martes, 29 de octubre de 2013

De mamás y otros traumas




CAPÍTULO 9: De mamás y otros traumas

-         Papi, ¿cuándo me vas a dar otro hermanito? – pregunté, con  toda la inocencia de un niño de seis años que piensa que los hermanos se fabrican o algo así, y que basta con pedirlos para que lleguen.  Llevaba unos días dándole vueltas y finalmente me había decidido a preguntárselo a papá.
-          ¿Otro hermanito? – preguntó papá, casi atragantándose. - Ted, tienes  cinco hermanos. Esos son muchos, hijo.
-          No, sólo tengo tres – protesté.
-          ¿Y te parecen pocos? – dijo papá, distraído, leyendo unos papeles. Pero luego parpadeó y me miró fijamente - ¿Cómo que sólo tres? ¿Por qué dices eso, Ted? Cinco, tienes cinco.
-         Bárbara y Madie son chicas, no cuentan – expliqué yo.
Papá me miró de una forma que no me gustó nada. Creo que se había enfadado. Me bajé de la silla en la que estaba subido y me alejé un poquito. Me coloqué detrás del respaldo, haciéndome pequeñito pequeñito. Entonces, de pronto, papá se rió.
-         Ted ¿qué haces?
-         Me escondo. – respondí, pensando que aquél no era el mejor de los escondites.
-         ¿Por qué?
-         Porque me has mirado feo.
-         ¿Eso hice? – preguntó papá. Sonaba como si estuviera divertido por algo. Yo asentí, sin alejarme demasiado de mi respaldo-escondite. – Anda Ted, ven aquí. Quiero hablar contigo.
-         ¿Me vas a regañar?
-         ¿Por qué, enano? Si no has hecho nada malo.
No muy convencido, solté la silla y caminé hacia papá. Me cogió en brazos y me sentó encima suyo. Me encantaba estar ahí. Iba a ponerle nombre para que todos supieran que ese sitio era sólo MÍO. Bueno, tal vez le dejara a Alejandro estar un poquito…
-         ¿Por qué dices que Bar y Madie no son tus hermanas? Son  tu familia, Teddy.
-         ¡No me llames Teddy, no soy un osito! – me quejé con indignación.
-         Eres mi osito – respondió papá, y me apretó la tripita. Me hizo cosquillas y me reí. Bueno, podía ser su osito. Pero sólo cuando estuviéramos solos.  – Pero dime, cariño, ¿por qué has dicho eso?
-         En ésta familia no hay mamá – le dije – Así que es una familia sólo de chicos.
Noté que papá se ponía triste. Me giré y puse mi mano en su mejilla, sin saber de qué otra forma hacerle sonreír. Pareció funcionar un poquito.
-         Ted, tú sabes que sí hay una mamá… Bueno, varias…
-         Pero la mía está en el cielo, y las demás son malas.
-         No son malas, Ted. – dijo papá, y sonó como un regaño.
-         Pero Andrew sí. – respondí. Le gustaba que dijera que él era malo, así que lo dije para agradarle y que no me regañara.
-         Andrew sí. Pero las madres de tus hermanos no – dijo, sin dejar pasar mi comentario. – No juzgamos a las personas a las que no conocemos. Te hablaré de ellas cuando seas mayor. Lo importante ahora es que, aunque ninguna mamá viva con nosotros, tus hermanas sí lo hacen. No es una familia sólo de chicos. ¿Lo entiendes?
Yo asentí. Todo me parecía un poco confuso pero había algunas cosas que tenía claras:
1.     Andrew era malo.
2. Papá era mi papá. Aunque todos le llamaran “tutor”.
3. Tenía mogollón de hermanos, cada uno de una mamá diferente.
4. Al parecer, mi familia no era sólo de chicos.

- Pues entonces en vez de un hermanito tráeme una hermanita – accedí, y papá se rió.
- Pero ¿cuántos hermanos quieres tener?
- ¡Los que vengan! – respondí tras pensarlo un poco. No quería decir un número, porque esto es como cuando te preguntan cuántos caramelos quieres. Tú no digas nada y así a lo mejor te dan muchos.  Papá me miró fijamente.
- Sí, hijo. Los que vengan. – respondió, con voz seria. Me miraba como si yo hubiera dicho algo muy importante y me sentí raro.
- Pero ¿cuándo? – insistí.
- No lo sé, Ted…
Eso no me servía. Le miré mal.
- ¿¡Cuándo!?
Papá sonrió un poco.
- Cuando Dios quiera, hijo.  Los hermanos que deban venir, cuando deban venir.
Esa respuesta resultó ser casi profética. Lo que papá no sabía es que yo no me refería a un hermano pequeño. Yo lo que le estaba pidiendo era un hermano mayor, como si uno pudiera elegir la edad con la que venían. Después de todo yo tenía seis años, y Alejandro vino a casa con tres. Para mí tenía sentido. Al cabo de los años, al perder la ingenuidad infantil y con la llegada de todos los demás, entendí que yo siempre sería el hermano mayor ya que Aidan había dejado ese puesto vacante al convertirse en nuestro padre.
Once años después esa certeza se tambaleaba. Al parecer, en atención a mis deseos de cuando era niño, me había salido un hermano mayor, casi como si fuera una espinilla que de pronto te crece sobre el labio: no te lo esperas, no sabes bien qué hacer con eso, no sabes si ocultarlo o reivindicar tu derecho a tener granos sin que te miren raro…digo hermanos. Reivindicar tu derecho a tener hermanos. Nunca me había importado mucho el qué dirán. Sé que la gente hablaba a mis espaldas sobre  la atípica formación de mi familia. Ahora tendrían algo más de lo que hablar. Un nuevo y extraño grano-hermano  al que además buscaba la policía. Los metomentodo de mi clase iban a morir por sobredosis de cotilleo.
En mi cabeza, le puse cientos de rostros a Michael Donahow. Mi madre era negra. Yo era algo así como 25% chocolate y 75% leche (así solía decirlo mi amigo Mike, en broma). Yo creía más bien que estaba en un 50-50, pero lo cierto es que podría haber nacido negro, blanco, o un mezcla, que era lo más común y también mi caso (uno se había ocupado de informarse al respecto).  De una forma o de otra, yo no era negro “negro”. Era mulato, así que mentalmente imaginé que Michael también lo era, aunque su padre podría haber sido negro también y entonces todas mis teorías dejarían de tener sentido. Según había estudiado en biología, había muy pocas posibilidades de que Michael fuera blanco. Todo sería más fácil de haber sabido cuál era exactamente la ascendencia genética de mi madre, pero no era el caso.
Como comprenderéis a mí el color de su piel me importaba tres pepinos. Sólo intentaba ponerle rostro a un desconocido que de pronto era mi familiar más cercano…Porque él había estado en el mismo útero que yo. Y, si dejamos a un lado lo asqueroso de la idea, eso era algo que no compartía con ninguno de mis otros hermanos. Michael era mi hermano mayor, ese que tanto había querido de pequeño…
Y ahí estaba yo, pensando en un extraño con tanta familiaridad. Como si de pronto fuéramos a ser una familia feliz. El mundo real no funcionaba así. Michael era sólo un desconocido y además un delincuente. Él sabía de mi existencia y nunca me había buscado. Puede que tuviera mis genes y hasta mi color de piel pero no era mi hermano. “Sólo” tenía once hermanos, y lo eran no por ser hijos del mismo padre, sino por…por un montón de cosas cursis que no vienen al caso. Si algo me había enseñado mi peculiar “unidad familiar”, es que todo eso no se limitaba a la genética. Aidan no sólo era mi hermano, también era mi padre.
Aún le estaba dando vueltas a esto cuando la puerta de mi habitación se abrió, dejando paso a un Alejandro que no parecía de buen humor. Tal vez no quisiera dormir conmigo…. Yo no quería ser una carga. Esperaba que papá no le hubiera obligado a venir contra su voluntad. Me había puesto tan pesado con eso de no querer estar sólo que a lo mejor todos se sentían forzados a hacerme compañía…
-         Hola – saludé, en tono cauto, tanteando el terreno.
-         Humpf.
Ese gruñido debía de significar un “hola”, y parecía ser todo lo que Alejandro estaba dispuesto a decir.  Dejó una mochila sobre el sofá de mala manera.
-         ¿Qué es eso? – le pregunté.
-         Mi cena.
-         Ah. ¿No has cenado en casa? Pues hazlo ahora…
-         No tengo hambre. Y, por lo que veo, tú tampoco – respondió, señalando el carrito con la bandeja que yo había abandonado.
-         No, no me entra nada – reconocí.  Tenía un nudo en el estómago que seguramente tuviera mucho que ver con el hecho de que habían reavivado la memoria de mi madre muerta. Pensé que era toda una suerte que estuviera Alejandro en lugar de Aidan: papá me habría perseguido para que comiera.  Miré a mi hermano con curiosidad. -Bueno, yo tengo una excusa: me han operado hace poco y como apenas me dejan levantarme de ésta cama no hago nada que despierte mi apetito.  ¿Cuál es la tuya?
-         Papá es imbécil – resopló él.
-         Esta me suena. Ahora viene cuando me dices que la cagaste, te castigó, y por eso le odias ¿no? – comenté, sin poder evitar rememorar la infinidad de veces en las que habíamos tenido una conversación parecida.
-         No, listo, no. Me pilló una revista, y me la quitó.
-         ¿Una revista? ¿La que te dejé sobre motos? Te dije que no era un modo muy sutil de pedirle que te compre una…
-         No, de motos no era, precisamente. – respondió, y su voz sonaba ligeramente avergonzada. Esa forma de decirlo provocó mi curiosidad y mis ojos se abrieron como platos cuando le entendí. Luego me reí.
-         ¿Papá te ha pillado una revista porno?
-         No era porno ¿vale? Y no te rías, que no ha sido gracioso para nada…
-         Lo siento. ¿Te ha castigado?
-         No…
-         ¿Pero?
-         ¿Por qué me la tenía que quitar? – me preguntó, medio enfadado. Yo no supe qué responderle, así él siguió hablando, cada vez más y más molesto. –  No tenía derecho. Por más padre nuestro que quiera ser, no debe meterse en esos asuntos.  Si él quiere ser un monje tibetano allá él, pero yo no quiero estar a dos velas hasta los cuarenta.
Entrecerré los ojos un poco, disgustado por esas palabras.
-         Alejandro eso ha sido innecesariamente mezquino. Te recuerdo que estás hablando de nuestro padre.
-         ¿Te pones de su lado? ¡No me lo puedo creer! ¿Cómo puedes estar de acuerdo con él?
-         Ni estoy de acuerdo ni me pongo del lado de nadie, pero deberías pensar un poco antes de hablar. Eso que has dicho de papá no es cierto.
-         ¿Ah no? ¿Le has visto con una mujer alguna vez en tu vida?
-         No, pero…
-         Pues ahí lo tienes. Si él quiere pasarse la vida…
-         ¿¡Si él quiere!? – exclamé, con algo de agresividad - ¿En serio crees que él quiere estar sólo por el resto de su puñetera vida? ¿Crees que es una elección personal y que trata de imponértelo o algo así?
-         ¿Qué quieres decir? – me preguntó, algo achicado ante la vehemencia con la que le había hablado.
-         Aidan ha renunciado a muchas cosas por nosotros, Alejandro, y a tu edad ya deberías saberlo. ¿De dónde iba a sacar tiempo para ligar cuando tiene que cuidar de once hermanos? No, hermanos no: hijos. Porque él, sin tener por qué hacerlo, decidió ser nuestro padre. Pero al margen de eso él no ha elegido nada. No es ningún monje tibetano. Nosotros le hemos forzado a la soledad.
Alejandro guardó silencio un momento, y pude ver cómo el mensaje iba calando en él poco a poco. Aun así, me miró con obstinación:
-         Pues lo siento por él, pero no puede pretender que nosotros sigamos sus pasos.
-         Él no pretende nada. Supongo que no quiere que sigamos tampoco el ejemplo de Andrew, y por eso se habrá puesto paranoico con lo de tu revista. Pero si dices que no te ha castigado no veo por qué deberías estar enfadado….Eres muy iluso si pensabas que te iba a dejar tener algo como eso en una casa llena de niños.
-         ¿Crees que él no tiene nada de eso?
Me ruboricé un poco. Esa conversación empezaba a volverse extraña.
-         No lo sé – admití – Pero si lo tiene, es bastante discreto.
-         Él es discreto en todo – se quejó Alejandro.
-         ¿Qué quieres decir?
-         Estuvo  hablando de Andrew y…
-         ¿¡En serio!? – exclamé. Ese era un tema tabú para Aidan.
-         Sí. Hasta le llamó papá…
-         No bromees, Alejandro – repliqué. Aidan nunca llamaría “papá” a Andrew.
-         No bromeo. ¿Me vas a dejar contártelo o no?
-         Sí, perdona. ¿Te habló de Andrew, y qué dijo?
-         Me dijo no sé qué de que le golpeaban y…
-         ¿De verdad? – interrumpí, incrédulo.
-         Mira, si me vas a cortar a cada cosa que digo…
-         No, no. Ya me callo. Pero…guau. Ya sabes…es… raro.  Nunca me he parado a pensar en cómo fue la vida de Andrew antes de…
-         ¿Antes de follar sin control para luego abandonar a sus hijos y a sus amantes?
-         Sí, bueno. Yo no lo habría dicho así, pero sí.
-         Yo tampoco lo había pensado antes – admitió – Pero papá tampoco me dio muchos detalles. A eso me refería, ¡nunca nos cuenta nada! Me dijo que Andrew nunca le puso un dedo encima…pero que le maltrataba de otra manera.
-         ¿¡Qué!? – medio grité, apretando los puños. - ¿Qué le hizo?
-         No lo sé, Ted. Papá no me contó nada, pero siempre hemos sabido que no lo pasó muy bien con él. Sólo hay que ver lo mal que estaba cuando sabía que vivía con Alice…
-         ¿Qué más te dijo?
-         No mucho más. Tal vez, ahora que lo pienso, fui un poco borde con él. Tuvo que costarle mucho hablar de eso y yo no fui del todo amable…
-         Dudo mucho que tú sepas lo que es la amabilidad, Alejandro – respondí con cierta acritud, al recordar que todo había empezado porque él había dicho que papá era imbécil. Por lo que había oído no lo era en absoluto, sino más bien al revés.
-         Me pilló con la guardia baja ¿vale? Además, me quitó el ordenador por dos semanas.
-         ¿No me habías dicho que no te castigó?
-         No fue por la revista. Fue porque no soy la máquina devora libros que él quiere que sea…
-         Vamos, porque no estudiaste una mierda – traduje yo, conociendo de sobra a mi hermano. Alejandro me gruñó.
-         Eres exasperante cuando le das la razón en todo. Eres mi hermano. Se supone que tienes que aliarte conmigo contra él.
-         ¿Y eso quién lo dice?  Además, si tiene razón, tiene razón. Estoy harto de decirte que abras un libro.
-         Por si no me bastaba con un padre, tengo dos – bufó.
-         A  falta de madre… - susurré, pero luego me arrepentí. Le miré a ver si se había ofendido. Ese era un tema delicado. Para empezar yo era su hermano, y sólo le sacaba dos años: no quería ir de sobrado. Aunque bromeáramos con ello y yo a veces intentara meterle algo de sentido común, no era ni su padre ni su madre y no debía darle órdenes. Pero además, la carencia de madre era un evidente punto débil en mi familia. Por suerte, Alejandro no se mosqueó, aunque le noté pensativo, nostálgico, y un poco triste.
Yo mismo me entristecí al pensar en nuestras diferentes madres. Él, al menos había conocido a la suya. Yo no había tenido tanta suerte con la mía. Ni siquiera sabía que no era su único hijo hasta aquella mañana.
-         ¿Te acuerdas de ella? – pregunté.
-         ¿De quién? – respondió, haciéndose el tonto. Me había entendido perfectamente.
-         De tu madre. – aclaré, innecesariamente. Como no respondía, continué – Estuviste con ella hasta los tres años…
-         Sólo recuerdo que tenía el pelo largo y oscuro, y que cantaba bien. – murmuró, y su siguiente frase fue tan baja que tuve que hacer grandes esfuerzos por entenderle – Me hubiera gustado que me dejara una foto. Pero supongo que no quiso hacerlo, para que nunca pudiera encontrarla.
-         Sabes su nombre.
-         Su nombre de stripper. Dudo mucho que se llamara así de verdad.
-         Aun así, estoy seguro que si quisieras encontrarla podrías…
-         No quiero ¿¡vale!? Ella me abandonó. Me dejó tirado. Mi única familia es papá. Aunque sea un imbécil – añadió, haciéndose el duro. Yo sonreí un poquito, porque por su tono se deducía lo mucho que en realidad quería a Aidan.
-         Para que conste, creo que se ha pasado con lo de las dos semanas. – le dije, para que viera que no siempre estaba de parte de papá – Es mucho tiempo por una tarde de vagueo.
-         No es exactamente así. Teníamos una especie de trato. Más bien, era parte de mi castigo por  suspender el examen. Me dijo que me preguntaría todos los días y que si no me lo sabía empezaría a quitarme cosas. Hasta que levantara la nota. – explicó él, a su pesar.
-         En ese caso, me parece más que justo. ¿Debo suponer que se trata del examen que te saltaste?
-         Sip.
-         Vaya. Me sorprende ver que sigues vivo. Papá en el fondo es un blando.
-         ¡No te lo crees ni tú!  ¡Este mes está siendo un infierno!
-         Querrás decir que éste mes estás siendo un capullo.
-         ¡Ey! ¡Que he tenido mis días buenos! – protestó. - ¿Quién te crees que te está sustituyendo en tus funciones de esclavo a tiempo parcial, digo… de hermano mayor?
-         Ya me han contado. Y eso sólo me demuestra que te empeñas en cabrear a papá sólo por deporte, porque ya has demostrado que sabes estar sin meterte en líos.
-         Pero es que eso es muy aburrido – respondió Alejandro, con una media sonrisa. Luego acercó su mochila y sacó un paquetito. Me lo enseñó. Era una revista con chicas  cuya ropa interior no dejaba nada a la imaginación.
Suspiré. Éste hermano mío no tenía remedio. Él ya no tenía el factor de la “adorabilidad” infantil que tenía Kurt, así que tal vez, por su propio bien, debería dejar de tentar su suerte. Pero en fin, cada uno se suicida como quiere…
-         Ni una palaba a papá ¿eh? – me advirtió.
-         No quiero ser cómplice de tu asesinato. Sólo asegúrate de que no te pilla también esa.
-         Dijo que no pasaría nada. Sólo me la quitaría.
-         Aun así, yo no le pondría a prueba.
-         Ni yo. No soy tonto. – respondió Alejandro. Yo empezaba a tener mis dudas de la veracidad de su última frase…
Hubo un momento de silencio, mientras él ojeaba la dichosa revista. El silencio no era bueno para mí en ese momento: no quería pensar. Mi mente viajaba involuntariamente a mi conversación con el policía…
-         ¿Quieres echarle un vistazo? – preguntó Alejandro, al cabo de un rato, y yo agradecí la interrupción.
-         No, gracias. Yo no soy un enfermo.
-         Eh, ¡ni yo tampoco!
-         Estas viendo una revista de chicas en bolas en una habitación de hospital, delante de tu hermano mayor. Sí estás enfermo. Esas cosas se hacen a solas. O directamente no se hacen.
-         Tú es como si no estuvieras – me respondió,  agitando la mano como restándole importancia – Contigo no hay vergüenza.
Seguramente no fuera su intención, pero me sentí muy halagado por ese comentario. Llevé mis manos a la nuca y apoyé la cabeza en ellas, sobre la almohada, mientras repasaba fugazmente mi historia personal con Alejandro.  Cuando llegó a casa Aidan era un extraño para él. Recuerdo que Alejandro le odiaba. Quería ir con su madre. Pero entonces, un día, se cayó en el parque y se raspó la rodilla, y antes de que tuviera tiempo de empezar a llorar papá le cogió en brazos. Le dio un beso y le lavó la herida con agua, y luego me hizo darle un beso a mí, que a mis seis años empezaba a ser reticente a darle un beso a mi hermano pequeño. Alejandro miró a Aidan con sus grandes ojos marrones, y luego me miró a mí, y me preguntó “¿papá?”, como si no estuviera seguro. Como si necesitara mi permiso antes de decir aquella palabra. Yo asentí, y aquél se convirtió en uno de mis primeros recuerdos con Alejandro.
Mientras yo me perdía en el pasado, Alejandro  se había recostado en el sofá, y se estaba dejando vencer por el sueño. Tenía la revista sobre su estómago, sin prestarle ya mucha atención. Me estaba mirando, y vi en sus ojos que él también había estado pensando sobre algo importante. De pronto empezó a hablar, como continuando una conversación que sólo debía de haber tenido lugar en su cabeza.
-         Era guapa. Era joven. Supongo que son dos requisitos importantes para su trabajo. Me hablaba en español. Me llamaba Alejandro. No  Álex, ni Jandro, ni Lex, ni cualquier otro diminutivo. El nombre completo. Quizás por eso prefiero que me llamen así…Me cantaba siempre la misma nana, por eso sé que cantaba bien. Era en inglés, y al hacerlo tenía un acento que me resultaba extraño. Siendo tan pequeño, ya me daba cuenta de que ella no hablaba bien inglés… - barbotó, pensativo, como si estuviera pensando en voz alta en vez de hablando conmigo. Estaba compartiendo todo lo que sabía sobre el ser que le trajo al mundo.
La habitación estaba en semipenumbra y sus ojos brillaban de una forma que, lejos de ser tétrica, era tierna. Ese era mi hermano. No el rebelde, no el bocazas. Ese. Si le quitabas todas las corazas, te quedaba un chico dulce, lleno de sentimientos que nunca expresaba. Y, visto de esa manera, en realidad creo que se parecía bastante a mí.
-         Cántamela – le pedí. Normalmente se habría negado. Me habría ignorado, o me habría insultado, o habría dicho que no quería que se pusiera a llover. Pero aquella vez miró al techo, cerró los ojos haciendo memoria, y empezó a entonar una melodía como para dentro, para sí mismo.
-         Hush, little baby, don't say a word,
mama's gonna buy you a mockin'bird
If that mockin'bird don't sing
mama's gonna buy you a diamond ring
If that diamond ring turns brass,
mama's gonna buy you a looking glass
If that looking glass gets broke
mama's gonna buy you a billy goat
If that billy goat don't pull,
mama's gonna buy you a cart and mule
If that cart and mule turn over
mama's gonna buy you a dog named Rover
If that dog named Rover won't bark
mama's gonna buy you a horse and cart
If that horse and cart fall down,
then you'll be the sweetest little baby in town.
En algún momento de su canción, o tal vez cuando terminó, me quedé dormido.

-         Aidan´s POV –
Una de la mañana. Había jugado al escondite con  mis tres enanos y había ganado de buena ley (aunque según ellos hice trampa). Después fue la hora de la ducha y Dylan puso a prueba mi paciencia, porque de pronto no quería entrar al baño. Me costó mucho convencerle para que entrara y gracias a eso apenas pude despedirme de Alejandro, que aprovechó que estaba ocupado para irse de mala forma al hospital, alegando que se llevaba un bocadillo para comer allí. No me gustaba que se fuera sin cenar apropiadamente, pero en realidad no me pidió permiso. Se limitó a informarme mientras yo forcejeaba con Dylan.
Tras vestir a Alice, y secarle el pelo a ella y a Hannah me fui a preparar la cena. Luego les llamé varias veces, porque algunos no se enteraban o no se querían enterar de que la cena ya estaba lista. Cole no tenía hambre y al final desistí de que cenara. Hannah y Kurt empezaron a decir que las espinacas “se les hacía bola”, así que prácticamente tuve que darles de comer, como hacía  normalmente con Alice.  Y el bebé de la casa me dio un gran susto cuando se le fue por otro lado. Tosió un poquito, y la hice beber dos vasos de agua antes de quedarme tranquilo.
Después les había acostado (lo cual no había sido nada fácil y casi me cuesta una pelea con los gemelos) y por fin ahí estaba, a solas, en mi cuarto. Y no durmiendo, como me habría gustado, sino arreglando el pequeño desastre que mis peques habían armado con los papeles. Pasadas las doce de la noche y yo estaba redactando una carta. No me hago responsable de lo que  pusiera en ella, porque a mí ya se me juntaban las letras.
¿Cuándo me había vuelto tan… viejo? Quiero decir…no era tan tarde. Cuando tenía la edad de Ted la una de la mañana era pronto para mí y mi cuerpo no suplicaba por adquirir una posición horizontal. Aunque supongo que cuando tenía la edad de Ted no tenía once agotadores niños, preadolescentes y adolescentes  a mi cargo.
“Y espera que pronto no sean doce” dijo una voz socarrona en mi cabeza.
Porque estaba el asunto del hermano de Ted. La noticia había sido tan inesperada que aún no había tomado una decisión al respecto, pero le había prometido a Ted que le buscaría y estaba dispuesto a cumplirlo. Sin embargo, ¿después qué? Tal como había dicho Ted, no era tan fácil como acogerle y vivir todos en paz y hermandad como una comuna hippie. Ese chico tenía un pasado, una vida, una historia, en definitiva, y no nos conocía de nada. Sólo estaba emparentado con Ted y estaba en su derecho de no querer saber nada de los demás…
…Yo tenía un miedo horrible a que se le llevara. A… que me quitara a Ted. Conocía a mi hijo mejor que a mí mismo y sabía que se sentiría irremediablemente unido al chico que había nacido de la misma mujer que él. Yo le había tenido por diecisiete años, y si de pronto quería vivir con otro hermano mayor no tenía derecho a impedírselo…
No quería ver al tal Michael como un rival. A decir verdad le tenía lástima. ¿Habría crecido con su padre? ¿Era su padre un buen hombre?  Tal como había dicho Ted, ese chico no era nada mío… Pero era el hermano de mi hermano, así que también era mi hermano. Yo estaba dispuesto a verlo así. ¿Lo vería así Michael? ¿Lo vería así Ted?
Firmé la carta y me fijé en el “Whitemore” que acompañaba mi garabato. Michael no era un Whitemore. A quién quería engañar: ¿cómo iba a forzar a alguien a aceptar  formar parte de mi familia? ¿Cómo iba a forzar a mis hijos a recibirle bien y a tratarle como a uno más? No estábamos hablando de un bebé. Técnicamente estábamos hablando de un hombre adulto con capacidad para decidir por sí mismo con quién quería estar.
Tal vez fuera cruel, pero lo mejor para todos era que Michael Donahow no apareciera nunca. Que todo siguiera tal como estaba. Que no se presentara nunca ante mi puerta, para amenazar todo lo que había construido con mis hermanos…. Y aun así, si aparecía, el que lo iba a pasar mal era él, porque fuera adulto o no yo no pensaba dejar tirado al hermano de mi hermano y tampoco iba a dejar que separara a mi familia. Así que a mi modo de ver Michael Donahow tenía dos opciones: seguir con su vida, ajena a la nuestra, o empezar a formar parte de mi familia.
Escuché voces susurrando por el pasillo.  Dudé unos segundos sobre si debía salir a ver de qué se trataba: no era hora para que ninguno de mis hermanos estuviera levantado, ni aunque fuera un viernes por la noche. Tal vez Ted y Alejandro sí, pero ninguno de ellos estaba en casa. El resto no debía estar a esas horas en ningún otro lugar que no fuera su cama. Decidí darle dos minutos a quien fuera que estaba en el pasillo, pero no fue necesario porque de pronto vi cuatro caras familiares en mi puerta.
Alice, Hannah y Kurt me miraban con las manos a la espalda, en una clara pose de “queremos dormir contigo”. Eso no era raro. Bueno, quizá un poco que vinieran los tres a la vez, pero el hecho cierto es que dormían más veces en mi cama que en las suyas. Yo no quería plantearme si  les estaba malcriando por ello, porque a mí también me gustaba que vinieran a dormir conmigo.
Lo que ya era más raro era la presencia del cuarto visitante. Cole esperaba junto a sus hermanos con aspecto de estar muy avergonzado. En cuantos les miré, los peques se tiraron a por mí, pero Cole permaneció en la puerta.
-         ¿Podemos dormir contigo? – preguntaron Alice, Kurt y Hannah con sincronía casi perfecta.
-         Mmm. No sé, no sé. Igual tenéis que pagar un precio ¿no? Como un  peaje.
-         ¿Peaje? – preguntó Alice que desconocía a palabra. Hannah y Kurt tampoco parecían entenderla del todo.
-         Claro, pitufa. Si vas a dormir conmigo tienes que darme algo a cambio.
-         ¿Ah sí? – preguntó Alice, triste, seguramente porque no sabía qué darme, y porque nunca le pedía nada.
-         Sip. Un beso enorme.
Entonces, los tres sonrieron, y se agarraron a mi cuello desde diferentes ángulos para darme un beso.
-         ¿Ahora podemos? – preguntaron otra vez, y yo me reí.
-         A la cama todo el mundo – respondí, y me levanté para abrir las sábanas para ellos. Los tres se subieron y gatearon, dejándose caer con un suave “plof” y una sonrisa de felicidad que me pareció bastante auténtica. Les arropé y les acaricié la cara, lleno de ternura.
-         ¿Y yo puedo dormir contigo también? – preguntó Cole finalmente, mirando al suelo y sin entrar aún en el cuarto. Hacía un par de años que ya no venía a dormir conmigo. No porque yo se lo hubiera impedido, o le hubiera dicho que ya no tenía edad para hacerlo, sino porque él, en algún momento, debió decidir que ya era muy mayor para dormir con su padre.
Me pregunté que le había llevado a recuperar ese viejo hábito. Tal vez él creyera que no me enteraba, pero sabía que cuando tenía una pesadilla bajaba de su litera y se metía en la cama de Ted. Ah, claro. Ahí debía estar el problema: ni Ted ni Alejandro estaban aquella noche. Le observé bien: parecía algo tristón. ¿Sería por la ausencia de sus hermanos o por algo más?
Caí en la cuenta de que aún no le había respondido.
-         Claro. Pero también tienes que pagar el precio.
-         Papá… - protestó.
-         Papá nada. Ven aquí y dame un beso,  rancio.
Cole se hizo de rogar, pero vino y me dio un beso. Me pregunté en qué momento Cole había pasado al club de “los que son demasiado mayores como para darle un beso a su padre”. Hasta hacía bien poco era relativamente mimoso. Ese mismo día me había saludado con un beso y un abrazo… Entonces, ¿a qué venían esas reticencias? ¿Estaba intentando hacerse el duro?
Él también se metió en mi cama, y a él también le arropé. Luego volví a mi mesa, con los papeles. Esperaba que la luz pequeña no les molestara para dormir. Hannah y Alice siempre dormían con una lamparita de mesa, y la habitación de Cole la iluminaba una farola de la calle. No creía que Kurt tuviera problemas tampoco con la ausencia de oscuridad.
-         ¿Tú no vienes, papi? – preguntó Hannah.
-         En seguida, cariño. Papá tiene que terminar unas cosas.
Recibí un bostezo en respuesta, y sonreí: mi cama debía tener algún efecto sedante porque era tumbarse y que cayeran dormidos en seguida. Tal vez era porque allí se sentían protegidos. Estuve unos quince minutos más organizando papeles y luego fui a la cama. Para entonces el único despierto era Cole. Se levantó para ir al baño, y luego se tumbó, a mi izquierda. Los tres enanos estaban a mi derecha. Y así me vi  siendo un sándwich humano en una cama demasiado pequeña para tanta gente.
-         Cole, intenta dormir – susurré, cuando noté que daba la décima vuelta en menos de un minuto.
-         Lo siento.
-         No te disculpes. ¿No puedes dormir? – le pregunté, y me giré para mirarle. - ¿Tuviste un mal sueño?
-         No, qué va – respondió, y supe que me mentía. No sabía si debía insistir. Tal vez no quería recordarlo, o simplemente no me lo quería contar. No quería forzarle…
-         Si hay algo que te preocupe, me lo puedes contar – le aseguré, y esperé un rato porque parecía que en verdad quería decirme algo. Sin embargo, no llegó a decir nada. Suspiré. - Buenas noches, Cole.
-         Buenas noches, papá.
Le estuve dando vueltas a lo que podía pasarle. Con Cole era muy difícil hacer averiguaciones, era un chico muy tranquilo. Pero normalmente no necesitaba andar adivinando nada, porque él me lo contaba todo.
Tal vez todo fuera cosa mía, y quería ver un problema donde no lo había. Poco después de que lo hiciera él, me dormí yo también.

-         Alejandro´s POV –

Por culpa de Ted soñé con mi madre. Lo último que había hecho antes de dormirme fue ver una tía sexy con una lencería ciertamente poco sugerente, pero no, mi cerebro no podía soñar con ella. Tuvo que ser con mi madre…
En realidad, lo último que hice antes de dormir fue desenterrar algunos recuerdos, y rememorar la nana que la calientapollas solía cantarme. Y que nadie se sorprenda por que use esa palabra para referirme a  mi madre. Me abandonó. Prefirió seguir siendo una stripper a cuidar de mí. Fin.
Aidan no lo veía de la misma forma y se mosqueaba bastante si me escuchaba hablar así. Por eso solía reservar esas cosas para mis pensamientos. En realidad, todo lo que atañía a mi madre solía dejarlo en mis pensamientos, pero Ted me tiró de la lengua y me dio por hablar de ella.
Si me lo proponía, yo también podía ver las cosas como Aidan y Ted: mi madre cuidó de mí hasta que sintió que no podía seguir haciéndolo, pero le importaba lo bastante como para dejarme con alguien  que me iba a querer. Sin embargo, pensar así dolía más que echarle toda la culpa, porque me llevaba a preguntarme qué había hecho yo para que ya no pudiera hacerse cargo de mí. ¿Era tan mal hijo? ¿Era un niño muy pesado? Ted decía que lo había hecho por mí, porque ese ambiente no era bueno para mí. Pero, ¿acaso yo no era lo bastante bueno como para dejar ese ambiente por mí?
Lo dicho. No quería pensar en mi madre. Pero después de soñar con ella me fue un poco difícil sacarla de mi mente...
-         ¡Alejandro!
La voz frustrada de Ted denotaba que debía de haberme  estado hablando desde hacía un rato, pero yo estaba distraído y no le había oído.
-         ¿Sí?
-         Que digo que deberías ir pensando en volver a casa…
-         Es sábado. No hay clase. Papá sabe dónde estoy.
Ted me miró como si quisiera leerme la mente.
-         ¿Por qué no quieres ir?- me preguntó, cuando desistió de intentar adivinar lo que estaba pensando.
-         Tengo que hacerme el desayuno, lavar mi plato, lavar mi ropa y un montón de tareas más. Y no quiero  - resumí. En concreto lo que no quería era ver como papá hacía el desayuno para todos menos para mí….
-         Esto tienes que reconocérmelo: papá cada vez es más original al castigarte – dijo Ted, bromeando, para hacerme sentir mejor, y se lo agradecí.
-         Le estoy dejando sin ideas – admití. – Bueno, ¿y qué hace uno aquí para pasar el rato?
-         Ver la tele. Leer. Oír música…
Negué con la cabeza.
-         Ted, necesitas que alguien te enseñe a divertirte. Menos mal que estoy yo aquí. Ponte unas zapatillas, que vamos a salir de éste antro.
-         ¿Del hospital?
-         No hombre, no. De la habitación. Quiero pasarlo bien, no convertirte en un fugitivo.
Por alguna razón que no comprendí, la palabra “fugitivo” hizo que el rostro de Ted se ensombreciera, como si tuviera un significado para él que no tenía para mí o tal vez algún recuerdo asociado. No supe qué era, puesto que no conocíamos a ningún criminal.
-         ¿Qué planeas? – preguntó, con desconfianza.
No digo que no hiciera bien en desconfiar, pero aquella vez no planeaba nada malo, jo.

-         Aidan´s POV

Ti ti tití. Ti ti tití. Ti ti tití. ¿Había en el mundo un sonido más desagradable que el del despertador? Con los ojos aún cerrados levanté el brazo pesadamente y lo dejé caer sobre el botón que haría que cesara el ruido infernal.  Mágicamente – o más bien, mecánicamente- el aparatejo se apagó y yo suspiré tranquilo, libre de la excentricidad de sus pitidos.
Tres bultitos a mi derecha empezaron a moverse. La alarma del despertador les había arrastrado también a ellos desde la confortabilidad de sus sueños al perezoso mundo real. Me inspiraron tanta ternura… Kurt se giró y asomó la carita, sonriendo todo él hasta el punto de que también parecía sonreír su naricita respingona.
-         Buenos días – saludé, y le di un beso en esa nariz tentadora – Aún es pronto, peque. Papá se tiene que levantar, pero tú puedes dormir un poco más.
-         ¡No! – respondió riendo. Reconocí su espíritu mimoso-juguetón y me contagié de él.
-         ¿No? – pregunté, impostando la voz para usar un tono excesivamente agudo. - ¿No quieres dormir más?
-         ¡No te vas! – me corrigió.
-         ¡No te vas! – apoyó Hannah, terminando de despertarse y agarrándome con fuerza como para retenerme.
-         ¿No me dejas? – la pregunté, y bajé mi frente para frotarla cariñosamente con la de ella.
-         Eres mío – declaró, tomando firme posesión de mi brazo. Alice bostezó, y aprovechó que era el prisionero de Hannah para gatear sobre mi estómago. Con mis tres enanos luchando por retenerme me costó un gran esfuerzo de voluntad el negarme a holgazanear un poco junto a ellos.
-         Tengo que hacer el desayuno – expliqué.
-         Hoy no se desayuna – decretó Kurt, y yo me reí. Con la mano que tenía libre les hice cosquillas para que me soltaran. Lo hicieron, pero Alice puso un puchero y me agarró de la camiseta del pijama.
-         Anda, pitufa, duerme un ratito más que en seguida vengo a por vosotros.
-         Bueeeeno. – accedió, en el tono de quien te hace un enorme favor.
Me levanté, y les arropé bien, reparando en que el bulto más grande, que había dormido a mi izquierda, se estaba haciendo el dormido. Cole descansaba boca abajo, con la cabeza ladeada y los ojos cerrados. Contuve mis ganas de hacerle cosquillas en el pie, y fingí que me creía su actuación.
Bajé a la cocina y puse a calentar la leche, lo cual llevaría un buen rato dado que para alimentar a tantas personas se necesitaba una cantidad considerable. Lo dejé a fuego muy lento mientras sacaba los cacharros del lavavajillas e iba a la despensa a por magdalenas y ensaimadas. Después subí otra vez al piso de arriba y eché un rápido vistazo al cuarto de Ted, para encontrarlo vacío dado que su único inquilino presente en la casa se había “colado” en mi dormitorio.  Pasé uno a uno por los cuartos de todos mis hijos y empecé a despertarles con suavidad, aunque la mitad ya estaban despiertos. Me entretuve un poco más con Dylan, porque si no le vigilabas se volvía a meter en la cama en cuanto tenía ocasión. Me aseguré de dejarle más o menos espabilado, y luego regresé a mi cuarto.
Alice había vuelto a dormirse, y Hannah también. Kurt me miró con sus brillantes y despiertos ojos y me dedicó una sonrisa. Era uno de los niños más sonrientes que he visto en mi vida, aunque Zachary también lo fue en su momento.
-         Hola, campeón. ¿Te levantas ya?
Cómo rápida respuesta, Kurt saltó de la cama. Cuántas energías matutinas. Su movimiento despertó a sus hermanas, pero Cole siguió durmiendo, o pretendiendo que dormía.
-         Ey, princesitas. Vamos a vestirnos y a desayunar.
-         ¿Hay tortitas?  - preguntó Hannah.
-         Haré tortitas para mi ángel – dije, y sonreí, porque se puso a dar brinquitos en la cama.
-         ¡Siiiiiiiiii!
La cogí en brazos y la di un beso, mientras Alice salía de la cama.
-         Vamos, Cole. Hannah acaba de provocar un terremoto en el colchón, así que no me creo que aún estés dormido – le dije.
Cole no dio signos de vida, así que sujeté a Hannah con un brazo y utilicé el otro para quitarme las ganas y hacerle cosquillas a Cole en los pies. Estoicamente, ni se inmutó.
-         Venga, dormilón. No me seas vago.
Nada. Si no fuera porque le escuchaba respirar hubiera empezado a preocuparme. Kurt se le subió a la espalda.
-         ¡Cole, Cole, Cole! Levántateeeee  - exigió, pero el aludido no le hizo ni caso, aunque esta vez no pudo evitar moverse un poco ante semejante ataque de un niño hiperactivo.
-         Vamos hijo, sal de ahí, que si voy a hacer tortitas no puedo quedarme aquí vigilando que no te vuelvas a dormir.
Ni siquiera me respondió. Fruncí el ceño. Empezaba a mosquearme. Dejé a Hannah en el suelo y zarandeé a Cole un poquito. Le vi abrir los ojos, pero en seguida se dio la vuelta y fingió que no se había despertado.
-         Cole, vale ya. Me estoy enfadando. Estás  más despierto que yo, así que deja de hacer el tonto. Da ejemplo a tus hermanos pequeños. Peques, iros a vestir, que yo voy ahora.
Salieron en miniestampida y Cole seguía ahí, bocabajo, sin tener previsto levantarse. Le quité las sábanas de encima.
-         ¡Cole!
Me crispaba que no me respondiera. Me sentía ignorado y me hacía pensar que se estaba burlando de mí.
-         Cuento hasta tres para que te levantes. Uno...Dos….- conté, y Cole no hizo ni el intento. Suspiré. – Y tres – dije, y aprovechando que estaba en la posición idónea le di dos palmadas sobre la parte trasera de su pijama de Los Simpson.
PLAS PLAS
Fueron lo suficientemente fuertes como para que se llevara una mano atrás y se diera la vuelta, para impedir que le diera más. Cuando se giró le miré con enfado, por haber sido tan testarudo y obligarme a ponerme serio cuando estábamos pasando un buen rato.
-         Levanta ya si no quieres tener la versión completa.
Cole se sentó sobre la cama, y me dedicó una mirada húmeda. Suspiré  y clavé una rodilla en el suelo para ponerme a la altura de la cama.
-         Sin llorar. No te habría pegado si hubieras sabido cuándo parar el juego.
-         No estaba jugando. No quiero ir al colegio, papá – me dijo, y me sonó ligeramente desesperado. Me preocupé un poco, porque iba en serio. No era el típico “no quiero ir al coleeee” que casi todos los niños decían alguna vez en tono aburrido, o mimoso. Era una declaración seria y firme de alguien que parecía entre triste y asustado.
-         Pero… si hoy… hoy es sábado campeón. No hay cole. – fue lo primero que dije, algo desconcertado. Mi cerebro tuvo a bien extraer de mi memoria el hecho de que el día anterior parecía triste también, y que no había querido cenar. - ¿Qué pasa, cariño?
Pero Cole acababa de asimilar que estábamos en fin de semana y de pronto sonrió ampliamente.
-         ¡Es verdad! ¡Creía que era viernes!
-         Cole, ¿por qué no quieres ir al colegio? – insistí.
-         Ya sabes, papá, porque es un rollo.
-         A ti siempre te ha gustado ir a clase.
-         Pero éste año es muy aburrido. Estamos dando lo mismo que el año pasado.
Cole era el mejor de su clase y  los profesores a veces me decían que parecía aburrirse un poco cuando repasaban algo que él ya sabía pero que a sus compañeros les costaba un poco más.
-         ¿Sólo es eso? – pregunté, y él asintió. - ¿Seguro?
Volvió a asentir. Le miré unos segundos, intentando ver si me decía la verdad, pero no pude saberlo. Le di un beso en la frente.
-         Estudiar a veces es aburrido. Y si no pregúntale a Alejandro.  Pero no todo son clases y libros. También tienes amigos.
Cole asintió y me dedicó una sonrisa. Sin embargo, algo no iba bien, y yo lo sabía. O más bien, lo intuía.
-         Te lo dije ayer y te lo repito ahora: si hay algo que te preocupe, sabes que estoy aquí para lo que sea – le aseguré, y él me respondió con un abrazo. Se lo devolví cada vez más intranquilo.
-         No me pasa nada, pero gracias por ser tan bueno conmigo.
Ese “por ser tan bueno conmigo” me sonó tan lastimero… Una de las mayores angustias para un padre es saber que algo no anda bien y no poder hacer nada, porque no te dejan.  Apreté el abrazo.
-         Vamos a desayunar, que yo también quiero tortitas – me dijo, y se soltó. Le observé marchar con el corazón en un puño.

-         Cole´s POV –

Tenía que ser más cuidadoso. Dormir con papá había sido genial, pero no podía hacerlo de nuevo porque había estado muy cerca de averiguar lo de Troy. Había estado a punto de soltarlo todo cuando me preguntó… Realmente quería hacerlo. Quería contárselo y pedirle que lo solucionara, que hiciera que ese niño me dejara en paz. Cada vez tenía menos ganas de ir a clase, hasta el punto de que aquella noche había tenido pesadillas. Y sin embargo todo fueron buenos sueños cuando me fui a la cama de papá. Dormir con él y con mis hermanos me había hecho sentir seguro  y me hizo querer contárselo al despertar por la mañana...
Pero tenía que resolverlo por mí mismo. Ya no era un bebé. Tenía que dejar de portarme como uno. No era sólo Troy: todos se reían de mí al ver cómo reaccionaba a sus pullas lloriqueando en vez de dándole un puñetazo… Si acudía a mi padre sólo les daría otro motivo para pensar que era un niño de papá. 
Deseaba ser tan alto y fuerte como Ted. Nadie me haría nada si fuera como él. Además, él era guay. Era el capitán del equipo de natación y todos le respetaban. Medio colegio le conocía, incluso los que estaban varios cursos por debajo del suyo. Seguro que Ted se avergonzaba si se enteraba de que yo era el perdedor de mi clase…No era más que un empollón raro, que prefería los libros a la gente y los juegos de estrategia al fútbol. Cantaba en el coro del colegio, aún tenía la voz aguda e infantil y nada en mi cuerpo indicaba que estuviera cerca de ser un hombre. Troy en cambio había dado un estirón enorme y aparentaba tener doce años más que diez.  Seguramente Ted le preferiría a él como hermano, y no a un crío llorica y débil, malo para los deportes e incapaz de defenderse a sí mismo.
Por eso no podía dejar que papá resolviera aquello por mí. Tenía que ser yo.
Me vestí y bajé a desayunar. Papá estaba terminando de preparar tortitas. Estaba molesto porque Alejandro no había vuelto y no le cogía el teléfono.
Ya sentados a la mesa, las tortitas fueron un éxito. Hannah y Kurt entendieron mal el concepto, y no tomaron tortitas con nata y sirope de chocolate, sino sirope de chocolate y nata con una pequeña cantidad de tortitas en comparación.
-         Papá, ¿qué vamos a hacer hoy? – preguntó Madie. Era sábado, así que tocaba plan familiar, pero la familia no estaba completa…
-         Había pensado que podíamos ir a ver a Ted.
Hubo murmullos de conformidad ante la noticia. Todos queríamos ir a ver a nuestro hermano y nos hubiéramos sentido mal haciendo cualquier otra cosa sin él.
Después del desayuno papá nos pidió que nos preparásemos para irnos y esperáramos en el salón. Yo fui de los primeros en lavarme los dientes y hacer la cama, así que bajé al salón y me senté en el sofá. Al poco bajó Kurt y se sentó a mi lado.
-         Eres un dormilón – me dijo.
-         Sí, y tú me has confundido con una colchoneta. 
-         ¡Es que no te despertabas!
Me abstuve de decirle que había estado perfectamente despierto.
-         ¿Por qué has dormido con papá? – me preguntó con curiosidad.
-         Eso a ti no te importa.
-         ¡Si me importa! Yo sólo quería estar con él y Hannah tenía miedo del monstruo de su armario. ¿Tú tuviste un sueño malo?
-         Que no te importa, enano.
-         ¡Dímelo, jooo! Yo ya te lo he dicho.
-         Bien por ti, pero yo no voy a decirte nada.
Mi respuesta no le gustó nada a Kurt, que hinchó los mofletes al no ver su curiosidad satisfecha. Estaba por decirle cualquier cosa que pudiera servir para que me dejara tranquilo, pero él se me adelantó:
-         ¡Seguro que te hiciste pis en la cama, porque no eres más que un bebé llorón!
Aquello debía de ser el mayor insulto para mi hermano, y lo siento es que me escoció bastante, porque a pesar de no tener ningún problema de incontinencia Troy también me llamaba bebé meón… y yo había ido a la cama de mi padre porque me entraron ganas de llorar… Me dolió en lo más hondo que mi propio hermano me diera un golpe tan bajo, aunque Kurt no podía saber el significado que para mí tuvieron sus palabras.
-         Aquí el único que se hace pis eres tú, enano.
-         ¡Repite eso! – me repitió, poniéndose de pie y levantando sus puñitos. ¿Acaso pretendía pelear conmigo? Me hizo cierta gracia… hasta que me pegó en la pierna, con fuerza suficiente para hacerme daño. - ¡Repítelo!
-         ¿Pero a ti que te pasa? – le grité, y empecé a perseguirle alrededor del sofá.
Entonces llegó papá.
-         ¡Eh, vosotros dos! ¡Estaros quietos!
Kurt no dejó de correr, así que yo tampoco.
-         ¡Quietos, he dicho!
Kurt se frenó en seco, pero entonces vio que yo le alcanzaba y volvió a correr.
-         Parad de una vez, o la vamos a tener… - avisó papá. Las amenazas iban in crescendo y Kurt volvió a detenerse, pensando seguramente que era mejor obedecer a papá que huir de mí. Yo no me detuve, sin embargo.
-         Cole, te voy a dar ¿eh? – me advirtió papá, pero en ese momento yo logré alcanzar a Kurt  y le atrapé entre mis brazos.  No iba a hacerle nada, no obstante, porque era consciente de que era más pequeño, y al verle así, sin escapatoria, me dio algo de pena así que me limité a chincharle un poco.
-         Bebé meón – susurré, en su oído, y él se puso como un loco. Pensé que iba a volver a pegarme, pero en vez de eso  se echó a llorar sin que le hiciera nada. Hablando de bebés llorones…. El pequeño manipulador lloriqueó como si le hubiera hecho mucho daño y por acto reflejo yo le solté, sabiendo que con eso bastaría para que papá la tomara conmigo. Era la típica táctica del hermano menor. Yo la había usado con Harry alguna vez.
-         Quejica – le gruñí, y justo en ese momento, asustándome porque no me había dado cuenta de que se acercaba a mí, papá me cogió del brazo.
Yo ya sabía lo que iba a pasar, pero eso no quiere decir que estuviera preparado o más dispuesto. Papá me dio cuatro azotes algo fuertes, aunque sonaron más de lo que realmente dolieron.
PLAS PLAS PLAS PLAS
Sí que me picó bastante. Sobre todo me picó en mi orgullo, porque me había pegado delante de Kurt, cuando la pelea además la había empezado él.
-         Si digo que pares, es que pares. ¡Y que sea la última vez que haces llorar a tu hermano pequeño!
En ese punto, me enfadé. Yo no iba a delatar al enano, pero el que me había pegado,  y con toda su fuerza, había sido Kurt. Si yo me ponía en ese plan seguro que le hacía daño, porque era más grande.  Pero yo apenas le había tocado y papá me acusaba de hacerle llorar, cuando el enano había llorado sólo. Yo había tenido con mi hermano la consideración que Troy nunca tenía conmigo, porque era más grande y me empujaba sin importarle que yo no tuviera ninguna posibilidad en contra de él. Sin embargo Troy siempre se salía con la suya, sin que nadie le dijera nada, y a mí papá me pegaba y me echaba la culpa. El mundo no era justo. Papá no era justo.
Yo estaba lleno de tanta rabia, que algún día iba a tener que dejarla salir. Creo que hasta yo me sorprendí de elegir a papá para soltársela a él en la cara:
-         ¡Déjame en paz, imbécil!
Kurt se llevó ambas manos a la boca, al escuchar lo que para él era un tremendo taco de los que podían costarle un buen castigo. A mí también me costaba un castigo, ya fuera  meter dinero en el tarro o unas palmadas de advertencia, pero aquella vez sabía que iba a salirme más caro, porque no se lo había llamado a uno de mis hermanos durante una pelea: se lo había llamado a él. A papá.
Ni siquiera me resistí cuando me arrastró al sofá.
-         Kurt, vete a tu cuarto – ordenó papá, y mi hermano salió volando, dejándome sólo con una versión de papá que yo no conocía. Me bajó los pantalones de un tirón fuerte, y empecé a llorar. – Hasta hoy  casi todo han sido advertencias y castigos pequeños, porque nunca me has dado motivos para ser más duro contigo. Pero soy tu padre, o tu hermano mayor, me da igual, y no puedes hablarme así. Me debes un respeto y no me puedes insultar. No sé qué es lo que te pasa y me gustaría que me lo contaras, pero hablaremos de eso en cuanto te deje claro que no te voy a permitir que me contestes como lo has hecho.
Papá estaba realmente enfadado. Ni siquiera me había mandado a mi cuarto. Me asusté un poco, sin rastros ya de rabia o de ira en mí.
-         Papito no, no me pegues. Lo siento, de verdad lo siento, pero no me pegues, por favor. Sé que no debería haber dicho eso y lo siento de verdad.
Él me ignoró, y me puso sobre sus rodillas. Sin embargo creo que mi petición tuvo algún efecto, y que inicialmente había previsto ser más duro conmigo, porque sólo me dio otros cuatro azotes, que era algo que yo ya me había llevado alguna vez y que entraba en la idea de “advertencia”, y su forma de hablar me había hecho pensar que iba a ser mucho peor.
PLAS PLAS PLAS PLAS
Que sólo fueran cuatro no quiere decir que no doliera. Fueron fuertes, además, porque me dolieron más que los anteriores y no sólo porque esa vez sólo llevara el calzoncillo.
Me sentí como traicionado porque no me hubiera escuchado: le había dicho que lo sentía. Una parte de mí sabía que sí me había escuchado, y que por eso me había librado “tan fácil” de una de las cosas más graves que había hecho en mi corta vida, pero aun así me sentí indignado, y enfadado con él y conmigo porque no había conseguido aguantar sin llorar. Papá me levantó, me subió el pantalón y me miró a los ojos. Pasó el dedo pulgar por mi mejilla para limpiarme las lágrimas.
-         Ahora te voy a dar un abrazo muy grande, pero antes quiero que me prometas que nunca me vas a hablar así otra vez.
Yo asentí, débilmente, y papá me apretó contra él mientras me acariciaba la espalda.
-         Me has pedido que no te pegara, campeón, y en vista de que te has disculpado no lo he hecho, pero estás castigado sin leer lo que resta de fin de semana.
-         ¡Pero sí que me has pegado! – protesté.
-         Sabes que te merecías más que eso, Cole, pero me ha parecido que tus disculpas eran sinceras y no me habías insultado nunca antes. Espero que no lo hagas nunca más.

Yo no le respondí, porque en ese momento lo único que quería hacer precisamente era insultarle. Papá sabía que yo amaba leer por encima de todas las cosas. ¿Es que lo hacía aposta, para dejarme sin lo que más me gustaba? Me aparté de él bruscamente.

-         ¡Te odio! – le grité y salí corriendo.

-         Kurt´s POV -

Todos escuchamos claramente el “te odio” de Cole, porque lo gritó muy fuerte. Yo me sorprendí mucho, pensando que tal vez papá había sido malo con él y por eso Cole le había insultado y le había dicho que le odiaba. Pero papá nunca era malo… bueno, sólo cuando me castigaba.
Justamente creía que me iba a castigar cuando le oí subir las escaleras. Tal vez Cole le había dicho que yo le había pegado. Pero cuando papá entró sólo quería comprobar si yo había dejado de llorar. Me dio un beso y le noté muy triste.
-         Papá, ¿estás triste porque me he portado mal? – le pregunté, más triste yo, porque me sentía culpable.
-         ¿Te has portado mal? – me preguntó suavemente, y me acarició el pelo.
-         Sí. Yo he hecho que Cole se enfade y le he pegado – confesé. – Es a mí a quien tendrías que haber dado en el culito.
Papá me miró sin nada de enfado, sino más bien de una forma muy dulce.
-         Te ha costado mucho decir eso ¿verdad? – me preguntó, y yo asentí. – Eres un niño muy sincero, Kurt, y eso es algo muy bueno. Sin embargo, sabes que no me gusta que te pelees con tus hermanos, y mucho menos que les pegues.
-         Lo sé, papito. Y no voy a llorar si me castigas, porque sé que he sido malo.
-         ¿No vas a llorar? – me preguntó, y entonces me dio una palmadita muy, muy suave, casi como las que me daba cuando me cogía en brazos y me quería consolar, más que como las que me daba cuando era malo. No dolió en absoluto. Sorprendentemente, sentí unas ganas enormes de llorar y me agarré de su cuello.
-         Bwwwaaaa. Papá, lo siento mucho.
-         Ey, campeón, tranquilo. Quedamos en que no ibas a llorar. Sólo ha sido una palmadita, bebé. ¿Te he hecho daño?
-         Has…snif…. Has castigado a Cole cuando la culpa ha sido míaaaa – expliqué, convencido de que mi hermano no me iba a querer más, porque papá no me había castigado a mí mientras que a él le había dado cuatro (¡cuatro!) azotes.
-         Vamos, vamos, campeón. Ya está. No ha sido culpa de nadie. Ninguno ha debido pelear.
-         Pero yo le peguéeeee.  Cole ya no me va a querer máaaas.
-         Eso no es cierto, cielo. Cole te quiere mucho. Él no me dijo que tú le habías pegado. A pesar de haberos peleado, no quería que yo me enfadara contigo.
Eso hizo que me sintiera peor. ¿Por qué papá no quería entender que aquella vez todo era culpa mía? No había sido un accidente…Yo había tenido mala intención…Me había enfadado mucho con Cole y había sido malo con él. Me sentía muy mal por dentro porque papá siempre decía que había que tratar a los demás como queríamos que nos trataran.
-         Yo he tenido la mitad de la culpa, así que debería tener la mitad de su castigo.
-         ¿La mitad de su castigo? – preguntó papá, y yo asentí, muy convencido. Papá levantó una ceja, y me agarró del brazo. Luego tiró un poquito de mí y me apoyó en su cadera, y me dio otras dos palmadas muy suaves. A Cole no le había dado tan flojito, a él le había dolido, pero papá se estaba limitando a jugar conmigo. ¿¡Por qué no me entendía!?
-         ¡Papá, es en serio! – chillé - ¡Cole ya no va a quererme más! ¡Me va a odiar como mamá!
En ese punto me dolió el corazón, y empecé a llorar de verdad. Mamá no me quería porque yo era un niño malo, tonto, y que se hacía pis en la cama. Por eso me enfadó que Cole me lo dijera… odiaba que todos supieran que me había pipí... llevaba un tiempo sin hacerlo pero a veces tenía accidentes….Tenía miedo de que todos se cansaran algún día. Papá estaba todo el día enfadándose conmigo, a veces no sabía bien por qué, y yo tenía miedo de que  él también me dejara solito como mamá.
Y… si Cole  había gritado que odiaba a papá, ¿qué no iba a decirme a mí después de lo que había hecho?
Papá me abrazó muy fuerte hasta que yo me calmé un poquito. Luego me sopló flojito en la carita: él sabía que me encantaba que me hiciera eso,  pero aquella vez no iba a sonreír.
-         Bebé, a ti nadie te odia. Nadie podría odiarte porque eres muy bueno.
Miré a papá con atención. ¿Lo decía en serio?
-         Yo te quiero mucho, Cole te quiere mucho, y todos tus hermanos te quieren mucho.
-         ¿Y mamá? – le pregunté.
-         También – respondió papá, pero yo supe que mentía. Dejé que me abrazara un poquito más.
-         Si ella no me quiere entonces yo tampoco la quiero – dije al final – Tengo muchos hermanos. Eso es mucha gente a la que querer, y luego no me queda sitio.
Papá soltó una risa floja, y me dio un beso en la frente. Sí. Parecía que él sí me quería.

-         Ted´s POV -

Alejandro había perdido la cabeza, pero del todo.
-         Repítemelo una vez más. ¿Qué hacemos aquí? – le pregunté, a pesar de que ya sabía la respuesta.
-         Buscarte una novia. – respondió, con seguridad, como si estuviera seguro de que íbamos a encontrarla.
-         Alejandro, estamos en la planta infantil.
-         Es que tenemos que encontrar una de tu misma edad mental.
Ese comentario tan “ingenioso” le valió un collejón. Alejandro se rió, demostrando lo poco que le había dolido.
-         Estamos buscando una de mi edad – me informó – Tal vez  incluso de catorce. Esas son más fáciles y les gusta salir con chicos mayores.
Como yo tenía más de dieciséis años, estaba en la planta de adultos. Alejandro me había llevado una más abajo, a la de niños.
-         Dime que no lo estás diciendo en serio.
-         Completamente.
-         Alejandro, no voy a salir con una niña, eso es asqueroso.
-         Ted, es normal salir con alguien a quien le sacas dos o tres años.
-         Lo confirmo: definitivamente, estás enfermo.
-         Pon todas las excusas que quieras… - dijo Alejandro, mientras se miraba las uñas de forma falsamente casual – Tienes miedo porque sabes que no vas a ganar la apuesta.
-         ¿Qué apuesta?
-         Esa en la que te digo que no consigues enrollarte con una en menos de una hora.
-         Tienes razón: no voy a ganar la apuesta, porque ni siquiera voy a intentarlo.
-         ¿Mi hermano mayor es un cobarde? – me preguntó.
-         No. Tu hermano mayor tiene el cerebro que a ti te falta. No voy a enrollarme con una desconocida en un hospital, para que me contagie a saber qué. Además, no me van los rollos.
-         Tú eres más de relaciones serias ¿no? – preguntó con sarcasmo. No entendí a qué venía ese tono.
-         Pues sí.
-         Ya, claro.
-         ¡Que sí! – insistí, molesto porque lo pusiera en duda.
-         Si tú lo dices…
-         Lo digo. Y también te digo que no voy a aceptar tu estúpida apuesta.
-         Aburrido… Ni siquiera te he dicho lo que podrías ganar.
-         ¿Un probable resfriado, tal vez una mononucleosis, los sentimientos heridos de una niña, y una bronca de papá si llega a enterarse?
-         No. Una radio nueva para tu bebé.
Le miré  atentamente. ¿Un equipo de radio nuevo para mi coche?
-         Tú no tienes dinero para eso. .. – argumenté, y Alejandro se rió.
-         No, pero ahora sé con qué chantajearte para futuras ocasiones.
-         ¡Serás…! – grité, y comencé a perseguirle. - ¡No juegues con los sentimientos de un hombre hacia su coche!
Alejandro empezó a reírse, y yo me reí también.
-         ¡SSSSh! ¡Esto es un hospital! – nos recordó furiosamente una enfermera.
-         Lo sentimos – respondí, algo ruborizado. ¡Alejandro siempre hacía que me comportara como un idiota!
Decidí que volviéramos a mi habitación, antes de que Alejandro me hiciera hacer una tontería en serio. Cuando llegué al cuarto que tenía en aquél hospital, lo encontré lleno de gente. Había una enfermera, y también estaba papá con todos mis hermanos.
-         ¡Ted! ¿Dónde estabas? – me preguntó. Parecía muy aliviado, como si se hubiera llevado un buen susto.
-         Alejandro y yo dimos una vuelta…
-         Y tú, ¿no llamas? – le dijo a Alejandro entonces. - ¡Sois los dos unos egoístas! ¡Tú me has dado un susto de muerte y tú no has tenido ni la decencia de decirme que no venías a casa! – añadió Aidan, señalándome primero a mí, y luego a Alejandro.
-         Lo siento, papá. Es que aquí dentro me aburría…
Papá suspiró.
-         No pasa nada, Ted. En realidad tú no tienes la culpa. Pero éste… sujeto… se merece que le quite el móvil, ya que no sabe usarlo.
Alejandro, rebajado a la categoría de “sujeto” le miró horrorizado.
-         Pensé que ya sabías que me quedaba…
Eso sonó demasiado a mentira…
-          Anda tira, tira, y quítate de mi vista, que tienes más morro que cerebro – respondió papá, demostrando que en realidad no estaba enfadado, aunque sí debía de haberse molestado un poco.  – Y tú te metes en la cama ya mismo. – añadió, mirándome a mí - - No estás en condiciones de salir a explorar. ¿Es que quieres quedarte aquí más días?
-         ¡Ni loco!
-         Pues a la cama. Ahora.
Me tumbé en la camilla a la velocidad del rayo. La enfermera allí presente se rió.
-         Deberíamos contratarle, señor Whitemore, a ver si logra que todos los pacientes le obedezcan tan rápido como sus hijos.
-         No se deje engañar, que no me hacen ni caso – respondió papá.
-         ¡Eh! – protesté.
-         ¿Qué? Tú porque estás enfermo y en plan más buenecito, que si no…
Le miré mal, y él me guiñó un ojo. La enfermera se volvió a reír. Genial, me había convertido en payaso de feria.
La enfermera me revisó los puntos, y se fue, y yo me quedé a solas con mi familia, contento porque hubieran venido. Noté que papá no se separaba de Kurt para nada, y que el enano estaba más mimoso que de costumbre. Analicé al resto de mis hermanos y vi que Cole también estaba tristón, y al contrario que Kurt se alejaba de papá todo lo posible.
-         Ven, Cole – le llamé, ofreciéndole un hueco en la cama, pero Cole me miró con desgana.
-         Voy al baño – dijo solamente.
Me quedé sorprendido por esa reacción. Cole  siempre quería estar conmigo, a todas horas. Modestia aparte, si Cole tenía un hermano favorito, era yo. Miré a papá con la pregunta en los ojos.
Aidan suspiró. Mandó a todos a la cafetería argumentando que debían visitarme por turnos. Soltó unos cuantos billetes para que se compraran algo, y les mandó con Alejandro. Yo me quedé a solas con él.
-         Cole no me dirige la palabra y no parece que lo vaya a hacer en todo el día – me dijo.
-         ¿Por qué?
-         Está muy raro. Algo le pasa, lo sé, pero no me lo dice. Se peleó con Kurt, le llamé la atención, no me hizo caso, y al final le castigué.
Yo puse una mueca. Ese podía ser el motivo por el cual Cole no le hablaba. Pero papá no había terminado.
-         Luego me insultó, así que le volví a castigar.
-         ¿Dos veces? ¡Jo, papá!
-         No fui muy duro – se defendió. -  No le di más de ocho palmadas en total y le dejé sin libros el resto del fin de semana, que no es más que un día y medio. No hagas de abogado defensor, que me quedé corto.
Tuve que darle la razón. Había sido bastante bueno. Generalmente por insultarle cualquiera se habría llevado más de ocho palmadas. Tal vez porque supuestamente a Cole le pasaba algo o porque el enano nunca se metía en líos, papá había sigo bastante indulgente con él.
-         Yo lo consideré un aviso más que otra cosa – continuó él – Pero me gritó que me odia.
Noté que esas palabras le afectaban. No sé si se las creía o no, pero a nadie le gusta que le digan eso.
-         ¿Quieres que yo hable con él? – me ofrecí.
-         ¿Lo harías?
-         Claro.  El enano siempre me escucha. Intentaré averiguar lo que le pasa y haré que te perdone.
-         ¿Que me perdone?
-         ¡Sí! ¡Por ser malo y castigarle!
-         ¡Encima! – gruñó papá, pero luego me miró con cariño – Gracias, Ted.
-         No hay por qué. Sólo me debes un Ferrari. Te lo apunto, no te preocupes.
Con eso, conseguí que papá se volviera a reír.  Luego, decidió darme más detalles de lo que había pasado.
-         Creo que tal vez Kurt pudo hacerle daño, de alguna forma, y por eso Cole la tomó con él. Al igual que, queriendo o no, Cole le ha hecho daño a Kurt.
-         ¿Y eso?
-         Tu hermanito tiene demasiados complejos para un niño tan pequeño – susurró papá, y supe que de eso no me iba a dar más detalles.
Hay que ver, la de cosas que se perdía uno por no estar en casa.





5 comentarios:

  1. ¡Morí de risa en éste capítulo!
    “¡No me llames Teddy, no soy un osito!” :3
    “Al parecer, en atención a mis deseos de cuando era niño, me había salido un hermano mayor, casi como si fuera una espinilla que de pronto te crece sobre el labio: no te lo esperas, no sabes bien qué hacer con eso, no sabes si ocultarlo o reivindicar tu derecho a tener granos sin que te miren raro…digo hermanos. Reivindicar tu derecho a tener hermanos.” xDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD
    “Los metomentodo de mi clase iban a morir por sobredosis de cotilleo. “ (Esta frase se merece un aplauso)

    “Yo era algo así como 25% chocolate y 75% leche”

    Ay, no, es que comentaría cada frase. ¡Te pasaste! xD Habría que hacerte una recopilación. “Frases chistosas de DreamGirl” xD

    “Si él quiere ser un monje tibetano allá él, pero yo no quiero estar a dos velas hasta los cuarenta.” [Pero qué bestia es mi Alejandro xDDDD tiene un par de frases MUY bestias en éste capítulo, como lo que dice sobre su madre cuando lo cuentas desde su punto de vista]

    Y luego tb morí de ternura y penita…. Alejandro hablando de su mamá…qué cruel eres….¡Mala persona! xDD
    Kurt y Hannah son los niños ideales: traviesos pero muy buenos. Nah, el niño ideal me da que es Cole, aunq el pobre no esté en sus mejores días >.< ¡Espero que aidan se entere pronto de lo que le pasa con ese abusón! Por cierto, se nota mucho q es tu favorito :P Salió demasiado bien parado.
    Y ya me intrigas con lo del nuevo hermano. No pretenderás separar a la familia, eh? ¡Que busco un armario en el q encerrarte a ti! (pero con ordenador, para q sigas escribiendo)

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    1. En realidad mi favorito es Ted xD
      muchisimas gracias por tu comentario ^^
      Nooooo en um armario nooooo xD

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  2. Muero por savr que pasa con el hermano mayo de ted, y con el muchacho que molesta a cole, que haran al respecto????....

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  3. empieza darme dolor de panza, jajajaj y sigo considerando que Aidan es un puntillo del demonio, disculpa lo fuerte del comentario, pero es que darle de palmadas por no querer levantarse de la cama, que es? un ejercito o es un hogar, es sabado, el sabado y eldomingo son para tener todo de cabeza, archivar los libros, lo cuadernos y los modos, mas si eres un niño
    Encima......... no castigar a Kurt aun con la confesión, no es equitativo...... y edfinitivametne Cole esta pidiendo atencion a gritos..
    Como sea, Dream me toca un pelo a Cole porque se que se esta gestando una apoteosica con eso de su enemio escolar y lo mando a fusilar sin juicio y eso que Lady es abogada pero aqui entre nos, Lady defiende a los casos perdidos, jajaja o sea traseros perdidos jajaja
    Bueno guapa uun enomre palcer leerte, me ha gustado enormemente el cap, ha y lo que me acuerdo ahroa, ves Aidan sigue en la lista negra, reñir sin motivo a Alejandro, y QUITARLE SU REVISTA, que mala manera la suya era mas facil pedir prestado? que bien sabemos que el muy guapo prefiere hacer valer su autoridad dizque como padre para arrebatar los tesoros de la juventud
    un besote

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  4. Como siempre he disfrutado tu historia al maximo...con ganas de seguir leyendo ...GRACIAS...actualiza pronto....

    Nota: al que tengo atravesado es a Troy...uffff

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