lunes, 17 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 2: PASOS



CAPÍTULO 2: PASOS

Poco a poco Arturo fue descubriendo cómo relacionarse con los dos niños. Empezó a pasar tiempo con ellos, según las posibilidades de su apretada agenda. Al principio, no sabía muy bien cómo actuar. Comía con ellos y no sabía de qué hablar: eran muy pequeños para tener la clase de conversaciones que él recordaba tener con su padre, sobre impuestos y otras cosas aburridas. Pero luego, poco a poco, descubrió que se reía más a menudo y averiguó que lo que tenía que hacer con ellos era simplemente jugar. Mandó hacer dos espadas de madera y se dejaba "matar" por uno y por otro, feliz como no lo había sido en mucho tiempo.

- ¡Ow! – teatralizó, cuando Merlín le acertó en el pecho. Se tiró al suelo y cerró los ojos, mientras escuchaba reír al niño. Se quedó en el suelo como un buen cadáver, y entonces las risas cesaron. Merlín se acercó a él muy despacio.

- ¿Arturo? – preguntó el niño, temeroso. Y de pronto se tiró sobre él. - ¡No quería hacerte daño! ¡Arturo!

En medio de su actuación, el rey se conmovió por la preocupación del pequeño. Qué inocente era.

- ¡Has matado al rey, idiota! – acusó Mordred. - ¿Qué hacemos ahora?

En ese momento, Arturo abrió los ojos, haciendo que se llevaran un buen susto.

- ¡Eres malo! – gritó el niño, y le dio un golpecito en el hombro. - ¡Me has asustado! ¡Ya no quiero jugar contigo!

Arturo contuvo una sonrisa ante la manifiesta indignación de Merlín. Iba a disculparse por la broma, pero no tuvo ocasión.

- ¡Merlín! ¡No puedes hablarle así al rey! – increpó Mordred, algo asustado – Disculpadle, Majestad.

Arturo frunció el ceño. Merlín le trataba con confianza, le llamaba "Arturo" y le había enseñado a reír otra vez después de la muerte de su esposa. Gracias a él lo llevaba mejor, como si tuviera un nuevo objetivo en su vida personal más allá de sus deberes como rey. Pero Mordred le hablaba con distancias. Le llamaba siempre "Majestad" o "sire". Aunque lo de Mordred era más correcto desde un punto de vista protocolario, cuando estaban a solas a Arturo no le importaba que perdieran las formas…de hecho lo agradecía. Le hacía sentir que era algo más que un rey. Le gustaba que Merlín se olvidara de lo que era y se permitiera ser espontáneo y natural…El viejo Merlín también hacía eso. Sentía que cada vez se acercaba más a él…pero que no conseguía nada con Mordred.

- No pasa nada, Mordred. Yo le he asustado.

- Eso no se hace – siguió diciendo Merlín.

- Sólo era un juego, Merlín. Estoy perfectamente ¿ves?

Merlín le miró con enfado un poco más, y luego siguieron jugando. Estaba en medio de un enfrentamiento con sus dos fieros oponentes, cuando vio acercarse a sir Lion. Arturo se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo fuera del castillo. Seguramente había asuntos que requerían su atención. Le dijo a su amigo y caballero que se acercara más.

- Majestad – saludó Lion.

- ¿Sucede algo?

El caballero pareció dudar. Miró a los dos niños, que seguían jugando, intercambiando estocadas.

- ¿Mordred y Merlín? – preguntó al final. – Dos nombres muy… interesantes

El rey había estado de un humor muy negativo desde el ataque al castillo, así que nadie había tenido valor para preguntarle. Pero hacía dos días que parecía mucho más animado, gracias a aquellos dos chicos, así que sir Lion decidió que era momento de preguntar.

Arturo suspiró.

- ¿Te han elegido a ti para que preguntes?

- Pensaron que tal vez a mí quisierais contármelo…

Arturo guardó silencio. Sabía que ese momento llegaría, pero no estaba seguro de lo que debía decir.

- Ese niño es exactamente como Merlín. Y si la memoria no me falla, ese era el aspecto de Mordred la primera vez que llegó a Camelot. Ninguno de los dos volvió de la batalla, pero no se han encontrado sus cuerpos… - dijo sir Lion.

- Parece que más que preguntas tienes una teoría – replicó Arturo.

- ¿Son ellos? ¿Cómo pasó?

- El dragón blanco de Morgana…hizo algo, y les convirtió en lo que ves ahora.

- ¿Así que es verdad? ¿Es Merlín? ¿Y… Mordred?

- Ellos no lo recuerdan. Creen que son hermanos, y que no me conocían, más allá de mi título.

- ¿Y qué vais a hacer?

- ¿Cómo que qué voy a hacer?

- Entiendo que Merlín sea vuestro protegido, hasta que se encuentre una solución…pero ¿Mordred?

- ¿Y qué sugieres que haga, Lion? Sólo es un niño. No recuerda lo que hizo.

- …Tiene magia…

- Respecto a eso…¿el consejo ha redactado ya la nueva ley?

- De modo que no es un rumor: vais a permitir la magia en Camelot.

Arturo miró a los ojos de su amigo. Era algo mayor que él, y un hombre inteligente además de un guerrero excepcional.

- ¿Crees que hago bien?

- Cualquiera que sea vuestra decisión, yo os apoyaré, Majestad. Y personalmente no me hubiera agradado la idea de … Mordred fue uno de nosotros, después de todo.

Arturo se sintió muy agradecido por esa respuesta.

- Será mejor que regresemos al castillo. – dijo solamente. Decidió dejar que Merlín y Mordred siguieran jugando, y se fue con sir Lion.

El resto de la mañana la pasó absorbido por una montaña de aburridos documentos legales. Firmó y selló tantas veces que perdió la cuenta. Y cuando por fin iba a descansar un momento, a punto de cerrar los ojos…

- ¡Majestad!

- ¿Qué? – replicó molesto, al guardia de su puerta que había entrado con nerviosismo.

- Los dos niños… quiero decir… vuestros… vuestros protegidos se están peleando.

- ¡Por amor de Dios están jugando con espadas de madera! ¿Me molestas por eso?

- Uno de ellos ha venido sangrando, Majestad. Ogo pidió que se os avisara.

Arturo alzó la vista hacia el cielo, resopló, y se frotó la cara.

- ¿Dónde están? ¿Habéis llamado a un galeno?

- Están en la Sala del Trono, Majestad, y las heridas no parecen nada grave.

Refunfuñando, Arturo abandonó la confortabilidad de sus aposentos, y se dirigió a la sala del Trono. Le llegaron gritos y ruidos de pelea desde dentro.

- ¿Y vosotros no hacéis nada? – increpó, mirando a los guardias de la puerta.

- Ogo dijo que os encargarías vos…

- ¡Ogo, Ogo, Ogo! ¡Se tomó mis palabras demasiado en serio!

Arturo maldijo el día en el que dijo que se encargaría él. Abrió las puertas y se encontró con la sala vacía, a excepción de los dos niños, que se estaban peleando en el suelo como salvajes. Los guardias cerraron la puerta tras él.

- ¡Detenos! – ordenó.

Los niños se llevaron un buen susto por la repentina entrada, y la sorpresa les hizo detenerse. Arturo examinó los daños rápidamente: nada grave, en efecto. A Merlín le sangraba la nariz.

- Poneros de pie – dijo, en el mismo tono autoritario. Los dos obedecieron. – Dije que nada de peleas. Mis órdenes se obedecen.

- Pero… - empezó a decir Merlín.

- Silencio. No quiero oír una palabra.

- Si, sire. – susurró Merlín, mirando al suelo. Arturo notó que estaba asustado. Fingió que no se daba cuenta.

- Los guardias os acompañaran ahora a vuestros aposentos – siguió diciendo, y tan repentinamente como hacía entrado, se fue, dejando a los guardias instrucciones para que "les escoltaran" a sus dependencias, y se aseguraran de que no salían de ahí.

Arturo buscó un momento de soledad y pensó en lo que habría hecho su padre. Uther habría dicho algo así como "me has avergonzado delante de mis hombres", le habría mirado con profunda decepción, y quizás le habría encerrado en las mazmorras una noche, o confinado en sus aposentos durante días. Pero él no era su padre, y aquellos no eran sus hijos.

Aun así, no podía dejarlo sin castigo. Suspiró, y fue primero a los aposentos de Merlín.

El niño le esperaba de pie en el centro de la sala, y no levantó la cabeza para mirarle cuando entró. Arturo se acercó y examinó el golpe de la nariz. No estaba rota. Le limpió la sangre.

- Tu primera herida de guerra – comentó, sonriendo. Merlín le miró sorprendido.

- ¿No estáis enfadado?

- No demasiado.

- Pero… antes…sí parecías enfadado.

- Antes estábamos en la sala del Trono. Allí donde otros pueden oírnos, la forma en la que hablemos será diferente.

- ¿Por qué?

- Porque yo soy el rey, y hay un protocolo. Para empezar, no puedes interrumpir al rey cuando está hablando, como hiciste antes.

- Lo siento.

- No importa. Estábamos solos, pero debes aprender a dirigirte a mí de otra forma cuando estemos en público. Aunque estén quietos y parezcan estatuas, los guardias tienen oídos también. – explicó Arturo. A él le hubiera gustado que su padre se lo explicara alguna vez, y que no se limitara simplemente a ser horriblemente frío. Claro que su padre era frío en público y en privado…Por eso, Arturo añadió: - Salvo cuando estés en algún lío, no me importa si no me llamas sire cuando estemos solos. Soy algo más que tu sire, ¿entiendes?

Merlín asintió, aunque estuvo tentado de preguntar qué era exactamente. No quería escuchar una respuesta insatisfactoria como "tu protector", así que por eso no preguntó.

- ¿Y ahora estoy en un lío? – preguntó en su lugar.

- Me temo que sí. Es cierto que te dije que no podías pelearte con Mordred, y que eso fue una orden.

- Sí, sire.

Arturo sonrió un poco al ver que había vuelto a dirigirse a él de esa forma: lo había cogido a la primera. Esa era la respuesta correcta cuando le estaba regañando. La sonrisa murió en seguida cuando pensó en lo que venía a continuación.

- Vas a ser castigado por desobedecer a tu rey – dijo Arturo, y aquello le sonó horriblemente inapropiado – Por desobedecerme a tu protector – matizó, y de nuevo le pareció que no eran las palabras correctas. Sacudió la cabeza. – No podéis pelearos entre vosotros.

Merlín no respondió, y miró al suelo.

- Levanta a mirada, Merlín. Sólo los cobardes miran al suelo, y tú no lo eres.

El niño hizo lo que le decía. En ese momento Arturo se dio cuenta de lo que estaba haciendo: se disponía a castigar a su amigo…Hacía varias horas que no pensaba en él de esa forma…Para él, Merlín había pasado a ser alguien a quien cuidar.

"Vale, esto…¿y ahora qué?"

Arturo no sabía cuál era el siguiente paso.

- ¿Debo hacer lo que hice con Ogo?

- Sí – respondió Arturo, aparentando seguridad, pero en verdad se sintió salvado por esa pregunta ya que él no tenía ni idea. Entonces se sorprendió mucho cuando observó cómo Merlín se desprendía del cinto que sujetaba su ropa. Se dio cuenta entonces que Ogo debería de haberle pegado directamente sobre la piel. Joder.

No lo entendía: él había peleado con muchos hombres y matado a otros cuantos. Había peleado con puño y espada, y nunca se había sentido tan mal como en aquél momento, en el que se disponía a castigar a un niño desobediente con unos cuantos azotes. Quizás fuera por la mirada avergonzada en los ojos de Merlín.

- Se supone que tú no tienes que mirar – dijo, muy bajito.

- Ah.

Tenía sentido. Se dio la vuelta, mientras mantenía un diálogo consigo mismo. No se veía capaz de coger la vara que reposaba insolentemente sobre la repisa de chimenea. No se veía capaz de empuñarla y golpear con ella a ese niño.

- Ya – dijo la voz de Merlín, y Arturo se dio la vuelta. Merlín estaba apoyado en un baúl, dándole la espalda. Se había desprendido de las mallas y las calzas. Arturo se fijó en unas marcas violáceas en los muslos del niño. Supo, con horror, que eran un recuerdo del último castigo. Aún le duraba. Dos días después, aún tenía señales. Eso fue lo que necesitaba para saber que él no le golpearía con esa cosa. Se acercó a él y puso una mano en cada hombro del muchacho.

- Ven – le dijo, y le llevó a la cama. Se sentó, y le colocó delante de él. Merlín le miraba muy confundido. Sin decir nada, Arturo le alzó y le tumbó sobre sus rodillas. – Cuando yo te dé una orden, la cumplirás. No harás daño a tu hermano.

Qué natural le había salido nombrar a Mordred como hermano de Merlín. Lo siguiente que hizo no le salió tan natural. Levantó la mano, y la dejó caer sobre la parte baja de los muslos del niño. Se dio cuenta del fuerte respingo que dio, seguramente porque ahí tenía una fea raya violácea que debía de doler un poco. Le dio los azotes siguientes un poco más arriba. Fueron un total de diez, y Arturo pensaba que no había sido muy duro, pero entonces escuchó unos sollozos contenidos de la personita que estaba en su regazo.

Le incorporó, y carraspeó, algo incómodo.

- Puedes vestirte. No podrás salir de tus aposentos el resto del día – le dijo. Merlín asintió, y se fue a por la ropa, frotándose los ojitos como si quisiera contener las lágrimas. A Arturo se le hizo un nudo en el estómago. Se levantó para irse con una sensación extraña en el cuerpo. Nada más cerrar las puertas de la estancia, sintió que alguien las abría desde dentro. - ¿No te he dicho que no puedes salir de…? – empezó, pero antes de terminar, Merlín se abrazó a sus piernas, con mucha fuerza. Arturo destensó los hombros y se agachó para acariciarle la espalda. Luego, viendo que el niño no se calmaba, le tomó en brazos y volvió a entrar en el cuarto con él. Recordó cómo le había calmado la vez anterior, así que se sentó en la cama con él, y le abrazó. Si alguien le hubiera visto en ese momento se hubiera sentido incómodo o avergonzado, pero lo cierto es que abrazar a ese niño mientras lloraba le pareció de pronto algo muy natural.

- Lo siento –gimoteó Merlín. Arturo no supo si se estaba disculpando por llorar o por haberse peleado con Mordred.

- No pasa nada. Ahora quédate aquí ¿de acuerdo? No estoy enfadado.

Merlín asintió, y poco a poco le soltó, reticente, como si en realidad no quisiera hacerlo. Arturo sonrió un poco, y se fue. Ignoró la mirada de los guardias que habían visto como el niño salía llorando a abrazarle.

Le quedaba tratar con Mordred. Se sentía tan cansado como si acabara de librar una batalla de varias horas de duración. Tomó aire, y fue al aposento de su otro protegido. Cuando entró, Mordred estaba mirando por la ventana. Al verle, se giró y se puso muy rígido.

- Ya me habría ido, pero no me dejaban salir – dijo el niño, y de todas las cosas que esperaba escuchar de aquellos labios, esa era la última.

- ¿Eh?

- De vuestro castillo. Ya me habría ido, pero no me dejaban. Me iré enseguida.

- No, no harás tal cosa.

Mordred le miró sorprendido.

- ¿No queréis que me vaya?

- Claro que no.

- Ah.

El niño parecía aliviado y asombrado a partes iguales. Arturo se dio cuenta de que se había esperado que le echara.

- Entonces, ¿qué vais a hacer conmigo? – preguntó el niño.

"Cielos, si parece que está esperando que lo queme en la hoguera o algo así"

- Vas a ser castigado, por desobedecerme y pelearte con tu hermano.

Mordred asintió. Eso ya lo suponía, lo que quería saber era el cómo.

- Quiero que te desnudes de cintura para abajo, y que me avises cuando lo hayas hecho – ordenó Arturo, y se dio la vuelta. Sentía que estaba siendo más seco con él que con Merlín, pero era porque Mordred parecía a su vez mucho más frío y porque no dejaba de ver en sus ojos los del hombre que había intentado matarle. Sabía que tenía que desprenderse de ese pensamiento. No llegaba a ningún lado pensando así, si iba a hacerse cargo de él.

- Ya – avisó Mordred, y Arturo se giró. Le tomó del brazo y le llevó a la cama. Se sentó y le tumbó encima. Era más bajo que Merlín, y eso daba la sensación de que era más pequeño.

- Cuando yo te dé una orden, la cumplirás. No harás daño a tu hermano.- dijo, usando las mismas palabras que con Merlín, y levantó la mano para dejar caer la primera palmada. Le dio también un total de diez, pero Mordred no lloró. Le incorporó. – Vístete. Estarás en tus aposentos el resto del día.

- Sí, sire – respondió Mordred, y fue a por su ropa. Arturo iba a salir, pero le parecía todo horriblemente frío, sobretodo en comparación a cómo habían acabado las cosas con Merlín.

- ¿Estás bien?

- Sí, sire.

- Nadie te echará de aquí ¿entendido?

- Sí, sire.

Arturo frunció el ceño.

- No tienes que llamarme siempre "sire" – dijo, pensando que era el caso contrario de Merlín. – Cuando estemos solos puedes llamarme Arturo.

- Sois mi rey, Majestad.

- Soy más que eso.

Mordred no respondió. Arturo le vio pelear con su cinto para abrochárselo, y se agachó para ayudarle. Sin quererlo, se acordó de que Merlín solía decir que él no sabía ni vestirse sólo, y tenía razón: sin ayuda de sus sirvientes Arturo no se sabía desenvolver. Sacudió la cabeza. Mordred no estaba acostumbrado a ropas tan lujosas, y su versión infantil, que se creía huérfano, mucho menos.

- Así, ¿ves? – le dijo. – Se abrocha aquí. No te preocupes, es cuestión de práctica.

- Sí, sire – respondió Mordred, y Arturo sintió que le embargaba la ira, por la frialdad que demostraba el niño cuando sólo pretendía acercarse a él.


- Un sirviente vendrá a avisarte para cenar – dijo, y se fue, sintiendo que cada paso que daba para acercarse a Merlín se correspondía con un paso atrás en su relación con Mordred. Caminó por los pasillos, sin poder quitarse de la cabeza la frialdad de los ojos color hielo de su pupilo más difícil.

2 comentarios:

  1. Gruuuu que le costaba ser un poco más dulce con el crío ¬¬

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  2. estoy de acuerdo con Lady, que le costaba darle un abrazito!!!!

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