Chapter 70: Resignación
Chris hubiera sido
feliz de haber podido permanecer con Amy en aquella habitación durante horas.
Le habría encantado, pero su pequeño episodio de amor pasional había
interrumpido su día. Los chicos aún estaban despiertos, tenían que cenar, y
aunque a Chris le hubiera encantado hacerse el sordo ante los gritos que le
llegaban de fuera desde hacía un rato, no podía. No hubiera sido responsable de
su parte.
- Aunque ¿quién dice
que quiera ser responsable? - murmuró, besando la cabeza de Amy. Estaban muy
juntos, de nuevo tumbados en la cama. Habían compartido algo emocionalmente
íntimo después de algo físicamente más íntimo todavía.
- ¿Mmm? – entonó
ella, medio adormilada. Parecía muy relajada, abrazada a él como si fuera la
fuente de su felicidad.
- La batalla campal
de ahí fuera – explicó Chris – No sé por qué están discutiendo, ni sé si quiero
saberlo. Pero supongo que debo salir, y calmar las aguas – dijo, con un
suspiro, y empezó a levantarse. Amy le soltó para que pudiera hacerlo, y le
observó desde la cama.
- Tal vez quieras
ponerte antes una camiseta y peinarte un poco – sugirió ella, con una voz que
hacía que Chris quisiera dar media vuelta y volver a su lado. Se sobrepuso, y
aceptó el consejo. Se volvió para mirarla mientras ella también se levantaba.
Dios, qué bien le quedaba esa camiseta…Mejor que bien: tentadora.
- Y tú,
definitivamente, tienes que ponerte otra ropa, si quieres que te deje salir de
éste cuarto algún día.
Amy se rió, e hizo
por desvestirse, para ponerse otra cosa, pero luego se ruborizó.
- ¿Qué ocurre?
¿Ahora te da vergüenza? – preguntó Chris, sin poder evitar chincharla un poco.
Ella le sacó la lengua y se quitó la camiseta. Caminó hacia el armario que
compartían los dos, y sacó un vestido primaveral. Le devolvió la camiseta a
Chris, y le dio un beso en el hombro, aun desnudo. Ella le acarició la espalda,
y su mano se detuvo en algún punto entre los dos omóplatos de Chris.
- Tienes un tatuaje
– comentó ella. – Lo vi antes, y me llamó la atención. ¿Qué es?
- El símbolo de mi
familia.
- Me gusta. –
susurró Amy, muy cerca de su oído, y se puso de puntillas para darle un suave
masaje. Chris estiró el cuello, disfrutando de la sensación. Pero luego
suspiró, y se apartó un poco.
- De verdad que
tengo que ir a ver qué pasa. – se disculpó y se puso la camiseta que había
llevado Amy.
- ¿Quieres que vaya
contigo?
- No hace falta.
Estás cansada. – dijo él, y se giró para besarla. Amy no estaba acostumbrada a
enfrentarse a cinco niños y adolescentes, después de haber tenido toda una
mañana de trabajo con niños aún más pequeños. Parecía agotada. – Te avisaré
para la cena.
Tras colocarse un
poco esa maraña que era su pelo, Chris se fue de la habitación porque si no, no
se iría nunca. Aunque mayoritariamente le gustaba lo que Amy provocaba en él,
le parecía hasta peligroso lo mucho que se sentía atraído hacia ella, como un
imán en una nevera.
Los gritos venían
del salón. Parecía una pelea insignificante, pero conforme iba bajando Chris se
daba cuenta de que aquello iba subiendo de intensidad.
- A ver, ¿qué es lo
que ocurre? – preguntó, al llegar. Los cinco, sus hijos y sus sobrinos, estaban
allí.
- Eso, Nick, ¿qué es
lo que ocurre? - dijo Peter con grandes dosis de sarcasmo - ¿Por qué no se lo
cuentas?
Nick le dedicó a su
hermano una mirada llena de veneno.
- Gracias por tu
ayuda, Peter. Eres un hermano cojonudo – replicó, con más sarcasmo todavía.
- He preguntado qué
es lo que ocurre – intervino Chris, sonando esta vez más tajante. -Me da igual
quién le lo cuente, pero que sea rápido.
- Ariel no está –
intervino Leo, que estaba un poco apartado, con Alex y Victoria. Chris le miró
a él, sin entender.
- ¿Aún no la has
encontrado? – le preguntó a Peter.
- No, y dudo que la
encuentre, porque no está. ALGUIEN se dejó la puerta abierta, y dejó que un
CACHORRO salga sólo a la calle. – masculló Peter, fulminando a Nick con la
mirada - Como le haya pasado algo…
- Fue sin querer –
se defendió Nick. – Pensé que había cerrado. Salí…salí a comprar algo, y cuando
volví encontré la puerta abierta y éste empezó a gritarme.
- ¿A dónde cuernos
saliste? – preguntó Chris. No estaba exactamente enfadado: Nick no había tenido
mala intención, ni había desobedecido, ni había hecho algo que le hubiera
prohibido con anterioridad. Simplemente había sido despistado. No era su culpa,
pero Chris entendía la preocupación de Peter. La perrita podía haberse perdido,
y la ciudad era muy grande. Nick debería haber tenido más cuidado, y no debería
haber salido sin avisarle. Ya no estaba castigado, pero ya sabían que no debían
salir sin decírselo antes, y menos a las nueve y pico de la tarde-noche.
Pensando en esto, quizás le habló con demasiada brusquedad.
- A…a comprar –
repitió Nick, bajando la mirada. – Si me vas a castigar, por favor, deja que se
vayan…
Chris se sorprendió
mucho.
- Nick, no te voy a
castigar. Es como enfadarse con alguien cuando deja caer algo al suelo. ¿De qué
serviría? Son accidentes que a veces ocurren. No has hecho nada malo. Sólo ten
más cuidado. No sólo porque dejar la puerta abierta sea peligroso por quien
pueda entrar, sino porque Ariel, o tus hermanos pequeños, pueden salir.
Nick asintió.
- Como le haya
pasado algo... - empezó Peter.
- Hijo, déjalo.
- Pero papá, por su
culpa...
- Él no ha hecho
nada, Peter
- ¡Se ha dejado la
puerta abierta por ir a comprar quién sabe qué tontería!
- ¡No era una
tontería! - intervino Nick. Chris vio que aquello iba a pasar a mayores, así
que decidió cortarlos.
- Ya basta. Peter,
va sobretodo por ti: deja en paz a tu hermano.
Peter le miró como
dolido al principio, pero luego su expresión se relajó, entendiendo, y asintió.
Bueno, aquella vez había sido fácil. Chris casi suspiró.
- Oíd chicos, nadie
quiere que le pase nada a la perrita, pero no se consigue nada echándole la
culpa a Nick. Hay que ponerse manos a la obra. Nick y Peter pueden acompañarme
a buscarla; los demás quedaros aquí con Amy.
- Sí, papá.
- Sí, tío Chris.
Chris se puso la
chaqueta pero mientras lo hacía se dio cuenta de que Nick no dejaba de mirarle.
- ¿Qué? – preguntó
al final.
- ¿No estás
enfadado?
- Ya te he dicho
que…
- No por esto –
aclaró Nick – Por…decirle a Peter que llamara antes…por leerte la mente cuando
estabas…cuando tú….
- Ah, sí. Te advertí
que no hicieras eso. – dijo Chris, un poco más serio – Te dije que dejaras mi
mente y la de Amy tranquila, sobre todo cuando estoy…cuando estamos…
- En mi defensa diré
que no sabía lo que estabais haciendo hasta que ya era demasiado tarde. Te
aseguro que no ha sido algo agradable de ver – dijo Nick, con cara de niño
traumatizado.
- Si no te metieras
en mi cabeza no verías cosas desagradables. – replicó Chris – Hablo en serio,
Nick. Es mi intimidad.
- No volveré a
hacerlo, papá. No quiero…no quiero provocar que me castigues.
- Oh, si vuelves a
hacerlo haré algo peor que castigarte. Quitaré la puerta de tu habitación,
cotillearé tus mensajes del móvil y anularé todo lo que puedas llamar
"privacidad".
Nick abrió mucho los
ojos.
- Pero eso…eso
sería…
- ¿Venganza? Sí. –
dijo Chris, y sonrió perversamente. – Pero me apuesto lo que quieras a que es
una amenaza efectiva. – rió Chris, pero luego se puso serio – Nick, si no
pudieras controlarlo sería distinto. Si tuvieras que leer mi mente siempre, sin
remedio, no podría hacer más que intentar bloquearte. Pero tú eliges cuando te
metes en la mente de alguien y cuando no, así que no debería tener que
bloquearte. Debería ser libre y estar tranquilo en mi propia cabeza, y no
alerta para detener el paso de un hijo con exceso de curiosidad.
- Lo sé, papá.
Perdona.
- No es la primera
vez que te lo digo – regañó Chris, mirándole reprobatoriamente.
- Lo siento mucho.
- Tampoco es la
primera vez que tú dices eso. No dudo que ahora lo sientas, Nick, lo que me
gustaría es que fueras capaz de recordarlo antes, y no hacerlo. Cuando
encontremos a Ariel quiero que lo copies cien veces. A lo mejor así lo
recuerdas.
- Está bien.
Chris le miró con
sorpresa. Había esperado que Nick le discutiera. Nunca aceptaba a la primera
ese tipo de castigos.
- ¿"Está
bien"? ¿Nada de "no soy un crío" o "no pienso
hacerlo"? – preguntó con incredulidad.
- No soy un suicida.
Una conversación al día con el cepillo me parece suficiente – musitó Nick, y
Chris pensó que Nick estaba dócil porque le había castigado aquella misma
tarde. Una tarde en la que habían pasado muchas cosas.
- Aun no me creo que
hicieras un grafiti…
- No sé de qué te
sorprendes. Eso está bastante en mi línea. Lo que yo no me puedo creer es lo
que le dije a Amy…
Chris entendió por
fin lo que pasaba. Nick no estaba dócil: estaba triste. Por eso no había
llegado a pelearse con Peter, y por eso respondía a Chris de forma mucho más
tranquila que de costumbre, casi sumiso.
- Nos has oído
¿verdad? – preguntó. – Has oído mi conversación con Amy. Lo que ella me ha
contado…Te sientes culpable.
- Lo siento tanto,
papá – dijo Nick, y dejó escapar el aire. – Yo no sabía…no podía saber….De
haber sabido lo que ella pensaba jamás le habría llamado eso. Nunca se lo
tendría que haber dicho. Sé que…sé que no es la primera vez que doy en un punto
débil….golpes bajos, como lo llamas tú. Pero de verdad que no…nunca hubiera
dicho eso de haber sabido….Yo…escuché lo que pensabas. Escuché cómo te
preguntabas si se lo había dicho a propósito, sabiendo que así la haría daño.
No fue así, de verdad que no, papá. Yo… la oí llorar…en tu cabeza… estaba
dentro de ti cuando la consolaste. Fue como… como si hubiese estado en esa
habitación. Yo…no sabía que Amy había sido huérfana – dijo Nick, y empezaron a
caerle lágrimas silenciosas – No sabía…no conocía su historia. Yo podía haber
sido ella. Podías no haberme adoptado nunca y haberme visto sólo con 18
años…Peter se hubiera ido por ahí a triunfar en algún escenario, y yo me
hubiera quedado sólo, porque nadie iba a ser capaz de aguantarme…Y si…si
entonces hubiera tenido la suerte de encontrar una familia, en mi caso una
mujer, con hijos, lo que menos hubiera necesitado es que un niñato de mierda me
insultara…
Chris le cortó ahí,
porque no le gustaba la forma en la que había empezado a hablar de sí mismo. Le
abrazó.
- Atesoro estos
momentos que son la prueba de que eres muy buena persona. – le dijo – Cariño,
ya te has disculpado. Nadie te guarda rencor, y Amy y yo sabemos que no
pretendías hacerla daño. Ya está. No tienes que pensar más en eso. Lo que
tienes es que no volver a hacerlo nunca más.
- Te lo prometo –
declaró Nick, separándose de él y limpiándose las escasas lágrimas traicioneras
– Te lo juro.
- Te creo, mi amor.
- Vosotros dos –
intervino Peter, en ese momento. Les miraba con una mezcla de curiosidad e
intranquilidad, ajeno a todo lo que se habían dicho. – No quiero interrumpir
pero…ya es prácticamente de noche. Si oscurece más es poco probable que la
encontremos hoy…Y si no la encontramos hoy pues… pues…
- Tranquilo, Peter.
La vamos a encontrar – le aseguró Chris, y se pusieron en marcha.
Se separaron para
cubrir más terreno. Chris confiaba en que el cachorro no se hubiera ido muy
lejos. Los animales son listos, y su sentido del olfato está muy desarrollado.
Ariel sabría volver…Ojalá supiera, porque Chris no quería enfrentarse a la
decepción y a la tristeza que sentirían sus hijos si no encontraban al
cachorro.
Llevaba diez minutos
buscando cuando sintió una presencia a su espalda. Casi le da un infarto al
girarse y ver a su padre.
- Joder, papá. –
exclamó y luego frunció el ceño. - ¿Y el tintineo?
Cuando un luz blanca
orbitaba se escuchaba un suave tintineo que para ellos era ya muy familiar.
- Cuando un Anciano
no quiere ser percibido, no lo es. Llevo siguiéndote dos calles. Y cuida ese
vocabulario.
Vale, Leo estaba
enfadado. Aquél no era su padre: era un Anciano en todo su esplendor. Hasta
llevaba la túnica.
- ¿Y puedo saber por
qué me seguías?
- Quería asegurarme
de que estabas sólo. Y de que nada había cambiado en nuestro San Francisco.
Durante un
angustioso segundo, creyó que su padre se había enterado de alguna forma de su
conversación con Amy. Luego se dio cuenta de que no, pero le extrañó que ambos
usaran la misma metáfora. Sin embargo, algo le indicó que su padre no estaba
hablando metafóricamente. Que al decir "nuestro san Francisco", había
querido decir exactamente eso.
- ¿"Nuestro San
Francisco"? ¿Papá, te ocurre algo?
- Sí, sin duda, algo
me está ocurriendo, pero todavía no sé el qué.
Chris miró a su
padre durante un largo rato.
- Vale, ¿has bebido?
- Chris, yo no puedo
emborracharme – respondió Leo, poniendo los ojos en blanco. Por primera vez en
aquella conversación Chris reconoció a su padre.
- Pues entonces,
dime de qué va todo esto.
- Sentémonos – pidió
Leo, señalando un banco. Chris aceptó con docilidad, sin terminar de entender
por qué estaban hablando en la calle en vez de tranquilamente en su casa.
Jesús, qué día más largo estaba siendo aquél.
Leo se sentó con las
piernas ligeramente abiertas, los antebrazos en las rodillas, las manos juntas
y el torso inclinado. Chris se puso en una posición casi idéntica sin darse
cuenta. Padre e hijo se miraron, pareciendo más dos amigos que una familia.
Chris ya se había acostumbrado a que su padre no envejeciera. Aquél era un tema
tabú en su casa. Leo nunca iba a morir, al menos, no de viejo. Un luz negra u
otro anciano podrían matarle. Pero la edad no. Era algo que todos en su casa
sabían, pero nadie hablaba de ello. Chris no supo por qué estaba pensando
aquello en ese momento, pero la idea le inquietó.
- ¿Qué ocurre, papá?
- Siempre has sido
el más estudioso de tus hermanos. ¿Recuerdas todas las historias que te conté?
Sobre la magia. Sobre tu madre, y sus hermanas.
- Caray. Recuerdo
muchas cosas…
- La escuela de
magia. Mi despacho. El espejo detrás de las cortinas. ¿Sabes lo que es? –
preguntó Leo, con ansiedad.
- ¿Qué es esto un
examen? – respondió Chris, pero vio en la cara de su padre que no era momento
de hacerse el gracioso. – Es una puerta. Un portal a… un universo paralelo.
Pero lo… lo destruiste. Ya no hay espejo – dijo Chris, y el silencio fue
revelador. – Ya no hay espejo ¿verdad?
- Bueno…
- ¡Papá! ¡Me
dijisteis que se destruyó!
- …Y así fue. – dijo
Leo, como culpable – Pero luego yo lo reparé. Mi yo del otro lado también lo
hizo.
El espejo del que
hablaban era un curioso artefacto mágico tapado por unas cortinas, en el
despacho del director de la escuela de magia. Cuando uno se miraba en aquél
espejo no veía su reflejo, sino que se veía a sí mismo…en otra dimensión. Más
concretamente veía a su "yo malvado". Si Leo se miraba en ese espejo,
veía un Leo malo, que en vez de luz blanca era luz negra. Lo mismo le pasaba a
Chris. Si se mirara un demonio vería un ser bueno. Era como el mundo de todo al
revés.
En una ocasión, su
familia real y su familia "del otro lado del espejo" habían
colaborado juntos para derrotar a un enemigo común. Fue con el otro Chris, el
que vino del futuro, justo antes de que Chris naciera. Pero los Haliwell del
otro lado eran "malos" en la misma medida que los Haliwell reales
eran "buenos". Para ir del mundo malo al bueno bastaba con un
hechizo, y ese espejo era como una ventana desde la cual ambos mundos podían
observarse. Chris no sabía que su padre había seguido mirando a través de ella.
- ¿Y qué es lo que
va mal respecto a eso? – preguntó, aun más curioso que preocupado.
- Cada vez que
miraba por el espejo veía a mi otro yo. Rara vez hablábamos, pero al vernos
sabíamos que todo iba bien. Que su mundo seguía siendo malo, y el nuestro
bueno. Que el equilibrio se mantenía. Me costó mucho reparar ese equilibrio,
Chris. Tuve…tuve que hacer algo de lo que no me siento del todo orgulloso, a
pesar de que volvería a hacerlo – confesó Leo, y Chris supo que estaban
hablando de Guideon. Guideon había sido un Anciano que intentó matar a Wyatt
cuando era un bebé, para "evitar que se hiciera malvado". Fue él el
que abrió el portal entre ambos mundos, y las dos familias Haliwell se
mezclaron. A Chris se le ocurrió nacer en ese momento, y todo se complicó. El equilibrio
del mundo se rompió, y la única forma de recuperarlo era hacer un gran mal en
el mundo bueno, así que Leo mató a Guideon. Todo era muy complicado, y Chris
conocía los hechos sólo de oídas, pero entendía el mensaje: el equilibrio no
debía romperse de nuevo. Por eso su padre había seguido mirando a través de
aquél espejo, como para cerciorarse de que todo iba bien. Leo continuó
hablando, sacando a Chris de sus reflexiones - Son mundos paralelos. Lo que
ocurre allí ocurre aquí, así que mirábamos a la vez, decíamos lo mismo, y
hacíamos los mismos movimientos. En fin, ya sabes cómo funciona. Pero hoy,
cuando he vuelto a mirar después de meses, él no apareció... Algo estaba
ocurriendo allí que no ocurría aquí ¿entiendes? Nuestros mundos han dejado de ser
paralelos. Nuestros universos se están separando. Y eso es malo. Muy, muy malo.
- ¿Por qué crees que
puede ser? – preguntó Chris, entendiendo el alcance de lo que su padre le
estaba diciendo. Si el Leo bueno movía la mano derecha, el Leo malo movía la mano
derecha. Eso había dejado de ser así. Era cuanto menos inquietante, porque que
Chris supiera los mundos paralelos no podían hacerse transversales de golpe. O
no debían, más bien.
- No lo sé. Eso es
lo que me angustia, Christopher, que no tengo ni idea. Este mundo es bueno
porque ese mundo es malo. Ambos mundos se complementan. Si ese mundo está
cambiando…
- Pero este mundo no
es bueno al cien por cien…
- Ni ese malo al
cien por cien. Pero los que allí son buenos allí no lo son, y al revés. Si aquí
gana el bien, allí gana el mal. Es necesario que sea así. Algo está pasando
allí. No es sólo que el otro Leo no estuviera…es que su despacho, el despacho
que yo veía a través del espejo, parece destruido. La escuela de magia es…en
fin, es indestructible. Salvo desde dentro. Su escuela de magia ha sido
destruida.
Se hizo el silencio
entre ellos por un momento. Chris pensó que iba a estallarle la cabeza. Hizo lo
posible por simplificar lo que estaba pasando. Había dos mundos (posiblemente
más, pero dos que ellos conocieran). Uno que era el suyo, que era el bueno, que
era el real. Y otro que era el malo. Había dos Chris, dos Leos, dos Wyatt, y
dos todos. Eran mundos destinados a caminar juntos, pero nunca tocarse. Si él
tenía un hijo, el otro Chris tenía un hijo. Si él se rompía un brazo, el otro
Chris se rompía un brazo. Pero, según su padre, eso ya no era así. ¿Cuáles eran
las consecuencias de que un Leo mirara al espejo y otro no? ¿Cuáles eran las
consecuencias de que un mundo se destruyera y otro no?
Aquello escapaba al
entendimiento de Chris. Él no sabía ni de leyes de la física, ni de magia tan
poderosa. No tenía la más mínima idea de por qué las cosas habían cambiado, ni
de lo que había pasado para que cambiaran. Esa ignorancia suya le llevó a
preguntar:
- ¿Por qué me lo has
dicho a mí? ¿Y por qué querías asegurarte de que estaba sólo?
- Es sobre ti sobre
el que pesa un augurio de muerte. Me parece mucha coincidencia que esto no
tenga nada que ver.
- ¿Qué puede tener
que ver conmigo la destrucción de un mundo paralelo?
- Si lo supiera, no
estaría tan asustado, hijo.
Los pulmones de
Chris dejaron de funcionar. Su padre, Leo el Anciano, Leo el Avatar, tenía
miedo. Era como la última señal del apocalipsis. Que pararan el mundo, que
Chris se quería bajar. No entendía por qué tenía su padre tanto miedo, pero si
Leo estaba asustado, el resto de los mortales tenían que tener pánico.
- Ten cuidado, ¿lo
harás? – pidió Leo, y Chris asintió, como un autómata. – No me refiero sólo a
lo que está pasando, sino a ti. A esa…dichosa profecía. Si ves algo raro,
avísame.
- ¿Más raro que lo
que solemos ver? – preguntó Chris, y así consiguió que Leo sonriera un poco. Se
abrazaron, y cuando aun estaban agarrados Leo orbitó, dejando sólo a Chris, que
de repente tuvo una revelación, una certeza casi dolorosa:
"Nunca podré
tener una vida normal" pensó "No será porque no lo haya intentado.
Durante años casi lo consigo, pero cada vez parece más evidente que nunca podré
conseguirlo."
Caminó con los
hombros hundidos. Sabía que su padre estaba trabajando en la profecía que
vaticinaba su muerte. Que toda su familia lo estaba haciendo… salvo él. Porque
el hecho cierto es que Chris estaba cansado de salvar el mundo. Estaba harto de
ser perseguido por demonios, brujos, destinos y profecías. Si no podía tener
una vida normal con Amy y sus hijos, entonces no quería tener una vida. Se lo
había ganado. Joder, se lo merecía. Tal vez no se merecía nada más, pero al
menos eso sí: un poco de paz. No más muerte. No más lucha. No más destinos
inesquivables ni situaciones de gran magnitud cósmica que escapaban a su
control.
- Todo es por
vuestra culpa – dijo Chris al aire, sabiendo que los Ancianos podían oírle. No
se había atrevido a decírselo a su padre a la cara. Pero todo era culpa de los
Ancianos. Ellos habían controlado su vida, dirigiéndola a esa profecía para que
Peter pudiera derrotar a los demonios.
- ¿Por qué es
nuestra culpa? – preguntó un hombre, apareciendo delante de él. Chris se sintió
poderoso, como si los Ancianos aparecieran inmediatamente ante sus
invocaciones.
- Ten las agallas de
decirme que no queréis que se cumpla la profecía. Que no es lo que habéis
buscado todos estos años. Deseáis que Peter cumpla con su destino, aunque para
eso yo tenga que cumplir con el mío.
- ¿Cuál crees que es
tu destino, Christopher?
- Morir.
- Desde luego, si te
rindes y no haces nada por evitarlo, acabarás por conseguirlo. Puedes seguir
viviendo tu vida feliz, buscando a perritos, tirándote a chicas guapas y
cuidando de tus hijos, o puedes luchar por conservarla. Si eliges lo primero no
durarás mucho. Hace un tiempo que sabes lo que va a pasar, y aun no has hecho
nada por tratar de evitarlo, pensando que basta con no hacer nada. Por fin has
llegado a la conclusión correcta, Christopher. No puedes tener una vida normal,
ni se la puedes dar a tus hijos, ni a ninguna mujer. Ahora derrúmbate si
quieres por ello, o pelea. Personalmente te aconsejo lo segundo. Sobre todo si
quieres seguir con vida.
- ¿Y qué quieres que
haga? Moriré protegiendo a mi cargo. ¿Debo alejarme de Paul, y no protegerle
nunca más?
- Hay una solución
mucho más drástica – comentó el Anciano.
Chris al principio
no le entendió. ¿Qué solución era aquella? Pero luego ató cabos.
- ¿Quieres que me
cargue a Paul? ¿Es eso lo que estás sugiriendo?
- Sí.
- ¡No! ¡Eres un
Anciano! ¿Cómo puedes pedirme eso?
Asesinato. Le estaba
sugiriendo que cometiera asesinato. Que se presentara ante Paul, y le matara.
¿Para qué? ¿Para protegerse él? Chris sabía que los Ancianos tenían una forma
de proceder bastante peculiar, y que su idea del bien podía llegar a ser
retorcida, con todo aquello de impedir que los luces blancas se casaran con las
brujas. Siempre les había guardado rencor por todas las trabas que le habían
puesto a su padre y lo mucho que le hacían trabajar, pero jamás se le hubiera
podido ocurrir pensar que eran los malos.
Mundos paralelos que
dejan de serlo, hijos que son demonios, Ancianos malvados…¿es que el mundo se
estaba volviendo loco?
- Para ser un luz
blanca, confías muy poco en los Ancianos.
- Medio luz blanca –
respondió Chris, con orgullo. – No voy a obedecer todas vuestras peticiones
como un esclavo. Y menos cuando lo que me pedís es asesinato.
- Cuando hablamos
contigo no solemos hacer peticiones, Christopher. No sueles tener la
oportunidad de negarte. Es inútil resistirse.
Vale, ese tipo le
caía mal. Pero al menos no era un mentiroso como el resto de los Ancianos. Le
estaba reconociendo en su cara que era su marioneta. Le estaba diciendo que no
podía negarse, y que ni siquiera lo intentara. Que aceptara su misión. Que
matara a Paul…. ¡Y una mierda! ¡Eso no tenía sentido!
- No voy a tocar a
Paul. Además, si lo hiciera, estaría haciendo daño a otro Anderson, por lo que
no haría otra cosa que acelerar la profecía, y no evitarla.
El Anciano le miró a
los ojos. ¿De qué color los tenía? ¿Negros? Era difícil decirlo. No había ya
luz natural, sino sólo la luz de las farolas.
- En eso te
equivocas. Pero me alegra que te hayas negado, Christopher. Cualquier otro en
tu lugar habría dicho que sí. Habría matado a ese chico para salvar su vida.
Chris notó un cambio
en la actitud de aquél Anciano. Ya no se mostraba tan arrogante o altivo…
- ¿Me estabas
probando? ¿Querías ver si decía que sí?
- No te hubiéramos
dejado hacerlo, por supuesto, pero queríamos saber si estabas dispuesto a matar
al chico.
- ¡Claro que no!
- Apenas le conoces.
- Le voy conociendo,
pero eso da igual. ¡No voy a matar a nadie!
- ¿Ni para salvarte
a ti?
- ¡No!
- ¿Ni para salvar a
tus hijos?
Chris apretó los
puños. Se clavó las uñas en las palmas de las manos.
- Tampoco.
- Sabemos lo que le
has pedido a la criatura.
- ¿La criatura?
- Adramelech.
- Vuelve a hablar
así de mi hijo y Anciano o no te haré tragar tus palabras.
- Me gustaría verlo.
– respondió el hombre con cierta guasa - Pero te pido disculpas, no pretendía
ofenderte. Sabemos lo que le hiciste prometer.
- Es mi vida la que
he puesto en peligro, y no la de nadie más. Me has preguntado si mataría a Paul
por la vida de mis hijos, y te he dicho que no. Pero daría la mía sin dudarlo.
- ¿Y por la de Paul?
¿Darías la vida por él?
- Parece que voy a
hacerlo ¿no?
- ¿Estás dispuesto a
defenderle? – insistió el Anciano. – Por propia voluntad, y no por lo que diga
una profecía. Si tienes razón pasará de todas formas pero, ¿quieres hacerlo?
Chris dejó escapar
el aire. Era la segunda vez en toda su vida que alguien le preguntaba si quería
hacer algo. La primera había sido el cura, al casarle con Bianca, y él había
respondido que sí, con firmeza, sin dudarlo. El resto de veces parecía que no
había tenido elección. Sus elecciones no eran suyas, sino de los Ancianos.
Hasta el colegio de sus hijos era una elección de ellos, para que fuera el
mismo que el de Paul. Por primera vez un Anciano (dejando a su padre de lado)
le estaba preguntando su opinión.
- No quiero morir,
pero lo haré sin con ello evito que él se muera. Ahí tienes la razón de que no
esté luchando contra esto. Quiero que mi hijo cumpla el destino que le habéis
asignado, y no quiero que le pase nada malo a Paul.
- Por eso eres un
luz blanca, Christopher – dijo aquél Anciano, y así Chris supo que había dado
la respuesta correcta. – Ten fe. Es lo único que te falta.
- Tengo fe en las
personas, y en su capacidad de hacer el bien.
- No es suficiente –
respondió el Anciano, y le sonrió con indulgencia. – La vida te sería más fácil
se aprendieras a confiar.
Pareció que aquello
era una despedida, y efectivamente, Chris vio como el Anciano orbitaba. Pero
antes de irse, le dijo una última cosa.
- No se trata de
evitar la profecía, Christopher, sino precisamente de provocarla, y salir
airoso de ella.
¿Cómo se suponía que
tenía que comerse eso? ¿Se creían muy especiales por soltar bombazos como ese y
dejarle luego así, con la palabra en la boca? Chris gruñó y se quedó pensativo.
Le daba la sensación de que las palabras de aquél Anciano querían decir algo
más aparte de lo evidente, pero el significado alegórico se le escapaba. Esa
era otra cosa que le molestaba: ¿nadie era capaz de hablar claro?
Le vibró el móvil
con un mensaje. Peter decía: LA HEMOS ENCONTRADO y Chris recordó que se suponía
que estaba buscando a Ariel. Volvió a su casa, y de alguna manera supo que
aquél era su último fin de semana normal. Que cuando Wyatt volviera a por sus
hijos, le pediría que se llevara también a los suyos. Y él iría a la mayor guerra
mágica de todas a las que se había enfrentado. Iría a la guerra en la que
supuestamente tenía que morir, para tratar de no hacerlo.
Entró en casa, y vio
que Peter y Nick debían de llevar muy poco dentro. Acariciaban a Ariel aun con
el abrigo puesto. Chris ni siquiera intentó sonreír. ¿Para qué? Nick y Peter
empezarían a gritarle en cuanto les dijera que después de aquél fin de semana
se irían con Wyatt, bien lejos de allí.
Subió arriba a ver
qué estaban haciendo los demás, y se encontró con que Amy se había dormido, y
alguien le había pintado la cara, y las sábanas, y todo. Pues qué bien. No
había ni rastro de Alex y Leo, y uno no tenía que ser un genio para relacionar
su repentina desaparición con aquél desastre pictórico.
La vida seguía. Él
se sentía perdido, confuso, y asustado, pero la vida seguía. Cuando él muriera,
fuera en unos días o dentro de muchos años, la vida seguiría. Sus hijos
seguirían. Seguirían pintando las sábanas, haciendo bromas, sonriendo,
volviendo un caos la vida de alguien. El mundo merecía ser salvado mientras su
familia siguiera en él. La vida seguía.
Escuchó unos pasitos
que pretendían ser sigilosos.
- A ver, Picasso y
Van Gogh, venid aquí. - llamó, con un suspiro.
La cabecita de Leo
asomó por la puerta.
- ¿Esos quiénes son?
- preguntó, extrañado.
- Dos pintores.
Igual que dos niños que yo me sé que han aprovechado que Amy estaba durmiendo
para pintarla a ella y redecorar mi cuarto.
Leo se dejó ver del
todo en ese momento, y juntó los deditos, mirando al suelo. Pretendía mostrarse
compungido, pero apenas podía ocultar una sonrisita que quería escapársele.
- ¿Te parece
gracioso? - le preguntó Chris, en voz baja por no despertar a Amy. Leo negó con
la cabeza.
- No, papi.
- "No,
papi". Mírale, si ahora parece bueno y todo. Y tu cómplice, ¿dónde está?
- He sido yo sólo -
dijo Leo, y a Chris no le cupo ninguna duda de que le mentía.
- Quiero la verdad,
Leo.
Leo le miró durante
unos segundos, como evaluando lo que debía decir.
- No se abandona a
ningún hombre aunque el enemigo se acerque - dijo de pronto el niño,
reproduciendo un diálogo de una película, y a Chris le dio tal ataque de risa
que no pudo reprimirlo. Adiós a su fachada seria.
- ¿Con que soy el
enemigo? - preguntó, y vio como Amy se despertaba. Cogió entonces a Leo en
volandas y lo llevó a su cama, con Amy. - Capitana, convoco un consejo de
guerra.
Amy pestañeó y
terminó de despertarse, convirtiendo un bostezo en una sonrisa. Miró a su
alredor y vio que las sábanas estaban pintadas. Se miró los brazos, y vio que
los tenía pintados con rotulador. Hizo una mueca. Chris se dio cuenta entonces
de que no era gracioso. Él no podía evitar reírse, feliz de que su hijo le
regalara ese momento infantil antes de tener que hacer frente a su destino,
pero Amy tenía todo el derecho a haberse enfadado.
- ¿Y éste pequeño
soldado es el acusado? - preguntó ella, entonces, y sonrió un poco. Chris se
relajó.
- Tiene un cómplice,
pero ha desertado.
Amy sobreactuó un
gesto de reflexión.
- ¿Qué hace, papi? -
preguntó Leo, divertido y a la vez extrañado.
- Está decidiendo tu
condena.
- Habrá que
torturarle, sin ninguna duda - declaró Amy, y Chris entendió, y empezó a
hacerle cosquillas. Leo rió encantado, y se revolvió por toda la cama.
Chris se sintió
feliz por disfrutar de aquellos momentos, sabiendo que le quedaban pocos. Dejó
a Leo tranquilo, y esperó a que se recuperara. Se puso un poco serio para
hablar con él.
- Ya está, campeón.
Nos hemos reído, ha sido divertido, pero ahora quiero que recogas lo que has
ensuciado.
- Joooo - protestó
Leo. Chris ya iba a responder, pero Amy le ayudó.
- Haz lo que te
dicen, Leo. - dijo la mujer, con voz dulce - Ambos sabemos que no es buena idea
discutir con el capitán general. Podría meternos en una celda de aislamiento.
Leo hizo entonces
una especie de saludo militar muy gracioso, y Chris sonrió.
- Anda, ve a llamar
al desertor.
- Vaaaale - dijo
Leo, y salió. Pero segundos después volvió a asomar la cabecita - Gracias por
no enfadarte.
- La próxima vez no
tendrás tanta suerte - respondió Chris, intentando sonar amenazante. Se quedó a
solas con Amy, que le miró como diciendo que nadie se creía su fachada.
- Bien por tu
sentido del humor - dijo ella - Esto podría haber acabado de una forma muy
diferente, pero has sabido verle el lado gracioso.
- Pues creéme: hoy
no estoy precisamente para payasadas.
- ¿Y eso? Cuando
dejaste ésta habitación se te veía muy contento y, no sé, como si acabaras de
hacer el amor.
Chris sonrió y se
ruborizó a partes iguales, pero luego se puso serio.
- ¿Qué pasa? -
preguntó ella.
- ¿Aun quieres que
te cuente siempre todo? - preguntó él - Piénsalo bien, porque aun estás a
tiempo.
- No me asustes,
Chris. ¿Ha pasado algo malo?
Chris la miró, como
diciendo "¿por dónde empiezo?". Luego suspiró.
- Después de cenar.
Te lo prometo. - le dijo. No quería amargarla antes de tiempo, y aun tenía que
pensar cómo iba a decirle lo que le tenía que decir. "Oye, Amy, sé que
estamosempezando una vida juntos, pero que me voy a morir, adiós." No, sin
duda, no podía decirlo así.
Amy le miró
repentinamente inquieta, como si adivinara que pasaba algo realmente malo. Él
la tranquilizó con frases vacías, pero ella aun estaba nerviosa cuando le dijo
que iba al baño. Chris se quedó en la habitación, pensativo.
Se asustó de pronto,
al ver a Victoria a su lado. Iba a decirle algo, pero no tuvo ocasión. La niña
estaba como catatónica. Tenía las pupilas en blanco. Chris, tras el susto
inicial, actuó con calma profesional y la sentó en la cama, donde segundos
antes había estado Amy. Esperó a que Victoria volviera a la normalidad. La niña
cerró los ojos, y cuando los abrió sus ojos estaban normales.
- No hay futuro. –
dijo de pronto.
- No se lo puedes
decir a nadie, Victoria – dijo Chris con más tranquilidad de la que había
esperado. – Nadie puede saber lo que me va a pasar ¿entiendes? Se pondrían
tristes.
- No lo entiendes,
tío. No hay futuro. Para nadie.
- ¿Qué quiere decir
eso? ¿Qué es lo que has visto?
- Blanco – respondió
Victoria. – Paz. Luz. Era…bonito. Y no había nadie. ¿Qué es lo que has hecho?
- ¿Eh?
- Has cambiado el
futuro. Ayer tú morías, todos morían, luego nadie moría, luego te casabas.
Había muchos futuros. Hoy no hay ninguno. Has hecho algo, tío. Sé que has sido
tú. ¿Qué has hecho?
Chris guardó
silencio un momento. Luego miró a su sobrina. ¿Diez años eran suficientes para
escuchar ciertas cosas? Chris supuso que sí, cuando lo son para ver el futuro.
- He aceptado la
idea de que voy a morir.
...
...
...
...
...
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