Chapter 26: Cosa de magia
"Recuerda que
éste es un día feliz" se repetía Chris cada poco "No tiene sentido
agobiarse".
Pero era más fácil
pensarlo que hacerlo. Era el día de Navidad y toda su numerosa familia iba a ir
a comer. A él le tocaba hacer de anfitrión. Y, mientras veía las enormes
cantidades de comida que se extendían en la encimera de la cocina, el estómago
se le iba cerrando más y más.
- Papá, esto no es
ningún concurso de cocina. Nadie va a evaluar tus dotes culinarios así que deja
de mirar la comida como si fueran a salirle patas – le dijo Nick, sonriente.
Las cosas entre
ellos dos estaban mejor que nunca. Chris había logrado encontrar más o menos,
el equilibrio entre sus tres hijos. Peter se levantaba antes, así que los
primeros momentos de la mañana de los dedicaba a él. El desayuno y las comidas
en general eran para todos. Cocinaba con Nick, y pensaba hacerlo todos los
días, pasara lo que pasara, mientras el chico quisiera. Además había
descubierto muchas utilidades para las habilidosas manos del chico: a Nick le
gustaba desmontar aparatos electrónicos. Chris pensó que era una afición un
poco rara, pero ahí estaba él, sujetando destornilladores y aprendiendo sobre
electrónica gracias al genio de su hijo. Con Leo pasaba el principio de la
tarde, cuando Nick y Peter se entretenían viendo la TV. Y el final de la tarde
variaba según el día, aunque muchas veces veían juntos una película, o les
enseñaban a Nick y Peter cosas sobre la magia.
- No sería lo más
extraño que sucede con la comida en ésta casa – le dijo – Recuerdo una vez que
orbité por error un saco de patatas al tejado…
Nick se rió.
- Seguro que ahora
te alegras más que nunca de que no tenga poderes…
- ¿Por qué dices
eso? – preguntó Chris. Era cierto que una parte de él se alegraba, porque les
ponía a salvo de peligros como los demonios.
- Porque lo de las
patatas en el tejado es algo que yo TENDRÍA que intentar.
El chico sonrió, y
Chris se imaginó un Nick con magia. Definitivamente, el mundo, y los gatos de
la vecindad, no querían eso.
- Ataría tus poderes
– le dijo, pero sonreía, puesto que estaban hablando de broma.
- ¿Puedes hacer eso?
- A lo mejor yo sólo
no, pero con ayuda de mis tías o de mi padre, sí.
- Y…¿has pensado
alguna vez en hacerlo con Leo?
- A mí no me hubiera
gustado que ataran mis poderes. Son parte de lo que soy. Leo ha demostrado ser
bastante responsable con eso. Bianca y yo teníamos magia los dos, así que Leo
iba a terminar sabiéndolo tarde o temprano, y si intentaba obtener sus poderes
por su propia cuenta, podía ser peor.
- ¿Tu mujer era…?
- Sí.
Nick guardó
silencio. Se mordió el labio, y al final preguntó:
- ¿Y Amy?
Aparte de dividirse
en tres cachitos para sus hijos, Chris había pasado su tiempo intercambiando
llamadas con Amy, y siempre colgaba con la misma sonrisa de bobo. Nick estaba
aprendiendo a aguantarse, y a pensar que tal vez Amy no fuera un enemigo.
- No. Aunque, claro,
no es algo que uno vaya preguntando por ahí. Oye, perdona ¿eres una bruja?
- Ya…Pero…¿eso cómo
se sabe? ¿Cómo sabías que yo no tenía magia, por ejemplo?
- El hecho de no
tener magia se da por supuesto. Tenerla es "una excepción". Además,
los brujos no se congelan con el poder de mi madre, por ejemplo. Supongo que un
día puedo dejarlas a las dos, a Amy y a ella, en la misma habitación, y
comprobarlo – comentó Chris, bromeando. Amy era más normal que la normalidad
misma, estaba seguro.
- Ah no – dijo Nick
– Nada de eso. Primero tenemos que conocerla nosotros.
A Chris le sorprendió
esa buena disposición, sabiendo que a Nick le costaba un gran esfuerzo, y le
dedicó una sonrisa llena de afecto.
- Lo haréis.
- Más te vale.
Empiezo a pensar que no existe, y que te la has inventado.
- Vale, me has
pillado – respondió Chris, riéndose.
En ese momento,
sintió que había alcanzado la felicidad máxima. Todo parecía ir bien en su
vida…aunque eso no podía durar demasiado. Se estaba riendo todavía cuando el
aire tembló ligeramente. Allí delante, frente a ellos, apareció un demonio.
Tenía forma antropomórfica, pero la cara ligeramente deformada, tosca. Chris lo
identificó como un demonio de poco nivel. Por instinto, se colocó delante de
Nick.
Todo fue muy rápido.
El demonio lanzó una bola de energía hacia él, pero luego lanzó otra más. ¿En
qué dirección? Chris se permitió sólo un vistazo: Nick había salido corriendo y
ya no estaba tras él. La segunda bola de energía iba directa hacia él. Sin
dudarlo, Chris la orbitó e hizo que regresara al demonio. Este desapareció
entre llamas, de vuelta al inframundo de donde no debería haber salido. Pero la
primera bola de energía impactó directamente en el pecho de Chris, que soltó un
grito.
- ¡Papá!
Nick corrió y se
agachó junto a él. Chris iba a decirle algo, pero se quedó inconsciente.
Nick tenía miedo, pánico,
histeria y una preocupación enorme. Con lágrimas en los ojos, movió las manos
en los alrededores de la herida de su padre, sin saber qué hacer. Después,
cogió unas tijeras y rasgó la camiseta de Chris. Dejó que su cuerpo actuara por
él.
- ¡Peter! – llamó,
gritando con todas sus ganas. Su hermano bajó rápidamente, alarmado. Cuando vio
a Chris en el suelo dio un respingo.
- ¿Qué ha pasado?
- No lo sé. Un
tipo…el fuego…Esa cosa venía hacia mí y él la desvió. Pero otra le dio en el
pecho. Creo que se ha quemado. Hay que….llamar a un médico…No…oye, llama a
Wyatt. O al abuelo. O a los dos.
Peter salió
corriendo a hacer lo que le pedía. Wyatt no cogía el teléfono, así que llamó a
Leo. Mientras tanto, Nick mojó la herida de Chris, que sangraba. En cuestión de
segundos, Leo orbitó y se colocó junto a él. Nick ya ni se sorprendió: se había
acostumbrado a que las cosas y las personas orbitaran. Leo le tocó un hombro,
como para tranquilizarle, y Nick se dio cuenta entonces de que estaba llorando.
El Anciano se agachó junto a su hijo y su nieto, y extendió la palma de la mano
encima de la herida de Chris, pero sin llegar a tocarla. Poco a poco, la herida
comenzó a sanar. Chris abrió los ojos enseguida.
- ¡Papá! – dijo
Nick, haciendo esfuerzos por no tirarse encima suyo. Leo aún no había
terminado. Chris esbozó una media sonrisa.
- ¿Estás bien? –
preguntó Chris.
- ¡Eso tenía que
preguntarlo yo! Papá, lo siento tanto…
- ¿Por qué? No ha
sido culpa tuya
La herida de Chris
se cerró por completo, y Leo apartó las manos. Nick se tiró entonces encima de
su padre.
- Si lo fue. Si no
me hubieras protegido no te habría pasado nada.
- Si te hubiera
pasado algo a ti, yo me hubiese muerto – respondió Chris, envolviéndole con un
brazo.
- Nick, deja que se
levante – dijo Leo, pero con dulzura en la voz. Entendía cuál era la
preocupación de Nick, porque nada más Chris se levantó, él mismo le ahogó en un
abrazo. Peter apareció en la puerta y se sumó, aun con cara asustada.
- Vaya, sabéis cómo
hacer que uno se sienta querido.
Nick lloraba
bastante, por el miedo que había pasado, y Chris se dio cuenta de que el chico
le quería mucho. Aquello hizo que se emocionara.
- Tenías quemaduras
de tercer grado – le dijo Nick. – Y ya no tienes ni una marquita. – inseguro,
pasó una mano por el pecho de Chris, como si esperara tocar alguna herida o
algo.
- Sí, tengo que
reconocer que lo de poder curar es una ventaja. Oye, ¿y desde cuándo sabes tú
diagnosticar una quemadura? – le preguntó Chris, intentando normalizar la
situación.
- Quiero ser médico
– dijo Nick, sin prestar mucha atención, aun asombrado por la rápida curación
de la herida.
- Yo era médico –
comentó Leo. – Antes de…morir.
Chris supo en ese
momento que Leo y Nick iban a tener laaaargas conversaciones sobre el tema.
Esos dos iban a acabar llevándose bastante bien.
- Tú estás
acostumbrado a esto – le dijo Peter, que había estado muy callado. – Estás
acostumbrado a ataques, heridas y curaciones.
- Sí – tuvo que
admitir Chris. – Aunque últimamente había….mucha tranquilidad.
- Qué inoportuno. ¿Es
que los demonios no celebran la Navidad? – preguntó Nick, sin saber si lo
preguntaba en serio o en broma.
- ¿Dónde está Leo? –
dijo Peter, de pronto. – Leo peque, me refiero.
Con el ruido que
habían hecho, no podía ser el pequeño no se hubiera enterado de nada. Se oyó
entonces una vocecita.
- A…aquí.
Leo estaba
semiescondido en la puerta. Corrió hasta su padre y casi le tira al suelo.
Chris le cogió en brazos.
- Eres malo, me has
asustado. – le dijo el niño, llorando un poco.
- No ha sido culpa
suya, Leo – dijo Nick. Pero el niño no dejaba de repetir "malo malo
malo" y de darle golpecitos con los puños. Chris le dio un beso en la
cabeza.
- No pasa nada.
Estoy bien, ¿ves, campeón?
Leo se dejó
tranquilizar por esas palabras y se abrazó a su padre, dispuesto a no soltarse
nunca.
- No llevas camiseta
– dijo el niño de pronto.
- Pues no. –
corroboró Chris, meciéndose un poco como cuando Leo era más pequeño.
- Anda, ven, y deja
que se vista – dijo el tocayo del niño, el otro Leo.
Así que el pequeño
cambió de brazos, y Chris se fue a ponerse una camiseta. Cuando bajó todos
habían dejado de llorar, aunque ninguno de sus tres hijos parecía dispuesto a
separarse más de un metro de él, y su padre tampoco a decir verdad.
- Papá – dijo Chris
– Mamá no tiene por qué enterarse de esto…
- Si crees que puedo
ocultarle algo a tu madre es que ya te has olvidado de lo perspicaz que es.
- Se preocupará.
Su padre se encogió
de hombros, como diciendo "es lo que hay". Tras intercambiar un par
de frases más, se despidió. Volvería en un rato, como el resto de la familia,
para celebrar la Navidad.
- ¿Qué hay que
celebrar? – dijo Peter justo después de que Leo orbitara - ¿Qué casi te matan?
- Pete, estoy bien,
no ha pasado nada.
- Pero podía haber
pasado. Podrías estar muerto. Y le podía haber pasado a Nick.
- Dejémonos de
supuestos tristes, y alegrémonos de que todo está bien.
- ¡La magia es
peligrosa! – le dijo Peter – Puedo entender que Leo se lo tome como un juego,
pero que lo hagas tú es demasiado. Esto que hacéis… puede mataros. Puede
matarnos a todos.
Esas palabras
hicieron daño a Chris. Dudó por un momento y contempló la posibilidad de que
fueran ciertas, y de que fuera un padre irresponsable. Pero él no podía evitar
ser lo que era, y ser hijo de quien era…Iba a intentar razonar con Peter, pero
Leo se le adelantó.
- No digas eso.
Estoy harto de que te metas con lo que somos. Bien que luego le pides a papá
que haga aparecer cosas. Para que te enteres, el único peligro para la magia
sois vosotros: hay que defenderos porque no podéis hacer nada, y encima es
peligroso que sepáis el secreto. Papá corrió un gran riesgo al contároslo. Los
Ancianos podían haberse enfadado con él. La magia no se revela, y sabes qué,
con gente como tú me queda claro por qué. Eres un tonto al que le da miedo lo
que no conoce, incluso aunque hayas visto que no es malo. En vez de quedarte
con que la magia cura, te empeñas en verlo como algo peligroso que hay que
evitar. Pues no podemos evitarlo, así que o te adaptas a lo que hay, o cierras
la boca.
Peter parpadeó,
sorprendido de que Leo le hubiera hablado así. Chris observó también, sin saber
lo que debía hacer: creía que a grandes rasgos Leo tenía razón, aunque no hacía
falta atacar a Peter de esa forma.
- Leo, sé más amable
con tu hermano – regañó con suavidad – Para él todo esto es nuevo.
- Y para mí es nuevo
tenerles a ellos en casa y no por ello me ha dado por decir que son peligrosos,
aunque Nick haya intentado hacerte daño y Peter vaya por ahí haciéndose cortes
con trozos de cristal.
Chris entreabrió un
poco la boca. No sabía que Leo pensara eso. El niño se daba más cuenta de las
cosas de lo que parecía. Y lo de Peter con los cristales tenía que haberle
impactado: había hecho mal en no hablar con él del tema.
- Eso no ha estado
bien, campeón. Esas palabras duelen: discúlpate con tus hermanos.
- Me disculpo con
Nick, porque él no me ha hecho nada, pero que Peter se disculpe primero por
decir que la magia es peligrosa.
- Te he pedido a ti
que te disculpes, no a Peter. Él no te ha atacado directamente.
- Ha atacado a la
magia, que es lo mismo. Tendría que estar agradecido porque ya no tiene
cicatrices, que lo sé yo, que le he visto la espalda. Lo que es, es un
"hipórcrita", y estoy harto. Le odio.
Chris le atrajo
hacia sí y le dio un azote.
- Si no vas a
disculparte, al menos no sigas atacándole. Si sabes lo de su espalda sabes
también que es un tema que a él le importa mucho. Es tu hermano: no busques
hacerle daño. Si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada.
Leo le miró con toda
su atención. Su padre le había hablado como si fuera mayor, lo notó en el tono,
y en las palabras. Lo pensó un poco, y asintió.
- ¿Es verdad eso de
que le odias? – preguntó Chris. Leo miró a Peter, que le miraba de una forma
extraña, y negó con la cabeza. – Pues no vuelvas a decirlo. Si fuera cierto que
le odias, no podría hacer nada por más que quisiera. Pero si es mentira, y lo
dices para hacerle daño, te castigaré ¿entendido?
Leo volvió a
asentir. Aunque su padre sonaba duro, le gustaba que le hablara así: como si
fuera capaz de entender las cosas, y no como un niño al que hay que tratarle
como si fuera tonto. Al ver que Leo le había escuchado, y le había entendido,
Chris se permitió sonreír.
- Bien. Pues
entonces vamos a terminar de prepararlo todo, porque sí, Peter, estamos de
celebración, que hoy es Navidad, y es la primera que pasamos todos juntos.
Se pusieron manos a
la obra, pero Peter no dejó que Leo cogiera uno de los platos y se agachó para
ponerse a su altura.
- No pienso que
seáis peligrosos. Pero sí creo que la magia tiene sus riesgos, y eso no vas a
poder cambiarlo. No es que tenga miedo de vosotros, Leo. Tengo miedo de lo que
pueda pasaros. Eres mi hermano, y Chris es mi padre. Hoy podía haberle perdido
por algo que escapa a mi alcance. El mundo ya es lo suficientemente peligrosos
sin demonios que intenten matarte.
- Los demonios
siempre han existido: lo que pasa es que tú no lo sabías.
- En eso te doy la
razón.
- También tengo
razón en otra cosa: esto es lo que hay. O lo aceptas o te aguantas.
Pese a lo duro de
las palabras, Leo esta vez no estaba tratando de ofenderle.
- ¿Cuándo te has
hecho tú tan mayor? – le preguntó, con una sonrisa. Leo se la devolvió.
- Cuando me salieron
dos hermanos adolescentes, como por arte de magia.
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