lunes, 7 de octubre de 2013

CAPÍTULO 6: Estallidos y explosiones



CAPÍTULO 6: Estallidos y explosiones

Kurt, Hannah, y Alice, se sentaron en mi cama. Yo estuve a punto de acabar en el suelo. Unos y otros empezaron a hablar a la vez y yo ya empezaba a estar cansado. Llevaba muchas horas tumbado en esa cama y me sentía escocido y adolorido, pero al mismo tiempo no tenía fuerzas para levantarme. Estaba molesto, y la zona de alrededor de la cicatriz me picaba, haciendo que rascarme fuera toda una tentación. Creo que Fred y Mike se dieron cuenta de mi cansancio, pero no sabían bien qué hacer para ayudarme. Aidan y Alejandro se habían ido hacía ya un buen rato y mis hermanos eran una burbuja incesante de energía.

La habitación estaba abarrotada, entre tanta gente y tanta mochila. Por suerte vino una enfermera a decirnos que no era bueno que hubiera tantas personas a la vez. Todos protestaron y Kurt dio un botecito en la cama golpeándome sin querer en el costado de la cicatriz. Inhalé aire fuertemente. Definitivamente, era el momento de que “mi” cama, volviera a ser mi cama.

-         Chicos, la enfermera tiene razón. ¿Por qué no vais a la cafetería hasta que venga papá, y me dejáis un rato con Fred y con Mike? – sugerí, y así de paso  podría hablar con mis amigos, que seguro que sabían respetar mi espacio vital mejor que mis hermanos. – En la cajonera tengo algo de dinero. Podéis compraros un helado.
-         ¡Pero yo quiero estar contigo! – protestó Alice. Qué mona. Me mordí el labio, sin saber qué decir. De todas formas no creía que fuera buena idea dejar a todos solos en la cafetería. Pero Zachary me sorprendió.
-         Ted va a seguir aquí, Alice, pero seguro que cuando venga papá nos dice que hace demasiado frío para tomar helado. Así que deberíamos aprovechar que Ted nos ha dejado, y que las culpas se las lleve él.
-         Muy bonito. Vaya hermano que tengo – protesté, pero le miré con agradecimiento porque había resultado un argumento efectivo. Mis hermanos me dieron un beso y desfilaron rumbo a la cafetería. - Zach, que no se metan en líos ¿eh? – le dije, cuando me abrazó.
-         Descuida.
-         No pierdas de vista a los enanos. Es más, si puedes atártelos con una cuerda, mejor.
-         Ey, que nosotros estamos para algo – protestó Harry, refiriéndose a Bárbara, a Madie, y a él. Sonreí, más tranquilo. Mis hermanos tenían doce y trece años, lo cual garantizaba que eran capaces de ir tranquilamente a comprar un helado y de cuidar  del resto entre los cuatro.
Sin embargo, Dylan tenía otros planes, y se puso a mi lado en vez de ir tras los demás.
-         ¿No quieres un helado? – pregunté, y él negó con la cabeza. Zach nos miró desde la puerta y me encogí de hombros – Está bien, déjale. 
Se fueron, y yo me quedé con mis amigos y mi hermano menos hablador. Creo que el pobre era tan discreto que a veces pasaba demasiado desapercibido, así que me alegré de poder estar un ratito con él.
-         Dy, ¿sabes que Fred colecciona cromos como tú? – le dije, en un intento de conciliar la presencia de mi hermano y de mis amigos, y de convertirlo en una conversación agradable.
-         No son cromos – aclaró Fred mirándome como si hubiera dicho una blasfemia – Son cartas de  rol, de Juego de Tronos.
Fred era un poco friki. Por mí estaba bien. Yo también tenía mis momentos, pero no iba por ahí con cartas de esas en las mochilas, ni entendía todo su lenguaje. En resumen, Fred era de esos que sabían élfico y hasta podían llegar a disfrazarse, y yo era más del tipo de los que juega a rol sólo por ordenador.
-         Lo que sea. Dylan también tiene, aunque él no ve la serie porque papá no le deja.
-         Normal. Es que no es para niños – dijo Fred – Tampoco debería tener las cartas. Dice que son para mayores de catorce.
-         Bueno, si es por eso tú no deberías tenerlas tampoco, porque mentalmente te quedaste en los seis – intervino Mike, y se rió suavemente. De pronto, Dylan se rió de esa forma tan particular suya, como con golpecitos de aire, y todos le miramos.  Mi hermano no solía reírse, porque el concepto de broma le costaba bastante. Lo entendía, pero rara vez era capaz de hacer una. Me gustó verle reír. Algunas personas dicen que los autistas no sienten. Eso es totalmente falso: simplemente son incapaces de manifestar los sentimientos. Pero los tienen, claro que sí. Y me gustaba saber que Dylan era feliz.
Sin importar que Mike y Fred estuvieran mirando (había confianza, al fin y al cabo), tiré de Dylan para acercarle a mí y darle un abrazo, pero él se tensó, se apartó, y soltó un gemido. No era muy amigo del contacto físico. De hecho, sólo me dejaba abrazarlo a mí, y no siempre.
-         Uno pequeñito… - le pedí. Dylan se acercó con torpeza y me abrazó exactamente medio segundo, para luego soltarme rápidamente. El gesto parecía descortés y maleducado, pero Dylan era así. No lo hacía aposta, ni porque me tuviera asco. Le sonreí. Luego miré a Fred y a Mike ligeramente incómodo, pero ellos no hicieron comentarios. Lo cierto es que mis amigos eran como una segunda familia. Quiero decir que Mike y yo somos amigos desde que tengo memoria, y Fred se nos había unido con mucha facilidad. Eran buena gente, no se metían conmigo porque estuviera hablando de mis hermanos todo el día, y se interesaban por mis cosas. Creo que a estas alturas Mike se sabía el cumpleaños de todos mis hermanos.
-         Bueno, ¿y qué ha habido de nuevo? ¿Han dado la nota del examen de filosofía? – les pregunté, suponiendo que debía ponerme al día con las clases, y eso.
-         Sí. Tienes un siete – me dijo Mike.
-         Para variar – suspiré. Era monosiete en esa asignatura. Estudiaba una semana, y tenía un siete. Estudiaba dos, y tenía un siete otra vez. A veces creía que mi profesora no se leía mi examen, y lo calificaba directamente, siempre con el mismo número.
-         Y hay un montón de deberes – apuntó Fred.
-         Qué bien. – gruñí, e hice por sentarme y alcanzar boli y papel. - ¿De qué?
-         Fred, dijimos que nada de deberes. – censuró Mike - Tiene que descansar. Ya has visto que los monstruitos no le dejan ni respirar.
-         Los monstruitos se irán a casa, y yo me quedaré aquí, más aburrido que un pez – repliqué. – Así que hacer deberes será hasta un pasatiempo. ¿Qué hay que hacer?
Empecé a tomar nota de todo lo que habían hecho en clase, y vi que ciertamente era mucho. Caray. Vale que estaba en el penúltimo año de instituto, pero creo que algunos profesores se pensaban que estábamos en la universidad.
Mike y Fred me iban diciendo aquello de lo que se acordaban, y así ninguno de los tres se dio cuenta de que Dylan se iba. Si me enteré en cambio cuando entró Aidan, porque llamó a la puerta, que estaba abierta, para anunciarse.
-         ¡Hola, papá!
-         Ey. Hola chicos. – saludó, y a mí me dio un beso. Yo me lo limpie y le miré mal. ¡Que estaban mis amigos delante! Aidan sólo rodó los ojos. - ¿Cómo estás?
-         Estaba mejor esta mañana. Me duele la cicatriz y también la espalda de estar tumbado.
-         Le preguntaré a una enfermera a ver si puedes caminar un rato. ¿Y tus hermanos?
-         Están en la cafetería, tomando un helado. Éramos demasiados en la habitación, así que me he quedado sólo con Mike, Fred, y Dylan.
-         ¿Y dónde está Dylan ahora? – preguntó, y sólo entonces me di cuenta de que mi hermano no estaba. Giré la cabeza, como si fuera a aparecer por arte de magia, y miré a mi padre con horror.
-         Estaba… estaba aquí…
-         ¿Qué quiere decir que “estaba aquí”? Ted, ¿a dónde ha ido?
-         No lo sé…Yo… Ha tenido que ser hace sólo un momento. Estaba hablando con Mike y Fred y…
Mierda. Mierda. Mierda. Mi hermano de ocho años, con autismo, estaba por ahí sólo, en algún lugar del hospital. Dylan sufría ataques cuando había multitudes, tenía miedo de los ruidos fuertes, de los gritos, y del color rojo sangre y de la sangre misma. Podía encontrarse todas esas cosas en un hospital. Mierda.
-         Papá, lo siento. Yo… no me di cuenta y…
-         ¿Cómo puede alguien desaparecer así? – me espetó, y luego se fue, a buscarle, supongo, y a mí me dejó hecho polvo.
Aidan estaba enfadado y decepcionado. Y con razón. ¿Cómo podía ser tan imbécil?
-         Ted, tío… - empezó Mike, sin saber qué decir. – Tú tranquilo. Habrá ido a jugar por ahí. Tu padre le encontrará en un momento.
-         No tendría que encontrarle si yo hubiera impedido que se fuera.
-         No fue tu culpa. No has hecho nada malo.
Ladeé la cabeza, y no respondí. Evidentemente, Aidan no pensaba igual que ellos. Él me echaba la culpa, porque la tenía. Apreté los puños con fuerza. Odiaba fallar. Odiaba fallarle a mi padre.
-         Aidan´s POV –
¿Cómo podía Dylan haber hecho eso?  Dylan nunca se separaba de nosotros. Sabía que no podía hacerlo. Yo se lo había dicho muchas veces, y él nunca me desobedecía. Es más, dudaba que él me pudiera desobedecer. Él vivía cómodo con las reglas, era lo que le daban confianza en su día a día.
Estaba muy enfadado. No con Ted, porque él jamás perdería a su hermano a propósito, y un despiste lo tiene cualquiera. Ni siquiera con Dylan, porque estaba demasiado preocupado para enfadarme con él. Simplemente no sabía dónde estaba mi hijo, y lo quería de vuelta. Pero, conforme pasaban los minutos y mi hijo no aparecía, mi enfado se fue focalizando. El susto que Ted había tenido que llevarse era importante: su cara lo decía todo, y eso era sólo un reflejo de mis propios temores. Dylan había sido desconsiderado, desobediente, imprudente y…
… un niño. Dylan sólo era un niño, y uno muy especial, tal como pude comprobar cuando le encontré. Estaba con un niño muy pequeño, de un año o cosa así.
-         Le oí llorar – me dijo. – Lloraba, y no tenía papá, claro, ni mamá.
-         ¿Oíste llorar al bebé? – le pregunté. - ¿Desde la habitación de Ted?
El asintió. Daba palmaditas de consuelo al niño, de forma torpe, porque no sabía expresar la ternura que quería transmitirle al pequeño. Pero era tan mono…Me agaché junto a ellos.
-         Hay que buscar a su mamá – le dije – Se habrá perdido.
-         Perdido – repitió.
-         Yo también creía que tú te habías perdido. Me asusté.
-         Perdón.
-         Me asusté mucho – le dije. – Porque se suponía que tenías que estar con Ted, o con el resto de tus hermanos.
Me di cuenta de que no se me había ocurrido mirar en la cafetería, por si había ido allí. Había estado tan nervioso que no había sabido ni dónde buscar.
-         Perdón – volvió a decir, pero era imposible saber si me estaba escuchando. Me frustraba tanto que fuera incapaz de mirarme a los ojos… Empezó a hacer ese movimiento pendular suyo, y sentí mucha impotencia, porque Dylan era lo suficientemente normal como para entender que era diferente, y lo suficientemente diferente como para ser incapaz de ser normal. Ni siquiera podía estar seguro de que fuera consciente de que no debía hacer lo que había hecho. ¿Lo entendía? ¿Entendía que no podía hacer aquello que yo le decía que no hiciera? No era tonto. Era autista, pero no tonto. Por eso mismo era capaz de decir “el niño llora, voy a ayudarle”.
Pero yo no sabía si él había hecho aquello evaluando la situación, o si era algo que iba a repetir en otro momento. No me molestaba que hubiera ayudado al niño, al contrario, me hacía sentir orgulloso, pero ¿significaba eso que se iba a separar de nosotros en cualquier momento o era capaz de entender cuando podía y cuando no podía hacerlo? ¿Se había ido porque sabía volver a la habitación de Ted, o no se había preocupado de eso? Todo eran preguntas sin respuesta, porque Dylan podía hacer más cosas de las que parecía y yo no podía evitar ser sobreprotector con él. Por eso era mejor asegurarme de tenerle siempre cerca.
-         Tú sabes que no puedes irte. Lo sabes. Sé que lo sabes. – le dije, y tal vez dejé escapar un poco de mi frustración en aquella frase, porque Dylan gimió. Él no podía llorar, pero creo que de poder hacerlo lo habría hecho en ese momento.  Suspiré, y le di un beso. Eso le puso más nervioso, y su reacción me frustró más. No poder ni dar un beso a tu hijo es duro.
Iba a intentar explicarle a Dylan que no estaba enfadado con él, pero no tuve ocasión, porque en ese momento se acercó una mujer, muy nerviosa.
-         ¡Ethan! – gritó, y comprendí que Ethan debía ser el nombre del bebé. Se acercó a nosotros, e intentó coger al niño, pero Dylan no le soltó. - ¡Déjale! – gritó.
Al escuchar el grito, Dylan debió identificar a esa mujer como “mala”, y agarró al niño con más fuerza. Como consecuencia el bebé empezó a llorar también. Entonces la mujer, histérica, nerviosa, o que se yo, golpeó a MI niño.  Le cruzó la cara con un revés que resultó muy impactante, al menos a mis ojos, que estuve a punto de olvidarme de algunos de mis principios sobre no golpear a mujeres. Dylan soltó al niño de inmediato, y se tiró al suelo, gritando de una forma que llamó la atención de todo el mundo en los alrededores. La mujer se sonrojó, y pareció arrepentirse.
-         No te di tan fuerte…Vamos, ¿qué te pasa? Levanta, niño, ey. Lo siento. ¿Qué le pasa? – me preguntó.
-         Que es autista, y lo que es usted mejor me lo callo – la espeté. – Mi hijo sólo estaba cuidando del suyo.
Cogí a Dylan en brazos y me lo llevé de allí. Me dejó tocarle, así que le acaricié  la cabeza, y le miré bien, para ver si le había hecho daño. Ignoré a la gente que nos miraba e intenté tranquilizar a mi niño.
-         Shhh. Calma, cielo.
Volví con él a la habitación de Ted, y para entonces ya casi estaba bien, aunque aún  gemía y balbuceaba, a falta de lágrimas.
-         ¡Lo encontraste! – dijo Ted, aliviado. Sus amigos se habían ido. Iba a preguntar por ellos, pero entonces… - ¿Por qué está así? ¿Le pegaste? ¡Joder, Aidan! ¡Le pegaste!
Aidan. Ted sólo me llamaba Aidan cuando estaba muy enfadado, o cuando hablaba de algo que le daba vergüenza. Intentó levantarse de la cama  pero se movió muy rápido y se hizo daño.
-         ¡Ted! ¿Se te ha aflojado un tornillo? ¡Nada de movimientos bruscos!
-         ¡La culpa es mía y no suya! ¡No deberías haberle pegado!
-         ¡No lo hice!
Ted pareció calmarse entonces. Yo nunca pegaba a Dylan. Simplemente, hay niños con los que no sirven los castigos, y Dylan es uno de ellos. Si le castigas mirando a la pared, empieza a golpearse con ella. Si le dejas sin televisión, tiene una crisis. Y si le das una palmadita, por suave que sea, el resultado era que se ponía a gritar justo como acababa de hacerlo. Él no aprendía por asociación. El concepto “mala acción = castigo” no funcionaba con él, porque para él los castigos eran sólo para la gente mala. Una sola vez le había castigado, y había estado un mes entero convencido de que era malo, y haciendo cosas muy raras. Usaba otro método para enseñar a Dylan. Uno a base de dibujos, que me funcionaba bastante bien.
Así que Ted ya tendría que saber que yo me lo pensaría mil veces antes de pegar a Dylan, y que lo haría sólo por algo realmente grave. No sabía si enfadarme por su acusación, o alegrarme porque fuera tan protector con su hermano.
-         Ah. -  dijo solamente, arrepentido por su arrebato.
-         “Ah”. A ver si pensamos antes de hablar.
-         Perdona. Es que… como le has traído así…
-         Escuchó llorar a un bebé, fue con él, y su madre que debe ser una troglodita del pleistoceno, en vez de agradecer que Dylan estuviera con él le ha golpeado.
-         ¿Qué?
-         Lo que escuchas.

Dylan pidió por gestos bajarse de mis brazos, así que le solté, y él fue con Ted.

-         Pobre Dylan – le dijo a Ted. A veces hablaba de sí mismo en tercera persona. Era lo más cerca que estaba de expresar sus emociones. Alguna vez había dicho “Dylan está triste”, y eso, según el psiquiatra que le trataba, era un gran avance.
-         Pobre Dylan – respondió Ted, y le acarició. Luego me miró. – Papá, lo siento mucho. Sé que estás enfadado. Yo… sólo… lo siento. Le perdí de vista y…
-         Ted – le interrumpí – No estoy enfadado. No ha sido tu culpa. En todo caso, ha sido cosa mía. Tú estás convaleciente, no deberías estar cuidando de nadie, y al dejarte sólo con ellos es como si te hubiera obligado a hacerlo. No ha sido culpa tuya ¿vale? Soy yo el que se ha ido.
-         ¿Dónde está Alejandro? – me preguntó.
-         Ha decidido quedarse en casa.
Al final, se había quedado dormido. Considerando que aquella noche iba a ser difícil para él, al tener que ocuparse de todos sus hermanos, decidí no despertarle cuando fui hacia el hospital.
Ted me miró como si quisiera preguntarme algo más, pero se quedó callado y le hizo mimos a Dylan, aprovechando que estaba extrañamente afectuoso. A saber cuándo dejaría que le tocáramos otra vez.
-         ¿Y Mike y Fred? – pregunté yo.
-         Deben de estar en la cafetería. Les pedí que echaran un vistazo a los peques. – me respondió, y tras un momento de silencio, añadió – En realidad estaba convencido de que al volver ibas a gritarme, y no quería que ellos estuvieran delante.
-         Ted, no seas tan duro contigo mismo ¿vale?
Me sentí mal porque esa tendencia de mi hijo a culparse de todo tenía que ser por mi causa. Seguro que le exigía demasiado, en lo relativo a sus hermanos, y por eso había pensado que estaba enfadado con él.
-         No vuelvas a irte, Dylan. – dijo él, como toda respuesta, mirando al niño, que negó con la cabeza. Eso me recordó algo. Caminé hacia una mesita y cogí una hoja y papel. Me senté en el sofá en el que supuse que iba a dormir aquella noche.
-         Dylan, ven aquí – le llamé.
Dylan se acercó y se sentó en mis piernas. Puse el papel delante de los dos, y dibujé un monigote y un monigote más pequeño al lado de éste. Señalé el pequeño – Éste eres tú – le dije, y Dylan asintió. Así empezaba yo todas mis explicaciones. – Y éste grandote de aquí soy yo.
Dibujé otra viñeta, en la que sólo estaba Dylan.
-         ¿Qué está mal en éste dibujo? – le pregunté, y él lo pensó.
-         Sólo está Dylan – respondió al final.
-         Eso es. En éste dibujo sólo está Dylan. ¿Y en el primero?
-         Dylan y papá.
-         Muy bien. Entonces, ¿está mal que Dylan esté sólo?
-         Sí. – respondió, y yo le di un beso.
Dylan me quitó el boli, y yo le dejé hacer, sorprendido. Dibujó un monigote aún más pequeño que él.
-         Ethan – dijo, y yo le entendí.
-         Sí, Dylan, no hiciste mal en ir a consolar a Ethan. Eso estuvo bien. Pero alejarse de papá o de Ted, está mal.
Dylan se llevó una mano a la mejilla, donde lo habían golpeado, y no dijo nada. Yo aparté la mano y le di un beso en su moflete infantil.
-         ¿Recuerdas la película “Mi nombre es Khan”? – me preguntó, y yo me sorprendí por la pregunta, y porque hablara de una película que yo no le había dejado terminar de ver, porque no me parecía adecuada para niños. Demasiado triste. De esa película precisamente había sacado yo la idea de explicarle las cosas mediante dibujos.
-         Sí.
-         La mamá decía que en el mundo hay dos clases de personas: las buenas, que hacen cosas buenas, y las malas, que hacen cosas malas.
-         Sí, y tenía mucha razón.
-         Se le olvidó un tipo.
-         ¿Mmm?
-         También están las personas tontas como yo.

Le apreté mucho contra mí.
-         No, Dylan. Tú no eres tonto, mi vida. Eres muy inteligente.
Era verdad. Dylan hacía cosas sorprendentes para un niño de su edad. Podía resolver algunos de los ejercicios de los libros de Harry y Zachary. Los autistas, muchas veces eran genios en algunos campos del conocimiento.
Los psicólogos me habían dicho que Dylan era incapaz de reconocer lo que le pasaba. Que él no podía ponerle nombre a lo que era.
-         ¿Sabes lo que es el autismo, Dylan? – le pregunté, y él asintió.
-         Los médicos me lo han dicho.
-         ¿Tú eres autista? – le pregunté.
-         No – respondió. Eso respondía siempre. Cerré los ojos, sintiendo dolor por la situación de mi niño y un amor profundo al mismo tiempo. Le abracé.
-         No eres tonto, hijo. No lo digas nunca más y no dejes que nadie te lo diga.
-         ¿Entonces por qué me pegó esa mamá?
-         Porque estaba asustada – respondí, tras pensarlo un rato. – Yo también me asusté mucho  cuando vi que no estabas. Es por eso que siempre tienes que estar donde papá te pueda ver.
Dylan señaló el dibujo en el que estaban los monigotes que nos representaban a los dos.
-         Eso es.
Mi niño se quedó mirando el papel.
-         Dibujas mal – me dijo, y yo tuve que reírme ante tanta sinceridad.
Le solté, y él se bajó de encima de mí, dejándome con el dibujo en la mano. Noté que Ted me miraba fijamente, y me hizo sentir incómodo.
-         ¿Qué tengo? – pregunté.
-         Un don – me respondió, y no sé por qué me hizo ruborizar. Desde luego, no se estaba refiriendo a mi don con la pintura, así que sabía que se estaba refiriendo a uno más profundo.

-         Alice´s POV -
El helado de Kurt era más grande que el mío. No era justo. Me acabé el mío enseguida y Zach decía que no me iba a comprar otro. Me enfadé con él y con Kurt. Golpeé un frasquito que estaba sobre la mesa y un  montón de palitos se salieron de él.
-         ¡Alice! ¡Has tirado todos los palillos! – dijo Madie.

Por lo visto, los palitos se llamaban palillos. Cogí varios y empecé a moverlos, y me di cuenta que podía hacer dibujos con ellos. Hice un cuadrado y un triángulo, y así “pinté” una casa ^^
Le añadí más cosas a mi dibujo y me gustó mucho cómo me quedó. Quería que lo viera papá. Pero entonces todos terminaron su helado, y los chicos grandes que eran amigos de Ted dijeron que teníamos que volver  a la habitación. ¡Yo no me podía ir si papá no veía mi dibujo!
-         Vamos, Alice – dijo Barie, extendiendo la mano para que la agarrara.
-         No me puedo ir hasta que venga papá.
-         Tu papá ya ha venido – dijo Fred.
-         Aquí nooo. Tiene que venir aquíiii.
-         No, peque, nosotros tenemos que ir con él – dijo Zach, e intentó cogerme en brazos. ¡Qué injusticia más grande, me separaban de mi dibujo y yo no podía hacer nada porque era más pequeña y no podía evitar que me arrastrara! Me enfadé y me puse triste, pensando que papá no iba a ver mi dibujo. Zach era malo y tonto. Le pegué una patada para dejárselo claro.

-         Aidan´s POV –

-         Voy a por vuestros hermanos, antes de que se coman todos los helados de la cafetería.  – les dije a Ted y a Dylan. Los dos estaban tranquilamente en la cama de Ted, viendo la tele. Me encantaba verles así, pero ya era hora de volver a casa, a que hicieran deberes… Eso me recordó algo  - Ted, pregúntale a Mike qué hicieron hoy en clase.

Él se estiró para coger un cuaderno y me sacó la lengua.
-         Me adelanté. Y saqué un siete en filosofía.
Le sonreí.
-         Veo que lo tienes todo controlado.  Ha sido muy amable que Fred y Mike vinieran.
-         Pues si quieres que vuelvan será mejor que vayas a liberarles de los enanos, antes de que decidan firmemente no tener hijos.
Yo me reí, pero fui a la cafetería.
Cuando llegué allí me encontré a Alice en plena rabieta. Se revolvía en brazos de Zach, y le pegaba con los pies y los puñitos Me acerqué a ellos y  cogí a la pequeña.
-         Pero bueno. ¿Te parece bonito tratar a si a tu hermano? Pídele perdón.
-         ¡No quiero!
-         Alice… Pídele perdón.
Como toda respuesta me hizo una pedorreta. Yo suspiré, y sin girarla siquiera la di un par de palmadas. Fueron flojas, como un aviso, pero ella captó el mensaje a la perfección.
-         Perdón – gruñó, aún enfadada.
-         Ahora dale un beso.
-         ¡No!
-         ¿Por qué no? – preguntó Zach – Si yo no te he hecho nada.
-         ¡Tonto! – dijo Alice solamente. Luego agarró mi manita y tiró de mí. – Papi, ven, mira lo que he hecho.
-         He visto perfectamente lo que has hecho y no me ha gustado nada. – regañé – Me estoy pensando si darte unos buenos azotes.
Alice me miró con sus ojos azules muy abiertos, la empezaron a temblar, y en seguida se llenaron de lágrimas, como a cámara lenta. Arrugó la carita y empezó a llorar. Zach me miró mal, como si ya hubiera olvidado que ella le había estado pegando hasta hacía unos momentos.
-         Bueno, princesita, ya, shhh, ya no llores.
-         ¡Eres malooo!
-         No soy malo, pitufa, pero es que no puedes portarte así. Vamos, ya no llores. Sé una niña buena y dale a un beso a Zach, que te quiere mucho ¿sí?
Cómo respuesta ella sólo lloró más y se abrazó a mí.
-         ¡No…snif… no has visto mi dibujo! – protestó. Yo no supe de qué me estaba hablando, pero busqué a ver si había un papel por ahí, y no encontré ninguno.
-         ¿Qué dibujo, pitufa?
-         Eseee
Ella me señaló la mesa y, con ella en brazos, me puse de pie para acercarme a verlo. Vi entonces un montón de palillos agrupados, formando lo que parecía una casa.
-         ¿Lo has hecho tú, princesa? Qué dibujo más chulo – alabé, y la di un beso. Ella pareció de pronto mucho más contenta. – Eres toda una artista.
-         Ya podemos irnos – dijo, con una sonrisa. Yo sonreí también, entendiendo que ella sólo buscaba que yo admirara su “obra de arte”, pero me puse serio un momento.
-         ¿Y el beso de Zach? – dije.
Ella se estiró para alcanzar a su hermano, y le dio un beso. Luego se acercó a mí, y me dio otro.
-         Tenías que ver mi dibujo, papá – me explicó, como quien habla de un asunto muy importante.
-         Claro que sí. Pero no se pega a los hermanos ¿vale, pitufa?
-         ¡Es que nos íbamos a ir sin que lo vieraaas!
-         ¿Cómo iba a quedarme yo sin ver el dibujo de mi princesa? –dije, y sonreí. – Ahora mismo saco el móvil, y le hago una foto.
Dicho y hecho, fue lo que hice. Aunque sea cursi, yo guardaba esas tonterías con mucho cariño. Eran las tonterías de mis hijos.

-         Alejandro´s POV –
Me pegué una siesta monumental, y no veáis que bien me sentó. Me desperté hasta desorientado y todo, sin saber bien dónde estaba después del sueño profundo. Estaba en la cama de Aidan. Recordé entonces que íbamos a ir al hospital, a por los enanos, pero yo me debí de quedar dormido. Me levanté, y vi una nota en la mesita. Parecía un testamento. La leche. Cómo se notaba que a Aidan le gustaba escribir.
INSTRUCCIONES:
1.     Leerte esta nota hasta el final, y decidir si aún quieres cuidar de tus hermanos ésta noche.
2.     En caso de decidir que sí, comprometerse a cumplir TODAS las cláusulas.
3.     Para demostrarme que te lo has leído, darme un abrazo ENORME cuando llegue a casa.
LISTA DE COSAS POR HACER CUANDO TE DEJAN SÓLO CON NUEVE ANGELITOS CON CUERNOS DE DIABLO:
1.     Tener mucha, mucha, mucha, mucha, MUCHA, paciencia.
2.     Llamarme al móvil si hay cualquier problema.
3.     Encargarse de que no se aburran. Dejarles frente a la televisión es cómodo, pero prefieren que alguien juegue con ellos.
4.     Ocuparse de que cenan, y cuando digo cenar me refiero a que la comida acabe en su estómago y no en el suelo, en la ropa o en el plato del de al lado.
5.     Estar encima de los más pequeños, y tener discretamente un ojo en los más mayores, para que no se sientan controlados mientras en realidad sí los controlas.
6.     Supervisar que la mesa se recoge. NO ES TU TAREA recogerlo. Cada uno tiene un turno, y ese turno se respeta. Tú te encargas de que se respeten.
7.     Mandarles a ponerse el pijama mientras pones el lavavajillas.
8.     Subir a ayudar a los peques (Alice, Kurt, Hannah y Dylan) a ponerse el pijama.
9.     Acostar a los peques con paciencia, cariño, y probablemente varios cuentos en el proceso.
10.                       Acostar a los mayores con más paciencia todavía, y sin fiarse ni un pelo, porque cuando te vayas de su cuarto volverán a encender la luz.
11.                       Estar preparado para que asalten tu cama y termines durmiendo con más personas que en un albergue.  Asumir que te despertaran al menos dos veces para pedirte agua.
12.                       Poner el despertador a las 6 am. Despertar al personal. Ayudar a los peques.
13.                       Para entonces ya estaré yo, y te ayudaré a hacer el desayuno.

Cuando terminé de leerlo todo, suspiré. Algo me decía que Aidan había reducido la lista, y que él hacía aún más cosas para movilizarnos. Era una larga lista de tareas, pero yo no me iba a echar atrás.
Deambulé un rato por la casa hasta que escuché abrirse la puerta principal. En seguida todo se llenó de un griterío inconfundible: mis hermanos estaban en casa. Bajé a recibirles.
-         Hola.
-         Hola. ¿Leíste la nota? – preguntó Aidan.
-         Sí.
-         ¿Y dónde está mi abrazo? – exigió.
-         Papá…¿es necesario?
-         ¿Cómo que si es necesario? Ven aquí, majadero – dijo, y prácticamente me obligó a abrazarle. Creo que había adoptado una nueva política de ser abiertamente cariñoso conmigo. Y, aunque yo interiormente no me quejaba, tenía que hacerme el duro.
-         Jo, papá… suelta, pesado.
Me retuvo aún dos segundos más, y luego me soltó.
-         Bueno, ¿y qué has decidido? – me preguntó.- ¿Aceptas el reto?
-         Claro.
-         Muy bien. Yo me iré en un par de horas, más o menos. Ahora, todo el mundo a hacer deberes – dijo, hablando ya para todos mis hermanos. – Y eso te incluye a ti, Alejandro.
-         No tengo.
-         Qué buen chiste. No cuela. Además, te recuerdo que tienes un castigo que cumplir y antes de irme voy a preguntarte, y más te vale que te lo sepas.
Mierda. ¿Por qué me conocía tan bien? Sí que tenía deberes. Subí a mi cuarto y quizá por primera vez en mucho tiempo me puse a estudiar de verdad. Sabía que el horno no estaba para bollos, y que papá iba a preguntarme en serio. De momento no estaba enfadado, pero si no le tomaba en serio se podía enfadar de verdad y eso no me convenía.
Me envolví en una burbuja ajeno a todo lo que pasaba en casa, pero hasta concentrado y con la puerta cerrada pude oír la pequeña explosión que se produjo varios metros más allá de mi habitación.

-         Kurt´s POV –
No entendía por qué a la gente no le gustaban los hospitales. A mí me pareció un gran sitio:  comí helado, y Ted se pasaba todo el día en la cama. ¡Ojalá yo pudiera estar todo el día tumbado y comiendo helado!  Pero en lugar de eso, tuve que volver a casa a hacer deberes.
Por suerte, sólo tenía una multiplicación, así que terminé enseguida. Iba a ponerme a jugar, pero antes de eso recordé un pequeño papel que estaba en mi mochila. Uno que podía meterme en muchos problemas. Suspiré. Me había olvidado por completo de que estaba ahí, pero lo había recordado y ya no podía olvidarlo de nuevo. Abrí la mochila y cogí el papel. Con él en la mano, fui a buscar a papá. Estaba en la habitación de Barie y Madie, ayudándolas con un ejercicio. Entré despacito y llamé la atención de papá.
-         ¿Qué ocurre, campeón? ¿Necesitas ayuda con algo?
Negué con la cabeza, y le enseñé el papel. Papá se iba a enfadar mucho conmigo. Mucho, mucho. Me escocieron los ojos y empecé a llorar.
Papá no me abrazó: primera señal de que estaba enfadado. Leyó la nota en voz alta, como si yo no supiera lo que ponía:
-         Kurt ha tenido hoy un pésimo comportamiento en clase – dijo papá, y me miró muy feo.
-         ¿Qué significa pésimo? – pregunté.
-         Significa que te acabas de quedar sin ir al parque éste viernes.
Me gustaba mucho ir al parque. Me encantaba el tobogán: ya me tiraba por el de los mayores. Sollocé un poquito, pero no dije nada. Sólo quería que papá me abrazara. Pero él sólo me dio la espalda y ya no aguanté más, y empecé a llorar con fuerza.
-         Eh, eh. Sin llorar, campeón. Valiente para portarse mal, valiente para las consecuencias – me dijo, y me dio un beso. No sé cuándo ni cómo, pero de pronto estaba en sus brazos. Entonces comprendí que no me había dado la espalda: sólo me estaba firmando la nota.
-         Lo siento – susurré, y me colgué de su cuello. Papá era muy alto y me gustaba estar así, y verlo todo desde arriba.
-         Es la segunda nota que traes a casa. Cuando trajiste la primera te dije que a la segunda habría un castigo, y ahora te digo que a la tercera te daré unos azotes.
-         No habrá tercera.
-         Eso es lo que quería oír. – dijo papá, y me dio otro beso. - ¿Por qué has traído ésta nota, hijo?
Le miré extrañado. ¡Pues vaya pregunta me hacía!
-         Porque la seño me la dio y me dijo que la trajera. ¿Es que tenía que haberle dicho que no?
Papá me miró fijamente, y luego se echó a reír. Madie y Barie, desde su mesa, también se rieron.
-         No, peque. Me refería a que por qué te dio la nota tu seño.
¿Y por qué no hablaba más claro? A veces papá era muy raro…
-         Eso tendrás que preguntárselo a ella.
Papá abrió los ojos y me dio una palmadita suave en el culo. No dolió, pero creo que tampoco lo pretendía, porque me sonrió.
-         Pequeño descarado. Un día de estos te daré una lección, ya verás. ¿Terminaste los deberes?
-         Sí, papi.
-         ¿Quieres que vaya a repasarlo contigo y ver si está bien? – me preguntó, y yo asentí. Tiré de su mano para que viniera conmigo, y él me siguió.
Le enseñé la multiplicación y creo que tenía algo mal, porque me pidió que le dijera la tabla del ocho.
-         Ocho por una, ocho. Ocho por dos, dieciséis. Ocho por tres, veintidós…
-         Alto ahí, campeón. ¿Veintidós?
-         ¿Veintitrés? – pregunté, inseguro.
-         Veinticuatro, campeón, veinticuatro. Caray, creo que éste ejercicio es muy difícil. Si hace dos días estabas con la tabla del dos…
-         ¿Lo tengo mal? – pregunté, algo triste. Odiaba volver a empezar un ejercicio después de terminarlo.
-         Sólo una, peque. El resto de la tabla está bien, pero recuerda que ocho por tres son veinticuatro.
Yo asentí, y papá me sonrió. Eso era una de las cosas que más me gustaban de papá. No se enfadaba cuando me equivocaba.
-         ¿Ya puedo jugar?
-         Sí, Kurt. Estos deberes están muy bien. Ahora sólo falta que te portes tan bien como trabajas.
-         Promesa de superhéroe – le dije, levantando mi mano derecha.
-         ¿Hoy toca ser un superhéroe? – preguntó papá, y yo asentí. - ¿Y quién serás?
-         Es un secreto.
-         Ah. Diviértete, diablillo – me dijo, y me revolvió el pelo.
Claro que me iba a divertir. En cuanto papá se fue corrí a la habitación de Zach y Harry. En ese momento no estaban, así que no les pude pedir permiso para buscar en su caja chula. A ellos no les gustaba que la tocara sin que  estuvieran deante, pero yo no iba a hacer nada malo, ni a romperles nada.
La “caja chula” de Zach y Harry tenía de todo. Estaba llena de cosas que hacían reír, y yo no entendía por qué no me dejaban cogerlas cuando no estaban. Si yo tuviera cosas chulas, las compartiría. Estaba buscando una capa que me venía perfecta para mi disfraz, pero encontré una cajita con cosas pequeñas, y al sacar la capa se me cayeron al suelo. Y entonces….¡BOOM!
El ruido fue muy fuerte, y también hubo humo. Me llevé un susto tremendo.
Creo que no he llorado tanto en mi vida.

-         Aidan´s POV –
Mientras ellos hacían deberes, yo hacía una ronda, ayudando al que lo necesitaba. Los peores estudiantes eran Alejandro y Harry. El resto iba bastante bien. Kurt y Hannah a veces traían calificaciones negativas en la sección de “actitud”, pero yo esperaba que mejoraran con el tiempo. Kurt había traído su segunda nota, y yo confiaba firmemente en su promesa de que no iba a traer una tercera, pero también sabía que los niños son niños. Mis peques eran muy inquietos y siempre estaban en algún lío…
…o en un LÍO con mayúsculas. Escuché algo parecido a una explosión, y sobra decir que me asusté mucho. Cuando tienes tantos niños todos los días suele pasar algo interesante, pero lo de la explosión era nuevo. Busqué el origen del estruendo y lo encontré en la habitación de Zach y Harry. Kurt estaba llorando, muy asustado, y yo le examiné milímetro a milímetro para comprobar que no se hubiera hecho daño.
-         Papi…papi… - lloraba, y se abrazó a mí con verdadero miedo. Mi pobre cosita.
-         Shhh, bebé. Ya está, ya está. ¿Qué pasó?
-         No …snif….no sé, papiiii
-         Vale, shhhh. Ya, peque, ya. Estoy contigo ¿vale? Estoy aquí, no pasa nada.
Me llevó un buen rato que se calmara. Para entonces ya teníamos público: todos habían acudido, atraídos por el fuerte ruido. Vi que Zach y Harry estaban muy pálidos y eso me dio mala espina.
-         ¿Qué pasó, Kurt? – pregunté, viendo que estaba más calmado, y ya podía hablar.
-         Quería coger la capa que está en la caja chula de Zach y Harry…
-         ¿La abriste? – preguntó Zach.
-         Kurt, sabes que no puedes coger las cosas de tus hermanos sin permiso – regañé, viendo que Zach parecía muy molesto. Esa caja era donde guardaban orejas postizas, máscaras de zombie, serpientes de goma, y otros artículos de diversas tiendas de broma. Pero nada de eso explotaba, que yo supiera.  Eran objetos especiales para ellos, pero Zach parecía más que molesto porque Kurt los hubiera cogido. Parecía preocupado.
-         Papá, le hemos dicho mil veces que no lo haga, te lo juro…
-         ¿Qué es lo que ha explotado? – pregunté – Porque la capa no ha sido.
Silencio mortal.
-         Papi, yo tiré de la capa, y…¡boom! – intentó explicarme Kurt. De la parte del “boom” nos habíamos enterado todos. Aquello me olía muy mal. Zachary y Harry estaban muy nerviosos.
-         ¿Qué había en esa caja? -  insistí, y nadie dijo nada. Yo miré al suelo y vi algo negruzco pero no pude identificar bien qué era.
En ese punto mi preocupación se volvió ansiedad, y enfado. Las travesuras peligrosas dejaban de ser travesuras, y algo me decía que mi niño había corrido peligro.
-         Todos fuera – ordené. – Vosotros tres, no – añadí, mirando a Harry, Zach, y Kurt. Los demás prácticamente se evaporaron, captando en la atmósfera que no era momento de llevarme la contraria. – Lo preguntaré una vez más: ¿qué había en la caja?
-         Petardos, papá – dijo Zach, finalmente.  – Pero no tienen ni fuego ni mecha, explotan al tocar el suelo – se apresuró en decir, como si eso disminuyera en algo la gravedad del asunto.
-         ¿Y se supone que eso es mejor? ¿PETARDOS? ¿En serio? ¿No me preguntasteis una vez si podíais comprar alguno? ¿Y qué os dije? ¿QUÉ OS DIJE?
-         Que no…- musitó Zach.
-         ¿Entonces? ¿Acaso hablo en otro idioma? ¿No fui lo suficientemente claro?
-         No son con fuego… - insistió Zach.
-         ¡ESO LOS HACE MÁS PELIGROSOS! ¡YA HAS VISTO LO QUE LE HA PASADO, POR ACCIDENTE!
-         Pero son sólo ruido, apenas tienen pólvora… - intervino Harry.
-         SI EXPLOTA TIENE PÓLVORA, Y SI TIENE PÓLVORA SON PELIGROSOS – grité, y Kurt empezó a llorar de nuevo, asustado, pero aquella vez no pude controlarme. - ¡VUESTRO HERMANO PODRÍA HABER SALIDO HERIDO, Y TAMBIÉN VOSOTROS!
Zach empezó a llorar también, poco acostumbrado a mis gritos.
-         Jamás le pondríamos en peligro. – empezó – Nosotros no…
-         ¡VOSOTROS SOIS UNOS IRRESPONSABLES! – seguí, y di un golpe en la mesa. Fue muy fuerte, y me hice daño en la mano, pero sirvió para descargar mi ira, y darme cuenta de que les estaba asustando, y de que no era forma de hablar con ellos. – Los tenías escondidos porque sabías que no os dejaría tenerlos – les dije, ya más relajado. – Así que sabíais que estaba mal.
-         No queríamos que pasara esto… - me aseguró Harry.
-         Nadie quiere que ocurran los accidentes, pero si no tienes una pistola ésta no se te dispara.
-         Lo siento mucho, papá. Yo no quería…
-         A veces con sentirlo no basta, Zachary. Y si tu hermano hubiera perdido una mano o un pie explícame para qué me servirían tus disculpas. Para qué le servirían a él.
Zach sólo sollozó, sin saber qué decirme. 
-         Vosotros dos ya no sois pequeños. Tenéis que usar la cabeza para algo más que para llevar el pelo. Por Dios ¿es que queréis acabar todos en el hospital? ¿Queréis que a mí me dé un infarto? ¿No vais a parar hasta quemar la casa, o hacer que explote?
-         Perdóname, papá, perdóname – gimió Zach e intentó abrazarme. Al principio estuve rígido, pero luego suspiré, y le envolví con mis brazos. No podía negarme cuando me estaba pidiendo que le perdonara.
-         Sólo me preocupo por vosotros. ¿Es que no lo entendéis? – susurré, besándole en la cabeza.
El llanto de Zach me conmovía, porque lloraba únicamente por mis palabras. Parecía haber entendido la gravedad de la situación pero me frustraba que fuera incapaz de pensar las cosas antes de hacerlas. Él ya no tenía seis años.
-         ¿Qué más cosas hay en esa caja? – pregunté, para hacer inventario. Lo mismo me decían que tenían una bomba…
-         Artículos de broma – dijo Zach.
-         Esos los compré yo, y se suponía que tenía que ser el único contenido de esa caja. ¿Qué más?
-         Globos de agua.
-         Dentro de casa, no, pero supongo que no pasa nada. – dije, porque eso ya no se lo había comprado yo. - ¿Qué más?
-         Bobas fétidas.
-         Van fuera – ordené, secamente. Eso era otra cosa que les había dicho que NO compraran. Si las usaban dentro de casa el olor tardaría semanas en irse, y si las usaban fuera podían meterse en líos y gastar bromas que entraba dentro del grupo de “las pesadas”.
-         Sí, papá. – respondió Zach. Era el único que me estaba contestando.
-         ¿Algo más que sea explosivo, corrosivo, o simplemente que os haya dicho que no podéis tener pero que vosotros hayáis ignorado porque os parecía mejor no hacerme caso?
-         No, papá.
-         Bien. Ya que no sabeís usar el dinero de la paga os quedaréis sin ella por tres semanas. Y ahora os quiero a los dos en ese rincón de la habitación, mientras yo hablo con vuestro hermano pequeño.
Una prueba de que debían de estar bastante acojonados fue que no me protestaron. Se alejaron de mí, y se quedaron confundidos en un rincón de la habitación, sin entender lo que debían hacer.
-         ¿Miran…mirando a la pared? – preguntó Zach, ruborizándose con la idea de un castigo infantil que hacía años que no les ponía.
-         Pues mira, sí. Sólo quería que os quitarais de mi vista, pero ya que lo sugieres los dos mirando a la pared, en vista de que tenéis menos sentido común que los más pequeños. – les dije, y tal vez me pasé un poco. O tal vez no, que habían tenido escondidos petardos….¡¡PETARDOS!!.
Una vez ellos estaban donde les dije, y se dieron la vuelta, yo me agaché junto a Kurt, que había estado muy quietecito junto a mí todo el rato. Lloraba en silencio, seguramente asustado por verme tan enfadado. Pero con él cambié mi tono completamente, a uno más dulce.
-         Y tú, señorito, ¿cuántas veces te he dicho que no cojas lo que no es tuyo? – pregunté, y le limpié las lágrimas con el dedo.
-         No iba a cogerlo…sólo quería usar su capa para mi disfraz de superhéroe…pero luego la iba a devolver….
-         Aun así, sabes que tienes que pedir permiso.
-         Pero no estaban…
-         Pues te esperas a que estén.
-         Yo…yo no sabía que dentro había una cosa mala… - me dijo, con un principio de puchero – No sabía que iba a hacer boom…
-         Ahora ya sabes por qué dicen eso de que la curiosidad mató al gato – le dije, y le di un beso. Luego le di una palmadita que estaba a medio camino de ser un azote. - ¿Si quieres algo que no es tuyo qué tienes que hacer?
-         Pedir permiso.
-         Muy bien. Pues ahora vete a jugar, e intenta no hacer que explote nada más. – le dije, a modo de despedida. No iba a castigarle por ser víctima de la imprudencia de sus hermanos. Pero él no se fue.
-         ¿Estás enfadado con Zach y Harry? – me preguntó.
-         Eso no es asunto tuyo, peque.
-         No te enfades con ellos. No querían hacerme pupa, por eso siempre me dicen que no abra la caja. Es culpa mía por abrirla. Enfádate conmigo.
-         Tú no debiste abrir la caja sin su permiso, pero no habría pasado nada si ellos no hubieran tenido lo que no tenían que tener.
Kurt se veía adorable intentando defender a sus hermanos mayores. Creo que eso hizo que Zach y Harry se sintieran más culpables. Kurt finalmente se fue y yo inspiré hondo varias veces. Tenía muy claro que iba a castigar a los gemelos, pero quería asegurarme de estar tranquilo para hacerlo.
-         Harry, ven conmigo. – dije. Dejar a Zach para el final me parecía cruel, porque ya estaba llorando a mares mientras que Harry estaba más tranquilo, pero sabía que después de castigar a Zach no  iba a querer separarse de mí, así que sería mejor si iba primero con su hermano.
Llevé a Harry a mi cuarto y me senté en la cama. Él se quedó de pie delante de mí.
-         ¿Sabes por qué voy a castigarte? – le pregunté.
-         Porque Kurt se podía haber hecho daño.
-         Piénsalo un poco mejor. Es cierto que eso es un motivo, pero es más bien una consecuencia. ¿Crees que te castigaría si Kurt se cae por las escaleras?
-         No.
-         ¿Y entonces? ¿Por qué voy a castigarte ahora?
-         Porque si se hubiera hecho daño sería por mi culpa – respondió, y en ese punto creí que iba a echarse a llorar, pero aguantó bastante bien.
-         ¿Y por qué sería tu culpa?
No me gustaba hurgar en la herida, pero quería dejar las cosas claras.
-         Porque los petardos eran míos, y yo sabía que no podía tenerlos.
-         ¿Tuyos o también de tu hermano? – pregunté, porque me pareció interesante que le excluyera.
-         Míos. – respondió, y se mordió suavemente el labio, en un tic que me desveló que mentía.
-         No intentes encubrirle. Así no le ayudas. Si la culpa es de los dos, lo es también el castigo.
-         Lo siento.
-         Dime dos motivos por los que no podías tener los petardos, Harry.
-         Porque tú me lo prohibiste y porque son peligrosos – me respondió. Tampoco tuvo que pensarlo demasiado.
-         Entonces, ¿por qué los tenías?
Harry miró al suelo, como siempre que le hacía una pregunta para la que no tenía respuesta.
-         ¿Por qué los tenías? – insistí.
-         Porque yo no creo que sean peligrosos – me respondió, con algo de enfado, como si yo tratara de imponerle una manía estúpida.
-         La explosión que he oído sí me ha parecido peligrosa.
-         Los venden para niños de ocho años, ¡NO  SON PELIGROSOS!
-         Eh, no me grites muchachito. Estoy haciendo esto para que entiendas por qué voy a castigarte pero no estás precisamente en situación de hablarme de esa manera.
-         ¡Pero es que eres un paranoico! ¡La explosión ha sido porque Kurt ha tirado todos, de uno en uno casi ni se oyen!
-         ¿Qué me has llamado? – pregunté, y no sé qué voz debí poner que pensé que Harry se meaba en los pantalones. – No soy paranoico ni tengo ningún problema, Harry. El problema lo tienes tú si eres incapaz de entender a tus años por qué no quiero que haya juguetes con pólvora en casa.
-         ¡NO SON JUGUETES, NO SOY UN NIÑO!
-         Harry, te he dicho que no me grites y si te lo tengo que repetir pasamos directamente a la parte de castigo que ya te adelanto que NO te va a gustar, así que no te interesa empeorarlo.  ¿Entendido?
-         Sí, señor.
Lo de “señor” era una clara mejoría.
-         Pero tú me has gritado – apuntó luego, en voz baja, como sin estar muy seguro de querer que yo lo oiga. Pero lo oí.
-         Sí, yo te he gritado – reconocí. – Me asusté mucho y me dejé llevar. Y no estuvo bien, pero el que metió la pata fuiste tú. Ahora estoy intentando hablar contigo de forma civilizada y no puedes gritarme.
Harry asintió.
-         Ya sé que no eres un niño, Harry, y precisamente por eso estoy tan molesto contigo. Cuando le digo a Kurt que no haga algo muchas veces no entiende por qué. Seguro que piensa que soy muy raro por no dejarle entrar en la cocina, y sólo puedo esperar que me obedezca porque yo se lo he dicho. Pero contigo espero algo más. No sólo debes obedecerme y hacer lo que yo te diga, sino que sé que lo entiendes. Sé que entiendes el porqué de la mayoría de mis prohibiciones, sino de todas. Y me cuesta creer que de verdad piensas que soy paranoico por no querer petardos en casa, cuando ya de por sí no me gustan, y además hay niños pequeños.
Harry no dijo nada. Creo que había desmontado todos sus argumentos, al usar él “ya no eres un niño” contra él. Nunca iba a tenerle más dispuesto, así que di por concluida la charla.
-         Quítate los pantalones – le pedí.
-         ¿Serviría de algo si te pido que sin pantalones no? – susurró.
-         No dejes de intentarlo – respondí, casi sonriendo – Pero no, no servirá de nada.
Harry se quitó los zapatos y luego comenzó a desabrocharse el botón de los vaqueros, pero empezó a llorar al mismo tiempo. Bajó las manos y se quedó allí de pie llorando, tapándose la cara con las manos. Yo suspiré, dispuesto a tener paciencia, y decidí ayudarle con eso que a él se le hacía tan difícil. Bajé sus pantalones con cuidado y se quedó en boxers. Le aparté las manos de la cara y le obligué a mirarme. Él hizo por serenarse un poco y se acercó a mí para tumbarse en mis rodillas. Mientras se colocaba encima de mí, pensé que aquello iba a ser duro. El debió de pensar lo mismo, porque escondió la cabeza entre sus brazos. Reuní determinación, lo cual no me costó mucho al imaginar a cualquiera de mis hijos herido por un petardo, y comencé.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Asfg PLAS PLAS PLAS PLAS

Harry rebotaba después de cada palmada, porque se había quedado como un peso muerto, sin oponer ninguna resistencia. Era…antinatural que estuviera así. No supe si pretendía aparentar indiferencia o si únicamente intentaba pensar en otra cosa, pero decidí usar un poco más de fuerza para devolverle al presente.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS   Owww PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS aah PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS ¡Au! PLAS
PLAS PLAS ¡Ssh! PLAS PLAS PLAS PLAS Afgs PLAS PLAS PLAS PLAS

Harry se soltó las manos. Pensé que iba a intentar cubrirse, pero en lugar de eso me agarró con mucha fuerza y le noté temblar con cada sollozo. Glup. Juro que algo me apretaba el estómago, por oírle llorar así.  Fue realmente difícil para mí continuar, pero debía asegurarme de que nunca más compraba cosas peligrosas que yo previamente le había prohibido. Bajé la mano hasta la zona donde empezaban los muslos, y él empezó a revolverse como una lagartija, porque ahí le picaba más.

PLAS PLAS ¡Ayy! PLAS PLAS ¡No! PLAS PLAS PLAS Papá, no PLAS PLAS PLAS
PLAS Papá, ya…PLAS  PLAS PLAS  no más…PLAS PLAS PLAS ¡Ay! PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS ¡Au! PLAS PLAS ¡Papá! para… PLAS PLAS PLAS por favor… PLAS PLAS PLAS
PLAS No…snif…PLAS PLAS lo ha-haré PLAS PLAS m-más
-         No lo haré más, papá…Lo siento…No volveré a desobedecerte…lo siento…
-         Shhh, shhh. Ya terminó. Tranquilo, ya terminó – susurré. Harry había entrado en bucle y no dejaba de disculparse. Aquél entraba dentro de los castigos más fuertes que le había dado, pero no era el más fuerte. Lo que había hecho no dejaba de ser una simple desobediencia…algo que no le iba a permitir, pero al fin y al cabo no lo había hecho aposta. No pretendía hacer daño a nadie. Solamente había sido imprudente, algo que parece inevitable cuando tratas con alguien de trece años. Tan sólo esperaba que fuera capaz de recordar que debía hacerme caso, ya que yo tenía en cuenta cosas en las que su edad no le permitía pensar. Como él había dicho, él no creía que un petardo fuera tan peligroso, y por eso debía obedecerme sin tener que decidir por sí mismo si era peligroso o no, ya que podía equivocarse. Yo también podía equivocarme, pero era el adulto a cargo. Se suponía que tenía que hacerme caso, y que mis equivocaciones serían las menos frecuentes.
Lloró con fuerza, aún sin levantarse de encima de mí, y se llevó las manos a la espalda para frotarse, sin importarle que yo estuviera mirando. Yo le acaricié la espalda.
-         Vamos, ya está, ya está…
-         Me pegaste muy fuerte – se quejó, y creo que esas palabras causaron una especie de impacto en mi cuerpo, como si me hubieran disparado. Le levanté, y le envolví en un abrazo.
-         Entonces ahora tengo que mimarte mucho. – le dije, acariciándole.
-         ¡No! No quiero…snif…que me toques.
Era un poco raro porque pretendía sonar enfadado, pero su forma de llorar disminuía un poco el efecto. Sentí su rechazo como algo físico, pero me dije que era normal. Le di un beso, y le dejé levantarse. Se puso los pantalones y salió corriendo, dejando allí los zapatos. Me quedé mirando sus  deportivas Nike del cuarenta sabiendo que me iba a costar volver a acercarme a él.
Volví al cuarto de Harry y Zach. No había ni rastro del primero, pero Zachary seguía en la esquina donde le había dejado. Me dio algo de ternura saber que probablemente no se había movido de ahí en todo el rato.

-         Zachary´s POV –
Escuchaba los quejidos de Harry. Papá tenía que estar siendo muy duro con él. Sentía una mezcla de empatía, y de preocupación por mí mismo, que era el siguiente.
No me atreví a moverme de la esquina en la que me había dejado. Me sentí como un  niño pequeño, pero al menos tenía algo que hacer. Me concentré en estar ahí de pie, mirando a la pared, y pensé que sería mejor que estar inquieto paseando por la habitación, esperando mi turno.
Había sido una gran cagada. Cuando escuché la explosión supe inmediatamente qué la había causado. Ya casi me había olvidado de que los petardos estaban ahí.  Únicamente me acordaba de ellos cuando veía a Kurt meter la mano, y le decía que no podía tocarla. Tendría que haber supuesto que un día no iba a estar allí para impedírselo.
Joder. ¿Por qué mierda los habría comprado? Cuando los vimos en la tienda a Harry y a mí nos pareció tentador, pero jamás creímos que podría pasar algo como eso. Se supone que son petardos inofensivos…pero papá tenía razón, las cosas que explotan nunca son inofensivas. En realidad, por eso nos gustaba, como si el riesgo tuviera alguna clase de atractivo.
Bueno, pues el riesgo de llevarse una paliza no tenía ningún atractivo, y yo ya estaba sentenciado. Pero si había algo peor que saber que yo iba a estar en la situación de mi hermano en pocos minutos, era saber que había decepcionado a papá. Ted siempre decía que era peor decepcionar a papá que enfadarle, y de pequeño yo no entendía por qué. Cuando papá se enfadaba me castigaba, y eso era malo. Por fin entendí que cuando papá se decepciona tú casi quieres que te castigue, deseando que te perdone. Deseando que vuelva a estar orgulloso de ti.
Yo había puesto en peligro a Kurt. Papá no iba a perdonarme en la vida. Y yo tampoco.
Escuché a alguien correr. ¿Harry? ¿Por qué corría? Ya no le oía quejarse. Si el castigo había terminado entonces es cuando debía estar en los brazos de papá, haciendo las paces. ¿Es que papá no había querido perdonarle? ¿Por eso huía mi hermano?  No entró en la habitación, así que no pude saberlo.
Quien sí entró fue papá, poco después. Supe que era él porque se quedó en la puerta sin decir nada durante unos segundos. Yo no quise girarme, e intenté que no se me notara que estaba llorando.
-         Zachary, ven – me dijo.
Juro que me había propuesto afrontar aquello de forma más o menos madura. Pasos firmes, el mínimo llanto posible….Pero cuando le escuché decir mi nombre me di la vuelta y corrí hacia él, llorando con fuerza. Más que abrazarle me choqué contra su pecho, tirando por tierra todas mis ideas de no portarme como un crío.
Sentí algo de paz cuando papá me devolvió el abrazo. Había temido que me rechazara.
-         Respira hondo, hijo, cálmate.
Intenté hacer lo que me decía, pero en ese momento sólo podía pensar que odiaba no tener el peso y la estatura de Kurt, para que papá pudiera cogerme en brazos.
-         ¿Por qué lloras?
Eso era difícil de responder. Lloraba por tantas cosas…Porque me había asustado cuando gritó…Papá no solía gritar y menos tan fuerte y tan enfadado. Y aunque suene infantil, oírle gritar así me hizo querer esconderme debajo de la cama. Lloraba también porque Kurt se había llevado un buen susto, por mi culpa, y podía haber pasado algo peor. Lloraba porque tenía miedo de que papá estuviera enfadado conmigo durante días, o incluso para siempre. Y lloraba porque me iba a castigar, y no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo. Era como un destino ineludible, y eso me llenaba de rabia, de impotencia, y de miedo.
No podía explicarle todo eso a mi padre, así que lo solté en una única palabra…
-         Papá.
-         Zach. No llores así, hijo, que te vas a enfermar. Ven, vamos a mi cuarto.
Lo dijo con un cariño y de una manera que casi hacía pensar que me llevaba allí para que viéramos una película juntos, o algo. Fui con él y traté de recordar la última vez que estuve allí. No hacía tanto, sólo dos meses, porque papá se enteró de que había participado en el acoso por Facebook a un compañero de clase. Ahí también se enfadó mucho, aunque me creyó cuando le dije que  me había disculpado… Lo cierto es que esa clase de bromas no me gustaban, porque no eran bromas. Hacías daño a alguien, y yo hice daño a ese chico. Me arrepentí, y yo mismo se lo dije a papá, y creo que por eso no fue tan duro conmigo como pensé que sería.
Tal vez, si me había perdonado aquella vez, me perdonaría también por lo de los petardos. Me aferré a la esperanza de pensar que una vez me hubiera castigado  todo volvería a estar bien entre nosotros.
Papá se sentó en la cama y me observó, seguramente preguntándose en qué estaba pensando. Me senté a su lado sabiendo que primero iba a hablar conmigo.
-         ¿Por qué voy a castigarte, hijo? – me preguntó. Mi cerebro  buscó la respuesta más adecuada, ya que supuse que “porque soy imbécil” no sería admitida como tal.
-         Porque compré los petardos a pesar de que me dijiste que no lo hiciera, y los traje a casa. Los guardé, y Kurt o cualquier otra persona podría haber salido herido.
-         Veo que lo tienes claro. Te voy a hacer a misma pregunta que a tu hermano, porque no lo  entiendo, hijo. ¿Por qué los tenías? ¿Tú también crees que “no son tan peligrosos”?
Tardé un poco en responder. Papá esperaba una respuesta sincera, no una sencilla y obvia.
-         En realidad, sé que son peligrosos. De hecho, Harry y yo vimos un video de cómo hacer un petardo casero, pero me pareció que eso podía ser peligroso de verdad. Fuimos a una tienda y vimos petardos y fuegos artificiales, pero el dependiente nos dijo que no nos los podía vender, porque había que ser mayor de edad. Sólo podía vendernos petardos que no requieren mecha ni fuego, y que explotan cuando se tiran contra el suelo. Nos advirtió que no podríamos tirárselos a nadie, y nos dijo los riesgos, que no eran muchos. Era como…peligro sin peligro, y a nosotros nos pareció bien.
Papá me escuchó con atención.
-         O sea, que te gustan precisamente porque son peligrosos.
-         Supongo que sí. Pero no soy idiota. No compraría nada que pudiera hacerme daño. Nunca tendría petardos de esos que te arrancan un dedo si te explotan en la mano.
-         ¿Te estás oyendo? 
-         Tú me preguntaste…
-         Sí, supongo que sí. Y te agradezco que seas sincero. Pareces todo un experto en el tema y aunque es un consuelo saber que nunca has pretendido perder una extremidad, no tienes permitido tener o usar ningún tipo de petardo, por más divertido, excitante, o emocionante que pueda parecer.
-         Pero es legal…
-         Me da igual que sea legal, Zach. Si yo digo que no, es que no. Y lo cierto es que ya te había dicho que no antes de hoy.
Asentí. Era cierto, y en realidad sabía que no ganaba nada con discutir. Me puse de pie, y antes de que él dijera nada me quité las deportivas, reparando en que las de Harry seguían ahí. De pronto me invadió una gran calma. Hacía un ratito que había dejado de llorar y en ese momento estaba tranquilo. Maniobré con el botón del pantalón para  desabrocharlo y me quité los vaqueros. Me quedé sólo con el slip, lamentando por un momento no llevar bóxers.
Papá me miró sin decir nada. Parecía algo extrañado. Me pregunté si se suponía que no tenía que quitarme el pantalón. Hubiera dado una moneda por sus pensamientos. Di un par de pasitos hacia él, y le miré con inseguridad. Ese era el peor momento, cuando tenía que luchar contra todos mis instintos para tumbarme sobre él. Respiré hondo, y lo hice.
Me fijé en que la cama estaba un poco desecha. Seguramente porque Harry ya había estado ahí. Intenté no pensar en eso. Sentí la mano de papá acariciando mi espalda.
-         Después de esto borrón y cuenta nueva – me susurró.
Siempre me sorprenderá la forma en la que dio en el clavo, diciendo justo lo que yo necesitaba oír.  Lloré de alivio, y el siguió acariciándome un poco más.  Cuando se detuvo, supe que iba a comenzar, e instantes después sentí un golpe que picó bastante.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Apreté los labios y los ojos, decidido a aguantar sin quejarme. Empecé a soltar una fuerte respiración después de cada palmada y decidí que era mejor no preguntarme cuánto faltaría.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Necesité toda mi determinación para no quejarme entonces, y agarré la ropa de cama con fuerza.
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Afff PLAS

“No digas nada” me dije. Notaba mis mejillas húmedas y noté un ligero sabor a sal cuando las lágrimas mojaron mis labios.  Entonces papá empezó a pegarme más abajo, en los muslos, y maldije una vez más lo de no llevar bóxers, porque empezó a picar de verdad.

PLAS PLAS PLAS PLAS  ¡Tss! PLAS PLAS PLAS PLAS  ¡Ay! PLAS PLAS
PLAS PLAS ¡Ow! PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS ¡Fs! PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS ¡Au! PLAS PLAS PLAS ¡Ay! PLAS PLAS PLAS ¡Aah! PLAS
PLAS PLAS ¡Oww! PLAS PLAS PLAS

Tras unos segundos entendí que ya había terminado. Aflojé un poco el agarre sobre las sábanas y me limité a llorar, apoyado aún en las piernas de mi padre. Me ardía y me dolía, y sólo quería correr para esconderme en algún sitio…pero a la vez quería que papá me abrazara.

-         Aidan´s POV -

Le di exactamente el mismo número a Zach que a Harry, pero él lo encajó mejor, cosa que era extraña porque solía ser al revés. Tal vez fue sólo una impresión mía, pero creo que Zach intentó hacerse el valiente. Le sentía estremecerse mientras sollozaba sobre mí, y me dio mucha pena, sobre todo al ver el tono enrojecido de su piel en aquellas zonas que el calzoncillo no cubría.  Le acaricié la espalda y las piernas, notándole muy frío pero eso también era porque mi mano también ardía. Con tristeza pensé que llevaba unos días en los que terminaba por tener en esa posición o a unos o a otros. 

-         Vamos Zach, levántate. Ya se terminó, campeón.
Zach se levantó únicamente para echarse a mi cuello, en un abrazo que hizo que me cayera para atrás sobre la cama.
-         Bueno, bueno, ya.
Yo sabía que no iba a ser tan fácil. Que calmarle me iba a llevar un rato, pero mientras él quisiera estar conmigo yo no me iba a separar.
-         Con lo grande que eres, llorar así…
-         Me da igual ser grande. Y además no lo soy. Soy el más bajo de mi clase. – dijo, con la voz ahogada porque tenía la cara pegada a mi pecho.
-         No es del tamaño de lo que estaba hablando. Mi niño grande, vamos, no llores.
Siguió llorado aún por un buen rato, y yo maldije porque luego le dolería la cabeza.
-         Vamos, a ponerse el pantalón. ¿O quieres darte un baño?
Con los turnos, difícil era el día en el que se podían bañar: siempre se daban una ducha rápida. Pero a aquella hora los baños estaban libres y pensé que tal vez tomar uno le relajara. Él asintió. Le di un beso y fui a por toallas limpias.
No estaría fuera más de un minuto pero cuando volví, Zach se había quedado dormido sobre mi cama. Le tapé un poquito, sobre todo por si entraba alguien, para que no le viera en calzoncillos, y le dejé dormir. Zach llevaba a su última expresión la frase “llorar hasta agotarse”.
Cogí las deportivas de Harry y le busqué para dárselas. Me sorprendió mucho encontrarle en el cuarto de Alejandro, en la cama de éste, y más concretamente, en sus brazos.
-         Alejandro´s POV –
Joder con los gemelos. Petardos en casa. Creo que iban a quitarme el puesto del problemático de la familia. Algo de lo que yo no me quejaba, pero lo sentía por ellos. Les iba a caer una de las que hacen historia. Kurt probablemente saliera bien librado.
Cuando papá nos echó, todos nos quedamos detrás de la puerta. Escuchamos gritos, y un golpe muy fuerte en la mesa.  Consideré que ese era el momento de dispersar a la gente y hacer que cada uno fuese a su cuarto. El cabreo de papá era monumental.
Aunque minutos antes  te hubieras peleado con él, ninguno nos alegrábamos cuando castigaban a otro. Yo en especia llevaba fatal que castigaran a mis hermanos pequeños. Con Ted me daba más igual, porque era antinatural consolarle. El mayor era él. Pero los demás eran mis enanos. Zach y Harry no eran mucho más pequeños que yo, además, así que eran algo así como amigos además de hermanos.
Por eso casi me  quedo sin respiración cuando vi a Harry entrar llorando a mi cuarto. Eso no pasaba desde… bueno, nunca. Si Hannah se caía entonces sí, venía llorando buscando consuelo, y le valía cualquiera, aunque prefería a papá.  Pero cuando era por un castigo todos mis hermanos preferían irse con Ted, y en cualquier caso, Harry jamás, nunca, ni muerto, hubiera venido llorando a abrazarme a MI. Esa no era la clase de relación que teníamos. Era más de chincharnos, de “yo paso de lo que me digas pero si necesitas algo en realidad estoy ahí”. Supongo que aquella vez Harry necesitaba algo, y me tocaba estar ahí, porque Ted no estaba.
Pese a todo, apenas pude manifestar mi asombro porque Harry me embistió y me usó de pañuelo humano, sin darme tiempo a reaccionar. Algo incómodo, y con movimientos poco fluidos al principio, le abracé. Con un gesto de la cabeza le indiqué Cole, que estaba leyendo tumbado sobre la cama, que nos dejara solos. El enano desapareció discretamente, y yo intenté calmar a Harry. Le sacaba algo así como dos palmos, porque él aún tenía que pegar el famoso estirón y cambiar la voz, y todo eso.
-         Tranquilo, Harry, tranquilo. Ven, vamos a sentarnos.
Él negó enérgicamente con la cabeza.
-         ¿No? ¿Sentarnos no? Ok, no nos sentamos si no quieres. Tranquilo, ¿vale?
Yo, realmente, no sabía cómo hacer eso. No se me daba bien consolar a la gente. Ese era Ted. Sentí tentaciones de sacarle del hospital y arrastrarle ahí, en plan “encárgate tú”, pero como hacer eso era imposible, no me quedó otra que intentar reconfortarle yo.
-         ¿Papá se ha enfadado mucho? – le pregunté.
-         ¡Es idiota!
-         Estoy de acuerdo – le dije. Ted, seguramente, no habría dicho eso. Pero yo no era Ted.
-         ¡No ha sido para tanto! – siguió protestando.
-         Mmm. De eso no estoy tan seguro. Cuando oí la explosión tuve miedo de que empezara la Tercera Guerra Mundial. Ya sabes, a lo mejor alguien se había enterado de que tú y yo vivimos aquí y habían decidido acabar con semejante peligro para la humanidad.

Harry soltó una risa llorosa, y se limpió un poco las lágrimas.
-         Bueno, bienvenido oficialmente al club.
-         ¿Qué club? – me preguntó.
-         Oh, entraste en varios. El de los que reciben más de un castigo por semana, el de los que le provocan jaqueca a papá, el de los que saben cómo armarla bien, el de los que la lían parda y luego lloran como nenazas…
Harry  me dio un puñetazo amistoso (o quiero creer que fue amistoso) en el hombro y yo me reí. Casi sin que se diera cuenta conseguí que se sentara en mi cama, pero no que me soltara, así que le sostuve mientras le dejaba desahogarse, sollozando de vez en cuando, y quejándose a ratos.
Decía cosas como “papá es un exagerado”. Cosas que perfectamente podían haber salido de mi boca en otro momento, o que de hecho ya habían salido. Me di cuenta de que ese chico y yo nos parecíamos mucho, dejando a un lado que él era rubio de ojos claros y pálido de piel, y yo era moreno, de ojos negros y pelo más negro todavía.
Por ese parecido, supe ver cuando sus quejas contra papá empezaban a carecer de fuerza, y sabía que ese era el momento en el que podría llegar a escucharme, porque era lo mismo que me pasaba a mí. Entendí entonces que Ted me manejaba a su antojo, igual que yo iba a hacer con Harry. Si hasta me sacaba los mismos años que yo le sacaba a él. Horror. Por primera vez comprendí que para Ted yo debía ser un  mocoso, como Harry lo era para mí.
-         Igual papá no es tan exagerado, si ya te había dicho que no quería petardos en casa.
-         Es una norma estúpida.
-         Tal vez sí, tal vez no. Pero es su norma ¿verdad? Y esta es su casa. Y tan estúpida no será si casi salimos todos volando.
-         No te pases.
-         Es un decir. Pero tú me entiendes.
-         Supongo…
-         …Pero, no te gusta admitir que papá tiene razón – adiviné.
-         Ni un pelo.
-         Ya. A mí tampoco – reconocí, y nos echamos a reír.
Como estaba recostado en mi brazo, le apreté con cariño, sabiendo que pasaría mucho tiempo antes de que estuviéramos dispuestos a romper de nuevo esa especie de barrera de cero muestras de cariño.
Poco después entró papá, y se quedó mirándonos algo sorprendido. Carraspeó, y luchó contra su asombro.
-         Te… te dejaste las deportivas, Harry – dijo, y dejó los zapatos en el suelo. Luego dio un pasito hacia delante, pero pareció vacilar antes de acercarse más.

Apreté imperceptiblemente mis dedos contra el costado de Harry, en una clara indirecta de que dijera algo, o mejor aún, que se levantara a abrazarle que era lo que quería hacer. Pero él resopló con orgullo e ignoró mi señal así que yo empecé a clavar mis dedos en su costado, de una forma menos agradable. Lo hacía mucho para chincharle. Provocaba una especie de dolor/cosquillas.
-         ¡Ay! ¡Pero a ti que te pasa! – protestó.
-         ¿A mí? Nada – respondí, y me hice el sueco, pero le miré fijamente, hasta que él volvió a resoplar.
-         Gracias por traerlas – gruñó de mala forma, pero mi padre sonrió como si le hubiera dicho un gran halago.
-         De nada, hijo. ¿Cómo…cómo estás?
-         ¿Ya has terminado de torturar a Zach? – escupió Harry, con rabia. Yo conocía esa actitud. Era ese momento de “antes muerto que admitir que he metido la pata”, y era propio de mí. Por eso creo que yo fui el más sorprendido cuando le di una colleja a Harry.
-         Inténtalo otra vez – le dije.
Harry me miró con odio, y papá, con incredulidad.

-         Yo no torturo a nadie, hijo. Sabes que debes obedecerme, y si no te tengo que castigar. Lo que ha pasado hoy podía haber sido mucho más serio.
-         “Me tienes que castigar”. Como si te costara hacerlo.
-         Me cuesta hijo, ten por seguro y no dudes nunca que me cuesta mucho. – dijo papá, y terminó por sentarse junto a nosotros. - ¿Y sabes por qué? Porque te quiero mucho. Y precisamente porque te quiero mucho tengo que sobreponerme y ser capaz de castigarte, para evitar que hagas cosas que no son propias de ti, o que te hagas daño a ti mismo y a otros.
-         Ya has conseguido que se ponga en plan Disney. Enhorabuena, Harry – dije, en falso tono de fastidio. Era agradable oírle decir cosas así. A todo el mundo, diga lo que diga, le gusta oír “te quiero”.
-         Y tú ven aquí, gruñón – pidió papá, y me estrujó en un abrazo. Y me dio un beso.
-         Agh, no, Harry, sálvame. – sobreactué, y empujé a Harry  hacia papá y así, por fin, se abrazaron. Jesús, lo que había costado. Decidí que ése era el momento de dejarles solos, y me fui a buscar a Zach, para encontrarle dormido en el cuarto de papá. Le observé unos segundos, y luego me fui.
Miré el reloj. Oh, no. Se acercaba la hora de la ducha, y eso, en una casa con tantas personas y sólo dos baños, significaba el apocalipsis. Decidí adelantarme, y como no tenía nada mejor que hacer, porque ya había terminado de estudiar por aquél día, entré en el baño antes de que empezaran los turnos que  luego nadie respetaba.
Salí de la ducha con el pelo empapado y casi me doy de bruces contra papá.
-         ¡Och!
-         ¿Ya te has duchado? – preguntó aunque era evidente, y yo asentí.
-         ¿Y tú has hablado con el enano?
-         Sí. Y gracias.
-         No hay de qué.
-         Venía a decirte que no voy a ir a dormir con Ted, así que no te preocupes de nada.
-         ¿Qué? ¿Por qué? – pregunté, aunque en realidad yo sabía por qué. Papá no querría irse después de haber castigado a los gemelos. No querría separarse de ellos, y probablemente Zach no querría que lo hiciera. No durante toda una noche, que, dicho sea de paso, iba a ser la primera noche que papá no pasara en casa con nosotros.
-         Porque en cualquier momento puede  explotar otra bomba o quién sabe si se nos cuela algún misil – bromeó, pero sin ninguna alegría.
-         Puedo controlarlo, papá. No pasará nada, y estaré pendiente de Zach y de Harry, y les haré reír y…
-         Caray, Alejandro. ¿Tantas ganas tienes de quedarte a solas con el pequeño ejército de infierno?
-         Puedo hacerlo. Y tú no puedes dejar tirado a Ted.
-         No quiero dejarle sólo, pero había pensado que podrías ir tú y…
-         ¿Otra vez? ¡Ni hablar! Te toca a ti dormir con él. Si quieres nos turamos, pero hoy vas tú y yo me quedo con los enanos – dije, intentando sonar firme y autoritario. Aidan sólo sonrió porque estuviera intentando darle órdenes, y yo tomé eso como un sí.
-         Entonces tenemos que darnos mucha prisa – me dijo. – Tengo que dejar la cena hecha, y a todos duchados antes de irme. Y aún tengo que preguntarte el tema que espero que te hayas estudiado.
Mierda. ¿Cómo podía tener tan buena memoria con tantos hijos, el muy puñetero? Por suerte yo había estado estudiando, así que asentí.
-         Vamos a tu cuarto entonces – me dijo, y yo me inquieté un poco. Creía sabérmelo, pero ¿y si no? Era difícil recordar las cosas cuando sabes que si fallas te espera una zurra… pero luego me acordé de que papá había dicho que si no me lo sabía mi castigo sería otro. Más tareas, y menos televisión y ordenador.
Fuimos a mi cuarto, y yo saqué el libro de matemáticas y se lo di a papá, que se sentó en mi cama. Empecé a retorcer el cordón del pantalón del pijama, que me había puesto al salir de la ducha, y miré al suelo con nerviosismo.
-         ¿Qué es una sucesión? – me preguntó, y yo suspiré con alivio. Esa me la sabía.
-         Un conjunto de números dispuestos uno a continuación de otro.
-         ¿Qué es el término general?
-         Es un criterio que nos permite determinar cualquier término de la sucesión. Se representa por an
-         Bien. Tipos de sucesiones. – enunció papá, y yo dediqué unos segundos a pensarlo.
-         Sucesiones convergentes,  que tienen límite finito. Sucesiones divergentes  que no tienen límite finito. Y…y…- dudé, e intenté recordarlo, pero tenía la mente en blanco. – Y…no lo sé. Lo siento, papá.
Creí que me lo sabía. En serio. Había estado estudiando desde que volvieron del hospital hasta el momento de la explosión.
-         No me pidas perdón. Ibas muy bien. Mañana te repasas eso, y te pondré también algún ejercicio práctico para ver si lo entiendes.
-         ¿No estás enfadado? – pregunté, inseguro. No había dicho nada de que estuviera castigado.
-         ¿Por qué iba a estarlo? Has estudiado. Lo sé. Te he visto y se nota por tus respuestas. No eres un ordenador. Seguramente es la primera vez que abres el libro: va a costarte un poquito memorizarlo. Pero si sigues así en un par de días ya lo tendrás controlado.
Papá me sonrió, y yo le devolví la sonrisa, muy aliviado. No sé por qué me había preocupado. Él era muy justo y comprensivo…cuando yo me lo merecía. Se levantó, y me devolvió el libro.
-         Bueno, ahora voy con lo que va a convertirse en la nueva secuela de Misión Imposible: meter a Kurt en la bañera. – me dijo.
-         Sé bueno con él, que se ha llevado un buen susto…
-         Siempre soy bueno con él. Es él el que no es bueno conmigo – bromeó papá y me guiñó el ojo.

-         Aidan´s POV –

Fue todo un alivio que Alejandro hubiera estudiado. Realmente no quería tener que enfadarme con él. No después de cómo se había portado con Harry, y de que seguía dispuesto a hacerme el favor de quedarse con todos sus hermanos. Estaba muy contento con él, y ni siquiera la perspectiva de la hora del baño iba a conseguir desanimarme.

Sí me desanimó un poquito la cara de pena de Zach cuando le desperté y le dije que fuera a ducharse. Era imposible seguir enfadado con él cuando me miraba tan triste... No sé lo que le iba a durar, pero por eso yo no quería irme y dejar a Harry y Zach después de lo que había pasado. Le di un beso, sin saber de qué otra forma demostrarle que todo estaba bien.

Los turnos para el baño seguían un razonamiento sencillo: en un baño uno de los mayores, que se duchaban solos perfectamente, y en otro uno de los pequeños, a los que yo tenía que ayudar u obligar. Así que empecé con Zach en un lado, y Kurt en el otro. Y sorprendentemente mi pequeño ni salió corriendo, ni protestó, ni hizo un berrinche. Kurt también estaba triste porque se había llevado un susto, había gritado delante de él, y había castigado a sus hermanos por lo que él creía que era culpa suya. Me dio la mano y fue conmigo al baño, sin decir ni pío. Intenté convertir la ducha en un juego para él y hablé con él mientras le secaba.

-         No hay por qué estar triste, peque.
-         Le diste a Zach en el culito, y a Harry también.
Supongo que lo oyó, o simplemente lo dedujo.
-         Ellos se portaron mal, así que papá les castigó.
-         Pero fue mi culpa.
-         No, peque, ya te lo he explicado. Ellos no deberían tener esos petardos. Pero no pasa nada. Papá ha hablado con ellos y lo han entendido. Así que ya nadie tiene que estar triste.
Kurt me miró con sus ojos muy abiertos y creo que le convencí.
-         Ale. Ya estás seco. – dije, y le alcancé las gafas. Él se las puso, y me sonrió.
Después de terminar con Kurt, y de que Zach saliera también del otro baño, era el turno de Harry y Alice. A la pequeñina tenía que bañarla yo, y tenía que tener cuidado porque tenía la piel muy sensible y el agua tenía que estar más fría que caliente.
La estaba lavando el pelo cuando ella decidió que el mío también necesitaba un lavado, y llenó mis rizos de espuma.
-         ¡Pero bueno! – exclamé, con fingida indignación.
-         Papi guapo – me dijo, y me tuve que reír.
-         Pues no será con el pelo así, cariño.
-         ¡Sí! ¡Pelo blanco!
-         ¿Me lo tiño?
-         ¡Siii!
Dejando a un lado su particular sentido de la moda, me gustaban mucho esos momentos con Alice. Por dos años yo había estado luchando por tenerla conmigo, por salvarla de una vida que no deseaba que tuviera… Durante ese tiempo costaba imaginar que iba a tener esos momentos padre-hija con ella.
Cuando acabé con Alice empecé con Hannah, y cuando todo el mundo estuvo duchado, peinado, y cambiado yo podría haber dormido durante veinte horas seguidas.  Pero en lugar de eso, bajé a hacer la cena.
Le había dicho a Alejandro que tenía que hacer sus propias tareas, y estaba dispuesto a cumplirlo, así que le dejé una nota. A veces creo que me comunicaba con ellos a base de notas, pero me gustaba el lenguaje escrito, me permitía expresarme mejor, y era una forma de dejar constancia de lo que decía.
Alejandro:
La cena únicamente tienes que servirla. Son judías verdes, así que a Hannah no le pongas mucho que ya sabes que no le gusta, y a Kurt pónselas con tomate o no se las comerá. Y espero que tú sepas dar ejemplo ¬¬
Como te dije, tienes que preparar tu cena. No tardarás mucho. En la nevera queda un frasco de judías cocidas. Sólo tienes que rehogarlas. Sé que no eres un niño, pero cuidado con el fuego.
Te quiere,
Aidan.
Dejé la nota en la encimera de la cocina y miré el reloj.  Me quedaban unos cinco minutos, así que me llevé los dedos a los labios, y silbé (era la manera más efectiva de llamarlos a todos a la vez y que me oyeran en una  casa grande sin dejarme la voz al gritar todos sus nombres)
El ruido de varios pies correteando los escalones me recordó que ahí nadie hacía caso de lo de “no correr en las escaleras”. Rodé los ojos, y esperé hasta que vinieron todos. Les dije que se iban a quedar con Alejandro, porque yo me iba a dormir con Ted.  La noticia no fue muy bien recibida. Hubo un incómodo silencio, hasta que de pronto Alice se puso a llorar.
-         Ey, no princesita. ¿Por qué lloras? Si va a ser muy divertido quedarse con Alejandro.
Ella me miró no muy segura, como contagiada por la atmósfera que se había generado.
-         ¿Volverás?
-         Claro que volveré, pitufa. – dije, enternecido, y la hice cosquillas en la tripita – Sólo voy a hacerle compañía a Ted para que no se sienta solito.
-         Bueno. Entonces puedes ir – concedió.
-         Vaya, gracias por el permiso – me reí, y la di un beso. Luego miré a los demás. – Espero que os portéis muy bien, y que ayudéis a Alejandro en todo. Pobre del que le dé problemas. – advertí.
-         Sí, papá – dijeron varias voces a coro. Sólo una vocecita infantil permaneció muda. - ¿Hannah?
-         ¡Yo no quiero que te vayas! – me dijo, y me dio un abrazo. Qué mona.
-         Pero si va a ser tan poco tiempo que ni te vas a dar cuenta.
-         ¿Y si tengo pesadillas? ¿Y si viene el monstruo del armario?
-         Alejandro le espantará. ¿Nunca te he dicho que los monstruos le tienen miedo?
-         ¿De verdad?
-         De verdad de la buena.
Hannah me miró, y luego miró a su hermano. Lentamente, se acercó a él y le cogió la mano, y creo que ya no iba a soltarle en toda la noche. Mi pequeña era un poco miedosa con casi todas las cosas a las que un niño podía tenerle miedo. Miré a Alejandro con una sonrisa que pretendía darle ánimos, y él me devolvió una sonrisa de “vete tranquilo”.
Y al final me fui, pero de tranquilo nada.







4 comentarios:

  1. Quiero mas Alejandrito es mi favorito, bueno todos lo son pero quiero leer mas te todos

    ResponderBorrar
  2. Waooo! me encanta...ya quiero leer otro capitulo... todos me encantan...

    ResponderBorrar
  3. fascinante, pobre aidan pero cada día hay mas cosas y esos angelitos se lee que le van a sacar canas verdes pobreee el trabajo nunca termina pero con amor ni cuesta jajajja

    ResponderBorrar
  4. jeje que lindo capi jajaja de veras que ese pobre tiene las manos llenas cn tanto niño en casa y tan travieso mira que tener esas cosas en casa y bueno ppr suere el peque no le paso nada fue solo el susto. Andrea

    ResponderBorrar