CAPÍTULO 15: ¿PELIGRO?
Héctor tardo un poco en librarse de los dependientes de aquél local. Le amenazaron con poner una denuncia por los daños materiales, pero él fue capaz de pagar por ellos, así que no tuvieron más remedio que dejarle marchar, aunque le prohibieron volver a pisar aquella tienda.
Treinta mil euros. Había tenido que pagar treinta mil euros. Que le
sobrara el dinero no quería decir que no le doliera soltar treinta mil pavos de
golpe por culpa de la imprudencia de dos niños…. Niños que se habían dado a la
fuga, por si no les había parecido suficiente con el espectáculo que habían
armado.
Héctor no recordaba haber estado tan furioso en su vida. Clitzia y
Tizziano podían haber muerto aplastados por aquellos televisores, o
electrocutados, o haberse cortado con los cristales… Y el destrozo que habían
ocasionado… Todo por no saber estarse quietos, y eso que él se lo había
advertido. Estaba realmente enfadado y por unos segundos casi agradeció que los
chicos hubieran salido corriendo, porque de haberlos tenido delante les mataba
con sus propias manos.
Sin embargo,
conforme pasaban los minutos, al ver que no lograba dar con ellos, empezó a
sentir una sensación angustiosa en el pecho. Los niños no conocían el lugar y
ni siquiera estaban en su propio país. ¿Y si les pasaba algo malo? Al menos, se
dijo Héctor, conocían el idioma, por lo que serían capaces de pedir ayuda si
algo iba mal.
….¿Y si pedían ayuda…para protegerse de él? ¿Y si no querían estar más
en su casa, asustados por cómo había reaccionado en la tienda, y pensando que
él ya no iba a querer tenerles? Los dos habían demostrado ya que eran bastante
inseguros y asustadizos, y él no había contribuido a que perdieran el miedo.
Héctor recordó que los niños habían sobrevivido varias semanas solos en
las calles de Italia, sin que las autoridades lograran dar con ellos. Si
querían desaparecer podrían hacerlo y tal vez él no volviera a verlos nunca
más. Tal vez en esos momentos hubieran salido a la calle, expuestos a cualquier
peligros… incluso puede que estuvieran corriendo sin mirar al cruzar, y un
coche se les llevara por delante.
Aunque hacía bien poco que les conocía, sintió que se moría si sus
temores llegaban a cumplirse.
***
Tizziano había salido corriendo tirando de su hermana, que intentaba
seguir su ritmo. Al principio sólo buscaban alejarse de allí, pero luego
empezaron a pensar en un lugar al que ir. Los baños hubieran sido un buen lugar
para esconderse, pero eso hubiera implicado separarse y no estaban dispuestos a
hacer eso.
-
Tiz, sono stanco – se quejó Clitzia, al cabo de un rato de correr
hacia ninguna parte, esquivando gente y bolsas.
-
Ya sé que
estás cansada, Cli, y yo también, pero no podemos pararnos. Si nos quedamos
quietos, él nos encontrará.
-
Ha sido
bueno con nosotros…
-
Dejará de
serlo después de lo que pasó ahí dentro.
-
¡Pero
nosotros no tiramos nada! ¡Se cayeron solas!
-
¿Y crees
que va a creernos? No dudó ni un segundo en echarnos la culpa.
Clitzia no tuvo nada que responder ante eso y dejó que su hermano
siguiera tirando de ella. Aún estaba asustada, ya que sabía que había estado
muy cerca de morir aplastada por aquellas televisiones y lo cierto es que
Héctor sólo la había asustado más, al abalanzarse así sobre ella y pretender
pegarle, como había pegado a su hermano.
Cuando se cansaron de correr por las plantas de aquél centro comercial,
y sobretodo, cuando empezaron a escuchar que les llamaban por megafonía,
decidieron salir a la calle. Pero cuando ya estaban llegando a la puerta
alguien les interceptó.
***
Al ir a dar el aviso de que dos niños se habían perdido, la encargada
le dijo que por sus edades eran más bien adolescentes, y que sabrían volver
solos. Se extrañó además de que no tuvieran móviles a los que llamarles.
-
Son de
otro país, es su segundo día aquí, y acaban de venirse a vivir conmigo. Me da
igual la edad que tengan: están asustados y no conocen esto.
La mujer accedió a dar el aviso por los altavoces, y Héctor esperó que
los chicos lo oyeran y decidieran volver, o que algún cliente les viera y les
hiciera acercarse a la dependienta más cercana. Sin embargo el tiempo pasaba y
seguía sin haber rastro de ellos. Héctor se empezó a sentir enfermo, aunque no
se trataba de ninguna enfermedad que hubiera padecido antes.
Cuando creyó que ya iba a volverse loco, Violeta apareció llevando a
uno de los niños a cada lado. Héctor se dijo que solo por eso la subiría el
sueldo.
-
¡Cliztia!
¡Tizziano! – exclamó al verles.
-
Les he
prometido que les escucharía, señor Martín. Sólo accedieron a venir conmigo con
esa condición.
Héctor se alegró tanto de que hubiera aparecido y de que estuvieran
bien, que en ese momento hubiera accedido a cualquier cosa, así que asintió.
-
Venga,
chicos, hablad, no tengáis miedo…- animó la chófer, sintiendo que de pronto sus
obligaciones se habían salido un poco de lo concerniente a conducir un coche.
-
Nosotros
no lo hicimos, Héctor – dijo Tizziano, escondiéndose un poco detrás de Violeta.
- ¿El qué no hicisteis?
-
Tirar las
televisori. – respondió Clitzia,
mirándole con sus grandes ojos muy abiertos y algo temblorosos.
-
¿Y
entonces? ¿Se cayeron solas?
-
Pues…
sí…- musitó Tizziano.
-
Eso no es
posible. Las cosas no se caen solas, y qué casualidad que pase eso justo cuando
llevaba un rato diciendo que no toquéis nada.
-
¡Es la
verdad! – gritó Tizziano - ¡Te dije que no nos creería! ¡No confía en nosotros
y nunca lo hará porque solo somos niños de la calle! ¡Y si un día le falta un
billete lo primero que pensará es que nosotros se lo robamos, porque para él no
somos más que ladrones, mentirosos, sin códigos y sin saber estar!
-
Bueno,
bueno, yo no he dicho eso… No pienso
nada de eso, piccolo. – trató de
apaciguar Héctor.
-
¡Sí lo
piensas, y aunque Violeta dice que no, seguro que quieres echarnos de la casa!
¡Pero no nos echarás de ningún lado porque nosotros nos iremos primero!
Héctor miró a ese chiquillo lleno de rabia y volvió a ver en él mucho
miedo. Miedo a quedarse sólo, seguramente. A que la gente saliera de su vida.
-
Os diré
lo que haremos… Seguiremos con esta conversación en casa, porque no, no voy a
echaros de ningún sitio. Pase lo que pase, mi casa es vuestra casa, y siempre
será así. Ahora vamos a ir al coche y no vais a separaros de mí ni un
milímetro.
Los chicos no tuvieron más remedio que obedecer, porque Héctor, en un
acto reflejo, agarró a cada uno de una mano. Clitzia y Tizziano se sintieron
muy extraños por ser cogidos así como los niños pequeños, pero sabían que el
horno no estaba para bollos, y que era mejor no discutir. Violeta, al observar
la escena, pensó que cualquiera que les viera se pensaría que se trataba de un
padre con dos hijos de unos ocho años.
El viaje en coche fue bastante silencioso, pero Héctor tuvo la
oportunidad de observar a los chicos mientras Violeta conducía. Pensó acerca de
lo que le habían dicho. ¿Sería verdad? ¿Los televisores se habían caído solos,
o lo habían dicho solo para que él no les regañara? Y aún si era mentira, ¿de
verdad estaba bien que les regañara por un accidente, aunque les hubiera dicho
que no tocaran nada? Lógicamente, no habían tirado la pila de televisiones a
propósito…
Cuando llegaron a la casa Héctor no había llegado a ninguna conclusión,
pero se sentía mucho más calmado y abierto a la conversación. Hizo que los
niños pasaran al salón y se sentó en el sofá frente a ellos.
-
Tizziano
– dijo Héctor. Por alguna razón intuía que era el peor mentiroso de los dos –
Mírame a los ojos, y dime la verdad: ¿estabais tocando las televisiones cuando
se cayeron?
-
No - respondió el niño, con firmeza, sin
vacilar, y Héctor tuvo claro que no mentía.
-
Te creo.
Te creo, pequeño. – declaró Héctor, sin poder evitar pensar que había
desembolsado treinta mil euros por algo de lo que ni él ni los niños a su cargo
eran culpables. Y todo porque alguien había hecho mal su trabajo al colocar las
televisiones. Debería denunciarles por negligencia y por provocar un accidente,
y tal vez lo hiciera.
Clitzia y Tizziano le miraron con una sonrisa, con algunos de sus
temores extinguidos al ver que Héctor no les culpaba. Pero aún quedaba algo que
Héctor quería hablar con ellos…
-
¿Ya no
estás enfadado? – preguntó Clitzia, con voz muy baja.
-
No estoy
enfadado, calabacita. Pero sí hicisteis algo que no me gustó: salisteis
corriendo, y durante más de dos horas estuve preocupado sin saber dónde
estabais.
-
Nos
asustamos…
-
Pues eso
fue un error: nunca debéis tener miedo de mí. Y si cualquier otra cosa os
asusta, es a mí a quien debéis acudir.
Los niños guardaron silencio, procesando esas palabras aunque sin
creérselas del todo. Aunque sonara como cuentos de hadas, era bonito pensar que
alguien les protegería de cualquier peligro.
-
No quiero
que nunca hagáis algo parecido… y me voy a asegurar de ello.
-
¿Nos vas
a castigar? – preguntó Tizziano, que había entendido que aquello funcionaba con
un sistema muy sencillo: si hacía algo malo, tenía que asumir las consecuencias
con Héctor como antes lo había hecho con su madre.
-
Sí.
-
¿Nos vas
a pegar? – volvió a preguntar Tizziano, sonando más inseguro aquella vez.
-
No voy a
ser muy duro, ¿mm?
-
¿Eso es
un sí? – susurró Clitzia, poniéndose blanca.
-
Sí,
calabacita. Pero no quiero que tengas miedo. Jamás os haría daño.
Con muchos reflejos, Héctor atrapó a la niña antes de que saliera
huyendo, y la sujetó mientras ella se debatía con histeria y nerviosismo.
-
Shhh….shhhh….
Tranquila, calabacita, tranquila….¿Me dejas que te abrace?
Sin esperar respuesta, Héctor la estrechó contra sí, y eso pareció
calmarla un poco.
-
No es
para que estés asustada. No va a ser tan malo. Te lo prometo. Sube a tu cuarto
¿está bien?
-
No pasa
nada, Clitzia – dijo Tizziano, haciéndose el valiente, aunque él no parecía
mucho más tranquilo que ella. Su hermana cambió de unos brazos a otros, y
Héctor quiso morir de ternura al verles abrazados así - ¿Puede quedarse a…mmm…a
ver cómo lo haces conmigo? Como la otra
vez. Así sabrá que no es tan malo…
-
Está
bien…. terminemos con esto… ven aquí, Tizziano, por favor.
El niño se acercó un poco, y Héctor tiró de él para acabar con la
distancia que los separaba. Le tumbó encima de él sin mucha dificultad y se
tomó un segundo para escoger bien las palabras:
-
No puedes
alejarte de mí sin decirme a dónde vas. Siempre tienes que pedir permiso para
ir a cualquier lugar donde yo no esté, y desde luego no puedes salir corriendo.
– enunció, y subió ligeramente la mano.
-
No lo
haré nunca más, pero no me pegues por favor…snif…. – gimoteó Tizziano.
¿Adónde había ido el niño valiente? Héctor se quedó congelado unos
segundos. Su objetivo era conseguir que no volviera a hacerlo y tal vez ya lo
había cumplido. Tal vez el Tizziano había entendido y castigarle carecía de
sentido. Pero se había propuesto también ganarse la confianza de aquellos
niños, y sabía que para hacerlo tenía que cumplir sus promesas. Sí había dicho
que les castigaría lo tenía que hacer, o ellos aprenderían que podían hacer lo
que quisieran sin consecuencias, porque con un par de palabras conseguían que
Héctor no les castigara.
Respiró hondo, y siguió con lo que se había propuesto.
PLAS PLAS PLAS PLAS
-
Ya está.
¿A que no fue para tanto? – dijo Héctor, haciendo que el niño se incorporara.
Omitió decir que su idea original era ser algo más severo.
Tizziano no parecía compartir su opinión, porque tenía los ojos
anegados en lágrimas que malamente reprimía, y algo muy parecido a un puchero
se había adueñado de sus labios. Héctor
se lo deshizo con un dedo, y tras dudar un segundo, se sentó al chico encima,
aún asombrándose de poder hacer eso. Era tan pequeño…. Era tan fácil olvidar
que tenía en sus brazos a un adolescente… Mientras le acariciaba la espalda,
Héctor se preguntó qué es lo que hacía que alguien fuera niño, adulto, o
adolescente. Ese chico era bajito, y delgado, y de espíritu muy infantil
todavía. ¿De qué servía llevar catorce años en el mundo, si los catorce habían
estado llenos de pobreza, y miseria, y sueños rotos?
-
Bueno,
ale, ya pasó. Menudo susto me diste, pequeño. Me asusté mucho cuando no os
encontraba. Eres muy importante para mí ¿entiendes?
Como toda respuesta, el chico se acomodó mejor entre sus brazos.
-
No eres
más que un bichito mimoso, eso es lo que eres. Un mocosito mimoso y travieso
que tiene muchas cosquillas - dijo
Héctor, y empezó a mover su mano nerviosamente bajo las axilas de Tizziano,
comprobando que efectivamente tenía muchas cosquillas. Se deleitó al escucharle
reír y luego le puso de pie. – Eso está
mejor, piccolo. Ahora ve a lavarte
las manos ¿vale? Enseguida comeremos, y yo tengo que hablar con tu hermana.
Tizziano asintió, pero Clitzia le agarró del brazo. Lo había observado
todo con sus ojos de cervatillo y ahora temblaba como un pollito al que alejan
del calor de su nido.
-
¡Que se
quede, que se quede! ¡Que no se vaya! – lloriqueó.
Héctor pensó que si había dejado que ella se quedara mientras hablaba
con su hermano, era justo hacerlo a la inversa, así que asintió.
-
De
acuerdo, pequeña, se queda…. Se queda aquí…. Ven, cariño. Ven, calabacita. –
llamó, y tiró de ella para acercarla. – No estés asustada.
Héctor puso a Clitzia frente a él y pensó que era la viva imagen de la
vulnerabilidad. Depositó un suave beso en su frente antes de alzarla un poco
para tumbársela encima.
-
Te digo
lo mismo que a tu hermano. No puedes alejarte de mí sin decirme a dónde vas.
Siempre tienes que pedir permiso para ir a cualquier lugar donde yo no esté, y
no puedes salir corriendo.
La única respuesta que recibió fue un llanto fuerte y algo aniñado.
“Termina con esto ya, Héctor, o
no lo harás nunca” se dijo.
La niña temblaba, y
Héctor sabía que tenía miedo. ¿Pero de qué? Él no era ningún animal, y ya había
visto que a su hermano no le había hecho daño.
-
No te
haré daño, Clitzia. Cada acto tiene sus consecuencias, y estas son las
consecuencias de portarse mal.- dijo, y finalmente se decidió a levantar la
mano.
PLAS PLAS
-
AAAH
El grito de Clitzia le pareció desproporcionado, no la había dado
fuerte, y a punto estuvo de regañarla por ello, pero se dijo que no tenía
sentido.
PLAS PLAS PLAS PLAS
Los sollozos de la niña se elevaron por encima de cualquier otro
sonido.
-
¡A ella
la diste más que a mí! – acusó Tizziano.
-
Porque a
ti te di injustamente en el centro comercial. Y lo siento.
-
¡Has sido
muy malo con ella!
-
No la he
dado fuerte….- se defendió Héctor y trató de levantarla. – Vamos, calabacita,
no llores así, que vas a matarme. Ya
está, ya se pasó…
Clitzia se abrazó a él con mucha fuerza y Héctor pensó que ya iba a
calmarse, pero entonces le dieron arcadas a causa del llanto. Decidió llevarla
al baño y mojarla la cara pero aquél llanto siguió taladrando sus oídos y su
alma. Se prometió así mismo que jamás repetiría aquello. Que jamás volvería a provocar
que aquella niña llorase así. Finalmente, le pidió a María que preparara una
tila, y con mucho esfuerzo logró que la niña se la bebiera. Poco después se
durmió, todavía en brazos de Héctor, que ya no podía negar por más tiempo que
algo terrible sucedía con aquella niña. Que algo malo la había sucedido, o tal
vez algo malo sucedía dentro de ella. Claro que perder a su madre ya era de por
sí motivo suficiente para estar pasando por un mal momento.
Aquél no era, ni de lejos, el peor de los problemas de Héctor ya que el
hecho cierto era que aquellos electrodomésticos no se habían caído solos, y no
había sido casualidad que fueran a caer justo donde los dos niños estaban.
Continúala pronto por favor,me fascinan tus historias.
ResponderBorrarAmo mucho ésta historia! Me encanta Héctor! Adoro a los niños aunque al principio estaba medio en contra de Clitzia, pero hoy... hoy me quedo super intrigada por ese último parrafito! Que no fue casualidad?! Y, entonces?! Quién fue?! Ayyy, ya quiero saber qué sigue. Me conmovieron mucho los niños! Pobres pequeños!
ResponderBorrarBella historia! Síguela pronto, por favor!