Chapter 87: Cada pieza en su sitio
- Soy un inútil –
declaró Chris. Se habían pasado todo el día buscando a Peter, sin éxito. Claro
que tampoco podían salir afuera, porque seguía lloviendo sangre abrasiva, y era
evidente que en la casa no estaba así que no sabían bien dónde buscar. Se
suponía que tenían que estar fuera, resolviendo el caos mundial, y no allí,
buscando al "no-hijo pródigo".
- ¿Por qué dices esa
tontería? – replicó Leo, sentado en el sofá del desván, conteniendo su
impaciencia.
- Primero pierdo a
un Peter, y luego al otro. ¿Qué clase de padre soy?
- Uno que no tiene
la culpa de nada. Éste Peter se ha ido por propia voluntad. Con MIS poderes. Lo
ha hecho deliberadamente, y es el único responsable.
- Yo tendría que
haberlo sabido. Tendría que haber sospechado que lo del abrazo era extraño. Con
lo reacio que es a que le toquen…
- Eso no importa
ahora. Tenemos que encontrarle, y pronto. Más vale que no esté ahí fuera…¿cómo
vas, Nick?
Ni Chris ni su padre
tenían poderes, así que habían encargado a Nick, que si los tenía, la misión se
encontrar a Peter a través del cristal mágico que poseía su familia. Pero esos
cristales no solían funcionar cuando la persona no quería ser encontrada. A
decir verdad, esos cristales rara vez funcionaban si no los usaba alguien con
suficiente poder.
- Lo siento, abuelo.
Yo… esto no se me da bien….Lo siento…
- Nick, nadie está
enfadado contigo. Lo estás haciendo muy bien, cariño. – le aseguró Chris.
- Tal vez deberías
dejar que Leo lo haga. Él lleva más tiempo que yo siendo brujo…
- Confío en ti,
cielo. Sé que puedes hacerlo. Eres muy poderoso, Nick. Peter y tú sois más
poderosos que yo.
Nick sonrió un
poquito.
- Pero para éste
hechizo necesitas algo de la persona desaparecida. Y todo lo que tenemos
pertenece a nuestro Peter, y no a éste.
- Nick tiene razón,
Christopher. Esto no sirve para nada. Peter es ahora un Anciano. Ningún hechizo
localizador podrá encontrarle si no desea ser encontrado.
- Pero…¿por qué
quiere tus poderes? – preguntó Chris, que no lo entendía. Tampoco entendía por
qué el chico se había ido. Se sentía culpable, pensando que era su culpa, que
no le había hecho sentir a gusto…
- No lo sé. Pero
espero que para nada malo, porque ahora mismo ese chico es el ser mágico más
poderoso del maldito mundo.
Una gota en su hombro.
- ¡Ay!
Otra en su mano.
- ¡Ay!
Dos gotas en su
espalda, una en la nuca, otra más en la mano.
- ¡Au, Santa mierda!
– gritó Peter, agitando la mano como para quitarse el ardiente líquido rojo de
encima. Tiró el objeto inservible de su mano izquierda: aquél era el quinto
paraguas que se le quemaba. Ninguno resistía más de un minuto bajo aquella
lluvia. Estaba debajo de un porche, usaba un paraguas, y aun así se quemaba.
Delante de él la acera echaba humo. De los árboles sólo quedaba ceniza. La
calle estaba vacía.
Se transformó en
demonio, para curarse las pequeñas quemaduras, y luego volvió a su forma
humana. Siguió observando, quieto, como una estatua, imperturbable, serio,
inmóvil…
- ¡Chico! ¡Eh,
chico!
El oficial le gritó
desde uno de esos coches. ¿Un Jeep, tal vez? Peter no estaba muy puesto en la
tipología automovilística, pero se trataba de un vehículo grande.
- ¡Chico! ¿No sabes
que hay toque de queda? ¿Qué haces ahí? ¡Te vas a quemar! ¡Ese porche se está
deshaciendo! ¡Es de madera! ¡Vamos chico, vuelve a tu casa!
Peter no respondió.
Insignificante soldadito. Probablemente las estrellas de su pecho significaran
algo para el resto de insignificantes soldaditos, pero no para él. Él tenía
magia, lo que ya le elevaba por encima de esas piezas de ajedrez bélico, pero
además en esos momentos tenía dentro de él el poder de un demonio, el de un
Anciano, y el suyo propio. Y sólo acababa de comenzar. Si quería, podía
aplastar a esa hormiga vestida de camuflaje. Pero no lo haría. De momento.
- ¡Chico! ¡Maldita sea!
- Señor, tal vez
esté en shock. Hay que… hay que llevárselo de aquí.
El oficial estuvo de
acuerdo y dos soldaditos se acercaron a Peter. Ellos no tenían magia. A Peter
no le interesaban, porque no tenían poderes que les pudiera quitar. Así que
sólo eran una molestia. ¿Y si les quitaba de en medio?
"A Chris no le
gustaría" pensó.
¿A qué Chris? ¿A su
padre, o a su burda imitación? Más bien a la imitación. Y daba igual lo que a
él no le gustara ¿verdad? ¿Qué había hecho Chris por él?
En su mente
resonaron las palabras de Christopher. " Yo siento lo que te he dicho. No
creo que seas un mal hermano. Ni una mala persona. Lo que acabas de hacer es
algo muy bueno, y requiere mucha valentía. Te has disculpado por propia
voluntad y eso hace que esté muy orgulloso de ti."
Se había disculpado
con él. Había dicho que no era malo. Le había llamado valiente. Y había dicho
que estaba orgulloso de él. Eso es lo que Christopher había hecho por él y era
más de lo que había hecho nunca nadie, salvo su propio padre.
Luego, rememoró las
palabras de Leo, al que había llamado abuelo como parte de una estrategia pero
que quizá se hubiera ganado el uso de aquella palabra. "Volverás a ver a
tu familia, Peter. Ya lo verás. Y entonces tendrás dos. Siempre estaremos
disponibles para ti, para lo que necesites."
Esa gente no le
conocía y le había abierto su puerta, su casa, su vida, su corazón, y sus
secretos. Era el hijo del tipo que se había llevado a su Peter y Chris no había
hecho ni dicho nada al enterarse. Y él les estaba traicionando.
"No se
traiciona a la familia. Papá siempre lo dice."
He ahí la cuestión.
¿Eran o no eran su familia? Ese era el momento de decidirlo. De decidir si
seguía adelante: si mataba a esos soldados y se iba por ahí a buscar más
poderes para enfrentarse él sólo a Barbas, o si por el contrario volvía a casa,
y se ponía en manos de Chris, fiándose de él para resolver aquello. Porque
aquella lluvia era el pistoletazo de salida, y ahí el que no corría, volaba.
Peter sabía que si
decidía quedarse con Chris, tenía que ser al 100%. Que se acababan los
comentarios crueles, y el buscar hacer daño. Que tendría que confiar en aquél
hombre y hacerlo a su manera, con sus frases cursis, sus abrazos (por Dios,
tooodo el día abrazándole), su altruismo y sus estúpidas normas.
Quería hacerlo sólo.
Quería irse, acabar con aquellos soldados, reunir poder, matar a Barbas. Pero
no sabía por dónde empezar. Y estaba… tan cansado de estar sólo. No todo había
sido mentira: era cierto que aquél Leo le había traído recuerdos de su propio abuelo.
Quería volver a verle. Y al resto de su familia.
- ¿Dónde vives,
chico? – preguntó el soldado. Se había acercado a él bajo lo que parecía un
paraguas de acero.
Peter vio que sería
muy fácil. Sólo tenía que responder "en el 105 de Angel Ave" y le llevarían
allí. O más fácil todavía. Sólo tenía que orbitar de vuelta. Pero aún no estaba
preparado. Aún no era el momento de confiar totalmente en otra persona. Aún no
estaba tan loco como para vivir en el país del arcoíris y la piruleta.
Levantó la mano, lentamente,
y utilizó uno de los poderes de su abuelo. Lanzó un rayo muy potente, y sintió
cómo el hombre se electrocutaba. Sintió cómo moría bajo su mano. De pronto, el
resto de la compañía militar había desaparecido. Cobardes. Peter cogió el
paraguas metálico. Le sería útil, sin duda. El metal era una de las pocas cosas
que esa lluvia no corroía.
- ¡Quiero ir con
papá! – dijo la voz de Leo al otro lado de la puerta.
- Papá está buscando
a Peter, cielo – respondió la voz de Amy. Había estado cuidando del niño
durante todo el rato.
- ¡Peter es idiota!
- Leo, sé que estás
muy triste, pero no por eso puedes insultar a nadie.
- ¡Lo es! ¡Es
idiota, y ha robado los poderes del abuelo, y papá se ha puesto triste por su
culpa!
- Papá está triste
por otros motivos, campeón.
- ¡No me llames
campeón! ¡Sólo él me llama campeón! ¡Tú no puedes, tonta! – gritó Leo. Chris
decidió salir en ese momento. Abrió la puerta del desván y miró a su hijito
enfadado, que al verle se quedó sin respiración.
- Leo… - dijo
solamente. Una única palabra en un determinado tono, y a Leo le quedó muy claro
que su padre lo había oído todo y no estaba nada contento. Se llevó las manos
atrás, como para protegerse de posibles represalias contra su parte posterior.
- ¿He oído bien? ¿Has llamado tonta a Amy y la has gritado?
- Sí, papá –
respondió Leo, mirando al suelo.
- ¿Y has llamado
idiota a Peter?
- Sí, papá. –
respondió Leo, aún más hundido.
Chris se agachó para
ponerse a su altura. Dobló el dedo índice repetidamente, indicándole que se
acercara.
- Nunca más, ¿me
oyes, Leo? O tus manitas no te protegerán.
Leo asintió.
- Perdón.
Chris esperó unos
segundos, mirándole reprobatoriamente, y Leo pareció entender lo que quería que
hiciera:
- Lo siento, Amy.
Amy le respondió con
un suave "no pasa nada" y Leo miró a Chris, que asintió complacido.
- Querías venir
conmigo. Aquí me tienes. ¿Qué ocurre?
- Nada. – dijo Leo,
y juntó los deditos.
- ¿Nada? ¿Seguro?
- Yo… quería un
abrazo.
Chris sonrió y le
cogió en brazos.
- Mira qué mimosón
está mi campeón. – le dijo, con cariño - ¿Te aburres?
- Un poquito. Y
tengo miedo.
- ¿Miedo? – preguntó
Chris, sorprendido.
- En la calle no hay
nadie y todo está manchado de rojo. No deja de llover sangre…
- He intentado que
no mire por la ventana – explicó Amy – Pero lo ha visto.
- No tienes que
tener miedo, Leo. No voy a dejar que te pase nada.
- No es por mí por
quien tengo miedo, papá. Esta lluvia estaba en las visiones de Victoria.
- A papá no va a
pasarle nada, enano – intervino Nick, levantando la cabeza de los mapas y el
cristal que estaba usando para el infructuoso hechizo de localización.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque yo no voy a
dejar que le pase. Ni el abuelo tampoco.
- ¡Ni yo! – protestó
Amy, indicando que con magia o sin ella, también contaba.
Chris miró a su
familia, preguntándose qué había hecho para que le quisieran tanto. Dejó a Leo
en el suelo y les miró a todos con ternura.
- Papá, aunque te
enfades conmigo, Peter sí es idiota. Nadie le dijo que se fuera. – dijo Leo,
con indignación.
- Lo decidió él
sólo, Leo. No sé por qué, y quiero encontrarle, pero…tal vez no estaba a gusto
aquí.
- Pues si no está a
gusto aquí es que además de idiota es imbécil.
- Leo… - avisó
Chris, con un suspiro.
- ¿Qué?
- Que parece que
estés buscando que te lave la boca con jabón – respondió el otro Leo por él.
Nieto y abuelo se miraron, y Leo se escondió detrás de Chris, como para
protegerse.
- Ah no, campeón. No
vale refugiarse aquí cuando uno se porta mal.
- Pero…¿y si no lo
vuelvo a hacer?
- No sé, pregúntale
al abuelo.
- Abu… ¿estás enfadado?
- ¿Vas a dejar de
decir palabrotas y de insultar? – contraatacó él.
- Sí.
- Eso le habías
dicho a tu padre hace justo un segundo.
- Pero es que…
Peter…
- Campeón,
piénsatelo. Que parece que el abuelo habla en serio.
- Pero… él…Yo…-
empezó Leo, y luego se rindió – Lo siento. No volveré a hacerlo.
- ¿Y qué crees que
debería hacer yo? – preguntó su abuelo, mirándole a los ojos.
- Lo que tú decidas,
abuelo – respondió Leo, devolviéndole la mirada con ojitos tristes. Leo I se
sorprendió por esta respuesta. No fue un "no me castigues" ni un
"por fa, no lo haré más". Sino una respuesta que denotaba confianza y
obediencia. Se acercó a su nieto, y le cogió en brazos.
Leo, al ver que
estaba "a salvo" y que su abuelo no estaba enfadado, se agarró a él
con fuerza.
- Abu, he visto a
mamá – le dijo.
Chris ya se lo había
contado pero Leo I actuó como si no supiera nada.
- ¿De verdad?
- Sí. Estaba muy
guapa. Y me dijo que me quería.
Leo intercambió una
mirada con Chris, y luego volvió a mirar a su nieto.
- ¿Y qué más te
dijo?
- Que no confiemos
en Peter. En el nuestro. Pero se debió de equivocar. Tenía que referirse al
otro. ¿Verdad? ¿Verdad que tenía que referirse al otro?
Nadie supo qué
responder. Todos sabían lo que querían creer, pero eran ya muchos malos
augurios en contra de "su Peter", como si estuviera destinado a hacer
algo malo.
REALIDAD 2
Peter como carcelero
no valía un centavo. Se durmió a los diez minutos, y su prisionero, Chris, fue
"libre", aunque no abandonó su "cárcel". Se quedó junto al
chico viendo como dormía, sabiendo que últimamente no dormía demasiado. Luego
se fue con cuidado de no despertarle, sólo para comprobar que Nick también se
había quedado dormido, en el sofá.
Subió al desván, y
no había puesto un pie en la puerta cuando alguien se apareció frente a él. Una
silueta que conocía y odiaba. Barbas se apoyó en la pared, en actitud chulesca.
Chris le fulminó con la mirada.
- ¿Perdiste algo? –
le preguntó.
- Sí, a uno de tus
chicos – respondió el demonio, mirándose las uñas.
- A los dos – respondió
Chris, triunfante.
- Oh, no. El otro
está justo donde le quiero. Y al final de ésta conversación te lo demostraré.
- ¿A qué has venido?
- A comprobar que
recuerdas nuestro…trato.
- No voy a cumplir
ningún trato. Ya no tienes nada que ofrecerme. No tienes a mis hijos.
- ¿Eso crees?
- Lo sé.
Barbas paseó por
toda la habitación, como observándola. De pronto, chasqueó los dedos.
- El portal al otro
mundo está abierto. Tu hijo está ahí, esperándote.
Christopher abrió
mucho los ojos. Se le detuvo el corazón. Peter.
- ¿Cuál es la
trampa?
- Sólo podrás volver
a éste mundo con el cadáver de tu alter ego. Y has de llevar contigo a los
muchachos. Si no es con ellos, no podrás cruzar, me he encargado de ello.
- ¡Jamás! – dijo
Chris, pero el demonio ya no estaba.
Chris paseó
nerviosamente por toda la habitación. Pero no podía engañar a nadie: ya había
tomado una decisión. Puso una mano en la pared, y formuló las palabras que
activaban el hechizo. Por primera vez en días, funcionó. El portal.
Casi sentía cómo
Peter le llamaba desde el otro lado. Se quedó mirando la pared, con un leve
reflejo azul, como hipnotizado. Tan cerca. Tan cerca, y tan endemoniadamente
lejos…
"Tal como te
dije: Peter está justo donde quería" pensaba Barbas, oculto mágicamente.
Sabía que le llevaría un tiempo. Que Chris tenía que meditarlo. Que no quería
poner en peligro a Nick, ni al "otro Peter". Pero también sabía que
acabaría diciendo que sí. Porque Barbas aprendía de sus errores, y tantos años
tratando con esa familia le había dado, por fin, la clave: no hay nada que un
Haliwell no hiciera por su hijo.
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