martes, 4 de febrero de 2014

CAPÍTULO 25: LOS HERMANOS SE DEFIENDEN

 
CAPÍTULO 25: LOS HERMANOS SE DEFIENDEN

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Esa noche se contó entre las peores de mi vida. Creo que Alejandro nunca entenderá lo que nos hizo pasar… Sé que a papá no le gusta mucho pensar en eso, ni recordarlo, pero lo peor fue buscarlo en el bosque. Fueron muchas horas, y mi padre atravesó todas las emociones posibles que un hombre puede atravesar, repitiéndose con constancia el miedo y la ira. De vez en cuando le sorprendía soltando frases desesperadas en voz baja, como si estuviera medio ido…. Cosas como “no puede pasarle nada. No a él. A él no”.

Algunas de esas frases me dolían un poco, porque confirmaban algo que yo había pensado en otras ocasiones: papá sentía debilidad por Alejandro al igual que las madres sienten debilidad por los hijos enfermizos. Era el que más problemas le daba, y aun así era…el favorito de papá. En ese momento mis pensamientos estaban bien lejos de los celos. Por mí como si le hacía un altar a Alejandro: yo sólo quería que volviera, y que estuviera bien.

En un determinado momento papá me hizo entrar en casa y yo me quedé hablando con Michael. Era una de nuestras primeras conversaciones a solas… y no fue sobre nosotros, sino sobre Aidan. Michael estaba tan enchochado con papá que parecía olvidarse de que su medio hermano era yo. Pero en fin, no me importó responder algunas preguntas sobre Aidan, ni contarle lo que sabía sobre él y su vida pasada. Pareció interesarse mucho en su relación con Andrew y no le puedo culpar: era intrigante como poco. A veces parecía que papá le odiaba, y otras que le echaba de menos. Yo sabía muy poco al respecto. Sabía que Andrew nos había abandonado, que a papá le había hecho mucho daño (por lo visto, y según le había dicho a Alejandro, le maltrataba de alguna forma aunque nunca le golpeó) y que le odiaba por algo que tenía que ver conmigo directamente. Eso último lo había deducido con los años, pero jamás habíamos hablado de ello.

Inevitablemente, de vez en cuando, los dos mirábamos hacia la puerta para ver si Alejandro aparecía. Cuando ya cundía la desesperanza, volvió. Volvió, y estaba bien, aunque entonces pensé que papá iba a matarlo. A lo mejor le mataba yo también.

Me sentí mal al irme al colegio dejándole allí… Sabía que papá nunca le haría daño, pero también sabía que aquella vez iba a ser aún peor que cuando bebió, y no hacía tanto de eso. Una parte de mí se preguntaba si al volver a casa todo iba a estar bien.

También estaba preocupado por Michael, y lo que sea que fuera hacer para la policía. No había forma de que soltara prenda acerca del oficial Greyson, a pesar de que parecía conocerle muy bien. No nos decía qué clase de hombre era, y se limitaba responder “ya le visteis ¿no?” en un tono que hacía pensar que no le caía bien. Lo cual era extraño, teniendo en cuenta que ese hombre le había sacado de la cárcel.

Una vez en clase, sin embargo, tuve otras cosas en que pensar. Mis ojos buscaron a Agus involuntariamente, y no descansaron hasta encontrarla. Ella estaba con unas amigas. Me saludó con la mano y me sonrió, y ese gesto tan sencillo aumentó mi ritmo cardíaco hasta alcanzar cotas peligrosas. Iba a acercarme para hablar con ella (Ya podía hacerlo ¿no? Ya tenía algo de lo que hablar, y ella no estaba comprometida, y no quedaría extraño después del día anterior)…. sin embargo, Mike me interceptó.

- ¿Y bien? – exigió, mientras me arrastraba contra las taquillas, para encajonarme y que no tuviera escapatoria.

- ¿Y bien qué?

- ¿Qué pasó ayer? ¡Te fuiste con ella! Tío ¿no has visto mis whatsapps? ¡Te mandé como mil!

- Desactivé el wifi. Quería conservar la batería por si llamaba mi hermano.

- ¿Tu hermano? – preguntó, extrañado. Entonces pasé a resumirle la brillante idea de Alejandro de drogarse y escaparse de casa. Los ojos de Mike se abrieron por la sorpresa.

- Caray con Alejandrito.

- Que no te oiga llamarle así…

- Si lo hago precisamente por chincharle. No tengo hermanos pequeños, así que tomo prestados los tuyos. Pero en fin, en días como hoy me alegro de no tenerlos. ¿Es que quiere morir? ¿Qué ha hecho Aidan?

- No lo sé…Sólo espero que siga vivo cuando vuelva a casa. - respondí, mientras abría mi taquilla. Empecé otra frase, pero la dejé a medias al ver lo que había dentro de mi compartimento. Lo cerré bruscamente.

- ¿Ted? – preguntó Mike, que no lo había visto e intentó abrir la puerta de nuevo. Al ver que yo no le dejaba, su curiosidad le empujó a intentarlo con más ganas. Al final lo consiguió. – ¿Pero qué mierdas…? – gritó, y sacó el objeto de mi taquilla. Con él en la mano, echó a andar con mucha rapidez. Yo le perseguí.

- ¿Qué haces?

- ¿Tú que crees? Voy a llevárselo al director.

- ¡No! ¡Espera! ¡Mike, espera!

- ¿Esperar qué? – preguntó, con enfado, deteniéndose.

- No lo hagas. Sólo es alguien picado por las tareas extras del de Historia del Arte. La semana ya acabó y aún no se sabe quién fue el de las diapositivas, así que ya os dejará en paz y no mandará más deberes….

- Esto empezó antes de los deberes, Ted. Empezó con esos panfletos tontos, pero ahora es mucho peor. – dijo, agitando en la cara el objeto que había sacado de mi taquilla.

El objeto en cuestión era un muñeco negro (con un asombroso parecido conmigo, como si alguien se hubiera esforzado por vestirle como yo), atravesado por un puñal, manchado con pintura roja. Daba un poco de grima y no sabía si interpretarlo como una amenaza, como racismo, o como qué. -

- Es una tontería. Es absurdo molestar al director por esto….

- Jolín, Ted, si se tratara de Fred estarías conmigo. Te pasas la vida diciéndole que hable con algún profesor. No te estás chivando ¿vale? Ni siquiera sabes quién fue…

- En realidad, tengo una ligera idea…. – susurré.

- ¿Qué?

- Jack me llamó “negro de mierda” ¿recuerdas? Y debe de guardarme rencor por lo de ayer…

- Pues si ha sido él entonces con mayor motivo. No lo hagas por ti, sino por Fred. Siempre le está dando por culo y si éste cuchillo es de verdad puede ser suficiente motivo para expulsarle…

- Por cierto, ¿dónde está Fred? – pregunté. - ¿Llega tarde?

- ¿Fred tarde? Si está aquí antes de que abran el colegio…Estará enfermo. Ayer cuando le dejé en su casa estaba algo serio. Tal vez le dolía la cabeza. Pero no me cambies de tema: Ted, esto tienes que decirlo. Es una broma de mal gusto.

Suspiré. Desgraciadamente, Mike tenía razón. Pero si iba al despacho del director con el cuento seguramente me preguntaría quién lo hizo, y yo tendría que decir que sin estar seguro creía que podía ser Jack, y le llamarían a él, y me ganaría el odio de mucha gente, y vendrían nuestros padres y…. ¡Oh, mierda! Aidan en ese momento estaría dejando a Michael en la comisaría o ya con Alejandro.

- ¿Podemos dejarlo para última hora? – pregunté. Mike asintió, pero me miró con una cara que parecía decir “no creas que se me va a olvidar”.

– Alejandro´s POV –

Nunca iba a dejarme de doler. En esos momentos, estaba seguro de eso.

Oh, no, no me refiero a… cierta parte de mi anatomía. Que por cierto también dolía, y mucho. Me refiero a la mirada de papá mientras me estaba castigando, cuando me hizo repetir sus palabras como si yo fuera lerdito o algo así. Esa mirada iba a dolerme toda la vida, porque no era una mirada de enfado, no era una mirada de “me has decepcionado, hijo”, ni siquiera era una mirada de “ya no confío en ti”. Era una mirada de “siento mucho tener que hacer esto”. Era, simplemente, una muestra más de lo mucho que ese hombre me quería.

Saber que ese hombre no sólo era, sino que había escogido ser mi padre me hacía sentir honrado y en esos momentos yo no creía merecerlo. No creía merecer que estuviera allí, conmigo, mimándome para consolarme por la increíble paliza que yo solito me había ganado.

Pensé en todo esto mientras papá dormía, y en ese tiempo me recompuse un poco. Sorprendentemente, ya no tenía ganas de llorar. Tampoco estaba enfadado. Sólo me quedé ahí, mirando a papá. Luego él se despertó y lo primero que me dijo fue si quería desayunar. Así de simple. Nada de “sigo enfadado”, “estás castigado” (aunque probablemente lo estuviera) ni “espero que hayas aprendido la lección”. Sólo “¿quieres desayunar?” y me trajo un pedazo desayuno en la cama.

No salía de mi asombro, incapaz de entender por qué había tenido tanto miedo el día anterior. Papá había estado muy enfadado, pero no había sido tan horrible. Bueno, mi trasero no pensaba lo mismo, pero mi cerebro estaba de acuerdo conmigo en que habíamos imaginado algo mucho peor. Había pasado una noche horrible, casi toda ella encaramado a la rama de un árbol, convencido de que más me valía no bajar de ahí. Luego escuché que papá me llamaba, y supe que tenía que volver, pero aun así no me atreví por mucho tiempo, sabiendo que había cruzado varias líneas y que por tanto Aidan podía cruzarlas también. Pero no lo hizo. No fue rudo, ni desagradable, ni tampoco tan duro como él mismo me había prometido.

Aun así me dolía…había sido la peor de toda mi vida y eso que tenía un largo historial. Si no seguía llorando era sólo porque papá estaba conmigo y yo no quería que se fuera, así que copié a mis hermanos pequeños, que siempre se ponían mimosos cuando papá les castigaba. Yo no tenía mucha práctica en hacer eso…más bien solía enfadarme con él…Así que creo que me pasé de infantil. Pero pareció hacer efecto.

Tras acabarme el colacao, devoré el bizcocho y los cereales, y papá me pasó el suyo al verme con tanto apetito. Lo miré sin aceptarlo.

- Anda, cógelo. No vaya a ser que empieces a comerte la bandeja. – bromeó.

Vale, yo estaba sensible y en ese momento me sentí tan nenaza como Ted, porque pensé que era bonito que papá me ofreciera su desayuno para saciar mi apetito. Fue como una demostración gráfica de que, en el orden de sus prioridades, yo estaba antes que él mismo.

Antes muerto que decirle lo que estaba pensando, claro, así que le miré con indignación fingida.

- No lo quiero.

- ¿Por qué no?

- Porque eres malo. – respondí, en tono de niño pequeño enfadado. Vivir con Kurt ayudaba mucho a saber ponerlo.

- Ah, ¿aún sigues con eso?

- ¡Sí, porque aún me sigue doliendo! – protesté.

Luego le miré con algo de cautela. Quizá no fuera prudente quejarme tanto. Él podía seguir enfadado y tenía derecho a ello, y podría hartarse de que protestara. Pero Aidan sólo sonrió y se sentó a mi lado, medio abrazándome.

- Siento oír eso, pero también espero que sirva para que nunca vuelvas a hacer algo como lo de ayer.

- Nunca…

- Bien – respondió, sonriendo más, y entonces me metió el bizcocho en la boca, sin posibilidad de negación por mi parte, y soltó una risa.

Por primera vez en mi vida, entendí un poco mejor a Ted. Entendí su comportamiento ejemplar y su reacción ante cualquier castigo. Se basaba en un mecanismo sencillo: “cuando antes admitas que papá tiene razón, antes estarás de buenas con él disfrutando de sus mimos”. Era más sencillo eso que ponerme a discutir con él… eso nunca me había dado buen resultado…

“Ya, pues haber cuánto te dura tanta inteligencia” dijo una voz dentro de mí… una que parecía venir de la parte de mi cuerpo que descansaba adolorida sobre un cojín.

Bostecé, y ese fue un gran error.

- No has dormido ni tres horas – dijo papá, y se puso de pie. Abrió la cama de Ted, que es en la que estábamos en ese momento, y me indicó que me metiera.

- Pero no tengo sueño…

- A otro con el cuento.

- Pero…

- Alejandro, a dormir – sentenció, con firmeza.

- Papá…

- No quiero discutir – dijo, un poco más serio.

- Es que… quiero estar un rato más contigo – murmuré, muerto de vergüenza. ¿Dónde quedaron mis quince años, joder? Papá me sonrió mucho, mientras me arropaba.

- ¿Y quién te dijo que me vaya a ir? Hazme un hueco. Yo también me caigo de sueño ¿sabes?

Escuchar eso me hizo muy feliz, pero tenía que disimular un poco.

- Aquí no cabemos los dos…

- Ya quisieras tú ser tan grande, escuchimizao – bromeó. Se tumbó a mi lado, y me abrazó. - ¿Ves como cabemos?

No dije nada, y apoyé la cabeza en su brazo. Hacía mucho que no le tenía así, para mí sólo. Sentí que papá hundía la nariz en mi pelo, dejando sus rizos a muy buena disposición… Me mordí el labio y estiré la mano hacia su pelo, pero luego la baje, y suspiré.

- ¿Por qué yo no lo tendré rizado? – reflexioné, en voz alta.

- Es perfecto tal y como es – respondió, y me lo acarició.

Aquello era muy gay, pero estaba a solas con mi padre, por una vez sin máscaras, ni corazas, ni apariencias y… ¡al que le parezca vergonzoso que no mire! Después de todo yo no tenía una madre con la que ponerme mimoso. Aidan era mi madre. Y mi padre. Y mi hermano.

Al poco rato, los dos nos quedamos dormidos. Yo desperté como unos cuarenta minutos después pero papá siguió durmiendo. Se había pasado la noche en vela, y corriendo… Corrección: yo le había hecho pasar la noche en vela y corriendo. Le dejé dormir, sabiendo que lo necesitaba.

Papá dormido parecía más joven. En ese momento estaba bien afeitado, y perfectamente se le hubiera podido echar “ventipico” en vez de “trintaypico…casi cuarenta”. Tenía la cabeza ladeada, y los rizos le tapaban un poco la cara. Su rostro pacífico se volvió intranquilo de pronto. Cerró los ojos con fuerza, y parecía que tenía un mal sueño.

- Aidan´s POV -

Alejandro puso una carita al decir que quería estar conmigo… ¿mi hijo había retrocedido cinco años al pasado y yo no lo sabía? En fin, no iba a quejarme, era genial. Me tumbé con él y disfruté de mi niño puesto que se permitía ser uno en ese momento. Sin embargo estaba agotado, así que me dormí otra vez.

Soñé con mis recuerdos, deformándolos un poco. Volví a vivir aquella segunda visita a casa de mi abuelo, y mi subconsciente insistió en lo bueno que Andrew había sido conmigo aquella vez. Reviví las muestras de cariño que me dedicó… reviví los momentos de mi infancia que me hacían creer que Andrew, a su manera, me quería. Entonces esas imágenes se desvanecieron y me encontré en una habitación medio vacía, muy mal iluminada. Caminé por ella con recelo, reconociendo algunos objetos. Era mi antigua casa. La casa de Andrew.

Allí, sentado en un sillón, había un hombre anciano que me miraba fijamente. Tenía muchas arrugas y parecía algo enfermo. Era papá. En realidad él no era tan viejo, pero sí lo era en mi sueño. Mi subconsciente parecía tener como objetivo que me compadeciera de él… del hombre que me había dado la vida…y lo cierto es que lo consiguió. El Andrew de mi sueño daba lástima por los motivos por los que el Andrew de verdad no la daba. Papá siempre había sido atractivo, saludable, fuerte de físico mas no de carácter. El de mi sueño era un hombre estropeado, envejecido, apagado… y sorprendentemente había algo en él, como un aura de fortaleza interna que me atraía hacia su persona, como el hierro atrae a los imanes.

- Te fuiste, Aidan – dijo, con cierta dificultad, y una voz rasgada como de persona que apenas puede respirar. No se parecía en nada a la voz verdadera de Andrew, pero hacía mucho tiempo que yo no la escuchaba. Unos dos años, más o menos, tras lo de Alice.

- Tenía que hacerlo. – respondí. ¿Qué era aquello? ¿Un juicio? De pronto el sillón de Andrew se transformó en una de esas sillas de juez, y la silla estaba más alta que yo, como si de nuevo fuera un niño al que Andrew miraba desde arriba.

- Te fuiste – repitió él, y su voz se proyectó, como con eco. Mi cabeza estaba llena de buenos argumentos: razones por las cuales me había ido de su casa. Razones de mucho peso. Pero en ese instante fui incapaz, físicamente, de decir ninguna, como si algo atorase mi garganta.

- ¡No me lo impediste! ¡Me gritaste y me insultaste para que me fuera! – me defendí, cuando por fin pude hablar. Intentaba alejarme de allí pero cada vez estaba más y más cerca, hasta que al final me encontré de lleno con sus torturados ojos azules, iguales a los de Kurt.

- Lo hice para protegerte de mí.

En ese momento desperté, y me agarré fuertemente a las sábanas. Respiré con dificultad y me sentí bañado en sudor.

- ¿Papá? – preguntó Alejandro, algo preocupado.

Le abracé con fuerza, y le acaricié el pelo, alegrándome más que nunca porque no lo tuviera rizado, porque así lo había tenido también mi padre. No quería pensar en Andrew. No quería que nada me recordara a él, y Alejandro lo hacía con su presencia, todos los días. La misma sonrisa. La misma nariz. El mismo gesto arrogante y encantador.

- Sólo… fue un mal sueño – susurró, intentando reconfortarme con algo de torpeza.

- No. Es más que eso.

Yo era consciente de que mi sueño tenía razón: Andrew me dejó marchar como una forma de protegerme, sabiendo que yo estaría mejor lejos de él. Sin embargo, lo que debería haber hecho es impedir que me fuera, reteniéndome, dispuesto a demostrarme que podía e iba a cambiar. Es lo que yo casi le supliqué, pero sin el casi. Y él eligió rendirse. Eligió seguir un camino en el cual yo no podía apoyarle. Le di a elegir… y Andrew no me eligió a mí.

Mis ojos se empañaron por pensar en cosas en las que hacía mucho tiempo que no pensaba. Mi sueño y ese feo sentimiento de culpabilidad que estaba experimentando me recordaron que de alguna forma retorcida Andrew me quería y lo peor de todo es que yo le quería a él. Joder, era mi padre. Pero yo tenía muchos recuerdos, y por desgracia la mayoría de ellos eran malos…

Cuando ya pensé que las emociones iban a desbordarme, sentí la mano de Alejandro tocando me mejilla suavemente. Ese gesto me sorprendió, porque no hacía eso desde que era muy pequeño.

- Sólo fue un sueño – repitió, con firmeza. Le miré a los ojos unos segundos y luego le sonreí.

- ¿Has dormido bien? – le pregunté.

- Fatal. Roncas mucho. – mintió.

- Me parece que el único que ronca en casa eres tú…

- ¡Y Michael, no me jorobes! ¿Tú le has oído? ¡Tiembla la habitación entera!

Estallé en carcajadas, sin poderlo evitar.

- Pobres Cole y Ted. Con vosotros dos ahí tendré que comprarles tapones.

- Mejor nos compras otro cuarto, y al menos dos cuartos de baño más. – contraatacó.

Me ensombrecí un poco.

- Me… me gustaría poder hacerlo. – respondí, algo avergonzado. Durante muchos años no pude darles a Alejandro y a Ted todo lo que me hubiera gustado. En ese momento las cosas nos iban bien, pero no tan bien como para poder comprar una casa mejor.

Alejandro volvió a poner su mano en mi mejilla. Si seguía haciendo eso me iba a derretir, e iba a pesar sobre su conciencia.

- ¿Quién quiere una casa más grande? ¿Te imaginas lo que sería llamarnos a todos entonces? Con pasillos enormes….Necesitarías un megáfono. Quita. Así estamos mucho mejor.

Le sonreí ampliamente.

- Cuando quieres eres un sol, Alejandro.

- No te acostumbres – me respondió, con su sonrisa desvergonzada. Luego puso cara de indignación. - ¡No es justo! ¡Se supone que eres tú el que me está mimando a mí!

- Ven aquí, quejica. – exigí y le apreté contra mí. Él no parecía cansarse del contacto. Se tumbó a mi lado, usando mis piernas de almohada, y manejó mi mano de tal forma que la puso sobre su pelo, indicándome donde quería que le mimara.

Al cabo del rato me levanté únicamente para darle unos pantalones, para que no se pasara en bóxers todo el día, máxime teniendo en cuenta de que en seguida tendrían que llamar para traernos la litera, y no era plan de recibir a nadie en ropa interior. Alejandro acabó de vestirse pero luego me atrapó, dispuesto a recuperar su posición privilegiada otra vez. Vale. ¿Quién era ese y que había hecho con mi hijo terco, orgulloso, y “demasiado mayor para tonterías”? Porque eso es lo que solía responderme cuando estábamos viendo una peli en el sofá y yo empezaba a mimarle. Me apartaba y me decía que ya no era un crío. Decidí disfrutar de esos instantes robados antes de que volviera a su rancia normalidad y su política de no mimos.

- Papá…- dijo, al cabo de un rato.

- Dime.

- Ya no hay más, ¿verdad?

- ¿Más qué, cariño?

- No me hagas decirlo – protestó, y escondió la cabeza.

- Es que no se a lo que…oh – exclamé, entendiendo. Le acaricié la mejilla. – No cariño, no voy a castigarte más, bastante duro he sido contigo.

- No vuelvas a serlo – pidió, en su mejor tono infantil-manipulador.

- No vuelvas a portarte mal – contraataque, sin dejar de hacerle mimos. Torció la boca, en un claro gesto de disconformidad y luego gruñó un poco.

- ¿Y si suspendo mañana, cuando me repitan el examen? ¿Me castigarás entonces?

- No, mi vida. Esta vez te he visto estudiar.

- Pero… podría haberme esforzado más.

- Es muy noble de tu parte decirlo y te exigiré que lo hagas la próxima vez, pero pase lo que pase mañana, tu estate tranquilo, ¿de acuerdo?

Alejandro asintió. En ese momento llamaron al timbre.

- Será la litera.

- ¿Quién dormirá en ella?

- Michael y Ted ¿no? Y que Cole recupere su cama de siempre.- dije, pareciéndome lo más lógico.

- A mí me da igual como se distribuyan, pero yo no duermo arriba – sentenció. Alejandro tenía malas experiencias con las literas de arriba: se movía mucho, y no sé cómo lo hacía que aunque le pusieras barras protectoras, él se caía.

Atendimos a los repartidores y Alejandro y yo pasamos casi todo el resto de la mañana sacando la antigua cama de Ted y montando la litera.

- ¿Qué hacemos con la cama? – me preguntó, con algo de pena. Él odiaba tirar cosas… si por él fuera no tiraría ni los bolis sin tinta. Se encariñaba enseguida con los objetos. ¡Y eso que no era su cama, que sino…!

- No tiene sentido guardar una cama, Alejandro, ni tenemos dónde.

- ¡En tu cuarto hay sitio! ¡Y en el de Kurt y Dylan!

- ¿Y para qué quieren ellos otra cama?

- Oye, ¡quién sabe! ¡Aquí llueven los hermanos! – me dijo, y su parte de razón tenía. – Así cuando venga a dormir algún amigo no hay por qué dormir en el salón…

- Bueno – accedí, no del todo convencido. Si veía que estorbaba demasiado en el cuarto de los peques nos desharíamos de ella. Me hacía cierta gracia, y me gustaba ese afán de Alejandro por no desprenderse de las cosas. Creo que se acordaba de cuando era pequeño, y tenía que reutilizar todo lo de Ted porque no había dinero para casi nada.

Una vez terminamos todo, le dije a Alejandro que iba a practicar una receta de pasteles sin azúcar, de los que Michael podía comer, e iba a intentar ver si salía algo comestible. Todo lo que implicara “pastel” era como música celestial a los oídos de Alejandro, (¡por lo visto, aunque tuviera marihuana! ¬¬) así que quiso ayudarme, pero no se estaba quieto y era algo torpón con las medidas. Si le decía “un vaso de harina”, echaba uno y algo más que se le caía. Rompió tres huevos, y cuando vi que me iba a quedar sin ingredientes suficientes, le sugerí que me dejara sólo, pero la idea no le gustó en absoluto.

- Venga, y así estudias un poquito para el examen.

- ¡No! Esto es más divertido.

- Ya, pero no le puedes responder eso al profesor. Vamos, que bastante libre has tenido la mañana, no te quejarás.

- ¡Sí me quejo! ¡No me quedé por gusto! – protestó. - ¡Me pegaste!

- Pues si no quieres que lo haga otra vez quiero verte con los codos en la mesa y la mirada en el libro – dije, en un falso tono firme, pero hablando con desenfado.

- ¡”Ñó”! – dijo, imitando a Alice, creo, y agarrándose a la encimera como diciendo “de aquí no me mueves”.

Sonreí y me acerqué a él, que se tapó las costillas sabiamente pensando que yo le iba a hacer cosquillas. Para hacer eso tuvo que soltar las manos así que le agarré, y cuando no tenía escapatoria le llené toda la cara de harina.

- ¡Eso es jugar sucio! – se quejó.

- Nunca mejor dicho, porque sucio estás un rato – me reí. En eso estaba cuando volvieron a llamar al timbre.

- ¡Yo abro! – dijo Alejandro, y salió corriendo.

- ¡Espera! ¡Que tienes la cara blanca! – le recordé, pero no me oyó, así que fue a abrir así, con harina y todo. Sacudí la cabeza, y le seguí.

En la puerta estaba la periodista del otro día, con una cara de pasmo que no podía con ella, al encontrarse con un chico joven lleno de harina. Su expresión era muy graciosa.

- Dicen que la harina es buena para rejuvenecer la piel – comenté.

- ¿En serio? – preguntó ella.

- ¡No! – respondí, y me reí. Esa mujer tenía algo de inocente credulidad que no concordaba para nada con los treinta y pico años que debía de tener. - ¿Qué se le ofrece señorita…Pickman? – pregunté, tras recordar su nombre. Holly Pickman.

- Quería…mmm…me preguntaba….mmmm…. si es buen momento para esa entrevista.

- ¿Por qué no? A cualquier otra hora encontrará esta casa llena de niños. Ahora sólo tengo a éste salvaje.

- ¡Eh! ¡Un respeto! – protestó Alejandro.

- Anda, ve a lavarte la cara. Pase, Holly. ¿Quiere un café?

- Eh… No, muchas gracias. – respondió, toda ruborizada. Ladeé la cabeza con curiosidad. Hacía mucho tiempo que eso no me pasaba: esa mujer se sentía atraída hacia mí. Se le notaba en lo nervioso de sus movimientos, en el rubor, en la incapacidad para hablar sin balbuceos…Había visto ese efecto en las mujeres cuando miraban a Andrew, pero no estaba acostumbrado a ser yo quien lo provocara. Sin embargo luego me fijé en que llevaba anillo de casada. Debían ser imaginaciones mías, en ese caso.

Nos sentamos en el salón y ella sacó su grabadora y su libro de notas. Y entonces procedió con la mejor entrevista que me han hecho en mi vida. Así de simple. Esa mujer era una de esas excepciones raras en el mundo del periodismo que se leen el libro de la persona a la cual entrevistan. Ella si sabía de lo que estaba hablando, y aquella conversación fue para mí un placer, porque no me interrumpía, y me dejó explayarme a gusto.

- ¿Por qué ahora?

Esa fue su primera pregunta, y me dejó descolocado, sin entender nada, que es lo que ella pretendía. Sonrió algo maquinalmente y luego se explicó. Así es como quedó la entrevista cuando, días después, salió en el periódico:

- ¿Por qué decide en éste momento dejar de lado la literatura infantil y juvenil y empezar con novelas para adultos?

- Bueno, era lo que me faltaba ¿no? Había que intentarlo. En mi cabeza hay cuentos constantemente. Cada pequeña cosa que pasa con mis hijos es materia de inspiración para una historia infantil. Y, seamos francos, casi todo el mundo puede escribir sobre un gusanito que quería ser mariposa: lo difícil es conseguir que los psicólogos lo cataloguen como literatura recomendada para la infancia. La literatura juvenil ya es algo más compleja, pero en casa tengo a los críticos más feroces y exigentes. Escribir sobre magos y dragones está muy bien, pero uno corre el riesgo de estancarse… No he abandonado esos géneros, pero me apetecía probar algo nuevo.

-         ¿Qué hay de usted en el protagonista del libro?

- Casi todo.

- Pero la protagonista es una chica…

- Y se llama Nadia, que es justo la inversión de mi nombre. Sí, sé lo que me va a decir. Nadia tiene veinte años y está embarazada de su primer hijo. ¿Cómo es posible que se parezca a mí? Es evidente que yo no estuve embarazado (risas), pero también tuve veinte años, y fui padre primerizo. Experimenté todos los estados por los que pasa Nadia. Su miedo, su soledad…

- Casi parece que lo describe como algo horrible.

-         Nada más lejos. Es lo mejor que puede pasarle a nadie. Al menos, lo mejor que pudo pasarle a Nadia, y lo mejor que pudo pasarme a mí.

-                      Es necesario comentar el título. “Lágrimas de invierno”. Toda la novela está ambientada en primavera…

-         El invierno es todo lo que Nadie va a tener que enfrentar en el futuro, a raíz de lo que le sucede. El final del libro no es demasiado alentador, pero es sólo una primera parte. Confío en que me sea posible hacer una segunda, y que esas lágrimas se borren para siempre.

-         Es fascinante que, siendo usted hombre, escriba con tanto acierto lo que siente la protagonista, que es mujer…

-         Eso no es una pregunta, sino una forma de alimentar mi ego (risas). En realidad, si se para a pensarlo, no es tan extraño. Miles de escritores lo han hecho antes, y sobretodo, es muy habitual a la inversa.

– La novela aún no ha salido al mercado público, y sólo unos pocos escogidos, como una servidora, cuentan con un ejemplar. Este retraso ¿a qué se debe?

-         Me gustaría decir que es porque estamos mejorando detalles para que quede perfecto, pero en realidad se debe a simples cuestiones de burocracia, ajenas a mí en gran parte.

-         Lo bueno se hace esperar.

-         ¡Y lo malo! (risas)

-         Ya se ha ganado el corazón del público joven. ¿Aspira a triunfar también entre lectores más maduros?

-         No me gustaría que el libro se concibiera sólo como una novela de adultos, y no sé si me atrevo a decir que va a triunfar. La crítica por lo general no me ha dejado demasiado mal, pero eso no tiene por qué ser bueno. Dicen que quien tiene suerte en el amor no la tiene en el juego…. Pues de esa forma no se puede triunfar entre el público y también en la crítica.

Me hizo más preguntas que luego, seguramente por cuestiones de espacio o “órdenes de arriba” no se incluyeron en el periódico.  Cuando acabó, guardó todo meticulosamente, y me sonrió.

-         Muchas gracias, señor Whitemore.

-         Aidan.

-         Aidan. Debo confesar que… soy una gran admiradora.

-         Y yo le estoy muy agradecido.

-         Siento haberme presentado sin avisar, pero…

-         En realidad, es como mejor podía haberse presentado. Y no dude en volver si su periódico quiere entrevistarme de nuevo. Definitivamente es usted mejor periodista que la mayoría de sus compañeros.

La tonalidad de rojo que alcanzó su redondeado rostro sólo era comparable al color de su blusa.

-         Es usted… muy amable. Gracias de nuevo, y que tenga un buen día – dijo rápidamente, y se escabulló a toda velocidad, como si la estuvieran persiguiendo. ¡Caray! Qué tímida.

-         Papá, ¿y esa tipa? – preguntó Alejandro, bajando las escaleras, ya con la cara limpia  y el móvil en la mano, chateando, creo.

-         Mujer, Alejandro. Era una mujer.

-         Perdone usted. ¿Y esa “noble damisela”? ¿Así mejor?

Rodé los ojos.

-         Ya se ha ido.

-         ¿Qué quería?

-         Una entrevista.

-         Pero…¿por qué se la has dado? Nunca dejas que te entrevisten en casa.

-         A ella sí. – respondí. – Hace bien su trabajo.

Alejandro me miró con suspicacia, y esa mirada me dio mala espina, pero antes de poder decir nada, llamaron al teléfono.  Descolgué, sin la menor idea de quién podía ser, y resultó que era del colegio. Conforme hablaba con el director me iba enfadando más y más, hasta que al final colgué con tanta fuerza que casi rompo el teléfono.

-         Papá…¿qué ha pasado? – preguntó Alejandro, ya que mi enfado debía de ser evidente.

-         Van a expulsar a Ted por tener armas en el colegio.

-         ¿QUÉ?

-         Un cuchillo.  – dije, aún sin poder creérmelo. Esas habían sido las palabras del director “Me veo en la penosa situación de suspender a Theodore por tiempo indefinido. No se permite portar armas en el colegio. Alguien podría hasta denunciarle por esto, señor Whitemore”.

-         Hablan de otro Ted. Tiene que ser un error – dijo Alejandro, y una parte de mí quería pensar lo mismo.

Aquello era muy serio. Armas. Mi hijo llevando armas. ¿Para qué? ¿Con qué fin? En ese sentido [y en muchos otros] yo era el típico padre sobreprotector. Cuando Ted era pequeño me pasaba el día diciéndole “motos no”, “pistolas malas”, “eso caca” y en definitiva lavándole el cerebro para que repeliera cualquier cosa peligrosa.

-         Será mejor que vaya. Me están esperando. – mascullé. No sabía si estaba enfadado, asustado, o preocupado. Supongo que las tres cosas eran válidas cuando te enteras que han pillado a tu hijo con un cuchillo en el colegio.

“¿Cuchillo o navaja?”  me planteé.

  Bueno, y ¿por qué iba a tener ninguna de las dos? Por un segundo me imaginé a mi hijo formando parte de una de esas bandas callejeras, y casi me reí. Ted no.

Ted no….¿verdad?

Aunque Alejandro no era precisamente un modelo de buen comportamiento, nunca le había creído capaz de probar droga, supongo que porque a todos los padres nos ciega un poquito el amor que sentimos hacia nuestros hijos. No es que el concepto que tenía de mi hijo hubiera empeorado lo más mínimo… de hecho, me había demostrado que seguía siendo mi niño mimoso, tierno y adorable. Pero si es cierto que me hacía estar algo más alerta. Si Alejandro había hecho eso, ¿qué me garantizaba que el resto de mis hijos no empezara a hacer locuras?

-         Papá… es Ted…- dijo Alejandro.

-         ¿Y con eso qué?

-         Que… no sé lo que habrá pasado… pero no te enfades con él. Habrá una explicación.

-         Más vale que la haya. – gruñí.

Me puse el abrigo, salí de casa, y cogí el coche. Cuando llegué al colegio y pasé por la recepción, vi que mi hijo no era el único que esperaba a la puerta del despacho del director. Mike estaba con él, y también un chico que me sonaba de vista pero cuyo nombre no recordaba.

-         Papá… - saludó Ted, haciendo que sonara como un suspiro.

-         Aidan, Ted no ha hecho nada, te lo juro – se apresuró a decir Mike.

-         Tú cállate, maricón. – dijo el otro chico.

Mike le miró con rabia, pero yo le sujeté para que no se lanzara a por él provocando una pelea.

-         Siéntate ahí – ordené, y Mike obedeció como si yo en verdad tuviera alguna autoridad sobre él.

Me pregunté qué pintaba él allí, en realidad. Supuse que Ted no habría actuado en solitario. Genial, sencillamente genial. 

– Contento me tenéis, vosotros dos.  – les dije, mirando alternativamente a mi hijo y a su amigo, como si fuera hijo mío también.  – Tú estás en muchos problemas, y tú… tú no puedes estar más feliz ahora mismo de que yo no sea responsable de ti – concluí, mirando a Mike. Él se encogió en su silla y durante unos segundos retrocedí al pasado, y vi al niño de siete años que venía a mi casa por las tardes, metiendo a Ted en líos en los que el pobre no solía meterse por propia voluntad. El mismo niño que me llamaba “tío” de forma cariñosa y que parecía feliz cada vez que le invitábamos. 

-         Siento que te hayan hecho venir, papá – dijo Ted, con otro suspiro.

-         No es eso lo que tienes que sentir. Dime, ¿es verdad? ¿Has traído un cuchillo al colegio?

-         En realidad no me acusan de haberlo traído, sino de haberlo usado para amenazarle a él – dijo Ted, señalando al chico con el que yo estaba menos familiarizado.

-         Tú nunca harías eso. – dije, sin pensar. Ted no era un matón. Él no amenazaba a la gente, y menos con armas. Puede que, si le presionaban mucho, mucho, pudiera llegar a meterse en una pelea, pero con armas no. Con armas nunca.

Mi hijo sonrío ampliamente, pero no tuvo tiempo de decir nada porque en ese momento llegó otro hombre que se acercó al chico al que supuestamente Ted había amenazado. Se abrazaron, dando a entender que era su padre, y los dos lanzaron al unísono una mirada envenenada a Ted, mientras el hombre susurraba lo que creo que eran palabras tranquilizadoras. La verdad, a mí el chico no me parecía asustado. Extraño, teniendo en cuenta que sostenía haber sido amenazado con un cuchillo….

El director salió enseguida, cuando le avisaron de que aquél hombre y yo habíamos llegado.

-         Mike, ¿y tus padres?

-         Ya le he dicho que no van a venir, señor. – respondió Mike, en tono miserable. Le froté el hombro. Ese chico me caía mejor que bien, le conocía desde hacía bastantes años, y por lo que tenía entendido pasaba mucho tiempo sólo, con unos padres ausentes.

El director gruñó, y decidió que fuéramos pasando. Una vez entramos todos y nos sentamos, me fijé en lo que había sobre la mesa de aquél despacho. Era un cuchillo manchado de algo rojo. Me asusté pensando que era sangre, pero enseguida me di cuenta de que era pintura. Miré a Ted inquisitivamente, pero aunque él lucía triste no parecía sentirse culpable, ni tampoco excesivamente preocupado. No me había abrazado al verme llegar, no se había lanzado a poner excusas, ni había nada en él que indicara el menor temor de ser expulsado. O mi hijo se había vuelto idiota, o era inocente.

-         Señores, lo que ha ocurrido hoy aquí es muy serio. Necesito que me cuenten lo que ha pasado.

-         ¡Ya se lo he dicho! – gruñó el chico que había insultado a Mike.

-         Pero quiero que lo hagas otra vez, Jack – respondió el director, con una frialdad que acojonaba bastante.

-         Sí, señor – dijo Ted, como si le hubieran regañado a él.  – Esta mañana al llegar y abrir mi taquilla, encontré un muñeco con ese cuchillo clavado. El muñeco tenía la piel… bueno, ya sabe, el plástico que hace de piel… de color negro, y su ropa era una miniatura de una camiseta que he traído aquí muchos días. Todo indicaba, entonces, que ese muñeco me representaba a mí. Lo dejé en mi taquilla, para venir a hablar con usted a última hora, y todo lo que sé es que hace un rato usted ha venido a buscarme y me ha preguntado al respecto.

-         Jack dice que el cuchillo es tuyo, y que le amenazaste con él. Hemos revisado tu taquilla, y no había nada.

-         De la misma manera en la que metieron el muñeco ahí pudieron sacarlo, señor. No son difíciles de forzar. Mi combinación es muy sencilla y si me da una horquilla seguramente podré abrir la de cualquiera de mis compañeros.

-         Bien, esa es tu versión – dijo el director, y me miró a mí significativamente, como para asegurarse de que estaba prestando atención a las palabras de mi hijo. – Jack, cuéntanos la tuya.

-         Ayer por la noche en el baile Ted me dejó claro que me la tiene jurada, y ésta mañana ha venido con esa cosa, diciéndome que me la clavaría.

-         Eso no es verdad – respondió Ted, con calma.

-         Es cierto que os vieron discutir en el baile, Theodore. – repuso el director.

-         Sí, porque él no sabe ser un caballero y yo tuve que  ocupar su puesto. Llevé a su novia a casa y supongo que a él no le sentó muy bien.

Una punzadita de orgullo empezó a crecer dentro de mí, pero antes de poder expandirse la conversación continuó, y me concentré en lo que decían.

-         Es tu palabra contra la suya, Theodore, y hay testigos que dicen que vieron cómo le amenazaste con el arma.

-         No dudo que Jack tiene buenos amigos, señor, y que sabe cómo convencerlos de que corroboren su versión.

-         Señor, yo vi el muñeco – intervino Mike – Vi el cuchillo ahí clavado. Ted está diciendo la verdad.

-         ¡Él también me amenazó! – dijo el tal Jack.  - ¡Dice eso para exculparse!

-         Como usted dice, director, es mi palabra contra la suya. – respondió Ted.  En ese momento pensé que mi hijo los tenía cuadrados. No estaba ni enfadado, ni asustado, ni alterado. Tenía una calma admirable. ¿Acaso guardaba algún as bajo la manga?

-         No has actuado como alguien inocente, Theodore. Si encontraste eso en tu taquilla debiste venir a verme de inmediato. Eso me da motivos para creer que es Jack quien está diciendo la verdad.

-         Yo no voy a decirle lo que debe creer, director, pero Agustina podrá decirle lo que pasó de verdad anoche. Considero mucha casualidad que alguien me llame “negro de mierda” y al día siguiente aparezca eso en mi taquilla.

Abrí mucho los ojos al escuchar aquello. Yo no había tenido ocasión de hablar con él sobre la noche anterior, pero no me gustó un pelo lo que estaba escuchando. A esas alturas yo estaba seguro de que Ted no había hecho nada malo, porque de ser así su actitud sería otra.

-         Señor director, no voy a permitir ataques racistas contra mi hijo – declaré, con agresividad furiosa.

-         Por supuesto, señor Whitemore, el centro tampoco. Jack ¿tienes algo que decir?

-         ¡Está mintiendo!

-         Frederick, Agustina y yo fuimos testigos, señor – dijo Mike, de nuevo. – Ocurrió como dice Ted. Jack peleó con su novia y fue bastante grosero, así que Ted la defendió. Jack y él discutieron un poco, y Ted acompañó a Agustina a su casa. Esta mañana encontramos ese muñeco en su taquilla, y …

-         ¡Se lo está inventando! – cortó Jack, pero Mike le ignoró.
-         …como yo sabía que Ted era demasiado idiota como para venir a decírselo, y temiendo que su intención no fuera esperar a última hora sino no hacerlo nunca, saqué el muñeco por mí mismo. Pero dejé el cuchillo donde estaba porque me di cuenta de que cortaba de verdad. Aquí está la prueba – dijo Mike, y sacó un muñeco de su mochila. Ah. Por eso Ted estaba tan tranquilo. Debía de saber que el muñeco no había desaparecido, sino que Mike lo había cogido. Efectivamente, él no parecía sorprendido.

El muñeco era a todos los efectos tal cual Ted lo había descrito.

-          Cuando usted nos llamó para venir a su despacho antes de poder venir a decirle nada,  supuse que Jack habría inventado cualquier historia.  Ha sido divertido ver cómo se ha condenado él sólo, con sus mentiras.  – prosiguió Mike -  La verdad es que al decir que no existía el muñeco nos ha hecho un favor muy grande, porque si no, no sé de qué otra manera hubiera podido demostrar que estaba mintiendo. El muñeco está aquí, tal como lo ve, así que lo que dice Ted es cierto.

Se hizo el silencio. Mike estaba disfrutando el momento, lo sé. Y yo también. Y creo que hasta el director, un poco.

-         ¿Jack? – preguntó el director, al ver que se había quedado mudo. El chico miraba a Mike con una furia que me dio algo de miedo. Me estremecí. Acababa de ganarse un enemigo, y uno con mucho odio dentro…

-         Hijo, ¿es cierto? – interrogó, el que debía ser su padre.

Parecía que el chico iba a reventar, en serio. Estaba rojo de ira y daba muy mal rollo. Y entonces, explotó.

-         ¡MARICÓN DE MIERDA! ¡ME LAS VAS A PAGAR CAPULLO, ¿ME OYES?! ¡HIJO DE PUTA!

Estas y otras lindezas fueron saliendo de los labios de aquél muchacho, mientras su padre a duras penas trataba de contenerlo para que no se lanzara encima de Mike, o de Ted. No sé bien a por cuál de los dos iba.

-         Jack, mide tus palabras… - empezó el director, pero Jack no atendía a razones.

-         ¡TE DESTROZARÉ! ¡ESPERA A QUEDARTE SOLO! ¡TE HARÉ LO QUE A ESE MUÑECO, MAMONAZO! ¡TE RAJARÉ!

Entre el padre y el director sacaron al chico de allí. Se oyeron gritos en la habitación contigua, y luego silencio, pero todos habíamos escuchado claramente un “Queda expulsado de este centro a efectos inmediatos. Lléveselo ahora mismo o llamaré a la policía”.

Permanecimos en silencio mientras escuchábamos esto, y cuando el director entró de nuevo, unos dos minutos después, estaba sudando, despeinado, y con la corbata descolocada. Se adecentó un poco y carraspeó.

-         Lamento mucho esta… situación. Y siento el malentendido, muchachos, señor Whitemore… Especialmente siento haberte culpado, Theodore. Por lo visto Jack se arrepintió de haber dejado eso en tu taquilla, pensando sin duda que la broma podía salirle cara, y como tú aún no habías dicho nada fue a retirarlo, creyendo tal vez que aún no lo habías visto. Pero sólo encontró el cuchillo, se puso nervioso, y se inventó que tú le atacaste. No tenía motivos para pensar que estaba mintiendo dado que además hubo chicos que corroboraron su historia. Señor Whitemore, si usted quiere presentaremos cargos… abrir una taquilla ajena equivale a una sanción, pero las amenazas, los comentarios xenófobos y la portación de armas contundentes no sólo implica expulsión inmediata sino que son motivo de denuncia.

-         Le agradecería que no lo hiciera – intervino Ted. – Jack ya me odia bastante y en realidad no quiero meter a nadie en problemas con la policía – añadió, pensando, seguramente, en Michael. No quería hacer que nadie siguiera el destino de su hermano. Sorprendido, percibí que Ted sentía lástima… Mi chico era demasiado bueno. Intercedía por el chico que le había insultado, injuriado y en definitiva puteado. Estoy seguro de que si no delató inmediatamente la broma pesada del muñeco y el cuchillo fue porque no quería que Jack se buscara problemas.

¿Qué clase de troglodita salvaje amenaza a alguien dejando un cuchillo en su taquilla, como diciendo “esto es lo que te va a pasar”? ¿Qué había podido hacer Ted para inspirar semejante odio en una persona? Por alguna razón, las malas personas se ceban con las buenas. Quizá porque saben que no van a devolver el golpe.

El director nos informó por cortesía sobre las medidas que se iban a tomar contra Jack y los que habían verificado su  testimonio. El  suceso quedaría en su expediente, Jack sería expulsado y los demás chicos sancionados con una semana de suspensión. Yo no pude evitar pensar lo que Mike, con su atrevimiento natural, expresó en voz alta:

-         … Y Jack sólo tendrá que buscarse otro colegio donde probablemente volverá a ser el rey del mambo porque su padre es rico y el es un crack del rugby. ¿No es increíble lo barato que sale ser un cabronazo?

-         Michael… - llamó la atención el director, pero en realidad parecía estar de acuerdo. Me miró a mí fijamente antes de preguntar. - ¿Está seguro de que no quiere reconsiderar el poner una denuncia?

-         La decisión es de Ted – dije, no sin cierto esfuerzo, porque cuanto más lo pensaba más ganas tenía de darle una paliza al soplagaitas ese con aires de mafioso.

-         Jack no me amenazó con el cuchillo, y tampoco me agredió. Simplemente lo dejó en mi taquilla – dijo Ted.

-         Por el mero hecho de demostrar que podía hacerlo, Theodhore. Fue como decir “este muñeco eres tú, mira lo que voy a hacerte” – dijo el director.

-         Sólo está celoso.

-         Tío, también está lo de los panfletos… Seguramente él estuviera detrás de eso también….y sabes que lleva meses dando por culo a Fred.

-         Mike, habla bien, leñe. – regañé, y Ted soltó una risa porque yo mismo había soltado una mala palabra al decirlo. Ups.  - ¿A qué panfletos te refieres?

-         La semana pasada repartieron unas hojas con una foto retocada de Ted, como insinuando que debido a la operación no podía seguir siendo el capitán del equipo de natación. Además alguien cambió una diapositiva de la clase de Arte poniendo una foto vuestra.

-         ¿Cómo es que yo no sabía ninguna de esas cosas? – pregunté, sorprendido, mirando a Ted. Nadie me respondió.

-         Estaba al tanto de lo de las diapositivas pero desconocía lo de los panfletos –  dijo el director. – Debiste decírmelo, Ted. – protestó el hombre, abandonando el nombre completo y mostrando una sincera preocupación.

-         Debiste – convine yo, frustrado. Y pensar que estaba preocupado por el acosador que molestaba a Cole... ¿es que no había aprendido nada de su hermano pequeño? ¿Él también decidía no contármelo a mí?

-         Ya da igual – respondió Ted. – Si me alegro de que Jack se vaya es porque Fred no tendrá que aguantarle más.

-         Tampoco sabía lo de Frederick – dijo el director, frunciendo el ceño.

-         Hay muchas cosas que usted no sabe – repuso Mike, con algo de burla. Instintivamente le di una colleja. - ¡Au! ¡Sólo he dicho la verdad! Qué carácter, jopetas.

Me mordí el labio para no sonreír, y vi como Ted hacía lo mismo. Mike tenía la capacidad de decir en voz alta lo que Ted, sabiamente, se limitaba a pensar.

El director tosió, creo que para esconder la risa.

-          Sólo nos queda tratar un asunto. Michael, técnicamente, tú también forzaste la taquilla de Ted.

-         ¡Qué va! Me sé su combinación. El muy imbécil no la cambia desde hace cinco años. A mí me viene genial para coger su cuaderno y copiarle los deb….Esto, creo que mejor me voy callando.

-         Sí. Sí, mejor te vas callando  - gruñó el director, haciendo como que recolocaba unos papeles.

-         Mike sabe mi combinación y yo sé la suya – intervino Ted – Tenemos confianza. Además, creo que tengo que agradecerle que cogiera ese muñeco, o Jack nos habría dejado sin ninguna prueba.

-         No, si encima hay que aplaudirle… - farfulló el director en voz baja – Bien, en ese caso… Ya es hora de que volváis a clase.

-         Quisiera que Ted se viniera conmigo – intervine. Quería hablar con él de lo que había pasado y consideraba que había tenido demasiadas emociones para un solo día. No debería haberle dejado ir al colegio. Ni siquiera había dormido, preocupado por Alejandro.

-         ¿Qué? ¡Ni hablar! Ya me perdí demasiadas clases por lo de la apendicitis. Luego querrás que te traiga buenas notas. No, no, yo me quedo. Te veo a la salida – declaró, con firmeza. Pequeño gran cabezota. Le dejé salirse con la suya y abandonamos el despacho.

Intenté despedirme de Ted con un beso en la frente, pero no me dejó porque estaba Mike delante. Si cuando digo que es cabezota…

Regresé a casa sintiéndome algo idiota por haber pensado aunque sólo fuera por un segundo que Ted era culpable. No pude quitarme de la cabeza la inquietante mirada de ese buscapleitos… Jack tenía aspecto de ser alguien peligroso. Me sentía muy aliviado al saber que no iba a estar cerca de mi hijo nunca más.

Cuando estaba metiendo la llave parar abrir la puerta de casa, Alejandro me abrió bruscamente dejándome con ellas en la mano:

-         Eres un déspota, tirano, mandón, intransigente, intolerante y…

-         Bueno, bueno, ¡yo también te quiero, oye! – interrumpí,  con ganas de sonreír pero sin hacerlo porque, aunque fuesen insultos cultos, no dejaban de ser insultos. - ¿Qué forma de recibirme es esa?

-         ¿¡Qué le has hecho a Ted!? – exigió saber, y miró por encima de mí, como si esperase ver su cuerpo desmembrado, o algo así.

-         Le maté y enterré su cadáver. ¿Quieres quedarte con su cama?  - dije, con infinito sarcasmo, mientras entraba en casa.

-         Oye, vale que siempre esté detrás de mí haciendo méritos para llevarse un sopapo, pero el único que puede pegarle soy yo ¿¡te enteras!? – me espetó, mientras comenzaba a seguir cada uno de mis pasos.

-         Eh…no, en realidad no. Como le pegues aunque sólo sea una colleja haces sus tareas durante un mes.

-         ¡No sé cómo tienes la caradura de hacer como que le defiendes después de lo que le has hecho!

Me giré para mirarle, más feliz que molesto por las ansias de Alejandro de proteger a su hermano. Solía ser al revés. A decir verdad, Alejandro no acostumbraba a ser el intercesor de Ted.

-         Pues eso será porque no le he hecho nada. Ted era inocente. El cuchillo no era suyo y él no ha hecho nada malo. Y te lo habría explicado todo si no hubieras dado por supuesto que me lo había cargado antes incluso de dejarme entrar por la puerta.

-         Ups. Hola, papi. – saludó Alejandro, como si no hubiera pasado nada, y me dio un abrazo.  Me reí y le apreté suavemente antes de soltarle.

Temía sacar el tema, pero tenía que hacerlo…

-         Oye, estás muy…cariñoso… y aunque es genial, y no dejes de serlo, por favor… no me gustaría que fuera por algún absurdo temor de que todavía esté enfadado. – le dije. Alejandro me miró fijamente, sin perder esa ternura infantil en la mirada que había tenido en las últimas horas.

-         No es eso… es que… - empezó, pero no terminó. Sujeté su barbilla con el índice y el pulgar, haciendo que me mirase a los ojos.

-         ¿Es que? – animé.

-         Has sido justo conmigo. Estabas enfadado, pero no me has castigado por eso. No lo has usado para descargarte. Hiciste…hiciste que sintiera que me querías.

Glup. Eso que apretaba mi garganta debían ser mis pulmones, o tal vez mi corazón.

-         Es que te quiero, hermanito.

Alejandro abrió mucho los ojos. Se contaban con los dedos las ocasiones en las que yo les llamaba hermanos o insinuaba siquiera que lo éramos. Le sonreí, para que no lo viera como que le negaba como hijo o algo de eso, y le di otro abrazo.

-         Si te hubiera hecho sentir de otra manera no podría perdonármelo. – susurré.

-         Me… me gusta.

-         ¿El qué?

-         Que me llames hermano. Me gusta.

-         A mí me gusta más decirte hijo. Pero no me olvido de que eres las dos cosas y creo que eso te beneficia mucho, porque me hace ser más suave contigo.

-         ¡Suave una porra!  - refunfuñó, y yo sonreí. Ahí estaba mi hijo de vuelta, gruñón, tal como le conocía.

El resto del tiempo hasta que vinieron los demás le hice estudiar un poco, para el examen y cuando fue la hora de recoger a sus hermanos le pregunté si prefería quedarse en casa.

-         ¿Ya te has cansado de estar conmigo, o qué? – preguntó, en tono de broma.

-         De eso no me cansaré nunca…. Y ya que lo mencionas… En poco tiempo tendré que pasar mucho tiempo fuera de casa, promocionando el nuevo libro, así que tendré que contratar una niñera – le dije, y al ver su cara de “estoy a punto de morderte,” me apresuré a añadir – Para tus hermanos pequeños.

-         A los enanos no les gustará. Ya sabes lo que hicieron con la última…

-         Tú sigue culpando a tus hermanos. Sigo estando convencido de que quien la tiñó el pelo fuiste tú. Kurt y Hannah ni siquiera sabían leer las instrucciones del tinte por aquél entonces.

-         Pudo ser Cole.

-         Y también Ted, pero ambos sabemos que eso no cuela – contrataqué. Alejandro no dijo nada más, lo que me dio a entender que yo tenía razón y fue él, pero tampoco parecía sentirse culpable, la verdad. Sus hermanos no le delataron, porque consideraban que esa mujer era una bruja y se alegraron de que dimitiera. Me propuse elegir mejor aquella vez. Hacía casi dos años que no contrataba una niñera y de hecho me preguntaba si no bastaría con Ted y Michael… pero no quería cargarles ellos con tanta responsabilidad. Dejarles todas las tardes a cargo de aquél circo podía desgastarles, y los dos tenían obligaciones. Michael, de hecho, volvería bastante tarde de su trabajo con la policía.

Alejandro decidió quedarse y yo abrí la puerta para irme, pero antes de cerrarla me gritó:

-         ¡Pues que sepas que fue Zach!

Vale, eso sí me lo creía. Salí y no pude contener una risa, recordando alguno de los mejores inventos de los gemelos en contra de las “niñeras malvadas no deseadas”, como ellos las llamaban. El problema es que todas las niñeras eran horribles para ellos. No había ni una sola que les gustara porque lo  que en realidad pasaba es que odiaban quedarse a cargo de alguien que no fuera yo.  A mí tampoco me gustaba un pelo, y por eso una cuidadora no era algo habitual en mi casa, pero a veces era necesario…

Cuando llegué al colegio casi todos habían salido ya. La clase de Alice tardó un poquito más y mi bebé salió por fin en fila, agarrada a la ropa del compañero de delante tal y como les enseñaran para no perderse. Me sonrió plenamente y se soltó, olvidándose de su compañero, de su profesora y de todo, para correr hacia mí.

-         Hola, cosita – saludé, encantado. Su maestra sonrió desde lejos y me saludó con la mano.

-         ¡Papi!

-         ¿Qué tal hoy en el cole? ¿Has aprendido mucho?

-         Sí. He aprendido que si tienes el pelo largo Jonny Beckett te lo corta.

El resto de mis hijos estallaron en carcajadas, salvo Kurt, que pareció algo avergonzado porque esa era una travesura que él también había hecho y seguramente lo recordaba.

-         Menos mal que tú tienes coletitas, entonces. Qué malo es ese Jonny Beckett. – dije, y la di un beso. – Vamos a casa – anuncié, puesto que ya estamos todos.

-         Papá…¿y Alejandro? – preguntó Barie. Creo que ella fue la elegida para formular lo que todos estaban pensando. Sonreí al recordar a Alejandro preguntándome por Ted en ese tono exacto.

-         No sonrías y dínoslo – atajó Harry - ¿Está en casa? ¿Ha vuelto a irse? Ted nos ha contado lo que pasó ayer.

-         Vuestro hermano hizo ayer muchas tonterías, pero eso ya está olvidado y no necesita que nadie se lo recuerde, ¿de acuerdo? – dije, mirando especialmente a los mayores.

-         Entonces, ¿está bien? – preguntó Ted.

-         No. Le he torturado lentamente y echado sus restos a las llamas. – resoplé, y Hannah jadeó. Empezaron a brillarle los ojos y corrió hacia Ted, llorando. – Pero bonita, que era broma. ¿Cómo crees…?

-         Brillante, papá. Eres un genio – replicó Ted, cogiéndola en brazos.

Me pasé los siguientes minutos intentando convencer a Hannah de que su hermano estaba perfectamente. A veces me olvidaba de que no debía ser sarcástico con mis hijos pequeños. Aún no entendían el humor negro.

Mi pequeña no parecía tenerlas todas consigo, pero creo que finalmente la convencí de que no había cometido infanticidio. Según ella, no obstante, yo “era muy malo” y Alejandro “necesitaba muchos mimos”.

Antes de coger el coche, cruzamos a la tienda de enfrente del colegio porque querían comprar chuches, y cuando me lo pedían todos a la vez y con esa mirada de dibujo animado no podía negarme. Salí de allí con un cargamento de golosinas y chocolatinas. Hannah tiró de mi manga pidiendo uno de los chocolates y yo leí los ingredientes antes de nada.

-         Lleva avellanas, cariño. No puedes comerlo. Ten, toma una chuche.

Hannah era alérgica a los frutos secos. La mayoría de las chocolatinas llevaban, o según las etiquetas “podían contener trazas de frutos secos”. Es por eso que yo solía comprar específicamente de aquellas marcas de las que sabía que no contenían, pero en esa tienda no las había.

-         Pero yo quierooo.

-         En casa tengo chocolate. Cómete una chuche y luego te doy, ¿vale?

-         ¡No! ¡No quiero una chuche, yo quiero eso! – protestó, chillando un poco.

-         Pero no puedes tomarlo, princesa. – repetí, y agarré su mano para ir al coche. Ella, enfadada, se soltó y salió corriendo pero Ted la agarró entonces.

-         No se corre, Hannah. Y menos cerca de la carretera – regañó. Y tal vez por la llamada de atención de su hermano, o tal vez porque no le daba la chocolatina, empezó a llorar. Ted trató de consolarla. – Shhh. Bueno, no es para que llores, enana.

-         ¡Yo quiero comer lo mismo que Kurt! – lloriqueó.

Lentamente me acerqué a ellos y la cogí de los brazos de Ted. Aparte de un capricho infantil lo que le pasaba a mi niña es que  se sentía mal por no poder comer lo mismo que los demás. La di un beso y la acaricié el pelito.

-         En casa te daré un trozo así de grande ¿vale? – dije, exagerando con los gestos a un tamaño imposible - Y además está más rico.

Hannah sorbió por la nariz y me miró con un puchero.

-         Entonces dame del de Michael – replicó.

-         ¿Sin azúcar?  - pregunté, extrañado, pensando que debía de saber a rayos. Pero ella parecía muy convencida de querer comer lo mismo que él, así que accedí. – Está bien. Del de Michael.

Pareció conformarse con eso y por fin pudimos irnos al coche. En el camino de vuelta, sin embargo, la vi meter la mano un par de veces en la bolsa con los chocolates, que Kurt llevaba detrás. Hacía años había renunciado a eso de “no se come en el coche”. A veces era lo único que les podía mantener entretenidos y me importaba más tener un viaje tranquilo que la tapicería.

-         Hannah, no. – advertí, mirándola a través del reflejo del retrovisor.  Tras repetirlo un par de veces ella se cruzó de brazos, enfurruñada.

Cuando llegué a casa, y mientras sacaba del maletero la mochila de Alejandro, que era muy grande y no cabía en otro sitio porque ese día había tenido gimnasia, escuché un jadeo. Luego un silbido. Y luego vi a Hannah con problemas para respirar. Tuve ganas de soltar una palabrota, y de hecho no sé si lo hice.

-         Ted, trae el antihistamínico – pedí, en cuanto le vi salir de su coche. Él voló dentro de casa y mientras tanto yo examiné a Hannah con el corazón en un puño. Tenía la piel alrededor de los labios muy roja y respiraba con dificultad, como efecto de la reacción alérgica.
-         Lo cogiste ¿verdad? ¿Comiste la chocolatina? – pregunté, y ella lloriqueó un poco. Ted vino corriendo con una cajita en la mano. Le di el medicamento a Hannah y luego la cogí en brazos y me mecí con ella, mientras la reacción remitía y ella se calmaba. Llevó un rato, pero finalmente la irritación de la piel disminuyó y sentí que sus pulmones ya no silbaban, aunque seguía respirando raro porque estaba llorando un poco.

- Lo…snif…lo siento – gimoteó.

-         Tuviste que cogerlo, ¿eh Hannah? Papá te dijo que no, pero tú lo hiciste igual. – regañé. Ella lloró más fuerte y decidí estarme calladito o no conseguiría que se calmara ni en un millón de años. Cuando noté que iba dejando de llorar me fijé en que todos mis hijos nos miraban algo preocupados, pero aliviados porque ella estaba bien.

Me encontré ante un dilema. Hannah se había llevado un buen susto y había tenido una reacción alérgica. Lo único que yo quería hacer en ese momento  era consolarla y hacer que se sintiera mejor. Pero por otro lado me había desobedecido a algo que yo la había dicho varias veces, y encima en asuntos de salud, los cuales yo me tomaba muy en serio. Dudé sobre si debía castigarla, pero en realidad sabía que tenía que hacerlo.

- Hannah, me has asustado mucho ¿sabes? – susurré. La alergia de mi niña no era mortal. No es como si fuera a darle una anafilaxia, pero sí podía ponerse bastante mala, y el susto me lo llevé igual.

-         Perdón…

-         No se trata de pedir perdón ahora. Papá te dijo que no lo cogieras. Te expliqué por qué, y te lo repetí varias veces. Nunca debes desobedecerme, pero mucho menos cuando se trata de evitar que te pongas malita. – regañé, mientras entrábamos en casa, con Hannah en brazos todo el rato.

La reacción alérgica hizo que los demás olvidaran un poco lo de Alejandro, pero aun así al verle Barie corrió a abrazarle.

-         Ted me lo ha contado. – le dijo. - ¿Estás tonto?

-         Pues… un poco tal vez….

-         No has ido al cole – apuntó Alice.

-         Nop.

-         Fuiste malo. – acusó ella. Me pregunté qué la habrían contado exactamente, porque estaba seguro que no sabía y que de saberlo no entendería todo lo que había hecho su hermano.

-         …Sí.

-         ¿Papá te hizo pampam?

-         Alice, déjale…- intervino Ted.

-         Sí, enana – respondió Alejandro, visiblemente ruborizado. Entonces Alice se acercó corriendo y tiró de él para que se agachara. Cuando lo hizo le dio un beso y Barie soltó un “Owwww” que reflejaba lo que todos estábamos pensando. Alejandro se rascó la nuca, muerto de vergüenza, y luego carraspeó, como si no hubiera pasado nada. - ¿Y vosotros que contáis? ¿Hannah ha tenido una alergia? – preguntó. Supongo que vería entrar a Ted o nos oiría cuando estábamos fuera.

-         Por comer lo que no debía – dije yo, y Hannah escondió la cabeza en mi pecho.

-         Papi… no me …

-         Ni te molestes en decir que no te castigue – interrumpí yo. – Te has ganado unos buenos azotes, por desobediente y caprichosa.

Hannah empezó a llorar otra vez y lo cierto es que en lo que iba de tarde mi princesa no había hecho más que llorar. Lo confieso, aunque quería a todos mis hijos con la misma intensidad, las niñas eran mi debilidad. No porque las tuviera más cariño, sino porque eran… mis cositas delicadas. Cada vez que castigaba a una de ellas me sentía un horrible torturador.

-         Cariño, tienes que aprender a hacerme caso… - susurré, y me la llevé escaleras arriba, a su habitación.  Una vez en su cuarto me senté en su cama, y ella se tapó el trasero con las manos. Yo se las quité con delicadeza. – Escúchame. Sabes que no puedes comer cosas que tengan frutos secos. Te pones malita. No es porque yo no quiera que lo tomes, princesa.

-         Snif.

Ese sonido fue su única respuesta, acompañado de unos ojitos que sin duda iban destinados a hacerme cambiar de opinión… Normalmente lo habría hecho…En ese momento habría dejado pasar cualquier travesura con tal de no ver esa carita….Pero se trataba de su salud. Hice de tripas corazón y la tumbé encima mío. Ese día llevaba un pantaloncito elástico, así que se lo bajé un poquito, dejando a la vista su rompa interior rosa.

PLAS

Ella nunca lloraba al primero.

PLAS

Se estremeció un poquito….

PLAS

-         Bwwwwwaaaaa

PLAS PLAS PLAS

-         Ay….sniff…buaaa

Coloqué su ropita y la incorporé para sentarla sobre mis rodillas.

-         Ya… ya…bueno, shhhh. Yo te quiero mucho, bebé, y por eso no puedo ver cómo te pones malita por culpa de la alergia.

Ella no dijo nada, pero se abrazó a mí para seguir llorando sin que mis caricias al parecer la confortaran.

-A mí no me gusta hacerte llorar, cariño, pero sabes que si no me obedeces te castigo. Ya dejamos de estar tristes y nos portamos bien ¿bueno? – susurré, cariñosamente, y la di un beso. Ella se colgó de mi cuello y poco a poco fue dejando de llorar.

Al poco sentí algo en mi pelo, como pequeños tironcitos, y me di cuenta de que me estaba haciendo una trencita, con mechones muy pequeños. Estaba muy seria y con los ojos llenitos de lágrimas mientras lo hacía.

-         Ahá. ¿Ahora eres peluquera? – pregunté, y la apreté el costado para hacerla cosquillas. Ella asintió y siguió a lo suyo, sin decir nada. La ladeé un poco y empecé a darle besitos por toda la cara.  – Ya no estés triste.

-         Yo no quería hacerte enfadar.

-         No me he enfadado, bebé, me he asustado mucho, que es distinto. Pero si no quieres que me enfade ni que me ponga triste, haz caso de lo que te digo ¿mm?

Hannah asintió, despacito. Luego se movió para cambiar de posición y empezó a llorar otra vez.

-         Ey…no, no… princesita ¿qué pasa?

-         Quiero un besito…

-         Y dos, mi amor. – se los di, y la abracé muy fuerte. Y, tan pronto había empezado a llorar, dejó de hacerlo. La miré desconcertado. ¿Tanta facilidad tenía para llorar a voluntad? Tal vez debiera contratarla para que me diera unas clases de actuación.

-         Eres malo. Le diste a Alejandro en el culito y también a mí.

-         Yo no soy malo, princesa. ¿Quién desobedeció aquí, eh?

-         Pero… le pegaste a tu princesita… - gimoteó. Se me cayó la mandíbula. Pequeña cosa manipuladora.

-         Sí, pero es que mi princesita no se portó bien.

Ella puso un puchero, pero lo quitó cuando la acaricié la cabeza.

-         Bueno, ya no lo hagas más – dijo, como quien hace una concesión indulgente. Como si yo hubiera sido el que había hecho algo malo, y ella me estuviera perdonando.

-         No lo haré, si tú haces caso de lo que te digo.

-         Hum.  – respondió, indicando que no estaba muy conforme.  Se incorporó un poco y retomó su labor con mi pelo, con algo de torpeza porque aún no sabía hacerlo bien. Se quedó mirando la trencita fijamente, porque algo no la cruadraba.

-         Se hace con tres mechones, peque. Mira ¿ves? – expliqué, usando su propio cabello.

Se le iluminó el rostro cuando creyó entender y deshizo la trenza para empezar de nuevo.  Se la veía realmente concentrada.

- ¡Tá! – dijo cuando terminó.  Yo no supe si quería mirarme al espejo o no… Con ella en brazos, caminé al baño y me miré. La trenza era tan delgadita que se camuflaba entre mis rizos. Hannah admiró su obra y luego enredó las manos en mi pelo, como si yo fuera un  peluche viviente. Hacía eso desde bebé y por mí podía hacerlo toda la vida.

-         Mira qué guapo me has dejado – bromeé, y ella se lo tomó como el mejor de los halagos. Sonrió, apoyó la cabeza en mi hombro, y se llevó el dedo a la boca. No supe si quería aparentar ser menor de lo que era o si la salió como algo natural, pero en ese momento era mi bebé, en todos los sentidos de la palabra.  - ¿Tienes sueño?

-         No – dijo, pero bostezó.

-         ¿Te quieres echar una siesta? – pregunté. Los niños de la edad de Alice tenían lo que llamaban “hora de la siesta” en el colegio, pero los de Hannah y Kurt ya no.

-         No – protestó, pero acabó en otro bostezo.

-         ¡Ja! Yo creo que sí. Me parece que todos vamos a dormir esta tarde. Papá también está muy cansado, y Ted, y Alejandro y Mi…

-         ¿Michael? – preguntó, sin dejarme terminar. De pronto se desperezó y sonrió, haciendo que el nombre sonaba como algo casi celestial.

-         S-sí. Aún no ha vuelto, pero cuando lo haga estará muy cansado, seguro. – expliqué, recordando que él también se había pasado la noche en vela.

-         Pues le espero. – dijo, frotándose los ojos, como para aguantar despierta.  No terminaba de entender la fascinación que tenía por él. Le adoraba incluso antes de conocerle.

-         Le quieres mucho ¿no? – pregunté, separándola un poquito para poder acariciarle la cara. Sostenía todo su peso con mi brazo derecho y en ese momento la sentí muy frágil, como si pudiera romperla si no me andaba con cuidado.  Ella se limitó a asentir. - ¿Por qué?

-         Tiene nombre de príncipe – respondió.

-         ¿De príncipe? – pregunté, entre confundido y divertido.

-         Ahá. Si soy una princesa, tendré que tener un príncipe. Ya sabes, como un novio.

Cof, cof. Por poco se me cae de las manos. ¿Novio? ¿Mi bebé? Pero…pero…

“Son cosas de críos. Ni siquiera  sabe bien lo que es un novio. Sonríe y ya, bobo” dijo mi cerebro. Mi corazón, sin embargo, quería retroceder varios años al pasado, a la época en la que si algún hombre quería acercarse a mi princesita tenía que pasar por un examen mío primero.

-         ¿Novio?

-         ¡Sí! ¡Para que me dé un beso y me despierte cuando estoy dormida, como la princesa del cuento!

-         Pero eso ya lo hago yo, princesita – respondí, y para demostrarlo  la besé en la frente. Ella sonrió y apretó el agarre sobre mi cuello.

-         Pero tú no puedes ser mi príncipe.

-         ¿Y por qué no? – protesté, fingiendo un puchero.

-         ¡Porque tú eres el rey!

Me la comía. Un día de estos, más pronto que tarde, me la comía enterita.

-         Un príncipe tiene que ser grande – continuó ella.

-         Yo lo soy…

-           Y fuerte… y guapo… ¡y de color marrón!

-         ¿De color marrón? –  inquirí. Ahora sí que estaba perdido.

-         Claro. Como Ted. Él es el príncipe de Alice así que Michael tiene que ser el mío – explicó, como si tuviera una lógica evidente.

Contuve una risita, mientras me imaginaba a Ted con corona.

- Tienes razón, princesita. Es imprescindible que sea marrón.

Si hubiera podido pedir un deseo en ese momento, hubiera sido que mi niña no creciera nunca. Aunque claro, ese era un deseo egoísta. Ella tenía que crecer, aprender, vivir su vida… Pero para eso quedaba mucho mucho tiempo. Aún tenía que estrujarme el corazón  por unos cuantos años más.

Como invocado por el hecho de que hubiéramos estado hablando de él, Ted  se asomó a la puerta del baño, que habíamos dejado abierta.  Debía de haber estado buscándonos. Entonces recordé que tenía mucho que hablar con él, pero antes de poder decirle nada nos abordó:

-         Enana, ¿estás bien? – preguntó. Avanzó un poco y la examinó de cerca, pero Hannah ya no tenía ronchas rojas. Todo síntoma de alergia había desaparecido. Se descolgó de mi  cuello para colgarse del de Ted y puso un puchero mimoso.

-         Papi es maloooo – protestó, más bien de broma, porque me sonreía mientras se quejaba. Sin embargo Ted no debió de interpretarlo así, porque se puso rígido y me miró con cierta frialdad. La frialdad en Ted era signo de que iba a triturar a alguien, y me daba la impresión de que ese alguien era yo. 

-         ¿Te ha castigado? – preguntó, y Hannah asintió, con perfecta cara de víctima.

-         ¡Dile que es malo!

Ted no respondió, y eso me dio mala espina. La besó en la frente, la dejó en el suelo y la dijo que Kurt la estaba esperando para jugar. Cuando Hannah se fue, mi hijo mayor me lanzó una de esas miradas de “estás en problemas” que no tendrían que haberme preocupado dado que el padre allí era yo, pero que siempre lo hacían porque me sentía como juzgado por el tribunal de la Inquisición.

-         ¿En serio? ¿En serio la has castigado? – me reprochó.

- Ted, ya has visto lo que ha pasado. Comió la  dichosa chocolatina, por más que la dije que no antes y después de meternos en el coche. Se lo habré repetido veinte veces en todo el camino, y aun así tuvo que cogerla, provocándose una reacción. Me he asustado mucho.

-         ¡Más se asustó ella! ¡Se asustó tanto que lloró! ¡Ya había aprendido la lección, joder! No iba a hacerlo más. Se pone enferma y tú encima la pegas. Vaya un padre de mierda.

Abrí mucho los ojos. Mmm. ¿Ese era Ted o Alejandro? Esto… ¿hola? ¿Seguro que era él el que acababa de hablarme mal? ¿Ted? ¿El mismo chico al que tenía que buscar una buena forma de premiar por todas las cosas buenas que había hecho? ¿El mismo chico que había aguantado que lo acusaran en falso y lo amenazaran sin decir ni una mala palabra?

-         ¿Disculpa? – susurré, levantando una ceja.

-         Eh…esto…yo…

-         Tú no estás hablando con alguno de tus amigos. Estás hablando conmigo.

-         Pe…perdón. Es que… - balbuceó, mirando al suelo. Se le veía muy avergonzado y no pude evitar fijarme en las ojeras que enmarcaban sus ojos. Cualquier atisbo de enfado que yo pudiera sentir se transformó en comprensión.

-         Es que no has dormido nada esta noche, y deberías estar en la cama y no aquí rumiando tu irritabilidad. Ale, a dormir.

-         No eres un padre de mierda… - susurró, arrepentido. Le sonreí,  para que viera que no había resentimientos. – Lo siento…

-         Ya, ya. Vamos, acuéstate un rato que luego tengo muchas cosas que hablar contigo.

-         ¿Sobre qué? – preguntó, con algo de desconfianza.

-         Sobre lo que pasó hoy en el colegio, sobre tu fiesta de ayer, sobre una radio nueva para tu coche… - enumeré, como con indiferencia, pero a Ted no se le pasó desapercibida mi última frase. Le brillaron los ojos y parecía a punto de ponerse a saltar.

-         ¿De verdad?

-         Ya veremos. Pero si no te  vas a dormir, desde luego que no.

-         En serio lo siento mucho… - reiteró. Como sabía que no había otra manera de que entendiera que no estaba enfadado, le abracé.

-         Sólo estabas defendiendo a tu hermana. Y una parte de mí está de acuerdo contigo. Otra prefiere asegurarse de que no vuelva a hacer nada peligroso. Ella sabe perfectamente que no puede comer frutos secos y yo se lo repetí con paciencia y sin castigos, pero no quiso escucharme. Si soy malo por castigarla, pues que le vamos a hacer…. Pero sería peor si permito que le pase algo.  Entonces sí que sería un padre de mierda.

Ted apretó el abrazo, y soltó un ruidito mimoso, parecido a un ronroneo.

-         No debería haberte dicho eso.

-         No, no deberías, pero sé que es porque tienes sueño, porque tuviste un mal día, porque quieres mucho a tu hermana y porque te consiento demasiado – añadí, burlándome un poco y él me sonrió. Insólitamente, hasta el punto de que estuve a punto de pellizcarme para ver si es que seguía durmiendo, me dio un beso en la mejilla como si fuera uno de mis hijos pequeños. Ted, que restringía las carantoñas a un mínimo muy básico por una estúpida vergüenza o sentimiento de adultez.  Lo hizo despacito, además, con una ternura que hasta me hizo sentir incómodo.

-         No pasa nada si quieres consentirme siempre – indicó, con un brillo especial en la mirada, medio pícaro. – Sobre todo si eso significa que no habrá más castigos.

-         Ah, ¿y quién te ha dicho que no voy a castigarte? – chinché. Mi tono dejaba claro que estaba hablando en broma. Él se limitó a sonreírme sin llegar a deshacer el abrazo, como queriendo prolongarlo durante horas.

-         Gracias por creerme. – me dijo.

-         ¿Mmm?

-         En el colegio. Gracias por pensar que yo nunca amenazaría a nadie con un arma.

-         Después de lo que hizo ayer tu hermano, lo cual me demuestra que a veces el cerebro se os apaga por unas horas, podría llegar a pensar que se te pueden cruzar los cables y darte por llevar una navaja a clase, pero sé que jamás, ni bajo cualquier tipo de sustancia alucinógena, harías daño a nadie.

-         Gracias – repitió. Se separó de mí, y  soltó un bostezo.

-         Más vale que te vayas a la cama. No sé ni cómo aguantas despierto tras toda una noche en vela.

-         Me tomé un par de cocacolas en el recreo.

-         Pues ahora vas a tomar tu almohada, y te vas a ir a mi cama. –  indiqué, con firmeza.

-         ¿A tu cama?

-         Sí. De otra forma tus hermanos no te dejarán dormir.

-         Bueno… - accedió, no muy convencido. Le di un empujoncito para que lo hiciera de una vez, y él pilló la indirecta. - ¿Me avisarás cuando vuelva Michael? Quiero saber qué tal le fue.

Le dije que sí y por fin se fue a dormir. Ya habría tiempo para hablar con él después, aunque una parte de mí no pudo evitar pensar que siempre le dejaba para “después”. Sin embargo, esa vez no se trataba de hacerle esperar para ocuparme de alguno de sus hermanos, sino de la necesidad de que descansara un poco, que no era bueno que estuviera sin dormir.

Siguiente punto del día: lograr que los demás se pusieran a hacer deberes. Había días en que me lo ponían muy fácil, y días, como aquél, en el que tenía que recurrir a las técnicas budistas para no pegar cuatro gritos. Me entretuve un momento en el cuarto de Kurt y Dylan, extrañados porque hubiera una cama más en su habitación, y luego me requirió mi pitufa, Alice,  diciendo que tenía algo “muy importante” que enseñarme. Se trataba, cómo no, de su colección de unicornios. ¿Cuántos tenía? ¿Diez, doce? Todos tenían nombre, y ella había organizado un pequeño teatro que yo no podía perderme, a riesgo de herir sus sentimientos. Así que me senté en el suelo, y la escuché, fascinado por la fluidez de sus movimientos, para tratarse de alguien de sólo cuatro años.

-         Y Rosita se fue con Esmeralda para salvar a su amigo. Y el “malovado”  unicornio negro se…

Oye, si ninguno de mis hijos mayores quería ser escritor, aún tenía esperanzas en mi enana. ¡Cuánta imaginación!  La próxima vez me llevaba mi libreta, para apuntar ideas. =P

Justo cuando terminó la representación, que pudo durar sus buenos diez o quince minutos, ella se tiró a mis brazos y se sentó encima de mí, con una figurita en cada mano. Paseó a los unicornios de plástico por mis piernas mientras yo recalcaba y exageraba lo mucho que me había gustado.

En eso estaba cuando de pronto escuché gritos. Si esto ya me preocupó, la cosa emporó cuando esos gritos se mezclaron con llanto. Alcanzó cotas máximas cuando no identifiqué aquél llanto con el de alguno de mis hijos pequeños, que lloraran por una caída habitual a su corta edad, sino que venía de los mayores. Juraría, y no me equivoqué, que quien estaba llorando a voz en grito era Madelaine.

Volé a su habitación y lo que vi allí no lo olvidaré en la vida, por ser una de esas imágenes que se te quedan para siempre grabadas en la retina. Harry estaba dándole patadas a Madie, que estaba en el suelo tapándose como podía. Mi hijo estaba rabioso, y manifestaba una violencia y una ira que hacía que me costara mucho reconocer en él al niño que yo conocía. Reparó en mi presencia, pero no por ello detuvo su ataque. Yo estaba tan impactado que al principio no me moví, y no hice nada. Fue la brusca llegada de Ted y Alejandro, atraídos por los gritos, lo que logró hacerme reaccionar.

-         Harry´s POV -

Desde que empecé a trabajar para el vecino pocos días atrás, lo que hacía nada más volver del colegio era ponerme a contar el dinero, como quien comprueba que su tesoro sigue intacto. Aquellos cincuenta dólares me parecían mucho más especiales que cualquier otro dinero que hubiera tenido en mi vida, porque los había ganado yo. Yo sólo, con mi esfuerzo, abonando la tierra, quitando las malas hierbas, trasplantando aquél pequeño árbol y haciendo que las flores recobraran su antigua vitalidad. Sentía que  me comunicaba con aquellas plantas, y que a medida que ese jardín mejoraba, mi alma se llenaba de paz interior. Estaba casi convencido de que yo tenía una conexión física con cualquier tipo de vegetación, pero en especial con aquél jardín, que estaba cuidando con mis propias manos.

Siendo sinceros, ya no lo hacía sólo por comprar el monopatín de Zach, si es que alguna vez lo había hecho por eso. Mi hermano ya me había perdonado, y aunque yo iba a cumplir mi palabra sabía que no hubiera pasado nada si decía que no quería trabajar más. Que nadie me diría nada. Ni Zach, ni papá, ni nadie. Pero yo QUERÍA hacerlo. Podía estar horas observando aquél jardín, sin cansarme y aburrirme, de la misma forma en la que un pastor observa su rebaño y un pintor admira su obra.

Para mí era más que una afición. Yo tenía como hobbies los videojuegos, el fútbol, el baloncesto, la papiroflexia… Pero las plantas eran mucho más que eso. Las plantas eran… eran mamá. Eran mamá, eran el señor Morrinson que era muy simpático, y eran la forma de ganar dinero para el monopatín de mi hermano. 

Era curioso, pero aunque yo contaba aquél dinero con minuciosidad,  sabía que no era mío para gastarlo, y que iba a gastarlo en Zach. Y no me importaba. Debo reconocer que yo era algo avaricioso, pero aquella vez la importancia de ese dinero radicaba en el hecho de que lo había conseguido yo, y no en el valor monetario en sí mismo. ¿Hay algo mejor en el mundo que el hecho de que te paguen por hacer algo que te gusta? Por un momento me imaginé que alguien quisiera pagarme también por ver la tele o jugar a al videoconsola. ¡Entonces sí que sería rico!

Aquella tarde en la que Hannah tuvo una reacción alérgica, todos se dividieron entre preocuparse por ella o por Alejandro,  por su aventura de la noche anterior de la cual yo sólo estaba enterado a medias. Yo no. Yo subí a mi cuarto, a hacer deberes. Y no, no es que me hubiera vuelto de pronto un empollón (¡ni de lejos!) o que no me preocuparan mis hermanos. Es que papá sólo me dejaba ir al jardín del vecino en cuanto comprobaba mis deberes con los de Zach y veía que todos estaban hechos. Cuando antes acabara, antes sería libre, y yo para mis hermanos en ese momento sólo era un estorbo, dado que tenían a todos rodeándoles como moscardones. Seguro que Alejandro me agradecía que al menos yo le dejara tranquilo.

Ese día tenía muy pocos deberes. Sólo tenía que hacer una redacción y la acabé enseguida, pero no podía irme hasta que papá me diera permiso. Suspiré. Papá estaba ocupado con Hannah. Y luego ocupado con los demás, para que se pusieran a hacer deberes. Y luego ocupado con Kurt y Dylan. Y ocupado, ocupado, siempre ocupado. Es lo malo de tener tantos hermanos.

El tiempo pasaba lento para mí, aunque en realidad no debieron ser más de dos minutos, pero entonces recordé que en casa también teníamos plantas. Y de que allí, si no era yo, nadie se acordaba de cuidarlas. Bajé a nuestro jardín dispuesto a retocar flores que en realidad estaban inmaculadas, y a regar plantas que en verdad estaban bien satisfechas de agua. Reciclando metáforas, aquél era mi lienzo y yo sólo estaba dando suaves retoques a un cuadro ya terminado.

Desde allí eché un vistazo al jardín vecino, que me llamaba, casi como si las flores pudieran hablar y me estuvieran pidiendo que fuera a ocuparme de ellas, que aun quedaba mucho por hacer, que algunas aún estaban mustias y con hojas secas… Entonces, en un segundo vistazo, me fijé en algo extraño. Aunque estaba algo lejos para estar seguro, me pareció ver que una planta que yo había trasplantado el viernes pasado (último día en el que acudí al jardín), estaba tumbada de mala manera. Yo estaba seguro de haberlo hecho bien. Mis plantas no se caían. Nunca.

Me mordí el labio y crucé la acera que separaba mi casa de la del vecino, pensando que no estaba desobedeciendo a papá. Que yo no estaba yendo a trabajar antes de que viera mis deberes. Sólo iba a hablar con el vecino y a preguntarle qué había pasado con ese árbol. Tal vez no lo quería ahí y lo había desplantado él mismo.

Allí no había vallas, ni tapias, y el señor Morrinson estaba acostumbrado a tener niños en su jardín. Cuando papá le pedía disculpas, él se reía y decía que le gustaba vernos allí, y que si queríamos entrar a comer galletas lo hiciéramos con toda libertad: que alegrábamos su casa. Era un buen hombre.

Por eso fue un shock total para mí ver cómo abría la puerta antes de que yo llamara, con cara de malas pulgas. Se apoyaba en un bastón para caminar, y por su expresión le creí capaz de blandirlo contra mí.

-         ¡A ti te quería ver, chiquillo camorrista!

¿Camoqué? ¿Qué significaba lo que me había llamado?

-         Señor Mo…

-         ¿Para eso te ofreciste a cuidar mi jardín? Vete de aquí, desgraciado. No se lo digo a tu padre porque no quiero darle un disgusto. ¡Lo que debería hacer es darte una paliza! Así aprenderías tú a ser una persona decente.

En serio, ver a ese hombre enfadado era como ver maullar a un perro. Yo no entendía de qué se me acusaba, pero  intuía que podía tener que ver con el destrozo de su jardín. Fijándome un poco, me di cuenta de que una de sus ventanas estaba rota.

-         Señor… sólo venía a preguntarle qué ha pasado en su jardín…

-         ¡Lo sabes muy bien, mocoso! – gritó, achicando sus ojos un poco. El señor Morrinson no veía bien, y estoy seguro de que para él yo sólo era un borrón. Nunca nos distinguía a Zach y a mí, a pesar de que no éramos gemelos idénticos, porque él nos diferenciaba por tamaños. Sabía, por ejemplo, que el bulto más pequeño era Alice.

-         No, no lo sé… - respondí, empezando a desesperarme. ¿Y si no me dejaba volver? ¿Y si me prohibía pisar su jardín de nuevo?

El anciano pareció tranquilizarse un poco.

-         Dime la verdad, chico. Yo noto cuando la gente me miente. ¿Fuiste tú  el que estuvo aquí el sábado tirando huevos y piedras?  Oí ruidos, y pensé que eras tú que venía a trabajar en el jardín, aunque quedamos en que volverías el lunes. Salí a decirte que me dieras un saludo en condiciones, por lo menos, y entonces me tiraron huevos y me empujaron. Pensé que erais buenos chicos. Tú y tus hermanos no me parecíais vándalos maleducados.

-         No lo somos, señor, se lo juro.  Yo no hice nada de eso. El sábado papá nos llevó a comprar al centro comercial. Tenemos… tenemos otro hermano ¿sabe usted? Y necesita muchas cosas. Luego estuvimos jugando al Twistter, y al Pictionary… Y… y el domingo estuvimos jugando en nuestro jardín, y luego fuimos a misa y…. ¡yo no fui, de verdad!

-         Vale, vale. Te creo, chico. Disculpa que te haya acusado. Tan solo lamento no haber visto al culpable. Estos ojos míos ya no son como antes.

-         ¿Por qué no nos avisó? Señor, mi padre le hubiera ayudado a limpiar… o hubiera llamado a la policía.

-         Estaba convencido de que habías sido tú, y no quería meterte en problemas con él, y que ya no te dejara venir. – respondió el anciano, y me sonrió, ya con su amabilidad acostumbrada.  – Uno no encuentra hoy en días jardineros tan buenos ¿sabes? – me dijo, y me guiñó un ojo.

Sonreí plenamente ante aquél halago y me morí de ganas de contárselo a papá. El vecino se disculpó otra vez por haberme culpado a mí y me ofreció una taza de chocolate y churros. Le dije que tenía que volver a casa antes de poder empezar  con el trabajo en su jardín.

-         El chocolate te estará esperando, entonces – me prometió, y se despidió.

Yo sonreí, y volví a casa, aunque no pude evitar preguntarme quién había sido el que había “atacado” al señor Morrinson. ¿Quién podía querer molestar a alguien tan mayor y tan bueno? Tenía un doble motivo para odiar al capullo que fuera el culpable: había hecho daño a dos de las cosas que más me importaban en la vida.

Cuando llegué a casa papá estaba en el cuarto de Alice y yo huí de allí antes de que me obligaran a mí también a ver la cursilería esa de los unicornios. Fui a mi cuarto, y Madelaine estaba allí, buscando un boli rojo.

-         No tengo. Creo que Hannah los va cogiendo todos. Si miras en su cuarto seguro que hay un montón, aunque ahora mismo está Alice en plena sesión de “Unicorniolandia”.

Ella sonrió un poco.

-         ¿Hoy no vas a trabajar? – me preguntó.

-         En cuanto papá compruebe que hice los deberes… Si es que viene de una maldita vez… Hoy tengo además mucho que hacer: alguien ha derribado el árbol que trasplanté el otro día.

-         Puedes hacerlo mañana. ¿Juegas conmigo a la play en cuanto termine una cosa de Sociales? Zach no quiere, porque sabe que le gano.

-         No puedo dejar de ir, Madie. Me comprometí. Voy todos los días de lunes a viernes en cuanto acabe los deberes. Ese fue el trato. No puedo faltar sin un buen motivo, y jugar a la play no es uno.

-         ¡Bah! ¡Ahora me dirás que te has vuelto responsable!

-         ¡Oye, alguna vez tendría que ser! – me defendí. – Prueba con Cole. A lo mejor él quiere jugar.

-         No quiere. Anda, Harry, sólo una partida. – insistió.

-         Que no puedo.

-         ¡Sólo son unas estúpidas plantas!

-         Ey, que a mí me gusta. Yo no me meto con las cosas que te gustan a ti.

-         Porque yo no me enamoro de una rosa – respondió, medio en broma, sacándome la lengua.

-         No: peor que eso. Te enamoras de “Justin Gayber”. – respondí, de broma también, pero creo que ella no se lo tomó así. Por lo visto, hacer un juego de palabras gracioso con su estúpido ídolo del pop se salía de la idea de “broma” para ella. Noté cómo se enfadaba y de alguna forma intuí en ese momento que aquello iba a acabar mal.

-         ¡Retira eso!

-         ¿El qué? Jobar, Madie, no es para que te enfades.  Pero ¿ves cómo molesta que se metan con las cosas que te importan?

-         Justin no es gay, ¿te enteras?

-         Si tú lo dices… - respondí, no muy interesado. Ese tipo ni me iba ni me venía, aunque pinta de maricón tenía, ¡eso no podía negarlo!

-         ¡No lo es!

-         ¡Que vale! Justin “Gayber” y tú os casaréis y tendréis muchos hijos, pero tenlos fuera de mi habitación ¿quieres? – insté, indicándola con un gesto que se largara.

Vi como Madie se ponía gradualmente roja de pura rabia, y comprendí que si uno valora en algo su integridad física y quiere vivir hasta los catorce, no debe meterse con Justin Bieber delante de una belieber.

Se lanzó a por mí y me dio un empellón, mientras sus ojos chispeaban de furia. Estuve tentado de empujarla de vuelta, pero en ese momento yo no estaba ni de lejos tan molesto como ella, así que me tocaba apaciguar.

-         Vamos, cálmate.

-         No hasta que lo retires.  – me gruñó.

-         Vale, lo retiro ¿contenta?

-         Ahora discúlpate.

-         No pienso disculparme. Es una tontería, no me he metido contigo y no he dicho nada tan malo. No puedes obligarme a que me guste ese niñato idolatrado – repuse. Que yo también tenía mi orgullo, y tampoco me iba a dejar pisotear por algo así.

Mi respuesta hizo hervir la sangre de Madie, que perdió los pocos estribos que le quedaban. Me dio un manotazo bastante fuerte en el brazo, aunque creo que quería apuntar a mi pecho, y repitió el proceso varias veces.

-         ¡Eres un idiota lelo de mierda!  ¡Me alegro de haber estropeado tu estúpido jardín!

Al escuchar eso mi furia se igualó a la suya e incluso la superó. La sujeté las manos y la retuve con cierta facilidad, mientras ella intentaba soltarse.

-         ¿Qué has dicho? – exigí, hablando entre dientes de puro enfado.

-         ¡Yo arranqué tus estúpidas flores, y volveré a hacerlo si no te disculpas!

Si me hubiera parado a pensarlo, hubiera entendido que algo no encajaba ahí, porque  lo que  habían arrancado no eran flores, sino un árbol. Y a decir verdad mi hermana no tenía motivos para haber hecho aquello. Lo dijo únicamente por molestarme, buscando lo que más podía herirme en ese momento, pero no había sido ella. Sin embargo yo  en ese momento no pensé con lógica y me sentí dolido porque mi propia hermana hubiera destrozado algo tan importante para mí, y a lo que tantas horas le había dedicado.

La embestí, y de mi golpe se cayó al suelo.  Ella me agarró la pierna para intentar tirarme y yo me liberé de una patada. Soltó un grito y en ese momento me sentí bien… me sentí bien por hacerla gritar, porque ella había destrozado el jardín y a lo mejor ese árbol no tenía arreglo, y se moría. Sentí ganas de destruirla al igual que ella había destruido mi trabajo, y seguí dándole patadas, hasta que lloró.

-         ¡Ay! ¡Me… haces daño! Harry, me haces… mucho daño –  chillaba.

-         ¡Así pruebas un poco de tu propia medicina! – grité, y seguí a lo mío. - ¿Quién te manda meterte con un pobre anciano?

Entonces vino papá, y cualquier persona racional hubiera parado al ver la expresión de su cara, pero yo en ese momento no era una persona racional. Nunca había sentido tanta ira y lo cierto es que no pensaba con claridad. No pensaba en que era mi hermana…Mi mente sólo pensaba que quería destrozarla…

Noté que me agarraban y vi que eran Ted y Alejandro, separándome de allí. Luché contra ellos, pero eran dos y eran más fuertes. Papá, mientras tanto, levantaba a Madie y susurraba cosas que yo no entendía bien, e intentaba ver si yo la había hecho daño. Por desgracia sólo tenía cardenales y magulladuras. Quise rematar la tarea, pero no había forma de que Ted y Alejandro me soltaran.

-         ¡Harry, cálmate, joder! – gritó Alejandro. - ¡Que es Maddie! ¿Qué cojones te pasa?

-         ¿Quieres matarla? ¿Es eso? -  añadió Ted, zarandeándome un poco. 

Mi mirada se cruzó con la de papá, y eso fue lo que hizo que me quedara quieto. Muy quieto.  En ese momento, cuando aún apenas empezaba a ser consciente de lo que había hecho, tuve miedo.

Cualquiera hubiera tenido miedo, de haber visto a papá tan…fría y peligrosamente tranquilo.

-         Aidan´s POV –

Cuando Alejandro y Ted sujetaron a Harry yo me lancé a por Madelaine. Mi princesa. Mi princesita. Se agarró a mí totalmente aterrada, sin dejar de llorar, como pidiéndome protección. Era la misma forma en la que Hannah me agarraba cuando creía ver una sombra bajo su cama, pero aún más vulnerable.

Examiné cada milímetro de su cuerpo, buscando huesos rotos, golpes graves y cosas así. Sólo cuando me cercioré de que no había lesiones importantes, reparé en los cardenales. Por lo visto Harry la había golpeado sobretodo en las piernas y las costillas. Gracias a Dios que no la había dado en la cara, porque creo que la habría roto algún diente.

-         Papi… - gimoteó Madie. No hizo falta que dijera nada más, porque la entendí. “Papi, me duele”.

Besé su frente y la agarré con cuidado, poniéndola de pie. Ella no quiso soltarse de mí ni yo la hubiera dejado, pero antes de seguir abrazándola tenía que matar a su hermano y organizar su funeral.  Intenté asimilar esto. El hecho de que aquello fuera obra de un hijo mío. Parecía imposible. Era, simplemente, algo que no podía asimilar. 

Me sentí vacío. ¿Decepcionado? No, peor que eso: culpable. Algo tenía que haber hecho muy mal para que pasasen cosas como aquellas. En algo yo había fallado. Si en ese momento Ted hubiera vuelto a llamarme padre de mierda, hubiera tenido que darle la razón.

Mis ojos se posaron en los de  Harry, y él dejó de moverse. Me miró fijamente y yo a él. Y entonces, sin ningún aviso, sin ningún movimiento delator, salté a por él como un guepardo, que ataca antes de que su presa lo vea. Quería golpearle, pero me contuve, porque creo que en ese momento le habría matado. Le agarré de los hombros y le zarandeé, como para hacerle reaccionar, pero él se limitó a cerrar los ojos.

-         Mírame. ¡Harry, joder, mírame! – insté, pero ni caso. Estuve a un milisegundo de cruzarle la cara, pero en el último momento cambié la trayectoria y golpeé la mesa. Todo lo que había encima de ella tembló, y también temblaron mis hijos. - ¡QUE ME MIRES, COÑO!

Finalmente, lo hizo, aunque fuera lo que fuera lo que yo esperaba ver en su lugar me encontré con que sus pupilas estaban dilatadas, su cuerpo tenso, y una palidez enfermiza empezó a asentarse en su rostro. Me di cuenta de que no estaba respirando, y en algún lugar dentro de mí recordé que él también era mi hijo. Eso me hizo dominarme un poco, recordándome que no debía gritar, pero no lo suficiente como para endulzar mis palabras:

-         Cuánto me has decepcionado. – espeté.

Los ojos de Harry, única parte de su cuerpo que revelaba que no era una estatua, mostraron lo mucho que mis palabras le hirieron. Intentó decir algo, pero no le salía la voz, ni las lágrimas, a pesar de que creo que tenía muchas ganas de llorar. Estaba muerto de miedo.

Noté que alguien me empujaba un poco y vi que era Ted, que se acercó a Harry y le abrazó. Puse una mueca y me giré para atender a Madie, pero entonces, como efecto del abrazo de Ted, o tal vez reaccionando con retardo a mis palabras, Harry empezó a llorar y a respirar con ciertas dificultades. Vacilé un momento, con todo mi cuerpo pidiéndome que atendiera y sofocara esos sollozos. Pero en ese momento no me creía capaz de consolarle, y además había otra personita llorando en aquella habitación.  Me llevé a Madie de allí y dejé a Harry con sus hermanos, para no decir o hacer algo de lo que pudiera arrepentirme.

La llevé a su cuarto y ella no dejaba de llorar. Barie nos miró preocupada. Sin duda había escuchado gran parte de lo que había pasado.

-         Barie, cariño, déjanos un momento.

-         N-no…snif …qu-que se quede  - pidió Madie.

-         Está bien, lo que tú quieras, cielo. – respondí, y la di un beso. Me daba miedo tocarla, porque aún no estaba seguro de que no la doliera cualquier contacto. Ella sin embargo se abrazó a mí con mucha fuerza, así que no parecía gravemente magullada. – ¿Te duele mucho, cariño?

-         S-sí.

-         ¿El qué?

-         T-todo. – lloró. La di otro beso y me senté en su cama. La senté entonces encima de mí, como hacía con los más pequeños. Barie se sentó a nuestro lado, y apoyó la cabeza en el brazo de Madie, sin hacer preguntas, sin decir nada.

-         Ya, mi amor, ya. Pobre bebé… Papá te tiene, princesa – susurré, hablándola como le hablaría a Alice, pero pareció hacer efecto. Poco a poco, con mis caricias, y con mi voz, se fue calmando, hasta que sólo se oían sollozos suaves y espaciados. Volví a darle un beso y dejé mis labios apoyados en su frente. – Cariño, ¿estás bien? ¿Duele como para ir al médico?

-         N-no, papi.

-         ¿Segura?

-         Sí.

-         Bueno. Te daré un poco de pomada ¿sí? – dije, haciendo ademán de levantarme, pero ella no me dejó. No hizo falta ni que lo verbalizara. Su gesto expresaba claramente un “no te vayas”, así que me quedé.

-         ¿Fue Harry? – preguntó Bárbara, que no debía estar muy segura. Madie asintió. – Menudo gilipollas. – soltó. Luego me miró, como dándose cuenta de que yo estaba delante y la había oído decir eso. Me extrañé un poco porque ella no solía decir tacos, pero no me enfadé. No después de lo que él había hecho. Además, yo también había soltado alguna mala palabra hacía un rato. Y Alejandro. Y todas las palabrotas del mundo eran pocas para descargar mi frustración.

Con gusto y placer yo destrozaría a cualquier persona que hiciera daño a mi princesa… pero esa “persona” había sido Harry. Mi niño. Mi niño al que había dejado blanco, temblando, llorando en brazos de su hermano. Suspiré.

-         Papi, ¿me harías un favor? – dijo Madie.

-         Lo que sea, princesa. Sólo pídelo. – aseguré, fervientemente. En cualquier momento, pero en aquél en especial, yo haría cualquier cosa por ella.

-         No seas malo con Harry – pidió.

La miré con sorpresa. ¿En serio estaba intercediendo por su hermano después de lo que había hecho? Creo que mi cara demostró lo poco dispuesto que estaba a cumplir aquello, porque Madie continuó.

-         Por favor, papi. Yo… yo empecé la pelea.  Y le dije que estropeé su jardín.

-         ¿Lo hiciste?

-         No, pero estaba enfadada y quería hacerle daño. Fue mi culpa, papá.  Él no quería pelear…

-         Nunca será culpa tuya que alguien te trate como él lo hizo, Madelaine. Grábatelo en la cabeza, por favor. Da igual lo que tú le hicieras. Nada justifica esto.

Madie no dijo nada y me siguió abrazando.

-         ¿Me vas a castigar? – preguntó al cabo del rato.

-         ¿Qué? No, claro que no, princesa.

-         Pero papá, yo le empujé, y quería hacerle daño…

-         Madie, lo único que voy a hacer contigo el resto del día es mimarte y llenarte de besos – anuncié con solemnidad. Ella sonrió un poco.

-         Me gusta eso.

Yo sonreí también y la mecí un poco, como cuando era más pequeña. Ella apoyó su cabeza en mi pecho y se dejó llevar por el infantilismo. Levantó el antebrazo, donde empezaba a tener lo que sin duda sería un buen cardenal, y lo acercó a mi cara.

-         Besito – pidió, y yo tomé el brazo y se lo di. – Ya no me duele – ronroneó. Fui besando, uno a uno, todos los golpes que tenía visibles, como hacía cuando tenía la edad de Hannah.

Cuando sentí que todo estaba bien, me separé un poquito.

-         Quédate con tu hermana, ¿vale cielo? Yo luego vuelvo.

-         Papi, no seas duro con él. Si me quieres, no lo seas…

Apreté los dientes. Esa frase… Yo también había dicho esa frase una vez, y me sentí fatal cuando no fui escuchado.

-         Ese es un golpe bajo, Madie. Claro que te quiero, te quiero más que a mi vida, y a él también, pero no voy a permitir que…

-         Él nunca se va a perdonar, así que necesita que tú le perdones – declaró Madie, y creo que ni ella misma sabía lo proféticas que eran sus palabras.

No dije nada, y me encaminé a la habitación de Harry, donde le había dejado con Ted y Alejandro.  Cuando entré me encontré a Ted sentado en el suelo, con Harry tirado y sin pintas de querer o poder levantarse. Sin embargo fue verme y ponerse de pie rápidamente, como activado por un resorte. Nos miramos a los ojos durante unos segundos, mientras las lágrimas caían por los suyos.

-         El único que puede dar patadas a una mujer, es su hijo antes de nacer  - susurré, y noté que Harry sufría un escalofrío. Por alguna razón creo que para él era peor cuando le hablaba sin gritarle. Se asustaba más. Intenté verlo desde su perspectiva y me di cuenta de que había sonado un poco como un mafioso.

Ted me miró mal. Quiso decirme algo con la mirada, y yo seguí la trayectoria de sus ojos hasta el propio Harry. Concretamente, Ted quería que yo mirara su cintura, y así fue como percibí una marcha de humedad en los pantalones de Harry. Tardé dos segundos en comprender. ¿Se había hecho pis encima?  Hacía años que no le pasaba. De niño había sido muy asustadizo, y el sonido de un golpe fuerte parecía capaz de pararle el corazón. Tal cosa no había sucedido nunca, gracias a Dios, pero sí se había orinado encima alguna vez. Cuando algo le asustaba mucho, era incapaz de controlar esa respuesta fisiológica…. Le pasa a mucha gente, cuando el susto es muy muy grande, aunque cada cuerpo reacciona de una manera. Pero por alguna razón yo pensaba que sólo les ocurría a los niños pequeños y en cualquier caso no entendía del todo por qué le había pasado en ese momento. ¿De qué tenía tanto miedo?

“Pues de ti, imbécil”.

Vale, no había que ser un genio para entender que yo le había asustado. ¿Había sido por los gritos? ¿Por el golpe en la mesa? Aunque no era mi forma de ser habitual, tampoco era la primera vez que lo hacía y Harry nunca había reaccionado así. De hecho a veces parecía que mi enfado le traía sin cuidado. Cuando los petardos, por ejemplo, el que se angustió fue Zach.

Asocié esa reacción anómala al hecho de que Harry era consciente de lo que había hecho. De alguna manera, aquello delataba que lamentaba lo que había hecho. Respiré  hondo un par de veces. Por muy enfadado que estuviera con él, no dejaba de ser mi hijo, y verle tan asustado me ponía enfermo. Di un paso hacia él y entonces Harry se escondió detrás de Ted, asomando sólo la cabeza de un modo que resaltaba más que nunca su parecido físico con Kurt. Ted le acarició para tranquilizarle y yo terminé de recorrer la distancia que nos separaba.

Prácticamente tuve que arrancarle de los brazos de Ted, haciendo bastante fuerza, porque Harry se aferraba a él como si fuera un  tablón de madera en medio de un naufragio. Es curioso cómo cambiamos de planes en poco tiempo, porque en ese momento  mis pensamientos eran bien diferentes a los de hacía algunos minutos. Cuando logré  separar a Harry de Ted, le abracé. Y cuando él se dio cuenta de que de momento no iba a hacer nada más, me devolvió el gesto con ansia, sin saber bien a dónde agarrarse porque con rodear mi espalda no debía de parecerle suficiente.

-         ¿Qué he hecho, papi? ¿Qué he hecho? – me preguntó desesperado.

Me preguntaba a mí, como si yo tuviera la respuesta. Como si yo pudiera decir lo que había pasado por su cabeza para ser… para ser un animal con su hermana. Le acaricié el pelo, reconfortándole físicamente puesto que no sabía bien qué decirle. Al final encontré algo.

-         Te dejaste llevar por la ira, pequeño. Hasta cierto punto es algo natural. Pero te pasaste.

Harry gimoteó. Me agaché un poco y le di un beso.

-         Aún estoy muy enfadado contigo – le aclaré. – Pero no me sirve de nada ni quiero que tiembles de miedo. Lo primero que quiero que hagas es ir al baño y cambiarte de ropa.

El mencionar el hecho de que estaba mojado hizo que llorara más. Me soltó y se tapó la cara con las manos, mientras sus hombros subían y bajaban con cada sollozo. Estaba indefenso. Estaba perdido, y atormentado. No sé si quedaba en él espacio para la vergüenza. 

Le hice sacar las manos y le miré a los ojos. A pesar de que yo no le estaba gritando, a pesar de que  le había abrazado, seguía mirándome con miedo. Suspiré. Quería alejarse de mí y si no lo hacía era sólo porque yo le sujetaba. Inspirar un sentimiento así en mis hijos hizo crecer un fuerte autodesprecio en mí.

-         Ted, ¿puedes ir con él? – pedí, entendiendo que Harry no se calmaría mientras no le dejara sólo. Hubiera querido acompañarle al baño y decirle que todo estaba bien, pero lo cierto es que no lo estaba, y mentirle no arreglaría nada. Harry no tenía motivos para temerme, pero sí para pensar que había hecho algo horrible. Mi presencia sólo le hacía sentir peor, por lo visto.

Ted asintió y me di cuenta de que su intento de recuperar el sueño había sido frustrado por los gritos de Maddie. En ese momento parecía bien despierto, sin embargo. Agarró a su hermano con cariño a la vez que con determinación,  agarró un pantalón y una muda limpia, y se lo llevó al baño.

Me dejé caer sobre una silla.

-         Nada de lo que hagas  hará que esté más arrepentido de lo que ya está – dijo Alejandro. Casi me había olvidado de que él estaba ahí.

-         ¿Y qué sugieres? ¿Qué haga como si nada? ¿Qué deje pasar el hecho de que le ha dado una paliza a tu hermana?

-         Sé lo que estás pensando – dijo Alejandro, sin inmutarse por mis preguntas capciosas – “De esto a que se convierta en un maltratador hay sólo un paso”. Pero te equivocas. Sólo ha sido una pelea. Los hermanos se pelean. Es normal. Tienen casi la misma edad… Nunca han distinguido chicos de chicas. Madie juega al fútbol con ellos y hace entradas duras como la que más. Si hay que irse a los puños, ella es la primera. Esta vez ella ha recibido más, pero podía haber sido al revés. Ted una vez me dio una paliza a mí. Yo se la  di al propio Harry. A veces  alguien se excede en una pelea. Sé que verle así ha sido muy impactante pero… tienes que olvidarte de que se trata de tu princesa. No estás siendo imparcial en esto. Nunca, jamás, en mi vida, me has dicho que estés decepcionado de mí, y yo he hecho cosas muy malas. Con eso, le has hundido en la mierda.

Me arrepentí de haberle dicho eso aquello a Harry y me di cuenta de que no lo pensaba de verdad. No me esperaba eso de él, pero no me había decepcionado. Era mi niño. Mis hijos no podían decepcionarme.  No cuando se abrazaban a mí, histéricos por  el peso de sus propios errores.

-         Tiene trece años – remató Alejandro, como si fuera consciente de que iba ganando terreno en mi cerebro. – A veces te olvidas de eso cuando le castigas.  No somos Ted, ni yo. Es Harry. Y aún es… pequeño.

-         Lo sé, Alejandro. Y aunque es tierno que os aliéis para dejarme como el malo de la película, no olvides que antes me corto un brazo que hacerle daño. Por eso me he ido antes. Para estar seguro de no dejarme llevar por el enfado.

-         Ya, pues… al irte como te has ido, y decirle lo que le has dicho…se lo hiciste.


- Ted´s POV -


Yo vivía con la constante presión de no decepcionar a papá. Era mi héroe, mi modelo para todo y para mí no había nada peor en el mundo que el que él no estuviera orgulloso de mí. Por eso, supe el momento exacto en el que Harry se rompía en mil pedazos, al escuchar de labios de Aidan que le había decepcionado. Me salió del alma abrazarle, y así me di cuenta de que estaba tiritando. El enano estaba muy asustado.

Y no era para menos, joder. ¡Que le había dado de patadas a nuestra hermana! Si no fuera porque sabía que papá se encargaría de hacerlo, yo mismo hubiera querido zurrar a Harry. Pero por suerte no era ese el papel que me tocaba a mí, así que me centré en confortarle un poco, y en lograr que se repusiera. Fue difícil, porque papá se fue con Madie y Harry no dejó de temblar como un pollito al que alejan del calor de su madre.  Susurraba cosas que yo no parecían del todo coherentes, pero de vez en cuando distinguía frases como “soy un monstruo”, y en vano intentaba negárselo, porque él no me escuchaba.

Cuando papá volvió yo estaba intentando que se levantara del suelo, donde se había tirado como si no tuviera fuerzas para estar de pie. Lo cierto es que Aidan estaba  muy enfadado… Alguna vez Alejandro y yo habíamos bromeado sobre los “cuatro estados del cabreo de Aidan”. Casi se correspondían con nuestras edades, porque la magnitud de nuestras cagadas aumentaba proporcionalmente a nuestros años. Estaba el estado uno o “falso enfado”, que es que solía usar con los enanos cuando hacían alguna trastada. En esos casos se enfadaba un poco, pero en realidad casi todo era actuación, y lo veías claramente por el tono de voz que empleaba.  A veces ni siquiera se enfadaba de verdad, y notabas que hacía esfuerzos por no reírse ante travesuras que eran más bien graciosas. Luego venía el estado dos… cuando le desobedecías. Dependiendo de en qué lo desobedecieras se trataba del estado dos o del tres…Y el tres ya era bastante malo.  Así le veías cuando le mentías, cuando le desobedecías en algo importante, cuando le faltabas al respeto…Y luego estaba el cuatro. El cuatro solía estar reservado para Alejandro y a decir verdad acojonaba. Papá pasaba de gritar a susurrar y  te hacía sentir pequeñito pequeñito.

Pues bien, creo que  aquella vez había llegado al peligroso y desconocido estado cinco. Diablos, casi me alegré cuando me pidió que acompañara a Harry. No quería permanecer en esa habitación ni un segundo más, temiendo que la bomba hiciera explosión enfrente de mí.  Aunque debo reconocer que fue amable con el enano, y hasta cariñoso. Papá hacía eso. Te hacía sentir el peor hijo del planeta mientras te acariciaba la cabeza. Y ni siquiera era su intención el hacerte sentir así.

Una vez en el baño, puse en los brazos de Harry unos boxers limpios y otros pantalones. Él los dejó caer, con los brazos flácidos y sin energías. Recogí la ropa y se la volví a dar.

- Vamos, enano. Te va a hacer mal, llorar así.

Harry me miró como un animalillo desvalido, y se empotró contra mí para que le abrazara.

-         Des… destrozó mi  jardín. Lo…snif…lo destrozó. Y..snif…y…snif…y

Sea lo que fuera lo que iba a decir, se quedó en el “y”, incapaz de continuar. Dijo algo más que no pudo entender, y luego se limpió en mi camiseta. Qué… higiénico.

-         Me quiero moriiiir – gimoteó al final.

Le separé de mí y le miré a los ojos con algo de enfado.

-         No digas eso ni en broma si no quieres que me sume a la lista de los que van a patearte el trasero. -  le dije, y cómo respuesta él soltó un hipido.

-         ¿Hay….snif… hay una lista? – preguntó.

-         Oh, sí, ya lo creo. En primer lugar está papá, pero yo me preocuparía más por Madie. Eres consciente de que ella cabreada puede ser peor que Alejandro ¿verdad? – bromeé. Aunque, por otro lado, tal vez no fuera broma. Tal vez Harry hiciera bien en llevar un escudo los próximos días. Madie arañaba y mordía, y mi brazo atestigua que sus dientes eran un arma temible.

-         Pues…snif… pues… pues yo me preocupo más por papá.

Pensando si no estaba cruzando alguna especie de barrera de “afecto fraternal”, le di un beso, como hacía con los peques o con las chicas. Normalmente Harry me hubiera asestado un puñetazo, pero en ese momento el contacto a decir verdad pareció calmarle un poco.

-         Estoy seguro de que Alejandro va a ser un buen abogado.

-         ¿Será… será peor que con lo del dinero?

-         No lo sé, Harry – respondí con sinceridad, y algo de pena, recordando que Harry no estaba teniendo precisamente una buena racha. Algo me decía que mi hermanito iba a seguir el camino de Alejandro, y era un camino lleno de visitas a las piernas de papá, y no precisamente para sentarse. – Pero, aunque sea pedirte algo muy difícil en este momento, tienes que entender que lo que has hecho es malo, mucho, así que es normal que papá esté enfadado.

-         Lo…snif… lo entiendo. No va a perdonarme en la vida… - lloriqueó, y volvió a restregarse contra mí, como para limpiar sus lágrimas.

-         Bromeas ¿no? Estamos hablando de papá. Oye, ha perdonado a Alejandro por beber y drogarse.

Harry no dijo nada pero al cabo del rato se separó y se limpió la cara, consiguiendo, más o menos, dejar de llorar. Entonces pareció venirle de pronto la vergüenza por todo lo que había pasado. Por llorar así, por abrazarse a mí, porque le diera un beso, por hacerse pis…

- No soy más que un bebé llorón – murmuró, con grandes dosis de odio hacia sí mismo.

-         ¡Ey! Eres MI bebé llorón.  Y prometo que no usaré nada de esto para chincharte, nunca. No es malo llorar ni arrepentirse, enano… Porque lo sientes ¿verdad?

-         Más que cualquier otra cosa en la vida. – respondió, con mucha intensidad, y amenazando con llorar de nuevo. - Ojalá pudiera volver atrás…

Froté su brazo suavemente.

-         No puedes volver atrás, pero sí puedes ir hacia delante. No vuelvas a hacer algo semejante y todo esto habrá servido al menos para que aprendas algo. Ahora ya sabes la clase de persona que eres: del tipo que se siente horrible si se deja llevar por su ira. Del tipo que merece la pena. Del tipo que me alegro de tener como hermano.

Harry me miró fijamente, recordándome más que nunca a cuando era más pequeño.

-         Gracias, Ted.

Le sonreí.

-         Anda, cámbiate. Espero fuera, ¿vale?

Harry asintió, y yo salí y cerré la puerta. Al poco salió, con pantalones nuevos y limpios,  aparentando estar algo más sereno.

-         Te dejo en herencia mi caja roja ¿vale? La caja azul la comparto con Zach y se la dejaré a él.

-         No seas tonto. Tú vas a vivir más años que yo y papá no va a ser tu verdugo.

-         Para una parte de mí sí – replicó.

-         Le escribiré un panegírico a tu trasero. Ahora tira, y no le hagas esperar.  – le dije, y se azoró tanto que casi se atraganta, mirándome como si fuera alguna clase de loco pervertido. Fue una cara muy graciosa, y me tuve que reír. – No será tan malo. Papá ladra más que muerde – le animé.

Pese a todo, sé que no le resultó nada fácil volver a su cuarto, pero tanta precaución fue innecesaria porque papá no estaba allí.  Se fue entonces al cuarto de Aidan, pero también estaba vacío. Harry decidió esperarle allí y me indicó además que quería estar sólo.

-         Aidan´s POV –

Mientras Harry se iba con Ted, yo cogí  una pomada y volví al cuarto de Madie. Ella pareció extrañarse de verme allí, pero creo que luego dedujo que todavía no había “conversado” con su hermano. En un silencio extraño, aunque no incómodo, eché pomada en sus brazos y en sus piernas y luego dejé el tubo en la mesilla porque deducía que tendría cardenales en otras partes, y no se sentiría del todo cómoda si la pedía que se levantara la camiseta. Así que lo dejé ahí para que siguiera ella con tranquilidad.
Me limpié las manos del mejunje ese y luego la acaricié el pelo de forma distraída, pensativo. Ella se apoyó contra mí, dejando que la mimara. Apenas me di cuenta de que  Barie ya no estaba en la habitación. Había algo rondándome la cabeza.

-         Madie… ¿qué fue lo que pasó, exactamente? – pregunté. Alguna explicación tenía que haber. El niño indefenso que lloraba de puro sentimiento no podía ser el mismo que había pegado así a su hermana…

-         Ya te lo he dicho…Hablamos… bromeamos… él se metió con Justin… le empujé… Le exigí que se disculpara y me enfadé, y le dije que yo había sido quien había destrozado el jardín del vecino.

-         Pero no lo destrozaste – apunté, por algo que ella había dicho antes.

-         No, pero él no lo sabe. Y… y dijo no sé qué de meterme con un anciano…

-         ¿Con el señor Morrinson? – aventuré.

-         Supongo.

-         Así que Harry piensa que tú estropeaste su trabajo y agrediste al vecino.

-         Sí, eso creo. Ya te dije que era culpa mía.

Levanté su barbilla  y sostuve la mirada de sus ojos tristes.

-         No puede ser culpa tuya algo que no hiciste. Si es cierto que empezaste la pelea,  no estuvo bien pero él debió terminarla. Esto no han sido un par de empujones. Lo que él ha hecho es enteramente culpa suya.

-         Pero lo que he hecho yo es culpa mía.

-         No voy a regañarte ahora. Por lo que a mí respecta, princesita, voy a mimarte mucho, mucho, y voy a hacer que tus hermanos también lo hagan, y vas a tener a todos los chicos de esta casa a tus pies.

-         Pero…

-         Sin peros. No me discutas, jovencita – bromeé, poniendo tono de película del siglo pasado.  A su pesar, sonrió.

-         ¿Sigues dispuesto a dejarme sin hermano?

-         Bah, tienes demasiados.

-         Papáaaa.

-         Voy a tratar de ser justo, cariño. Es lo único que te puedo prometer – respondí, hablando ya más en serio. La di un beso en la cabeza y luego me fui de una vez por todas a hablar con Harry.

No estaba en su cuarto, y al principio pensé que tampoco estaba en el mío. Sin embargo, un segundo vistazo me hizo ver que estaba debajo de mi mesa. Era increíble que cupiera ahí. Era un hueco bastante pequeño…Wow, sí que era flexible. Estaba encogido, con las rodillas muy dobladas.

Me miró. Le miré.

-         ¿Qué haces ahí?

No me respondió. Me agaché junto a él y le tomé del brazo.

- Anda, sal. Te vas a hacer daño. Apenas cabes. – insistí, tirando de él, pero se resistía. No como quien está siendo cabezota, sino como quien tiene miedo del agua y le están obligando a tirarse a una piscina. Le solté. – Oye, tú y yo vamos a tener un problema si sigues teniendo miedo de mí ¿eh? Tienes que contarme que cosa tan horrible he hecho para que te asustes así.

-         No es por algo que hayas hecho tú, sino por lo que he hecho yo. – respondió al final. No estaba llorando, pero no estaba seguro de que eso fuera algo bueno. Me daba la sensación de que en ese momento necesitaba llorar, y mucho. De que no era recomendable que se reprimiera.

-         Bueno, es por eso que vamos a tener una pequeña charla, pero no es que sea la primera vez. – comenté, como restándole importancia. Al ver el poco efecto que tenía, suspiré. Me senté en el suelo, frente a él. – Está bien, quédate ahí si quieres. Ahora sólo necesito que me escuches. Mira, Harry, soy consciente de que por más que quiera hacerlo nunca conseguiré que convivamos todos sin una sola pelea. Somos mucha gente, pasamos mucho tiempo juntos, y es normal. Pero una cosa es que le pegues cuatro gritos a tu hermano porque te haya cogido algo sin permiso, y otra muy diferente que te líes a golpes con tu hermana. Por el motivo que sea. Nadie se merece ese trato, y sinceramente hijo, una mujer menos. Tú vales más que eso. Sé que no piensas que esté bien que el fuerte abuse del débil.  Y no, ya sé que Madie no es precisamente débil, y que sabe defenderse pero… antes no se estaba defendiendo. No podía. Harry, si tus hermanos no te hubieran detenido, no sé si tú hubieras sido capaz de hacerlo.

Harry me escuchó sin decir nada, pero sabía que me estaba prestando atención.

-         Sé que pensaste que destruyó el jardín, pero no lo hizo, hijo. Y aunque así hubiera sido, por más importante que sea para ti, es tu hermana, Harry. Yo quemaría cada maldito libro que haya escrito por impedir que os pasara algo. Me duele ver que tú haces daño a tu hermana por pensar que dañó las plantas.

Los ojos de Harry se humedecieron.

-         Pero… le… le agredieron. – musitó, como intentando defender su postura. Su actitud previa y el tono desalentado con el que le dijo me hicieron pensar que en realidad sabía que era indefendible.

-         ¿Al vecino? Ella no. Sé que es un buen hombre, y le aprecias, y que no te gusta que le lastimen, pero reaccionando así te rebajas al nivel de los salvajes que la tomaron con él.

Costaba mucho no ser duro  sin dejar de decir lo que pensaba. Mis palabras tenían que estar doliéndole un poco, pero era necesario que me escuchara.

-         Harry, sé que te sientes mal, y que lamentas lo que has hecho, pero también tengo que estar seguro de que no lo repites, y de que entiendes que ciertos actos tienen consecuencias.  Quiero que además te ayude a sentirte mejor, y que tu sentimiento de culpa se quede debajo de ésta mesa. No hago esto para que sientas tanto miedo que te orines encima. Lamento si he provocado que te sientas así. Ahora voy a …

Antes de poder terminar, Harry salió de ahí llorando a mares.

-         ¡No me he hecho pis, no me he hecho pis! – chilló, y se tiró sobre mi cama.

Tuve un flashback  al verle hacer eso. Harry tenía seis años y Ted tuvo la brillante idea de contarle una historia de miedo. Esa noche  hubo una gran tormenta y cuando las contraventanas chocaron contra el cristal pensé que Harry se moría del susto. Gritó y se meó en los pantalones. Cuando intenté consolarle y cambiarle la ropa salió corriendo y chillando “no me he hecho pis, no me he hecho pis” justo como acababa de hacerlo. Ese recuerdo me dio mucha ternura, y verle tan avergonzado sólo la aumentó. Me senté a su lado y le froté el cuello.

-         No pasa nada, campeón. No hay de qué avergonzarse. Fue una reacción de tu cuerpo… lo que no entiendo es por qué te asustaste así.

-         Snif...snif… dabas miedo. – gimoteó.

Me quedé pensando en sus palabras con una mezcla de dolor y culpabilidad. Alejandro también había huido de mí esa misma noche,  y la verdad es que yo no terminaba de entenderlo.  No esperaba en todos ellos la docilidad casi insana de Ted, y que actuaran mansos y tranquilos ante un castigo, pero tampoco me parecía natural que me tuvieran miedo. Recientemente ellos estaban siendo más cafres, así que yo estaba siendo más duro, y aunque mi reacción me parecía una cuestión de pura lógica, decidí que el que tenía que poner el límite era yo. Hicieran lo que hicieran yo no iba a cruzar ese límite, pero no bastaba con que yo lo supiera: ellos también tenían que saberlo.

Le levanté con cuidado, y le puse de pie enfrente de mí. No costó demasiado porque se dejó manejar, como una marioneta.

-         No debes tener miedo de mí.

-         Es…snif… ¡es fácil decirlo cuando me quieres pegar!  ¡Te enfadas porque pegué a Madie y quieres hacer lo mismo!

-         No, mi amor, no quiero hacer lo mismo. Hay una clara diferencia. Esto – dije, y le di una palmada suave que le hizo dar un respingo porque no se lo esperaba -  no es lo mismo que darle de patadas a tu hermana. ¿Sabes por qué?

-         ¿Por qué duele menos? – preguntó, y yo sonreí un poco. Acababa de admitir en voz alta que no dolía tanto, aunque luego se quejara como si fuera la mayor tortura imaginable.

-         No.  Por qué tú  estabas furioso antes, con tu hermana. Tú estabas lleno de ira.

-         ¿Y tú no? – inquirió. Creo que sabía la respuesta, pero aún así quería oírla.

-         No. Yo no estoy furioso. Ya no. Por eso me fui hace un rato. Me di cuenta de que estaba demasiado enfadado. Usé la violencia ¿entiendes? Esa es la diferencia. La ira transforma nuestras acciones en actos violentos.  Por eso a veces nos asustamos por un golpe, cuando otras veces no nos asustamos por otro más fuerte. La violencia en las acciones de los demás es lo que hace que tengamos miedo. Tú fuiste violento, yo fui violento, pero ahora no voy a serlo. Y te pido disculpas por haberte asustado.  Lo siento mucho, y también siento haber dicho que me decepcionaste, porque no es cierto.

Pareció que esas palabras le quitaban un gran peso de encima. Con algo de timidez, como temiendo ser rechazado, me abrazó. Le apreté con fuerza.

-         ¿No es cierto? – preguntó, con inseguridad.

-         No, cariño. Nunca me decepcionarás por cometer un error, y menos cuando te sientes culpable y más que dispuesto a admitirlo. Tienes una cosa muy buena, Harry, y es tu conciencia. Creo que muchas veces no necesitas que yo te diga que algo está mal ¿mm? Desde bien pequeño. Tú ya lo sabes.

Harry lo pensó, y luego asintió.

- Pues entonces, a ver si escuchas más esa vocecita interior. Seguro que así te meterías en menos líos.

-         Lo intentaré…

Le acaricié la espalda durante un rato y noté que poco a poco se relajaba. Sus hombros se destensaron y ya no estaba tan rígido ni tan frío. Ya no tenía miedo.

-         Sé que te cuesta mucho ser amable conmigo después de lo que le he hecho a Madie. – susurró, como con pena, y  yo le separé un poquito, lo suficiente como para mirarle.

-         No soy amable contigo. Se es amable con los desconocidos, por educación. A ti te trato con el cariño que te tengo, y eso no va a cambiar nunca, porque nunca voy a quererte menos.

-         ¿Y más? – preguntó, entre mimoso y curioso.

-         Es imposible quererte más, pero lo intentaré con todas mis fuerzas – respondí, y le di un beso.

-         ¿Incluso después de lo que he hecho? – insistió.

Levanté su barbilla y le hablé con vehemencia.

-         Que te esté regañando (aunque, en realidad, hace un rato que no lo estoy haciendo) no significa que haya cambiado un ápice la relación que tengo contigo. Eres mi hermano, eres mi hijo, y me importa una mierda lo que hayas hecho: eso siempre va a ser así.

-         De eso es de lo que tenía miedo – me confesó, y apoyó la cabeza en mi hombro. Recordé lo que me había dicho Alejandro, acerca de que Harry “sólo” tenía trece años. En ese momento fui más consciente que nunca de que lo que tenía en mis brazos aún era un niño. Le di un beso, pero él no había terminado. -  De eso y de que me descuartices, como sé que harías con cualquiera que hiciera daño a Madelaine.

A pesar de que esa última frase la había dicho medio en broma, sentí que debía hacer algunas aclaraciones:

-         Lo que voy a hacer no es una venganza: es un castigo. Tienes razón en eso que dices, pero tú no eres cualquiera. Y no es Madie a la única a la que defendería con uñas y dientes.

Le acaricié el pelo, como para dejar claro que él era una de esas personas aparte de Madie a la que nadie iba a tocar mientras yo viviese. Luego suspiré, consciente de que no podía prolongarlo más. Me separé de él y le miré algo más serio que en ese último rato. El pareció darse cuenta también de que los mimos se habían acabado momentáneamente, y me miró a la expectativa. 

-         No volverás a trabajar en el jardín del vecino. – anuncié, y la cara de Harry fue la misma que la que hubiera puesto si le hubiera dicho que alguien había muerto.

-         Pero…

-         No es discutible, Harry. Los seres humanos son más importantes que las plantas. La familia es más importante. Espero que esto haga que no vuelvas a olvidarlo.

Noté que Harry se debatía entre discutir conmigo o aceptarlo. Sé que normalmente hubiera discutido, pero aquella vez hundió los hombros y respiró hondo.

-         Sí, papá.

Apretó los puños y se mordió el labio.

-         Llora si quieres llorar, hijo. Sé que duele. Sé que es muy importante para ti, y de veras lo siento. No lo hago por hacerte daño.

Harry gimió para desahogarse un poco, pero creo que se propuso no llorar más, y estaba dispuesto a conseguirlo.

-         Ahora quiero que te bajes los pantalones, pero antes quiero que me mires a los ojos, y que no lo hagas hasta que no estés seguro de que no tienes que tenerme miedo.

Durante unos segundos, me sentí sondeado por los ojos de Harry. Él no parpadeó, así que yo tampoco, y al final le oía suspirar y  llevó sus manos a su cadera. Las dejó ahí, y luego volvió a mirarme con algo que estaba muy cerca de ser un puchero. Sin decir nada aparté sus manos y las sustituí por las mías. Desabroché el botón y bajé sus vaqueros. Él se quitó las deportivas y terminó de sacárselos, apartando la prenda con el pie. Entonces puso una mueca y levantó el pie derecho, mientras se quejaba.

-         ¡Au!

-         ¿Qué?

-         Me ha dado un tirón.

-         Eso es el karma, por haber pateado a tu hermanita. – le dije. Me salió del alma, y luego me sentí terriblemente mal. - No debería haber dicho eso, lo siento… Anda, ven aquí. – le dije, y le senté a mi lado. Alcé su pie, le saqué el calcetín, y le di un masaje.

-         ¡Ay!

-         Ya. Se pasa enseguida.  A veces los músculos se montan uno encima de otro y es desagradable, pero no dura mucho. – le dije, y apreté suavemente su planta. - ¿Mejor? – pregunté, y él asintió. - ¿Has visto? Si es que doy unos masajes que ni siendo quiropráctico. – fanfarroneé, y le hice sonreír un poco. No pude resistirme y le di un beso en el pie, haciéndole algo de cosquillas. Harry se rió y pataleó inconscientemente, y cuando le solté me miró con sus grandes ojos muy abiertos, haciendo que parecieran más grandes todavía.

-         ¿Puedo decirte algo? – preguntó. Supe que no lo decía en el sentido de “¿prometes no enfadarte?” o “¿puedo confiar en ti?”, sino en el sentido de “sé que ya habíamos terminado de hablar, pero aún tengo algo que decir antes de que me castigues”.

Yo asentí, con más curiosidad que impaciencia. Aunque en un sentido literal se me echaba el tiempo encima, no tenía ninguna prisa. Había aprendido con los años que a los sitios se puede llegar tarde, la cena se puede retrasar, la ropa sucia se puede lavar otro día… pero algunas conversaciones con mis hijos o se tenían en un momento determinado o ya no podrían tenerse jamás.

Harry hizo entonces algo que, si no estaba pensando aposta para manipularme, tuvo el mismo efecto. Como yo estaba sentado en la cama, y el de pie, se puso en cuchillas hasta quedar a mi altura y apoyó los brazos en mis piernas, para que nuestras caras quedaran frente a frente.  Era un gesto de mucha confianza. Un contacto que no tendrías con todo el mundo, sino con quienes son importantes para ti.

-          ¿Recuerdas el nombre de mi madre? – me preguntó. De todas las cosas que pensé que iba a decirme en ese momento, nada más lejos de aquella cuestión. Por un segundo quedé más que descolocado, hasta que al pensar en el nombre de su madre, entendí el motivo de la pregunta.

-         Su nombre verdadero, Rose. Su nombre…de trabajo…Daisy. – respondí, algo incómodo. Hacía algunos años que les había explicado a los gemelos la clase de vida que llevaba su madre, pero aun así era difícil hablar del tema.

-         Dijiste que ya no era… puta. – continuó él.

-         No. Seguramente por su enfermedad. – confirmé. Tener SIDA no era lo mejor para ganarse la vida con las relaciones sexuales.  Pensar en eso me hizo recordar cómo vinieron Zach y Harry a casa… fueron uno de los casos que más me costaron, porque no me enteré hasta muy tarde de que Andrew había dejado embarazada a otra mujer.

-         Contrataste un detective para buscarla y nunca apareció. Se que probablemente sea porque está muerta, o porque Zach y yo la importamos lo mismo que cuando nos parió, es decir, nada. Bueno, sí: los cinco mil dólares que le diste.

-         Yo no…

-         Se los diste – me cortó.

Decidí no gastar saliva en negárselo… porque era cierto. Nunca sabré cómo se enteraron, pero yo tuve que dar dinero a las madres de Zach y Harry, de Barie, y de Dylan, para que no abortaran. Conseguir el dinero para la madre de los gemelos me obligó a pedir un crédito y por entonces ningún banco confiaba en mis ingresos para concedérmelo. Por eso digo que traerles a ellos a casa fue una de las adopciones más difíciles. Entre eso, y que Rose ya había apalabrado una adopción no demasiado legal con una familia extranjera, mis dos niños pasaron algunos meses en casas de acogida, mientras se aclaraba su situación.

Dediqué mis energías entonces a rebatirle otra cosa:

-         Lo último que sabemos es que está viva, Harry. No tienes por qué pensar…

-         Lo sé. Y es por eso que… algunas noches… antes de dormir… Intentó pensar en ella. Intento imaginarle una vida, y a veces fantaseo con una vida en la que ella no se deshiciera de mí como de la basura. – me dijo.

Esa confesión no me resultó del todo extraña, porque yo hacía lo mismo con mi madre. Era uno de mis pasatiempos favoritos cuando tenía su edad, y Andrew pasaba de mí, y aún de adulto pensaba a veces en eso.

-         Sus dos nombres tienen que ver con flores – prosiguió Harry.* - Así que en la vida que la he inventado, ella es florista, o jardinera, o algo así. Dejó su vida de prostituta, montó una floristería, encontró a alguien con quien casarse e incluso puede que me haya dado algún hermanastro.

Durante unos momentos no supe qué decir. “Le he inventado una vida a mi madre”. ¿Qué respondes a eso?

Por eso el jardín era tan importante para él. Por eso le dolía que lo hubieran destruido, aparte de porque molestaran al señor Morrinson. De alguna manera Harry sentía que las plantas le unían con esa imagen irreal que se había hecho de su madre. Acaricié su mejilla suavemente, y él cerró los ojos, ladeando la cabeza y restregándola suavemente.

-         Sólo me apetecía  que lo supieras – dijo, y se encogió de hombros.

Vale. Genial. Muy bonito todo. ¿Y yo tenía que castigarle después de eso?

“Pequeño manipulador.”

“No lo hizo por manipularte, Aidan.”

“Ya, pues eso casi es peor. Si le castigo ahora seré un  monstruo cruel,  sin corazón y sin…”

Aún no había terminado mi diálogo interno cuando Harry hizo una ligera presión en mis piernas y se puso de pie. Me miró con resignación, como diciéndome “bueno, estoy listo”.

-         Es una buena vida – le dije – y quién te dice que no sea cierta. Entiendo…entiendo que ese jardín sea muy importante para ti, por muchos motivos, pero lo que hiciste sigue sin estar bien.

-         Lo sé – respondió, mirando al suelo.

Yo miré al suelo también, y luego levanté la vista, algo más decidido aunque siempre con aquél maldito nudo en el estómago. Le agarré del brazo y tiré suavemente de él. Él entendió lo que pretendía, así que se dejó hacer y se tumbó encima de mí.

Aquella vez si le froté la espalda no fue para prepararle a él, sino para prepararme a mí. ¿Quién me iba a decir que de estar tan enfadado pasaría a estar enternecido? Noté que Harry se ponía nervioso, así que dejé de estirar el tiempo y le di mi mano izquierda para que la agarrara, como la última vez. Él, sin embargo, no lo hizo.



-         Harry´s POV-

Ahí estaba yo, después de haberme ensañado brutalmente con mi hermana pequeña (con énfasis en el hecho de que fuera chica y menor que yo) y pese a ello papá estaba siendo agradable conmigo. Tenía muy claro que en cuanto Aidan me dejara sólo iba a salir corriendo a hacer dos cosas: uno, suplicarle a Madie que me perdonara, y dos, buscar un árbol grande del que poder colgarme. Claro que si hiciera realmente la número dos, papá lo impediría de alguna manera y estaría en problemas también por eso. 

Primero se ocupó de que no tuviera miedo, luego del tirón en el pie, después me escuchó, y aún entonces, cuando por fin iba a castigarme, pretendía darme la mano como señal de…de no sé muy bien de qué, pero para hacerme sentir mejor. No le agarré, incrédulo ante una nueva muestra de que yo seguía siendo importante para papá.

-         No seas condescendiente conmigo – susurré, entre dientes. – Soy un cabrón.

Sentí entonces un azote bastante fuerte que me hizo replantearme la posibilidad de resistirme a aquello.  Uno siempre cree que recuerda cómo se siente, pero no era ni parecido lo que guardaba en mi mente con la realidad. La mano de papá era una especie de arma invencible.

-         No eres nada de eso. No te insultes. – me dijo, y volvió a intentar darme la mano.

-         Tendrías que odiarme, soy un hijo de…

Me silenció con otro azote. ¡Auch!

-         Mira que aún no estamos empezando… ¿De verdad quieres seguir por ahí? – me aconsejó.

-         A ver si lo entiendo… ¿me pegas para demostrarme que no me odias y que no soy un imbécil? – pregunté, con algo de sarcasmo.

-         Con los años he descubierto que en ésta posición estás más dispuesto a escucharme – contraatacó.  – No te insultes –  añadió, como remarcándolo.

-         Alguien tiene que hacerlo, en vista de que tú no lo haces.

-         Harry, deja de decir tonterías. Cometiste un error, voy a castigarte, no vas a hacerlo de nuevo. Es una mecánica muy sencilla que hemos repetido más veces de la que me gustaría. En ninguna parte del proceso entra el hecho de que yo o cualquier otra persona te insulte. Ahora respóndeme: ¿por qué voy a castigarte?

-         Por soplapollas.

Dos azotes, con más fuerza que de costumbre. Me siguió picando segundos después de que me pegara.

-         Inténtalo otra vez. ¿Por qué voy a castigarte?

-         Por mamo…

-         Basta, Harry – me interrumpió. – Puedo cambiar de idea y bajarte también el calzoncillo.

Normalmente no le hubiera creído capaz de cumplir esa amenaza, pero el muy pervertido ya lo había hecho una vez, y la verdad es que no me gustó nada.

-         Por hacerle daño a Madie -  respondí, al final.

-         ¿Y por qué eso está mal? – siguió preguntando. Resoplé. Odiaba cuando papá me hablaba como si tuviera la edad de Kurt.

-         Porque es mi hermana.

-         ¿Y por qué más? – insistió. La verdad es que esa pregunta me descolocó un poco. Creo que él notó mi incomprensión, porque se explicó: - ¿Hubiera estado bien si ella no fuera tu hermana? ¿Acaso está bien tratar así a los demás?

-         Normalmente no, pero si tuviera delante a los verdaderos culpables… - mascullé.

-         Harry… - me advirtió.

-         ¿Qué? ¡Es la verdad! – protesté, aunque quizá ese no fuera ni el momento ni el lugar de llevarle la contraria. – Algún gilipollas agredió al señor Morrison, ensució su casa, rompió su ventana y destrozo mi jardín.

-         ¿Tú jardín? – preguntó papa, y aunque no le veía juraría que estaba sonriendo un poco.

-         Su jardín – rectifiqué.

-         Aun así, liarse a patadas no es la solución.

-         Algunas personas sólo entienden así. – farfullé.

-         Oh, ¿entonces la gente sólo entiende a golpes? Bueno es saberlo. Otra vez no me molesto en hablar contigo y me limito a pegarte directamente. ¿Te gustaría eso?

Recordé lo bien que me había sentido mientras hablaba conmigo, haciéndome sentir que yo era importante , y pensé cómo hubiera sido si directamente me hubiera castigado allí mismo, delante de Madie después de separarme de ella. Me estremecí.

-         No.

-         Eso pensaba. No podemos ir por la vida golpeando a todo el que nos haga daño, Harry. – dijo papá, y yo solté una risotada irónica. – No, no insinúes que eso es lo que yo hago porque sabes que no es así. Ya te he dicho que hay una diferencia entre esto y liarse a patadas.

-         Ya, pues alguien debería hacerle “esto” al culpable.

-         Eso no te lo discuto. – respondió papá. – Hay que respetar la propiedad ajena y a las personas mayores. Entonces, ¿por qué va a ser éste castigo?

-         Por intentar resolver las cosas a golpes.

-         Eso es. – me dijo, y volvió a ofrecerme su mano. Esa vez, quizá por el desagradable hormigueo que sentía en el estómago, no la rechacé y se la agarré con fuerza.

“No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar”

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

Cerré los ojos con fuerza.

“Que no. Que no voy a llorar. No llores. No.”

 PLAS PLAS PLAS Auuuu PLAS PLAS  PLAS PLAS PLAS Aiii PLAS PLAS


“¡No llores!

“Es que…es muy fuerte….”

“¡Tú le pegaste más fuerte a Madie!”

“Bueno, pero ella lloró ¿no? Y a papá no le importa que llore.”

“Ya, y luego te consolará, y te mimará hasta que ya no llores. ¿Crees que te mereces eso?”

“No.”

“Pues no llores.”


PLAS PLAS Ay PLAS PLAS Au PLAS  PLAS PLAS PLAS Afghs PLAS PLAS

“¡¡Que no llores!!”

“Demasiado tarde.”


Esperé a que papá continuara, pero pasaron los segundos y no sentí más palmadas. Abrí primero un ojo y luego otro, pero claro, no vi más que el suelo. Gimoteé un poco. Me dolía, jo.

Sentí una mano grande,  inconfundible, acariciándome la espalda. Pareció evidente que papá había terminado.

-         ¿Ya está? ¿Y para eso tanta cosa? – tuve que decir. ¿Por eso había estado tan asustado? ¿Para eso tanto drama, y tantas palabras, y tanto abrazo?

Entonces escuché una carcajada, y noté que papá tiraba de mis hombros para levantarme.

-         No tienes remedio – me dijo, pero me sonó a “no cambies nunca”. Me abrazó, y me limpió las escasas lágrimas que me habían traicionado.

A mí me daba que el que no tenía remedio era él. Tenía que ser el hombre más “ablandable” de la historia. Pero, tshé, yo no me quejaba.

-         Aidan´s POV -

Creo que Alejandro y Madie no podían tener quejas ni llamarme “malo” aquella vez. Había cumplido sus peticiones con creces. Lo hice en parte porque me di cuenta de que Alejandro había tenido razón: nada de lo que yo hiciera iba a hacer que Harry estuviera más arrepentido. Lo sentía mucho, al menos la parte en la que hacía hecho daño a su hermana.

No había entendido, hasta que lo asoció con su madre, la importancia que cuidar de las plantas tenía para él. Eso me había conmovido mucho. Le acaricié el pelo un rato, y luego me estiré para alcanzar sus pantalones.

-         Vamos, póntelos. Tenemos que ir a decirle al señor Morrinson que no irás a trabajar para él esta semana.

- ¿Esta semana? ¿Entonces no es para siempre? – preguntó, con la misma cara de ilusión que ponía Kurt en la mañana de Navidad.

-         Yo no dije que fuera para siempre. – solté, aunque en realidad lo había insinuado y los dos lo sabíamos. De pronto Harry me placó, tirándome sobre la cama.

-         Gracias, gracias, gracias, gracias. Es muy importante para mí, y además necesito el dinero.

Sonreí mientras intentaba quitármele de encima un poco, pero sólo un poco. Le abracé bien para que no se me escapara.

-         ¿Cuánto te falta para el monopatín de Zach?
-         Unos veinticinco pavos, pero ahora necesito más.

-         ¿Y eso?

-         Tengo que comprar las entradas de un concierto.

-         ¿De un concierto? – volví a preguntar.

-         De Justin Bieber – dijo, y con eso entendí.

-         Harry, Madie es muy pequeña para ir a un concierto.

-         Actúa en Santa Fe dentro de cuatro meses. Tengo que darme prisa o se agotarán las entradas, si es que no se han agotado ya. Santa Fe está muy lejos, pero se puede llegar en coche y…

-         Harry, Harry. Madie es joven para ir a un concierto.

-         Pero no iría sola. Iría con Barie y lo tengo todo pensando. Ted puede llevarlas. El viaje será sólo de un fin de semana y…

Antes de poder interrumpirle, escuché un jadeó y me di cuenta de que Madie estaba en la puerta. Debía de haber venido preocupada porque tardáramos tanto. Por su expresión de “acaba de tocarme la lotería”, deduje que había escuchado. Entró corriendo y se tiró sobre su hermano.

-         ¿De verdad?

-         Madie, lo siento mucho, de verdad, yo…- empezó él.

-         Calla, idiota. ¿De verdad vas a comprarme las entradas?

Harry me miró entonces como cachorro apaleado y Madie, entendiendo que a quien había que convencer era a mí, se sumó a esa mirada. Resoplé. ¿No podía venirse el cantante ese a California? Noooo, claro que no. Eso habría sido demasiado sencillo.

Yo debía de ser muy transparente, porque Madie y Harry sonrieron, dando por sentado que mi silencio era un “sí.”

A ver cómo cojones planeaba yo un viaje a Nuevo México.  


-         Ted´s POV -


Como no me distrajera con algo iba a morir de impaciencia. Lo de dormir había quedado ya en el pasado, porque apenas me había tumbado cuando los gritos me hicieron levantarme, y la verdad es que después de eso maldito el sueño que tenía. Lo que quería era ver si Harry estaba bien, si había arreglado las cosas con papá… ¡pero esos dos no salían de la habitación!

Alejandro opinaba que estaba tardando tanto porque la técnica de desollar a alguien vivo requiere mucho tiempo, pero yo realmente no quería pensar que durante tooooodo ese tiempo le había estado castigando. De ser así, adiós hermanito.

Ya no aguantaba más tiempo tumbado en mi  nueva cama haciendo como que no estaba preocupado. Ya me había memorizado cada parte de la litera recién comprada, y a decir verdad pensar que Michael y yo dormiríamos ahí tampoco ayudaba, porque también estaba intranquilo por mi hermano mayor.

Hermano mayor. Qué bien sonaba ¿no?

Para  que no me saliera una úlcera siendo tan joven, decidí distraerme, y sabía justo de qué forma hacerlo. Aproveché que Alejandro salía del cuarto y que cole estaba en el piso de abajo para sacar el móvil y llamar a Agustina. Lo cogió al primer toque, como si hubiera estado esperando una llamada.

-         ¿Fred?  - preguntó, angustiada. Fruncí el ceño.

-         No. Soy Ted.

-         Ah. Hola. Perdona, es que no te tengo en la agenda y me salía sólo tu número.

Jolín. ¿Sonaba decepcionada? ¡Auch!

-         ¿Esperabas que te llamara Fred?  ¿Mi amigo Fred?

-         No importa. ¿Qué querías?

-         No, espera, espera. ¿Qué pasa con Fred? Pensé que apenas os conocíais.

-         Y apenas nos conocemos. Como hoy no vino a clase le llamé y le dejé un mensaje, y pensé que me estaba devolviendo la llamada – respondió. Vaya mentira más floja.

Guardé silencio unos segundos. Estaba algo dolido: pensé que mi llamada le haría más ilusión. Estaba extrañado. Y… estaba celoso.

-         ¿Y por qué tienes su número?

-         ¡Qué sé yo! Va a mi clase de mates.

Tenía la certeza de que me estaba mintiendo, pero también sabía que yo no era nadie para pedirle explicaciones y que en realidad no tenía motivos para sentir celos. Rechiné los dientes y me tragué la rabia.

-         Si te pillo en mal momento… - dije. Evité añadir el “dejo la línea libre por si te llama Fred”, que se quedó sólo en mis pensamientos.

-         ¡No, para nada! ¿Qué querías?

-         Eh…sólo hablar, supongo.

Mi mente seguía pensando en Fred. Fred, Fred, Fred.

“Espera un momento. ¡Fred es gay!”

“¿Gay o bi?”

“Gay.”

“Nunca se lo he preguntado. En realidad no sé si es gay, sólo lo supongo.“

“Vamos, Ted…Todo el mundo lo sabe…”

“Bueno, y si lo es ¿qué rayos se trae con Agustina?”

-         Estoy preocupada – la escuché decir, al otro lado del aparato. No sé si había dicho algo antes, pero esas palabras me sacaron de mis reflexiones.

-         ¿Por qué?

-         Porque hoy no haya venido. – confesó. En ese momento me dio igual lo que Fred fuera para ella. Como si era su nuevo novio: sólo quería dejar de oír ese tono angustiado en su voz. Además, Fred era mi amigo.

-         Habrá cogido un catarro.

-         Tal vez… - respondió, de una forma que indicaba que en realidad lo dudaba mucho.

-         Agus…¿sabes algo? – pregunté, empezando a preocuparme yo también. De pronto me asaltaron las imágenes de ese día, con el imbécil de Jack, el cuchillo, y todo. El corazón empezó a latirme más deprisa. - ¿Crees que Jack puede haberle hecho algo?

Tendría que estar rabioso contra mí y no contra Fred, pero siempre le había acosado sin motivo alguno, así que a lo mejor  había decidido pagarla con él, por costumbre.

-         No. Jack no – respondió enigmáticamente.

Iba a seguir preguntando, pero en ese momento entró papá, que venía con Harry y Madie  justo detrás de él, sonriendo mucho.

-         Ted, tengo que hablar contigo un momento…- empezó papá. Levanté la mano para pedir silencio, atento a la conversación con Agus. Papá frunció el ceño.

-         ¿Qué quieres decir?  - le pregunté a Agustina.

-         Ted – insistió papá. – Necesito saber si podrías…

Nunca se me ha dado bien atender a dos conversaciones a la vez. En ese momento Agustina estaba diciéndome algo y no la entendía, así que interrumpí a Aidan.

-         Jobar, papá, ahora no. Sal de mi cuarto, ¿quieres? – le espeté, de malos modos. Aidan me miró de una forma que tendría que haberme hecho darme cuenta de que no debía hablarle así, pero en ese momento yo no me fijé en eso y seguí atento al teléfono. Me di cuenta, sin embargo, de que papá no se fue.

-         ¿Estás ocupado? – preguntó Agustina.

-         No, tranquila. Repíteme eso, por favor. No te escuché.

-         Que no creo que Jack le haya hecho nada. Le expulsaron después de que Fred no viniera. Tuvo que ser ayer.

-         Teodhore. Cuelga el teléfono. – dijo papá. Odiaba, ODIABA, que empelara ese tono. Y que fuera tan recalcitadamente impaciente. ¿Qué coño quería ahora? ¿Que ayudara a Kurt con la tarea? ¿Que vigilara a Alice? Estaba seguro de que era para pedirme algo. Casi siempre que Aidan hablaba conmigo era para pedirme algo. Yo no era Alejandro, después de todo.

-         Aidan, déjame en paz – le gruñí. - ¿Qué es lo que tuvo que ser ayer, Agustina? – pregunté, pero antes de poder oír una respuesta papá me quitó el teléfono, colgó, y echó fuego por los ojos.

-         Es papá para ti. Y te has quedado sin esto por una semana. Si estás molesto por algo yo no tengo la culpa. – me dijo, hablando con bastante dureza. Inmediatamente me sentí mal. Primero, porque me había quitado el móvil. Y segundo, porque entendí que me había sobrado con el tono y las formas. Iba a pedirle perdón, pero no tuve ocasión. -  Te decía que quería hablar contigo, pero mejor lo dejamos para otro momento.

-         ¡Siempre lo dejas para otro momento! – chillé, sorprendiéndome un poco por la intensidad de mis propias palabras. - ¡Cuando no es Alejandro escapándose de casa es Hannah o algún otro! ¡El caso es que nunca tienes tiempo para hablar conmigo salvo para pedirme cosas o para castigarme si no las hago! – me desahogué, y salí corriendo de ahí, contento porque nadie me lo impidiera.

-         Aidan´s POV -

Me quedé helado. Hubiera salido corriendo detrás de Ted, pero las piernas no quisieron responderme. Sus ojos estaban húmedos cuando me gritó y fui perfectamente consciente de que tenía razón. Desde el día anterior tenía que hablar con él de su fiesta, y luego se sumó lo de ese matón del colegio… Lo pospuse para que durmiera un rato, pero entonces pasó lo de Harry, y Ted no se durmió, sino que estuvo ahí, ayudándome, como siempre.

Como para darle más la razón todavía, yo había ido a su cuarto para hablar con él sobre si realmente era posible lo del concierto de Madie. Es decir, para pedirle algo. Y al final, había terminado castigándole, sin teléfono. ¡Y aún tenía que darle las gracias adecuadamente por un montón de cosas! Joder, pero ¿qué clase de imbécil era yo?

-         Te has pasado, eh – me acusó Madie. - ¿Y si estaba hablando con su novia? ¿O consiguiéndose una?

Mierda. La chica. ¡De eso también tenía que hablar con él!

-         ¡Podías haber esperado a que terminara de hablar! – secundó Harry.

-         ¡Tampoco te ha dicho nada tan malo! – siguió Madie.

-         Bueno, ya vale ¿no? – protesté. – Tenéis razón. No era nada tan urgente como para no dejar que terminara de hablar. Pero no hay por qué hurgar en la herida, caray.

-         Si tú te metes con él, tenemos que defenderle. – dijo Harry.

-         Los hermanos se defienden – apoyó Madie.

Si. Mis hermanos siempre se defendían. ¡Lo malo era que se ponían todos contra mí! ¿No que yo también era su hermano? ¡Alguien podría ponerse de mi parte de vez en cuando!

“Sí, ese normalmente es Ted. Así que ya estás tardando en ir a pedirle disculpas.”




N.A.:  Me encantaría que esto tuviera la opción de poner subíndices como el Word, para las notas a pie de página.

Asterisco número uno:  En mi colegio pasó  lo de que alguien dejara un muñeco con un cuchillo clavado. La persona a la que se lo hicieron  primero se lo tomó a broma, pero a los pocos días confesó que estaba asustado. Se quedó ahí, no pasó nada grave, pero quien lo hiciera [y nadie salvo el afectado supo nunca quién lo hizo] ya logró imponer la ley del miedo. STOP BUYING.

Asterisco número dos:  Supongo que más de uno se habrá dado cuenta, pero Rose evidentemente es “rosa”, y Daisy es “margarita”. A eso se refiere Harry al decir que los dos nombres tienen que ver con flores.

N.A.: No, no me han abducido, ni raptado, ni nada xD Sé que tardé un poco… es que estuve fuera de casa unos días, y además estoy de exámenes, y éste capítulo es megalargo…xD 

Le dedico éste cap a dos personas: a Mery, porque ha estado malita y porque el 2 fue su cumple, y a NickPeterlover, porque la apacharía y no la soltaría nunca.

12 comentarios:

  1. NO PUEDO CREERLO PUEDE PUBLICAR LAS HOJAS EN UNA SOLA ENTRADA
    Me encanto la reacción de Alejandrito los adoro a todos pero él es por lejos mi favorito :D

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  2. Dream, somos nosotros quienes te deberíamos de raptar para que no desaparezcas y nos dejes sin actualizaciones, me encanto el capitulo mi favorito también es Alejandro, gracias por este nuevo capitulo :D
    CM

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  3. Waooo amiga... la verdad se te extrañaba horrores...pero si prometes que cada vez que te pierdes unos días... luego nos deleitas con una historia así de larga y tan excelente como este capi. Pues te mando unos extraterrestres para que te secuestren...jajjaja. No se si sera la falta sueño de Ted, pero me gusta rebelde con Aidan, y es que merece serlo de vez en cuando, aunque implique unas palmadas de Aidan. Espero con ansias el próximo y saber de Fred.

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  4. Wow que capítulo super largo tarde más de dos horas leyendo adiós a dormir temprano y por ti que escribessuper genial :-D me encanta Ale de mimoso pero ahora nos dejas con la duda que pasó con fred y el primer día de trabajo de Michael jaja no quiero presionar pero… cuando dices que es el próximo capítulo jaja

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  5. wooooo, me quede de a cuatro que le paso a fred???

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  6. Muy buen capi tuvo de todo, me he reido bastante con lo de "justin gaybier" jajaja hay q tener cuidado con su fans eso si ya lo aprendio Harry, que bueno q publicaste hacias falta pero recompensaste con creces ;)

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  7. Bueno, solo tuve tiempo para leer esta historia, ando realmente liada, lo lei con hambre como siempre y siento decir que esta ves AIDAN ME HA DECEPCIONADO TREMENDAMENTE...........
    el dice que no fomenta las mentiras, y pues que paso con la mocosa? sus mentiras ocasionaron el descalabro de los actos de su hermano; creo que Aidan deberia ser igualitario en los castigos, no digo que con eso se le vaya a dar los mismo que le dio o se merecia Harry por violencia, pero creo que la hermana debe aprender tambien por las malitas que las mentiras pueden no solo herir sino ocasionar catastrofes, ella provoco todo el revuelo, en una pelea hay dos, en una riña hay dos, que vamos HArry no se peleo con su reflejo y ella no insulto ni mintio al suyo
    esta vez siento decir que AIDAN SE APLAZO para mi, porque su reaccion no ha sido imparcial ha tirado mas para el lado de la supuesta victima, pero victima hasta cierto punto, ya lo dije una guerra es de dos o mas nunca de uno solo.....
    Y espero que no se le ocurra hacerle senitr miserable a Ted por reaccionar; que el deberia pensar en sus actos querer ser el sol y el mandamas no sirve, no ha respetado la intimidad de una charla por telefono que no estaba ciego para no fijarse en el movil pegado al oido no?
    Asi que mi querira Dream........... toca que me recompeses por renegar con Aidan, no sabes lo mal que me senti mi bilis se hizo pura piedritas menudas y sera culpa de Aidan que me metan al quirfona por un ataque repentino de vesícula con su total favoritismo
    Pero fuera de bromas a manera de comentario sin ofensa a tu trabajo que me encanta, personalmente no me gustan las mujercitas con el papel de victimitas y quieren que el mundo de vueltas alrededor de ellas porque lloran, que cosa mas asquerosa...... y detesto aun mas a las que las hacen frágiles sin enseñarles a hacerse respetar como es debido usando su valia, pero más cuando las hacen manipuladoras y se creen con derecho de atropellar a los varones, soy feminista pero no fanatica, defiendo la igualdad de género por algo es igualdad de genero no ceguera......... para eso directamente deberian llamarlo ginocracia si valdria el termino claro, jajajaj
    un besote y ya sabes, AIdan me debe compensar el dolor de cabeza, el colico biliar, la úlcera gástrica por portarse con preferencias, es que yo tengo una politica para que los hermanos no peleen por celos se debe llamar la atencion al que grita y al que hace gritar, ajajja
    YYYYYYY ni que decir.... que ni se le ocurra reñir y menos tocar a Ted, faltaria mas que sea un desconsiderado cuando lo tiende de chofer ,de niñero, de profesor, de enfermero, de cocinero, de guardia y que se yo, jajajajajjaja
    un besote
    Marambra

    espero no te molestes por mi comentario, no eres tu, es Aidan :p

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  8. Aidan es uno de los mejores padres, por no decir el mejor de ellos, siempre muy justo con todos sus hijos, sabe cuando abrazar cuando castigar, y cuando alejarse para no dañar a sus hijos, como se pude esperar que reaccione a un padre cuando ve a su hija siendo pateada en el suelo, su reacción muy sabia de retirarse cuando ve que no podrá controlar su enojo porque a los hijos se les castiga no se le usa de saco de boxeo, así que si debe tomarse un tiempo para meter la pata a fondo aplaudo su sabiduría… aunque debió morderse al lengua también… porque entre lo que le dijo a Harry y lo que le hizo a Teo debería estar en la esquina de los castigados por una semana .
    Admiro a Adian lo adoro como padre hermano y hombre así que Dream si le buscas pareja y pongo de primera en la lista, y lo acepto con sus doce hijos.
    En cuanto a lo de igualdad de géneros completamente de acuerdo, las mujeres no son víctimas, ni objetos, sino que iguales en dignidad y derechos, solo recordando que este blog es exclusivamente de spank a CHICOS, si hasta el nombre del blog lo dice, no creo que sea necesario ahondar mas en ese tema latamente discutido y que pese a todas las insistencias no cambiara ya que es el único motivo de la existencia de este blog.
    Con recepto a las Madie de manipuladora nada, tiene los ovarios muy bien puestos, ella no se hace la víctima ni se deja victimizar es la primera en reconocer su error y su culpa en los hechos, en vez de quedarse callada y dejar que Harry cargue con la culpa, ella no ha manipulado a nadie si lloraba es porque los golpeo le dolían la patearon en el suelo, y si bien ella provoco a su hermano, y Harry reacciono mal, y se dejo llevar, por la calentura del monito, porque que debía hacer Madie dejarse pegar sin llorar para que nadie se enterara, que otra opción tenia???.

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  9. Vaya, he creado polémica (?) jajaja
    Mmm voy a elaborar mi defensa, su señoría!! xD Espero que te no te lo tomes a mal Marambita, igual que yo no me tomé a mal lo tuyo.

    Respecto a lo de Madie:

    1. Debido a la temática del blog intento reducir todo lo que no encaje al mínimo, con algunas excepciones con las que Lady amablemente hace la vista gorda.
    2. Madie precisamente no es la princesita delicada y victimista, esa si quieres es Barie xD Ella es la princesa guerrera, como Xena jajaj
    3. ¡¡Que la han dado de patadas!! Normal que llore xD Y normal que Aidan no la castigue... sería como cruel! xD

    Pobre Aidan, snif, que me le odian.... con Ted ya se dio cuenta que se equivocó, y con Harry pues... ¡le podría haber dicho cosas peores y se las comió! xD

    Lo siento Lady, pero Aidan no está libre, se tiene que casar conmigo...digo.... sí, eso, se tiene que casar conmigo!! jajajajaj

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    Respuestas
    1. Dream eres cruel como sacas a Aidan del mercado... mi mercado... ajajaja
      mira que es tan perfecto que hasta estoy pensando en la poligamia jajajaj

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  10. Hola Dream.......

    creo que no han entendido lo que escribí, ni tu ni LAdy yo no dije que Madie sea una manipuladora, dije que no me gustan las féminas de ese tipo en el contexto real de la palabra... y en el mundo real que habitamos, por eso dije fuera de broma
    segundo con darle dos palmadas estaba enviado el mensaje, que ya lo hiciste con las otras niñas, por eso me pareció raro, porque hay un punto que no se toma en cuenta... ni tu... ni LAdy, que MAdie confeso su pecado y estaba arrepentida, igual estaba HArry, arrepentido, tremendamente asustado al punto de orinarse, no consideras que bajo esa óptica viéndolo temblar, llorar echo un ovillo en el suelo, mojado en los pantalones que castigarlo NO ha sido cruel?, se llevo tu tiempo calmarlo si, no te lo niego, igual pudo calmar a MAdie y darle un solo palmetazo sobre la ropa nada más, no era necesario que la martirice seria tonto pedir que sea igual el castigo que a HArry..... y si perdono a MAdie porque no tener la misma indulgencia con HArry después de ver el efecto de aquello en su persona?, después de todo Alejandro tenia mucha razón, aprendió antes de que papá le de una lección, Madie no se iba de romper por dos palmadas que le de, total tu misma lo dijiste, es como Xenna no una BArby ..... y eso le quitaría la mortificación también a HArry, porque sabría que papa no tolera las peleas bajo ninguna óptica ni cuando empiezan los niños o las niñas, segundo que tampoco tolera las mentiras y menos cuando estas han dañado tanto las emocione de otra persona.....

    Así que para mi, Aidan me ha decepcionado mucho, pero eso es bueno, un padre no puede ni lo sera jamas perfecto, porque ni ellos, ni los niños vienen con un manual de instrucciones de uso, segundo, crea un nuevo misterio en su forma de actuar a futuro, así que sigo pidiendo que me recompense por hacerme renegar tanto.
    Así que mi linda DReam ni un pelito a mi Ted que sino me entro en la red y lo arreo a patatas jajajajjajajajjajja soy un poco violenta jajajajjaj sobre todo con las causas injustas que se disculpe como es debido y que hable con Harry y MAdie de lo que paso, y le llamas la atención a ella delante de su hermano, no necesitas castigarla físicamente pues el momento vino y se fue, pero una amonestación verbal no estaría mal para que quede reforzado el mensaje que las mentiras pueden dañar y ocasionar reacciones violentas, tuvo suerte entre la mala suerte... hubo quien la defendió y consoló, su padre, pero si a futuro sigue sin controlar su temperamento y provocar puede provocar al equivocado y ahí no habrá papá como todo en la vida real........ por eso no estoy de acuerdo a que las chicas no sepan de defenderse, lo que mas me carga son las fragilidades que los padres fomentan so pretexto que son niñas GRRRRRRRRRR

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  11. Wow Dream
    Ahorita que recuerdo es verdad lo que dicen las demás chicas que le habrá pasado a Fred?
    Me encanto el capitulo
    Si de por si Alejandro me encantaba ahora mucho mas jeje ame cuando dijo ño! Como Al ice
    A mm yo creo que Anidan como todo padre se equivoca y lo importante es que sabe admitir sus errores y pide disculpas como a Harry :3
    Apoyo a Lady Aidan es el mejor padre :) y mas considerando que tiene 12 hijos y para todos tiene tiempo
    Y pues yo creo que su reacción inicial con Harry fue equivocada pero no podía reaccionar de otra manera con lo que vio, su hija siendo pateada y como Aidan decía que no permitiría que nadie hiciera daño a ninguno de sus hijos pues le cayó como balde de agua fria, lo que me gusto es que hablo con su hijo y logró tranquilizarse y tranquilizarlo
    Y con Ted mmm mala combinación el estrés de ambos jeje aunque ya quiero ver que esos 2 hablen y hagan las paces
    Creo ya me extendi mucho :S
    Me encanta toda esta familia :D
    Saludos
    Att.Miranda

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