domingo, 13 de abril de 2014

CAPÍTULO 31: AVE FÉNIX



CAPÍTULO 31: AVE FÉNIX

No sé qué es lo que esperaba encontrar. Tal vez otro moretón, una pierna escayolada, marcas por todo el cuerpo…. Lo cierto es que cuando vi a Fred en la entrada del colegio, estaba bien. Es decir, seguía con la escayola en el brazo y el moretón de su pómulo tenía peor aspecto porque había alcanzado un tono violáceo intenso, pero esa era la evolución normal de un hematoma y tardaría unos días en desaparecer. Más allá de eso, se le veía feliz. La primera imagen que tuve de él fue sonriendo y… bromeando con su padre. Aparentaban tener una relación tan estrecha como Aidan y yo, e incluso más.

Algo estaba fallando ahí. Observé desde la distancia cómo se daban un abrazo y  luego el padre se marchó. Tardé dos segundos en abalanzarme sobre mi amigo, antes de que desapareciera con cualquier excusa.

- ¿Cómo estás? – le pregunté, o más bien le exigí.

- ¡Oh! Hola, Ted. Genial… ¿a que no sabes dónde estuve ayer?  Papá dijo que me llevaría al Gran Cañón de Arizona. Le dije que estaba loco, que eran muchas horas en coche…. ¿Tú has estado?  Resulta que hay más de ochocientos kilómetros desde aquí. Así que  me pregunté como pretendía ir y volver en el día…   Nosotros no tenemos dinero para coger un avión, así, por las buenas… 

Le escuché a hablar mirándole con rostro inexpresivo, intentando descifrar si su entusiasmo era algo fingido, si pretendía distraerme, o qué. Él se quedó callado con esa sonrisa tan poco habitual en él, hasta que al final resopló:

- ¿No vas a preguntarme cómo lo hicimos, entonces?

No le respondí. Seguí observándole sin entender cómo podía  hacer eso. Cómo podía estar ahí, excretando felicidad por cada poro de su piel, aparentando haber olvidado que vivía con un monstruo. 

Le dio igual que yo no participara en la conversación, porque me lo contó de todas formas.

- Me llevó a Holywood, tío. ¡A Los Ángeles!  Y sí que vi el Gran Cañón: ¡el que usan de decorado!  No sé cómo consiguió papá que nos dejaran pasar pero vi como rodaban una peli y, no te lo pierdas… ¡un disfraz de Darth Vader!   No era el original, por supuesto, más bien parecía el típico que se usa en una parodia. Bufff, ¡nos pasamos tantas horas en el coche! Como cinco de ida y cinco de vuelta. Me quedé frito en el viaje, porque lo que es dormir no he dormido mucho. Papá está loco, en serio. – concluyó, pero sonó a algo admirativo. Eso fue todo lo que yo pude tragar.

- ¡SI, SI QUE ESTÁ LOCO! – grité - ¡Está mal de la cabeza y debería estar encerrado bajo siete llaves! ¿Qué es lo que te pasa? ¿Qué es esto? ¿Intentas hacerme creer que todo fueron imaginaciones mías? Lo sé ¿vale? Sé lo que te hace.  Y a no ser que pienses que soy idiota no te molestes en negarlo.

La burbuja de felicidad de Fred explotó en ese momento. Por fin se dio cuenta de que yo no estaba prestando mucha atención a los detalles de su viaje. Suspiró, y me miró serio, casi resignado.

- Sí, ya imagino que lo sabes. – dijo, y esperé a que añadiera algo más, pero nada. Cada vez me sentía más frustrado.

- ¿Sabes el susto que me llevé ayer? ¿Las cosas que pensé que podía estarte haciendo? Agustina me convenció para no llamar a la policía pero no dejé de sentirme mal por no hacerlo. Y si a ti te hubiera pasado algo, no habría dejado de ser mi culpa.

- No pasó nada. Fuimos a Los Ángeles, ya te lo dije.

- ¿Y cómo sé que es cierto? ¿Cómo sé que no me estás mintiendo para que no le denuncie o para que me sienta mejor?

- ¿Quieres que me despelote? – preguntó, con un sarcasmo que no era propio de él. En ese momento comprendí que en realidad no conocía a Fred. No en profundidad. No como se supone que conoces a un amigo… -  Digo, si quieres me quedo en gallumbos y miras a ver si tengo alguna señal. Aunque igual me crees antes si te enseño las fotos que nos hicimos en el bus turístico.  No sé qué hice para que no confíes en mí, la verdad.

Chasqueé la lengua.

- No… Fred…. Sí confío en ti. No te estoy llamando mentiroso ¿vale? No es eso…

- ¿De verdad? Porque hace un par de días me estabas acusando de robarte la novia y no sé qué más.

Suspiré.

- Vale, esta conversación no empezó como yo quería. Siento mucho lo del otro día. Te escuché hablar con Agustina y malinterpreté las cosas. Siento haberte esquivado cuando querías explicármelo todo. Fui idiota, pero ahora sólo quiero ayudarte. No voy a dejar que te haga más daño. Voy a…. voy…

- No vas a hacer nada, Ted. Te contaré todo lo que quieras saber pero… no es como tú piensas…

- ¿Ah no? Entonces, ¿cómo te rompiste el brazo?

-         Tú no lo entiendes….

-         Pues explícamelo. ¿Cómo es posible que defiendas a alguien que te hace tanto daño?

-         Ocurre más a menudo de lo que crees – comentó, con cierta… sabiduría. Sonó varios años mayor. Supuse que tenía razón. Que la gente tendría a perdonar a quienes más daño les hacían…porque suelen ser los que más quieres. – Lo siente ¿vale? Por eso me llevó a Los Ángeles. Es su forma de… compensarme.

-         Oh, vale, ya lo pillo. ¿Cómo he sido tan tonto? Espera, que voy a romperte una pierna. Pero tranquilo, que luego te llevo al parque de atracciones y así te compenso. – repliqué.

Fred estaba acostumbrado a mi sarcasmo, así que apenas parpadeó.

-         Está en tratamiento. – me dijo.

-         Sí, ya lo sé. Agustina me contó. Y puede que haya sido lo único que ha hecho que no llamara corriendo a la policía. Pero creo que ese tratamiento no da muy buenos resultados…

-         Qué sabrás tú – me bufó.

No, si sólo faltaba que se cabreara conmigo. Sentí que no estaba manejando las cosas muy bien. Pensé en lo que había dicho papá, sobre que Fred fuera a casa, pero algo me dijo que él no iba a querer venir. Como si me leyera la mente, su expresión se relajó un poco.

-         No te preocupes por mí. Estoy bien. Y sino, serás el primero en saberlo.

-         Entonces ya será tarde.

-         Aidan´s POV –


Definitivamente, Ted se culpaba por la desaparición de Alice en el médico el día anterior. No me lo había dicho, pero para mí era evidente. Era muy fácil saber cuándo Ted se sentía culpable por algo. En primer lugar, el chico solía pensar que lo hacía todo mal, así que no era muy descabellado pensar que bajo su punto de vista todo lo malo que sucediera a nuestro alrededor era su culpa. Y en segundo lugar, cuando algo le carcomía por dentro era aún más complaciente que de costumbre.

Normalmente solía hacer todo lo que le mandaba, pero protestando un poco. Si le decía a todos que se pusieran el abrigo porque hacía frío, Ted se ocupaba de que sus hermanos se lo pusieran, pero luego se quejaba cuando yo le insistía para que se lo pusiera él también. Siempre protestaba y siempre terminaba obedeciendo, le pidiera lo que le pidiera. Era como un ritual. En realidad nunca tenía que insistirle demasiado.

Pero cuando se sentía culpable no decía ni mu. No discutía, ni dejaba constancia de su opinión,  y casi ni respiraba. Recogía la mesa incluso aunque no le tocara a él, y era el primero en acostarse con alguna excusa tonta sobre cansancio.

Traté de dejarle claro que todo estaba bien, y que no había sido culpa suya, pero mi hijo era más cabezota que yo, y además sabía cómo esquivarme cuando se proponía hacerlo. Oh, pero en cuanto volviera del colegio iba a hablar con él. Vamos que sí.

… Esa idea tenía hasta que cuando fui a recogerles le vi acercarse  con su amigo Fred. Una parte de mí se arrepintió un poquito de decirle que lo trajera a casa y que hablaría con él porque lo cierto es que no tenía ni idea de cómo proceder. Además ese día me venía particularmente mal tener visitas. Pero esas tonterías perdieron importancia cuando mis ojos enfocaron el moretón de su ojo. Lo de la escayola no me alarmó tanto porque había visto demasiadas en los últimos años. Barie parecía tener un radar para los esguinces, y tenía uno o dos por año.  Pero ese golpe era sin duda un puñetazo, y de esos no había visto tantos. Alejandro traía a veces alguno del colegio, pero por lo que sabía aquella mancha morada no era fruto de una pelea juvenil, sino de un padre abusador. Y eso encendía mi rabia interna de una manera que creía reservada para la seguridad de mis hijos y de nadie más.

-         Hola, chicos. – saludé, cuando llegaron frente a mí.

-         Hola, papá.

-         Hola….mmm….hola. – dijo Fred. Creo que no sabía cómo llamarme, así que lo dejó en “hola”. Le había dicho mil veces que se olvidara del “señor Whitemore”, y casi nunca tenía problemas con decirme Aidan, pero aquél día parecía sentirse incómodo.

-         Tienes un buen golpe ahí, Fred – comenté, en tono despreocupado, como si no supiera nada, para ver cómo reaccionaba. Se puso algo tenso.

-         Podrías usar maquillaje para tapártelo – propuso Barie. No me había dado cuenta de que estaba escuchando.

-         Ya llevo maquillaje. Pero soy demasiado pálido para que funcione – murmuró el chico, mirándose los cordones de los zapatos que, por cierto, estaban desatados. Era evidente que estaba más que incómodo.

-         ¿Vas a venir hoy a casa? – le pregunté.

-         Eh…esto… en realidad, mi padre me está esperando…

-         Puedo hablar con él y decirle que te vas a retrasar – le sugerí. Vi que iba a seguir negándose, así que insistí un poco más – Será sólo por un rato. Hace mucho que no vienes.

-         Estuve hace nada, cuando operaron a Ted… - me contradijo.

-         Anda, ven. A mi hermano Dylan le encantará enseñarte sus cromos – dijo Barie. Me miró con inteligencia. Ella no sabía lo que estaba con Fred, pero algo había percibido, mi pequeña mujercita intuitiva.

-         En otra ocasión – zanjó Fred. – En realidad venía a agradecerle su oferta y a decirle que no es necesario, pero que lo tendré en cuenta.

Alcé una ceja mirando a Ted. ¿Qué oferta? Un sexto sentido me dijo que debía actuar como si supiera de qué me hablaban, así que no dije nada.

-         Ten en cuenta también que puedes y debes tutearme – le recordé, y luego le sonreí. Fred me devolvió una sonrisa tímida, pero eso fue peor porque los hoyuelos que se le formaron resaltaron más su cardenal. Apreté los puños con rabia. Por un momento estuve seguro de que lo que debía hacer era llevarme a ese chico quisiera o no, pero claro, eso sería secuestro…

A mí mi padre no me había maltratado. No así, al menos. Al fin y al cabo hay muchos tipos de maltrato. Siempre mantuve bien en secreto mi situación familiar, porque no era tonto, y si en el colegio se enteraban de que mi padre desaparecía por días, volvía borracho y no se ocupaba de mí, presentarían una denuncia y a mí me llevarían a un hogar de menores. Y yo nunca dejé de intentar que las cosas con mi padre funcionaran.

Supe que lo mismo le pasaba a Fred. Si él no quería hacer nada… ¿qué podíamos hacer los demás? Ya tenía diecisiete años. La policía creería su versión… Una parte de mí le entendía. Nadie tenía por qué meterse… Pero esa parte de mí sabía que aunque aquello fuera lo que él quería no era lo mejor. Además, su situación era mucho peor. ¡Le habían roto el brazo!

Aquella era una de esas situaciones donde el sentido común, la buena educación, la timidez, y la prudencia te dicen que actúes de una manera… y tu corazón te exige que actúes de otra. Y yo siempre había sido de los que escuchan más lo que les sale del pecho que lo que les sale del cerebro.

-         No debes permitir que te trate así – le dije, ya sin rodeos. – Es tu padre, pero no tiene derecho sobre tu cuerpo. No tiene derecho a hacerte daño. Si se lo permites, un día puede controlarse menos de lo habitual… y dar lugar a una tragedia.

En ese momento todos mis hijos me prestaron atención. Dejaron de hablar o jugar para mirarme, notando la seriedad de la situación. Fred se quedó sin respiración. Seguramente no se esperaba que fuera tan directo. La gente suele tratar esos temas por encima, con eufemismos y obviando lo más desagradable de la cuestión. Yo había ido directo al grano.

-         Él no es siempre así. No es siempre así…

La voz le sonó quebrada, pero sus ojos no estaban húmedos. Me dio la sensación de que ese chico sabía controlar bastante bien sus lágrimas.

-         Lo sé. Por eso se vuelve difícil. Si fuera enteramente una mala persona sería muy fácil pedir ayuda. El problema es que no lo es, que es tu padre, y que tienes buenos recuerdos junto a él. Y sabes que si pides ayuda te separarán de él. Y eso da miedo. Y duele. Sobretodo si no tienes a nadie más en el mundo. – murmuré – Créeme, sé de lo que hablo.

Fred intentó responderme, pero no le salían las palabras.

-         Sé que no voy a conseguir que tomes una decisión ahora mismo. Sólo te pido que lo pienses, que le des vueltas a la cabeza. Quitar la cortina es el primer paso para salir por la ventana.

-         Él está en tratamiento. Esa es mi ventana. – me replicó al final.

-         No. Es la suya. Y en el momento en que se rompa, te salpicarán los trozos.

El chico me miró con sus ojos grises bastante abiertos. En ese momento sonó el claxon de un coche y él giró la cabeza, reconociendo el vehículo. Salió corriendo en dirección a un Ford, cuyo propietario salió, y le dio un abrazo. Sé que Fred no le comentó nuestra conversación, porque la mirada del hombre no se dirigió hacia mí. Que no se lo contara tal vez quería decir que me había escuchado lo suficiente como para estar dispuesto a meditar mis palabras.

-         Le abraza – murmuró Ted, sorprendido. Creo que no comprendía la situación. Que le extrañaba que el mismo hombre que le hacía daño se mostrara tan cariñoso.

-         Un lobo te muerde y después, si le dejas, te lame la sangre. Y en cuanto bajes la guardia es probable que te muerda otra vez.  No lo hará por maldad, sino porque está en su naturaleza. Algunas personas sirven expresamente para destrozar la vida de otras, pero sólo los sociópatas son incapaces de sentir remordimiento, o de lamentar el dolor que causan. Es su hijo, y de alguna manera retorcida y enfermiza le quiere.

Igual que Andrew me quería a mí.”

-         ¿Y ya está? – protestó Ted, con incredulidad – Como le quiere, ¿tenemos que dejar que le agreda sin consecuencias?

-         Las consecuencias son que tarde o temprano perderá a su hijo. Física o emocionalmente, y tal vez ambas.

-         Fred estaría mejor sin él.

-         Puede ser, pero entiende que no me precipite cuando se trata de separar a una familia.

-         Entonces ¿no vas a hacer nada? – me acusó. Sonó un poco al tono que pondría un niño cuando ve a Superman leyendo mientras alguien está en peligro.

-         Yo no he dicho eso.  El padre de Fred es carpintero ¿verdad? – le pregunté, y Ted asintió, preguntándome con los ojos qué es lo que estaba planeando.  Pero no llegó a formular la pregunta, y yo no le respondí. – Vámonos a casa. ¿Qué oferta era esa que Fred me venía a agradecer?

-         Yo… le dije que podía venir a dormir a casa…si las cosas se ponen feas… cualquier día…. Que sólo tenía que llamar al timbre…- balbuceó.

-         Oh. Pero eso se da por supuesto. – respondí, relajado porque sólo fuera eso.

-         Sé que tenía que haberte consultado… lo siento…

-         Ted, aún habiéndoselo dicho es probable que la timidez o la prudencia o las ganas de no molestar hagan que no venga nunca, pero al menos ahora sabe que puede hacerlo. Cuando tienes diecisiete años y sufres en tu propia casa, un buen motivo para aguantar y quedarte es no tener otro sitio a dónde ir. Es bueno que Fred sepa que tiene otras opciones. Díselo cuantas veces sea necesario. – le dije, con total sinceridad.

-         Hablas desde la experiencia ¿verdad? – susurró Ted. Nos miramos a los ojos y sentí que él quería leerme la mente.

-         Andrew nunca me puso la mano encima – fue lo único que respondí.


-         Ted´s POV –


Me gustaba cuando las cosas eran blanco o negro. Detestaba cuando se volvían grises.

Papá odiaba a ese tipo, al padre de Fred, tanto como yo, o eso quería pensar, pero no había reaccionado como yo había esperado que reaccionara. Creo que el tema era difícil para él, porque se sentía demasiado identificado. Pero él eligió irse. Él se fue, maldita sea. Nunca me había contado como ocurrió, pero todos sabíamos que Aidan se marchó de casa de Andrew en cuanto cumplió la mayoría de edad.

Tal vez era por eso. Tal vez papá estuviera pensando que a Fred le quedaban sólo unos meses para ser mayor de edad.

-         Puede pedir la emancipación – murmuré. Iba conduciendo de camino a casa. Alejandro estaba a mi derecha, y Cole y los gemelos detrás. Reinaba el silencio en el ambiente, porque la mayoría acababa de enterarse de lo que pasaba.

-         ¿Qué? – preguntó Alejandro, pensando que hablaba con él.

-         Fred. Puede pedir la emancipación. Tengo entendido que si el juez lo considera oportuno, te la conceden desde los dieciséis.

No me respondió en el momento, y ya pensé que no iba a hacerlo, pero casi cuando estábamos llegando a casa, le escuché suspirar.

-         No creo que papá esté pensando únicamente en Fred. Creo que también está pensando en su padre. En los dos. Quiere que lleguen a ser una familia.

Resoplé. Si, Fred también quería eso. De ahí toda esa mierda de que su padre estaba en tratamiento. ¿Era el único que creía que aquello era una tontería?

-         Si Fred puede perdonarle, ¿por qué no puedes tú? – me preguntó Alejandro. ¿Desde cuando mi hermano se había vuelto tan listo?

-         ¿Escuchaste eso de que si rompes un espejo, aunque pegues los fragmentos se ven las fisuras? Discúlpate con un brazo roto: seguirá estando roto. – farfullé.

-         Tú no conoces a ese hombre. No sabes lo que le ha llevado a ser así. Está intentando cambiar. Supongo que Fred valora eso, y piensa que necesita apoyo, y no que le juzguen.

-         Puedo mantenerme al margen, pero no me pidas que tenga lástima de un maltratador. 

Alejandro no dijo nada y abrió la puerta del coche, porque ya habíamos llegado.  Todos se bajaron, pero yo me quedé un segundo sujetando el volante. En realidad sí podía tener lástima de ese hombre. Me era muy fácil tenérsela para ser sinceros, pero sabía que eso era peligroso. Era peligroso compadecerle y era peligroso que Fred le compadeciera.   El tratamiento podría dar resultado o no darlo. La única forma de estar a salvo de un maltratador es alejarte de él. Esperar y rezar para que se convierta en una persona decente puede ser el primer paso hacia tu tumba. Papá ya debería haber aprendido esa lección: las personas no cambian.

La puerta del coche se abrió de nuevo. Era Aidan. Entró y se sentó donde había estado Alejandro, con el coche parado frente a nuestra entrada.

-         ¿No quieres entrar? – me preguntó.

-         Ahora iba.

-         ¿El volante te ha hecho algo malo? – volvió a preguntar. Me fijé en que tenía los nudillos blancos, de la fuerza con la que estaba apretando. Aflojé un poco y le miré. Aidan me miraba con mucho cariño y en ese instante supe que él me iba a entender, y también iba a intentar que yo le entendiera.

-         Un hijo no debería tener miedo de su padre. Un hijo no debería odiar a su padre, ni tener que sentirse culpable por hacerlo. Un hijo no debería levantarse por las mañanas preguntándose de qué humor estará su padre ese día. Un hijo no debería dudar de que su padre le quiera.

Papá jugó con las llaves que colgaban del contacto antes de fijar sus ojos en mí. Ahí sentado parecía mi hermano más que nunca. Aparentemente estabamos hablando de mi amigo, pero en el fondo hablábamos también de nuestro padre.

-         Tú no sabes si a Fred le pasa todo eso. Realmente no creo que se odien. Creo que se quieren mucho, y por eso aunque he prevenido a Fred no desapruebo lo que está haciendo.

-         ¡Tú te fuiste! ¡Dejaste a Andrew y él jamás te hizo nada como lo que le han hecho a Fred! - exclamé, con algo de rabia. No pretendía ser una crítica, sino un argumento. En mi opinión Fred tenía que hacer lo que en su día hizo él.

-         Andrew jamás me abrazó, Ted. Contadas, lo hizo cinco veces en toda mi vida. Llegó un momento en el que yo tampoco era capaz de abrazarle. No me salía natural. No había… no había afecto entre nosotros. Fred ha abrazado a su padre con confianza. Se ha sentido atacado por mí, y ha acudido a él, en vez de al contrario.

-         ¡Eso sólo demuestra que Fred también tiene un problema! Es muy frecuente que las personas maltratadas justifiquen…

-         No hables así. No digas “las personas maltratadas” como si fueran una clase social más. Los ricos, los pobres, y las personas maltratadas. No. Cada caso es único. Cada persona es única. Si Andrew alguna puta vez en su vida hubiera ido a alcohólicos anónimos yo hubiera empezado a hablar de él en términos de “tiene un problema” y no con palabras como “es un capullo”. El padre de Fred tiene un problema. Mientras tenga un problema, yo intentaré buscar una solución. En el momento en el que se convierta en un capullo, le partiré la cara.

Era extraño escuchar a papá hablando con tanta franqueza. Me paré un segundo a meditar sus palabras. ¿Andrew jamás le había abrazado? Bueno, según él, cinco veces. Cinco veces en dieciocho años. Joder. Generalmente Aidan me abrazaba a mí más de cinco veces al día. 

-         ¿Por eso me preguntaste si era carpintero? ¿Tienes pensado visitarle y hablar con él? – le pregunté.

-         Sólo para asegurarme de que no es un capullo. – me confirmó.

-         Alejandro tenía razón. No buscas sólo lo mejor para Fred, sino también lo mejor para su padre.

-         No, Alejandro se equivoca. Ese hombre para mí no vale una mierda. Pero un hijo siempre estará mejor con su padre. Lo que quiero es conseguir que ese padre sea digno de tener un hijo.

Supuse que eso era lo lógico. Que merecía la pena luchar por unir una familia en lugar de por separarla.

-         Yo tampoco quería que me separaran de Andrew, Ted. Aunque más de una vez cometiera negligencias. Aunque pasara de mí. Aunque no le viera el culo durante días y al volver apestara a alcohol, y fuera cruel conmigo. Y no es que me gustara que me tratara así, como podrás entender. Tampoco es que estuviera ciego o justificara lo que hacía. Simplemente deseaba con todas mis fuerzas que él cambiara. No culpo a Fred por desear lo  mismo. Aunque no pienso perderle de vista. Voy a respetar su deseo, pero si ese deseo le pone en peligro mandaré todo a la mierda, porque ese hombre habrá demostrado que no es su padre ni merece serlo.

Nunca me había dicho tanto sobre su relación con Andrew. Algunas cosas las había deducido, otras las había imaginado, pero nunca me había hablado tan claramente sobre cómo había sido su vida con él. Me di cuenta de que aquello no era más que la superficie, y aun así sentí mucha pena por él.

Yo había descubierto lo de Fred de la peor forma. Le había visto lastimado, y había oído gritos por teléfono. En seguida extrapolé que su padre era un monstruo, pero lo cierto es que hasta entonces siempre me había parecido un buen tipo. Un hombre sencillo, con poco dinero, que se esforzaba por mantener a su hijo. Detrás del monstruo había una persona. Una persona a la que Fred quería. Una persona por la que Fred estaba dispuesto a luchar. Supongo que me tocaba ponerme a su lado en la batalla.

Aidan me sonrió un poco, al ver que le había entendido.

-         Has dicho tantas palabrotas en ésta conversación que me las voy a cobrar cuando a mí se me escape alguna.  – le solté, devolviéndole la sonrisa. – A ver si tienes la cara dura de regañarme.

-         ¡Serás…! Ven aquí, mocoso.

Me atrapó con sus descomunales brazos y me revolvió el pelo con cariño. Por fin le había entendido. Seguramente Aidan era una de las pocas personas en el mundo capaces de pensar que lo mejor era respetar el deseo de Fred. Sólo quien ha pensado lo mismo alguna vez puede entenderle.

-         ¿Por eso… por eso le guardas tanto rencor a Andrew? ¿Por eso nos enseñas que es malo? – me atreví a preguntar.

-         ¿Yo os enseño eso? No lo pretendo.  Es vuestro padre después de todo. Pero sí, supongo que le guardo rencor y que no puedo evitar que se me note. Sin embargo no es por eso. No le odiaría tanto por algo que me hubiera hecho a mí.

Frases encriptadas como aquella era lo que me hacían pensar que su problema con Andrew tenía algo que ver conmigo, directa o indirectamente. Me apoyé en él todo lo que los mandos del coche me permitían, abrazándole un poco.

-         Tuviste una vida muy dura.

-         Las hay peores – me respondió, y me dio un beso en la cabeza.

-         ¿Cómo pudiste aprender a ser tan buen padre teniendo uno tan malo?

Sentí que su pecho se hinchaba con mi pregunta. Le encantó que le dijera buen padre. Se separó un poco y me sujetó la barbilla.

-         Aprendí a ser padre cuando me enseñó mi hijo.

Me revolví algo incómodo.

-         Seguro que te volvía loco.

-         Para nada. Siempre has sido muy tranquilo. Aunque de bebé tenías unos pulmones… ¿has oído llorar a Alice? Pues mil veces peor.

Sonreí un poco, pero estoy seguro de que no llegó a mis ojos.

-         La perdí… - murmuré, y me mordí el labio. Imaginé lo que hubiera sido nuestra vida si Alice no hubiera aparecido cuando se perdió en el hospital. No hubiera sido vida. Punto.

-         No fue tu culpa, Ted. – me aseguró papá. Ya me lo había dicho el día anterior, pero no le creía. Se suponía que yo les estaba cuidando. Tuve que ser muy transparente, porque Aidan suspiró. – La única forma de que me quede tranquilo si tengo que salir de casa es sabiendo que están contigo. No se me ocurre nadie mejor para cuidar a tus hermanos.

Me pregunté si lo decía en serio, o sólo para que me sintiera mejor.

-         Es por eso que estuve pensando en lo que me sugeriste ayer. ¿De verdad te ves con fuerzas de encargarte de todo sin ayuda de una niñera?

Como toda respuesta, mis ojos se abrieron de par en par y me tiré hacia él derribándole sobre el asiento.

-         Vale, creo que eso es un sí – respondió, y se rió.

-         No te defraudaré.

-         Es imposible que lo hagas, hijo.

- Aidan´s POV -

Cuando me metí en el coche de Ted para hablar con él pensé que podía estar enfadado conmigo. No había reaccionado aquello según sus expectativas. Pero no. En apariencia sólo estaba preocupado por su amigo, lo cual era muy lógico porque pese a todo lo que le dije tenía que contenerme para no buscar a aquél tipo y partirle el cuello, a ver si se rompía tan fácil como el brazo del chico.

Al entrar en casa él se veía bastante más relajado. Fui a preparar algo de merendar y les reuní a todos en el salón.

-         Muy bien, tomaros el sándwich rápido que nos vamos al dentista. Esta vez tenemos hora a las cinco y media, y espero que la consulta no lleve retraso.

Los más mayores se llevaron los deberes para hacerlos mientras esperaban. Esa vez había hablado con Michael para que fuera directamente al hospital en cuanto saliera de la comisaría. Aquella tarde les veían a todos sí o sí, porque yo no iba a tener más días.

Tuvimos suerte, porque nada más llegar nos tocó el turno. Pasé con Alice alegrándome porque la enana no tuviera tiempo de tener miedo e imaginar cosas. La senté en esa especie de silla-camilla y ella me agarró la mano y se revolvió, nerviosa.

-         No voy a hacerte daño, Alice – dijo el doctor, con amabilidad y paciencia. ¿Cuántos niños asustados tendría que ver a lo largo del día? – Sólo tienes que abrir la boca y yo usaré esto para ver si tus dientes están bien. Mira, cógelo. No hace daño ¿ves?

Alice cogió el espejo bucal con sus manitas y lo examinó con atención. Luego miró el resto de aparatos que había a su alrededor, aunque creo que el dentista no iba a utilizarlos en ella.

-         No hay agujas, papi – me informó.

-         Claro que no, bebé. Papá no miente: nadie va a pincharte ningún dientecito.

-         Bueno.

Aquello pareció convencerla del todo y se dejó hacer. El dentista terminó enseguida, porque no era más que un examen rutinario. Al cepillarla  los dientes yo miraba haber si había agujeritos y por eso sabía que estaba libre de caries, y por lo visto no me equivoqué. Luego la preguntó si sabía lavarse los dientes solita y mi princesa respondió que sí, muy indignada, pero que prefería que lo hiciera yo, que lo hacía mejor. Arrancó más de una sonrisa en el doctor, que la despidió con un caramelo.  Con eso se aseguró que mi bebé dejara de odiar el dentista… al menos hasta la próxima visita.

Con Hannah fue más complicado. Tenía una caries en una de las muelas traseras, que además ya no era de leche y había que empastarla. Cometí el error de preguntar al doctor delante de ella si había que anestesiarla. El hombre dijo que no, que era una caries pequeña, que no iba a tocar el nervio y que iba a ser sencillo, pero Hannah se asustó mucho, seguramente pensando que la iba a doler, y empezó a lloriquear. Me puse de cuclillas junto a ella.

-         ¿Por qué lloras, princesa?

-         No quiero, papi, no quiero.

-         ¿Qué no quieres? – pregunté, pero ella sólo lloró con más fuerza. La levanté y me senté en su lugar, para ponérmela encima. La acuné un ratito y la limpié la cara. Al final, encontré las palabras adecuadas. – ¿Recuerdas cuando me ayudaste a hacer huevos rellenos?

La pregunta sirvió para distraerla. Hannah  me  miró algo más tranquila. La repetí la pregunta y ella asintió y se frotó los ojos.

-         Primero sacamos la yema ¿verdad? Y luego hicimos una pasta, y la metimos en el huevo. Pues eso es lo mismo que va a hacer el doctor. Te va a limpiar la muela, y como hay un agujerito lo va a rellenar con una pasta. Y no va a dolerte nada.

-         ¿Me lo prometes?

-         Te lo prometo, cielo.

Ella había tenido suerte. Kurt había tenido una caries más grande y le habían tenido que anestesiar, y fue toda una odisea conseguir que se dejara pinchar.

Hannah se hizo una bolita sobre mí.

-         ¿Tengo que hacerlo?

-         Sí, bebito. Si no con el tiempo sí te dolerá, y además tendrás el diente picado. Y una princesa como tú tiene que tener una sonrisa bonita, ¿mm? – dije, y la hice cosquillas en el costado. Sonrió un poco y me levanté para volver a tumbarla en el sillón.

El doctor se acercó, la pidió que abriera la boca y metió el extractor de saliva. Luego el espejo y una cosa cuyo nombre desconocía, pero que parecía servir para limpiar el diente. Hannah debió de sentirlo como un objeto extraño en su boca, porque lloriqueó de nuevo en cuanto el dentista lo metió. Lo sacó enseguida y lo dejó en una mesita auxiliar.

-         Ssh. No voy a hacerte daño, Hannah. Tengo que utilizar esto para limpiarte el diente. Mira, se siente así – explicó, y tomó su mano para que tocara el objeto.

Tras dudar un poco Hannah abrió la boca otra vez y se estuvo quieta. Al minuto o así, sin embargo, creo que se aburrió y empezó a moverse. El doctor pidió varias veces que se estuviera quieta y al final ella empezó a llorar otra vez, pero ya no era de miedo sino de fastidio.

-         Hannah, cielo, enseguida terminamos. Aguanta un poco más ¿Sí?

No tuve mucho éxito, porque siguió moviéndose y dificultando bastante el trabajo del doctor.

-         Princesa, ¿conoces el cuento del ave fénix?  - pregunté. Ella me miró con algo de curiosidad.

-         ¿Qué es eso?

-         El ave fénix. El pájaro que renace de sus cenizas y cuyas lágrimas, según dicen, curan cualquier herida.

-         ¿Y cómo hace eso?

-         ¿Te sabes el cuento o no?

-         No – reconoció, y se recostó mejor en la camilla. Sonreí un poco. Hannah no podía resistirse a un cuento nuevo. Kurt me pedía una y otra vez que le contara o le leyera los mismos, pero Hannah siempre quería historias nuevas.

-         Abre la boca, que el doctor vea lo bien que te portas. – la pedí. Ella lo hizo y me miró insistente. Volví a sonreír y me acerqué para acariciarle la cabeza, y así me aseguraba además de que no la moviera. -  Hubo una vez, hace muchos, pero muchos muchos años un pequeño pájaro que soñaba con volar hasta llegar al sol. Pero sus alas no podían mantenerle en el aire durante tanto tiempo, ni podía subir tan alto. En lugar de rendirse, el pajarito lo siguió intentando día tras día, mes tras mes, año tras año. Él creció, y sus alas también y al final tanto intentarlo dio sus frutos porque se acercó todo lo que podía sin abrasarse de calor. Muy orgulloso, repitió el viaje varias veces, sin darse cuenta de que cada vez sus plumas se volvían más y más doradas, por la magia de los rayos del sol. Era un color muy bonito. Tan bonito se volvió, que comenzó a llamar la atención de la gente. Se fijó en él una niña que vivía cerca de su nido y se admiró de la valentía del pajarito, por atreverse a volar tan cerca del sol. “¿No te da miedo, pajarito?” le preguntó en una ocasión, pero él le respondió: “Hay cosas por las que merece la pena pasar un poquito de miedo.”  La niña pensó que ella no tenía nada así, pero se equivocaba.  Un día, estando los dos jugando, el brillo de las plumas del ave Fénix llamó la atención de unos cazadores. Empezaron a perseguirle para derribarle con sus armas, y aunque el ave podría haber huido volando, no lo hizo para proteger a su amiga. La hizo montar sobre él y la alejó todo lo que pudo, pero al llevarla con él volaba mucho más despacio. La niña quedó conmovida por la lealtad de su amigo, que voló hasta consumirse de agotamiento. Ella quedó muy triste cuando el pájaro se convirtió en un montón de cenizas frente a sus ojos, pero entonces vio que en las cenizas había un pequeño huevo naranja. Ella sintió que tenía que protegerlo, sólo era un bebé. Sintió que por eso sí merecía la pena pasar un poco de miedo. Se puso delante de él y los cazadores la hirieron de un disparo. Ellos buscaban un pájaro y no un huevo, así que pasaron de largo. Pero cuando se fueron el cascarón empezó a romperse, y el ave Fénix resurgió de las cenizas. Al ver a su amiguita herida, se echó a llorar y entonces ocurrió un milagro: tanto la quería que sus lágrimas la curaron. Desde entonces se dice que el ave Fénix protege a todos los niños valientes, para que nada les cause daño.

Para cuando terminé el cuento, el dentista también había terminado y Hannah ni se había dado cuenta.

-         Dime, Hannah, ¿te ha dolido? – pregunté, y ella negó con la cabeza. Me acerqué y la di un beso – Eso quiere decir que eres muy valiente. No tendrás un pajarito escondido por ahí ¿eh? – la levanté el brazo, como buscando un animalito bajo su axila.

-         Jijiji. ¡No, papi!

-         ¿Segura? – levanté también sus piernas, y ella se rió más. – Mmm. No. No hay pajarito. Será entonces que papá decía la verdad, y que no dolía.

-         Ven Hannah, enjuágate aquí y habremos terminado. No te lo tragues ¿eh? – dijo el doctor. Hannah sorbió un poquito de enjuague bucal y lo escupió sobre la pila. Ya íbamos a irnos, pero…

-         ¡A Alice le dio un caramelo! – protestó, y el doctor se rió y se sacó uno del bolsillo. Yo sonreí algo avergonzado.

-         Ahora todos mis hijos le pedirán uno.

-         Eran ocho, ¿verdad?

Me tocó el turno de reír a mí.

-         ¡Doce! – le corregí, y abrió mucho los ojos.

-         Y yo no puedo con tres – le oí murmurar. – En cinco minutos estoy con …- miró sus papeles – Ted. Voy a salir un momento.

Asentí, y fui a la sala de espera con el resto de mis hijos. Michael había llegado mientras yo estaba dentro con Hannah  y ella voló hacia él como una polilla hacia la luz.

-         ¡Michael! ¡Me han “empastizado” el diente!

-         ¿Sí? Enséñamelo – pidió, mientras se la sentaba encima. Hannah abrió la boca todo lo que pudo y señaló la muela recién sellada. – Eso es por no lavarse los dientes.

-         ¡Que si me los lavo, tonto! – protestó ella y sacó la lengua – Todos los días y mejor que tú.

-         Pues yo no he tenido nunca ni una sola caries – presumió él. – Dientes perfectos, ¿ves?

-         El record lo tengo yo – dijo Zach – Ocho. Pero casi todas fueron en dientes de leche.

Y de ahí empezaron a hablar de las enfermedades que cada uno había tenido. Michael no había tenido grandes problemas de salud, quitando la diabetes. Pero por lo visto hacia diez años que no iba al dentista. ¡Diez! Me alegre de haberle pedido cita a él también.

La cara de Ted cuando le dije que era el siguiente fue digna de verse. Pero había otra cara que destacaba entre las presentes, y era la de Kurt. Mi enano estaba bastante serio, nada juguetón y muy quieto, lo que era más que extraño en él. Estaba sentado en uno de los banquitos y no corriendo por ahí y volviendo loco a alguien. Me senté a su lado.

-         ¿Qué pasa campeón? A ti ya te vio el doctor ayer. Hoy no tienes que entrar, así que quita esa cara de preocupación. – le dije, y le acaricié el pelo, pero no conseguí ni una sonrisa ni el intento. Fruncí el ceño. – ¿Pasa algo, bebé?

Él negó con la cabeza.

-         Me duele un poco la tripita.

-         Oh. Pobrecito, ven aquí. – le senté encima y le hice un masaje suave, preguntándome si se habría puesto malo. Enfermaba de la tripa bastante a menudo. Casi lo confirmé cuando vi que mis mimos no le hacían sentir mejor.

El dentista fue revisando a todos y para cuando salimos de allí yo no podía con mi alma. Ir al médico siempre me agotaba, pero a ellos por lo visto no porque fueron armando bulla todo el camino de vuelta en el coche…. Salvo Kurt. Él seguía igual de decaído. Temí que estuviera incubando algo fuerte.

Al llegar a casa me decidí a ponerle el termómetro por si acaso, aunque le toqué la frente y no me pareció que tuviera fiebre.

-         Ven Kurt. Papá va a ponerte el termómetro.

Él me dio la mano y vino conmigo con docilidad, aunque parecía bastante triste. Le senté en la mesa del comedor mientras sacaba el termómetro y me sorprendió ver que casi lloraba cuando me giré.

-         Papi, tengo que decirte algo. – susurró. Eso me sonó a que no me iba a gustar nada, pero a él le estaba costando mucho decir eso, así que traté de ser paciente. Me senté en una silla cerca de él.

-         ¿Qué es, campeón?

Kurt se miró los pies y los levantó, agarrándose a la mesa con las manos.

-         Hoy en clase la profe ha castigado a Neal por tirar bolitas de papel… pero no ha sido él.

-         ¿Ah, no?

-         Fui yo. Iba a decirlo, pero entonces la profe mandó una nota para su casa y yo sabía que si traía una te ibas a enfadar mucho conmigo. Así que no dije que había sido yo… - concluyó, mirando al suelo. Levanté su barbilla y vi lo mucho que estaba luchando por no ponerse a llorar.

-         ¿Y por qué me lo estás diciendo ahora?

-         Porque… porque me siento mal… Le regañaron por mi culpa…

-         Mm. Creo que por eso te duele la tripita. – comenté, y le cogí en brazos. Pensé un momento antes de separarle para mirarle a la cara. – Si no me lo hubieras dicho yo nunca podría haberlo sabido. Me has dicho la verdad, y sabes que estoy muy orgulloso por eso, pero le mentiste a tu profe y te portaste mal en clase. 

-         Papi….snif….snif…. no me des en el culito…

-         Son dos las cosas que has hecho mal, Kurt, pero has hecho una bien. Por eso no te voy a dar en el culito, pero sí te voy a castigar – le dije y le senté en le mesa otra vez. Fui hasta un cajón y saqué un par de papeles de los que usaban para pintar y un lápiz. – Vas a escribir veinticinco veces “tengo que obedecer a mi profesora”, y otras veinticinco “no dejaré que regañen a un compañero por algo que hice yo”.


Escribí cada una de las frases porque sabía que mi peque sería incapaz de retenerlas si no.  Luego le coloqué bien sentado en la silla y le di el lápiz.


-         No puedes levantarte de aquí hasta que lo hagas.

Kurt me miró con su boquita formando una “o” de sorpresa  y espanto. Le faltó llamarme malo, pero resultó evidente que de todas formas lo pensaba. Agaché la cabeza y le di un beso en la frente.

-         Cuando acabes ven a buscarme. – le dije, y me marché a la cocina a sacar los platos del lavavajillas. Cuando terminé fui al piso de arriba y para eso tuve que pasar delante de él, y vi que no había escrito nada aún. – Kurt, haz lo que te he mandado.

Él puso un puchero y agarró el lápiz. Subí arriba y me encontré con que ese piso era un desastre. Yo había renunciado al “orden” con el hijo número seis, pero una cosa era un poco de caos y otra cosa era ver calcetines sucios tirados en el pasillo. Por el tamaño parecían de Dylan o de Cole, y dado que el primero no se desvestía sin mi ayuda, deduje que se trataba del segundo.

Entré en el cuarto compartido de Cole y me encontré con que los cuatro estaban haciendo actividades muy diferentes. Ted estaba estudiando. Cole estaba tumbado en su cama leyendo. Alejandro estaba tumbado en la suya, con el móvil. Y Michael estaba con el ordenador.

-         ¿De quién son esos calcetines que hay fuera? – pregunté, aunque ya lo sabía.

-         Creo que míos – dijo Cole.

-         Ya me dirás qué hacen ahí. Anda, recógelos, y ponlos donde la ropa sucia.

-         Voy ahora – me dijo, y se acercó aún más el libro, como si quisiera absorberlo.

-         La ropa no se tira, hijo. Cada cosa tiene su lugar y es así como conseguimos que éste circo funcione.

-         Que ya… - respondió, en tono de “déjame, que esto está interesante”.

-         ¿Has escuchado lo que te he dicho? – inquirí, levantando una ceja.

-         No sé qué de un circo.

-         Sí, y yo debo de ser el payaso, visto el caso que me haces. Venga, levántate y deja la ropa donde va.

No es que fuera un paranoico con el tema de la ropa, sino que cada uno tenía su tarea en la casa. Eran cosas pequeñas, pero si yo tenía que reunir toda la ropa sucia o hacerme todas las camas tardaba media vida. Mi cordura dependía de que ellos se tomaran en serio las cosas que tenían que hacer. De otra forma es imposible llevar una casa con doce hijos. Además no me gustaba que me actuaran como si yo fuera un eco de fondo, que es justo como estaba actuando Cole.

-         En cuanto termine.

Resoplé, pero en el fondo me encantaba que le gustara tanto la lectura.

-         Termina ese capítulo y hazlo antes de empezar el siguiente ¿eh? – le dije, y le revolví el pelo.

Salí para ver a las enanas, pero Kurt me interceptó en el pasillo.

-         Kurt, ¿qué haces aquí? ¿Ya terminaste? – pregunté, extrañado, porque me parecía pronto.

-         Papáaaa. No quiero hacerloooo. Es muy aburridooooo.

-         Mala suerte, campeón. Piénsalo la próxima vez antes de portarte mal. Vamos, te dije que no te podías levantar. Vuelve a tu sitio.

-         Pero es que no quieroooo.

-         Ya imagino que no quieres. Por eso es un castigo. Obedece, Kurt.

-         ¡No!

-         ¿Quieres unos azotes además de copiar?

-         No, papi… - lloriqueó, con el puchero perfecto.

-         Pues entonces hazme caso.

Kurt bajó las escaleras y realmente esperé que aquella vez me obedeciera, pero por si acaso le seguí. Fue al salón y se sentó en la silla. Cogió el lápiz, pero no escribió y me fijé en que las hojas seguían en blanco, salvo por las frases que había escrito yo.

-         Kurt, voy a ir a la cocina a sacar el pollo del congelador. Si cuando vuelva no has empezado lo tomaré como que no cumples el castigo y eso no te gustará. – le dije, y efectivamente fui a la cocina a sacar el pollo para que se descongelara antes de cocinarlo.

Regresé al salón, y me encontré con que Kurt estaba llorando. Suspiré, para armarme de paciencia, suponiendo que tendría que enfrentarme a una rabieta. Pero Kurt sí estaba escribiendo, y llenando el papel de sus lagrimitas. Me dio bastante pena. Me agaché junto a él y le limpié la cara con un kleenex.

-         No es para que llores.

-         Me has castigado…snif… puedo llorar si quiero…- protestó, y me hizo gracia la forma de decirlo.

-         Bueno, sí, mi amor… Claro que puedes llorar, pero no hay por qué hacerlo. Sólo tienes que copiar lo que te he dicho y luego ya está, puedes levantarte. Terminas antes si haces lo que papá te ha pedido.

-         Snif….tas e-enfadado….snif….

-         No cariño, no lo estoy. Sólo te he dicho que copies porque no lo estabas haciendo. Me estabas desobedeciendo, pero ahora lo estás haciendo bien y no estoy enfadado. De hecho estoy muy contento porque estás haciendo lo que te he pedido – respondí, y le di un beso. Caray que uno tenía que tener cuidado con lo que decía. Si hablaba en plan dulce no me hacía caso, y si hablaba con firmeza se echaba a llorar. Enano sensible y manipulador e.e

Kurt se pasó la manga por la cara, dejó de llorar, y siguió con las líneas. De alguna manera siempre conseguía hacerme sentir mal cuando le regañaba,  le diera unos azotes o no. Era demasiado adorable.

Le dejé tranquilo con los papeles y fui secuestrado por las enanas, que querían que las peinara como princesas. Una de las primeras cosas en las que reparé al ser padre de cuatro chicas era que tenía que mejorar mi repertorio de peinados, así que me vicié a tutoriales de Youtube y para entonces era todo un experto en peinados raros.

Cuando “Sus Majestades Reales” me liberaron y volví al pasillo vi que los calcetines de Cole seguían ahí. Me sentó bastante mal, pero decidí ir de buenas y que no me pasara como con Kurt. Entré a su cuarto y le vi exactamente igual que antes, tumbado con el libro en las manos.

-         Cole, te pedí que recogieras.

-         Enseguida lo hago.

-         Estoy seguro de que ya terminaste el capítulo.

-         Ya voy, papá, ya voy de verdad…

-         Exacto. Ya. – dije, acercándome y cogiendo el libro, pero él no lo soltó.

-         ¡No, espera!

-         Ya esperé, Cole. Vamos, es sólo un segundo. Lo recoges, lo dejas en su sitio, y luego vuelves.

-         ¿Y por qué no lo recoges tú? – me soltó, molesto, porque había conseguido sacarle el libro de las manos.

-         ¿Disculpa? Ten cuidado en cómo me respondes y  no tengo que recoger nada. Yo no lo dejé.

Por primera vez reparé en el título del libro que estaba leyendo y vi que era uno de los míos. Era un libro con la letra demasiado pequeña para su edad, y en general escrito para gente algo más mayor, pero él no parecía tener problemas con eso. Quieras que no, uno se sentía bien cuando veía a sus hijos leyendo su libro.

-         ¿Te está gustando? – le pregunté.

-         Ahora ya no voy a saberlo ¿no? – me gruñó, y se bajó de la litera  con algo de agresividad.

-         ¡No te pongas así que luego puedes seguir leyendo!

-         ¡Podría seguir ahora si no fueras tan gilipollas! - gritó, y no sé si fue sólo una percepción o si de verdad el tiempo se detuvo. Michael, Ted y Alejandro pasaron a mirarnos fijamente y tras unos segundo Cole pareció darse cuenta de lo que había dicho. Sus ojos se dilataron un poco y tragó saliva fuertemente.

-         ¿Qué me has llamado? – inquirí, y esa fue su señal para salir corriendo. Le perseguí. - ¡Cole, ven aquí!

No corría exactamente con una dirección fija, sino que empezó a esquivarme por toda la habitación, y como no era muy grande se subía a las camas y a cualquier lugar donde sintiera que no le podía alcanzar.

-         ¡Cole!

-         ¡Perdón, papá, perdón!

-         ¿Dónde has aprendido a hablarme así? ¡Y si vas a decirme que de tus hermanos mejor mira cómo terminan ellos después de soltar semejante cosa!

-         ¡Se me escapó!

-         ¡Pues no se te puede escapar! Vamos, deja de hacer el mono y ven aquí, que no voy a comerte.

En ese  momento Cole trató de pasar de una cama a otra pero como no estaba precisamente tranquilo y concentrado hizo un mal movimiento y se cayó.

-         ¡Au!

-         ¡Cole! ¿Te has hecho daño?

-         ¿Tú….snif…tú que crees?

Ted se acercó a él y le ayudó a levantarse. Le examinó en busca de daños y le regañó un poco.

-         ¿Tú crees que esa es forma de hablarle a papá?

-         No…snif….Y ahora….snif…. ahora me va a pegar…

-         Mmm. ¿Vas a volver a hablarle así? – preguntó Ted y Cole negó con la cabeza. - ¿Te duele? – siguió Ted, y Cole asintió. – Bajo mi punto de vista te sientes exactamente igual que después de un castigo. Yo creo que papá ya te castigó y se le ha olvidado.

¡Tramposo caradura! Fulminé a Ted con la mirada, porque ahora no había forma humana de que yo castigara a Cole sin sentirme un monstruo y verme como uno.

-         Lo siento papi… - gimoteó Cole.

-         Claro, y crees que el “papi” te va a salvar – farfullé, pero le cogí en brazos. Le froté la espalda buscando reconfortarle. Se veía muy pequeño embolado en ese hueco entre mis brazos. – Vamos, ea, ya no llores. ¿Qué ocurre? ¿Tanto te duele? ¿Te diste muy fuerte?

-         No… Es que snif….es que ahora me vas a castigar….

Le llevé al baño y medio le limpié la carita, medio dejé que lo hiciera él. Me miró expectante, como a la espera de oír su sentencia. Suspiré.

-         Estas son tus opciones, y te doy a elegir únicamente porque te has hecho daño. O una semana sin leer o unos azotes.

-         No, papiiii. ¡Una semana es mucho!

-         Parece que ya has elegido entonces.

-         Pero…snif…no quiero…snif…. no quiero que me pegues.

-         Ni yo que me insultes y que pases de hacer lo que te digo.

-         Ya … ifgs … ya no me regañes.

Chasqueé la lengua y le di un beso. Si le dejaba una semana sin leer iba a ser muy difícil para los dos. Él se aburría soberanamente y me protestaría a cada rato, y a lo mejor acababa por ganarse otro castigo. Decidí terminar con aquello rápido. Me senté en la taza del váter y le puse a él delante de mí.

-         ¿Por qué te voy a castigar? – le pregunté.

-         Por… por decirte gili y lo que sigue.

Sonreí un poco ante una forma de expresarse tan infantil.

-         La próxima vez me obedeces a la primera en lugar de insultarme – le dije, y tiré de él un poco para tumbarle encima de mí.  Le vi cerrar los ojos con fuerza y tensarse todo él, así que le froté un poco la espalda antes de nada. Luego levanté la mano y la dejé caer sobre su pantalón.

PLAS PLAS PLAS Ayyyy PLAS PLAS Hmm PLAS PLAS PLAS  Auuu PLAS PLAS Papii

Se largó a llorar usando mi propio pantalón como pañuelo. Le incorporé con cuidado y empecé a limpiarle la carita pero él no me dejó porque me atenazó con brazos y piernas, dispuesto a no soltarse de ahí en un buen rato.

-         Shu, shu. Vamos, no te di tan fuerte. Ya campeón, ya pasó. Escucha. Ya hemos tenido esta conversación antes, no hace mucho. ¿Es que vas a empezar a insultarme cada vez que te diga algo que no te gusta?

-         No, papá… Lo siento…

-         No quiero tener que ser duro contigo, ¿de acuerdo? Es la segunda vez que tratamos esto y por eso el castigo ha sido mayor. Que no haya tercera ¿sí?

-         No papi….snif… no lo haré más.

-         Sé que no, campeón. – le dije, y le di un beso.

Dejó de llorar, pero aún no deshice el abrazo, sino que esperé a que él quisiera separarse. No parecía estar en sus planes inmediatos así que estuvimos así por un buen rato. Su respiración se hizo cada vez más pausada y se movió para colocarse mejor. Así nos encontró Ted cuando se decidió a entrar. Seguramente había estado fuera un buen rato, hasta que al final se atrevió. Me echó una mirada envenenada, pero no hizo ningún comentario criticándome. Esos los haría después, cuando estuviéramos solos.

-         ¡Enano! ¡Que te vas a quedar dormido! – le dijo, a modo de saludo y acercándose un poco.

-         Bueno – respondió Cole, como diciendo “pues si me duermo me habré dormido, ¿qué hay de malo?”.


Ted sonrió y le revolvió el pelo.

-         Kurt te está buscando – me dijo. Sacó a Cole de mis brazos para que me pudiera levantar y le sostuvo con los suyos. No dejaba de sorprenderme que pudiera hacer eso, pero supuse que el pequeño tamaño de Cole ayudaba.

-         Sí que me está gustando – dijo Cole, antes de que yo saliera, y supe que se refería al libro. Le sonreí. – Fue tu primer libro ¿verdad?

-         Ahá.

-         ¿Crees que yo podré escribir uno algún día?

No puedo decir cuánto me gusto escuchar eso. Supongo que a todo padre le gusta que sus hijos sigan sus pasos.

-         Tú podrás hacer todo lo que te propongas, campeón. Y si escribes uno, será un gran libro. – le aseguré. Le di un beso y fui a buscar a Kurt.

Nos encontramos en el pasillo. Él llevaba el papel en una de sus manos y un cochecito de carreras que había en el pasillo en la otra. Lo estaba haciendo rodar por la pared. Lo que digo, ni dos minutos quieto.

-         ¿Terminaste? – le pregunté, y él me dedicó una sonrisa enorme, como de satisfacción por haber terminado. Se acercó y me dio los papeles. Conté las líneas delante de él, en voz alta porque era una forma de que recordara todos los números. Me daba la sensación de que su profesor iba demasiado rápido así que me esforzaba en repasar con él las cosas básicas.  – Muy bien campeón, está todo.

Kurt sonrió más y luego se agarró a mi pierna. Tardé un segundo en entender que me estaba pidiendo un abrazo.

-         Mira que bebé más mimoso – le alcé y agarré su manita, fijándome en el coche.  Me fijé mejor. – Campeón, yo no te he comprado esto.

-         No, es un regalo.

-         Ah. – respondí, y seguí acariciándolo. Pero luego lo pensé un poco - ¿Un regalo de quién?

Kurt lo pensó un momento. Creo que no estaba muy seguro de si estaba bien decírmelo o no, o de si yo estaba molesto con él.

-         De Michael.

Michael le había hecho un regalo a Kurt. Lo primero que pensé fue “qué mono”. Lo siguiente fue…¿de dónde ha sacado el dinero? Los ingresos de Michael eran exactamente cero dólares, con cero centavos.  Ni siquiera había llegado a darle dinero yo. Me limité a comprarle algunas cosas y no había pensado en el asunto de darle una paga. Fallo mío. Pero… si no tenía dinero…¿de dónde había salido el regalo? Empecé a preocuparme y con la preocupación vino el enfado, porque a no ser que hubiera encontrado ese juguete en la calle significaba que lo había robado.

Luego recordé que le había dado algo de dinero por la mañana, para que se comprara algo de comer. Lo prefería a llevarse almuerzo y además era diabético y tenía que comer con frecuencia. Tal vez le había sobrado algo, pero por alguna razón me dio la sensación de que no se trataba de eso. Fruncí el ceño, dispuesto a salir de dudas lo antes posible. Pero primero Kurt.

-         ¿Le has dado las gracias?

-         Síii.

Sonreí un poco y luego le miré serio, pero le acaricié para dejar claro que “serio” no era “enfadado”.
-         Escucha, campeón, mañana quiero que le pidas perdón al niño al que han culpado ¿bueno? Y que le digas la verdad a tu maestra.

-         Pero me pondrá una nota…

-         No te castigaré por eso. Ya te he castigado por lo que has hecho mal; no voy a regañarte por hacer lo correcto. ¿Lo harás?

-         Siiii.

-         Este es mi niño. ¿Te sigue doliendo la tripita?

-         No.

-         Qué bien. Entonces tal vez quieras coger una galleta, ahora que papá no está mirando – le dije, y le guiñé un ojo. Kurt sonrió con picardía y salió corriendo.

Le observé irse y luego fui a hablar con Michael. En ese momento sólo estaba él en el cuarto, y seguía en el ordenador. Toqué a la puerta, aunque estaba abierta.

-         ¿Se puede?

-         Hola.

-         Hola. He visto que le has hecho un regalo a Kurt.

-         No sabía si iba a gustarle, pero a su edad a mí los coches esos me encantaban. Y ahora también, pero los de verdad. – dijo, sonriendo un poco.

-         Ha sido un buen detalle. Pero, no te lo tomes a mal, no entiendo por qué lo has hecho. Es decir, pensé que antes le harías un regalo a Hannah, que no se despega de ti, o a Ted…¿por qué a Kurt?

-         Tengo un regalo para to… - empezó Michael, y luego se apartó de la pantalla y me miró con los ojos muy abiertos, como si acabara de darse cuenta de que había metido la pata al decir eso - … para todos – concluyó, con un suspiro, señalando una bolsa.

Esa situación no me gustaba en absoluto. Quería abrazarle, y decirle que no era necesario, que muchas gracias, que era muy tierno de su parte. Quería hacer todo eso, y más cosas, pero me quedé quieto, mirándole sombríamente y tragándome los buenos sentimientos.

-         ¿De dónde sacaste el dinero?

-         Michael´s POV –

“ Subnormal. Idiota. Retrasado. ¿Por qué no pensaste en eso pedazo de gilipollas?”

Mi cerebro se autodedicó unos cuantos insultos cuando comprendí que estaba frito.

Con Greyson había una sola regla: nada es tuyo, sino suyo. Una vez encontré un fajo de billetes en la calle y me debatí entre quedármelo o intentar descubrir quién era el dueño. Pero en el momento en el que toqué el dinero, se convirtió en “el dinero de Greyson”, al igual que yo era suyo. En un primer momento me negué a dárselo. Luego sacó su pistola y entendí que nunca tendría más dinero que el que él quisiera que yo tuviera.

Esta situación mejoró un poco con los años y gané más independencia, pero el recuerdo de esa pistola negra apuntándome en la frente no se borró jamás. Nunca me quedó claro si era algo que sólo me pasaría con Greyson o si siempre debía mantener mi dinero en secreto. Por si las dudas, cuando aquella tarde me encontré cien pavos rodando por la acera a merced del viento, decidí no decírselo a Aidan.

La cosa es que yo era tan imbécil que me sentí culpable por ocultarle aquél dinero. Tal vez Aidan también esperaba que yo le diera todo el dinero que cayera en mis manos.  En cierta forma se lo debía, joder. A él y a todos… Yo era uno más de la familia. En ningún momento me habían hecho sentir como un extraño. Desde el principio actuaron como si fuera normal que yo estuviera allí, casi como si aquello fuera un campamento y a mí únicamente me hubieran cambiado de cabaña.

Me sentía culpable al tener ese dinero pero tampoco se lo quería dar a Aidan, así que resolví que podía dárselo a todos en forma de regalos. Camino al hospital pasé delante de una juguetería y compré un montón de tonterías…

…Y luego me dio vergüenza dárselas. ¿Soy un tipo listo, eh? Me molesto en comprar regalos y luego no me atrevo a darlos. Guardé la bolsa debajo de la cama, hasta que el pequeño torbellino con gafas entró en el cuarto, se puso a revolverlo todo, y la descubrió. Le di su cochecito….y allí estábamos. Aidan ya sabía que yo había sacado el dinero de alguna parte y ahora empezaban las preguntas.


-         Mierda puta. – solté. Y me sabía expresiones peores, pero desde que vivía en Niñolandia mis maneras se estaban suavizando un poco. Ted ponía una cara de espanto horrible cuando me escuchaba decir cualquier cosa malsonante. En serio, tenía que relajarse un poco. Sino, iban a empezar a salirle canas muy pronto.

Otro al que iban a salirle canas era Aidan. Cuando me escuchó maldecir puso una cara peor que la de alguien que hubiera bebido vinagre.

-         ¡Michael, esa boca! ¡Iba a empezar a darte paga pero me parece que lo retrasaré tres meses por ese lenguaje tuyo!

-         Tranqui, jolín, que no es para tanto.

-         Ya veremos si no es para tanto…¿de dónde sacaste el dinero? – repitió.

Me mordí el labio. Lo estaba preguntando, lo cual demostraba que no era idiota y se había dado cuenta de que yo no tenía ese dinero, pero al mismo tiempo demostraba que no quería acusarme de nada infundadamente. Hubiera sido muy lógico que dado mis antecedentes se diera por supuesto que lo había robado, pero él había preferido preguntarme.

Aun así yo no le podía responder. No sabía si iba a enfadarse. Claro que si no le respondía se enfadaba igual. Vamos, que no había forma de salir de esa sin que se picara conmigo. Me sentí atrapado por unos segundos y ni siquiera sabía por qué. No era un problema grave. No se acababa el mundo si él se enfadaba conmigo…Aunque si se acababa si me echaba de allí. El plan se iría a la mierda, y no sólo eso, sino que yo volvería a estar sólo. Y todo por un billete. Me llené de rabia.

-         ¡SON CIEN PUTOS PAVOS, JODER! ¡YO LOS ENCONTRÉ, SON MIOS! –grité. Aidan me miró sorprendido y retrocedió un poco. Creo que le asusté.

-         Michael, cálmate. ¿Cómo que los encontraste?

-         ¡ES MÍO! ¡MÍO, Y NO ME LO PUEDES QUITAR!

-         Nadie te está quitando nada.

-         ¡TE EQUIVOCAS, ME LO ESTÁN QUITANDO TODO! …Todo…

Mi familia, mi libertad…Mi segunda oportunidad.

-         Michael, tranquilo. Vamos a hablar, ¿de acuerdo? Explícame lo que ocurre porque no entiendo nada.

-         Encontré cien pavos, ¿qué parte de eso no entiendes?

-         Vale. ¿En la calle? Y compraste los regalos. Eso es muy amable de tu parte. Está más que bien, hijo, es estupendo.

Hijo. ¿Se daba cuenta de lo que me hacía sentir al decir esa palabra? Tal vez sí, y por eso la decía.

Me había creído. A pesar de que yo era un mentiroso patológico y un delincuente con antecedentes, le dije que me encontré cien dólares en la calle y él me creyó a la primera.

Eso es porque él no te ve como un delincuente, sino como a su hijo. ¿Es que no le has oído?”

-         Me lo encontré en la calle. Así que era mío. – insistí, por si acaso.

-         Técnicamente es de quien lo perdió, pero si encuentras dinero en la calle y no sabes de quién es no está mal que te lo quedes.

-         ¿No te molesta?

-         ¿Que te encuentres dinero? ¿Por qué tendría que molestarme?

-         Que no te lo dé.

-         Tú lo encuentras, tú te lo quedas, Mike. ¿Por qué te pones así? Lejos de estar enfadado, estoy orgulloso de que hayas decidido gastar ese dinero en regalos para tus hermanos. Ha sido algo realmente bueno de tu parte, aunque me da lástima que te hayas quedado sin él.

Vi que lo decía totalmente en serio. Aidan no quería que le diera ese dinero. No me lo iba a exigir. Sonreí plenamente, y luego le miré con algo de timidez…

-         También tengo algo para ti… - comenté, y cogí la bolsa para sacar un imán. Era una tontería, pero me había hecho gracia porque mostraba una familia de cachorros blancos, salvo uno de ellos, que era moteado. Se parecía mucho a mi analogía con los perros y los lobos y al verlo supe que tenía que comprarlo. La nevera estaba llena de imanes y ese podía quedar bien con los demás.

No me esperaba que Aidan me abrazara como lo hizo. Por poco me deja sin costillas.

-         Eres muy grande aquí dentro ¿sabías? – me dijo, poniendo un dedo sobre mi pecho.  Observó el imán con una sonrisa y me dio un beso en la frente – Tienes mucho genio y la lengua muy suelta, pero eres muy grande aquí dentro.

Se me formó un nudo en la garganta. Carraspeé y traté de deshacer el abrazo pero él no me dejó. Tenía la teoría de que Aidan era cariñoso porque de niño había sufrido una gran falta de cariño… Éramos dos en ese sentido, así que en realidad no tenía problemas. Apoye la barbilla en su hombro contento de ser tan alto para poder hacerlo.

-         Él sí se enfadaba si no le daba el dinero que me encontraba. Creo que más que por necesitarlo lo hacía para tener control sobre mí. Me apuntó con una pistola, y dio más miedo del que pensé que daría. – confesé.

Noté que me abrazó con más fuerza.

-         ¿Quién es “él”, Michael? ¿Quién te hizo eso?

-         Nadie, no es nadie…

-         ¿Quién? – insistió.

-         El que me metió en…. “ese mundo”. – respondí, sin dar detalles. Recé porque no los pidiera y afortunadamente no los pidió.

-         Michael…. Siento mucho que pasaras por eso. Ninguna persona merece ser amenazada de esa manera.

-         No te preocupes. Ya no le tengo miedo.

Y era verdad. Ya no tenía miedo de lo que Greyson pudiera hacerme a mí. Ahora tenía miedo de lo que pudiera hacerles a ellos.  Eran mi segunda vida e iba a luchar por mantenerla, porque había cosas por las que valía la pena luchar.

Aidan siguió abrazándome un rato y luego noté que se movía un poco. Pensé que era para guardarse el imán en el bolsillo, pero no. En lugar de eso sacó algo: su cartera.  Cogió veinte pavos, y me los tendió. Le miré sin comprender, y sin cogerlos.

-         Es lo que le doy a Ted. Y no me vengas con que por ser mayor que él debería darte más dinero, que a los enanos les doy menos.

Iba a decirle que por qué me daba aquello, pero ya sabía por qué: porque se lo daba a todos sus hijos. Y aunque pensaba que no tenía por qué hacerlo, no era idiota. Si alguien te ofrece dinero, cógelo, y no empieces con lo de “no puedo aceptarlo”, no vaya a ser que cambie de idea.  Lo cogí y me lo guardé en el bolsillo y sólo cuando estuvo bien guardado sonreí con algo de picardía:

-         ¿No era que estarías tres meses sin darme nada por malhablado?

-         Lo que debería hacer es lavarte la boca. – replicó, pero en un tono que dejaba claro que no pensaba hacerlo. Luego volvió a mirarme con algo de seriedad – Sé que hay muchas cosas que aún no sé sobre ti y seré feliz cuando decidas compartirlas conmigo, pero no había caído en que es recíproco, y hay muchas cosas que no sabes de mí. No sé la clase de personas que has conocido, pero jamás me enfadaré por cosas como que te encuentres dinero en la calle.

-         Es un alivio saberlo. Pero es paradójico que no te enfades por eso, y sí porque diga un par de tacos.

-         Oh, no me enfadé. Cuando me enfade lo sabrás, y tu trasero también.

Inspiré con fuerza y traté de averiguar si iba en serio. ¿No que sólo me pegaría por romper la ley y ponerme en peligro? Claro que yo le había pedido que me tratara como a los demás… y a lo mejor me había tomado demasiado en serio ahí también.

Aidan se rió al ver mi expresión horrorizada. Disfrutaba al dejarme en la duda. Era perverso.


-         Aidan´s POV –


Kurt había corrido la voz de que Michael tenía regalos para todos, así que enseguida nos vimos invadidos por caritas curiosas buscando el suyo. Observé a Michael mientras repartía los regalos. Para mí era muy especial que se encontrara dinero y decidiera gastarlo en el resto de mis hijos. Demostraba que era generoso y que si no les quería, al menos les estaba cogiendo cariño.

Me parecía tan antinatural que creyera que iba a enfadarme por haberse quedado ese dinero… Se debía a alguna mala experiencia del pasado pero no parecía dispuesto a compartirla conmigo y yo me había propuesto no forzarle a hablar de sí mismo. Creo que él pensaba que no iba a entender algunas cosas de su pasado…Pero yo no necesitaba saber las cosas que había hecho, sino las que hacía. Verle ahí, repartiendo juguetes, sonriendo…Esa era su verdadera esencia. Él no tenía la culpa de cómo se habían dado las cosas en su vida.

Si Alice y Hannah le adoraron cuando vieron un par de muñecas con alas de hada, Maddie y Barie le hubieran hecho un altar por el pequeño set de maquillaje que cayó en sus manos. Fruncí el ceño. ¡Doce años eran pocos para usar maquillaje! Grrr. Me mordí la lengua y fingí que no lo vi, pero deseé que eso no nos trajera problemas…

A Dylan le regaló un barco de bloques, y la verdad es que acertó bastante, porque adoraba las cosas que pudiera montar y desmontar. A Cole le dio un muñeco de acción y ahí no acertó tanto, pero él le sonrió y le dio las gracias fingiendo entusiasmo si es que no lo sentía.

A Alejandro le dio un par de raquetas de tennis, y a Ted le vaciló al darle un peluche. Luego le dijo que el regalo de Alejandro era para los dos y Ted le dio el peluche a Dylan porque se encaprichó de él.

Los problemas vinieron al llegar a los gemelos. Lo de comprarles la misma ropa o los mismos juguetes a dos hermanos gemelos no siempre es por capricho de los padres, que creen que así están más monos, sino para evitar las envidias y los “lo suyo me gusta más”… Michael había comprado unos patines para Harry y una especie de Skalextric para Zach, ya que según dijo le pareció terrible que una casa con niños no tuviera uno de esos.  Pero Zach empezó a decir que él quería los patines.

-         Bueno pues… cambiarlos – sugirió Michael.

-         ¡Pero es que yo también quiero los patines! – protestó Harry.

-         Chicos, podeís compartir las dos cosas – dije yo.

-         No, porque él empezara a usar los patines cuando quiera usarlos yo sólo por molestar – se quejó Zach. Resoplé. El de seis años era Kurt ¿verdad?

-         Zach, tu dentro de nada vas a tener un monopatín – intervino Ted. – Puedes dejarle los patines a Harry y así los dos podéis ir juntos a la pista.

-         ¡Pero si a él ni le gusta patinar!

-         ¡Me los regaló a mí! ¡Tú tienes el Skalextric!

-         ¡Pero no lo quiero!

-         Bueno, basta ya.  No seáis desagradecidos. Os han hecho un regalo MUY bueno y aquí estáis los dos, protestando como malcriados.

-         ¡Pero si se nota que los ha comprado en un chino*!

-         ¡Zachary! – regañé, porque eso estuvo totalmente fuera de lugar.

-         Es que… era la única forma de comprar tantos regalos con sólo cien dólares… - explicó Michael, algo avergonzado.

-         No te justifiques, Michael. No tienes por qué. Lo que pasa es que tengo un par de desagradecidos como hijos y se acaban de quedar sin ningún regalo. Casi todo lo que tenéis no es de marca, así que no habléis ahora como si estos regalos estuvieran por debajo de vuestras posibilidades. – les dije. Hablé algo duramente porque esas cosas me desagradaban mucho. No éramos gente rica, y sobretodo, no lo habíamos sido hace años. Ahora las cosas nos iban mejor, pero al ser una familia tan numerosa comprábamos en los sitios más baratos. Yo no les había enseñado a despreciar cosas porque no fueran de una marca cara y conocida. No les había educado para que fueran superficiales, desagradecidos, y snobs.

-         ¡Pero papá, eso no es justo! ¡A mí me gusta mi regalo! – protestó Harry.

-         No pretendía ofender a Michael… - dijo Zach.

-         Pues piensa mejor antes de hablar, hijo. Él no tenía por qué regalaros nada. Es de muy mala educación protestar cuando nos dan un regalo.

-         Bueno, vale, lo siento… ¡pero es que yo quiero los patines!

-         ¡Me los ha dado a mí!

Ya estábamos otra vez.  ¿Qué tenía de malo el Skalextric? Kurt y Cole miraban la caja como pensando que ellos hubieran preferido aquello a los patines.

-         ¿Y si tiráis una moneda al aire? – sugirió Maddie.

-         Vale – aceptó Harry, y sacó una. – Yo soy cara.

La tiró y ganó él.

-         ¡No vale, has hecho trampa! – dijo Zach enseguida. Definitivamente habíamos vuelto al jardín de infancia.

- ¡No las hice, gane yo!

-         Como no paréis ahora mismo os quedáis sin regalo en serio. – advertí, dejando claro por mi tono que no era ni una broma ni una exageración.

-         ¡Si me quedo sin ellos por tu culpa te enteras! – le dijo Harry a su hermano.

-         ¿Los quieres? ¡Pues toma! – gritó Zach, rabioso, agachándose para cogerlos del suelo y lanzándoselos a su hermano.  Harry los esquivó a tiempo.

-         ¡ZACHARY!

Le fulminé con la mirada y vi que todos me miraban como para medir cuál iba a ser mi reacción.

-         Harry, cariño, los patines y el Skalextric son para ti. Los dos. – le dije, y Harry me miró con una sonrisa incrédula. Zach, lógicamente, se enfadó mucho.

-         ¡Eso no es justo!

-         Oh, es más que justo, y te vas a ir a tu cuarto ahora mismo.

Zach me miró con enfado y se fue pateando la puerta. Respiré hondo antes de seguirle. Por poco me cierra la puerta de su habitación en las narices, pero puse el pie. Zach tenía los ojos inundados en lágrimas, pero eran de rabia.

-         Esos berrinches de niño caprichoso no te pegan nada. Y que sea la última vez que me cierras la puerta cuando voy a entrar. Siéntate en tu cama.

-         ¡No me da la gana!

-         Siéntate mientras aún puedas hacerlo, que primero quiero hablar contigo.

-         A Harry ni siquiera le gusta patinar, papá. ¡Los quiere sólo porque sabe que los quiero yo! – protestó, mientras se sentaba.

-         No estoy seguro de que eso sea verdad, pero aunque lo fuera, se los dio a él, Zach. Michael le regaló los patines a él y además tú tendrás un monopatín dentro de nada. Un monopatín que, por cierto, va a regalarte ese hermano que según tú sólo te quiere fastidiar.

Zach me miró enfurruñado, pero parecía ir calmándose poco a poco, una vez liberada su furia.

-         ¿No oíste nunca eso de “a caballo regalado no le mires el diente”? Michael os ha hecho un regalo sin motivo alguno, simplemente porque nos quiere. Tendrías que haber dicho “gracias” y nada más que eso. Parece mentira que lo sepan tus hermanos pequeños y tú no. Le has hecho ascos a tu regalo sin siquiera mirarlo. Tendrás que disculparte con Michael y también con Harry.

Zach suspiró.
-         Sí, papá.

-         No quiero ver que vuelves a tirar nada a ninguno de tus hermanos. Podrías haberle hecho un daño tremendo a Harry y sé que además después te hubieras sentido muy culpable. No puedes tener ese tipo de reacciones. – le dije, mientras me sentaba junto a él. - ¿Está claro por qué te voy a castigar?

-         Como el agua…

-         En ese caso, ven aquí. – le tumbé encima y dudé un segundo antes de bajarle un poco los pantalones. Le escuché gimotear, pero no dijo nada ni trató de impedírmelo. Algo me molestaba en el bolsillo y me acordé del imán. Lo saqué, e iba a dejarlo en la mesita, pero antes se lo enseñé a Zach – Ahí donde le ves, Michael se fija mucho en los detalles. Tiene un don para estudiar a las personas y creo que reparó en que tú ibas a tener pronto algo parecido, y por eso no te dio a ti los patines.

Zach no respondió nada pero cogió el imán. Lo miró bien y pasó los dedos por él. Lo envolvió con la mano y suspiró otra vez.

-         Lo siento…

-         Para otra vez, piensa antes de actuar.

Suspiré yo también, y levanté un poco la mano. La dejé caer sobre su calzoncillo con más fuerza de la que había usado con Cole, pero con menos de la que usaría con sus hermanos mayores.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Oww  PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS Auuu PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Aiii

Zach pataleó un poco  y me di cuenta de que estaba yendo muy despacio, y le estaba poniendo nervioso. Terminé deprisa.

PLAS PLAS PLAS   Gfss  PLAS PLAS

Le subí el pantalón con cuidado y me fijé a ver si estaba llorando. Era difícil decirlo, no se oía nada y eso podía ser bueno o malo. Le levanté un poco y me fijé en que había lágrimas en su cara. Le puse de pie entre mis piernas y se las limpié con un beso.

Zach me miró poniendo un puchero casi idéntico al de Kurt, que era lo que hacía cuando quería ponerse en plan infantil y manipulador.

-         Eres malo – se quejó.

-         ¿Lo soy? – sonreí, y le quité el pelo de la cara con una caricia.

-         Siii, mucho. Me duele, y encima me dejaste sin regalo – dijo, y de nuevo el puchero. El muy caradura se frotó ahí detrás con una carita de tristeza sobreactuada, como si quisiera dar pena para que le dijera que podía quedarse con el regalo.

-         Lo siento, campeón, pero tu te lo buscaste – respondí, indicando que no me dejaba convencer, aunque me costó lo mío mantenerme firme. Su cara de tristeza pasó a ser verdadera por un segundo, pero luego asintió y se hizo un hueco entre mis brazos, haciendo que le abrazara.

Puse una mano en la parte de atrás de su cabeza, jugueteando con su melena rubia, y la otra en su espalda.  Estuvimos así un rato y luego volvimos con los demás. Todos nos miraron al entrar porque sabían lo que había pasado.

-         Lo siento. – musitó Zach, hacia su gemelo.

-         ¿El qué? ¿Usarme de diana o tener tan mala puntería? – replicó Harry, sacándole la lengua.

-         Las dos – respondió Zach sonriendo un poco, al ver que todo estaba bien entre ellos.

-         Espero que se te de mejor usarlos para patinar que para disparar – comentó Harry, estirando el brazo para ofrecérselos, indicando que se los podía quedar. Pero Zach me miró a mí en lugar de cogerlos. Me hice el duro durante tres segundos. Cogí los patines y los miré.

-         Mm. Supongo que te dejé sin los regalos de Michael… No dije nada si el que te los regalaba era Harry.

Zach sonrió y me abrazó fuerte por la cintura. Me agaché para besarle en la frente.

-         Recuerda que también le debes una disculpa a Michael – le susurré.

Zach me soltó, y miró a Michael.

-         Muchas gracias por tu regalo. Siento haber sido un idiota.

-         Bah, no puedes hacer nada, lo llevas en los genes – comentó Michael, restándole importancia.

-         ¡Eh! – protestamos todos los demás. Michael sonrió triunfante, y le revolvió el pelo a Cole, que era el que tenía más cerca.

El reloj de Dylan empezó a pitar rítmicamente, con el sonido de la alarma.

-         ¡Hora de la d-ducha! – anunció.

-         Suena exactamente como tú, papá – dijo Alejandro. Los demás se rieron y  empezaron a irse a sus cuartos a prepararse para el baño. Cole tenía uno de los primeros turnos y Alejandro el otro, así que ellos dos también se fueron.

Me quedé a solas con Michael y Ted, y miré al segundo, que llevaba un rato con los ojos fijos en mí.

-         Anda, dilo, no te quedes con las ganas, que se te va a enquistar.

-         Eres un ser desalmado y sin corazón. Castigaste a Cole después de que se cayera y se disculpara y luego a Zach que…que…¡nadie puede castigar a Zach con esos ojos de cordero que tiene! ¡Es casi peor que la mirada de Kurt!

-         A él también le castigué, aunque no le di unos azotes – le dije, y luego sonreí un poco - ¿Ya te has desahogado?

-         ¿Ya te sientes mal?

-         Horrible – respondí, y rodé los ojos, aunque en realidad no mentí.

-         Entonces sí, ya he terminado contigo. – respondió Ted, como si fuera un carcelero dejando libre a un prisionero después de interrogarle. Luego los dos nos reímos, y Michael se rió también.

Al salir de la habitación me fijé en que  no sólo los calcetines de Cole seguían en el suelo del pasillo, sino que los de Alejandro y los de Kurt se habían sumado al montón. Ese pequeño montón era como el símbolo del caos que era mi familia… un caos que no cambiaría por nada del mundo.

-         ¡Alejandro que sepas que no pienso recoger esto! ¡Estos calcetines son un arma de destrucción masiva! – le grité, y me llegó una carcajada desde la ducha.

-         ¡Los tuyos huelen peor y nadie te dice nada! ¡Y no puedes vengarte porque estoy en la ducha!

No. No lo cambiaría por nada. Aunque yo no podía saber que las cosas iban a cambiar por sí solas.







*N.A.:  Por si alguien no sabe a qué me refiero con lo de “comprar algo en un chino”…..Hace unos años, aquí había un tipo de tienda que se llamaba “Bazar” o “Todo a cien” donde se vendía de todo, aunque había como dos tipos: de alimentación o de juguetes/ropa/de todo un poco. Lo que las caracterizaba es que eran muy baratas con respecto a tiendas de marca, porque tenían buenos proveedores y compraban al pormayor, aunque a veces eso afectaba a la calidad. Esas tiendas empezaron a ser compradas por gente asiática y  por eso se las conoce como “chinos”. He oído llamar chinos a tiendas cuyos dueños de hecho son españoles, es como un deslizamiento semántico. No sé si ocurre así en otros países xD


4 comentarios:

  1. Hola Dream :3
    Puedo hacer una sugerencia? Sabes que me encantaría? Ver a Aidan en plan león o perro en su caso defendiendo a los cachorros bueno a su lobo :) ahí si Greyson sabría lo que es bueno jeje mira que atreverse a torturar así a Michael que es un sol de chico :3
    Que decirte mujer tu historia me fascina cada capitulo lo leo despacito para que no se acabe :P
    Me encantan todos tus niños y Aidan ahh donde se consigue un hombre como el? Jeje
    Quedo genial el capitulo aunque el final me deja intrigada :S las cosas cambiaran por si solas? Ojala todo resulte bien y Greyson pague jeje
    Saludos

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  2. Me quiero comer a Michael...eso de comprarle regalos a todos....estuvo bellisimooooo

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  3. Tu historia me encanta, quiero uno como Aidan es un hombre e toda la extension de la palabra, eres genial, tan descriptiba pero nada aburrida, que no pase tragedias por favor, y que ese malvado de Greyson pague por se un hijo de .... ya entiendes, no jijiji, e felicito, sigo en espero de los próximos capitulos.

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  4. Dream, demas esta decirte que adoro tu historia ojala mi lindo Michel encuentre el camino de al confianza pra decirle a su padre lo que sucede en realidad...
    he disfrutado mucho coneste cap lleno de ternuritas y los celos propios de un regalo, que no falta en casa, jjjjjj
    y el cuento del Fenix......... genial, no tardes si? y tampoco te olvides de mis Italianos

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