Chapter 59: Libros en blanco y escritos
Por segunda vez en
aquél día, Chris subió al desván acompañado de sus hijos, pero ésta vez sin su
padre. Iba a hacer que sus hijos cambiaran de forma. Iba a convertirles en
demonios delante de él, porque aquello era parte de lo que eran. Les había
explicado brevemente lo que iba a hacer y decir. Se dio cuenta de que a Peter
todo eso de los conjuros le parecía raro, como si fuera magia negra. Lo cierto
es que aquél en concreto era un poco extraño. Había necesitado una gota de
sangre de cada uno de los gemelos y unos ingredientes que sonaban a brujería
antigua, como lo de "ojos de tritón". Su madre le había explicado
alguna vez que los brujos tenían mucho sentido del humor, y ese era un nombre
puesto al azar a unos polvos vegetales tratados de determinada manera,
precisamente para hacer un chiste con el cliché habitual. Se compraban en el
mercado mágico o los fabricaba uno mismo. Chris estaba muy familiarizado con
ellos porque era el tipo de magia de la que se valía para luchar contra
demonios, y era bueno haciéndolo, además. Pero aquella vez no quería luchar
contra ningún demonio, sino hacer que sus hijos se convirtieran en uno. Y él no
tenía poderes demoníacos ni colgantes especiales en días de luna llena, así que
había tenido que buscar otros medios.
Observó a Nick y
Peter, que esperaban frente a él, muy nerviosos. Chris supo en ese momento que
estaban confiando ciegamente en él, y eso le gustó, y a la vez le hizo sentir
muy responsable de sus actos: no podía defraudarles. Aquello TENÍA que salir
bien. Echó los últimos ingredientes en un caldero. Sólo faltaba el papel del
conjuro, que tenía que echar ahí también una vez lo recitara. Antes de hacerlo,
miró a Leo, que curioseaba el Libro de las Sombras para ver qué hechizo estaba
lanzando su padre.
- Leo, si te digo
que salgas tendrás que hacerlo ¿de acuerdo? Sin discutir.
El niño asintió,
mirándole a los ojos, y leyendo entre líneas: si Nick y Peter se ponían fuera
de control, su padre no quería que Leo corriera peligro.
Chris cogió el papel
que había escrito hacía unos minutos. En el último momento le pidió a Leo que
lo leyera también. Era un hechizo poderoso y tendría más efecto si lo lanzaban
dos brujos.
"Espíritu
demoníaco, te invocamos, ¡responde!
Son dos esencias que
conviven en una.
Revélanos ahora la
que se esconde"
Ahí estaba. Chris
sintió el poder fluir a través de él, y en seguida vio la reacción en sus
hijos, objetos de su hechizo. Los gemelos abrieron mucho los ojos. Su tamaño
empezó a aumentar, y Chris lamentó no haberse acordado de ese detalle. Observó
impotente cómo las camisetas de sus hijos estallaban. Si no se andaban con
cuidado se quedarían sin ropa. La piel pálida de los gemelos se tornó roja. Los
ojos de Peter también se volvieron rojos; los de Nick, amarillos. Lo cierto es
que su aspecto daba algo de miedo. El Libro de las Sombras salió despedido del
desván. La presencia de dos demonios activó su mecanismo de autodefensa.
Entonces, los
demonios rugieron a la vez.
"Vale, Chris,
tranquilo."
- Peter – dijo,
mirando al de los ojos rojos. Era curioso que bajo esa forma hubiera algún
detalle físico que les diferenciara…
El chico no
reaccionó a su nombre, pero le miró directamente, y Chris se estremeció. El ser
que era Peter ladeó la cabeza.
- Veo dos brujos,
hermano.
"Oh,
¡hablan!" pensó Chris, pero luego se llamó estúpido. Claro que hablaban.
La mayoría de los demonios lo hacían. No obstante, aquella no fue la voz de su
hijo. Era grave y profunda, como de ultratumba.
- Uno es sólo una
cría – respondió Nick, y miró a Leo de una forma que a Chris no le gustaba
nada. Vale, era el momento de que Leo se fuera. Traerle ahí quizás no había
sido buena idea, pero no había querido excluirle de aquél acontecimiento
"familiar".
- Leo, quiero que
salgas del desván muy despacio, sin hacer movimientos bruscos – susurró, pero
el niño no le hizo caso. Miraba fijamente a lo que habían sido sus dos
hermanos. - ¡Leo! – insistió Chris, elevando un poco la voz.
Peter soltó una
risa, y ese sonido no fue agradable en absoluto. Chris se enfadó con la
Naturaleza: la risa de su hijo era lo mejor del mundo, el sonido más bello que
uno se pudiera encontrar. ¿Por qué lo deformaba de aquella manera, para que se
volviera algo oscuro y…dañino?
- Quiere proteger a
la cría – dijo Peter, volviendo a reír de aquella forma venenosa. Chris tenía
suficiente experiencia en enfrentamientos directos con demonios como para saber
que estaba a punto de convertirse en la caza el día. Lo había tenido previsto,
pero no había contado con que Leo se negara a obedecerle en un momento como
ese.
- Leo, vete ahora
mismo – le dijo, y hasta le empujó un poco.
- No voy a dejarte
sólo…
- Diablos, ¡te estoy
diciendo que lo hagas!
No tenía tiempo para
eso. No podía ponerse a discutir con él, y él no podía orbitarle como hacía
Wyatt, sin orbitar con él. Así que alzó la mano y usó su telekinesis, con
cuidado de no hacer que Leo se cayera. Le sacó del desván y cerró la puerta,
corriendo la cerradura con el poder de su mente. Oyó como su hijo aporreaba la
madera, al otro lado.
Vale, un hijo menos
del que preocuparse. Faltaban dos. Peter caminó hacia él…Oh, pero Chris no era
tonto. Había hecho un círculo de cristales alrededor de los gemelos, como
precaución, y en ese momento supo que había hecho bien. La jaula mágica impedía
que sus hijos salieran de ahí. No les dolía, sólo les dejaba atrapados en un
rinconcito del desván, hasta que el diera con la forma de conseguir que no
fueran peligrosos.
- ¡Libéranos,
maldito! – gritó Nick.
- Cuando esté seguro
de que vas a mantener el control, hijo – dijo Chris, con calma.
- Estoy bajo
control, "padre".
Oh. ¿Sabían que era
su padre? Chris sólo se permitió un instante de perplejidad.
- No soy vuestro
enemigo.
Los gemelos
rugieron, manifestando su desacuerdo. Entonces, Chris tuvo una
intuición…Aquello le recordó demasiado al bufido que soltaba Nick cuando se
enfadaba. Estaba ante dos demonios sí, pero eran dos demonios adolescentes.
¿Cómo funcionaban las familias demoniacas? El padre era el jefe…el que tenía
más poder…el que dominaba…Hablar en términos de "dominación" le
incomodaba, pero le quedó claro que lo que tenía que hacer era imponerse sobre
sus hijos. Les había estado llamando "Nick" y "Peter", pero
ese no era su nombre…
- Vraskor – dijo, y
eso sí provocó una reacción en Peter. – Vraskor – repitió, sonando más tajante,
como si le estuviera regañando. Peter pareció calmarse de inmediato. Chris
contuvo su sonrisa triunfal y miró fijamente al otro gemelo. – Adramelech.
Era increíble. De
pronto le estaban escuchando. Le…le miraban, expectantes.
- ¿Qué estáis
haciendo? – les preguntó, como si hubiera descubierto a Leo jugando con algo
peligroso en vez de estar cuidadosamente intentando controlar a dos demonios
para que no decidieran matarle.
- Sólo era un juego,
padre.
"¿Por qué
'padre'?" se preguntó Chris, pero lo dejó estar. Los demonios eran tan
raros, al fin y al cabo…
- Pues no podéis
asustar a vuestro hermano. Ni rugirme.
- Pero padre…
- He dicho que no –
dijo Chris, conteniendo una sonrisa. Dios, Adramelech era Nick, totalmente. Si
es que se parecía tanto, debajo de aquella hipermusculación de color rojo…Tan
testarudo como su hijo.
- Sí, padre –
dijeron los dos chicos con resignación.
- Bien. Ahora os
liberaré, pero puedo volver a encerraros en un momento ¿entendido?
- Sí, padre. –
volvieron a decir, al unísono, y Chris se permitió sonreír entonces. Sacó uno
de los cristales, y así, la magia estaba rota. Entonces, sabiendo que tenía que
hacerlo para convencerse a sí mismo de que aquellos también eran sus hijos les
abrazó. Y se sorprendió cuando le devolvieron el abrazo. ¿Y de eso había tenido
tanto miedo?
Se dio cuenta de que
era más pequeño que sus hijos. Medían dos metros, quizá algo más, y tenían una
musculatura exagerada. Se sentía pequeño en sus brazos, pero ellos no parecían
extrañarse. Lo que sí, no controlaban su fuerza, porque Chris sentía que aquél
abrazo le asfixiaba.
- Vale, chicos,
podéis soltarme.
No lo hicieron, y
entonces se dio cuenta de que a sus hijos "demoniacos" tenía que
hablarles más autoritariamente, menos cariñosamente que a sus hijos
"normales". Simple cuestión de lenguaje, pero no podía olvidarlo. Fue
más firme la segunda vez:
- Soltadme.
Los chicos lo
hicieron. Chris vio entonces que realmente iban a obedecerle.
- ¿Por qué me habéis
atacado? – preguntó.
- Sólo era un juego…
Chris entrecerró los
ojos. Podía ser. Aquella segunda vez. Pero…
- Cuando Barbas os
invocó. ¿Por qué intentasteis matarme?
Los dos demonios se
alejaron de él, inmediatamente.
- Lo sentimos,
padre.
- Exacto,
"padre" – dijo Chris. – Papá. No soy un enemigo. No debéis olvidarlo.
Atacar a la gente está mal ¿entendido? No podéis hacerlo.
- ¿Morder se
considera atacar? – preguntó Adramelech, con verdadero interés.
"Bienvenidos al
curso de reeducación de demonios. Paso 1: no se muerde a la gente. Bien Chris,
¿no te gustaba eso de ser maestro? Pues aquí tienes dos libros totalmente en
blanco."
- Sí, Adramelech, se
considera atacar. Lanzar rayos también se considera atacar. Gruñir es
intimidar, y eso tampoco podéis hacerlo.
Peter gruñó en ese
momento, y Chris alzo una ceja. Aquello era…divertido. Se dio cuenta de que
Peter estaba jugando con él, de que le estaba probando. Tan sólo tenía que
acostumbrarse al aspecto intimidante de sus hijos. En todo lo demás era como
estar ante dos niños. Sin pensarlo, puso el cristal en el suelo otra vez,
encerrando a Peter-Vraskor, pero no a Nick.
- Cuando yo digo que
no podéis hacer algo, no podéis hacerlo. ¿Entendido, Vraskor?
El demonio agachó la
cabeza.
- ¿Entendido? -
volvió a preguntar Chris en ese tono que iba a bautizar como
"demontoritario".
- Sí, padre.
- Te quedarás ahí
dentro cinco minutos – le dijo. – Después, le diré a Leo que entre, y quiero
que los dos seáis amable con él.
- ¿Qué? Papá, sólo
es una cría…
Los demonios
llamaban "crías" a sus pequeños.
- No es una cría. Es
vuestro hermano. Y será mejor que lo recuerdes, Adramelech – dijo Chris, con su
tono demontoritario en estado máximo. Sonó como una amenaza.
Adramelech bufó.
- Bueno, parece que
va a costarnos un poquito – comentó Chris, y moviendo uno de los cristales,
encerró también a Nick. No podía pasarles ni una, porque de su autoridad como
"jefe de demonios" dependía que sus hijos no fueran peligrosos.
- No, padre –
protestó Adramelech.
Chris, aunque sabía
que no iba a ir muy rápido con ellos, decidió dar otro pasito.
- Papá, Adramelech.
No soy padre, soy papá.
- Papá – dijo el
demonio, como si intentara familiarizarse con la palabra.
- Y Leo es tu
hermano, no una "cría".
- Hermano –
repitieron los dos seres, para hacerse con el término.
- ¿Qué otra cosa
tenéis que recordar?
- No se ataca, no se
muerde, no se gruñe, no se bufa.
- Bien.
Aprendían rápido.
Avanzó pasito a pasito durante varios minutos, pero siempre que les sacaba de
su "encierro" volvían a hacer algo de lo que les había prohibido.
Chris iba añadiendo cosas, como "no perseguir a los brujos", "no
dejar que ningún mortal nos vea" "no hacer daño a ningún mortal"
y pronto tuvo que añadir cosas como "no usar los poderes sin
permiso". Descubrió que, como demonios, Nick y Peter podían desaparecer.
Pensó que era una especie de teletransporte, y se asustó pensando que habían
ido a algún sitio, pero luego se dio cuenta de que se hacían invisibles, en
cuanto vio moverse una cortina.
- Adramelech,
aparece ahora mismo.
Escuchó una risa en
respuesta.
- Adramelech,
obedéceme – dijo Chris, usando el tono más serio y peligroso que pudo poner,
aunque por dentro se divertía: aquello no era peligroso, se trataba simplemente
de que tenía que dejar clara su autoridad sobre ellos. Se sorprendió cuando
Adramelech apareció, pensó que iba a tardar más.
- No te enfades –
dijo el demonio.
- ¿Qué te he dicho?
– dijo Chris, con voz, efectivamente, enfadada. De haberse tratado del Nick
normal hubiera respondido "no me he enfadado", pero Adramelech y
Vraskor tenían que aceptarle como jefe.
- Que no podía usar
mis poderes sin permiso.
- ¿Y tú qué has
hecho?
- Usar mis poderes
sin permiso.
- Exacto. Así que
venga, esta vez serán diez minutos – le dijo, y volvió a encerrarle. Peter ya
estaba dentro de los cristales por haber vuelto a rugirle.
Chris esperó,
pacientemente. Recordó que tenía otro hijo, al cual había dejado sólo. Y como
los dos "condenados" no podían ir a ningún sitio, decidió ir a por
él.
- Vuelvo enseguida –
les dijo, y salió del desván. Leo no estaba en la puerta, pero casi.
- ¿Estás bien? – le
preguntó el niño, nada más verle.
- Sí.
- Estaba a punto de
llamar al tío, pero no escuché sonidos de pelea.
- Eso es porque no
estaba peleando. Voy haciendo progresos con tus hermanos. No son peligrosos.
Voy a hacer algo de comida, y luego podrás pasar.
- ¿De verdad? –
preguntó Leo. Se le veía ilusionado.
- Sí.
- ¿Estás enfadado? –
quiso saber el niño, reparando en la sequedad con la que le estaba hablando su
padre y en que no le decía "campeón".
- Te dije que te
fueras.
- Pero no son
peligrosos…
- En ese momento no
lo sabíamos. Te dije que te fueras. Y no me hiciste caso.
Leo agachó la
cabeza.
- ¿Me vas a
castigar? – preguntó, muy bajito.
- Premio para el
caballero. – respondió Chris, y se dio cuenta de que había empelado el tono
demontoritario cuando vio que Leo empezaba a llorar. Estaba con su hijo. Su
hijo de ocho años, humano. Tenía que ser más amable. Se agachó junto a él –
Sólo quiero que me obedezcas. Tengo que poder confiar en que vas a hacerme caso
en situaciones peligrosas como la de antes. Algún día serás un brujo poderoso y
tengo que saber que puedo contar contigo.
- ¡Puedes contar
conmigo! – le aseguró el niño.
- Me alegra saberlo.
Pero para eso – le dijo, y le bajó el pantalón y el calzoncillo – tienes que
hacerme caso.
Le apoyó sobre su
rodilla.
SMACK SMACK SMAKC
SMACK SMACK
- En cualquier
circunstancia, en cualquier situación, me obedeces. Sin dudarlo. Sin discutir
conmigo. Pero sobre todo cuando estemos en el desván.
SMACK SMACK SMACK
SMACK SMAKC
Chris le subió la
ropa, y le pasó un dedo por la mejilla para limpiarle las lágrimas.
- ¿Lo recordarás? –
le preguntó, y Leo asintió. Chris le sonrió, y le dio un beso, pero el niño no
dejó de llorar. – Vamos ¿qué pasa, campeón? No ha sido un castigo tan fuerte.
- Pensé que te había
pasado algo – dijo el niño, y le abrazó – Pensé que ellos…que tú…
Chris se puso de pie
con Leo aun en brazos. Le acarició la cabeza.
- No voy a dejar que
nada me separe de ti, ni siquiera un ataque demoníaco. Pero además, esos de ahí
son tus hermanos. Y da la casualidad de que yo soy su padre. Puedo
controlarlos. Soy muy guay.
- No digas
"guay". – regañó Leo, dejando de llorar, que es lo que Chris
pretendía - Te queda raro. No es una palabra de mayores.
- Qué suerte que yo
no lo sea entonces ¿no? – respondió Chris y le revolvió el pelo. – Guay guay
guay – repitió como un papagayo. Luego le bajó y le dejó en el suelo. – Ale,
vamos a por algo de comer. Me da que hoy comemos en el desván. Creo que es
mejor que ellos se queden ahí por el momento. ¿Qué sugieres, campeón? Hoy
comemos lo que tú digas.
- ¿Lo que yo diga?
- Síp.
- Mmm…¡Pizza!
Chris se rió. Cómo
sabía que diría eso. Pidieron unas pizzas, y en quince minutos se las trajeron.
Chris subió con ellas, y con su hijo, a la habitación donde había dejado a
Vraskor y Adramelech. Cuando entró le gruñeron. Chris ya iba a decir algo, pero
entonces…
- Te has ido. – le
reprocharon.
Cierto. Les había
dicho diez minutos.
- Culpable –
admitió, y fue a mover el cristal. – Pero vosotros me habéis gruñido, así que
estamos en paz.
Leo estaba
alucinando por verles hablar tan tranquilos.
- ¡Son gigaenormes!
– exclamó, impresionado.
Los demonios
soltaron una risita. Chris ya se iba acostumbrando a esa risa gutural.
- ¿Tenéis hambre? –
preguntó, y dejó las pizzas frente a ellos. Las miraron sin mucho entusiasmo.
Se preguntó de pronto si comerían algo diferente a lo que comían en su forma
humana.
- Estamos cansados –
dijeron a la vez.
Chris pensó que era
lógico. Ser un demonio a la fuerza tenía que cansar.
- Después de comer
podéis dormir un rato – les dijo, y entonces los dos se pusieron a engullir. –
Despacio. – añadió, viendo que comían sin ninguna educación. – He dicho
despacio – repitió, demontoritariamente otra vez. Ese tono era infalible con
ellos, porque le obedecieron. Leo tiró de su manga, para decirle algo al oído.
Chris se acercó.
- ¿Son conscientes
de que con lo grandes que son podrían aplastarte con un solo brazo y romperte
todos los huesos?
Chris tragó saliva.
Caray, qué gráfico.
- Supongo que sí.
- ¿Y por qué te
obedecen?
- Porque soy su
padre. El jefe de su clan. Tienen que hacerlo. No son malos. Sólo necesitan que
les enseñen. Es cuestión de paciencia. Parece que comparten un trozo de mente
con Nick y Peter, pero sólo un trozo. Saben que somos familia, pero no saben lo
que está bien y lo que está mal. Yo se lo enseño.
Leo les observó con
curiosidad. Comieron en silencio durante un rato, y luego Leo se levantó, y
caminó hacia Vraskor, hacia Peter. Vaciló un momento, pero luego se hizo un
hueco entre las piernas del demonio, ya que los cuatro estaban sentados en el
suelo. Vraskor no sabía cómo reaccionar. Dejó que niño se sentara allí y miró a
Chris, como buscando instrucciones.
- Leo suele sentarse
ahí, ¿lo recuerdas, Peter?
- ¿Peter? – preguntó
Vraskor, frunciendo el ceño.
- Tu nombre humano.
- ¿Me lo pusiste tú?
- No. Tu…tu madre te
puso los dos – pensó Chris, y aquello le entristeció. Él no había elegido el
nombre de ninguno de sus hijos.
- Peter…- silabeó el
demonio.
Vraskor parecía
confundido. Chris estaba seguro de que recordaba cosas, cosas de Peter.
Entonces Adramelech y él intercambiaron una mirada, y luego cerraron los ojos.
Poco a poco volvieron a su forma humana normal. Chris se sorprendió. Ellos
solos…Eran…capaces de controlar su transformación.
- ¿Chicos? –
preguntó, y recibió dos enormes sonrisas en respuesta.
- ¿A que molamos? –
preguntó Nick, muy pagado de sí mismo. Cerró los ojos otra vez y volvió a ser
Adramelech. Ahora tenía un gemelo normal, y otro demonio. Adramelech cerró los
ojos otra vez, y volvió a ser Nick. – Sí, molamos mucho. – fanfarroneó, y dio
un mordisquito a la pizza – Y esto sabe mucho mejor ahora.
Peter asintió.
- Por alguna razón,
antes me apetecía comer carne – dijo, y puso una mueca de asco. – No me dejes
hacerlo ¿eh? - le dijo a Chris.
- Supongo que…os
demonios comen carne…
- Pues este no –
dijo Peter, y mordió su pizza cuatro quesos. Se comió dos trozos. Luego
bostezó.
- Un buen momento
para dormir ¿no creéis? – preguntó Chris, recordando que estaban cansados.
- No, qué va. No hay
nada de sueño ¿verdad, Peter? – dijo Nick, mirando a su hermano con cara de
"dí que no, maldito"
- Bueno…
- Vamos, chicos.
Echaros un rato. Luego os despertaré: ha sido una mañana muy intensa.
Chris miró el reloj:
las tres y media. Algo tarde para haber acabado comer, pero como se habían
despertado a las once y habían tenido una mañana llena de espíritus, demonios,
y adolescentes que decidían irse repentinamente…Se acordó de Paul, y se
preguntó qué andaría haciendo. Decidió que luego le pediría su número a alguno
de los gemelos y le llamaría.
- Pero no quiero
dormir, quiero ver la tele… - protestó Nick, y Leo soltó una risita.
- Te hacen más caso
como demonios.
- Sí, ya lo veo. –
dijo Chris, reprobatoriamente.
- ¿Cómo lo hacías? –
preguntó Peter – Yo… nosotros…sólo obedecíamos, o sentíamos el impulso de
hacerlo…
- Sois mis hijos en
todas vuestras formas – dijo Chris, algo petulantemente. – Os dije que no erais
peligrosos.
Estuvieron hablando
de la reciente experiencia, y luego, finalmente, los chicos accedieron a dormir
un rato, aunque acabaron los dos en el sofá, para poder ver la TV.
Chris les despertó
una hora y media después y pasaron la tarde hablando de magia, y lazos
familiares. Leyeron el Libro de las Sombras buscando referencias a su familia o
a los Anderson, y Chris se preguntó cuál sería la profecía que había mencionado
Patsy. Cómo odiaba los mensajes crípticos.
- Bueno, basta de
magia por hoy – comentó, con cansancio, cerrando el Libro. - ¿Qué queréis hacer
ahora? Yo tengo que llamar a Amy, y hacer un par de cosas en casa…
- ¿Estás muy
ocupado? – dijo Peter, con timidez – Me gustaría hablar contigo.
- Nunca voy a estar
tan ocupado como para no poder hablar contigo, tesoro.
- Puede ir para
largo – le avisó.
- Entonces nos
pondremos cómodos. – respondió Chris, con una sonrisa. En realidad, había
estado todo el día sin hacer nada por dedicarlo a invocar a un espíritu y a
controlar a los demonios que Nick y Peter llevaban en su interior. Había muchas
cosas que había dejado sin hacer y eran necesarias, como fregar, poner la
lavadora, y revisar algunas facturas. Y, efectivamente, quería llamar a Amy. Le
daba igual. Sus hijos eran más importantes que todo eso, y a él no le importaba
quedarse un poco más tarde luego por la noche haciendo lo que no le diera
tiempo.
Tuvo que
reconocerlo: la petición de Peter le había extrañado. ¿Qué quería decirle?
Chris se sentó con él en la cocina, y sacó dos refrescos.
- Soy todo oídos –
le animó.
- Antes de nada, no
te enfades. Una vez me dijiste que podía preguntarte lo que fuera, y que no te
enfadarías.
- Y es así, Peter –
respondió Chris, aunque instintivamente se puso alerta. El chico manoseó la
lata de Coca-Cola y jugó con la anilla sin llegar a tirar de ella. Tardó unos
segundos en arrancarse a hablar.
- Resulta que soy
brujo. Ni siquiera vale la pena que me plantee si me gusta o no, porque
igualmente lo soy. Resulta también que ahora soy un demonio, y después de lo
que e hizo Barbas no puedo verle el lado positivo a eso. Pero resulta también
que aparezco en el Libro de las Sombras y ahí dice que causaré el terror en el
inframundo. No me has dejado leer lo que pone sobre mí, pero lo he hecho igual,
luego te enfadas si quieres. El Hijo de las Brujas, me llaman. Supongo que eso
viene porque desciendo de las Warren, y todo eso. Aparezco sólo como demonio.
No dice nada de Peter, sólo de Vraskor. Y habla de muchos poderes…que yo sepa
sólo tengo dos: esos rayos y lo de hacerme invisible. Pero por lo visto tengo
más.
Chris escuchó en
silencio. No le había gustado que leyera lo que ponía sobre él en el Libro pero
no tenía ningún sentido enfadarse ya, y en cierta forma, estaba en su derecho.
- Aun no has hecho
ninguna pregunta.
- No es una
pregunta, en realidad. Es una petición, pero tampoco te lo estoy pidiendo. Más
bien te estoy informando. Quiero ir al inframundo, y luchar contra ellos…contra
tipos como Barbas, o el que atacó a Paul, o el que te atacó a ti. Quiero
pelear, quiero derrotarlos, y tengo que hacerlo.
Durante unos
segundos, el silencio fue absoluto. Chris estaba organizando sus pensamientos.
- Pues yo "te
informo" de que no vas a hacer nada de eso.
- No puedes
impedírmelo.
- Sí, sí puedo, pero
confío en que no sea necesario. Tienes que pensar con la cabeza, y escuchar lo
que estás diciendo. ¿Ir al inframundo? ¡Hace apenas un mes que tuve que
rescatarte de él! Lo que tienes que hacer ahora es estudiar y…
- ¡A la porra los
estudios, papá! Esto es mucho más importante.
- No Peter. Tu vida
es lo más importante y no voy a dejar que la arriesgues porque sí.
- No es porque sí.
Estoy destinado a ello. ¿Por qué crees que he dejado que me conviertas hoy en
un demonio? Quería ver si puedo controlarlo. Puedo. Ya puedo hacer que ese
grandullón rojo sea útil para algo.
- Aún no lo controlas
del todo. Primero hay que andar para luego poder correr…- empezó Chris, con
calma. Pero a Peter no le gustaba que le dijeran que "no", sobre todo
cuando se le impedía hacer algo que "debía" hacer. Le interrumpió
antes de que terminara.
- ¡No puedes tenerme
siempre en una jaula de cristal, Christopher!
- Peter, NO ME
LLAMES ASÍ – gruñó Chris. Ya no sabía cómo decirlo. Él era "papá".-
Esto no es discutible. No vas a ir al inframundo.
- Con o sin tu ayuda
lo haré. Tardaré más, pero lo conseguiré. Encontraré la forma de llegar y de
cumplir mi destino.
Tras un pulso de
miradas Chris comprobó que Peter hablaba completamente en serio. Se alarmó.
- Ataré sus poderes.
- Los dos sabemos
que no debes hacerlo, pero es que además, dudo que puedas.
Chris no estaba
acostumbrado a que Peter fuera arrogante.
- Eres poderoso,
pero aun puedo quitarte tus poderes. Yo también lo soy.
- Oh, no lo digo por
eso. Es que te he quitado los tuyos, como precaución. Así que ahora no puedes
leer ningún conjuro para atar los míos.
Y lo decía así. Tan
tranquilo. Tan confiado. Tan
"Peter-el-independiente-que-no-necesita-un-padre-p
orque-ahora-tiene-poder-para-destruír-el-inframund o".
- Devuélvemelos. Ya.
- Lo siento, me temo
que no puedo complacerte, Christopher.
Se acabó. Chris se
levantó a la velocidad del rayo y le agarró del brazo. Forcejeando, le obligó a
tumbarse encima de él.
- ¡Suéltame!
- Lo siento, me temo
que no puedo complacerte, Peter. – repuso Chris con infinito sarcasmo y le
colocó bien.
- ¡Qué me sueltes!
- En cuanto hayamos aclarado
un par de puntos – le dijo Chris, y empezó a descargar los primeros azotes
sobre el pantalón del chico.
PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
- Es papá, Peter. No
PLAS puedes PLAS llamarme PLAS Christopher. PLAS
Luego le levantó un
poco para bajarle la ropa. Peter entendió lo que pretendía y trató de
impedirlo, pero Chris le apartó la mano y tiró del pantalón y del calzoncillo.
Le volvió a colocar.
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- No puedes coger
mis poderes y ésta conversación ya la hemos tenido.
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- ¡Tú pretendías
atar los míos! – dijo Peter al final, cuando sentía que las lágrimas empezaban
a desbordar sus ojos.
- ¡Para impedir que
vayas al inframundo y te maten!
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- NO PUEDES, Y NUNCA
PODRÁS HASTA QUE YO DIGA LO CONTRARIO, IR A AL INFRAMUNDO. Cero demonios para
ti, Peter.
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
Por último, Chris
quiso recalcar el mensaje. Hubiera orbitado el cepillo, pero
"alguien" le había quitado SUS poderes, OTRA VEZ. Chris gruñó, e hizo
una petición que a él le habían hecho cientos de veces.
- Orbita el cepillo
- le dijo a Peter, y como era de esperar, no le hizo caso.
SWAT SWAT
- Orbita el cepillo
Cuando él tenía la
edad de Peter y se lo pedían, también se negaba, pero dejó de hacerlo cuando no
ir a por el cepillo implicó que viniera el cinturón. Él no pensaba hacer eso
con su hijo, pero sí que soltó una ráfaga depalmadas algo fuertes.
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT
- Si tengo que
levantarme, e ir yo, va a ser peor para ti - le dijo, y entonces Peter
obedeció. Lloraba mucho, así que Chris decidió acabar ya con eso.
- No puedes
amenazarme con ir al inframundo por tu cuenta si yo no te dejo.
CRACK CRACK CRACK
CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK CRACK
- ¿Ha quedado claro?
CRACK CRACK CRACK
CRACK CRACK
- Peter éste no es
momento de ser orgulloso. Sólo quiero una respuesta. ¿Ha quedado claro? -
preguntó Chris, madiciendo la testarudez de su chico.
CRACK CRACK CRACK
- Síiii.
- Me alegro. Esos
últimos ocho te los podías haber ahorrado.
Chris dio por
terminado el castigo y empezó a acariciarle, relajándose él a la vez que su
hijo.
- Puedes preguntarme
lo que quieras, Peter, pero no puedes decirme algo como que "me
informas" de que vas a hacer lo que se te antoja. Eso no ha sido una
pregunta y no has sido razonable. Tú mismo has comprobado que tratar con
demonios no es una broma. Te hicieron daño. Podrían intentar hacértelo de
nuevo. Podrían intentar convertirte en uno de ellos o incluso matarte.
Peter sollozó en
silencio un rato reconfortado por las caricias de su padre.
- Pero…no puedes
impedir que sea lo que dicen que tengo que ser…
Christopher le
incorporó con cuidado, le colocó la ropa, y le miró a los ojos.
- Tú no eres lo que
nadie diga. Eres tú, y punto. Y si ser tú implica que tienes que destrozar unos
cuantos demonios, sea. Puede que lo encuentres hasta divertido. No he dicho en
ningún momento que vaya a impedirte hacerlo. Sólo digo que aún no. Peter, yo
tuve poderes desde el vientre de mi madre, los usé, crecí con ellos, y no me
dejaron bajar hasta los 18, siempre rodeado de brujos y luces blancas que
podían protegerme. No puedo dejar que bajes ahí estando indefenso. Porque, con
mis poderes, con los tuyos, y hasta con los de Wyatt, estarías indefenso. Es la
experiencia lo que marca la diferencia. La capacidad de reacción. Y sobre todo,
tesoro, que te quede claro que no "tienes" que hacer nada. No es tu
obligación. No le debes nada a nadie. No tienes que luchar para compensar el
"ser un demonio".
Peter asintió y le
dio un abrazo, pero Chris sabía que no le estaba dando la razón. Simplemente no
quería discutir porque le acaba de castigar. Eso era bueno, pero no era
suficiente.
- Volveremos a
hablar de esto, Peter, pero ahora devuélveme mis poderes, por favor.
Peter lo hizo, aun
abrazado a él.
- Sí quieres,
practicaremos con tus poderes. Nosotros nunca…nunca recibimos entrenamiento,
pero si tú quieres puedo enseñarte…en fin, lo que sé.
Eso pareció
contentar a Peter un poco más. Se abrazó a él con más fuerza y enterró la
cabeza en su hombro.
- Lo siento.
- Lo sé. Esta es una
discusión que yo tuve muchas veces con mis padres, Peter, y confieso que me
escapé al inframundo varias veces, sin su permiso. Por tu bien no lo hagas,
porque el castigo que te daré entonces no lo olvidarás en la vida.
Peter tragó saliva.
- No hace falta
amenazar.
- No es una amenaza,
es una advertencia, para que sepas a qué atenerte.
Peter se abrazó a él
un rato más.
- Lo siento –
repitió.
- Ya lo has dicho,
tesoro.
- No… siento…haberme
resistido.
Chris soltó una risa
sin humor. Peter solía hacer eso: no veía el escaparse al encuentro de demonios
sedientos de sangre como algo malo, pero era algo horrible para él el haberse
"resistido" a su castigo.
- Eso no ha sido
resistirse, Peter.
- Y siento haberte
llamado Christopher. Sé que te molesta. Lo hago precisamente por eso…
- Ya, bueno, pues no
es de tus mejores ideas. Empiezo a cansarme, y si me canso…
Chris rectificó la
frase, al recordar que era muy parecido a algo que solía decirle Derek. "Ya
sabes lo que sucede cuando me canso", decía aquél cerdo.
- …si lo sigues
haciendo, voy a pensar que hay por ahí otro tipo al que le vas llamando papá.
- No.
"Papá" sólo tengo uno. – le dijo Peter, muy dulce, y se dejó mimar.
No obstante, la idea del inframundo no había desaparecido del todo en su
cabeza, y se preguntó si Chris era consciente de eso. Probablemente sí: su
padre era muy intuitivo.
Más adelante aquella
tarde, Chris cogió el teléfono para llamar a Paul, a ver si estaba ya más
tranquilo, dado que se había ido de esa forma tan brusca. Chris esperaba que no
estuviera enfadado con él.
Paul levantó la mano
y la apoyó en la puerta de madera de roble que era la entrada a despacho de su
padre. La dejó ahí durante unos segundos, y luego la volvió a bajar por tercera
vez consecutiva. Tomó aire, cerró el puño, y finalmente llamó a la puerta.
Escuchó un seco "adelante" y deslizó el manillar a la vez que
empujaba. Entró en la habitación con paso inseguro. Su padre estaba de
espaldas, apoyado en la mesa con aspecto cansado.
- Ya habéis vuelto…
- empezó Paul, sin saber bien qué decir. Lo lógico hubiera sido que su padre
empezara a hablar primero, e incluso le gritara diciendo algo así como
"¿Dónde rayos te habías metido?" y "¿Dónde están tus
hermanos?", pero la experiencia ya le había enseñado a Paul que con sus
padres no debía esperar reacciones lógicas. Que no le iba a gritar, ni a
regañarle, ni a castigarle, ni nada. Aunque eso era bueno, se traducía en que
en realidad no le importaba una mierda.
- Ya hemos vuelto –
respondió Patrick, sin emoción en la voz. Se incorporó, se dio la vuelta, y se
dirigió hacia donde estaba Paul. Concretamente, hacia la puerta. Se iba.
- Papá, necesito
hablar contigo.
- Ahora no.
- Pero papá, es
importante.
- He dicho que ahora
no. Lo que sea puede esperar. Ya me lo dirás luego, a no ser que vengas a
decirme que tus notas han mejorado.
Paul bajó al cabeza,
y se ruborizó. No, sus notas no habían mejorado. De hecho, habían empeorado o
iban a empeorar catastróficamente, ¿es que no se acoraba de que le habían
expulsado? Paul se sintió avergonzado, pero luego, repentinamente, sus ojos se
iluminaron. ¿Su padre estaba actuando como tal por fin? Jamás pensó que fuera a
sentirse feliz porque le reprocharan sus malas notas, pero si eso quería decir
que volvía a tenerle en cuenta como hijo, era más de lo que Paul podía
esperarse. Llevaba suspendiendo más de dos años. Había repetido curso y su pare
había actuado como si le diera igual, como si le fuera indiferente. Pero por
fin parecía importarle.
- Mejorarán, te lo
prometo – le dijo, reprochándose a sí mismo la voz de "niño desesperado
por un poco de atención" que le salió. – Pero ahora tengo que hablar
contigo.
- Lo que yo no tengo
es tiempo para escucharte.
- Papá, acabas de
llegar, llevas todo el fin de semana fuera, y yo también. Mira, he descubierto…
- …Cómo salir de mi
despacho, espero. Ese es el único descubrimiento que me interesa ahora. Vete,
Paul. Cuéntale a otro tus niñerías. Los adultos trabajamos.
- Yo también
trabajo, papá. En la tienda del señor Johnson, por si lo has olvidado. Y cuido
de tus hijos. – dijo Paul, con algo de resentimiento. Iba a añadir
"también voy al colegio" pero como le habían expulsado temporalmente
decidió omitirlo - Y, la última vez que miré mi carnet, era un adulto. Es como
si el tiempo no hubiera pasado para ti en estos tres años, y eso es frustrante.
Pero ahora no quiero discutir contigo. Sé que estás ocupado, por eso voy a ser
muy breve ¿vale? Necesito que me escuches. Por favor. Por favor, papá.
Paul no solía ser
tan…vulnerable. No era su estilo hablar así, implorando... Había sonado
desesperado, y le costaba reconocerse. Ese no era el tipo duro que su padre
quería que fuera. Pero esperaba que verle así, abriéndose a él, le hiciera
darse cuenta de que quería hablar de algo importante.
Sus esperanzas se
desvanecieron al ver la mirada fría que le dirigió su padre, y el movimiento de
negación que hizo con la cabeza. Con un gesto le señaló la puerta. Su padre le
estaba echando. Patrick, aunque americano de nacimiento, había crecido en
Inglaterra, y para Paul siempre había sido la imagen prototípica del hombre
frío, firme y rígido que se tenía de los ingleses. La madre de Paul había
cambiado después del accidente de Jason: su padre había sido siempre igual, tan
sólo se habían distanciado más tras el accidente, pero nunca habían tenido una
relación muy cercana. Y nunca le había tocado. Era extraño, porque Paul veía
que con el resto de sus hermanos sí era cariñoso. Aunque él no era capaz de
verlo de esa forma, un psicólogo había dicho que los problemas de Paul con la
violencia y los líos en general empezaron a raíz de esa falta de cariño
paterno. De niño, conseguía la atención de su padre cuando se metía en líos.
Tras el accidente de Jason, a su padre pareció darle igual lo que hiciera o
dejara de hacer. Ahora que Jason había muerto, ¿su relación mejoraría o
empeoraría? Paul se enfrentó a aquellos ojos fríos. Empeoraría, sin duda. Esos
ojos era todo lo que Paul llevaba viendo desde hacía tres años.
De alguna forma, Paul
entendía que su madre se hundiera. Era una mujer…no es que fuera débil, pero
era sentimental, y era madre….La muerte de un hijo no es fácil de superar. Pero
¿su padre? ¿Su padre el tipo duro? ¿su padre el de "no llores que eso es
de niñas"? Cuando Paul vio que tras el accidente no sólo perdía un hermano
y una madre, sino también un padre, no lo entendió. ¿Cuántas veces había vuelto
Patrick del hospital hablándoles de la muerte de un paciente y de que lo que
deben hacer las familias ante eso es unirse para superar el dolor? ¿Acaso era
incapaz de aplicarse su propio consejo? Paul recordaba el día del accidente.
Dudaba que alguna vez pudiera olvidarlo.
Llovía, hacía frío,
y él tenía que ir a recoger al enano de un partido. Eso de tener el carnet no
era tan bueno después de todo. Hacía dos meses que lo tenía, y ya era
oficialmente el chico de los recados. Además, Jason estaba de mal humor, porque
su equipo había perdido, así que todo en el coche estaba silencioso. Paul puso
algo de música y decidió a hacer de hermano mayor. Golpeó el antebrazo de Jason
con el puño. Era su forma de ser cariñoso, y de decir "anímate,
hombre". Jason se frotó el brazo, y le dedicó una especie de sonrisa. Eso
estaba mejor.
Entonces ese
camión…el tipo se le cruzó en medio…el semáforo estaba a favor de Paul, pero el
camión estaba ahí, a punto de darle. Jason gritó. Paul clavó el coche. Su
hermano salió despedido, pero el cinturón de seguridad impidió que atravesara
el parabrisas. El coche dio una vuelta de campana…Paul abrió la puerta y
salió…el camión, aun rodando por la inercia, tendría que haberle aplastado pero
de pronto Paul no estaba "debajo" sino "arriba". Muy
arriba. Estaba…¿flotando? ¿Cómo coño había llegado hasta ahí? Jason…¿dónde
estaba Jason?...Y, en realidad, ¿dónde estaba él? ¿Por qué no estaba ahí abajo,
junto al coche? ¿Había muerto, y por eso lo observaba todo desde arriba? Lo
dudaba, porque le dolía el codo y se sentía bien vivo. Los muertos no sienten
dolor, ni miedo ¿verdad? De pronto, empezó a caer, y a caer…y cuando llegó al
suelo, se quedó inconsciente.
Su despertar en el
hospital fue un anticipo de lo que le esperaría los siguientes años. No había
nadie junto a su cama. Todos estaban con Jason. Pero se dijo que eso era lo
lógico, al fin y al cabo: el que estaba grave era su hermano… Paul pasó las
horas siguientes entrando y saliendo de un sueño inquieto, sedado y algo
atontado, pero al despertar de cada sueño se veía a sí mismo en el aire,
mirando el coche en el que su hermano estaba muriendo. Porque, para Paul, Jason
murió aquél día. De alguna forma supo que nunca iba a despertar. Lo sabía, como
un presentimiento nefasto que años después resultó ser cierto.
Días después, cuando
él estaba en casa, pero Jason no, reunió valor para hablar con su padre. Estaba
muy seco con él, más seco de lo habitual, y Paul sospechaba que él y su madre
le culpaban del accidente. No le habían reconfortado ni dedicado una sola
palabra de ánimo, ni le habían dicho "qué bueno que estés bien".
Apenas le habían hecho caso, en realidad, y Paul se sentía sólo y abandonado.
Pero Paul era, o quería ser, un tipo fuerte y entendía que sus padres estaban
sufriendo. No podía permitirse algo tan egoísta como reclamar su atención en un
momento como aquél. Se limitó a ayudar con el más pequeño de los enanos, con el
bebé, y a guardar silencio. Cuando ya no podía más, habló con su padre, y le
dijo lo que había pasado "de verdad" en el accidente. Le dijo que, de
pronto, estaba fuera del coche, en el aire. Que tendría que haber muerto, pero
no lo había hecho. Aquella fue la única vez en su vida que su padre le gritó.
La única.
- ¿CREES QUE PUEDES
DECIR ALGO COMO ESO EN UN MOMENTO COMO ESTE? ¿NECESITAS SENTIRTE ESPECIAL Y POR
ESO TE INVENTAS UNA MENTIRA DE ESE CALIBRE? ¿QUIERES SER EL PROTAGONITA EN
ESTO? ¡TU HERMANO ESTÁ EN EL HOSPITAL! ¡NO PUEDO CREER QUE SE TE OCURRA DECIR
ESAS TONTERÍAS JUSTO AHORA! ¿ES QUE NO TIENES CEREBRO? ¡VOLAR! ¡SI DE VERDAD
PUDIERAS HACERLO, TENDRÍAS QUE HABER SALVADO A TU HERMANO! – le dijo su padre,
y aquello escoció a Paul especialmente. Se sentía culpable por estar vivo,
mientras que su hermano estaba en coma. Era una de las muchas cosas que hubiera
necesitado hablar con alguien, pero que tuvo que comerse sólo, como todo lo
demás. Su padre le miró de una forma muy dura, y luego siguió hablando, algo
más calmado pero sonando muy autoritario. – No le digas esto a nadie. No
vuelvas a mencionarlo. Nunca. Te diste un buen golpe en la cabeza. Eso fue lo
que pasó. Y ahora vete, y haz algo útil. El bebé está llorando y tu madre no
puede atenderle.
Aquellas fueron las
palaras de su padre hacía tres años. Le hicieron sentir un loco que se
imaginaba cosas como que podía volar y un egoísta que hablaba de estupideces
cuando todos estaban preocupados por Jason. Paul había levitado un par de veces
más después de aquello, y siempre se decía que no era real, y que no podía
volver a mencionárselo a su padre. Tres años creyéndose un loco, escondiendo
eso y tantas otras cosas, tragando él sólo con tantas y tantas
preguntas…Preguntas para las que, si era cierto todo lo que había averiguado en
casa de Nick y Peter, su padre había tenido siempre la respuesta. ¿Y Chris
decía que ese hombre era un brujo como él? Pues si era así, lo que era …era...
- Un perfecto hijo
de puta. – dijo Paul en voz alta, su mente de vuelta a aquél despacho, al
presente, donde estaba hablando con su padre que le seguía mirando de aquella
forma fría. Ni siquiera pareció reaccionar ante el insulto, así que Paul, de
forma consciente ésta vez, lo repitió: - Eres un hijo de puta.
- ¿Eso era lo que
querías decirme? Bien, tenías razón: has sido breve. Ya puedes irte.
Su padre habló con
el mismo tono indiferente, sin enfadarse, sin alterarse porque su hijo – un
hijo al que habían educado según unos modales muy finos como correspondía a su
clase social – le hubiera dedicado uno de los insultos más groseros. Paul abrió
y cerró los puños.
- ¿No vas a decir
nada? ¿Ni siquiera quieres saber por qué te he llamado eso? ¡Eres un cabrón
mentiroso! ¡Sabes lo que somos, sabes lo que haceos, tú también eres brujo! –
gritó Paul, y su padre abrió mucho los ojos. Aquello fue su confirmación: su
padre lo sabía. Siempre lo había sabido. Lleno de rabia, caminó hacia el
escritorio y, con toda su fuerza, volcó la mesa, esparciendo por el suelo un
montón de papeles. - ¡Desgraciado hijo de puta! ¡Lo sabías! ¡Dejaste que
pensara que estaba loco! ¡Me ocultaste lo que soy, lo que puedo hacer! ¡Me has
dejado sólo durante todos estos años con eso y con todo lo demás!
Paul hubiera
esperado que su padre se enfadara. Que no le permitiera hablarle así, porque
nunca lo había hecho, ni tirar sus cosas. Paul siempre había sido educado con
su padre, y quizás esa era la palabra: educado que no afectuoso, porque, le
quedó claro en ese momento, nunca había habido afecto entre ellos. Con su madre
sí, y le dolía haberlo perdido. Pero con su padre sólo había habido respeto y
mutua tolerancia. Paul creía que su padre se enfadaría con él por ese arrebato
furioso. Lo esperaba y casi lo deseaba. De hecho, es lo que estaba buscando
conseguir. Sin embargo, Patrick le siguió mirando de aquella forma vacía e
impersonal.
- Sí, sí lo sabía –
dijo solamente, estático, hierático, sin moverse.
En ese momento, Paul
llegó a su límite. Acumulando varios años de resentimiento, rencor, e ira,
caminó hacia su padre y le cogió del cuello de la camisa, empujándole contra la
mesa volcada sobre el suelo. Si su madre no hubiera entrado en ese momento,
Paul podría haber hecho algo de lo que se arrepentiría toda la vida, porque
estuvo a punto de golpearle. La entrada de su madre en el despacho le distrajo,
y permitió que su padre, que era más alto y más fuerte aún que él, le quitara
de encima.
- ¡Paul! – gritó su
madre - ¿Qué has hecho?
Sí…¿qué había hecho?
Paul miró la habitación, llena de papeles, bolígrafos y demás utensilios de
escritorio que él había tirado al volcar la mesa. La propia mesa, tumbada de
lado, hacía que aquello pareciera el lugar de un crimen. Y él…se había
abalanzado sobre su padre…y lo peor es que aun quería hacerlo. Tenía que
controlarse mucho para mantener los puños junto a sus costados.
- Mamá, él… – empezó
Paul, preguntándose si ella estaría al corriente de todo, pero no le dejó
terminar.
- Fuera de ésta casa
– le espetó, y durante un segundo Paul creyó que no la había entendido. -
¡Fuera!
Paul parpadeó,
sorprendido. ¿Le estaba echando? Lo primero en lo que Paul pensó fue en sus
hermanos. ¿Quién iba a encargarse de ellos?
- Tengo… tengo que
recoger a los niños…
- Tú no tienes que
hacer nada, salvo irte. Ya has causado suficiente daño a ésta familia – dijo
Loreen. Si su padre era la viva imagen de la frialdad, su madre era la del
dolor y el resentimiento. Paul no pudo soportar aquél tono, ni aquella
acusación. No pudo soportar lo que había hecho, lo que quería hacer, lo que
había hecho su padre. No pudo soportar la comparación mental que su cerebro
hizo entre su familia y la de Chris. Así que, fiel a los deseos de su madre,
salió de allí. En seguida se encontró en la calle.
"No llores,
Paul, no llores. ¿Eres un hombre o una niña?"
Debía ser un hombre,
porque no lloró. Aunque quiso hacerlo. Era lo único que quería hacer, en
realidad. Llorar y no dejar de hacerlo hasta ahogarse con sus propias lágrimas.
¿Qué iba a hacer ahora? Ni siquiera había cogido una mochila…Sólo tenía la ropa
que llevaba puesta, el móvil, el carnet, y su tarjeta de crédito. Bueno, eso
último sin duda ayudaría bastante. De algo tenía que servir ser asquerosamente
rico. Incluso entendiendo que ya no podía contar con la fortuna de su familia,
Paul llevaba dos años trabajando en la tienda y ahorrando el dinero que sus
padres le daban de forma excesiva, como culpables por su abandono. Tenía un
total de cuarenta mil dólares ahorrados, lo cual le aseguraba unos meses de
estabilidad. Si continuaba con el trabajo podría mantenerse sin problemas
alquilado en algún sitio. Eso no le preocupaba. Además, era el heredero de una
casa que había pertenecido a su abuelo, y eso sus padres no se lo podían
quitar.
En lo que no podía
dejar de pensar era en sus hermanos. ¿Tomarían sus padres las riendas? ¿Se
ocuparían de ellos? Su padre siempre había sido menos frío con ellos que con
él…Y su madre poco a poco salía de su pasotismo… primero le había pegado, y
luego le echaba de casa: de alguna forma estaba saliendo de su pozo de
depresión. Tal vez ahora que Jason había muerto y él ya no estaba en casa, sus
padres y sus hermanos conseguían volver a ser una familia.
Tras dos horas de
caminar, Paul se dijo que tendría que haber cogido el coche. Mierda, ¡el coche!
¡SU coche! ¿cómo iba a llegar a su casa en las afueras sin él? En fin daba
igual. Tampoco quería mudarse a un edifico vacío que le recordara todo el rato
esa familia a la que acababa de dejar de pertenecer. Cuando se cansó de andar,
se sentó en el césped de un parque, y apoyó la espalda en el tronco de un
árbol. Empezó a llover. Y, simultáneamente, él empezó a llorar.
Lloraba por tantas
cosas…
Lloraba por su
hermano muerto…el hermano al que estaba más unido por ser el más cercano a su
edad. El hermano del que se sentía orgulloso, porque lo hacía todo bien y hasta
era bueno en los deportes. Su hermano hubiera llegado a ser alguien importante,
no como él. Lloraba por tres años de soledad absoluta aunque viviera rodeado de
personas. Lloraba por haber perdido el cariño de un padre aun antes de tenerlo.
Siempre había pensado que su padre era frío con él para que él fuera fuerte,
pero, qué coño, él no quería ser fuerte. Quería ser un niño, y llorar, y
gritar, y romper algo, y que le abrazaran, y que le dijeran lo que hacía bien.
Lloraba por haber
perdido los nervios de aquella forma, y por el odio que sentía hacia sus
padres. Eso no estaba bien, no era un sentimiento natural. Pero también les
quería, y también lloraba por eso. Y lloraba por su madre, por la mujer dulce y
cariñosa que había sido, siempre con él, sin importarle que su hijo fuera un
cafre que se metía en problemas…hasta que Jason ingresó en el hospital. Lloraba
por la imagen de su madre siendo fría con él, odiándole, desentendiéndose…
Lloraba por su madre no estando ahí en sus primeras experiencias amorosas…La
había necesitado mucho…Lloraba por su madre echándolo de casa, llevando al
culmen su actitud de "oh, cuánto me has decepcionado, hijo". Lloraba
por todas las novedades que le habían golpeado de pronto…Perder un hermano y
ganar una rama familiar entera…Lloraba porque sus poderes no habían servido de
nada ante lo que le pasó a su hermano. Lloraba porque ser un brujo no le hacía
especial, sino tal vez más miserable: su padre se lo había ocultado, y a saber
cuántas cosas más. Comparó su familia de brujos con la familia de brujos de
Chris, y lloró por eso. Lloraba por no haber llorado en mucho tiempo.
Aún estaba
sollozando cuando notó la molesta vibración del móvil. Lo ignoró. Siguió
llorando, y el móvil siguió vibrando. Al final, tras unas diez llamas en un
intervalo de media hora, decidió sacarlo de su bolsillo. No sabía quién podía
ser y no le importaba: colgó sin siquiera mirar el número. Pero volvieron a
llamar. ¿Es que no iban a dejarle tranquilo? Miró a ver quién era el pesado…era
un número desconocido. Inmediatamente, pensó que podía haber pasado algo con
sus hermanos. Miró la hora: habían pasado cuatro horas y media desde que su
madre le echara…Era hora de recoger a sus hermanos…¿lo habrían hecho? Inquieto,
descolgó.
- ¿Sí? – preguntó a
media voz, intentando dejar de llorar para poder hablar.
- ¿Paul? Narices,
¿por qué no lo cogías? ¿Estás bien? – era la voz de Chris. A él también le
había tratado mal, aunque al menos no le había empujado, como a su padre. Chris
sólo había intentado ayudarle…Le había dicho la verdad, algo que su padre no
había hecho en mucho tiempo. Paul intentó decir algo, pero no podía hablar, tan
alterado y lloroso como estaba. - ¿Paul? Me estás asustando. ¿Qué ocurre?
- Yo…yo…
- ¿Dónde estás,
Paul?
- No lo sé.
- ¿Cómo que no lo
sabes? ¿Estás en tu casa?
- No. Me…me…ya no
puedo volver allí.
- ¿Qué? ¿Por qué?
Paul sollozó.
- Vale, Paul,
tranquilo. ¿Estás sólo?
Paul no respondió,
pero no hizo falta. Necesitaba a Chris, porque necesitaba a alguien. Y él era
su luz blanca, así que segundos después, orbitó frente a él, invocado porque su
cargo le necesitaba. No obstante aquella vez no era por el ataque de ningún
demonio.
Paul miró a Chris,
de pie, frente a él, y no se movió. Chris se agachó, se sentó a su lado, y sin
entender qué pasaba o por qué lloraba así, le abrazó.
Paul no se lo cogía.
Chris llamó varias veces, y nada. Comenzó a inquietarse, y caminó nervioso por
la casa. Algo iba mal, lo presentía. ¿Y si nunca había llegado a su casa? ¡No
debería haber dejado que se fuera! Siguió llamando, contagiando con su
nerviosismo a sus hijos, hasta que al final Paul se lo cogió. Se sorprendió
cuando le escuchó llorar. ¿Qué le había pasado? No pudo sacarle nada muy
coherente, pero de pronto sintió un tirón irresistible. Paul no había dicho su
nombre, pero le estaba llamando. Le necesitaba. Colgó el teléfono y se dejó
guiar por la magia para aparecer delante de él.
Estaban en un
parque, y Paul lloraba…Chris se quedó congelado, al verle tan…desesperado. Esa
era la palabra más indicada para describir a Paul en ese momento. Se agachó
junto a él y le abrazó.
- ¿Qué va mal? – le
preguntó, sin soltarle. No sabía bien cómo consolarle. A Paul parecía ponerle
nervioso que él le tocara y él ni siquiera sabía lo que había pasado.
Al principio, Paul no
habló. No podía. Pero luego, poco a poco, se fue calmando. Pareció avergonzarse
de haber llorado así. Miró a todos lados de repente, por si alguien, además de
Chris, le había visto derrumbarse. Llevaba una hora llorando, así que alguien
tenía que haberle visto. Qué importaba ya.
- Mi madre me ha
echado de casa – le dijo. – Mi padre sabía que yo soy un brujo. Le he empujado.
Quería… quiero pegarle. Quiero...venganza.
Chris no terminaba
de entender lo que había pasado, pero si había entendido lo de que le habían
echado de casa y se compadeció de él. Volvió a empezar a llorar y Chris empezó
a susurrar palabras suaves.
- Eh, ya está, ya
está. Tranquilo, Paul. Todo va a ir bien. Vamos, levanta de aquí, vas a coger
frío. Vamos a casa, ven. ¿Has comido? – le preguntó, y Paul negó con la cabeza.
Chris miró que no pasara nadie y orbitó con él. Apareció en el salón de su
casa, donde Nick, Peter y Leo le esperaban.
- ¿Estás bien? –
preguntaron Nick y Peter a la vez. Se alarmaron al ver que Paul había llorado y
de hecho aún lloraba un poco. Chris le indicó que se sentara en el sofá, y se
sentó a su lado. Paul escondió la cara entre las manos.
- ¿Qué ha ocurrido,
Paul?
Poco a poco, el
chico se lo fue contando todo. Le contó cómo su padre había sabido siempre lo
que él podía hacer, y no sólo se lo había ocultado, sino que le había hecho
creer que estaba loco. Cómo le había castigado con su indiferencia desde que
nació…Cómo intentó conseguir una respuesta de él, pero nada…Y cómo al final
había ido demasiado lejos, y su madre le había echado. Su madre…su modelo de la
infancia. La mujer que había cuidado de nueve hijos y era capaz de acordarse de
los horarios del colegio y las actividades de todos ellos, de sus comidas
favoritas, de sus cumpleaños, de sus gustos y colores…La mujer que había estado
siempre ahí, hasta el accidente.
Chris sintió mucha
rabia. Sentía que esa gente lo había hecho todo mal con Paul, y por lo visto
llevaban tiempo haciéndolo así. Él nunca había sido de los que se creen con
derecho a aconsejar a otros padres sobre cómo criar a sus hijos, pero sintió
que cuando lo haces mal, las cosas acaban así: con un niño sólo y perdido,
llorando desesperado.
- Tú eres mi primo
lejano lejano lejano lejano y ni siquiera lo sabías, y aun así has hecho más
por mí en estos días que mi padre en toda su vida – dijo Paul. Quizás
exagerara, pero en ese momento lo sentía así. Chris le abrazó. De pronto, el
teléfono de Paul vibró de nuevo. El chico lo sacó, y vio que era su padre. Lo
dejó en la mesa, sin atreverse a cogérselo. Y Chris hizo algo impulsivo y
temerario: cogió el teléfono y descolgó.
- ¿Paul?
- Señor Anderson,
soy Chris Haliwell. Su hijo está aquí conmigo.
- Gracias a Dios.
- No, se equivoca,
no es gracias a Dios, es gracias a su mujer, que le echó de casa.
Chris se sorprendió
por ser capaz de hablar así, pero se sintió bien. Tenía unas cuantas cosas que
decirle a aquél tipo…
- ¿Está bien? –
preguntó el padre de Paul al otro lado.
- Algo así.
- Dígale que se
ponga.
- No quiere – dijo
Chris, tras mirarle – Y, la verdad, no pienso obligarle. No tengo ni idea de
por qué le ha ocultado usted sus poderes. Sus motivos tendría, yo ahí no me
meto, pero no tenía ningún derecho a hacerle pensar que estaba loco ni a
dejarle sólo con ese problema, ni con ningún otro. Su hijo lleva tres años sin
padre, y, por lo que cuenta, sin madre también.
- ¿Cómo sabe…?
¿Quién es usted, y cómo sabe acerca de la magia?
- Es lo que su hijo
intentaba decirle hoy, cuando usted estaba demasiado ocupado para escucharle.
Su hijo ha perdido un hermano y lleva los últimos tres años viviendo con ello y
cuidando de la familia que usted abandonó en vida. Lleva tres años culpándole
de una muerte de la que no es responsable…
- ¿Culpándole? Yo no
le culpo de nada.
Vale. Eso sí que
sorprendió a Chris. Se quedó callado.
- Mire, no sé quién
es usted, pero necesito hablar con mi hijo. Y creo que él necesita hablar
conmigo.
Tras pensarlo un
poco, Chris le dio su dirección.
Mientras esperaban,
hizo que Paul comiera algo y decidió distraerle contándole las novedades sobre
Nick y Peter y su autocontrol sobre su lado demoníaco. Consiguieron que Paul
luciera un poco más animado, o que al menos no tuviera los ojos rojos y húmedos
para cuando llegó su padre. Ese fue realmente un momento tenso. Fue Chris quien
salió a abrir, sin saber si darle la mano o un puñetazo a aquél desconocido. La
altura y la anchura de hombros del padre de Paul le hicieron decantarse por lo
primero. Menuda complexión la de esa familia.
- Señor Anderson –
saludó, de forma fría.
- Señor Haliwell. Me
temo que sabe usted más de mí que yo de usted. ¿De qué conoce a mi hijo?
- Es amigo de mis
hijos. Y soy su luz blanca.
- Comprenderá que es
una gran sorpresa encontrarme con que sabe...lo que somos.
- Son muchas las
cosas sorprendentes, me parece. Su hijo está dentro.
Patrick hizo ademan
de entrar, pero Chris le sujetó del brazo para decirle algo más.
- Sí le hace llorar
otra vez le echaré de mi casa. Paul es mayor de edad, así que no estoy obligado
a dejarle ir con usted.
Patrick no dijo
nada, pero se libró con facilidad de su agarre.
Nick, Peter y Leo se
habían volatilizado, entendiendo que aquél era un momento privado. Paul y su
padre se miraron a los ojos, y ninguno dijo nada. No hubo abrazos ni
reencuentros, tan sólo una inclinación de cabeza.
- Tenemos que hablar
– dijo Patrick.
- Ahora soy yo el
que está demasiado ocupado – respondió Paul, con veneno.
- Al cuerno con eso,
muchacho. Sé que te debo muchas explicaciones, y te las voy a dar, tanto si
quieres como si no.
Paul pareció
sorprendido. Su padre no solía hablar así. Chris aprobó que tomara las riendas
de la situación y decidió irse también, aunque no muy lejos, por lo que pudiera
pasar.
- ¿Qué? – espetó
Paul, cuando se quedaron solos. No quería quedarse sólo con su padre.
- Bajando el tonito,
Paul.
- Oye, no te pega
hacer de padre ahora. Llevas tres años pasando de mi culo…
- Siempre he pasado
de tu culo, pero no quieras saber lo poco que pasaré de él si vuelves a irte
así de casa.
Paul parpadeó.
¿Quién era ese hombre y qué había hecho con su padre?
- ¿Irme de casa?
¡Mamá me echó!
- Entró en mi
despacho y vio la mesa en el suelo y a ti encima de mí como un salvaje. ¿Qué
querías que pensara la pobre mujer si parecía que querías matarme? Por Dios,
Paul, ha perdido a su hijo. ¿De verdad crees que quiere perder a otro? ¿Qué te
echaría en serio de casa?
- Pues aquello no me
pareció ninguna broma.
- La gente no habla
en serio cuando se enfada. Tú me llamaste de todo. ¿Acaso lo decías en serio?
- Sí – respondió
Paul, sin dudar.
Fue el turno de
Patrick de parpadear, shockeado.
- Vaya, sí que lo he
hecho mal contigo. Bueno, hijo, vamos a sentarnos, que aquí tenemos para rato.
- Yo no voy a
sentarme contigo. Esta es la casa de Chris y si él te ha invitado yo no puedo
hacer nada, pero nadie me obliga a hablar contigo.
- Te obligo yo.
- Eso me gustaría
verlo.
- No, no te
gustaría. Ahora deja de hacer el tonto, y siéntate. Estás enfadado, tomo nota.
Lo has dejado muy claro: no necesitas seguir hablando de esa forma.
El impacto de oír
hablar a su padre de esa manera bastó para que Paul se sentara, aún molesto y
dolido, pero muy muy sorprendido.
- Querías decirme
algo en el despacho. Supongo que tiene que ver con ese hombre que por lo visto
es tu luz blanca y con el hecho de que puedes levitar.
- ¿Desde cuándo
sabes que puedo levitar? – preguntó Paul, tras meditar qué pregunta debía hacer
primero.
- Maticemos. Sé que
eres un brujo desde que naciste, o desde antes. Que puedes levitar lo sé desde
que me lo dijiste.
Paul sintió que su
enfado resurgía de nuevo.
- ¿Por qué no me lo
dijiste? ¿Tú eres brujo también? ¿Por qué tampoco me dijiste eso?
Patrick suspiró.
- Acababas de nacer.
Estabas en la cuna, y tu madre dormía a tu lado, después de lograr que por fin
te durmieras. Ese tipo entró sin que nadie se diera cuenta, e intentó hacerte
daño. Logré impedirlo. Tu madre me hizo prometer entonces que te mantendría a
salvo. Para eso, tenía que mantenerte alejado de la magia. Pero no podía atar
tus poderes.
- ¿Por qué no?
- Porque no tengo
poder para hacerlo, eso para empezar. Y porque los Ancianos me lo prohibieron.
Dijeron que tus poderes serían necesarios algún día y no había forma de saber
cuándo. Hablaron de una profecía, de la cual formabas parte. Te adjudicaron un
destino muy difícil. Y supe que tenía que prepararte para ello.
- ¡No te atrevas a
seguir por ahí! – dijo Paul, adivinando sus intenciones – No me digas que me
has negado…el afecto…que sí le has dado a mis hermanos para "hacerme
duro".
- Es justo eso.
Tenía…tenía que ser duro contigo…
- Entonces ¡haber
sido duro! Haberme gritado, exigido ¡algo! Pero no esa total indiferencia a la
que me has condenado desde siempre…¡y más en los últimos tres años! ¿Por qué?
¿Por lo que pasó con Jason? ¡Fue un accidente! ¡Yo no quería que pasara! Si
pudiera volver atrás, volvería, y me cambiaría por él. Pero no puedo hacerlo.
Él ya no está, pero yo sí. ¡Soy tu hijo, joder!
Entre ellos se
extendió un tenso silencio. Paul tenía impulsos homicidas y a duras penas podía
contenerlos. Patrick parecía relajado…siempre tan puñeteramente relajado…Paul
sería feliz si le oía gritar, decir un taco, reír, llorar, ¡mostrar alguna
jodida emoción!
- No me has
preguntado lo más importante: cuál es mi poder. – dijo Patrick instantes
después.
Paul le miró sin
estar seguro de que eso fuera lo más importante. Pero información era
información:
- ¿Cuál es?
- Manipular los
recuerdos.
Y entonces, Paul lo
supo: su padre le estaba diciendo que algunos de sus recuerdos eran falsos.
Pero…¿cuáles? La bomba estaba a punto de caer.
- Paul, tu hermano
no murió en un accidente de coche. Tú le mataste.
La bomba había
caído. Y la onda expansiva iba a destrozarlo todo.
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