Chapter 11: Papá
- Colócate bien la
corbata, Nick – dijo Chris, con voz cansada. ¿Cuántas veces se lo había dicho?
- No soy Nick, soy
Peter – protestó el aludido, y tras mirarle bien Chris comprobó que tenía
razón. Lamentablemente para él, los gemelos tenían razón en una cosa: cuando se
vestían igual y estaban a la vez en la misma habitación, haciendo lo mismo, era
muy difícil distinguirles. Aun así, había cosas como la forma de mirar o las
palabras que utilizaban que le ayudaban a distinguir a uno de otro.
- Bueno, pues igual
colócate la corbata - le dijo, algo mohíno. Aunque los gemelos se divertían
cada vez que se confundía, a él no le gustaba llamar a uno por el nombre de
otro. Pero tampoco podía prohibirles jugar a ese juego inocente, aunque él
empezara a cansarse.
- ¿Me ayudas? –
pidió el chico, con cierta timidez. El colegio al que asistirían tenía
uniforme: pantalones de pana azul marino, camisa blanca y corbata. No era nada
horrible, comparado con otros que Chris había visto por ahí. Pero aquél era el
primer día de clase para los chicos, y estaba dando más problemas de los que
debería: Nick odiaba tener que llevar esa ropa, y los dos estaban tardando
demasiado. Chris no quería que sentaran precedente llegando tarde el primer
día.
Se acercó a Peter y
le rehízo el nudo de la corbata. Él no parecía molesto por el uniforme, y
además le quedaba muy bien. Lo llevaba con elegancia y le hacía parecer mayor
de lo que era. El chico se había dado además un poco de gomina para intentar
controlar sus rizos rebeldes, aunque no parecía haber tenido mucho éxito con
esta tarea. Chris se alegraba secretamente: le gustaban aquellos rizos.
- Así – dijo Chris
cuando terminó. – Mucho mejor.
- Gracias.
- ¿Qué tal vas tú,
Nick? – le preguntó al chico. Estaba sentado en la cama, como si ya hubiera
terminado. Chris le miró: estaba vestido y con la corbata bien puesta…Sí, ya
estaba listo.
- Odio éste maldito
uniforme – dijo como respuesta.
- Sí, creo que lo
has dejado caer un par de veces. – comentó Chris, con paciencia.
- ¡No me lo
avisaste! – le reprochó Nick. – No me dijiste nada de un maldito uniforme.
- No habría cambiado
nada: te lo tendrías que poner igual. Además, se me olvidó. Leo aun no tiene
que llevarlo.
Sólo los chicos
mayores llevaban uniforme. Era una norma del colegio para evitar, entre otras
cosas, tonterías innecesarias como que se metan con los chavales menos
adinerados porque su ropa no es de marca.
Nick guardó
silencio, pero dejando notar por su expresión lo molesto que estaba. En
realidad, Chris creía que el uniforme no le desagradaba tanto: lo que pasa es
que el chico estaba enfadado por no poder ver la televisión en algo más de una
semana. Su castigo aun no había terminado, y Nick había descubierto que tener
"vacaciones" sin televisión podía ser muy aburrido, sobretodo porque
no utilizaba mucho el ordenador, lo cual, a su juicio, le dejaba sin
pasatiempos. Chris esperaba que ahora que empezaban el colegio lo llevara un
poco mejor: ya no tendría que estar tanto tiempo en casa, aburrido.
Cuando los dos
estaban ya impolutamente vestidos y peinados, Chris empezó a sentirse nervioso,
como si fuera él mismo el que iba a comenzar en un nuevo colegio. Se repitió
mil y una veces que ya tenían dieciséis años, pero aun así no pudo evitar hacer
una serie de preguntas de padre preocupado:
- ¿Lleváis todo?
- Sí – respondieron
los dos al unísono
- ¿Seguro?
- ¡Sí!
- ¡Sí!
- ¿Bolis?
- ¡Sí!
- ¡Síii!
- ¿Papel?
- Sí
- Síiiiii
- ¿Dinero?
- Sí
- Chris, ¡vale ya!
Este último fue
Nick, claro. Peter se limitó a responderle con paciencia, aunque se le veía tan
harto como su hermano. Chris se obligó a contenerse: los chicos no eran tontos
y era su primer día, no el fin del mundo.
Aquella mañana
fueron al colegio los cuatro, pero sólo regreso Chris. Sintió que el coche
estaba silencioso sin sus chicos y se fue al P3 con una extraña sensación de
vacío.
Chris llegó a casa
antes que sus hijos, y decidió hacer "una comida especial". Una
comida especial para la rama cocinera de los Haliwell podía significar un
banquete de los que te dejan sin comer por veinte días. Chris se esmeró por hacer
los platos favoritos de cada uno y sonreía como un idiota mientras lo hacía.
- ¿Qué te pasa? –
preguntó una voz a sus espaldas. Era Wyatt. Acaba de orbitar a la habitación y
habló sin anunciarse, haciendo que a Chris le diera un vuelco al corazón. Ya tendría
que estar acostumbrado a eso, pero no.
- ¿Por qué habría de
pasarme algo?
- La última vez que
te vi sonreír así volviste con dos gemelos nuevos bajo el brazo.
- Pues hoy esos dos
gemelos empiezan el colegio – respondió Chris, sin dejar de sonreír, y sin
prestarle mucha atención por estar ocupado con la bechamel.
- ¿Y sonríes por la
paz, la tranquilidad y el silencio de tener la casa sólo para ti? – preguntó
Wyatt en tono guasón, mientras intentaba meter el dedo en la crema. Chris se lo
impidió con un manotazo, pero aun sonreía.
- Debería, ¿no? La
verdad es que les echo de menos. No es que a Leo no, pero estoy acostumbrado a
que esté en el colegio: me he perdido 16 años de la vida de esos chicos y
cuando vuelvo del trabajo Nick tiene por costumbre ayudarme a cocinar. Hoy he
vuelto y estaba vacío. Pero están a punto de llegar, y por eso sonrío.
- Chris, te has
vuelto un ñoño – le aseguró Wyatt, y sin perder un segundo hizo orbitar una de
las sartenes hasta sus manos. Hizo lo propio con una cuchara y probó la
bechamel. – Pero sigues cocinando igual de bien.
Chris frunció el
ceño ante el descarado robo de su obra de arte, pero luego se rió.
- ¿Quieres quedarte
a comer?
- Gracias. Es más
divertido cuando me autoinvito – dijo Wyatt – pero Linda y los chicos me
esperan. No eres el único padre ¿sabes?
Aunque Wyatt seguía
de broma, Chris le notó preocupado.
- ¿Ocurre algo?
- Me preguntaba
sí…Tú eres bueno con las pociones. – comenzó Wyatt, y Chris sólo le miró –
Victoria quiere aprender a hacer algunas. Me preguntaba si tú la enseñarías.
La hija mayor de
Wyatt, de diez años, era aun muy pequeña para usar magia en el sentido
estricto. No luchaba contra demonios ni nada de eso, pero se preparaba para
hacerlo algún día, mientras para ella era aun un juego divertido.
- Claro, Wy, no es
problema, pero tú también puedes hacerlo. Se te da tan bien como a mí, sino
mejor. Eres el Dos Veces Bendito y todo eso…
No le suponía ningún
esfuerzo enseñar a su sobrina, pero se preguntaba por qué no quería hacerlo él
mismo.
- Pero no tengo
paciencia – explicó Wyatt – y me está volviendo loco.
- ¿Estabas con ella
ahora? ¿La has dejado sola con las pócimas?
- La he dicho que
volvería contigo…si a ti no te importa. Sólo será un momento – añadió, para que
no se preocupara por la comida ni por los chicos.
Chris se quitó el
delantal y acompañó a su hermano. Pensó en advertirle que el de paciencia
tampoco estaba sobrado, pero aquello parecía importante para Wyatt, y, como él
siempre le ayudaba, estaba más que dispuesto a corresponderle. Estuvo fuera
sólo veinte minutos, pero cuando volvió, un huracán había pasado por la cocina.
Todo lo que había estado cocinando estaba por el suelo, y había salpicones
manchando la pared. Escuchó gritos y se alarmó, hasta que ver que era el sonido
de una discusión. Entonces tan sólo se enfadó. Fue al salón, de dónde venían
los gritos, y vio una escena muy extraña. Nick y Leo estaban sentados en el
sofá, y Peter de pie frente a ellos como si les estuviera echando una bronca.
Tras escuchar unos segundos le quedó claro que eso era precisamente lo que
estaba haciendo. Aunque aquello tenía algo de divertido, el estado de su cocina
le impidió ver el lado gracioso del asunto.
- ¿Qué ha ocurrido?
– preguntó, y su enfado iba en aumento: el uniforme de Nick y la ropa de Leo se
habían ensuciado también.
- ¿Cuándo has
llegado? – preguntó Peter, asombrado. Chris se dio cuenta de pronto de que
había tenido suerte de que ninguno le viera orbitar en la cocina.
- Ahora mismo he
cruzado la puerta, pero estabais gritando tanto que ni me habéis visto –mintió.
Peter lo aceptó como posible y de pronto suspiró, derrotado. Pasó a sentarse al
lado de sus hermanos, como si estuviera muy cansado.
- ¿Qué ha pasado? –
volvió a preguntar.
Silencio total.
Chris se imaginó una planta rodadora del desierto botando por la habitación.
Peter le dio un pisotón a Nick para que hablara, y Nick se lo devolvió, sin
decir palabra. Chris optó por una táctica más persuasiva.
- O alguien me
cuenta por qué estáis sucios y lo que ha pasado en la cocina, o los tres vais a
tener una tarde muy difícil.
Más silencio.
- Como encima me
castiguen por vuestra culpa os juro que invento una tortura sólo para vosotros
– amenazó Peter, pero no tuvo más éxito que Chris. Entendiendo por el contexto
que sólo obtendría información de Peter, Chris se dirigió a él.
- ¿Me lo cuentas tú?
– le preguntó.
- Ni se te ocurra –
amenazó Nick, cuando vio que Peter iba a responder
- ¡No! – pidió Leo.
Chris se encogió de
hombros.
- Muy bien, los tres
estáis castigados. Subid a vuestro cuarto mientras me pienso qué hacer con
vosotros.
Los tres se pusieron
de pie, pero Peter se arrodilló junto a Leo y le dijo algo al oído. El niño
suspiró y cogió algo de detrás del sofá. A pasitos cortos se acercó a Chris,
con una pelota en la mano.
- Nick y yo hemos
jugado a la pelota, y sin querer la hemos mandado a la cocina. La comida se
había caído, así que intentamos recogerla pero no pudimos.
Chris dejó escapar
el aire.
- No era tan difícil
¿no?
Odiaba que le
ocultaran las cosas. Le hacía pensar que no confiaban en él, o que le tenían
miedo. Sabía que era normal que los niños ocultaran sus travesuras, pero
hubiera esperado que Nick fuera un poco menos infantil. En cuanto a Peter,
nunca delataba a sus hermanos. Chris entendió por qué les estaba regañando cuando
les encontró.
- Leo, te he dicho
muchas veces que en casa no se juega a la pelota. Nick, a ti no te lo he dicho,
pero eso es porque pensaba que tenías 16 años y no seis. Creía que era de
sentido común, pero de eso te falta un poco ¿no?
Nick no dijo nada,
consciente de que Christopher tenía razón. Tan sólo había pensado que no
pasaría nada, y habían tenido cuidado de no darle a la tele…
- Lo siento.
A Chris le agradó
que, por una vez, no le discutiera.
- Sí, ya puedes
sentirlo, porque eso que habéis tirado era la comida. Subid a cambiaros
mientras miro a ver qué puedo apañar. Nick, súmale una semana a tu castigo, y
Leo, no vas a ir al parque en lo que queda de mes.
El niño subió
haciendo pucheros y pataleando, pero Nick sabía que podía haberle ido peor, así
que no dijo nada.
Chris fue a la
cocina, esfumado su buen humor matutino, y se puso a limpiar aquél desastre.
Peter, que no se había manchado, se puso a ayudarle. Trabajaron en silencio
hasta que Chris se reprochó el estar tan frío con su hijo: él no había hecho
nada malo.
- Deberías subir a
cambiarte para no ensuciarte – le dijo - ¿Qué tal el primer día?
Se reprochó también
el no haberle preguntado eso a Nick: vale que el chico hubiera hecho el tonto,
pero él era su padre, no podía simplemente enfadarse y por eso no interesarse
por él.
- Bastante bien. Lo
peor ha sido tener que presentarme.
- ¿Por qué?
- No se me da bien.
"Hola, soy Peter, soy el pequeño de la clase y vengo de un orfanato".
Chris quiso decirle
que lo del orfanato no tenía por qué decirlo, pero supo que tampoco podía
decirle que lo escondiera. Lo que no le gustó es que obviara el hecho de que
ahora tenía un padre: él. Aun así, había acordado tácitamente con su cerebro no
presionarles en ese punto, así que hizo otro comentario:
- ¿El pequeño de la
clase?
- Nacimos el 30 de
diciembre, o eso nos dijeron.
- Bueno, pero eso da
igual ¿no?
- Sí, pero estoy
acostumbrado a dar clase con niños a los que saco varios años, no a que haya
tíos el doble de anchos que yo y chicas que me miren como si fuera deseable.
Chris contuvo las
ganas de preguntar "¿te miraron muchas?" sabiendo que esa pregunta
era más adecuada hacérsela a Nick. Pero si sumas el factor chico nuevo, con las
características de mono y soltero, Chris sabía que obtienes un disparador de hormonas
adolescentes. En cuanto las nuevas compañeras de Peter se enteraran además de
su trágica historia, el chico tendría que espantarse las chicas a manotazos. O
al menos, eso pensaba Chris, que dejó esto de lado para preguntar:
- ¿Cómo eran las
clases en el centro?
- Nick y yo teníamos
un profesor para nosotros, que nos mandaba ejercicios y cosas así que íbamos
haciendo mientras enseñaban a los niños a sumar y a colorear.
- ¿Nunca os llevaron
a un colegio con otros chicos?
- Nosotros no
queríamos – explicó Peter, pero no añadió nada más. Chris lo dejó estar.
- ¿Y las clases? –
preguntó con amabilidad.
- Las de hoy, bien.
Pero aun me falta ver cuáles tengo mañana y creo que tengo matemáticas.
Chris le miró como
preguntando "¿Y qué con eso?"
- Me gustan las mates,
pero últimamente somos enemigos acérrimos.
Chris tomó nota,
para estar pendiente.
Terminaron de
recoger, y Peter subió a cambiarse mientras Chris improvisaba una comida. Sabía
que los chicos no lo habían hecho aposta, pero le había molestado mucho que
todos sus esfuerzos terminaran en la basura por culpa de una pelota. Decidió no
tomárselo como nada personal y fue a ver qué tenía en la nevera, que no era
mucho. Al final, hizo una ensalada y un lenguado para Nick para Leo y para él,
y una ensalada y tortilla para Peter. Chris no quería ni imaginarse la cara que
pondrían los chicos al ver el pescado, pero no tenía otra cosa, ni huevos
suficientes para los cuatro. Además, así aprenderían a no destrozar buenas
comidas por jugar al balón donde no debían.
Efectivamente, la
nueva comida no tuvo una gran acogida, salvo por parte de Peter, que
probablemente se la hubiera comido aunque la tortilla fuera de pimientos, que
no le gustaban. El chico entendía cuando Chris no estaba dispuesto a ceder,
pero a Leo y a Nick parecía faltarles esa habilidad, porque le insistieron con
que no querían comerlo.
A Leo bastó con
presionarle un poco para que se lo comiera, con su mejor cara de desprecio
total hacia el pescado. Pero Nick fue harina de otro costal.
- Nick, come - dijo
Christopher por vez número quinientos.
- A Peter le hiciste
tortilla – protestó. Ese argumento era nuevo. Ya había probado con el "no
quiero" "no, por favor" "no voy a hacerlo" y
"prefiero quedarme sin comer".
- Peter es
vegetariano.
- Pues yo también, a
partir de ahora mismo.
Chris sabía que no
podía reírle la gracia, aunque reconoció que el chico lo estaba intentando con
todos sus trucos.
- No, tú te vas a
callar y a comer el pescado. Ahora mismo.
Nick no dijo nada,
pero no hizo ninguna tentativa de coger el tenedor. Peter y Leo ya habían
terminado, así que Chris les dejó irse, pero él se quedó con Nick: se quedarían
ahí hasta que se lo comiera.
- Pues vas a
desperdiciar tu tarde – replicó Nick, con descaro.
- No seas insolente.
Vamos, come. Ni siquiera lo has probado.
- Ni falta que hace:
no me gusta.
- No tiene que
gustarte. Te lo tienes que comer. – dijo Chris, agotada su paciencia.
- Cómetelo tú.
- Nick, estás a esto
de que te ponga sobre mis rodillas. – le advirtió, muy serio.
Pensó que aquella
advertencia bastaría para acabar con la insistencia del muchacho, pero se
notaba que aun no tenía mucha práctica en tratar con adolescentes. A Nick le
quedaron dos opciones: obedecer, o revelarse contra la amenaza. Y eligió lo
segundo.
- ¡He dicho que no!
- se puso de pie y empujó el plato, tirándolo al suelo. El cristal se hizo
añicos.
Chris reaccionó con
rapidez. Casi no se había caído el plato cuando le agarró del brazo y le obligó
a tumbarse en su regazo. De un tirón le bajó el pantalón y comenzó con el castigo.
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT SWAT
- Basta de
pataletas, Nick.
Como toda respuesta,
el chico protestó débilmente por los azotes.
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT
- Si te digo que
hagas algo, lo haces.
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT
- Voy a hacerte una
trucha – Chris sabía que eso le gustaba menos todavía que el lenguado, ero este
había terminado en el suelo. - El pescado te lo vas a comer, pero tú decides si
va a ser de pie o sentado.
- Sentado – dijo
Nick, llorando un poco.
SWAT SWAT SWAT SWAT
SWAT
- Pues termina la
escena y no hagas más el tonto. Si no hubieras tirado la comida en primer lugar
te habría puesto otra cosa.
SWAT SWAT SWAT
Chris concluyó y le
dejó incorporarse pero, antes de abrazarle, le advirtió:
- Si tengo que
volver a castigarte iré a por el cepillo.
Nick negó con la
cabeza y tragó saliva. Chris le dio un corto abrazo y le puso de pie con una
palmada. Le dejó subirse los pantalones, y le ordenó que recogiera lo que había
tirado. Le dijo que esperara mirando a la pared mientras le hacía una trucha.
Nick empezó a decir que no era justo, que ya le había castigado, pero Chris le
silenció con otra palmada.
- A la esquina – se
limitó a repetir, y esta vez Nick obedeció.
Cuando el pescado
estuvo listo le dijo que se sentara de nuevo y le miró con la advertencia en
los ojos. Nick comió un trozo, pero puso cara de asco y se negó a comer más.
- Nick, que te he
dicho…
- Ve a por el
cepillo, ¡lo prefiero!, pero no me lo voy a comer.
- Nick, hijo, no
sabes lo que dices. ¿Prefieres que te pegue con el cepillo a comerte un plato
de pescado? Anda, bebe un poco de agua y come.
- No. Sabe fatal…
- Nick, éstas son
tus opciones: o te callas y te comes el pescado, o te doy una zurra, te callas,
y te comes el pescado.
Nick no estaba
acostumbrado a que Chris le hablara así. Se le volvieron a llenar los ojos de
lágrimas, pero cogió el tenedor y empezó a comer. Costó diez minutos, y alguna
que otra advertencia, pero al final se la terminó.
- Estaba asquerosa –
dijo Nick, y se encogió cuando vio que Chris se acercaba, pero éste sólo le
rodeó con un brazo y le dio un beso en la cabeza.
- Eres lo más
cabezota que he conocido.
Nick se dio cuenta
de que Chris ya no estaba enfadado con él, y se permitió ser un poco infantil.
- Eres malo.
- No, de hecho, he
tenido demasiada paciencia y lo sabes.
- Pero eso es porque
me quieres, papá – repuso el chico, sonriendo.
- ¿Qué has dicho?
- Que es porque me
quieres.
- No, lo otro.
Nick lo sabía, pero
quería hacerse de rogar.
- Papá – repitió,
haciendo que la palabra sonara mágica, hermosa, especial.
Chris le abrazó tan
fuerte que Nick creyó que se le rompía alguna costilla. Era la primera vez que
le llamaba así y el corazón se le llenó de alegría.
- Papá, papá, papá –
repitió Nick, divertido por la efusividad de su padre.
Se dejó abrazar,
contento por haberse decidido a decirlo. Hacía tiempo que lo sentía así, pero
era una palabra que, hasta cierto punto, le daba miedo. En ese momento estaba
bastante convencido de que Chris le quería de verdad, y de que no iba a
abandonarle, así que utilizó la palabra que sabía que le haría feliz.
Realmente, era el único padre que le había conocido. Le trataba como un hijo y
se preocupaba por él, así que bien se merecía esa palabra. Los dos disfrutaron
de aquél momento, y Chris se preguntó si algún día Peter usaría también esa
palabra.
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