jueves, 24 de diciembre de 2015

LA NOCHE ANTES DE NAVIDAD



LA NOCHE ANTES DE NAVIDAD

-         ¡Jo, jo, jo, feliz Navidad!

Santa Claus levantó el pie y miró con fastidio al muñeco que había emitido aquél sonido, cuando lo había pisado sin querer. Él no se reía así, vamos a ver. Y tampoco estaba tan gordo.

-         Si van a hacer un muñeco de uno, al menos que se informen un poco – refunfuñó, en voz baja.

Pero a él nunca le duraba mucho el mal humor, así que enseguida cambió el ceño fruncido por una sonrisa al ver dónde se encontraba. Reconocía aquella casa a la perfección:  la de Edward Hoffman y sus hijos. Era una de sus familias preferidas, porque eran gente muy unida y de buen corazón. Los niños nunca habían estado en su lista de niños malos, aunque a veces se encendía alguna lucecita roja en su panel de control, cuando hacían alguna trastada. Santa solía reírse con casi todas ellas, especialmente con las de Reynaldo, que tenía como una chispa especial.

Estaba dejando los regalos debajo del árbol, cuando le pareció escuchar unos pasitos bajando las escaleras. ¡Horror! ¡No tenía dónde esconderse! Rápidamente, sacó un paquetito de su bolsillo, y se echó el contenido por encima. Eran polvos mágicos, que le permitían hacerse invisible ante una emergencia como aquella.

-         Ahhhum. ¿Papi? – llamó Ricky, frotándose los ojos. Había escuchado ruidos y se había asustado un poco.

Encendió la luz del salón y echó un vistazo por toda la habitación, pero no vio a nadie. Santa Claus dejó escapar el aire silenciosamente, aliviado.

-         ¡Galletas! – chilló el niño, al ver los dulces y la leche que le habían dejado a Santa Claus en una mesita. Con una sonrisa traviesa, sabiendo que el crimen perfecto porque no había nadie mirando, se acercó a la mesa para coger algunas galletas y un poco de turrón.

-         ¡Ricardo! – exclamó Edward. Él también se había despertado.

“Caray, o yo estoy perdiendo facultades, o esta gente tiene el sueño muy ligero” pensó Santa.

-         Ups… hola papi…

-         ¿Qué haces levantado? Y esas galletas no son para ti, jovencito.

-         ¡Pero hay muchas, papi! ¡Santa Claus no puede comerse todas esas, Rey dice que tiene que adelgazar! ¡Y además es viejito y le sube el azúcar como al abuelo!

“¡Será posible! ¡Mocosos maleducados!” se indignó el anciano…este…digo…el hombre algo mayor.

-         A quien le subirá el azúcar es a ti, después de todo el chocolate que te has comido hoy. Andando para la cama. Sabes que no puedes levantarte por la noche si no es para ir al baño o a la cama de papá y mamá. – regañó Edward, e impulsó a su pequeño con un par de palmaditas.

PLAS PLAS

-         ¡Ay!  ¡Eres malo, papá! ¡Lo que pasa es que quieres todas las galletas para ti! ¡MALO, EGOÍSTA, TONTO!

Edward se quedó muy quieto al escuchar aquello, y Ricky también al entender lo que había dicho, y a quién se lo había dicho.

-         Papi… lo siento…

-         ¿Qué me has llamado, Ricardo Enrique?

-         Fue sin querer…

- A mi ni me gritas ni me insultas, que soy tu padre, ¡caramba!.

Santa Claus fue testigo de cómo Edward agarraba a su hijo y se sentaba con él en el sofá, poniéndole en una posición que dejaba muy claro lo que iba a hacer. Le bajó el pantalón del pijama y los calzoncillos y levantó la mano para darle una palmada. Santa Claus sintió pena por el niño, y se dijo que a nadie deberían castigarlo en Navidad. Lo que le pasaba al mocosito era que tenía sueño y que a la vez estaba alterado de tanto azúcar. Aprovechando que no podían verle, empujó suavemente una de las fotos que había en el salón y la dejó caer al lado de Edward.

Edward recogió la foto sin entender cómo se había caído y la volvió a colocar en su sitio, pero antes no pudo evitar echar un vistazo. Era una foto de él con Ricky cuando era más pequeño, de unos dos años. El enano tenía todas las manos y la cara pringadas de chocolate y miraba a la cámara con una sonrisa de inmensa felicidad, como si estar sentado encima de su padre con la tripita llena de chocolate fuera lo máximo a lo que uno pudiera aspirar en la vida.

Ricky se impacientó de estar así tumbado medio desnudo y se revolvió un poco.

-         Papitooo… snif…ya no lo hago más…snif…¿me perdonas?

Edward se centró en su pequeño y dejó escapar un suspiro. Se sentiría un monstruo si hacía llorar a su bebe consentido en Navidad.  Subió la mano un poquito y la dejó caer unas pocas veces, bastante flojito.

PLAS PLAS PLAS

-         Au…snif…papiiii

-         Ven aquí, campeón. – Edward le levantó, le colocó el pijama y le dio un abrazo. – A papá no se le dicen esas cosas feas ¿eh?

-         Perdón L

-         Está bien, enano. Vamos a la cama. Mañana podrás comer todas las galletas que quieras, pero esas son de Santa. Va a trabajar mucho esta noche y se merece una recompensa.

-         Papi… ¿y si me ha visto portarme mal y me deja sin regalo? :o

-         Santa sabe que eres un niño muy bueno, Ricky. Jamás haría eso, y si lo hace yo me voy al Polo Norte y me busco tu regalo.

Ricardo sonrió y apoyó la cabeza en el hombro de su padre, que apagó la luz, y subió las escaleras con el niño en brazos.

Santa Claus respiró hondo y sacudió la cabeza. Terminó de dejar los regalos para aquella familia, y se cogió un par de galletas, que dicho sea de paso estaban muy buenas.  Rápidamente recogió su bolsa mágica con todos los regalos y se puso en marcha para su siguiente destino.

Estaba muy impaciente por ir a aquella casa. Había una persona más que el año pasado, y no había llegado de ninguna de las formas tradicionales. Santa Claus apenas sabía nada de ese niño y eso era muuuuy raro, porque él los tenía a todos bien controladitos. Era todo un enigma y se moría por desvelarlo. Hasta ahora solo había podido averiguar que el niño había estado en otra dimensión, pero Santa Claus quería saber cómo era, cómo había crecido, cómo se portaba, qué cosas le gustaban y cómo se llevaba con su papá.

Esa casa no tenía chimenea, así que se asomó por la ventana y entró por la cocina.  Normalmente esa cocina estaba vacía, porque los vampiros no necesitan comer, pero a diferencia de otros años esa vez estaba llena de cajas de cereales, galletas y chucherías. ¡Jesús! ¿Pero qué le daba Ángel de comer a ese niño? ¿Dónde estaban las verduras? Por más que miró, por allí no vio ninguna. Se planteó cambiar el regalo de Ángel por carbón, y el de Connor por un buen plato de ensalada de tomate. Pero él era Santa Claus, y no el Grinch, así que se limitó a manifestar su disconformidad con un chasquido de lengua, y se fue a dejar los regalos al salón.

Estaba claro que aquella no era su noche, porque se tropezó con algo nada más entrar. Se tambaleó un poco, y vio que el culpable era un cepillo que se había quedado enganchado en la puerta. ¿Qué hacía un cepillo en el salón? Entonces reparó en que no era lo único que había allí: ¡había alguien durmiendo en el sofá! ¡Ay madre! Segurito que esa vez si le veían. Avanzó de puntillas sin hacer ningún ruido para no despertar a los bellos durmientes. Santa vio que eran Connor y su padre.

“Ah, no, si encima el niño no tiene ni cama…Grrrr…Claro, ¿cómo iba un vampiro a saber ser padre?”

Justo en ese momento Ángel, que en verdad no podía dormir y solo entraba en un reposo estático para no despertar a su hijo, se movió un poco porque creyó que había escuchado algo. Su movimiento sacó a Connor de su sueño.

-         Mmmmggg. ¿Papá?

-         Sigue durmiendo, pequeño.

-         No puedo, papi, estoy soñando feo L  -lloriqueó el chico.

-         ¿Sí? ¿Con qué sueña mi campeón?

-         ¡¡¡Con un papá que es malo y castigó mi colita!!!

-         Oh, entonces no fue un sueño, bebé. Tuviste una charla con papá y  el cepillo antes de domir…de hecho, te quedaste dormido aquí… No quise llevarte a la cama por no despertarte.

-         Papiiii. Fuiste malo conmigo – regañó Connor, mimoso. – Me dueleee.

-         Prefiero que te duela un poco al sentarte a que te estampes con esa moto que no tenías permiso para conducir.

Santa Claus abrió mucho los ojos. ¡Una moto! Con lo que él odiaba esas cosas. Además, ese chico parecía demasiado joven para conducir una, no tenía edad de sacarse el carnet.

-         Ya no me regañes más, papitooo.

-         No, ya no más, bebé. Vuélvete a dormir. No puedes tener sueños feos si yo estoy aquí haciéndote mimos.

-         Es que no me mimas bien – se quejó Connor, pero se acurrucó más sobre su padre, y se volvió a dormir enseguida.

Ángel también volvió a cerrar los ojos y entró en aquél estado de semiconsciencia. Solo entonces Santa Claus se atrevió a moverse en la penumbra. Tenía que reconocer que Connor parecía estar bien a cargo de Ángel. Vampiro o no, no estaba haciendo del todo un mal trabajo. Parecía querer mucho a ese chico, y con eso a él le bastaba.

Terminó de hacer su trabajo, y salió en dirección a la siguiente casa, aunque más bien aquello era una mansión. La mansión Wayne. Santa escuchó gritos nada más aproximarse. ¿Es que no sabían que la noche de Navidad hay que dormirse temprano? Indagó a ver cuál era el problema.

-         ¡ERES UN CAPULLO, Y TE ODIO!

¿Cómo? Ese niñito tenía que ser suicida. ¿Quién, en su sano juicio, se atrevería a insultar a Bruce Wayne, más conocido como Batman? Si hasta a Santa Claus le daba un poquitito de miedo cuando se enfadaba. Decidió entrar antes de que aquella Navidad terminara con un entierro, aunque se acordó de echarse más polvos de invisibilidad primero. Llegó justo a tiempo de ver a Bruce forcejeando con Jason, a puntito de darle una buena palmada. ¿Es que todos los niños iban a meterse en problemas el día de Navidad?

PLAS
-         ¡A mi despacho, ahora!

-         ¡No pienso ir! – chillo Jason. El chico tenía un berrinche de campeonato.

Santa intentó ver el motivo de aquella discusión, y se dio cuenta de que lo tenía frente a sus ojos: Bruce estaba vestido de Batman. ¡Pensaba salir a patrullar! ¡En Nochebuena!  Ah, no, el mocosito tenía toda la razón del mundo en estar enfadado. Sin pensarlo dos veces, Santa caminó por la casa aprovechando su inivisibilidad y fue hasta la habitación del piso de abajo, donde sabía que dormía el mayordomo. Llamó a la puerta para despertarle , pero en verdad casi se choca con él, porque los gritos ya le habían despertado. Alfred subió a ver lo que estaba pasando, y pareció entenderlo todo de un solo vistazo.

-         ¡Amo Bruce! ¿Qué está haciendo con el señorito Jason?

-         Pretendo darle una tunda, Alfred – respondió Bruce, con su fría calma habitual.

-         ¿Y por qué, si puede saberse? – preguntó el mayordomo.

-         Me ha faltado al respeto.

-         Bueno, eso no está bien, desde luego, pero no me extraña demasiado.  Creo que es lógico que un hijo se olvide de lo que le han enseñado si el padre se olvida de lo que promete. Dijo que no habría trabajo en Nochebuena, amo Bruce. Le dio su palabra.

Bruce abrió y cerró la boca un par de veces, al ver que no tenía argumentos contra eso. Jason corrió con Alfred y se abrazó a él, como un nieto haría con su abuelo cuando su padre es injusto.

-         Snif… se iba a ir, y no me quería dejar ir con él…snif…¡Hoy es un día para pasarlo juntos!

-         Claro que sí, señorito Jason. Su padre no se va a ir a ningún lado. Él sabe que las promesas hay que cumplirlas. Igual que usted sabe que no se le puede hablar así a un adulto.

Jason se hizo pequeñito en sus brazos porque Bruce le había contado alguna vez como castigaba Alfred las faltas de respeto, y sabía que podía irle peor que con su padre.

-         Es que…. no me hacía caso….y me estaba mandando a la cama para irse…y….

-         Y le debe una buena disculpa. Vamos.

Jason se acercó a Bruce con pasitos lentos.

-         ¿Tengo que ir a tu despacho, papá? -  le preguntó, con ojitos de cordero.

Santa, por si acaso, se dispuso a esconder la odiosa vara, porque sabía dónde la guardaba Bruce. Pero no hizo falta, porque Bruce se imitó a apoyar a su hijo sobre su cadera y a dejar caer cinco palmadas.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡Ay, au!

-         No soy uno de tus amigos, Jason, y ni siquiera es admisible que a ellos les hables así.

-         Lo siento…

-         Está bien. Que no se repita. Ve a la cama, que es tarde.

Jason, en vez de moverse, se quedó allí de pie mirándole con tristeza. Bruce sabía lo que quería escuchar, y suspiró.

-         Sí, sí, yo ahora voy. Estaré contigo hasta que te duermas. Y nada de patrullar por esta noche.

-         ¡Bien!

Jason se marchó corriendo, saboreando su victoria. Santa Claus sonrió satisfecho y miró a Bruce reprobatoriamente, aunque sabía que era inútil porque él no le veía.

-         Debería darle vergüenza, amor Bruce.

-         Pensé que estaban durmiendo, Alfred. No se iban a enterar de que no estaba…

-         Los hijos siempre saben cuando no tienen a su padre cerca. – respondió el mayordomo, sabiamente.

-         ¡Papáaaaa! – llamó Jason, para que Bruce no tardara. El multimillonario se quitó la capa y los guantes y fue a dar un beso a todos sus hijos. Finalmente, se quedó en el cuarto de Jason, mimándole hasta que ambos se quedaron dormidos.

Santa dejó los regalos en esa casa también y se marchó a la siguiente. En aquella había también un chico nuevo, como en la de los vampiros, pero Santa conocía bien al muchacho en cuestión. Era la casa de los Whitemore, que recientemente había agrandado su número al acoger a Michael… Un niño que siempre había traído de cabeza a Santa Claus. Estaba en una peligrosa lista ámbar, porque había hecho algunas cosas que iban más allá de las simples trastadas. Santa se resistía a ponerle en la lista de los niños malos, porque sabía que tenía buen corazón, y que estaba en manos de un mal hombre. Pero aún así no podía llevarle regalos, porque su magia no funcionaba en los correcionales. Sin embargo aquél año, por primera vez, Michael estaba con una buena familia. Santa Claus estaba seguro de que el chico estaba en el lugar adecuado para él.

Siempre que visitaba a los Whitemore sentía que su bolsa quedaba mucho más vacía, y es que allí había muchos niños. Santa empezó a sacar regalo tras regalo y casi le da algo cuando al contar vio que le faltaba uno. Jamás había perdido un regalo. Nunca, en sus muchos años de profesión. Buscó en su saco como un desesperado, y entonces vio un pequeño bultito que se movía y se reía dentro de la bolsa.

-         ¡Pero bueno! ¿Qué haces tú ahí?

Santa sacó al intruso y le puso de pie frente a él. Un mocosito rubio, de ojos dulces y azules, con gafas.

-         ¡SANTA CLAUS! – chilló el niño, lleno de entusiasmo, y se tiró a su cuello. Santa atinó a cogerle en brazos por puro reflejo.

-         Kurt. ¿Qué haces levantado? – preguntó Santa Claus.

-         ¿Sabes mi nombre? :o

-         Claro que sí. Sé el nombre de todos los niños buenos.

Kurt abrió la boca todo lo que sus músculos le permitían y luego sonrió. Tenía su regalo en una de las manos, porque lo había encontrado al hurgar en la bolsa de Santa Claus.

-         Vamos a dejar eso debajo del árbol. Los regalos no se abren hasta mañana, niñito.

- Pero yo quiero ahora L - protestó el pequeño.

-         No se puede.

-         ¡Qué sí! – dijo Kurt, e intentó desenvolverlo. Santa le quitó el paquete y lo puso lejos de su alcance.

-         Dije que no.

-         :o ¿Te has enfadado?

Santa Claus iba a responder, pero en ese momento escuchó ruidos. Ya era malo que le hubiera visto un niño, pero sería peor si le veía también  un adulto, así que, una vez más, escondió su presencia con sus polvos mágicos. Dejó al niño en el suelo con cuidado y se quedó quieto para no hacer ruido.

-         ¿Kurt? – llamó Aidan, somnoliento.

-         ¡Papi, papi! Santa Claus se ha enfadado conmigo. – gimotéo el pequeño.

-         ¿Mmm? ¿Santa Claus?

-         ¡Shi! Ta ahí. – Kurt señaló el punto exacto en el que estaba Santa, pero ya no le veía - :o  ¡Estaba ahí!

-         Enano fantasioso. Ven, vamos a la cama. Es tarde para que estés levantado. ¿Qué hacías aquí?

-         ¡Me metí en el saco de Santa Claus! ¡Es muy grande! ¡No se acaba nunca! Es que es mágico :3  -explicó Kurt, emocionado. Aidan no entendía nada, pero sí supo ver que era prácticamente imposible que Kurt se volviera a dormir con esa agitación.

-         Has debido soñarlo, bebé…

-         ¡No lo soñé! Mira, ahí están los regalos…

Aidan se quedó asombrado al ver aquellos paquetes que habían aparecido como por arte de magia. ¿Habría sido Ted?

-         Ese es el mío –señaló Kurt, y fue a cogerle. – Santa Claus no quería que lo abriera – dijo, y lo agitó un poco. Mordisqueó su labio e intentó abrirlo de nuevo.

Santa Claus hubiera querido impedirlo, pero eso habría acabado con su coartada.

-         Si te dijo que no se abre es que no se abre, Kurt… -dijo Aidan, aún alucinando. Pensó que tal vez aun no estaba despierto del todo.

-         ¡Pero lo dejó aquí para mí!

-         Mañana, campéon.

Aidan cogió a su hijo en brazos y se lo llevó escaleras arriba, con el pequeño aún protestando. Santa Claus retomó su tarea, pero cuando estaba a punto de marcharse, escuchó pasos acelerados que bajaban las escaleras. Un sigiloso Kurt se escabulló hasta el árbol y trató de coger su paquetito.

Santa Claus se indignó, se acercó a él, y le dio un golpecito en la mano. Kurt miró a todos lados sorprendido, porque Santa era invisible a sus ojos y el golpe parecía haber venido de la nada. Volvió a intentar abrir el regalo y esa vez sintió una palmadita sobre el pantalón del pijama. Dejó el paquete en su sitio y los ojos empezaron a inundársele de lágrimas.

Santa maldijo en silencio. ¿Cómo podía Aidan sobreponerse a esa mirada acuosa? Entonces lo entendió: no se sobreponía. Ese mocosito hacía con él lo que quería, como con todo el mundo. Se agachó, y le dio un suave beso en la frente.

-         Pórtate bien – susurró.

Kurt abrió mucho los ojos ante aquella voz invisible y se pasó la manga por la cara para secarse las lágrimas.

-         Peyón… - musitó.

Santa le contempló con cariño, y luego pasó una mano por su frente, sin llegar a rozarle. El niño cayó dormido en el acto y Santa le llevó hasta su cama. Cuando despertara, no recordaría lo que había pasado.

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¡FELIZ NAVIDAD A TODOS! :D


Quería hacer una especie de regalo para el blog en general. Me hubiera gustado escribir de todos, pero tenía poco tiempo.

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