jueves, 24 de diciembre de 2015

Sanha tu amiga secreta es Dream


Querida Sanha:

Pensé que no me iba a dar tiempo a escribirlo u.u
Espero que te guste tu regalo. Me gustó escribir de un chico nuevo y además me sirvió de ensayo para algo que llevaba un tiempo planeando, jiji.
Espero que pases una muy feliz Navidad, y que el 2016 sea un año increíble.  Que se cumplan todos tus deseos.

MIGUEL ÁNGEL PADRÓN



-         ¿Puedo ir contigo?

-         Por última vez, Miguel Ángel, ya te he dicho que ¡NO! – respondió Óscar, al límite de su paciencia, mientras buscaba las botas negras del uniforme que en esos momentos se encontraban en paradero desconocido.

-         ¿Pero por qué no?

-         Porque yo lo digo y basta – zanjó Óscar.

-         Típica respuesta de militar – gruñó Miguel Ángel. - ¡Pues que sepas que yo no soy uno de tus soldados, así que no tengo por qué obedecer tus ordenes!

-         No, no eres un soldado, eres mi hijo. Y si piensas que no tienes que obedecerme entonces creo que debemos tener una conversación en tu cuarto antes de que me vaya.

La advertencia no fue nada sutil, al menos para Miguel Ángel, que ya sabía lo que aquellas palabras significaban. Su madre decidió intervenir entonces, para evitar males mayores:

-         No puedes ir porque el protocolo no lo permite, cariño. No pueden ir civiles en el tanque de un general.

-         ¡Pero es solo un desfile, no una guerra! – protestó Miguel Ángel.

De niño, siempre acompañaba a su padre durante el desfile. A todos les causaba mucha ternura ver a un mocosito desfilando sobre los hombros de su padre cuando tenía dos años, y a su lado como un minisoldado a medida que iba creciendo. Aquello le dejó de interesar cuando cumplió once años, y las últimas veces ni siquiera había querido ir a verle desfilar, pero aquél era el primer año que su padre no iba a salir a pie, sino sobre un tanque. Y eso Miguel Ángel no quería perdérselo por nada del mundo.

-         Son las normas, hijo. Además, ahora las cosas han cambiado: ya no creo que te dejaran ir ni siquiera a pie, como antes. Todo es mucho más formal… - trató de explicar su madre.

Ella era de la opinión de que no pasaba nada por contarle el por qué de las cosas. Después de todo Miguel Ángel ya tenía dieciséis años, y no estaba bien mantenerle al margen. Además iba a decirle que su padre había estado intentando que le dieran permiso, sin éxito, y por eso no le había dicho que no hasta el último momento. Sin embargo, nunca tuvo ocasión de añadir ese detalle.

-         Pues las normas son una puta mierda – murmuró Miguel Ángel, lo bastante fuerte como para que su padre le oyera.

Óscar se acercó a él y le agarró del brazo, pero el adolescente estuvo rápido de reflejos y se apartó antes de que una fuerte palmada cayera sobre su pantalón. No había cosa que más enfureciera a su padre que quedar como un tonto con la mano en el aire. Le volvió a agarrar y le sujetó contra la mesa, haciendo que los vasos y los platos tintinearan por el empellón.

-         ¡Basta, Óscar! – intervino su mujer.

-         ¿Cómo que basta? ¿Le has oído? No voy a permitir que te hable así.

-         ¡No ha dicho nada contra mí, solo se estaba quejando por como son las cosas! A mí tampoco me gusta esa forma de hablar, pero no solucionas nada poniéndote así, caramba. 

-         Que esté tan rebelde es culpa tuya. No tendrías ni que haberle dado explicaciones – recriminó Óscar, pero dejó que Miguel Ángel se levantara.

El chico se había sentido bastante humillado al ver que por más que lo intentara no podía hacer nada por soltarse. Le empezaron a brotar lágrimas de rabia y cuando se vio libre salió corriendo, atravesó el comedor y el pasillo y se encerró en su cuarto.

-         Conseguirás que deje de hablarte, Óscar. A este paso perderás a tu hijo – sentenció la mujer, dolida por toda aquella escena. 

-         ¿Y qué quieres que haga, Marta? ¿Le dejo salirse con la suya?

-         Elige las batallas que merece la pena luchar. Un general tendría que saber eso.

-         Todas merecen la pena. Lucharía cualquier batalla por mi hijo, incluso las que ya estén perdidas.

Marta se enterneció, y suavizó su expresión un poco. Sabía que su marido adoraba a su hijo. Tan solo le hubiera gustado que fuera más eficaz al demostrarlo, y que no se limitara a hacer confesiones como aquella cuando estaban solos.

-         Maldita sea, tengo que irme y esas botas no aparecen – barbotó el general, nervioso porque era inadmisible que él llegara tarde, cuando debía ser el primero en presentarse.

-         Estarán debajo del sofá – sugirió su mujer, y le ayudó a buscarlas.

-         Ahí ya he mirado. Y en los armarios. Y en todos sitios. Solo falta el cuarto del niño. – dijo Óscar, y  caminó en esa dirección con paso decidido, en una lucha contra el reloj y los minutos que iban pasando.

-         ¡Llama antes de entrar! – le recordó Marta.

-         ¿Por qué tengo que llamar? ¡Estoy en mi casa, faltaría más! – gruñó Óscar, y abrió la puerta sin anunciarse primero. - ¿Has visto mis botas? – le preguntó a su hijo.

Miguel Ángel estaba tumbado encima de la cama y en ese momento lo único que quería hacer era lanzarle la almohada a su padre, pero supo contenerse y se conformó con dedicarle un frío y absoluto silencio.

- ¿Has visto mis botas, Miguel? – repitió.

Durante unos segundos hubo un duelo de miradas, pero Miguel Ángel sabía por experiencia que tenía las de perder. Tardando un poco más de lo que era normal en un intercambio verbal, respondió:

-         Ahí las tienes – dijo, señalando un rincón de su cuarto, cerca de la ventana.

-         ¿Qué hacen ahí? ¿¡Es que no has visto que llevo horas buscándolas?!

- Las tenías sucias y te las limpié. La próxima vez ni me molesto, no te preocupes.

-         Cuidado con el tono, Miguel, cuidado con el tono. – advirtió Óscar, recogiendo el calzado. – Ni creas que me trago eso de que las limpiaste. Si pensaste que escondiéndolas ibas a conseguir que te dejara venir, entonces…

-         ¡SI ES VERDAD QUE LAS LIMPIÉ, DESCONFIADO PARANOICO!

Óscar caminó hacia él, le agarró de la camiseta y le levantó de la cama. Le dio una bofetada porque no estaba dispuesto a permitir que le gritara, pero fue relativamente floja. Seguramente Miguel Ángel no lo sintió así, o tal vez sí, pero en cualquier caso solo contribuyó a aumentar su rabia.

-         Te odio. Te odio y me das asco, y ojalá te mueras en la próxima guerra a la que vayas.

Óscar retrocedió un par de pasos, profundamente herido. El país no estaba en guerra y eran pocas las posibilidades de que le llamaran para luchar en algún frente, pero eso no minimizó el hecho de que su hijo acababa de desearle la muerte. Normalmente hubiera reaccionado ante aquellas palabras, pero en esos momentos sentía demasiado dolor como para enfadarse.  Salió del cuarto sin decir nada y casi choca de lleno con su mujer. Se alejó de allí, se puso las botas y descolgó la chaqueta, todo ello con los ojos de Marta clavados en él.

-         Está castigado sin televisión – le dijo Óscar, mientras abría la puerta de casa.

-         No, no lo está – replicó Marta – Y cuando vuelvas hablaremos.

La casa quedó en silencio cuando Óscar salió, cerrando la puerta.  Marta suspiró y fue al cuarto de su hijo. Le encontró llorando sobre la cama y se sentó a su lado con cautela.

-         ¿Qué ha pasado, cariño? – preguntó, a pesar de que había presenciado una gran parte.

-         Me…snif… me….snif… me pegó.

-         ¿Por qué, campeón? – tanteó, comenzando a acariciarle el pelo porque sabía que eso le calmaba.

-         Snif… porque le grité.

-         ¿Y por qué le gritaste? – insistió, con paciencia. De momento Miguel Ángel estaba respondiendo y colaborando, así que ella haría cuantas preguntas fueran necesarias para completar la información.

Esa vez Miguel Angel tardó más, como si estuviera pensándose la respuesta o tal vez reuniendo el coraje para decirla en voz alta.

-         Porque es un cuadriculado e insoportable militar idiota y ya no le aguanto más. – gruñó, finalmente.

Marta apartó la mano de su cabello y la dejo caer sobre el vaquero de su hijo.

PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡Au! ¡Mamiiii! – se quejó, con un puchero.

-         Nada de mami. Vuelve a hablar así de tu padre y me conocerás muy enfadada.

-         Perdón… No te enfades tu también – lloriqueó, con los ojos húmedos y una mirada de cachorrito apaleado.

-         Se acabó ese lenguaje ¿eh? Palabrotas cero, y menos contra tu padre.

-         Sí, mamá… Nunca más, te lo prometo.

Marta retomó su labor de consolarle, y volvió a acariciar la cabeza de Miguel Ángel.

-         ¿Por qué le gritaste? – volvió a preguntar, como si no hubiera habido interrupción alguna.

-         Me cabrea que me trate como a un soldado, que me controle siempre, que no me deje hacer nada, que entre sin llamar, que…

-         Vaya, ¿todo eso?

-         ¡No terminé! Me enfurece que siempre piense lo peor de mí. ¡No le di motivos!  No me creyó cuando le dije que había limpiado sus botas.

Hubo unos instantes de silencio, mientras Marta meditaba sobre las palabras de su hijo. No podía negar que tenía razón. La mayoría de sus quejas eran justas, y además era cierto que nunca había dado motivos para desconfiar de él. Óscar solía justificar su inflexibilidad diciendo que el chico era rebelde, pero Marta más bien pensaba que era rebelde porque su padre era un inflexible.

-         Tu padre no ha actuado bien. Tiene mucho carácter, estaba nervioso porque se le hacía tarde y creo que ha sido injusto contigo. Desde luego no debió pegarte. – dijo Marta, y le acarició la mejilla- Pero tú tampoco te has portado como deberías. Te ha molestado no poder ir al desfile y te has enfadado con él como si tuviera la culpa. Y, sobre todas las cosas, hijo, le has dicho algo terrible. Sé que no lo sientes de verdad, pero es que eso no se dice ni en broma.

-         No vas a conseguir que me sienta mal por decirle una burrada cuando él lo soluciona todo a golpes.

-         Eso no es cierto, y lo sabes. No seas tan duro con él, Miguel….

-         Pues que él no sea tan duro conmigo. Soy el único chico de mi clase al que castigaron sin salir por las notas, habiéndolo aprobado todo.

-         ¿Eso ahora qué tiene que ver? Tus notas han bajado un poco, hijo…

-         ¡Pero tengo una media de notable! ¿En serio tú ves normal que me castigue cuando no traje ni un solo suspenso? Seguro que esa es la verdadera razón de que no me deje ir al desfile…

-         ¿Qué? No, cariño, no es un castigo, es que de verdad no se puede…

-         Ya me da igual. Que se quede con su desfile, con su tanque, con sus botas y con su maldito ejército. ¡Y sí, he dicho maldito, regáñame también por eso si quieres!

Marta no dijo nada, y se inclinó para darle un beso. Entendía que estaba enfadado, y pensó que era mejor dejarle solo un rato. Salió del cuarto decidida a hacer que las cosas fueran diferentes a partir de aquél momento. Si no aflojaban la cuerda metafórica que habían puesto en el cuello de su hijo, acabarían por ahogarle. No era un mal muchacho. Algo imprudente y con demasiada tendencia a la venganza, pero ella no estaba de acuerdo con la mitad de castigos que le ponían. Creía que aquello solo servía para llenarle de rencor, y por lo que estaba viendo no se equivocaba.

Pasado un rato fue a ver a su hijo y le preguntó si quería ir a ver el desfile. Tal como imaginaba, le dijo que no, y pensó que tal vez fuera lo mejor, porque así tendría la oportunidad de hablar a solas con su marido. Le dejó comida hecha por si volvían tarde, y salió de casa.

Miguel se quedó entonces con toda la casa sola para él y sus pensamientos algo oscuros e iracundos. Lo único que había querido era acompañar a su padre en el desfile. Vale, esta bien, su intención no era únicamente compartir un momento padre-hijo, sino que también quería presumir con sus amigos de haber montado en un tanque. Pero lo del momento padre-hijo tampoco le había disgustado, ya que hacía bastante que no tenían uno. A decir verdad, últimamente más que un padre tenía un enemigo. Miguel Ángel estaba convencido de que no se podía hablar con él, porque todo se lo tomaba a la tremenda. Con él todo era “sí, señor” o “no, señor”, aunque a decir verdad nunca le había pedido que le llamara de otra forma que no fuera “papá”.

Cuando pasó un rato sintió que su rabia disminuía un poco y empezó a lamentar las palabras que le había dicho a su padre. Aunque seguía pensando que era insoportable e intratable, no quería que se muriera, claro que no. Eso nunca. Quería hacerle saber que no lo había dicho en serio, pero al mismo tiempo no estaba dispuesto a disculparse. Pensó que un buen término medio era ir a verle al maldito desfile, así que se peinó, se calzó, y fue al encuentro de su familia.

El desfile comenzaba en una plaza, donde todos los tanques, los caballos y los soldados esperaban hasta que se diera la orden de avanzar. Miguel Ángel sabía que era allí donde estarían sus padres, puesto que el acto aún no había comenzado. Fue allí directamente y se sorprendió al ver toda la gente que había. Llegó un punto en el que ya no podía avanzar más, atrapado en medio de una muchedumbre ruidosa. Vio a  su padre a pocos metros de él, pero por más que le llamó él no pudo oírle, o tal vez sí escuchó cuando dijo “papá”, pero como no le esperaba pensó que era para otra persona.

Esperó con paciencia a poder hacerse un hueco, y entonces vio que su madre también estaba allí. La vio hablar con su padre, aunque no logró entender lo que decían. Si percibió, sin embargo, que no era un tono amigable: estaban discutiendo.

Miguel Ángel hundió los hombros, al sentir que estaban discutiendo por culpa suya. Ultimamente discutían mucho. Si se acaban divorciando sería el culpable de la separación de su familia. Por fin pudo acercarse a ellos, pero no le vieron venir. Justo cuanto les iba a llamar, aún a unos metros de distancia, escuchó claramente un grito de su padre:

-         ¡Se ha acabado, Marta! ¡Te digo que se acabó!

Miguel Ángel observó un poco mejor. Su madre estaba llorando. Y las palabras de su padre… ¡Se estaban separando! 

-         ¡NO! – chilló - ¡No podéis hacer eso!

Los dos le vieron en ese momento, y parecieron muy sorprendidos.

-         Miguel Ángel, hijo… - comenzó su padre.

-         ¡NO! ¡No quiero oírlo, no quiero! – chilló, y salió corriendo.

Él siempre había sido de los que decían “bueno, los divorcios no son tan malos”. Solía pensar que era mejor una buena separación que un mal matrimonio, pero siempre había creído que aquello no podía pasarle a su familia. No podía concebir su casa sin uno de sus padres. Aunque prefiriera estar con su madre, había algunas cosas que solo podía hacer con su padre, como por ejemplo jugar al baloncesto. Su madre era terriblemente mala para eso. O limpiar la casa: su padre conseguía, de alguna forma, que no fuera algo soberanamente aburrido. Y con el tema de las chicas su padre era mil veces más comprensivo que su madre, que veía como enemiga a cualquier chica que se le acercara.

No podía aceptar que ya no fueran a estar más tiempo juntos, y no iba a aceptarlo. Pero no tenía ningún sitio donde esconderse: su padre conocía a mucha gente allí y acabarían por encontrarle. Y entonces le diría lo que él ya sabía: que iban a divorciarse.

Mientras él corría queriendo dejar todo atrás, Marta y Óscar se miraban confundidos. No entendían lo que acababa de pasar. Óscar había pasado revista s sus hombres y se hallaba esperando la señal para comenzar la marcha cuando llegó su mujer, con cara de “tenemos que hablar”. Empezó a leerle la cartilla acerca de lo que había pasado y a su forma de ser en general. Al principio Óscar estaba a la defensiva, convencido de que ella sobreprotegía a su hijo, pero luego empezó a entender su punto de vista.

-         Él sabe que siempre te pondrás de su lado y por eso cree que puede hacer lo que quiera.

-         ¡Nunca puede hacer lo que quiera! ¡No le dejamos respirar! Ya no habla con nosotros, menos aún contigo. Ultimamente solo peleáis. Y él tiene excusa, solo tiene dieciséis años, pero a veces creo que vivo con dos adolescentes.  Todo eso de “es mi casa, aquí mando yo” se tiene que acabar.

-         ¡Pero es cierto!

-         ¡No te conviertas en tu padre, Óscar! – dijo Marta, con lágrimas en los ojos de pura desesperación. – No dejes que tu orgullo te arrebate a tu hijo. Siempre he estado de tu parte en todas las decisiones que has tomado en la vida, pero si ahora decides que tu orgullo es más importante que tu hijo, entonces esta vez no puedo apoyarte. Hoy no estaba segura de si le estabas reprendiendo o de si estabas desahogando tu rabia con él. Y si así lo percibo yo, no quieras saber cómo lo percibe él.

-         Yo…. Nada es más importante que él… Sólo quiero sacar lo mejor que tiene, Marta. Tal vez le presione un poco, pero…

-         No puedes conseguir que sea perfecto, porque nadie lo es.  Tienes que dejar de presionarle tanto. Eso no significa que le dejes hacer siempre lo que quiera, pero nadie se ha muerto por dialogar un poco. Y jamás, jamás permitiré que vuelvas a tratarle como hoy ¿me escuchas? Le cruzaste la cara por nada, porque además creo que no tenías razón: sí que limpió tus botas porque estaba de veras ilusionado con acompañarte. Y en vez de darle las gracias le diste una torta. Se te ha hecho más fácil pegarle que hablar con él, y eso no puede ser.

-         Tie… tienes razón. – aceptó Óscar, derrotado. No era buen conversador, eso lo sabía todo el mundo, pero con su hijo al menos tenía que serlo.

-         ¡Y no te aproveches de que eres más fuerte que él! ¿Sabes lo horrible que tiene que ser que te sujeten contra una mesa sin que puedas moverte?

Óscar se estaba hundiendo, especialmente al ver llorar a su mujer y al entender lo mucho que la había estado haciendo sufrir. Y no solo a ella, sino también a su hijo.

-         Antes me dejé llevar….eso se acabó….

-         Si se gana un castigo lo haces de otra forma. No digo que él nunca se equivoque solo… solo que tú no puedes perder la calma cuando él la pierda.

-         Sí…

-         ¡Y se acabó eso de culparme a mí por expresar mi opinión! ¡Intentaré no hacerlo delante de él, pero si creo que te pasas te lo diré, y eso no significa que le consienta! ¡Se acabó el culparme a mí de cosas que no son culpa mía, si acaso de los dos!

-         ¡Se ha acabado, Marta! ¡Te digo que se acabó! – exclamó Óscar.

Justo en ese momento apareció Miguel Ángel y Óscar sintió que tenía que hablar con él, pero no tuvo ocasión porque el chico salió corriendo, como llevado por el diablo. ¿Qué mosca le había picado?

Tras la confusión inicial, Marta y él fueron a buscarlo, pero allí había mucha gente y no había forma de dar con él. El desfile iba a comenzar y Óscar tenía que ir a ocupar su puesto. ¿Dónde se habría metido Miguel Ángel?

Óscar vio moverse un tanque. ¿Habían empezado sin él? Se fijo en que todos los demás seguían en sus posiciones, y aquello le pareció muy extraño. Sacó el walkie-talkie y se comunicó con todos sus hombres.

-         Aquí el general Padrón. ¿Alguien ha dado la orden de salida?

-         Negativo, general.

-         ¿Quién va en el tanque seis?

-         General, aquí el capitán Fernández. Debería ir yo, señor. Estoy con el comandante. ¿Sucede algo con el tanque seis?

-         Sí, capitán: que por lo visto puede conducirse solo.

Óscar cortó la comunicación y corrió en pos del tanque. Quien fuera que lo hubiera robado no sabía manejarlo, porque derribó un árbol e iba derecho a empotrarse contra un edificio de oficinas. La gente se apartaba como podía, pero nadie pudo impedir que el enorme vehículo colisionara con el edifico, provocando un verdadero desastre en daños materiales. Durante unos instantes, aquello fue un caos. Todo el mundo corrió a ver si había habido heridos, y Óscar inmediatamente pensó en su hijo. ¿Y si había estado cerca del tanque? No le veía por ningún lado así que si no se había ido a casa podría haber estado en el lugar del accidente… Hasta entonces había estado tranquilo, porque sabía que el chico no iba a perderse. Pero en esos instantes sintió pánico. Pidió un móvil prestado ya que no llevaba el suyo en el uniforme, y le llamó, rezando porque su hijo si llevara el teléfono. Se lo cogió al tercer toque.

-         ¿Miguel? ¿Miguel Ángel, hijo, donde estás?

-         Pa…snif…pa…snif…papá. ¡Papá!

Su hijo sonaba tremendamente asustado.

-         ¿Estás bien? Hijo, ¿estás bien? ¿Estás herido? ¿Estabas cerca del tanque?

-         Estoy en el tanque, papá… snif… estoy en el tanque.

-         ¿Cómo que en el tanque?

Óscar apartó a todo el mundo a su paso, convencido de que aquella máquina había derribado a su hijo y dispuesto a levantar el tanque si era preciso para sacarle de allí.

-         Me… snif… me metí un momento… snif…¡y no sé qué toqué! ¡No sé qué toqué, se puso a andar solo! – gimoteó el chico, y lo único que se escuchó después fue un llanto prolongado.

Óscar entendió entonces que su hijo no había sido arrollado por el tanque, sino que era él quien lo estaba conduciendo. O al menos, el que estaba sentado dentro de la cabina. Aquello seguramente iba a suponer el fin de su carrera, pero en ese momento no podía importarle menos: su hijo se había estrellado contra un edificio. Podría haberse hecho mucho daño, podría haberse matado… Solo respiró cuando vio que lo sacaban de allí intacto. Le cogió entre sus brazos y le abrazó con fuerza, cerciorándose de que no estaba herido. Parecía estar bien, pero estaba muy asustado y no dejaba de llorar.

-         BWAAAAA …papá…. ¿me van a detener?

Óscar no era capaz de hablar, así que se limitó a besar la frente de su hijo, y a intentar alejarlo de la gente.

-         Bwaaaa….papito….¿voy a ir a la cárcel? Bwaaaa ¿A una cárcel militar?

Sacó un pañuelo y trató de limpiar la cara de su hijo.

-         Claro que no, Miguel Ángel. – atinó a decir, y le volvió a abrazar. Poco a poco, pareció calmarse, reconfortado por los brazos de su padre.

-         Qué…snif… qué suerte tengo de que seas el general….snif… Al menos de momento. Cuando me mates ya no tendré tanta suerte.

Óscar no dijo nada, pero fue consciente de que tenía que llevarlo con su madre. Ella le había estado buscando en la otra dirección, y tal vez hubiera pensado lo peor al ver un tanque estrellarse. Se encontraron enseguida, y Óscar le explicó en pocas palabras lo que había pasado.

-         ¡MIGUEL ÁNGEL PADRÓN!  ¿¡Es que te has vuelto loco!?  ¿Cómo se te ocurre meterte en un tanque? – gritó Marta, al borde de un ataque de nervios.

-         Quería… snif… quería desaparecer…

-         ¡Oh, no! ¡AHORA SÍ QUE VAS A QUERER DESAPARECER PORQUE LA QUE TE VOY A DAR NO LA OLVIDAS EN TU VIDA!

-         Marta…cariño…¿y todo eso del dialogo?

-         Dialogan las vacas mientras pastan, ¿me oyes? ¡Casi se mata!

-         Fue sin querer, mami…snif

-         Vamos a calmarnos todos. Marta, llévalo a casa, yo iré cuando pueda. Tengo que quedarme aquí y ver cómo arreglo esto. Imagino que el desfile se cancela, pero hay que sacar ese tanque de ahí…

Marta y su hijo se fueron a casa, mientras Óscar pasaba el papelón de su vida al explicar que aquello había sido obra de su hijo. Se comprometió a hacerse cargo de los gastos y consiguió, recurriendo a algunas amistades, que los medios de comunicación omitieran el nombre de Miguel Ángel. Dos horas después, por fin pudo regresar a su casa.

Su hogar estaba en silencio, y Óscar no sabía si aquello era bueno o malo. Su mujer salió a recibirle y él la estudió con la mirada.

-         ¿Cómo está? – preguntó.

-         Estaba muy nervioso. Le di una tila y le dije que se diera un baño. Está en su cuarto.


-         ¿Has hablado con él?

-         Te estaba esperando.

-         Bien – dijo Óscar, y suspiró. Se dejó caer en una silla. – Ha tenido tanta suerte… Ha salido ileso, y además creo que he podido arreglarlo todo…

-         Olvida todo lo que hablamos antes, porque le voy a matar. – bufó su mujer.

-         Yo creo que no debo olvidarlo, sino tenerlo más presente que nunca. Mi hijo prefirió salir corriendo y meterse dentro de un tanque que quedarse a hablar conmigo.

-         No te eches la culpa de esto, que es solo culpa suya.

-         Tal vez, pero no pretendía que pasara esto. No quiso chocarse contra esas oficinas.

-         ¿Y entonces qué? ¿Se lo vamos a dejar pasar?

-         No – volvió a suspirar Óscar – Déjame hablar con él. Veré… veré qué hacer…después.

Marta le miró con una mezcla de curiosidad e inseguridad, pero finalmente asintió. Óscar caminó hacia la habitación de su hijo. Se detuvo un instante junto a la puerta. Se había propuesto hacer mejor las cosas, y eso implicaba una serie de cambios… Levantó el brazo y llamó a la puerta antes de abrir.

Miguel Ángel estaba tumbado, a punto de quedarse dormido. Dio un salto en cuanto vio a su padre y se sentó.

-         Pa… papá…

-         Hola.

-         Papá, yo… lo siento mucho, de verdad… Mamá no me habla… no sé si es que está muy enfadada o que prefiere no estar conmigo para no matarme… Fue sin querer, papá, te lo prometo…

-         ¿En un tanque, Miguel? ¿Tuviste que meterte precisamente en un tanque?

-         En ese momento no había nadie cuidándolo y… pensé que ahí no me ibais a encontrar.

-         ¿Por qué no querías que te encontráramos? – preguntó Óscar, sin entender nada.

-         No quería escuchar que os vais a divorciar…

-         ¿Qué? ¿De dónde has sacado eso?  Eso no es cierto, hijo.

-         ¿No es cierto? ¿De verdad? – Miguel Ángel no pudo evitar que una sonrisa se extendiera por su rostro.

-         No te mentiría con algo así. Tu madre y yo nos queremos mucho. Y a ti… a ti también te queremos. – dijo Óscar. Se sentía torpe e incómodo diciendo aquello, y se sentía estúpido por sentirse así mientras expresaba amor hacia su hijo. – Por eso hoy casi nos da un infarto.

-         No pensé que fuera a echar a andar… Yo… no quería…

-         Ya sé que no, Miguel. Ya sé que no. – murmuró Óscar, y se sentó a su lado en la cama. – Si yo quisiera huir de algo que doliera y asustara mucho, también escogería un tanque como refugio. Se nota que eres hijo mío.

Miguel Ángel entreabrió un poco los labios y se ruborizó un poco.

-         Mamá y yo no estábamos peleando, hijo. No exactamente. Ella solo me estaba haciendo ver que no doy una contigo. Voy a intentar ser más… cercano… contigo ¿de acuerdo?. Seré alguien con quien puedas hablar y no… no estallaré por cosas que no tienen importancia.

-         Pero lo del tanque si la tuvo ¿verdad? – preguntó Miguel Ángel, con tristeza.

-         Me temo que sí. Pudiste meterte en un lío muy gordo…

Miguel Ángel cerró los ojos, respiró hondo, y se puso de pie. Caminó hacia su escritorio y cogió la regla. No estaba ahí porque hubiera estado haciendo líneas rectas, sino porque ahí se había quedado desde la última vez que su padre la utilizó para “conversar” con él.

Óscar le observó con algo de sorpresa por esa actitud tan colaboradora. Recordó algo que siempre repetía su mujer, acerca de que tenían un hijo muy valiente, y no pudo más que estar de acuerdo con eso. Se sintió muy orgulloso de él.

-         ¿Cuántos? – preguntó, con triste resignación.

-         Lo sabrás cuando termine. Ven aquí. – le agarró del brazo y le tumbó con medio cuerpo encima de él, y medio sobre la cama. Miguel Ángel se extrañó un poco: así solía ser con su madre, pero su padre solía castigarle de pie, o en todo caso le hacía tumbarse a él solo sobre la cama.

Óscar tomó la regla en su mano y se preguntó cómo es que su hijo sabía que iba a castigarle con eso. Se respondió a sí mismo que últimamente era así como le castigaba siempre, y se maldijo por ello.

-         A partir de ahora verás esto mucho menos a menudo, ¿mm? Solo para meteduras de pata bien grandes, como provocar una catástrofe en pleno desfile militar. Otras cosas solo te costarán algunas palmadas y espero que muchas otras veces solo baste con regañarte un poco.

-         Así lo hace mamá… -  murmuró Miguel Ángel.

-         Y así debí hacerlo yo. Será así de ahora en adelante.

Óscar esperó alguna clase de respuesta, pero no obtuvo ninguna, hasta que reparó en que su hijo estaba llorando. Le levantó, y le miró, buscando alguna razón para aquél llanto repentino.

-         No… no llores. ¿Qué pasa? ¿Qué dije? ¿Estás asustado? Ey.

-         Tú…snif… tú estás dispuesto a ser más bueno conmigo y yo… snif…. yo te dije que te odio.

-         Menos mal que no te creí, entonces. – respondió Óscar, al entender que su hijo se sentía culpable.

-         Perdó…snif…name.

Padre e hijo se abrazaron por un instante.

-         Yo también tengo que pedirte perdón por muchas cosas, hijo. 

-         No te odio… snif… ahora mismo no estoy en tu lista de fans, y menos cuando tienes esa cosa en la mano…snif… pero no te odio y  no quiero que te pase nada malo.

-         Vaya, gracias por la sinceridad. – respondió Óscar, y le revolvió un poco el pelo. – Acabemos con esto, anda.

Miguel Ángel se volvió a tumbar y se quedó muy quieto, casi sin respirar.

PLACK PLACK PLACK PLACK

Apretó muy fuerte los ojos y los dientes, en un acto reflejo de tensión.

PLACK PLACK

-         Au… Lo siento, papá… de verdad que lo siento mucho… Fui muy estúpido.

-         Debes pensar las cosas antes de hacerlas, Miguel Ángel. Eres muy inteligente para hacer locuras como esta. No puedes subirte a un tanque así como así, sin permiso, y sin tener ni idea de cómo se manejan.

Mientras le regañaba, Óscar le alzó un poco y forcejeó con su pantalón, para bajárselo.

-         ¿La ropa interior también? – preguntó Miguel Ángel, con voz triste. Óscar lo pensó un segundo.

-         Sí, eso también.

-         Me va a doler mucho – gimió Miguel Ángel, y empezó a llorar más fuerte. Óscar dio un tirón suave a sus calzoncillos y acarició su espalda, para reconfortarle. Normalmente lo hacía todo de forma más rápida y brusca, pero quería sentar un precedente ahí, así que se estaba esforzando en cada pequeño paso que daba.

-         Estás siendo valiente y obediente, y por eso no habrá más castigo que esté. En cuanto terminemos todo habrá pasado, Miguel.

Esperó un segundo más, y luego continuó.

PLACK PLACK PLACK PLACK PLACK

-         BWAAAAA….. no lo hago nunca más….

PLACK PLACK PLACK PLACK PLACK

-         Bwaaaa ¡Nunca más tocaré nada sin permiso!….snif…snif… no tocaré nada…snif…no haré nada…snif...¡no saldré de casa!…snif

-         Vale, vale, shh, ya está.  Puedes salir de casa, Miguel, lo que no puedes es coger cosas sin permiso, especialmente del ejército, que no son un juguete.

-         Snif… ¿me puedo levantar?

-         Sí, campeón. Arriba.

Óscar le ayudó a colocarse la ropa y se quedó dudando sobre qué hacer después. Generalmente le dejaba llorando sobre la cama, en parte porque no sabía cómo consolarle, porque no sabía si quería consuelo, y porque no creía que debiera consolarle cuando precisamente le había castigado por algo que había hecho mal. Sabía que su mujer no hacía lo mismo y probó a hacer lo que tantas veces le había visto hacer a ella: empujó a Miguel para que se tumbara en la cama y él se echó a su lado, pasando un brazo a su alrededor.

-         Shhh. Sin llorar, grandullón.

-         Snif… el nuevo tú pega tan fuerte como el anterior – se quejó.

-         ¿Ah, sí? Será que el nuevo yo te quiere tanto como el anterior.

Miguel Ángel sonrió un poquito y se acurrucó discretamente sobre el hueco que formaban el brazo y el hombro de su padre.

-         Papi… ¿tú me defiendes de mamá?

-         Mmm… sólo si me sigues llamando papi.


Miguel Ángel cerró los ojos y deseó que aquél momento no acabara nunca. Parecía que su padre iba en serio, y que las cosas iban a ir mejor. Si eso era cierto, podía aspirar a más mimos como aquél, recostado sobre sus brazos, que eran más fuertes y seguros que cualquier tanque. 

5 comentarios:

  1. Ohhhh demasiado genial te quedo Dream, me ha fascinado. Quería un niño nuevo de regalo... y sabes que deseo ahora que de ese niño ahora siempre escribas tu...

    Espero leer más de Miguel Angel Padrón XD...

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  2. Espero la continuación porque me encanto

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  3. hermosa historia como siempre Dream

    Marambra

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  4. hermosa historia como siempre Dream

    Marambra

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