora. Eran las diez y media de la mañana.

-         ¿Papá no ha venido todavía?

-         Ha llamado hace un rato. Estaba a punto de salir del hospital, así que no tardará en venir.

-         Entonces que haga él el desayuno – gruñí.

-         Ha pasado la noche en la UCI, Alejandro, y él si que no habrá dormido nada. No seas idiota y ayúdale un poco.

-         ¡Vale, vale!… Empiezo a notar que compartes genes con Ted – farfullé. - ¿Papá ha dicho algo de él? ¿Cómo está?

La expresión de Michael se ensombreció un poco.

-         No, no ha dicho nada, y eso no me da buena espina. Sólo dijo que le habían hecho un par de pruebas a primera hora.

Nos miramos un par de segundo, compartiendo temores y preocupaciones. Los últimos en dormirnos aquella noche habíamos sido nosotros, después de consolar a alguno de los enanos. Nos venció el agotamiento, pero nos costó dormir porque entendimos que aquello parecía grave. El silencio de papá sobre el estado de Ted sólo lo confirmaba.

Me levanté de la cama y me  estiré un poco.


-         Será mejor que despertemos a los enanos. – le dije - ¿Los demás ya están?

-         Sí…  Zach está ayudando a Dylan porque el enano no me tiene ahora entre sus personas favoritas…. Oye…esto…¿tú y yo estamos… bien? – preguntó, frotándose un poco el brazo.

Ladeé la cabeza, porque mi yo adormilado casi se había olvidado de nuestra pelea.

-         Claro.

-         Tienes un moretón en el pómulo… - comentó.

-         Y tú una herida en la cabeza. Ya sabes: para otra vez, no seas tan gilipollas. – respondí, y me encogí de hombros. – No voy a dejar de hablarte ni nada porque nos demos un par de leches.  No podría hablarme con los gemelos, entonces.
Michael me sonrió y fue a despertar a Cole. El enano había dormido en la cama de Ted, abrazado a su almohada. Papá había estado muy ocupado  el día anterior y no le prestó mucha atención, pero el peque estaba hecho polvo.

-         Ey…Cole… vamos, enano, arriba. Hay que despertarse, renacuajo.

Cole parpadeó, sin lograr abrir los ojos del todo.

-         ¿Ted? – murmuró.

Michael puso una mueca de dolor, al entender que les había confundido, pero más dolorosa fue la expresión de Cole al despertar del todo y  recordar todo lo que había pasado.

-         No, soy su hermano mayor y mucho más atractivo – bromeó Michael, en un penoso intento de hacerle sonreír. – Vamos, enano, cambia esa cara. Ted me regañaría si ve que te tengo tan tristón.

La relación entre ellos dos era complicada. Todos sabíamos que no habían empezado con buen pie, pero aun así se notaba que a Michael le caía bien Cole. Tenía la edad perfecta para ser un hermano pequeño: ni demasiado crío, como Kurt, ni demasiado mayor y por tanto susceptible de ser un contrincante en una pelea como…bueno, como yo. Cole era alguien a quien proteger y con quien jugar sin tener que tener tanto cuidado como con los más pequeños.

-         He soñado… he soñado que no volvía.

Michael le dio una colleja suave, aprovechando que Cole ya se había sentado.

-         Pues muy mal. Te prohibo que sueñes eso. ¿Qué tonterías son esas, vamos a ver?  Nadie en esta casa tiene permiso para irse, y Ted mucho menos. Sólo se está tomando unas vacaciones.

-         … Se le llevó la ambulancia. – replicó Cole, como para decir “te estoy hablando en serio, así que respóndeme igual”.

-         Se pondrá bien, Cole. Aidan está con él y verás que antes de lo que imaginas le trae de vuelta a casa.

Deseé que Michael tuviera razón, y que no fueran solo palabras vacías para consolar al enano. Dejé de observarles y me puse a tratar de despertar a Kurt. Le agité un poco y abrió los ojos, pero se dio la vuelta enseguida. Me recordó tanto a mí que tuve que sonreír.

- Sí, sí, ya sé, enano, es una mierda. Yo también quiero dormir más, pero todos están levantados ya y si no vamos a desayunar empezarán a comerse unos a otros. Como te vean dormido serás el primero a quien se comerán.

Kurt no dio señales de haberme oído y se limitó a hacerse el dormido. Por lo general él no tenía problemas para despertarse, pero supuse que tendría el día perezoso o algo.

-         Vamos, Kurt. Ey, si bajas antes de que venga papá puedo hacerme el tonto y dejar que desayunes magdalenas con nocilla. ¿Qué dices?

-         Que te las metas por el culo.

Uno sabía enseguida cuando Kurt no había dormido bien porque empezaba a decir tacos,  pero por regla general eran cosas como “tonto”, “estúpido” y demás infantilismos. Creo que nunca había escuchado algo así saliendo de su boca. Me quedé como en shock, pero luego traté de decirle algo. Algo como lo que hubiera dicho papá de haber estado ahí.

-         ¡Pero bueno! ¿Qué acabo de escuchar? ¿Tan pronto por la mañana y ya quieres quedarte sin postre?

-         ¡No, no, no! ¡Ale, no! – gimoteó, y me puso un puchero.

-         No quiero volver a oírte algo como eso ¿entendido? Tienes suerte de que papá no esté o te habrías despertado con una buena calentada.

-         Tú lo dijiste ayer – protestó, con los ojos algo acuosos. Suspiré y me senté a su lado.

-         Nada de lo que Michael o yo dijéramos ayer mientras estábamos peleando es algo que debas repetir, enano. Sólo te meterá en muchos problemas, y me parece que tú ya lo sabes. Decir esas palabras no te hará parecer mayor, ni más guay, ni nada. Sólo hará que papá se enfade contigo y te castigue.

-         ¿Entonces…snif… por qué tú las dices?

-         ¿Nunca escuchaste eso de haz lo que ellos digan, pero no lo que ellos hagan? Realmente puedes aplicar esa frase conmigo – le dije, y le revolví el pelo. -  Anda, ve al baño y baja. No se lo diré a papá, pero no quiero escuchar ninguna palabra fea saliendo por esa boca.

Le empujé un poquito y se fue al baño. Michael me miró alzando una ceja, conteniendo una risa.

-         ¿”Palabra fea”? – se burló.  – Cursi.

Le tiré una almohada.

-         Marica. – contraataqué, y me incliné a tiempo de esquivar un almohadonazo de vuelta.

Michael soltó una de sus carcajadas  potentes y se largó antes de que pudiera tirarle nuevos proyectiles. Sacudí la cabeza y empecé a ponerme los calcetines.

-         MICHAEL´S POV-

Dormir en una habitación más bien pequeña con diez niños era una experiencia de veras agobiante. A mitad de la noche me desperté sin apenas poder respirar, porque Hannah me estaba usando de almohada y su cabeza me estaba cortando la respiración. Sin embargo, cuando conseguí encontrar una postura cómoda, encontré cierta paz en estar todos así, y me di cuenta de que no era la primera vez que ellos hacían algo como eso. Ante situaciones difíciles se apoyaban unos a otros, haciendo una piña. Era bonito formar parte de algo así.

Me propuse firmemente no cagarla aquél día. Aidan me había dado una segunda oportunidad para quedarme a cargo y hacer las cosas bien, en parte porque no tenía más remedio. Quería demostrarle que podía confiar en mí.

Aídan llamó para decir  cuándo vendría pero no dijo nada de Ted. Me di cuenta de que no había caído en que los peques no tenían clase, pero yo sí tenía que ir a la comisaría. El pobre tenía demasiado en lo que pensar, así que decidí ahorrarle un problema. Cuando aún todos dormían, salí al pasillo y llamé a Greyson.

-         ¿Diga? – respondió, con la voz algo ronca, como si acabara de despertarse.

-         Soy yo.

-         ¿Cuántas veces te he dicho que no puedes llamarme? – me gruñó, molesto.

-         Rélax, men, soy tu ayudante o algo así en la comisaría, así que nadie tiene por qué sospechar.

-         Dejemos las cosas claras: tú no eres mi ayudante, sólo…

-         Lo que sea – le interrumpí. – No es como si yo me muriese de ganas de hablar contigo.

-         ¿Entonces por qué me llamas?

-         Hoy no voy a poder ir.

-         ¿Te crees que esto es un juego, y que puedes llamar para decir que te quedarás en casa? Tú vienes si yo te digo que vengas, chico. Llevas mucho tiempo holgazaneando, pero he encontrado un nuevo trabajito para ti. De los que te gustan, además, así que deberías darme las gracias. Hay una exposición que…

-         No me importa. Ya no me dedico a eso. Ya no falsifico cosas.

Greyson se rió al otro lado de la línea.

-         ¿Desde cuándo? ¿Te has olvidado ya de quién eres, Michael? Creo que te estás creyendo demasiado lo de formar parte de esa familia…

-         ¿Esa es la idea, no? – le corté, sabiendo que no ganaría nada discutiendo -  Que me lo crea. Que me gane su confianza tal como me pediste.

-         Bueno, sí…supongo que sí…

-         Para luego incapacitar a Aidan o algo así, una vez me haya nombrado su heredero.

-         Sí. ¿Cómo va eso, por cierto? ¿Aún no te ha dado los papeles?

-         No – mentí. Si algún día descubría que le mentía… ese día, me podía dar por muerto.

-         Mala cosa. Es más desconfiado de lo que pensé. ¿Seguro que no sospecha nada?

-         Seguro… Pero aun así, tengo que integrarme un poco más. Por eso es que tengo que quedarme. Es algo así como una emergencia familiar. Ted se ha puesto enfermo…Que, por cierto, es otro de los motivos por los que te llamo…Tú no tendrás nada que ver ¿verdad?

-         En contra de lo que pareces pensar, Michael, no tengo la culpa de todo lo malo que sucede en tu vida. – replicó, y no me pareció que estuviera mintiendo. Lo de Ted tenía toda la pinta de ser consecuencia de la pelea, lo cual significaba que yo iba a hacer una visita a viejos conocidos y a romperles las narices por hacer daño a mi hermano… - Está bien, quédate con ellos, y consígueme esos papeles. Nos quedamos sin tiempo.

-         ¿Sin tiempo? ¿Cuál es el límite?

-         Sólo tengo una ocasión para deshacerme de Andrew y todo tiene que estar arreglado para entonces. Necesito a Aidan fuera de juego… o tendré que sacarle de otra manera.

-         ¿Qué? Pero…dijiste que no le harías daño…- balbuceé, entrando en algo así como en pánico.

-         No pretendo hacerlo, y por eso tú tienes que hacer bien tu trabajo. Aidan tiene que ser considerado mentalmente incapaz de aquí a dos meses como mucho, ¿entendido?

-         No creo que sea tan fácil que le tomen por loco… Es una de las personas más estables que conozco…

-         Oh, confía en mí. Lo harán. Es cosa de familia.  – murmuró, y aunque no le estaba viendo, no sé por qué, me dio la impresión de que al decirlo sonreía.

Aquella conversación me dejó una mala sensación en el cuerpo.  De haber tenido un porro en ese momento, lo habría encendido. Sólo lo había probado una vez, y no soy del tipo de los que se drogan, pero estaba bien para no pensar en nada. Aunque claro, estaba bastante seguro de que si me acercaba a una de esas cosas a diez metros de distancia, Aidan me mataba.

Aidan…. Mi padre… ¿A qué estaba jugando? No podía encariñarme con la persona a la que tenía que joder. Primera regla del estafador. Claro que, técnicamente, la persona a la que tenía que joder era a Andrew…¿Realmente podía participar en la muerte de alguien? Aunque fuera indirectamente. ¿Podía jugar mi papel sabiendo que Greyson pretendía matar a Andrew? Por duro que fuera admitirlo, lo que más repulsa me causaba no era eso, sino lo que pretendía que hiciera con Aidan. Separarle de su familia. Joder a todos esos niños a los que había prometido proteger…

No podía jugar eternamente a lo de no firmar los papeles. Greyson se enteraría tarde o temprano de que Aidan me había dado los formularios hace mucho. Pensé en la suerte que tenía de ser mayor de edad: de haber sido menor, mi firma no hubiera sido necesaria, y entonces la adopción se habría formalizado ya frente a un juez, y todo estaría perdido.

Me tomé una taza de café solo y eso ayudó a despejarme. La vida me había hecho una persona fría capaz de apartar sus problemas para  seguir adelante, así que traté de olvidarme de aquella locura, y me centré en los enanos…en mis hermanos… Fueron despertando poco a poco y yo desperté a Alejandro, que me demostró que no era para nada rencoroso. Deseé que pudiera perdonarme también por todo lo que les ocultaba y me prometí no volver a pelear con ninguno de ellos. El día anterior había estado fuera de mí, y había lastimado a más de uno… Eso me recordó a Harry, y decidí ir a verle, ya que era el único que no había venido a dormir con los demás.

Me dedicó una mirada de odio nada más verme entrar. No podía culparle. Le había zurrado, lo cual básicamente tenía que haber sido humillante para él, y además le había hecho más daño del que era mi intención hacerle.

-         Lárgate – me espetó.

-         Buenos días a ti también.

-         Este es mi cuarto y quiero que te vayas. ¡Largo!

Suspiré. Me acerqué para ver que estaba haciendo porque ya estaba vestido pero no había bajado a desayunar. Estaba de pie junto a su mesa, escribiendo algo. Lo tapó antes de que pudiera ver qué era.

-         ¡Piérdete! ¡Que te vayas! ¡Humo!

-         Cálmate, Harry. Vengo hacer las paces ¿bueno?

-         ¡No me interesa!

-         Vale… sé que la cagué ¿sí? Lo sé. Quiero… quiero pedirte disculpas. No debí hacer lo que hice…

-         ¡No, claro que no debiste! NO ERES NADIE PARA PEGARME, ¿TE ENTERAS? ¡NADIE!

-         Soy tu hermano mayor…

-         ¡Sólo cinco años mayor! – me ladró.

Pese a su evidente enfado, no pude evitar sonreír un poco. No me había negado como hermano. Lo consideré como un punto a mi favor: como el signo de que se le iba pasando el enfado.

-         Tienes razón. No estuvo bien, y además me pasé. Ey, ¿te duele mucho?

-         ¡No pienso responder a eso!

-         Como quieras. Vamos, ¿tú nunca has metido la pata? ¿Nunca has tenido bronca con los demás o qué?

-         ¡No así!  ¡No es así como peleo con mis hermanos! ¡Si tengo que darle un puñetazo a Zach se lo doy tan ricamente pero jamás se me ocurriría hacer de padre con ninguno de ellos!

-         No es lo mismo, Harry, yo…

-         ¿Tú qué? ¿Eres mayor? ¿Eres más fuerte? ¿Los tienes más grande?

-         Pues sí, a las tres, pero..

-         ¡Y una mierda! ¡Me da igual cuántos años me saques, no puedes hacer eso!

-         ¡Escúchame, joder! – grité un poco para conseguir que me prestara atención y me dejara hablar -  Estoy tratando de disculparme aquí, y no me lo estás poniendo fácil. 

-         ¡No es una disculpa de verdad si en realidad no lo sientes! ¡En el fondo crees que hiciste bien!

-         Creo que tú fuiste un capullo,  pero yo también lo fui.  Lamento lo que hice y lo siento aún más si te  hice daño.

-         ¡No me puedo ni sentar!

-         ¿De verdad?  - pregunté, intentando ver si exageraba. Sabía que le había dado mucho más fuerte de lo que Aidan le daba nunca porque esa había sido mi intención, pero no había pretendido dañarle de verdad.

-         De verdad, genio, de verdad. Y ahora vete a la mierda que tengo que terminar esto.

-         ¿El qué es eso?

-         No es de tu incumbencia.

Rodé los ojos y le quité los papeles para ver qué era.  Me di cuenta de que eran copias, sobre no decir palabrotas. Debía de ser un castigo…

-         ¿Esto no es como para niños?

-         Como si a mi padre eso le importara lo más mínimo…

-         Touché.

Le cogí el boli y probé a hacer una línea. La letra de Harry era muy fácil de imitar.

-         ¿Cuántas tienes que hacer?

-         Doscientas…

-         Vale. – me senté en la silla y me concentré en el trazo de una “n” que en nada se parecía a las mías.

-         ¿Qué estás haciendo? – me preguntó.

-         Las hago por ti.

-         ¿En serio? – dijo, con incredulidad.

-         Si con esto estamos en paz, sí.

-         Te va a costar más que unas pocas líneas – rebatió, viendo que podía obtener cosas de aquella situación.

-         No te pases. El chantaje no funciona conmigo, esto lo hago por la bondad de mi corazón.

-         Pero si tú ni sabes lo que es eso. – gruñó, pero ya no estaba tan enfadado, y  daba igual cuánto empeño pusiera en fingir que sí.

Iba por buen camino con él, así que  estaba pensando en cómo continuar arreglando las cosas cuando escuché un ruido y voces algo elevadas que venían de abajo.


- ALEJANDRO´S POV -


Michael había ido a hablar con Harry y quise darles algo de tiempo para que solucionaran lo suyo, así que bajé abajo con todos y empecé a servir el desayuno. Básicamente leche fría con colacao para todos y bollos de la despensa. Michael había dicho que él no sabía cocinar, peor no sé por qué había pensado que yo sí. Bueno, no era tanto que no supiera como que no me daba la gana. Papá me había enseñado a cocinar algunas cosas.

-         Esto no es un desayuno saludable – se quejó Barie – Los carbohidratos no…

-         Mira, Bárbara, no me hinches las pelotas. Ahí tienes huevos y una sartén: haz magia.

-         Papá no me deja cocinar cuando no está él delante.

-         Ni que fueras Hannah.

Barie se encogió de hombros  y empujó el platito con los bollos como para apartarlo. Si no desayunaba más que un colacao luego encima papá la tomaría conmigo, así que no me quedó otra que levantarme a hacer huevos revueltos para la princesa mandona, y claro, luego tuve que hacerlo para varios más.

-         Eres una tirana, que lo sepas – la gruñí, poniéndola el plato delante.

-         Yo no te pedí que lo hicieras. Podía tomar tostadas…

-         Te hubieras comido los bollos y ya.

-         ¿Por qué siempre tienes que tomarla conmigo? – preguntó,  visiblemente dolida. Parpadeé un poco, porque yo ni siquiera estaba molesto de verdad. ¿Tanta sensibilidad era cosa de chicas, o solo de mi hermana, que era especial?

Quitando eso, el desayuno fue bastante silencioso. No sabía si es que tenían sueño o estaban pensando en Ted. Tal vez deberíamos haber esperado a Michael y a Harry pero en verdad no siempre comíamos al mismo tiempo, sobretodo en días en los que no había  colegio.

-         Alejandro, yo también quiero huevos. – dijo Kurt al cabo de un rato.

-         Te lo pregunté antes y dijiste que no, enano.

-         Pero ahora sí quiero – protestó, con un puchero.

-         Pues te aguantas.

Kurt puso un mohín y dio un golpe al plato con el tenedor. Se cruzó de brazos con su mejor cara de enfado y justo cuando iba a reírme por un gesto tan infantil, volvió a la carga.

-         ¡Quiero huevos!

-         Ya te he dicho que no.

-         ¿Por qué no?

-         Porque no.

-         ¡Pero los demás tuvieron!.

-         Los demás supieron decidirse a tiempo.  – repliqué. Durante unos segundos pareció que le había dejado sin palabras, pero luego…

-         Quiero huevos. No me hinches las pelotas.


Bárbara, Madie, y Zach estallaron en carcajadas, pero enmudecieron ante la mirada que les eché. Taladré a Kurt de la misma forma.

-         Tú ya has acabado de desayunar. Ve a vestirte, y cuando venga papá le cuentas todas esas palabras nuevas, a ver qué te dice.

-         Qué hipócrita eres, si sólo ha repetido lo mismo que has dicho antes tú –  dijo Barie.

-         Sí, justo después de que habláramos sobre no repetir todo lo que escucha. No sé qué le pasa hoy, pero está muy palabrotero. Y si a papá no le gusta que nosotros hablemos mal, no quiero ni contarte cómo se pondrá cuando el enano le mande a la mierda, o algo así.

-         Se enfadará mayoritariamente contigo, con Madie, con Harry y con Michael, que es de quien ha podido escucharlo – replicó Bárbara.

-         ¡Oye! – protestó Madie. Bárbara se encogió de hombros, como diciendo “sólo constato un hecho”.

-         Me da igual de quién lo escuchara. No puede repetirlo y punto. Kurt, a vestirte, ya te lo dije.

Sorprendentemente el enano me hizo caso, pero se levantó de la mesa con demasiada actitud y volcó la silla. En ese punto me harté, cansado de esa actitud de niño malcriado. Sabía que papá me mataría si volvía a castigarle, así que traté de contenerme.

-         YA VALE, ¿EH? Recoges eso ahora mismo  y te vas a tu cuarto, que papá vendrá enseguida y te vas a enterar.

Kurt salió como un torbellino, pasando de recoger la silla, pero al menos subió a su cuarto.

-         ¿Qué diablos le pasará? – pregunté. Vale que mi hermano tenía berrinches, pero nunca había mostrado ese genio, así, de la nada. Era como un  adolescente en el cuerpo de un niñito.

Nadie tenía respuesta, claro, pero Barie se levantó y trató de ir a hablar con él. Bajó enseguida, diciendo que Kurt no la había dejado entrar.

-         Déjale. Tiene un berrinche de campeonato.

-         Quizás es algo más… - dijo Barie, no muy segura.

-         Se me olvidaba que tú lo sabes todo. Ilumínanos: ¿qué le ocurre?

-         ¡No lo sé, pero al menos yo doy ideas y  hago algo más productivo que ser sarcástico!

-         Para tu información, eso que acabas de usar se llama sarcasmo, Olivia Newton.

-         …Sabes que esa no tiene nada que ver con el científico, y que es sólo la actriz de “Grease” ¿no? – me dijo. Odiaba cuando se ponía así, realmente lo odiaba. Sobretodo porque me di cuenta de que tenía razón, y sentí que me había dejado en ridículo.

-         Eres una sabelotodo insufrible.

-         Y tú un…¡un troglodita que siempre tiene ganas de pelear! ¡Pero luego bien que lloras cuando te regaña papá!

-         Oh, tú llorarás también, pero cuando te subas a la báscula. Deberías haberte comido los bollos: hubieran sido tu premio de consolación cuando la máquina se rompa por exceso de peso.

Juro que mi intención inicial era decir algo así como “llorarás también en cuanto acabe contigo”, y pretendía acercarme y pellizcarla el brazo. No sé si eso hubiera estado muy bien, pero de seguro hubiera sido mejor que meterme con su peso. Había sido un golpe bajo. Muy bajo, puesto que ella estaba algo rellenita y se percibía a sí misma con más sobrepeso del que tenía, con una autoestima casi inexistente.

Mi hermana no era fea. Más bien al contrario: si no hubiera sido mi hermana hasta podría haberla considerado guapa. De hecho todo en su rostro parecía encajar con esos pocos kilos de más, y  de haber sido más delgada tal vez no sería tan atractiva. Simplemente estaba en su constitución. Pero ella no lo veía así.

Sus ojos oscuros se volvieron acuosos  como a cámara lenta y yo abrí la boca, con la repentina necesidad de disculparme, pero no se me ocurrió nada que decir. Ella se giró, llorando ya, pero no sin antes gritar, con la voz algo aguda:

-         ¡TE ODIO!

Justo en ese momento papá  llegó a casa y abrió la puerta principal. Creo que escuchó el grito, y en cualquier caso la vio correr escaleras arriba.

-         ¡Barie! Bárbara, ¿qué sucede? – pregunto, pero no obtuvo respuesta. Segundos después se escuchó  un portazo que venía desde la habitación de mi hermana.


-         AIDAN´s POV –

Minutos después de que yo llegara al hospital Holly me dijo que se tenía que ir. No sé si la agradecí lo suficiente el haber estado ahí con mi hijo. Esa mujer era realmente increíble, y sentía como si me hubiera salvado la vida.

Al principio no iban a dejarme dormir con Ted en esa habitación, pero no había nadie más en cuidados intensivos aquella noche  y yo no estaba dispuesto a separarme, así que dormité en una silla a su lado y realmente creo que no dormí más de diez minutos en toda la noche. No sólo por la continua entrada de enfermeras, que venían a ponerle tal o cual medicina o a revisarle la vía, que se le salió un par de veces, sino porque mi cerebro no dejaba de funcionar, pensando y sufriendo por mi hijo. Ted si durmió bastante, dentro de lo incómodo de la situación, y me dije que eso era bueno, que tenía que dormir para recuperarse.

El día en los hospitales empieza muy temprano, y el nuestro no fue la excepción, porque a primerísima hora de la mañana llevaron a Ted a hacerse una serie de pruebas. Me pasé cerca de dos horas en diferentes salas de espera, con el corazón en un puño. Me dijeron luego que, puesto que había pasado bien la noche, le trasladaban a planta.

Nos colocaron en la cuarta planta, ala norte, en la sección de lesiones cerebrales. Me quedé mirando el cartel unos segundos, asimilando el concepto. Asimilando que mi hijo había sufrido una lesión cerebral.

Una doctora que debía de rondar mi edad vino a vernos cuando acababan de instalarnos y dijo que ella iba a estar a cargo de la recuperación de Ted. Nos dijo lo que ya sabíamos: que Ted no podía mover las piernas como consecuencia de la presión que había sufrido su cerebro. No podría asegurarnos si era temporal o no hasta tener el resultado de las pruebas que acababan de hacerle.

-         ¿Eso que quiere decir? ¿Que Ted… que no podrá caminar de nuevo?

-         Eso es poco probable, señor Whitemore, solo le estoy mencionando todas las opciones. Sé que esto es difícil, pero en verdad le estoy dando buenas noticias. Hemos descartado daños cognitivos y créame que eso es tener mucha suerte considerando las horas que pasaron desde el golpe hasta que vino al hospital.

Esas palabras  echaron sal en una herida abierta: me recordaron lo estúpido que había sido por no llamar a emergencias cuando le vi magullado en la puerta de casa. Andaba por su propio pie, así que no supe ver el riesgo que estaba corriendo por no llevarle a un hospital. Eso pesaría para siempre sobre mi conciencia.

Cuando nos dejaron solos comprobé que Ted no estaba muy hablador. Parecía entre deprimido y rabioso, y fingía ver la televisión sin prestar ninguna atención. Quería encontrar la forma de hablar con él, de ver lo que sentía, de buscar juntos una solución, de darle ánimos, pero no se me ocurrían las palabras adecuadas. En mi interior pensaba que lo que le sucedía a Ted era exclusivamente culpa mía, y sentía que nada de lo que pudiera decir iba a hacer que él me perdonara.

Recibimos entonces una visita temprana e inesperada. Una adolescente medio desecha en lágrimas entró en la habitación y prácticamente se tiró encima de mi hijo.

-         ¡Ted,  oh Ted, que susto me he llevado!

-         Agustina ¿qué haces aquí? – pregunté yo, al ver que Ted ni podía hablar, no sé si por la sorpresa o el aplastamiento.

-         Ha salido en todos los periódicos, señor. Yo no los leo, pero mis padres sí, y mi madre creyó reconocerle de cuando me… de cuando me salvó…oh, Dios, esto es culpa mía…. Lo siento tanto, Ted….. En Facebook estaban diciendo de todo… algunos hasta decían que te habías… te habías…y yo…

-         Cálmate, chiquilla, que te va a dar algo – la interrumpí, porque apenas se la entendía – A ver, respira hondo. ¿Quieres un poco de agua?

-         Estoy bien, Agus. – dijo Ted por fin. – Me encuentro bien.

Ella pareció aferrarse a esas palabras y solo entonces fue consciente de su brusca entrada. La preocupación fue dejando paso a la vergüenza en su rostro y decidí distraerla para minimizar su apuro.

-         ¿Cómo es eso de que salió en los periódicos?

-         Mire, lo tengo aquí. – dijo, y sacó de su bolso un recorte de periódico, en el que daban la noticia de que mi hijo estaba ingresado. – No dicen mucho, solo adelantan un programa de televisión de esta noche en el que “se dirá toda la verdad”

-         Debe ser lo que me dijo Holly…. – comenté, maravillado porque hubiera cumplido con su palabra con tanta eficacia.

-          Vaya. Así que leíste esto y…. claro, perdona. – dijo Ted – Tendría que haberte dicho algo. No se lo hemos dicho a nadie, en realidad. Fue como muy rápido todo.

-         ¿Qué te pasó?

-         Ayer empecé a encontrarme mal, y…

Ted la puso al día mientras yo les observaba. Ellos no se daban cuenta, pero sus movimientos se sincronizaban un poco. Cuando Ted miraba distraídamente el agua, Agustina le llenaba un vaso  casi como si le hubiera leído el pensamiento, y sin interrumpir su conversación en ningún momento, como si sus cuerpos actuaran por sí solos.

Agustina se había preocupado sinceramente. Se notaba en su rostro. Se había asustado al leer que algo le había pasado a mi hijo y no saber qué. Debe ser duro enterarte de las cosas relacionadas con la gente a la que aprecias a través de los medios de comunicación. El caso es que me di cuenta de que ella quería a mi hijo. No sabía cuánto, ni cómo, ni si aquella especie de relación suya iba a funcionar, pero al menos sabía que no quería hacerle daño y que era poco probable que se lo hiciera.  Eso era más o menos lo único que yo necesitaba para quedarme tranquilo al saber que Ted le había entregado su corazón.

Pensé que tal vez querrían hablar a solas, ya que debe ser un tanto incómodo hablar con tu novia con tu padre delante, así que le dije a Ted que iba al baño y aproveché ese momento para llamar a casa.

¿Cómo narices iba a hacerlo para ocuparme a la vez de Ted y de mis otros once hijos? Necesitaba una niñera y la necesitaba con urgencia. No podía pretender que Michael y Alejandro se encargaran de todo. No sabía por cuánto tiempo iba a quedarse Agustina, pero esperaba que pudiera quedarse un rato, y así yo podía ir a casa a tratar de solucionar aquello sin dejar solo a Ted.

Cuando volví a la habitación, les encontré besándose. Fue uno de los momentos más extraños de mi vida como padre, pero hacía mucho tiempo me había propuesto no ser la clase de persona que hace que sus hijos sientan que deben besarse a escondidas. Carraspeé un poco para que notaran mi presencia y  Agustina dio un saltito hacia atrás. Se mostró muy azorada y creo que por poco sale corriendo.

-         Acabo de llamar a casa – dije, como si nada. – Agustina, ¿crees que podrías quedarte un rato aquí, o te esperan tus padres?

-         No, señor, si quiere puedo quedarme toda la mañana.

-         Eso es estupendo. Tengo que… tengo que buscar una niñera para mis hijos pequeños.

-         ¿Una niñera?  Mi tía tiene una agencia. Si le explico la situación sé que podrá conseguir a alguien aunque sea con poco tiempo.

-         ¿De verdad? Me vienes caída del cielo –  respondí, sin poder contener mi alivio. Eso lo solucionaba todo, la verdad. Ninguna agencia me enviaría a alguien si avisaba con tan solo unas horas de antelación, pero si era familia de Agustina y ella podía hablar en mi nombre, sería estupendo. Además era una garantía de que estaba contratando a alguien de fiar… No me gustaba meter extraños en casa, por más que mis hijos mayores supieran defenderse ya si resultaba ser alguien inepto.

Agustina sonrió con algo de timidez y sacó el móvil.

-         ¿Quiere que la llame?

-         Por favor. Y no me llames de usted, ya te lo dije. Llámame Aidan.

Llamó a su tía y estuvo un rato hablando con ella. Luego me puso a mí al teléfono, y cuando colgué habíamos quedado en que en una hora y media enviarían a alguien a mi casa para atender a los niños. Le di el teléfono a Agustina y tiré un poco de ella para abrazarla.

-         Gracias.

La noté ponerse tensa y muy muy roja.

-         Papá, no seas tan impulsivo ¿quieres? – me reprochó Ted. – La vas a asustar.

Pero, a decir verdad, Agustina no parecía asustada. Más bien parecía como si nadie la hubiera abrazado en mucho tiempo. Ted había mencionado que su historia familiar era complicada, y a juzgar por la fuerza con la que me devolvió el abrazo, supe que era cierto.

-         Me alegro mucho de que mi hijo te haya conocido, Agustina. Anímale un poco ¿vale? Sácale una sonrisa. Y si le traen la comida antes de que yo vuelva, vigila que come.

-         ¿Te vas? – preguntó Ted, antes de que ella pudiera responder. Puso tal cara de pena que supe que no podía irme aún.

-         Me quedo un rato… pero luego me tengo que ir… tengo que recibir a la niñera y presentársela a tus hermanos.

Estaba preparado para que se enfadara y protestara. Estaba en su derecho. Sin embargo, Ted se limitó a asentir, y a apretar la mano de Agustina. Dudé un segundo, pero luego saqué un billete de diez dólares.

-         Ten, Agustina, ve a comprarte algo. Si vas a estar aquí toda la mañana lo mínimo que puedo hacer es invitarte a un sándwich, o a un café, o a lo que quieras.

-         Oh, no, no puedo acepta..

-         Cógelos.

-         Es inútil discutir con él, ya lo irás aprendiendo. – dijo Ted. Agustina sonrió, creo que por el hecho de que Ted hubiera hablado en futuro, dando a entender que seguirían juntos.

-         Muchas gracias.

-         De nada. Según mis hijos, las palmeras de chocolate que tienen aquí están bastante buenas – sugerí. Agustina me miró durante unos segundos, no muy segura de si aquello había sido una indirecta para que se fuera un momento. Por las dudas, me sonrió, y dijo que se iba a comprarla.

Ted si había pillado la indirecta y me miró con curiosidad.

-         Parece que os habéis cogido mucho cariño – comenté, para romper el hielo.

-         Siento… lo de antes.  – susurró. Debía de pensar que había querido quedarme a solas con él para regañarle, o algo así.

-         ¿El qué? ¿Lo del beso? Caray, Ted, no lo sientas.

-         Me da vergüenza…

Me reí un poquito.

-         Eso es porque eres vergonzoso, pero es normal. Escucha, hijo, no tienes que pedirme disculpas por algo así. No es nada malo… - le aclaré, pero él puso una expresión etraña - …¿Piensas que es malo? – indagué. Eso encajaría con el hecho de que el otro día en el colegio le viera esquivar un beso de ella.

-         ….Pensé que tú creerías que sí. – confesó, mirándose las manos.

-         ¿Yo?

-         No sé… nunca hemos hablado de eso… Has sido muy…específico… con otras cosas…. Pero de besos jamás hablamos.

Fruncí un poco el ceño y me acerqué a él.

-         Sé que es raro y hasta puede que esté mal que te diga esto, pero no puedes basar todas tus decisiones pensando en lo que yo vaya a pensar, Ted. Espero que sepas entender en qué sentido lo digo, porque no me gustaría que empezaras a hacer lo que te diera la gana sin medir las consecuencias. Eso no. Pero creo que a veces las mides demasiado. Si yo me enfado porque le des un beso a la chica que te gusta, estaría siendo un idiota.

-         Estarías en tu derecho… El padre de Mike no le deja tener novia hasta los dieciocho.

-         ¿Qué? ¿Por qué?

-         Quiere que se centre en los estudios, supongo. El caso es que no tiene permiso para salir con chicas…

-         Eso me parece absurdo, y más teniendo en cuenta la cantidad de horas que le dejan solo. ¿En serio esperan que cumpla esa norma? En fin, no voy a meterme, son sus padres pero… Yo no creo que eso esté bien. No creo que pueda inmiscuirme así en tu vida ¿entiendes?  Ya no estamos en el siglo XVI y  con quién quieras compartir tu vida es solo asunto tuyo. Yo solo tendré algo que decir  si creo que esa persona no es buena para ti, que por cierto, es de lo que quería hablarte ahora… 

-         ¿Crees que Agustina no es buena para mí? – pregunto, horrorizado.

-         No, todo lo contrario, pero, espera, espera. No cambies de tema aún. Quiero que esto quede claro, Ted. Si quieres besarla, hazlo. Si no quieres hacerlo, no lo hagas. Que nada ni nadie tome esa decisión por ti.

-         Es que… no sé… no… lo tengo claro. Hay gente que piensa que está mal…

Creo que esa era una de las cosas en las que ser relativamente joven me daba ventaja. Supuse que alguien más mayor tendría otra actitud ante aquél tema…

-         ¿Por qué? – le pregunté.

-         No sé… ¿Y si en vez de ser yo fuera Barie quien se estuviera besando?

-         Ah no.  Tú tienes diecisiete años. Barie todavía es una niña. – repliqué. ¡Mi princesa era joven para esas cosas!

-         ¿Y si Barie tuviera diecisiete años? -  contraatacó. – O Madie, me da igual.

-         Supongo que….tampoco habría problema… - respondí, aunque me costó un poco.  – Si digo que no hay problema es que no lo hay para ninguno, Ted, aunque  si alguien quiere acercarse a tus hermanas tendrá que pasar primero por encima de mí. No creo que besarse esté mal… al menos no en ciertos contextos. No me gustaría que lo hicierais en clase, o en los pasillos del colegio, ni delante de la gente, porque eso sería maleducado…

-         ¿Tú no crees….no crees que sea…. que sea pec…?

Le dio vergüenza terminar la frase, pero aun así le entendí. Bueno, de una cosa podía estar seguro: no tenía que preocuparme porque Ted me hiciera abuelo tan joven.

-         No, Ted. No creo que sea pecado. Vamos, hijo, no es la primera vez que besas a alguien….

-         Es la primera vez que el beso significa algo.  Lo que hice con doce años no cuenta.  Me besaron a mí y no fue con lengua.

-         Eh, eh, alto, no necesito tantos detalles. – le corté, y luego respiré hondo. - ¿Quieres que sea sincero? ¿Quieres que te diga lo que me gustaría que hicieras y lo que no? Me gustaría que tu primera novia fuera la última. Que encontraras a la mujer de tus sueños, te casaras con ella, y nunca tuvieras que pasar por una ruptura o una desilusión. Me gustaría que te reservaras para esa persona, y que fueras capaz de expresar  tu amor con palabras, sin sustituir un “te quiero” por un emoticon, como se hace ahora. Me gustaría que experimentaras un amor apasionado, y no una pasión amorosa que no conduzca a nada más que a un par de veces compartiendo cama y ya está. Eso es lo que me gustaría. Si consigues eso, serás muy afortunado y muy valiente, a partes iguales, por la parte que te toca y por la que no depende de ti. – le dije. - Y también me gustaría que la gente fuera capaz de abrir los ojos y cerrar los oídos: de dejar de comentar las vidas ajenas como si fueran propias, criticando todo lo que no concuerde con lo que a ellos les han enseñado. Pero, al menos esto último, hijo, no es posible, así que escucharás más de una critica en tu vida, como ya has comprobado por desgracia recientemente. Lo cierto es que habrá personas que estén constantemente juzgando tus decisiones, por lo que a veces te encontrarás pensando no sólo en cuál es la opción correcta, sino en cuál es la opción que los demás considerarán correcta. Y eso jamás te llevará a nada bueno. Lo único que debes escuchar siempre, es tu conciencia. Tu padre dice que se ha encargado de que tengas una bastante buena – comenté, y le guiñé un ojo. Ted sonrió un poco y dejó que le hiciera una caricia.  – No, cariño. Claro que no está mal que le des un beso a tu novia. Pero si lo dudas, entonces no es por el beso en sí, sino por lo que hay detrás de ese beso. Un beso significa lo que nosotros queramos que signifique. Si tu beso significa “te quiero”, entonces ¿por qué tendría que enfadarme yo o cualquier otra persona?. Si tu beso significa “quiero estar contigo en un hotel y ya sabes lo que viene después” entonces no estaré contento,  pero creo que tampoco lo estarías tú, en realidad, porque te conozco.

-         ¡Papá! – exclamó, avergonzado porque hubiera sido tan directo.

-         ¿Todo aclarado? – pregunté, y él asintió, aún abochornado. – Perfecto. Lo que yo en verdad quería preguntarte es si crees que estás enamorado de ella. A mí me parece que hacéis muy buena pareja, pero da igual lo que me parezca a mí.

-         Yo….ella…pues…¡Ay, papá! ¿Por qué tienes que ser así? ¿Por qué haces tantas preguntas?

Me senté en su cama sin perder la sonrisa.

-         Porque me gusta la cara que pones cuando te da vergüenza. Pero aún no me has respondido. – insistí.

-         Creo… creo que sí – susurró, mordiéndose el labio, y a mí con eso me bastó. Me agaché a darle un beso justo donde terminaba su venda y comenzaba su frente.

-         Espero que seas muy feliz.

Después de aquél momento tan intenso, volvió Agustina y yo tanteé a Ted para ver si todo estaba bien si me iba. Por lo visto si le dejaba con su novia me podía ir al fin del mundo que a él le daba igual -.-

Aun así, no pensaba tardar mucho. Solo lo necesario para dejar las cosas listas en casa. Para hablar con mis hijos, y con la niñera. Cuando me vi solo en el coche pude descargarme un poco, sin miedo a que Ted me viera, y me permití golpear el volante un par de veces. ¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Por qué mi hijo había tenido que sufrir aquél accidente? ¿Qué ganaron esos chicos al golpearle? Me llené de rabia y a los pocos segundos me liberé de ella yo solo, porque tenía que ir con los demás. Conduje de vuelta a casa y miré el reloj. Eran cerca de las once de la mañana. Yo llevaba cuatro horas levantado, pero ellos tal vez estuvieran recién saliendo de la cama.

… Por lo visto no. Cuando entré en casa vi que estaban levantados… y discutiendo. Bárbara pasó frente a mí como un huracán y subió las escaleras, creo que llorando, e ignorando mis llamadas. Respiré hondo, me armé de paciencia, y fui al comedor, donde los demás desayunaban. El hecho de que  Alejandro mirara al suelo en vez de a mí me indicó que él tenía algo que ver con la huida de Barie.

- A ver…. ¿qué ha pasado?

Silencio. Una planta rodadora de las que hay en el desierto hubiera sido un buen atrezzo para aquella situación.

-         ¿Nadie? ¿Tengo que ir uno por uno? Está bien. ¿Alejandro?

-         Yo… no pretendía…estábamos discutiendo un poco, y se me fue…

-         ¿Qué se te fue?

-         La lengua…- murmuró.

Suspiré.

-         Anda, ven un momento, hijo. Vamos al salón y me cuentas.

No parecía que Alejandro tuviera muchas ganas de hacerme caso, pero lo hizo. Vino conmigo a la habitación de al lado y me resumió lo que había pasado, incluyendo la parte en la que Kurt  parecía poseído por el espíritu de un quinceañero.

-         Os he advertido mil veces sobre eso. Escucha todo lo que decís y al final le ha dado por repetirlo – le regañé, bastante molesto. – Y lo de Bárbara…¿en qué estabas pensando? ¿Cómo se te ocurre decirle algo así?

-         Lo siento, papá, de verdad que lo siento…

-         Ayer os pedí por favor que os comportarais mientras yo estaba con tu hermano. ¿Esto es lo que tú entiendes por comportaros?

-         No pasó nada tan malo…

-         Pasó lo que tenía que pasar: tienes que aprender a pensar antes de hablar, Alejandro.

-         ¡Lo mismo podría decirte a ti! ¡Sólo nos peleamos un poco y estás siendo un capullo!

Abrí un poco los ojos justo antes de entrecerrarlos y agarrarle por el brazo. Forcejeé un poco con él y eso solo me molestó más. Al final pude girarle pese a sus esfuerzos por alejarse de mí.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         A mí no me hables así.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Ni a mí ni a nadie, y tampoco uses esas palabras delante de tus hermanos pequeños.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Y mide tus palabras antes de lastimar a tu hermana con ellas.

PLAS PLAS PLAS

- Que sea la última vez que la dices algo tan cruel.

PLAS PLAS PLAS

Le solté y le miré aun con algo de enfado.

-         Ahora quiero que subas y te dis… - empecé, peor no tuve ocasión de terminar, porque Alejandro salió corriendo, llorando escaleras arriba justo como lo había hecho Bárbara justo antes. Se escuchó un portazo.

Bueno, aquél no se contaría entre los recibimientos más agradables que había tenido. Tomé aire y volví al comedor con los demás, a darles un beso de buenos días. Me preguntaron por Ted y evité decirles acerca de que no podía caminar. Les dije que se estaba recuperando y que pronto se pondría bien, y les dejé terminar de desayunar porque aún tenía que hablar con Barie y Kurt y tratar de arreglar las cosas con Alejandro.

Iba a entrar en la habitación de Barie, pero al pasar por la de los mayores escuché a  Alejandro sollozar y me detuve frente a su puerta cerrada. Me dio bastante lástima oírle llorar tan fuerte así que abrí la puerta y me acerqué a él, aún a riesgo de enfrentarme a su rechazo y de que me echara de allí.

-         ¡Eres injusto, no hice nada tan malo! – me reprochó, sin dejar de llorar.

Me compadecí un poquito, entendiendo que había sido algo brusco con él, y tal vez duro de más al recordarle que habían prometido portarse bien. Tenía razón: no había sido nada tan malo, sólo una pelea normal entre hermanos. Alejandro y Barie se querían,  pero se  peleaban con frecuencia.

Probé a abrazarle a ver si me dejaba, y aunque no se mostró muy colaborador, tampoco me rechazó. Saqué un pañuelo y se lo ofrecí, mientras acariciaba su pelo.

-         Lo que le dijiste a Barie fue un golpe bajo, campeón. Ya sabes lo que opino sobre meterse con las cosas que hacen que los demás se sienten inseguros. Pero sé que no querías hacerla daño y siento si te hice sentir mal, ¿bueno?  No llores así, cariño, no fui tan malo contigo.

Alejandro se calmó enseguida, pero no me soltó. Se frotó un poco contra mi camiseta, creo que usándola de pañuelo para sus lágrimas.

-         ¿Le vas a pedir perdón? – pregunté, en un tono ligeramente infantil. Él asintió, con algo parecido a un puchero. Sonreí y le di un beso. – Ese es mi niño. Déjame hablar primero con ella ¿vale? Y cambia esa carita. No pasa nada, campeón. No fue nada.

Le acaricié un poco más el pelo antes de ir con Bárbara. Ella también estaba llorando, tumbada sobre su cama, con la cara enterrada en su almohada. Me hice un hueco a su lado y puse una mano en su espalda. Cuando era más pequeña las cosas eran más fáciles. Hubiera bastado con un “¿por qué está tan triste una princesa hermosa como tú?” para hacerla sonreír. Pero sabía que aquella vez iba a hacerme falta algo más elaborado.

-         Alejandro me ha contado lo que pasó, princesita. Quiero que sepas que lo siente mucho, y ahora va a venir a hablar contigo. No lo dijo en serio.

-         Sí lo dijo… snif…. y tiene razón.

-         ¿Sobre qué, amor?

-         ¡Estoy gorda! – exclamó, y rompió a llorar con más energías.

Parpadeé unos segundos. Luego le levanté para conseguir sentarla encima de mí, y la abracé  como cuando era pequeña y se pasaba horas sentada en mi regazo.

-         No quiero escucharte decir eso ¿eh? Mi vida, eres preciosa. Sé que crees que no, pero lo eres.

-         La báscula no miente, papá.

-         La báscula es una máquina, y no tiene ojos humanos. Cualquier con dos dedos de frente es capaz de ver lo hermosa que eres. Lo único por lo que debes preocuparte es por tu salud, y si quieres intentar bajar de peso sabes que yo te ayudaré, pero no quiero que lo hagas porque no te sientas atractiva.  Lo eres, y ese no es un buen motivo.

Se dejó mimar y abrazar por un rato, hasta que su respiración recuperó su ritmo normal.


-         No quería discutir con él…

-         Lo sé, mi amor.

-         Y no le odio. Yo tampoco lo dije en serio.

-         Pues estaría bien si se lo explicas a él ¿no crees? Ahora os dais un abrazo y hacéis las paces.

Ella asintió, y cerró los ojos, recostada sobre mí. Sonreí, y la di un beso.

-         Barie… ¿me cuentas qué pasó con Kurt? Alejandro más o menos ya me ha contado…

-         No se limitó solo a repetir lo que él decía… Parecía perfectamente consciente de que estaba mal dicho y lo hizo igual… y tiró la silla….Fue como uno de sus berrinches pero al mismo tiempo no lo era….No sé, es sólo una intuición.

-         Fuera por lo que fuera, no puede decir esas palabras.

-         No te enfades con él, papi…

-         No me enfado. Pero tiene que entender que solo porque yo no esté no significa que pueda hacer esas cosas.

La apreté un poquito, como en un abrazo de despedida y la puse de pie con cuidado.

- Anda, ve a hablar con Alejandro.

Esperé a que se marchara y me tomé unos segundos para pensar qué hacía con Kurt. No podía dejar que empezara a decir tacos tan fuertes a sus seis años.

Salí al pasillo, y ahí me encontré a Barie y Alejandro fundidos en un abrazo. Sonreí al verles, sobretodo al ver la cara horrorizada de Alejandro, apresado por Barie, quien no tenía aspecto de querer soltarle pronto. En el fondo le gustaba que le abrazara y no engañaba a nadie tratando de pretender lo contrario.

Observé aquella bonita escena un poco más, y luego fui al cuarto de Kurt.  Había esperado encontrarle triste sobre su cama, o tal vez enfurruñado, pero no aquello: Kurt había roto varios de sus dibujos y los había esparcido por el suelo, en lo que tenía que ser una de las pataletas más absurdas de la historia, porque había roto algo que era suyo. Le encantaba dibujar y regalar dibujos a todo el mundo, no  tenía ningún sentido que los rompiera. Cuando entré justamente iba a romper uno de ellos.

-         ¡Kurt!

Se lo quité de las manos  y me di cuenta de que no era un dibujo cualquiera. Era un dibujo de Ted. Me fijé en el suelo y vi que todos los dibujos que había roto tenían que ver, en mayor o menor medida, con Ted o conmigo.

-         ¡Pero bueno! ¿Qué has hecho?

-         ¡Papi! – sonrió y se tiró a mi cuello.

Ese cambio fue tan repentino que no supe cómo reaccionar. Le sujeté, claro, y le apreté contra mí, correspondiendo a su saludo.

-         Hola, campeón. Ey… ¿qué es todo esto? ¿Por qué has roto los dibujitos?

No me respondió, pero me dio un beso. En vista de que estaba de buenas conmigo, le dejé un ratito más en mis brazos, y luego le puse en el suelo, mostrándome serio pero no enfadado.

-         ¿Kurt? ¿Por qué has roto esos dibujos? ¿Y  qué son esas palabras tan feas que me he enterado que has dicho?

De nuevo, nada.

-         ¿Es que estás enfadado? ¿Es eso? ¿Estás enfadado porque ayer no pudiste ir a por caramelos?

Se mordió un poco el labio, y eso me hizo pensar que había acertado. Me agaché junto a él.

-         No puedes portarte así porque las cosas no salgan como tú quieres, hijo. Hemos hablado de esto demasiadas veces ya. Esas palabras no las puedes decir, porque entonces ya sabes lo que pasará  - regañé, y tiré un poquito de su pantalón, para bajárselo.  Sorprendentemente no protestó, ni trató  de que lo soltara, ni nada.

Le incliné un poquito sobre uno de mis rodillas algo intranquilo por su silencio. ¿Habría entendido?

-         ¿Me oíste, Kurt? Nada de malas palabras, ni de berrinches.

Me resigné a no obtener respuesta y levanté un poquito la mano.

PLAS PLAS PLAS PLAS

Empezó a llorar suavecito, de una forma muy sentida, y me dio algo de pena. Decidí dejarlo ahí si me demostraba que había entendido.

-         Ahora vamos a recoger los papeles, ¿bueno, bebe?

-         ¡No me da la gana, idiota!

Bien pudieron pasar diez segundos en los cuales yo me quedé mirando al infinito sin decir nada. ¿Mi niño de seis años acababa de hablarme así? ¿Kurt? ¿Mi Kurt?  Cuando finalmente me autoconvencí de que sí, me descubrí a mí mismo bastante enfadado. Aun le tenía inclinado sobre mí, así que volví a levantar la mano y la dejé caer, esta vez algo más fuerte.

PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Bwaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

-         Sabes de sobra que esas cosas no puedes decirlas, Kurt, y a papá mucho menos.

PLAS PLAS

-         Au… papiiii…bwaaaaa

Puso las manos, y así me di cuenta de que yo no se las había sujetado y hasta entonces no las había interpuesto. Había demostrado un autodominio inusual en él, pero en ese momento de  autodominio le quedaba poco porque estaba llorando mucho. Le subí el pantalón y le cogí en brazos.

Su llanto se prolongó por varios minutos, y comencé a desesperarme por no lograr que dejara de llorar ni con besos, ni con caricias, ni con nada.  Me senté con él en la cama y le acuné un poquito. El movimiento pareció serenarle y conseguí que poco a poco dejara de llorar.

-         Sé que he sido duro contigo, campeón, pero es que eso no se dice, ¿sí?

-         Ya sé….snif…que no se dice.

-         ….Sé que lo sabes, Kurt. Por eso no entiendo por qué lo hiciste. – le dije, mientras le acariciaba el pelo. – Entiendo que estuvieras enfadado, pero…

-         No estaba…snif…enfadado.

-         ¿Ah no?

-         No….snif.

Seguí acariciándolo a ver si se animaba a seguir hablando. Tardó un poco, y ya pensé que no iba a añadir nada más, pero al final me lo dijo:

- Pensé que…snif…si me portaba mal…snif….Ted tendría que venir…snif….a regañarme.

¿Pero cómo podía ser tan adorable? ¿Se cayó de recién nacido en alguna marmita de azúcar?

-         No es tan fácil, enano… Ted está malito… No es que no quiera venir, es que no puede, campeón. Sino sí que vendría, pero a darte un beso.

-         Snif…

Mi cosita…  Le tuve medio sentado encima de mí un buen rato, y de vez en cuando le daba un beso. A ratos parecía que se dormía, pero luego se espabilaba, y yo no dejé de mirarle en todo el rato, intentando  seguir la evolución de sus pensamientos infantiles.

-         ¿Cómo se te ocurren esas ideas, eh?

-         Ayer…snif… Michael y Alejandro se portaron mal…snif…y tú viniste. Si yo me porto mal me regañas tú y me regaña Ted….así que lo intenté a ver si volvíais…

-         ….Te adoro, enano. Tienes que ser la cosa más tierna de este planeta – susurré, y le di un beso - ¿Qué voy a hacer contigo, mm?


Kurt se acurrucó más sobre mí, como aportando una sugerencia: que le mimara. Al pobre le había dado un gran castigo y, aunque había dicho cosas muy fuertes, había sido con una intención muy inocente. La mente de mi bebé era todo un mundo…

Al final el que iba a dormirse de estar así era yo, porque había dormido muy poco y así abrazado a mi pequeño estaba muy cómodo. Pero enseguida noté que algo no estaba bien. Kurt no parecía tan relajado como yo.

-         Papito….si te digo algo…. ¿prometes no enfadarte conmigo? – me preguntó Kurt, sin mirarme a la cara. Esa forma de esquivar mi mirada, y el hecho de que nuevas lágrimas estaban naciendo en sus ojos me hicieron ver que era algo importante. Algo parecía estar atormentando a mi pequeño, algo que le hacía sentir muy miserable. Le temblaba el labio y estaba al borde del llanto otra vez. 

No sabía qué era lo que estaba pasando por su cabeza para ponerse así, pero lo primero que pensé era que se sentía culpable por alguna travesura que yo aun no sabía. Le acaba de castigar y ya iba a tener que hacerlo de nuevo… ¿Por qué le costaba tanto hacerme caso?

-         Qué hiciste ahora, Kurt… - suspiré, con algo de cansancio. Me dije que tenía que ser paciente, que era pequeño aun….

Las lágrimas que Kurt trataba de contener se desbordaron como un río al escucharme.

-         Nada… snif… papito…. –lloriqueó, y pocas veces me he sentido tan monstruo como en ese momento. Mi niño lo estaba pasando mal y todo lo que yo hacía era pensar mal de él y frustrarme. Tal vez no había hecho nada malo, y aunque así fuera si estaba siendo valiente para contármelo yo tenía que ser amable con él. Cualquier otra cosa sería cruel de mi parte, y él dejaría de confiar en mí para contarme sus trastadas.

-         No llores, bebé. Shhh, no llores. Puedes contarme lo que sea, cariño. Claro que no me enfadaré. Ya sabes que no puedo enfadarme contigo, y menos si me dices la verdad como siempre haces.

Kurt se restregó en mi camiseta por un rato, mimoso como un gatito, y luego me miró con sus ojos aguamarina aún algo húmedos. Le acaricié la espalda para animarle a decir lo que le estaba haciendo sufrir.

-         Me gustabas más antes – me confesó.

Parpadeé, confundido.

-         ¿Antes?

-         Cuando era más pequeñito…. Y no me hacías pampam todos los días.

Kurt siempre había tenido la habilidad de dejarme k.o. con sus declaraciones espontáneas, sabias, e infantiles a la vez. Su ingenuidad y su inocencia le hacían decir cosas que muchos adultos o niños más mayores se callarían, y además era bastante inteligente y solía hacer pequeñas reflexiones que en verdad eran muy grandes. Sin embargo jamás me había impactado tanto como en aquél momento. Sentí que me estremecía y automáticamente le apreté contra mí, como para sentirle cerca.

-         No te castigo todos los días, campeón… - traté de defenderme.

-         Casi todos…

A quién pretendía engañar: era cierto. Kurt era difícil de controlar, era todo un torbellino que se volvía muy peligroso cuando estaba aburrido o cuando quería un poco de atención. Le castigaba a menudo, y últimamente casi todos los castigos eran palmadas. Me pregunté por qué, y me di cuenta de que de alguna forma me había acostumbrado a hacerlo. Dejarle sin cuentos, o sin pintar, me parecía cruel, porque eran cosas que solíamos hacer juntos. Era como dejarle “sin papá” y sin las cosas que le gustaban hacer conmigo. Dejarle sin postre o sin televisión era difícil, porque solía terminar en un berrinche. Darle un par de palmadas era una forma tajante y rápida de conseguir que me hiciera caso….y me di cuenta de lo peligroso que era ese proceder… del mal precedente que estaba sentando…

En cierto sentido él también se estaba acostumbrando a eso. Era como un círculo vicioso y yo cada vez era más y más duro con él. Hacía muy poco tiempo ocho palmadas me parecían muchas para él, y ya había pasado ese límite más de una vez.

Kurt sabía que si se portaba mal, yo le castigaría y luego le daría un beso... A veces sentía que lo hacía a propósito porque sabía que yo estaría con él un rato, haciéndole mimos. Que esa fuera su forma de comunicarse conmigo era algo muy triste… Que sintiera que merecía la pena meterse en problemas para que yo le mimara era algo doloroso e insufrible para mí como padre.

-         Lo siento mucho, pequeño… - susurré. Dios mío, qué mal me sentía. Me hubiera gustado poder justificarme con alguna excusa. Decir que estaba alterado por lo de Ted, por ejemplo, pero el problema con Kurt había empezado mucho antes, y yo había sido incapaz de verlo. Me puse de pie con él en brazos y froté mi nariz con la suya porque sabía que eso le gustaba. – Kurt… Quisiera poder hacer que entiendas lo mal que me siento….

-         Ya voy a portarme bien, papi….snif

Cerré los ojos con fuerza, y apoyé los labios en su frente. Siempre he creído firmemente que la conducta de un niño es culpa o mérito de sus padres, en gran medida. Si un niño se porta mal, no es en sí culpa del niño, que está aprendiendo, sino de los que le enseñan mal. No era tanto de ponerle límites o no, como de poner los límites correctos y de la forma correcta. Sabía por ejemplo cuáles eran mis errores con Alejandro, y por qué se metía en tantos problemas: mi forma de educarle era muy diferente a la forma en la que su madre le había criado sus primeros tres años de vida. Alejandro no podía acordarse de eso, o si se acordaba jamás hablaba del tema, pero yo tuve que parecerle un ogro los primeros meses de su vida conmigo, porque nunca antes le habían dicho que “no” a algo. No culpo a su madre, de verdad creo que esa mujer le quería y trató de hacerlo lo mejor que supo, pero Alejandro estaba acostumbrado a bañarse sólo una vez a la semana, a desayunar gominolas y cenar hamburguesa todos los días, y a coger lo que quería y cuando quería, sin preguntar primero y sin opción a que otros dijeran que no. No se puede llamar robar a lo que hace un niño de tres años, pero pasé muchos apuros con él en las tiendas, y su manía de guardarse todo en los bolsillos, haciendo que al salir pitaran las alarmas.

Alejandro pasó de una vida en salvaje libertad –creo, de hecho, que estaba acostumbrado a estar desnudo en su casa, porque tenía la manía de quitarse siempre la ropa- a una vida con quizá demasiadas normas. Yo no peleé en las batallas correctas, regañándole por cosas que en verdad podría haber dejado pasar porque no eran importantes, como manías respecto a comerse la miga del pan dejando la corteza.   Sin embargo le dejé pasar cosas que si eran más graves, como el hecho de que muchas veces él decidía cuándo se apagaba la tele y cuándo se dejaba de jugar. Fui yo el que le hizo rebelde. El que incentivo un carácter fuerte que él ya tenía. Eso tenía sus cosas buenas y sus cosas malas. Alejandro siempre iba a luchar por sus ideales… aunque a veces luchara también sin causa alguna, como buen adolescente que era. Era consciente de que muchas veces yo entraba al trapo discutiendo con él, que era lo que parecía querer conseguir en muchas ocasiones.

Aun así, no creía haberlo hecho todo mal con Alejandro. Es decir, por dentro no era mal chico y confiaba que cuando pasara la adolescencia le entrara un poco más de sentido común. Estaba orgulloso de él, y del hombre en el que se iba a convertir. Le había enseñado a diferenciar el bien del mal, y él hacía un buen trabajo a partir de eso. Una vez, por ejemplo, invitó a casa a un chico al que detestaba con todas sus fuerzas, porque sabía que no tenía amigos y que se sentía solo. Hizo el esfuerzo de llevarse bien con él, y sobre todo, de hacer que pasara un buen rato jugando. Fue un gesto que me impactó mucho, porque yo no se lo había sugerido, sino que salió entero de él.

… Kurt tenía cada día mil gestos como ese. Era sincero, era generoso, era buen hermano, e incluso era obediente, porque me hacía caso más veces de las que me desobedecía. Era caprichoso y tenía bastante genio, sí, pero creo que eso era básicamente normal en alguien de seis años. Él, como ser humano, como personita, era bueno. Y si “se portaba mal”, como decía él, era porque yo no le había enseñado a hacerlo mejor. Si Kurt no se portaba como yo quería era culpa mía. Empezando porque pedía mucho de él. Si asumía que no podía hacer que fuera perfecto, tal vez me diera cuenta de que su comportamiento no era tan terrible.

-         Ya lo haces, Kurt. Ya te portas bien. No pasa nada porque a veces te equivoques y papá te regañe un poco. Prometo intentar ser más paciente….Siento mucho haber sido duro contigo. Papá también se equivoca – le dije, y me miró con toda su atención. A veces Kurt me miraba de una forma que me hacía sentir Superman –  Me equivoco más de lo que me gustaría. Pero nada ha cambiado, bebé. Sigues siendo pequeñito y sigue siendo como antes. Te quiero mucho, y aunque tú o yo tengamos un mal día te seguiré queriendo. Prometo quererte más y más cada día aunque eso suponga romper las leyes físicas del universo.

Me sonrió y pareció hincharse por esas palabras.

-         ¿El universo tiene leyes, papi? ¿Pero eso no lo hace el Presidente? ¿Es que el  Presidente pone también las leyes en el universo?

Me reí.

-         No mi cielo, Obama sólo manda en los Estados Unidos. En el universo el que manda es Dios.

-         Pues Dios también se equivoca. – me dijo. ¿Se entiende ya lo de sus repentinas declaraciones que me dejaban a cuadros?

-         ¿Por qué dices eso, peque?

-         Porque deja que Ted esté malito y los malos que le hicieron pupa no.

Busqué la forma de responder a aquello logrando que me entendiera. Claro que era difícil, porque ni siquiera lo entendía yo.

-         Dios es como un papá, Kurt. Él nos dio unas normas hace mucho tiempo y espera que nosotros las sigamos. Las cosas malas que pasan si no las seguimos son culpa nuestra ¿entiendes?

-         Pero… Yo a veces digo palabras feas. Dios no quiere que diga palabras feas pero nunca me ha castigado… ¿es que le da igual si no hacemos caso de lo que nos dice?

-         No, claro que no le da igual, le duele mucho. Pero por eso me puso a mí, ¿mmm? Para cuidar de ti en su lugar, y asegurarme de que eres feliz y bueno. Así que puede que él no te castigue, pero es porque ya lo hago yo. Y te mimo. Y juego contigo. Y te quiero.

Vi en sus ojos que me entendía, y le sonreí con cariño al ver que ya no parecía ni siquiera un poquito triste. Tan inmerso estaba en mi burbuja con el peque, que no me di cuenta de que Michael llevaba un rato observándonos.

-         Menuda lavada de cerebro… Dios no existe, Kurt. No es tu padre, ni el que pone las leyes en ningún sitio, ni nada. Tú único padre es Aidan y la única vida que existe es esta, sin seres mágicos, sin arcoíris y sin unicornios. Así que deja de creer en que un tipo invisible vela por ti y observa todo lo que haces.

-         ¡Dios si existe! – reclamó Kurt, muy sorprendido y mirándonos alternativamente a uno y a otro. Parecía bastante confundido. 

-         No existe, Kurt, es un cuento chino casi tan grande como Papa No…

Le tapé la boca con la mano antes de que terminara la frase y le saqué fuera de allí. Debía de estar echando fuego por los ojos, o al menos esa era mi intención.

-         ¿Te has vuelto loco? ¿Cómo le vas a decir a un niño de seis años que no existe Papá Noel?  Y que lo compares con Dios resulta para mí poco menos que ofensivo. Escucha Michael, respeto tus creencias, o más bien tus no-creencias, pero tú has de respetar las mías y la forma en la que educo a mis hijos.

-         ¡Exacto! ¡Les educas! ¡Les educas para que crean! Es una lavada de cerebro total. Las religiones son peor que una enfermedad hereditaria. Te la transmiten al nacer y mucha gente nunca llega a curarse.

Hablaba con tanta rabia… Hasta ese momento había pensado que Michael era ateo o agnóstico. Pero en ese instante me di cuenta que en verdad era anticristiano. No era solo que no creyera, sino que realmente parecía sentir repugnancia hacia los que si lo hacían, aunque hasta entonces  se había contendido.

-         Cuánto siento que lo veas así… Pero yo no les impongo nada.  De hecho Ted quiso esperar unos años antes de hacer la confirmación y respeté su decisión. Se confirma el año que viene porque él ha decidido confirmarse. Si hubiera dicho que no yo habría tratado de entender el motivo, pero jamás le habría obligado.

-         Eso no te lo crees ni tú. Les obligas a todos a ir a la iglesia.

-         A todos los menores de cierta edad, sí, porque no me vale que quieran quedarse en casa por jugar a la play o ver la tele. A Alejandro no. Muchas veces no nos acompaña y creo que eso ya has podido comprobarlo. Me parece muy injusto que me acuses de algo así, me considero bastante liberal y tolerante con esas cosas. No creo que ninguna religión deba ser impuesta: debe ser enseñada. Parte de esa enseñanza consiste en entender el concepto del libre albedrío. Quiero que entiendan que pueden escoger creer o no creer. Claro que a mí me gustaría que creyeran: como padre, quiero lo mejor para mis hijos, y en mi escala Dios es lo mejor. Así que es un sentimiento natural. Tal vez pueda ponerme pesado desde tu punto de vista al hablarles del tema, pero jamás les he lavado el cerebro. Jamás. Confío en que Dios tiene un plan para todos, y en que todo llegará a su tiempo. Yo no empecé a creer hasta los veinte años ¿sabías eso? Mi padre jamás me habló de Dios, de ningún Dios, tal vez porque se supone que es judío pero no cumple con ninguna de sus normas, y eso le hace sentir culpable. – le dije, y esa fue una confesión que no le había hecho a nadie, nunca - …. De hecho no hablo de religión con mis hijos tanto como debería, porque yo me siento culpable también. Son los hijos de Andrew…. Su familia es judía…mi familia es judía….y yo les he educado en el cristianismo. A veces me pregunto si tengo derecho hacerlo. Si debería haber seguido la religión de su…de mi padre. No es como si alguna vez le hubiera podido preguntar a él cómo quería que les educara. Nunca he tenido ninguna conversación sobre consejos parentales ni espirituales, así que lo hago lo mejor que puedo, considerando que de niño Dios estuvo siempre fuera de mi vida. No tengo experiencias sobe cómo se vive la religión en una familia. Así que por eso yo les muestro lo que yo creo, y ellos elegirán cuando estén preparados. ¿Cómo van a poder elegir ser creyentes si no conocen en qué consiste de verdad el serlo? ¿Si no conocen a Dios? Si hago bien mi trabajo, al menos conseguiré que, crean en lo que crean, sean respetuosos con las creencias ajenas, y no alberguen tantos prejuicios como los que pareces tener tú. De verdad que no lo entiendo. Además fuiste tú el que quiso acompañarnos a la iglesia el otro día por pura curiosidad. Entonces no parecías tan molesto con todo esto.

-         No entiendo como puedes creer en un Dios que permite que tu hijo enferme, y que un hombre tan egoísta como tu padre viva en la abundancia.  – me bufó, pero  le noté más calmado, menos  beligerante.

-         No he dicho nunca que esté de acuerdo con todo lo que hace. Supongo que a veces no le entiendo. Pero el dinero de mi padre puede ser más una maldición que algo bueno. A veces tener dinero, o desear tenerlo, trae más problemas que carecer de él.

-         Oh, no sabes qué razón tienes en eso – murmuró.

Le miré interrogante, extrañado por esa frase, pero no añadió nada más.

Me hubiera gustado seguir hablando con él un poco más, tanteando ese terreno en el que habíamos profundizado poco, pero el tiempo corría y el timbre sonaría en cualquier momento.

-         Oye, Michael, estos días… voy a tener que pasar mucho tiempo en el hospital. Aun no sé cuándo le darán el alta a Ted pero…no creo que sea pronto.

-         ¿Le has dejado solo ahora?

-         Está con Agustina. Pero aun así quiero volver cuanto antes. No sé… no sé cómo voy a hacerlo…dividirme entre aquí y allí…

-         No te preocupes por nada, Aidan…papá… yo… déjalo en mis manos.

-         Pero tú trabajas en la comisaría, Michael, y vuelves tarde. Y además tener diez personas a tu cargo puede ser demasiado. Créeme, sé de lo que hablo. Por eso… por eso voy a contratar una niñera…Lo tengo arreglado, en realidad…debe estar al llegar.

-         ¿Una niñera?

-         Sí…. No creo que a tus hermanos les haga mucha gracia…. Y quiero pedirte que la ayudes en todo lo que puedas…. Ella no está aquí para cuidarte a ti ¿bueno? No quiero que creas que pienso que necesitas una niñera. Pero, para bañar a los peques, para ayudarles a comer, para vestirles…

-         Dios, una niñera me salvará la vida – susurró Michael.

Sonreí, por el tono desesperado con el que lo dijo. Justo en ese momento llamaron a la puerta.





N.A.: Hola a tod@s. Solo decir que siento haber estado desaparecida. La universidad, y eso. Me di cuenta el otro día de que hacía más de un mes que no actualizaba….vamos, que no subí nada en el 2015. En parte para compensar eso, y en parte como respuesta rebelde a los que dicen que hago capítulos demasiado largos, este es el capítulo más largo que he escrito hasta ahora. Espero poder actualizar pronto. Gracias por leer ^.^

Perdón por todos los regalos de cumpleaños que nunca hice -.-

*La canción es “Misty Montain”, efectivamente de la película El Hobbit. Es un guiño friki, porque el actor que le pone cara a Aidan en mi mente sale en esas películas xD




12 comentarios:

  1. emmm, pues yo no soy una de esas personas que digan que tus cap son largos ... menos si son asi de buenos ... me gusta que siempre hay una mezcla de todo, incluso del pasado y creo que eso ayuda a entender un poco mas a los personajes...!!!

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  2. Aidan tiene un pasado muy triste :( y la verdad es que me dan mucho coraje que tenga ese padre y esos abuelos, tan buena persona que es y que le toque ese tipo de familia... pero tiene unos hijos- hermanos, que lo llenas de alegría y de preocupaciones :) me encanta me leí todo el capitulo aunque no lo puede hacer en un solo día :S.
    Y espero que esa persona que esta en la de fastidiar a Aidan se rompa la cabeza antes de que le haga daño a a esta familia.
    DreamGirl me encanta tus hijo mm en especial el caracteres de Alejandro ;)

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  3. Por suerte para mi... hoy era feriado... porque me leí el capi de corrido lo que implico acostarme tarde muuuuy tarde... pero no podía dejar de leerlo... que te digo... lo disfrute... con sus altos y bajos emocionales....

    Pobre Ted... ojala sea temporal.... Aidan no merece esa culpa en sus hombros porque seria el motivo perfecto para Greyson, para declararlo loco.... El enano me mato... con eso de que me gustaba más antes... te hace pensar sobre ... ¿Qué pasa lo que por la mente de un niño?

    Alejandro... es todo un ejemplo para el peque con las groserías jajajjaja

    Felicidades...Dream quiero mas....

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  4. Mientras más largó mejor dream jajjaja amo me encantan así es como sí te dejarás atrapar, y vieras una película en tu mente no se a mi me pasa jajaja por cierto pobre ted yo también me asuste junto con el al leer que no podía mover las piernas ojalá no sea nada malo por cierto que horror con los abuelos me quede de a cuadro con la abuela que se le van las cabras y al abuelo agresivo mmmmmm quise devolverle uno que otro golpe por todo el trata a anidan y por como se expresaron de ted, fue un capi muy intenso lleno de revelaciones.....

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  5. Oye yo soy la única que se reserva el derecho de desaparecer literalmente por meses, pero te perdono =), y a mi me encantan tus largos capítulos sigue así, besos

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  7. No importa lo largo con que no nos abandones en mucho tiempo jejje porfa que te no quede inválido

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  8. Bellísimo capítulo!!! Hermoso, hermoso! Ninguno de tus niños puede dejar de ser más adorable!! Ted... Ay, no seas malita... que se ponga bien, por fis!!! Kurt, un solcito como ninguno...Alejandro, jejej... es encantador, Michael mi favorito =P Pero realmente son bellos TODOS tus personajes... En cuanto a Aidan, ufff, existirá alguien tan bueno como él???

    Confieso que a mí sí me cuesta leer capis tan largos, mi atención es súper pobre jejej... pero elijo leerlos y los disfruto mucho!!

    Besitos Dream... Sigue siendo tan increíble como siempre!!! =D

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  9. geial capitulo... largo para nada me encanta!!! amo con locura al pequeño dylan <3 ,,,,, aidan es un sol.... lindo alejando awww dream me entantan todos tus chicos y chicas

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  10. largo o corto niña encantan, asi que tu no hagas caso a las malas lenguas, seguro lo dijeron con la intencion de que rompas tu record y lo hagas mega para gusto nuestro como que lo fue y lo disfrute hasta las 4 de la mañana, pero hasta hoy no pude poner mi comentario
    estoy pendiente d ela salud de Ted... y me dolio el pasado de Aidan y esa laca de famiia que se gasta, creo que sus abuelos estan con algun problema mental, ojala y no salte en alguno de sus hijos como espera ese buitre del poli corrupto que me atormenta a mi dulce bombom

    Por favor, no te pierdas taaaaaaaaaaaaaaanto

    Cariños

    Marambra

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  11. estoy enamorada de esta famila de verdad!!!!!
    me encantan tus capis largos, llenos de tanta emociones!!!!
    todos tus personajes me encantan pero sin duda alejandro y michael son mis favoritoos

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