martes, 19 de julio de 2016

CAPÍTULO 2:






CAPÍTULO 2:

Me senté en la cama contigua a la de Damián, para estar frente a frente con él. Había dejado de llorar por el susto que se había llevado al verme, pero aún tenía los ojos húmedos.

  • Hola – saludé, mostrando mi sonrisa más amable. El chico seguía sin moverse y, de no haberle visto correr hacia la cama, habría pensado que era una escultura muy realista en lugar de un ser humano.

  • Bue…buenos días – saludó, muy formalito.

  • Eres Damián ¿verdad? – le pregunté.

Asintió lentamente. Siempre me provocaban cierta ternura los niños que se expresaban mediante gestos en vez de verbalmente. En clase solía instarles a utilizar su voz, porque quería que aprendieran a mostrar seguridad a la hora de transmitir ideas o conocimientos académicos, pero en otros contextos me encantaba esa tímida vulnerabilidad infantil.

  • ¿Qué haces aquí en horario de clase? – inquirí.

Me esforcé para que no sonara como un regaño, porque no era lo que pretendía. Aún así, tal vez por ser consciente de que no debería estar ahí, Damián agachó la cabeza y se miró los zapatos. Llevaba puesto el uniforme del internado, que consistía en unos pantalones grises, un polo blanco y un jersey de un tono gris algo más oscuro que los pantalones. Los zapatos eran negros y los llevaba desatados. Sin poder contenerme me agaché para atárselos, sin reparar en que podía molestarle que lo hiciera puesto que ya no era un niño pequeño. De todas formas, no puso ninguna objeción y se limitó a mirarme con curiosidad mientras lo hacía.

  • El… el señor López me ha echado de clase. – respondió, tras dejar pasar unos segundos.

  • ¿El guardián de los de segundo? – pregunté, algo confundido. Aún no conocía el nombre de mis compañeros docentes.

  • Sí, y el profesor de matemáticas.

  • Ah. ¿Y por qué te ha echado? – indagué, en un tono casual, como restándole importancia.

Damián no sabía quién era yo y quizá le extrañaran mis preguntas, pero parecía haber deducido que trabajaba en la escuela. Solo llevaba una semana en aquél internado, era su primer año, así que no debía ser extraño para él encontrarse con gente nueva, sobre todo teniendo en cuenta que la plantilla de profesores estaba sufriendo cambios.

  • Estaba enviando notas en clase – contestó, con algo de pena, como diciendo “sí, ya sé que fue estúpido”.

Pensé que de haber sabido que yo era su nuevo guardián, quizá no habría sido tan sincero conmigo, pero algo me dijo que de ese chico siempre podía esperar la verdad. Tal vez fueron sus ojos verdes, brillantes y limpios, que en ese momento no demostraban malicia alguna.

  • ¿Por eso llorabas? – pregunté, en el mismo tono ligero. – ¿Porque te han echado?

Volvió a asentir, esta vez con algo de vergüenza. Se pasó de nuevo la manga por la cara, como para terminar de borrar las huellas de su llanto.

  • No tienes que llorar por algo así. No pasa nada. ¿Te digo algo? Los profesores se creen que eso es un castigo, pero muchas veces te están haciendo un favor. Y se lo están haciendo a sí mismos. Te dejan salir un rato antes de clase, en lugar de esforzarse por lograr que atiendas y aprendas algo, que es lo que deberían hacer. Y algunas clases son tan aburridas, que salir un poco antes es lo mejor que te podría pasar. – le aseguré.

Sabía que no debía decirle cosas como aquella, pero oficialmente aún no era su guardián y pensé que podía utilizar aquello para empezar a ganarme su confianza, en lugar de mostrarme autoritario y hacer que me considerara su enemigo. Además, nada de lo que había dicho era mentira: me crispaban esos profesores que recurrían enseguida a expulsar a los alumnos de la clase. Sobre todo por tonterías como enviar mensajitos a los compañeros. En esos casos yo interceptaba la nota, la rompía, y les regañaba un poco, pero no les echaba del aula.

Mis palabras le hicieron sonreír un poco, pero no fue una sonrisa duradera. En verdad se le veía preocupado.

  • El señor López también es mi guardián temporal. – me dijo. Decidí no decirle todavía que ya no lo era.

  • Bueno. ¿Y?

  • Que esta tarde me castigará por haber sido expulsado.

  • Pero si te echó él – repliqué.

  • Con más motivo – suspiró. – Igual no tiene sentido que llore. Solo haré que se enfade más. Por eso me vine aquí, para que no me vea. No creí que hubiera alguien.

No tenía sentido ocultárselo más.

  • Estoy aquí porque soy el nuevo guardián del dormitorio – le expliqué – Así que ya no tienes que preocuparte por el señor López.

Damián entreabrió la boca y luego le vi hacer un mohín, como si se sintiera engañado. Enseguida borró toda expresión más allá de una temerosa expectación. Supongo que estaba pensando que ya no tenía que preocuparse por el señor López, pero tenía que preocuparse por mí.

  • Yo no voy a castigarte porque te hayan echado. Ya sé que el reglamento dice que debo hacerlo, pero en lo que a mí respecta estamos en un curioso limbo legal: el señor López ya no es tu guardián y yo aún tengo que ser oficialmente presentado. Así que tu delito fue a caer en aguas internacionales. Y en aguas internacionales no hay condena.

Damián me miró con incredulidad pero poco a poco fue entendiendo que hablaba en serio y una sonrisa empezó a extenderse por su rostro. Me miró con agradecimiento y le vi contener las ganas de saltar de la cama.

  • Pero no te pienses que siempre será así ¿eh? La amnistía solo dura hasta esta tarde. La próxima vez que te metas en líos haré el papel del tipo malo. Así que espero de ti un comportamiento intachable y nada de hacer tonterías en clase. Debes prestar atención al profesor.

  • Sí, señor. Mmm…¿qué significa amnistía?

  • Míralo en el diccionario – le animé. Me incliné un poco y cogí un libro gordo que había en la estantería junto a su cama. Tal como pensé, era un diccionario, aunque algo viejo. Me gustaba que lo usaran para ampliar su vocabulario. Se lo di y él lo puso sobre sus piernas. Empezó a pasar las páginas hasta encontrar lo que buscaba y lo leyó en voz alta:

  • “Perdón de cierto tipo de delitos, que extingue la responsabilidad de sus autores”.

  • Ahora ya lo sabes – le sonreí, y le ayudé a dejar el diccionario en su lugar.

Damián se había tranquilizado mucho al saber que no iba a haber represalias contra él y parecía bastante contento.

  • ¿De verdad vas a ser mi nuevo guardián?

  • Así es.  

  • Pareces más simpático que el señor López – se sinceró. Luego se mordió el labio, como temiendo haber hablado de más.

  • Eso es porque no me conociste enfadado. Pero si tú te portas como es debido, entonces verás cómo nos llevamos bien.

Damián asintió por tercera vez y me dije que tenía que tener cuidado, porque con esa carita de ángel ese niño iba a tener bien fácil el manipularme.

  • ¿Dónde se supone que debes estar ahora? ¿No tienes que quedarte en el pasillo cuando te echan o en algún aula?

  • En el pasillo.

  • Pues vamos. Te acompaño. Así me enseñas un poco esto, aún no me lo conozco bien.

Damián se puso de pie con energías y caminó delante de mí. Abandonamos el primer piso y volvimos a la planta baja. Me guió a través de algunos pasillos y se detuvo abruptamente al doblar una esquina. Un hombre, supuse que era un profesor, estaba en uno de los pasillos con aspecto intranquilo. Cuando vio a Damián pareció enfadarse.

  • ¡Con que ahí estás! ¿A dónde habías ido?

Deduje que se trataba del profesor que le había expulsado, y decidí intervenir no fuera a ser que todavía el chico fuera a cargársela.

- Hola, buenos días. Soy Víctor Medel, el nuevo profesor de historia y guardián de primer año.

- Oh. ¿Primer día? – preguntó el hombre, estrechándome la mano.

- Sí, he llegado hace un rato.

  • Soy Iván López, profesor de matemáticas y guardián de los de segundo. He estado a cargo de los de primero en esta semana.

  • Eso es genial, tal vez me puedas dar algún consejo.

  • Durante la comida lo haré encantado, ahora tengo que ir a mi siguiente clase. Pero ya te adelanto que tengas cuidado con este – dijo, refiriéndose a Damián. – Vamos, tú, entra. Yo ya he terminado y ahora vendrá el profesor de Lengua.

Damián se escabulló y desapareció tras la puerta. No había ningún cristal a lo largo de la pared, así que no pude ver el aula por dentro.

  • ¿Por qué? – le pregunté. - ¿Qué hay de malo con él?

  • Digamos que lo normal aquí es que los chicos se ganen uno o dos castigos al mes. Damián ha batido ese récord tan solo en su primera semana.

  • Es solo un muchacho…

  • Uno bastante desobediente. En especial respecto a la hora de dormir y apagar las luces. En fin, ya te irás dando cuenta. Suerte. – me deseó, y se alejó por el pasillo, para cumplir su horario.

No me pareció bien por su parte que quisiera predisponerme contra un alumno. Si no hubiera conocido a Damián antes de hablar con él, pensaría que se trataba de un chico problemático, pero a mí no me había dado esa impresión en absoluto.

1 comentario:

  1. Muy bueno Dreamgirl, como se puede esperar de cualquiera de tus historias. Seguiré leyendo!

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