domingo, 11 de mayo de 2014

CAPÍTULO 33: RELACIONES



CAPÍTULO 33:  RELACIONES

- Ted, después de la guerra de globos, ¿hiciste que tus hermanos se secaran? -  me preguntó papá esa noche, cuando ya estaba prácticamente en el país de los sueños tras aquél primer día agotador como niñero. Necesitaba dormir: el día siguiente iba a ser muy intenso para mí en muchos sentidos. Por eso me había ido a la cama pronto, a pesar de que los jueves sacaban una de las muchas series que seguía.

Noté que la pregunta de papá no era porque sí. Se le veía algo preocupado. Tal vez alguno de mis hermanos se encontraba mal.

-         No, no lo hice, porque no me dio la neurona – farfullé, colocándome la camiseta que había empezado a quitarme. Quise darme una colleja a mi mismo, por imbécil. - ¿Hay alguien resfriado?

-         ¿Ibas a dormir? – se extrañó Aidan, en lugar de responderme.

-         Estoy cansado. Mañana será peor, porque vienes tarde. Y empiezo el entrenamiento – le expliqué.

Por fin, por fin empezaba natación. La temporada comenzaba más tarde que nunca, debido a algunos problemas técnicos en las instalaciones del colegio. Por ese mismo motivo alguna de las actividades de mis hermanos se habían retrasado también. Y otras no empezaban aun. Ufff, qué locura de viernes me esperaba.  Y ya, si alguno había pillado un catarro, apaga y vámonos.

-         Ted, si esto es demasiado para ti…

-         Dije que estoy cansado, no que no pueda con ello. Deberías alegrarte de que por una vez quiera dormir temprano. – contraataqué. Llevaba un par de días acostándome nada más cenar. Papá no podía quejarse.

-         Visto así… - me sonrió.

-         Entonces… ¿alguno de los enanos está malo? – repetí. Papá se puso serio otra vez.

-         Creo que Dylan. No lo sé, no me lo dice, pero le noto raro. Como apagado. Seguro que arregló las cosas con Alice ¿verdad?

-         Eso creo. ¿Le has puesto el termómetro?

-         Si se dejara… De momento no parece que tenga fiebre, pero estaré pendiente. Va a dormir conmigo hoy.

-         ¿Que has conseguido que se vaya a tu cama? Vale, entonces seguro que está enfermo – comenté. Dylan era muy especial con el espacio vital, sobretodo para dormir. No aceptaba invasores en su cama, ni invadía al de nadie.

-         Quiso venir sólo porque Kurt se venía también. Si está incubando algo no debería irme mañana…

-         No puedes cancelar un compromiso sólo porque puede que se esté poniendo enfermo. Somos doce. En algún momento alguno se enfermara, puede que incluso todos a la vez. A ver cómo se encuentra mañana y si está mal ya te lo piensas.

-         Supongo… Buenas noches, Ted. Qué descanses. Le pediré a tus hermanos que no hagan ruido cuando suban.

-         Pedir es gratis, pero seguramente me despertarán – murmuré, en voz tan baja que él no lo escuchó. – Papá – le llamé antes de que se fuera. – Siento no haberme ocupado de que se sequen….

Aidan ladeó un poco la cabeza y me miró de una forma que nunca he sabido interpretar. No sabía si era dulzura, compasión, orgullo o cariño. Se acercó a mí y me dio un beso en la frente.

-         No fue culpa tuya.

-         Tendría que haber estado pendiente.

-         No puedes estar en todo. – respondió, con paciencia.

-         Tú lo estás…

-         No, no lo estoy. Si yo estuviera en todo no tendrías que estarlo tú – me replicó, y me dio otro beso. ¿Qué era aquello? ¿Un concurso de ver quién era más idiota de los dos? 

-         Ningún padre puede estar en todo por más que quiera; menos uno con doce hijos. – le dije y le sonreí. – Tal vez, si tuvieras alguien que te ayude…. Algo así como una novia – le piqué.

Ocurrió algo curioso. Siempre que bromeaba con que se buscara una novia Aidan se reía y replicaba con algo chistoso, pero aquella vez juraría que se ruborizó un poco.

-         ¿Qué dije? – pregunté, y luego abrí un poco los ojos - ¿Te gusta alguien?

-         ¿Qué dices?

-         ¡Te gusta alguien! – confirmé  - ¿Quién es? ¿La conozco?

-         Ted, va a ser verdad que necesitas dormir ¿eh? Ale, hasta mañana. A ver si la almohada te quita esas ideas raras.

-         Siempre has mentido fatal, papá. – comenté, y luego le miré con curiosidad. Admito que a esas alturas creía que papá siempre estaría soltero. Supuse que con 37 años aún no es tarde para encontrar a alguien…

-         No inventes cosas, hijo.

-         No es nada malo, no tienes por qué ocultarlo. ¿Ya la has pedido salir? ¿Vamos a conocerla? – pregunté. De pronto me sentía entusiasmado, no sé bien por qué. Supongo que quería conocer a la increíble mujer que había hecho que Aidan Whitemore reparara en que existe un sexo opuesto al suyo.   - ¿Cuántos años tiene? ¿En qué trabaja? ¿Sabe que tienes doce hijos? No, qué tonterías digo, no debe saberlo, porque sino….

-         Ted, Ted… ¡Ted! – me interrumpió, y luego sonrió un poco – No hay nadie. De verdad.

-         ¿Por qué no? – pregunté, y casi puse un puchero – Te lo he notado: a ti te gusta alguien. ¿Por qué no le pides salir o lo que sea que se pida con cuarenta años?

-         Ey, treinta y siete, si no te importa.

-         Treinta y ocho en una semana, no creas que me he olvidado -  le repliqué. Él se rió un poco  y me abrió la cama, como si no supiera hacerlo solo. Papá aprovechaba los momentos en los que no estaban mis hermanos a la vista, porque sabía que estando a solas era más probable que aceptara sus mimos.  Me metí en la cama y rodé los ojos cuando se empeñó en arroparme. Un día me descuido y me pone chupete, en serio.

Me miró por unos segundos, como perdido en algún recuerdo, mientras me acariciaba. Luego le noté ponerse serio.

-         Es viuda. – me dijo, y yo empecé a sonreír porque eso significaba que no estaba comprometida con algún otro. Pero Aidan me cortó antes de poder decir nada - Recientemente. Y yo tengo doce hijos.

-         ¿Pero te gusta? – insistí. Aquello me había sonado a un intento de buscar pegas.

-         Apenas la conozco. Sabes que soy un idealista sin remedio, que creo en todo eso de la media naranja y la predestinación, y hasta en el amor a primera vista si me apuras….pero en los libros. No en la vida real.

-         Cuando conocí a Alice, eso fue amor a primera vista – le repliqué. Yo quise a mis hermanos nada más verlos, incluso aunque fueran bolitas lloronas que no me dejaban dormir.

-         Tienes respuestas para todo ¿eh? – sonrió, me acarició una vez más, y se agachó para darme un beso en la frente. Era su forma de despedirse y de dejar el tema. Le noté… resignado. Eso no me gustó. Papá nunca se resignaba. A nada. Era un luchador. De otra forma seguiría siendo un chico atormentado bajo la sombra de su padre.

Le vi salir de la habitación sin poder quitarme de la cabeza que tal vez por fin mi padre había encontrado alguien con quien compartir su vida, del modo en el que no podía compartirla con nosotros.


- Barie´s POV -


Quería preguntarle a Ted cómo íbamos a hacerlo el día siguiente cuando unos teníamos actividades extra escolares y otros no. Generalmente papá se quedaba en el patio del colegio, jugando con los que no tenían nada ese día, pero papá no iba a estar, y Ted tenía natación… Tal vez habían decidido que nadie fuera a sus actividades. Pero era mi primer día en teatro y no quería faltar.

Me acerqué a su cuarto a hablar con él, pero escuché que estaba hablando con papá. Capté una parte de su conversación y me quedé escuchando detrás de la puerta. En realidad, escuché todo lo importante.

¡Sí, sí, sí!” pensé, eufórica, y salí corriendo a mi habitación, justo cuando papá salía del cuarto de Ted. Salté sobre la cama en la que Madie estaba tumbada escuchando música.

-         ¡Mad, Mad, Mad!

-         ¡Aichs! ¿Qué quieres, loca?

-         ¿Te acuerdas de la mujer de la que te hablé el otro día?

-         ¿La periodista que os encontrasteis papá y tú?

-         ¡Sí! A papá le gusta. O sea, se le nota. Porque sí, porque Ted lo ha notado, y si lo ha notado él, que es más espeso que los purés del colegio, pues es que es verdad. ¿No es genial? En serio que es super maja, y la niña esa parecía maja también…¡Ay! Pero….¿y si no es ella? ¿Y si papá hablaba de otra mujer? No, no puede ser, tiene que ser ella.

-         ¿Por qué?

-         ¡Porque sí! Son de esas cosas que se sienten, ¿vale?  Como cuando conocimos a Michael. De alguna forma supimos que era nuestra familia.

-         Ey ey ey ¿familia? Alto, alto ¿no vas muy rápido? – me preguntó Madie, incorporándose. Había conseguido toda su atención.

-         Bueno, primero tienen que casarse, claro. – acepté. Eso eran detalles sin importancia. Lo importante era saber si yo iba a ser la que sujetara la cola de su vestido de novia. Con Madie al lado, claro.

-         Barbie, ni quiera sabes si tiene pareja.

-         ¡Es viuda! ¿No es genial?

-         Hombre…. Dudo que pueda decirse que es genial… Más bien…. pobrecilla ¿no?

-         Bueno, sí, pero ¡está soltera!  ¡Y papá lo sabe!  ¡Coge la tablet, vamos a buscarla en Google!

-         ¿Buscarla? ¿Para qué?

-         ¡Para saber su nombre, su dirección, todo!  Se llama Holly. Holly algo, no recuerdo el apellido.

-         ¿Y así, cómo piensas encontrarla?

-         ¡Por la entrevista que le hizo a papá!  Tu métete en la página del periódico… - indiqué, y la fui dando instrucciones. En quince minutos teníamos su nombre, su edad, su correo electrónico y todos los lugares en los que había trabajado, pero eso no era suficiente. No me valía para conseguirla una cita con papá. Oh, porque iban a tener una cita. Como que yo era Bárbara Whitemore.

Y entonces descubrí que tenía twitter. Y que seguía a la cuenta oficial de papá. Se la creó hacía un año o así, y tenía bastantes seguidores, y el tic azul de persona “famosa”.  ¿Holly era una fan? Tenía toda la pinta. Había hecho varios reportajes sobre papá y sus libros. Si eso no era el destino, que bajara Cupido a hablar conmigo.

Sólo que el destino a veces necesita un poco de ayuda, así que yo iba a darles un empujoncito.


-         Aidan´s POV –


Genial. Mi hijo se pensaba que estaba enamorado. Estupendo.

No lo estaba. Claro que no.

“Es pronto para eso” concordó una voz en mi cabeza.

“¡Ni pronto ni tarde! No va a pasar nada con Holly”

“¿Cómo puedes estar tan seguro?”

“Porque yo no quiero que pase”

“A otro con el cuento”.

Discutir conmigo mismo no tenía sentido, así que mandé callar a las voces de mi cabeza.

Tras aquella conversación con Ted fui a la cocina a beber agua antes de subir a mi cuarto. Quería un momento a solas para pensar.

Hacía unos seis años que no pensaba en la posibilidad de tener pareja. Antes tenía…ciertas necesidades físicas….Con el tiempo eso perdió importancia frente a la necesidad de encontrar una compañera sentimental. Y luego simplemente asumí que jamás la tendría.

Mi relación con las mujeres era complicada.  En muchos sentidos eran entes extraños tan comprensibles para mí como un extraterrestre. No tuve madre ni ningún modelo femenino en mi vida… y siempre anhelé uno. Un psicólogo diría que por eso cuando tenía la edad de Alejandro me fijaba en las mujeres mayores. No lo sé. Yo creo más bien que se debe a que ese tipo de mujeres, las que eran mayores que yo, son las que entraban en mi casa siempre, con Andrew.

En realidad mis experiencias no habían sido muy positivas. El día que cumplí diecisiete años, Andrew no pasó por casa. Llegó a las cuatro de la mañana, borracho como una cuba, y el ruido que armó cuando logró abrir la puerta me despertó. El recuerdo me traía un extraño sabor a bilis a los labios.

-         ¿Dónde estabas? – le pregunté a Andrew, que apenas podía sostenerse en pie. De hecho, no se caía al suelo sólo porque una pelirroja con muy poca ropa le estaba sujetando.

-         ¿Es que ahora eres mi padre? – logró pronunciar, con una risa estúpida y ebria.

-         No esperaba una tarta de cumpleaños, pero al menos creí que ibas a estar en casa. – le espeté. Esas situaciones ya eran normales para mí, así que apenas presté atención a la chica, pero ella tendría que estar sintiéndose muy incómoda. Me pregunté si era de las que cobraban. Pinta de estudiante no tenía. De mujer casada e infiel tampoco. Y menos aún de divorciada. Por la forma lasciva y falsa en la que me miró, estuve casi seguro de que era una prostituta. Una de esas mujeres a las que pagas por fingir que te aman durante unas horas. Me dio lástima. - ¿Te pido un taxi?

-         ¡Aun no chico! Recién empieza la diversión – protestó Andrew.

-         Mira como estás. En cuanto te tumbes en la cama te vas a poner a roncar como el borracho que eres – gruñí, con asco. Sabía que Andrew estaba demasiado borracho para enfadarse. De hecho, era de los que cuando se cogían un pedo les daba por deprimirse y hasta llorar.

Le senté en una silla y le di una compresa de hielo para que se la pusiera en la cabeza. Las guardaba en el congelador, sabiendo que cuando volviera las iba a necesitar.

-         Tienes razón…. Tienes razón…. Es una lástima… ¿has visto el culo que tiene?

Me ruboricé. Hablaba de la mujer como si no tuviera sentimientos, como si fuera una mercancía. Aunque, la verdad, era espectacular, eso no podía negarlo. Estar con una mujer como esa tenía que ser lo más próximo al paraíso terrenal…

-         ¡La estás mirando! – exclamó Andrew, y se rió. Los efectos del alcohol hicieron que esa risa fuera desproporcionada. - ¡Mi hijo no es marica después de todo!

-         ¡Claro que no lo soy! – protesté. Iba a decir algo más, pero no tuve ocasión, porque Andrew se estiró para agarrar a la pelirroja y la empujó hacia mí.

-         Fóllatela. Dices que es tu cumpleaños ¿no? Para que luego no digas que no te regalo nada.

Jadeé. La mujer terminó prácticamente empotrada contra mi pecho y su descomunal escote dejaba muy poco a la imaginación. Todo mi cuerpo se tensó, me sentí arder, y estuve a punto de sufrir una erección. Pero entonces me choqué con sus ojos. Los tenía oscuros. Por la forma de su nariz y sus rasgos en general, creo que era judía. Una judía tan atractiva que el mismo Moisés hubiera incinerado la tabla de los diez mandamientos.

La sujeté, y cuando estuve seguro de que no se iba a caer, la separé.

-         Las personas no se compran, y el sexo tampoco. – afirmé, concentrándome en que el amigo de entre mis piernas no me traicionara.

-         No me vengas con esas, joder. ¿Tú la has visto? ¿Sabes lo raro que es encontrar una puta tan maciza?

-         ¡No la llames así!

-         ¡Pero si es lo que es! A ver, tú…. Enséñale lo que sabes hacer. A ver si conseguimos que mi hijo se haga un hombre.

La mujer me dedicó una mirada provocadora, pero no ejerció ningún efecto en mí. No podía dejar de pensar en que todo era una actuación. Seguramente, esa mujer no se sentía excitada para nada, pero tenía que fingirlo. Estiró su mano hacia mí y me tocó el brazo, con la intención de acariciarlo. Me puse muy tenso. Siguió tocándome, avanzó hasta el pecho…y la empujé.

-         ¡NO ME TOQUES!  - chillé, tan fuerte que puede que a mi padre se le pasara algo la borrachera.

-         ¿Te da asco que te toque alguien como yo? – preguntó ella, resentida. Fueron las primeras palabras que la escuché.

-         No me gusta que me toquen – me defendí.

Salí corriendo de allí, y no sé lo que pasó con ella. No sé si Andrew obtuvo el servicio por el que había pagado o si se quedó dormido en el sofá donde le encontré la mañana siguiente, y ella aprovechó para irse.

No la mentí. No tuvo nada que ver con ella. No dejaba que nadie me tocara. Desde hacía tres años era el rarito de la clase por eso. El psicólogo del colegio quiso hablar conmigo al respecto, y mandarme a un especialista, pero nunca pudo hablar con Andrew.

He pensado muchas veces en cuál puede ser la causa de ese pánico extremo al contacto con terceros. Me daba igual que mis hijos me tocaran…de hecho, necesitaba que lo hicieran. Me encantaba que Barie me abrazara por sorpresa, y que Alice me llenara de besos. Tampoco tenía problemas con estrechar la mano de los desconocidos cuando me los presentaban. Pero hasta ahí.

Tal vez fuera por la evidente falta de afecto que sufrí en mi niñez. Tal vez fuera por la experiencia traumática con mi abuelo, o por los muchos traumas que me causó mi padre. O tal vez, simplemente, algo estuviera mal en mi cabeza.

Tres años después de aquello, yo tenía mi propia casa. Era un piso alquilado de mala muerte, pequeño y mal amueblado. Llevaba dos años viviendo por mi cuenta, y era lo mejor que había podido conseguir. El casero no era muy exigente, pero de todas formas yo intentaba no retrasarme con el pago. Trabajaba de camarero en un bar cercano, junto a una chica morena que no dejaba de lanzarme miradas. Y yo la miraba a ella. Y ella a mí. Una tarde, la invité a tomar algo, fuera del trabajo. Aceptó, lo pasamos bien, y acabamos en mi piso.

-         ¿Vives sólo? – preguntó desde el salón, mientras yo preparaba una ensalada que iba a ser nuestra cena.

-         Sí.

-         ¿No compartes piso?

-         Ya no. Hace unos meses vivía con un estudiante australiano que estaba aquí de intercambio.

Acabé la ensalada y volví con ella. Por poco se me cae el bol cuando vi que se había quitado la chaqueta, dejando ver una camiseta semitransparente y un pantalón muy corto. Y llevaba tacones. Me gustaban los tacones. Me gustaba ella, así, sin más.

Carraspeé.

-         ¿Quieres algo de beber? ¿Un refresco?

-         ¿Qué tal algo de alcohol?

-         Tienes diecinueve años.

-         Y tu veinte, y aun así estoy segura de que has bebido más de una vez, y más de dos. 

Ella tenía razón, por supuesto. Pero yo no quería emborracharme aquella noche. Intenté controlarme con la bebida, pero ella se emborrachó en la segunda copa. En la tercera se tiró a por mí. En la cuarta se quitó la ropa. Yo aún estaba sobrio. Es lo que tiene beber desde los trece años.

Estaba sobrio de alcohol, pero no de hormonas. Carla era preciosa, estaba semidesnuda encima de mí y empezó a besarme como nunca me han besado. Se me cortaba la respiración con la fuerza de sus besos. Parecía que quería robarme el aire de los pulmones. Lentamente, me saqué la camiseta. Iba a pasar. Iba a acostarme con ella.

Tuve un breve instante de duda. Ese no era yo. No me sentía a gusto con aquella situación. No era el tipo de relación que deseaba tener, y tampoco estaba seguro de que ella fuera la persona indicada. La tenía un poco idealizada e intenté verla con objetividad. Era una buena chica. La conocía desde hacía tres meses. No hablaba mucho pero no era tímida. Creo que no hacía mucho la habían roto el corazón, y yo no quería hacerla más daño.

No la quería. No aún. Aquello no estaba bien, iba en contra de muchos de mis principios…. pero sus besos no me ayudaban a concentrarme. ¿Realmente era tan malo si me acostaba con ella sólo por tener sexo? Por ver cómo era…. Por ver qué era lo que tanto le fascinaba a Andrew.

Entonces puso sus manos en mi pecho, y el calentón se me fue de pronto. El bulto de mis pantalones desapareció, mis ojos se abrieron, y mi respiración se aceleró, pero no tuvo nada que ver con un estímulo sexual. La aparté lo más suavemente que puede.

-         No… no me toques, por favor.

-         ¿Qué? – preguntó y no me hizo caso. Trató de darme besos en el pecho. Volví a separarla.

-         No.

-         ¿Y cómo vamos a hacerlo si no dejas que te toque?

Lo siguió intentando, y al final la aparté con más firmeza.

-         No vamos a hacerlo. Esto era un error de todas formas. Tú has bebido demasiado, y yo no soy de los que se acuestan en la primera cita.

-         ¿Primera cita? Esto no es una cita.

-         ¿Y qué es?

-         Un “tú estás bueno y yo también”. Vamos, Aidan, joder…se me está yendo el subidón….

Se la fue del todo, porque yo me negué a continuar. Dejó de hablarme desde entonces. Traté de explicarla que no era por ella, que no había pretendido rechazarla, y que podíamos intentar tener otro tipo de relación si lo deseaba, pero me odiaba. Hubiera dejado el trabajo, pero lo necesitaba, así que lo dejó ella.

Mi relación ideal era con más romanticismo y menos “aquí te pillo, aquí te mato”, pero de todas formas aquello no se debió únicamente a un ataque de principios y de moral. Sentí un pánico terrible cuando el contacto superó un límite.

Poco después de aquello Ted entró en mi vida y la cambió para siempre. Y la cambió para mejor. Por él, dejé de beber. Por él, dejé de estar sólo.  Nunca entenderé por qué la vida de mi padre sólo pareció empeorar conmigo.

Al pensar en aquello, no podía llegar a otra conclusión más allá de que algo no funcionaba bien dentro de mí. Después de todo, y como Alejandro se había ocupado de señalar en una ocasión, yo tenía ya una edad y ninguna experiencia con mujeres. Desperdicié las pocas ocasiones que tuve y ya era tarde.

Porque sí. Porque era tarde. Porque mis hijos estaban por encima de cualquier relación y ninguna mujer iba a querer nada con el padre de doce niños. Porque Holly era viuda y apenas la conocía. Y porque me daba miedo conocerla.

Dejé el vaso en la pila y subí arriba. Kurt y Dylan me esperaban en mi cama. Les sonreí y me tumbé entre los dos. Automáticamente se apretaron contra mí.

-         Uy, qué mimosos.

-         Papi, no vuelvas a irte – pidió Kurt.

-         Pero cariño, tengo que ir a trabajar. Mi trabajo no es como el de otros papás, de estar en una oficina varias horas, y por eso puedo pasar mucho tiempo en casa… pero a veces tengo que estar fuera.

-         Pero yo no quiero – protestó.

-         No te vas – apoyó Dylan.

-         ¿Tú tampoco quieres que me vaya, Dy?

-         No vas.

Les observé a los dos hasta que se quedaron dormidos. Comprendí que Dylan ni estaba enfermo ni triste, simplemente mimoso. Me costaba más entenderle a él que al resto de mis hijos.

¿Por qué me querrán tanto?” me pregunté, medio dormido yo también. “Si supiera por qué, tal vez pudiera hacer que Andrew también me quisiera.”


-         Michael´s POV –

Había aprendido a lo largo de mi vida a no pensar demasiado. A no darle vueltas a las cosas que me pasaban, para no volverme loco. Cuando me separaron de mi padre, concentré mis energías en pensar que volvería a verle, no en asumir que me apartaban de su lado. Cuando me metieron en el correccional, me enfoqué en el odio hacia los policías que me habían agarrado, pensando que todos eran como Greyson: personas que se dedicaban a corromper a niños y luego encerrarlos.


Cuando me cayó una familia del cielo, decidí disfrutar, por una vez, y pensar que simplemente eran mi familia. Porque sí. Porque Ted lo era, y por extensión lo eran los demás. 


Pero a veces me asaltaba un poco de cordura. A veces recordaba que no era más que un niño medio de la calle medio de la cárcel, sin madre, sin padre, y sin nadie que diera un duro por mí. Que sólo estaba allí cumpliendo una misión. Que Aidan y el resto no me querían a mí, sino a la persona que creían que yo era. Ni yo mismo sabía quién era Michael Donahow.

Esos momentos se solían corresponder con el amanecer. Yo solía despertarme antes que ellos y me quedaba en la cama pensando. Y eso no era bueno.

Aquél viernes  Ted se había despertado antes que yo. Se había dormido muy temprano la noche anterior.

-         ¿Te desperté? – me preguntó, entre susurros. Negué con la cabeza. Me fijé en lo que estaba haciendo. Escribía algo en el ordenador. 

Poco a poco me senté y luego me bajé de la litera. Me acerqué a ver lo que escribía, pero él cerró la tapa del portátil y se mostró avergonzado.

-         ¿Qué es? ¿Tan temprano y ya con el ordenador?

-         Ya no iba a dormir más y luego nunca tengo tiempo.

-         ¿Tiempo para qué? – insistí. Me había dado curiosidad. Creía que Ted no tenía secretos. Era una persona muy transparente, eso era lo que me gustaba de él. No tenía capas ni dobles filos. Era sencillo y sincero.

-         Para… mis cosas.

-         ¿Qué cosas?

-         No es nada, Michael…

Intenté levantar la tapa pero él hizo fuerza.

-         No seas cotilla ¿quieres? – me reprochó.

-         Sólo quiero ver qué es.

-         Pero yo no quiero que lo veas… es privado.

-         Sé que no somos hermanos de verdad, pero…

-         No me salgas con esas, es un golpe muy bajo, Michael. Claro que eres mi hermano, pero no te lo enseño a ti igual que no se lo enseño a Alejandro y no se lo enseño a nadie.

-         ¿Y a Aidan?

Al nombrar a su padre, Ted se puso muy tenso.

-         No se lo digas.

-         ¿Decirle qué? ¿Es que el santurrón de Ted está haciendo algo malo?

-         No empieces tú también a llamarme santurrón. Con Alejandro ya tengo bastante.

-         Es que te lo ganas – le solté. Tenía ganas de decírselo desde que llegué allí. – No sé si aspiras a santo o a Papa.

-         Aspiro a tener un poco de privacidad – me gruñó.

-         Si no puede enterarse Aidan tiene que ser algo gordo. ¿Estás falsificando tus notas?

-         Faltan meses para las notas.  – replicó. Evitaba mirarme a toda costa. Creo que estaba esperando que le dejara en paz para continuar con lo que estaba haciendo.

-         Porno no es, no había chicas en bolas…. Sabes lo que es porno, ¿verdad?

-         Sí, Michael, sé lo que es, y no, no estaba viendo porno. – dijo, y rodó los ojos. – Diecisiete años y me pregunta si sé lo que es porno…

-         ¿Has entrado en alguna página así alguna vez? – le pinché.

-         No cuando mi hermano de diez años duerme justo en la cama que está detrás del ordenador.

-         ¿Y cuándo no está Cole? – insistí.

-         Eso no es de tu incumbencia.

-         Osea que no. Lo que yo decía: santurrón.

¿De verdad compartía genes con él? Era para planteárselo.

-         Al próximo que me llame eso…

-         ¿Qué? ¿Le dirás que no se hace? ¿Le pondrás mirando en la pared? ¿Se lo dirás a Aidan? ¡Santurrón!

Ted me dedicó una mirada fría.

-         No voy a pelear contigo – me dijo, y se levantó, dejándome vía libre para coger el portátil. Me abalancé a por él. Ted se dio cuenta y trató de impedírmelo.

-         ¡Si no fuera algo malo me dejarías verlo!

-         ¿Qué parte de privado no entiendes, coño? – espetó. Empezaba a cabrearle. Ya me había dado cuenta de que, aunque tenía mucho genio, no le gustaba sacarlo, como si no quisiera que los demás le vieran enfadado.  Eso era frustrante. Parecía como si se sintiera superior a los demás… o como si tuviera horchata en las venas, en vez de sangre.

-         Uyyy. Ted ha dicho un taco – me burlé, en el mismo tono que ponía la enana pegajosa cuando yo decía una palabrota delante de ella.  – Ten cuidado, no te oiga tu papi.

En algún momento de nuestra conversación despertamos a Cole y a Alejandro. Les escuché bostezar.

-         ¿Qué pasa? ¿Ya es la hora? – preguntó Cole.

-         No enano, puedes dormir un rato más, aunque no mucho. Un cuarto de hora – le dijo Ted. Le habló con calma excesiva, esforzándose por no pagar con él su roce conmigo.

-         Pues para quince minutos me levanto. – dijo Cole, con un bostezo - ¿Qué hacéis?

-         Ted estaba escribiendo algo y no me lo quiere enseñar – le dije, con la esperanza de que se pusiera de mi parte.

-         Oh. Será su libro.

-         ¿Su libro?

-         A veces le veo escribir cuando no está haciendo deberes ni en sus juegos de rol, así que deduje que se trataba de un libro. No deja que nadie lo lea. – explicó Cole.

Vaya. Eso era interesante. Y también lógico, teniendo en cuenta que Aidan era escritor.

-         Quiero leerlo. – protesté. Quería saber si era bueno.

-         No hay nada que leer – sentenció, y abrazó el portátil para que no se lo pudiera quitar.

-         En algún momento no estarás en la habitación y yo aprovecharé para verlo – amenacé.

-         Lo guardo todo en un pendrive.

-         Pues te quitaré el pen, y además sin que te des cuenta. – contraataqué. Para algo tendría que servirme ser un ladrón  profesional.

-         Ni se te ocurra.

-         ¿Qué harás si lo hago?

-         Michael, no. Borra esa sonrisa estúpida. Déjame tranquilo ¿quieres?

-         No, no quiero. ¿Qué escondes que es tan importante? – insistí, e intenté sacarle el ordenador. Él tiró para retenerlo, pero yo hice más fuerza y se lo arranqué… golpeando sin querer a Cole por el impulso. Le di con el ordenador y al enano empezó a sangrarle la nariz.

-         ¡Michael, joder! – gritó Ted, y se acercó a él. - ¿Estás bien?

Cole asintió, lloriqueando un poco.

- Lo siento, ey…. No fue aposta.

-         Ven, vamos al baño….¡Y TU SUELTA ESO! – me gritó Ted.

-         ¡No me da la gana!

-         ¡No es tuyo!

-         ¡Aidan dice que el ordenador es de todos los de este cuarto! – repliqué. ¡Ja! A ver qué me respondía a eso.

-         El ordenador sí, pero lo que hay dentro no. No está en la carpeta en la que pone Michael ¿verdad?

Cole empezó a llorar bajito. La verdad es que se había llevado un buen golpe.

-         Mejor ve a curarle la nariz.

-         Suelta eso – me ordenó, señalándome con el dedo, mientras se iba con Cole.

…¿En serio se pensó que le iba a hacer caso? Venga ya. Tenía que imaginarse que lo iba a abrir… Dejé el ordenador en la mesa y levanté la pantalla.

-         Bfff…. Tío…. Es muy temprano para que hagáis el gilipollas – refunfuñó Alejandro. Iba a responderle, pero entonces me fijé en lo que estaba leyendo.

-         ¡Sí que es porno! ¡Joder, es porno! ¡Mira tú con la mosquita muerta!

-         ¿De qué hablas? – preguntó Alejandro con interés.

-         “Deslizó las manos suavemente por los pechos de Nicole, con miedo de estar yendo demasiado lejos. Notó cómo su cuerpo se endurecía bajo el contacto…. “ – leí, para que Alejandro me entendiera. Casi saltó de la cama y se pegó a la pantalla conmigo. Aquello era un relato erótico. Y uno bastante bueno, debo añadir, que servidor se había leído unos cuantos.

-         ¿Qué cojones estáis haciendo? – preguntó Ted.

-         Sí, cojones tiene esto, y muchos – repliqué.

-         ¿Cómo puedes escribir de esto si nunca has estado con ninguna chica? – preguntó Alejandro.

-         Papá no ha montado sobre un dragón y sin embargo escribe sobre eso – respondió Ted, caminando hacia nosotros con furia. Cerró la tapa del ordenador violentamente.

-         ¿Eres virgen? – pregunté, riéndome.

-         ¿Tú no? – inquirió Alejandro con curiosidad.

-         ¡Largo de aquí! ¡Los dos! – chilló Ted.

-         Compartimos cuarto. No nos puedes echar -  replicó Alejandro.

-         ¡Y tú no podías mirar eso! – protestó Ted. De pronto parecía muy avergonzado.

-         Ya tenemos con qué chantajearle – comenté.

-         ¿De qué hablas? – preguntó Alejandro.

-         Con Aidan. Ahora que va a ser el Supremo Jefe de Niñerolandia, podemos chantajearle con esto para que nos deje en paz. ¿Qué te apetece hacer esta tarde, Alejandro?  Tenemos inmunidad. Ted no se atreverá a decírselo a Aidan.

Alejandro vio por dónde iba y sonrió por malicia. Ted apretó los dientes. Parecía a punto de echar humo por las orejas.

-         Sois de lo peor. Aidan no puede enterarse…

-         ¿Temes que papá se enfade? Sant….

No había acabado de decir “santurrón” cuando Ted me empujó. Me sorprendió tanto que al principio no reaccioné. Luego me tiré a por él. Y no sé muy bien cómo, terminamos rodando por el suelo.

Alejandro se apartó y gritó algo, pero no le escuché. Cole, desde la puerta, también. En algún momento entró Aidan y nos separó.

-         ¿Pero qué os pasa a vosotros dos? ¡Estaros quietos!

Ted se apartó, respiró hondo y se calmó, así que Aidan se centró en mí.

-         ¿Se puede saber qué hacíais?

-         Pelearnos, pensé que estaba claro.

-         No te hagas el gracioso ahora, Michael. ¿Qué pasó? ¿Ted?

-         Nada, no pasó nada – respondió Ted, mirándome aún enfadado.

-         Eso no es lo que vi.  Te conviene responderme, ¿eh?

Ted me miró directamente a mí, y supe que no iba a decirlo. No por cubrir sus espaldas, sino por cubrir las mías. Me sentí realmente mal, porque al mirarle a los ojos pude ver lo mucho que le importaba que Aidan tuviera un buen concepto de él.

-         Ted, estoy esperando. – insistió Aidan.  - ¿Qué hacías en el suelo peleando como animales? ¿Y por qué tu hermano tiene un tapón en la nariz?

-         Le sangró…Michael le dio sin querer… o creo que fue sin querer.

-         ¿Cómo que crees, gilipollas? – me ofendí.

-         ¡Eh! Michael, sin insultar. – advirtió Aidan.

-         ¡Pues que tenga cuidado con lo que dice! – exclamé.

-         ¡No quiero tener cuidado! ¡Estoy harto! ¡No tenías derecho a hacer eso, y lo sabes! – protestó. El tono que empleó le hizo parecer más joven.

-         ¿Qué es lo que hizo, Ted? ¿Qué pasó? Chicos, no podéis pelearos así…. Sois hermanos….

-         Medio hermanos – maticé. La verdad, no lo hice del todo por joder, sólo constataba un hecho, pero Ted me miró como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago. Aidan tampoco pareció muy contento y Alejandro y Cole entreabrieron un poco la boca. - ¿Qué dije?

-         Ted es tu hermano. Aquí no hay mitades. Todos estamos enteros y somos una familia.– me respondió Aidan.

-         Mi única familia es él, y la verdad es que podía haberme tocado algo mejor – repliqué. No sé muy bien por qué dije aquello, si yo por Ted haría cualquier cosa aun antes de conocerle. Medio hermano, hermano entero o sobrino segundo, era mi única familia directa y yo estaba arriesgando mucho por él.

Tal vez estuviera resentido porque Greyson no tendría nada que usar en mi contra de no ser por Ted. Tal vez  lamentaba haber llevado demasiado lejos mi deseo de saber lo que estaba escribiendo. Tal vez es que Ted  y yo no teníamos demasiadas cosas en común y eso me frustraba un poco. En cualquier caso, lo dije, y me arrepentí nada más soltarlo a ver la cara que  puso.

-         ¡Pues te toqué yo! ¡Mala suerte! – me chilló. - ¡A mí también podría haberme tocado algo mejor! ¡Yo no soy el que acaba de salir de la cárcel!

Eso fue un golpe bajo. Bajísimo. Y además era totalmente cierto:  yo no era en absoluto el hermano ideal.  Había pensado que mi pasado no les importaba, pero claro ¿cómo no les iba a importar? Tenía que bajar de la nube y aceptar que yo no era parte de ellos. Sentí que se me encogía el pecho, e iba a responder, pero no tuve ocasión.

Aidan se había adelantado y había agarrado a Ted del brazo. Observé con horror cómo le pegó allí mismo y delante de mí, de Cole, y de Alejandro.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡No voy a dejar que os hagáis daño de esa manera!  ¡Basta de ataques verbales y que alguien me diga de una vez por qué os estabais peleando!

Ted no parecía capaz de responder en ese momento. A decir verdad, no parecía capaz de hablar nunca más. Miraba al suelo mientras sus hombros temblaban, reprimiendo un sollozo. Volvió a asaltarme la culpabilidad, y me enfadé con Aidan. No tenía por qué haberse metido.

-         ¿Quién coño te ha dado vela en este entierro?

-         Michael, pensé que ya habíamos hablado sobre las faltas de respeto.  Ten cuidado con lo que me dices.

-         Ten cuidado tú, gilipollas.

-         Basta. No vas a hablarme así. No voy a dejarte pasar ni una más, Michael. Llevas unos días aquí  y si no quieres entender dónde están los límites me ocuparé de que lo entiendas.

-         Vete a la mierda un rato – susurré, más bien con la intención de que no lo oyera, pero lo oyó. Me agarró del brazo y pensé que iba a hacer como con Ted, pero tiró de mí y me llevó al baño.

-         Se ha acabado, ¿entiendes? Fin de mi paciencia. Hasta aquí. Trago muchas cosas, pero no que me ninguneen de esa manera. He castigado a Ted por ser cruel contigo pero tú también lo fuiste con él. Y has vuelto a insultarme. Eso no va a pasar más. Me da igual cuán mayor te creas.

Supe leer entre líneas, y el mensaje quedó más claro cuando le vi sentarse en la tapa del retrete.

-         ¡Ni se te ocurra, no puedes hacer eso!

-         Sí, sí que puedo.

-         ¡No! ¡Dijiste que no lo harías! ¡Que sólo lo harías si me ponía en peligro o rompía la ley!  ¡Me diste tu palabra!

-         Me da igual, Michael. Seré un hombre de palabra cuando tú también lo seas. Cuando dejes de ser un niño, y seas un hombre. Hasta entonces tú eres mi hijo y yo soy tu padre.

Jadeé, porque aquello lo dijo sin pensar. Estaba cabreado, y me llamó hijo. Como si fuera algo que tuviera interiorizado. Como si fuera una verdad que le salía sin pretenderlo. Creo que él también se dio cuenta, porque se calmó un poco, y tiró de mí, pero para abrazarme. Para eso tuve que sentarme encima de él y fue humillante. Hice lo posible por levantarme y estar en una postura más digna.

-         No he dicho lo de que no eres un hombre para ofenderte, ¿vale? Entiendo que ya no eres un crío. Aunque creas que no, lo sé. Y no pretendo llamarte inmaduro  porque sé que has pasado por muchas cosas. Pero Michael, estaría cometiendo un error si actúo como si no necesitaras a nadie que te guíe. Eres un chico estupendo, pero has estado muy sólo, y ahora ya no lo estás. A veces eso te gustará, y a veces, como en este instante, tal vez no.

No le respondí, en parte por que no sabía qué decir, y en parte porque aquello no me gustaba un pelo. Aidan pareció entender que no iba a decir nada, y suspiró.

-         No puedes pelearte con tu hermano, no puedes ser cruel con él, y no puedes insultarme. Y esto último ya lo habíamos hablado.

Tuve ganas de enseñarle  el verdadero significado de la palabra “insulto” porque apenas le había enseñado mi repertorio, pero me mordí de lengua.

-         Michael, en estas ocasiones debes responderme algo así como que lo entiendes, o que no lo harás de nuevo, o lo que sea que estés pensando – me indicó, tras otro lapsus de silencio. ¿Qué era aquello? ¿Una especie de manual de instrucciones antes de un castigo?

-         No quieres oír lo que estoy pensando.  – farfullé. – No sé a que drogas le das, pero tiene que ser algo muy bueno si piensas que vas a ponerme un solo dedo encima…

Noté que Aidan se tensaba, pero estaba haciendo esfuerzos por no enfadarse. Me miró relajado, con algo parecido a la comprensión.

-         No espero que te parezca bien ni que estés de acuerdo. Pero antes has dicho una cosa muy equivocada: Ted no es tu única familia. Lo somos todos aquí y eso me convierte en tu padre.

Otra vez. El mismo encogimiento en el pecho. ¿Lo hacía aposta? Supe que sí. Supe que estaba intentando llegar hasta mí a base de repetir que era mi padre.

Aprovechando que me había dejado con la guardia baja, Aidan me maniobró para tumbarme. Intenté resistirme, pero él empleó toda su fuerza. Me puse muy nervioso. Tenía una mezcla de rabia, miedo e inseguridad.

-         ¡Déjame, joder! ¡No puedes hacer esto!

-         Michael, quieto.

-         ¡Quieto una mierda! ¡Suéltame! ¡Suéltame!

Perdí el hilo de lo que hice y dije, e incluso me perdí a mí mismo mientras sentía aquél horrible nudo en el estómago, hasta que sentí una palmada más sonora que fuerte.

PLAS

Mi reacción fue quedarme quieto, como si me estuviera costando asimilarlo. Pensé que Aidan empezaría a gritarme furioso, y que iba a darme una paliza de verdad por resistirme, pero en lugar de eso sentí que me frotaba la espalda.

-         Si de verdad quieres levantarte ¿por qué no lo has hecho? – me preguntó – Podrías haberme mordido. Podrías haberme empujado. Eres tan fuerte como yo, o quizá más.

Tenía razón. Mi único pasatiempo en los correccionales eran las pesas del gimnasio. Aidan no era débil ni mucho menos, era uno de los hombres más fuertes que conocía, pero estaba por encima de los treinta y eso jugaba a mi favor.

-         No se me ocurrió – le respondí, y él debió de notar que le mentía.

-         Más bien creo que sabes que tengo razón.

Me quedé en silencio un momento.

-         No sería justo que castigaras a Ted y a mi no…. – susurré al final.

-         Pero tú has hecho algo más de lo que ha hecho Ted, Michael. ¿Te vas a disculpar?

-         Ni muerto.

Le oí suspirar.

-         Siento escuchar eso. Creo que te sentirías mejor después de disculparte.

-         ¿Qué me sentiría mejor? ¿Pero qué coño….?

No pude terminar, porque volví a sentir una palmada, sólo que después vinieron muchas más.


PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS


PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS


PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS


Al principio, traté de soltarme. Cuando vi que no podía opté por quedarme quieto.  Pensé que no dolía tanto y que ya se aburriría cuando viera que no servía de nada.  Y justo cuando aquello empezó a ser realmente molesto me acordé del día anterior. De cómo decidí castigar al enano caprichoso pensando que era necesario que aprendiera que no podía ir por ahí insultando a la gente. Joder, era exactamente lo mismo que Aidan estaba haciendo conmigo.

Yo había hecho daño a su hijo, le había insultado a él, y en vez de estarme dando de hostias me estaba….castigando como a un crío. Tal vez por eso me sentí como uno. Como un puto crío asustado, que siempre quiso una familia y ahora que la tenía no sabía tenerla.

- Aidan´s POV -


Para mí no había miedo más horrible que el temor a equivocarme,  sobretodo en algo  que atañía a mis hijos. Había tomado una decisión con Michael y me habría sorprendido al ver que él no oponía verdadera resistencia. Al menos resistencia física, porque parecía que se había cerrado por dentro.

Empecé a pensar que aquello no iba a dar resultado. Y entonces escuché un gemido. Me detuve. Me quedé quieto, dudé un poco, y volví a bajar la mano.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         Perdón…

Fue muy bajito. Estoy seguro de que una parte de él no quería que yo lo escuchara. Casi sonó como si lo dijera por probar, por ver cómo se escuchaba la palabra al pronunciarla. Le froté la espalda, y entonces  le noté estremecerse por un sollozo.

Intenté que se levantara pero no se dejó, así que seguí acariciándole la espalda.

-         Lo siento… Siento haberte insultado…

-         No pasa nada, Michael.

-         Y siento haberme peleado con Ted. Fue una tontería….

-         Los hermanos se pelean a veces. Es normal. Pero os dijisteis un par de cosas que duelen.

-         ¿Vas a hacer esto cada vez que te enfade?

-         No, ya te lo dije:  voy a hacer esto cada vez que hagas algo mal. Nunca lo haré cuando esté enfadado.

-         No me gusta. Prefería lo de antes. – protestó, aún con la cabeza escondida.

-         No, no lo preferías – aventuré. – Te hacía dudar sobre el lugar que ocupabas en esta familia.

No me respondió, pero sí se movió un poquito, como para que le mimara mejor.

-         Tenías razón – dijo después.

-         ¿En qué al disculparte te sentirías mejor?


-         No. Bueno, también…. Pero además…. En algo que dijiste ayer. Tú y Ted.

Por más que pensé, no logré adivinar a qué se refería.

-         No te sigo, Michael…

En lugar de responderme se incorporó y se enredó en mí en un abrazo fuerte e intenso. Se lo devolví, sabiendo que lo necesitaba pero sin entender del todo la repentina vulnerabilidad con la que se aferraba a mí. Le mimé el pelo, y entonces creí comprender.

-         ¿Te refieres a lo de que haya un abrazo después de un castigo? – le pregunté.

-         Sí… - susurró, con la voz ahogada porque tenía la cara escondida en mi hombro - Aunque hubiera preferido sólo el abrazo.

Me reí suavemente, y le di un beso.

- Sí, yo también.

Me coloqué un poco mejor para poder sostenerle bien. Pesaba mucho, y aunque no estaba apoyado totalmente sobre mí, me estaba usando de sillón portátil. Había llorado muy poquito, pero en cambio buscaba mi consuelo con los gestos, más mimoso de lo que estaba acostumbrado en alguien de su tamaño. Alejandro solía rechazarme, y Ted se hacía el fuerte. Michael sencillamente parecía aceptar cualquier caricia, y hasta le parecían pocas.

-         Haces bien en tratarme como un niño. – musitó al cabo del rato. – Soy idiota.

Le separé un poco y sujete su barbilla con el índice y el pulgar.

-         Es de mi hijo de quien estás hablando. No le insultes.

-         Ah, no, pues tienes que enfadarte contigo. Es a tu hijo a quien le has pegado.

Hijo. Sonaba tan bien. Me encantó que lo dijera. Y sé que a él le encantó decirlo. Nos quedamos mirándonos fijamente y luego los dos estallamos en carcajadas. Michael quiso separarse entonces, pero no le dejé.

-         Tengo que ponerte la insulina.

-         Lo hago yo.

-         ¿Seguro?

-         Sí. Tú hazme algo rico para desayunar.

Le miré un poco sorprendido. No por la petición, sino porque parecía como si se hubiera tomado lo de ser un niño al pie de la letra. Como si acabara de quitarle cinco años de encima.

Clasificar a Michael era muy difícil. No parecía tener un patrón de comportamiento. De pronto era un adulto, de pronto un niño, de pronto un rebelde, de pronto un tipo cariñoso. Tal vez, como todo el mundo, era de una forma u otra en función de cómo le trataras. Le acaricié la mejilla y me fui a hacerle “algo rico para desayunar”.

… Resultó que no tuve oportunidad de hacerlo. Cuando bajé a la cocina, el desayuno estaba preparado. Todo. Y el almuerzo también. Supe que había sido Ted. Debía de haberse despertado muy pronto aquella mañana.

Suspiré. Sabía que tenía que ir a hablar con él. Recorrí la cocina con la mirada y me sentí cada vez peor. Lo primero que había hecho en la mañana era pegarle, y encima delante de sus hermanos. En realidad, aún no sabía por qué había sido la pelea. 

En su cuarto sólo estaba él. Los demás debían de haberse ido para darle intimidad… porque estaba llorando. Tenía la cabeza escondida en la almohada y su espalda se movía arriba y abajo, delatoramente. Me acerqué despacio y me senté en la orilla de la cama. Al percibirme lloró con más fuerza.

-         Ted….

Me mordí el labio, y acaricié su espalda. Había tenido muy poco tacto al castigarle delante de sus hermanos… pero tenía que cortar la pelea. 

-         ¿Cómo….snif….se supone….snif…. que van a hacerme caso….si…si me pegas delante de ellos? – me preguntó. Buen punto. Muy buen punto.

-         Ya lo hice alguna vez delante de Alejandro…

-         ¡Pero estaba Cole!

Me partía el alma verle tan desolado, sobretodo porque me arrepentía un poco de mi reacción. Vale, un poco no. Un mucho. Mi niño había hecho el desayuno y el almuerzo de todos sus hermanos y yo le había hecho llorar y le había avergonzado.  Me recosté un poco a su lado y le di besos cortos y pequeños en la cabeza.

-         Bueno, ya….ya Teddy, perdóname ¿sí? Pero no puedes pelearte así con Michael….

Soltó un sollozo más fuerte.

-         Y ahora vas a pegarme otra vez.

Tenía que sentirse realmente mal para estar llorando así, cuando normalmente era reacio a las lágrimas. . Jolín. Vaya forma de empezar el día.

-         Ni siquiera sé por qué os estabais peleando. –comenté, mientras le acariciaba el pelo.

Él respiró hondo como para calmarse y poder responderme.

-         ¡Cotillearon mis cosas, papá! Estaba ….snif….estaba escribiendo algo en el ordenador, algo privado,  y lo leyeron!  ¡Le pedí que no lo hiciera!

Chasqueé la lengua. Para Ted era muy importante su privacidad, puesto que no tenía mucha en una casa con tanta gente.

-         ¿Y cómo salió Cole herido en todo esto?

-         Michael quiso quitarme el ordenador y del impulsó le dio sin querer.

-         ¿Trató de quitártelo?

-         Pero no puedes regañarle más. Os he oído, y has sido muy malo con él – protestó con infantilismo intencionado. Me llenó de ternura ver que a pesar de estar enfadado con él le estaba defendiendo.

-         ¿No me das permiso? – le pregunté, en el mismo tono mimoso.

-         ¡Ño! ¡Te lo prohibo!

Sonreí, y el se sentó para mirarme, sin llorar ya. Me miró con ojos algo tristes.

-         Lo siento… siento haberme peleado con él, y haberle dicho eso.

-         No es conmigo con quien debes disculparte – respondí, pasando la mano por su cara para secarle las lágrimas.

-         ¿Pero tú me perdonas?

Se me formó un nudo en el estómago. Cuando le daba por preguntar eso parecía entre mucho más pequeño y mucho más mayor, y sobretodo, necesitado. Necesitado de saber que todo estaba bien.

-         Sólo si tú me perdonas a mí.

-         ¿Yo? ¿Por qué?

-         Por incumplir una de las normas más importantes de esta casa: no darte un beso de buenos días.

Me sonrió, puso la mejilla como para que le besara, y luego se apartó antes de que pudiera hacerlo, soltando una risita.

-         ¡Serás! ¡Ven aquí!

Se dejó atrapar y le hice cosquillas.

-         ¡No, no, eso no vale!

Le sujeté bien y empecé a darle besos sin que se pudiera resistir. Se rió y amé ese sonido con todas mis fuerzas. Tardó un rato en calmarse y cuando lo hizo volvió a mirarme con seriedad.

-         ¿Me vas a castigar más?

-         No, Ted. Pero no quiero más peleas. La próxima vienes y me lo dices. No te estarás chivando: estarás evitando que la cosa vaya a más.

-         … y entonces además de santurrón seré niño de papá…. - murmuró.

-         ¿Por qué dices eso?

-         Por nada….

Tal como había hecho antes con Michael, sujeté su rostro con dos dedos.

- Ted, no podría estar más orgulloso de ti, por cómo eres y cómo actúas. Eso no te convierte en un “santurrón”. Te hace una buena persona, un gran hijo, y nada de eso es malo. Nunca te avergüences por hacer lo correcto, cariño, eso es absurdo.

Pareció pensarlo unos segundos y luego asintió.

-         ¿Qué era eso que Michael quería ver? – le pregunté, y noté cómo se tensaba - ¿Es un secreto? – inquirí, medio divertido.

-         Es que…. te vas a enfadar.

-         ¿Enfadarme? ¿Por algo que has escrito? ¿Es un anónimo a algún profesor o algo así?

-         ¡No, claro que no! Es…es más como una historia.

-         ¿Una historia? – me extrañé, y al mismo tiempo me alegré mucho. A Ted le gustaban los juegos de rol, eso sí lo sabía, pero me ilusionó pensar que pudiera salirme escritor.  - ¿Y la puedo leer?

-         Es que te vas a enfadar… - repitió, mordiéndose el labio.

-         No Ted, claro que no… ¿De dónde has sacado eso? Anda, déjame verlo….

-         No papá…por favor…

Lo pensé un segundo. No me sentí con derecho a presionarle.

-         Está bien, hijo. Pero de verdad que nunca me enfadaré por algo así. Escribas lo que escribas, es personal. A una persona puede no gustarle lo que escriba otra, pero no enfadarse. Y además estoy seguro que cualquier cosa que escribas tú me gustará.

Ted sonrió un poco, pero supe que no me iba a dejar verlo. Deseé que algún día me lo permitiera. Se fue al baño, bajamos a desayunar, y yo me preparé mentalmente para lo que iba a ser un día largo. Iba a pasar casi todo el día fuera de casa, empezando por la visita que tenía preparada al trabajo del padre de Fred.



9 comentarios:

  1. Amo tu historia, soy tu fan numero uno, felicidades, eres genial, te quiero, no dejes de escribvir, por fa, actualiza pronto, hurrra eres genial, la mejor escritora, ups, tambien las otras son muy buenas....viva.

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  2. Wow interesante escritura la de Ted :) me quede pensando en que le diría Aidan jeje
    Que te puedo decir mujer? Leerte siempre es genial y cada capitulo es sorprendente :D
    Sabes? Apoyo a Barbara hay que planear una cita para Holly y Aidan jeje
    Mmm esta vez bien merecida se la tenia Michael jaja
    Quedo genial mujer :D
    Saludos

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  3. Con placer he disfrutado de este nuevo capítulo Dream,es innegable que las complejidades de cada chico dan sabor a esta bellísima historia.Me a encantado como al fin Michael se va convenciendo de que pertenece a esta familia,y concuerdo que le han caído muy bien esas nalgaditas por majadero e irrespetuoso,tienes que cortarle de raíz esos malos modos (...bueno por medio de Aidan)
    Y aplaudo a Bary,me parece estupendo que sea la asistente de cupido,ya que si esperamos a que Aidan se de valor...los 12 chicos ya se habrán ído de casa jajaja
    ¡Felicitaciones y espero con ilusión los nuevos capis!!
    ¡Hasta pronto!
    LucyB.

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  4. Se percibe el amor en aidan oooo ya quiero saber que pasa jajajaj ya empiezan los pleitos de hermanitos jajajaj amo a tus niños.....

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  5. No es que sea quejona pero quede con gusto a poco... es que me devore el capitulo estuvo genial... me encanta como es Aidan con todos su hijos... pude que ayer haya sido el día la madre pero Aidan hace que todos los días sean del padre

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  6. Ahhh pobre Teddy, me lo castigaron por culpa de Michael....no te lo perdonoooo... ;P bueno siiii escribiendo pronto jajajja...
    Me encanta que Michael se de cuenta....que pertenece a la familia...verle mimoso es lindo, una chica para Aida....cool.... que sus hijos lo apoyen es genial

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  7. mi hermosisimo niño lindo pro fin rompio la barrera emocional de creerse grande y dejarse guiar con miel y hiel al mismo tiempo
    adore esta lectura Dream, es un placer saber de todos ellos, y espero que la idea que esta gestando sobre buscarle una novia a Aidan traiga dicha a todos pero sobre todo que mi pequeño Michel se anime a confiar en Aidan respecto a ese desgarciado poli que lo tiene de los cabellos
    AHHHHH y ni que decir de Ted, perder los estribos, barbaro

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  8. Es la primera vez que comento, pero no quería dejar de darte las gracias.

    Empecé a leer tus historias en un momento anímicamente malo. Cada uno de tus capítulos me ha arrancado una sonrisa y una lágrima, haciéndome pasar mejor los malos momentos.

    Me encantan tus personajes son adorables y llenos de matices Además compartimos el mismo gusto en este tipo de historias, no me gusta cuando el castigo es demasiado duro, comparto plenamente la visión de Aidan, su debate entre tener que educar a sus nenes y no desear hacerles ningún daño. Ains es adorable. QUIERO UNO DE CARNE Y HUESO.

    Bueno espero impaciento otro capi y también sigo el de los nenes italianos, pobretos.

    Con cariño de una compatriota.

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  9. Jo, muchas gracias a tod@s... qué sepáis que cuando no estoy estudiando me pongo a escribir xD xD

    Nora, es que si encuentro uno así es para mí, se siente xDDDD Qué genial que me lea una compatriota ;)

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